CAPÍTULO IX
Un
trato
Si hay trato, amigos pueden ser
el perro y el gato.
Refrán
Tal y como
sospechaba, Edward Proud Harper Júnior; su esposo en otras palabras, regresó. En
ese punto no estaba sorprendida.
Sin embargo, sí que
lo hizo con las maneras en que su nuevo encuentro se produjo. O mejor dicho,
estaba en aras de producirse.
Para empezar, al
contrario que la primera vez le había avisado. Pero no el mismo día, con lo
cual solo tendría unas horas para acicalarse y preparar unas circunstancias lo
más acogedoras y a la vez, lo más hostiles, posibles.
No. Esta vez le
avisó con varios días de adelanto. E incluso le envió un lacayo anunciándolo
con todo lujo de detalles.
Además, en esta
segunda visita, las horas que había escogido eran mucho más tardías.
Concretamente, justo antes de su hora de cenar.
Una serie de
interrogantes se le planteaban al calor del tiempo seleccionado. ¿Había
escogido la hora a propósito o se trataba tan solo de una pésima casualidad? Y
en el caso de que lo hubiera hecho a propósito ¿cómo demonios había sido él la
hora exacta a la que ella solía cenar habitualmente?
¿Era esta la manera
que tenía para empezar a advertirle que su maldad no conocía límites y que no
iba a tener piedad con ella por haberle ocultado la existencia de la casa y de
su prometido?
¿Tan pronto?
¿Ni siquiera iba a
concederle la oportunidad de cenar tranquila y a gusto?
Parecía que no
porque, estaba segura de que, si la reunión se zanjaba tanto de forma razonable
como de manera desfavorable, el apetito desaparecería fruto de su estado de
nerviosismo y tensión. Justo tal y como había sucedido esa misma mañana. De
hecho, solo había podido ingerir líquidos en el transcurso del día. Acción para
nada favorable o de ayuda a su vejiga; quien solía empequeñecerse durante sus
estados de nerviosismo extremo y, como consecuencia, se multiplicaban sus
visitas al excusado en períodos cortos de tiempo.
Justo lo que más
necesitaba que le ocurriese hoy.
Aunque, por otra
parte, si bien no podía controlar su vejiga, sí que podía controlar el resto de
circunstancias que rodeaban a este encuentro. En ese aspecto estaba mucho mejor
preparada.
No era por presumir
pero, pocas cosas que dijese podrían sorprenderla en este encuentro; se había
preparado a conciencia ojeando algunos libros de leyes que David le había
proporcionado de manera muy amable y muy solicita.
Y en caso de que
esta primera estrategia no resultase exitosa también estaría protegida.
¿Por qué?
Porque le había
pedido a su prometido que estuviera allí con ella para proporcionarle apoyo
moral.
Obviamente no iba a
estar junto a ella durante el transcurso de toda la conversación y eso no era
debido a que fuera perfectamente capaz de defenderse y plantar cara a su
marido; pues lo era.
El problema radicaba
precisamente en que su prometido desconocía precisamente ese pequeño detalle
acerca de su estado sentimental y, como consecuencia, también desconocía que, a
no ser que deshiciera ese entuerto, su segunda boda jamás podría llevarse a
cabo.
Por este motivo y porque
no estaba muy segura de cómo o por dónde podían ir los derroteros de su
conversación o si de acabarían de manera más o menos violenta, la mejor opción
posible era pedirle que estuviera allí con ella... perfectamente escondido tras
una puerta en la estancia contigua a donde se produciría tan amistosa reunión a
la espera de que necesitase de su ayuda e intervención en algún punto de la
misma. Hecho para el cual ya habían acordado una clase y una contraseña de
emergencia.
Por quincuagésima
vez ese final de tarde miró el reloj para cerciorarse de la hora que era y de
lo lento que transcurría el tiempo cuanto más rápido quería o deseaba que algo
sucediese.
“Tranquila…” se dijo
para tranquilizarse mientras suspiraba, por muy irónico y redundante que esto
le pareciese. “No tienes nada por lo que estar preocupada porque lo has
preparado todo a conciencia” añadió. “No hay nada que escape a tu control”
concluyó y se aseguró, concentrada y absorta en sus pensamientos.
-
¿Seguro?
– le preguntó Junior situado frente a ella y mirándola con interés. Además de
que parecía que le había leído si bien no la mente, sí al menos la expresión
del rostro.
Jezabel dio un
respingo a la vez que abrió mucho los ojos debido a la sorpresa mayúscula que
le supuso encontrar allí a Edward; pues aunque lo esperaba, no lo hacía de
forma tan repentina.
De esta manera, con
tan súbita aparición, todo su plan se fue al traste y comprobó, no sin cierto
fastidio, que para nada estaba
preparada.
No estaba preparada
para su presencia allí sin ser avisada o que éste fue anunciado, lo cual le
llevaba a la segunda falta de preparación; que también podía ser considerada
una pequeña traición por parte del señor Chambers hacia su persona; ya que
nunca había permitido la entrada a nadie ajeno a la casa sin anunciárselo
primero.
Hasta ahora.
¿Sería posible que
Edward le hubiera caído en gracia con solo una visita a su propiedad?
No estaba preparada
para su presencia allí, tampoco para la traición del señor Chambers pero sobre
todo, no estaba preparada de ninguna de las maneras para su reacción al verlo
allí.
Parecía que una
parte de su mente, al igual que había hecho su mayordomo, la había abandonado y
se había posicionado de manera favorable hacia su esposo.
La realidad es que
es estaba devastadoramente atractivo vestido de etiqueta esa tarde noche. Y al
pensar en etiqueta, una parte de su mente se puso alerta y desconfió acerca del
lugar exacto hacia dónde podía ir vestido de esa manera. E incluso, sintió una
punzada de dolor, envidia y celos cuando decidió no llevarla con ella donde
quiera que fuese.
Lo irónico de la
situación para ella es que nunca había considerado como potenciales candidatos
poseedores de atractivo. Y con ello no quería decir que fuera una de esas
personas que discriminaba al resto por su aspecto físico; al contrario: era la
menos indicada para hacerlo, dado su aspecto actual. Lo que ella siempre había
imaginado debido a su color de cabello castaño y a su tez blanca era que, quien
mejor podría complementarle era un rubio de tez algo bronceada (justo como
David) y no un pelirrojo de piel aún más blanca que la suya si cabe.
Sin embargo, hay
estaban ellos para romper estadísticas. O incluso los duques de Whitecross;
Katherine y Evan McReed; una rubia y un pelirrojo, perfectamente compatibles
físicamente entre sí.
Júnior aprovechó el
momento de abstracción y abandono mental de su esposa para acercarse a ella y
darle un beso en la mejilla; sabedor de su falta de reacción por este mismo
motivo.
Efectivamente.
Solo pareció
reaccionar y salir de su ensimismamiento cuando sintió el roce de sus labios en
sus mejillas. Y una vez reubicada en la realidad retrocedió horrorizada; para
su total satisfacción por otra.
-
Mi muy
querida… - inició la segunda parte de su saludo con una reverencia.
-
¡Shhhhh!
– le interrumpió ella.
Edward ignoró esta
interrupción y volvió a repetir acción.
Carraspeó y volvió a
decir mientras enfatizada y ejecutaba una reverencia aún más pronunciada
(imitando a David).
-
Mi muy
querida… -
-
¡Shhhhh!
– volvió a interrumpirle Jezabel de manera aún más evidente. Quiso hacerlo de
manera tan evidente la necesariedad del silencio en ese momento por parte de
Júnior que, apretó la mandíbula hasta que le dolió y pequeños escupitajos de
saliva salieron despedidos de su boca hacia todas direcciones.
-
¿Se
puede saber por qué me mandas a callar? – le preguntó él ofuscado, por no decir
enfadado. – Escogí esta precisamente esta hora para no perturbar tu sueño –
añadió con ironía.
-
No
puedes decir esa palabra hoy – explicó ella.
Júnior enarcó una
ceja de desconcierto.
-
¿Qué
palabra? – preguntó, aunque no salió tono interrogativo de su boca.
-
Esposa –
susurró.
-
Lamentablemente
para ti, aunque he venido precisamente para solucionar eso hoy, aún a riesgo de
llegar tarde a una cena en la que me van a cortar el cuello por este retraso,
eres mi… - respondió.
-
¡Shhhhhh!
– dijo una tercera vez Jezabel. Y ante el disgusto evidente de Júnior, se vio
obligada a añadir entre susurros: - Está aquí y puede oírte -.
La añadidura, en
teoría explicativa y aclaratoria, no cumplió su función en ese caso porque, en
ese momento exacto, y por primera vez desde que hizo su gran aparición triunfal
(que su esposa se había perdido) Júnior estaba perdido en la conversación y la
situación.
En teoría había
alguien más allí con ellos. Y por ello, se dispuso a buscarlo girando sobre sí
mismo. Al no hallar a nadie a simple vista, su confusión y desconcierto se
incrementaron y por ello, completó la vuelta para exigirle a su esposa una
explicación algo más detallada.
-
Disculpa
pero… ¿quién dices que está aquí? – le preguntó, con mucho tono de burla no
disimulado.
-
David –
dijo, señalando la puerta.
Las ganas de
diversión de Júnior desaparecieron en el momento en que escuchó esas palabras.
Era imposible que fueran ciertas.
De ninguna manera.
Era demasiado
estúpido como para que fuera cierto.
Desconfiado e
incrédulo porque consideraba a su mujer mucho más inteligente que esa
disparatada idea que acababa de reconocerle, encaminó sus pasos de forma
silenciosa (y a esto ayudó mucho la insistencia del señor Chambers para que se
quitara las botas al entrar en la casa) aunque no por ello menos decidida,
hacia la puerta que, en teoría era la entrada y a la vez la única salida del
escondite de David. Con mucho cuidado y
delicadeza pegó su oído a la madera de la puerta y…
Escuchó un suspiro
de aburrimiento acompañado de un posterior bostezo. Acciones que confirmaban la
sinceridad de las palabras de Jezabel sin ningún género de dudas. En defensa de David debía decir que sin duda
había cumplido órdenes y mandatos de su prometida pero él, tenía un oído muy
fino y desarrollado. De hecho, entre sus amigos y conocidos incluso había quienes estaban convencido que
estaba mucho más cercano al de los animales que al de los propios seres
humanos.
De ahí, que no era
una buena idea mantener conversaciones en susurros si él estaba presente. A su
vez, esta “habilidad” también era la responsable de que se enterara en más de
una ocasión de datos innecesarios e indeseados para su persona.
Superada la
estupefacción inicial, volvió sobre sus pasos y encaró a sus pasos.
-
No te
conozco lo suficiente pero aún así me arriesgaré a pensar que eres inteligente,
así que no me queda de otra que pensar… ¿es que te has vuelto completamente
loca? – preguntó enfadado, y por eso le fue inevitable elevar el tono de voz. -
¿Es que te has vuelto completamente loca? – repitió, siseando acercándose a ella.
- ¿Cómo se te ocurre invitar a tu prometido a una conversación donde el tema
único y principal a tratar precisamente es el de tu matri…? – y ahí se detuvo
porque fue consciente de que, nuevamente estaba elevando su tono de voz. -
¿Matrimonio? – repitió, en voz baja. - ¡Un matrimonio del que no tiene ni idea!
– exclamó, mientras señalaba la puerta, y aunque habló en voz baja, tanto la
expresión de su rostro, como la modulación de su voz, manifestaban su enfado.
Jezabel agachó la
cabeza para ocultar su vergüenza y su enfado consigo misma: Edward tenía razón,
invitar a David como método de protección, había sido una completa estupidez.
Pero ya estaba hecho
y de nada servía lamentarse ya, así que por eso, decidió informarle los motivos
por los que lo había hecho.
-
Necesitaba
ayuda y protección porque no sabía muy bien cuáles iban a ser tus intenciones
conmigo esta noche – dijo, mientras tragaba saliva.
-
¿Me
tienes miedo Jezabel? – le preguntó Júnior con tono intimidatorio, incapaz de
dejar escapar una sonrisa de satisfacción por el descubrimiento.
-
¡Yo que
voy a tenerte miedo! – exclamó ella, algo incómoda por la cercanía de él.
-
¡Ah! –
exclamó cayendo en la cuenta mientras asentía. – Entonces es lo otro – añadió,
focalizándose en su expresión de confusión.
-
¿Lo otro?
– se preguntó frunciendo el entrecejo. - ¿Qué es lo otro? – quiso saber.
-
Tenías
miedo de que aprovechara nuestra soledad para intentar seducirte y consumar
nuestro matri…- inició. – Nuestra peculiar situación actual de una forma en la
cual ambos pudiéramos acordarnos de lo sucedido – explicó.
No existían palabras
para explicar el grado de indignación de Jezabel cuando escuchó las palabras de
su marido y por dentro, su mente comenzó a bullir. Incluso sentía cómo la
sangre comenzaba a calentársele. Claro que, si esperaba que la conversación
terminase ahí, estaba muy equivocado.
Sin embargo, y
aunque no hubiera habido cosa que más le hubiera gustado hacer en el mundo, no
pudo darle réplica porque Júnior volvió a hablar:
-
No sé
por qué clase de animal salvaje me has tomado pero… soy perfectamente capaz de
controlarme – explicó, con toda la serenidad del mundo. “Recientemente” añadió,
de manera mental con rotundidad. “Más o menos” concluyó, de manera mucho más
dubitativa. – Por otra parte, he de advertirte que eso que tú te imaginabas que
sucedería hoy solo ocurrirá cuando tú me lo pidas y no antes – agregó.
-
Puedes
estar tranquilo entonces, porque nunca vas a tener que realizar ese esfuerzo –
replicó ella, poniendo especial énfasis en la palabra esfuerzo.
-
Nunca es
una palabra demasiado vehemente y que indica demasiado tiempo ¿no te parece? –
le preguntó divertido. Jezabel gruñó en respuesta mientras lanzaba fuego por
los ojos. Nuevamente, se dispuso a darle réplica pero, por segunda vez en la
conversación, su marido volvió a adelantársele. – Y aunque ya sabes que eres
preciosa, lamentablemente hoy por problemas de agenda, no puedo comprometerme a
satisfacerte de ese modo – explicó, con resignación. - ¿Qué? – preguntó. - ¿No
pensarás que estas galas son única y exclusivamente para venir a verte a ti? –
preguntó, señalándose. – Confieso que, como buen marido – inició. – ¡Ups! – se
lamentó sin mucho arrepentimiento. – Confieso que así debería ser pero… mis
galas de hoy son para otra mujer – confesó.
Jezabel odió al
instante sin ser capaz de controlarse a la mujer destinataria de la atención y
las galas de las que presumía Júnior y al mismo tiempo, se horrorizó ante la
idea de que su marido pudiera estar siéndole infiel, ahora que era
perfectamente consciente de que era un hombre casado. Sin ser consciente todas
esas emociones se manifestaban su rostro y Júnior, que no perdía detalle de
ella, emitió una franca risotada.
-
Es mi
hermana – dijo, posando una mano sobre su hombro. – Tenemos cena familiar en su
casa – explicó. – No tienes por qué ponerte celosa – la tranquilizó.
-
¡Yo no
estoy celosa! – exclamó ofendida de veras y al momento por esa acusación; como
si con esa reacción, negase la evidencia de los mismos, por otra parte.
-
De
acuerdo entonces… - concedió él. – Estás enfadada porque no te invité – añadió.
– Pero no te preocupes – agregó al instante. – Ya les conocerás más adelante –
aseguró. – Al fin y al cabo, están todos ansiosos por conocerte, querida –
concluyó, pronunciando con demasiado énfasis la palabra querida.
-
Ya basta
– ordenó ella de manera tajante.
-
¿Qué
pasa, querida? – preguntó Junior, divertido, haciendo caso omiso a sus
palabras.
-
Deja de
hacer eso – le advirtió.
-
¿Hacer
qué? – preguntó Júnior fingiéndose ignorante y encogiendo los hombros.
-
De llamarme
querida – explicó ella.
-
Creía
que las palabras prohibidas aquí eran matrimonio o esposa – dijo,
desconcertado.
-
¡Shhhh!
– ordenó y le regañó ella nuevamente. – Lo siguen estando – añadió.
-
Creo que
me he perdido – confesó él.
-
No te
conozco lo suficiente pero te considero inteligente – dijo Jezabel utilizando
sus propias palabras. – Y sé que me estás mintiendo y utilizando a propósito
ese tono – volvió a advertir.
-
¿Para
qué iba a querer yo hacer eso? – preguntó él burlón e inocente.
-
¡Para
burlarte de David! – acabó estallado ella.
-
¿Para
qué iba a querer yo burlarme de él? – preguntó. – Pero ¡si es perfecto! –
exclamó.
-
Edward…
- le amenazó mordiéndose la lengua.
-
Hablo en
serio – aseguró. Jezabel no le creyó y
le miró con escepticismo. Júnior carraspeó y dijo, con tono solemne: - Tu
prometido David es tan perfecto que hasta yo siento deseos de casarme con él -.
Acto seguido, incapaz de seguir la farsa
por más tiempo, rompió a reír a carcajadas, confirmando a Jezabel con esa
acción que tenía razón y despejando
también, las dudas que a ésta le habían surgido acerca de su comportamiento y
actitud para con ella. – Y hablando de bodas… ¿qué te parece si hablamos de la
nuestra? – preguntó, con repentina urgencia, tras mirar el reloj y maldecir por
lo tarde que era.
-
Shhhh –
volvió a reprenderle ella.
-
¡Deja de
mandarme callar que no te estoy diciendo que la celebremos! – exclamó,
ofuscado. – Vengo a proponerte de hecho todo lo contrario – añadió, enigmático.
-
¿Cómo? –
preguntó ella confusa.
-
¡Vaya! –
exclamó él, fingiendo sorpresa. – Parece que no solo soy el que aporta economía
y las propiedades al matrimonio – dijo, mientras admiraba su casa y comprobaba
la solidez de sus muros. – También aporto inteligencia – añadió, mordaz. Sin
embargo, cuando vio la cara de pocos amigos que Jezabel tenía ese momento,
cambió de tema: - Te propongo un trato – anunció.
-
Un trato
– repitió Jezabel de manera automática.
-
Si un trato – dijo Júnior mientras asentía.
-
Un trato – volvió a decir Jezabel mientras
asentía de forma casi imperceptible.
-
Un
tratado, convenio o contrato entre estados o gobiernos e incluso en ferias de
ganados – explicó Júnior. Su esposa le miró con la ceja enarcada y
desconcertada. - Es la definición de trato – explicó él. - ¿Estás segura de que
sabes lo que es? – preguntó, cauteloso.
-
He
sabido de sobra lo que es un trato desde la primera vez que lo has mencionado –
farfulló ella, ofendida porque la considerase una estúpida. - Lo que quiero es
que me lo expliques de inmediato – ordenó.
-
Desde
luego sí que sabes cómo quitarle la magia al momento – dijo, con horror apenas
disimulado. - ¡Había preparado un discurso incluso! – protestó. – Y te
recuerdo que aquí el único que tiene
prisa porque llega tarde a una cena familiar soy yo, querida – concluyó. Y solo
cuando terminó de pronunciar la última palabra de su frase se dio cuenta del
error que había cometido y por ello, decidió enmendarlo agregando una de sus
sonrisas más encantadoras. Sonrisa que, en esta ocasión no le resultó cómo
esperaba y acabó pareciéndose más a una mueca compungida de dolor que a una
sonrisa encantadora real.
-
¿Qué
quieres? – preguntó ella, tajante y borde.
-
¿Ansiosa
por mí Jezi? – preguntó él, nuevamente burlón.
-
¡Oh
sí! - exclamó. – ¡Desespero por ti! –
añadió. Y aunque intentó que sonase de la misma manera irónica que la primera
exclamación, fui incapaz de hacerlo y, de forma inesperada, la situación y la
conversación dio un giro inesperado e incómodo para ambas partes.- Al grano Edward
– gruñó, antes de cruzarse de brazos a la espera de más información.
-
Los dos
queremos la disolución de este matrimonio – estableció. Y solo tras comprobar y
observar que Jezabel, sorprendentemente no iba a darle réplica, continuó: -
Bien, tras mucho devanarme los sesos he decidido que, si quieres que elimine
por completo cualquier rastro o retazo de nuestra unión nupcial deberás darme a
cambio una parte de aquello que más estoy perdiendo desde que te conozco –
explicó.
El primer
pensamiento de Jezabel, y eso que no se consideraba una persona codiciosa o
materialista, fue en el dinero. Claro que, su razonamiento, por otra parte no
era descabellado ya que, desde hacía ocho años, ella había empleado en su
nombre una buena suma de dinero en la decoración de la casa y en su propio
abastecimiento. Hubiera dicho o pensado en la casa, sino hubiera sido porque
mencionó las palabras una parte y era una absoluta y soberana tontería que le
exigiese una parte de la casa cuando también podía quedársela entera.
-
Tu tiempo
– añadió Júnior, observando la confusión en el rostro de Jezabel. Y disfrutando
con antelación del gesto que ella iba a poner al escuchar esas palabras.
-
¿Mi
tiempo? – ladró ella. E inmediatamente después se arrepintió de su pronto y se
tapó las manos con la boca. - ¿Qué quieres decir con eso? – añadió.
-
Precisamente
eso – explicó él. – A cambio de la disolución por siempre de nuestro
matrimonio, lo único que pido a cambio es que pases cierto tiempo conmigo –
añadió.
-
¿Cuánto
tiempo? – preguntó ella, recelosa.
-
Un mes –
respondió. Poco tiempo fue el que Jezabel sopesó las opciones y, presta comenzó
a asentir. Pero justo cuando iba a terminar de confesárselo de manera oral,
Júnior levantó el dedo índice y agregó: - ¡Ah! – exclamó. – Olvidé mencionar
que sería viviendo juntos bajo este mismo techo – concluyó, con una sonrisa de
anticipación ante su reacción.
-
Bromeas
– estableció ella, muy serena, para total desolación de Júnior; quien esperaba
una explosión de carácter y palabras malsonantes.
-
En
absoluto – dijo él, mientras negaba con la cabeza de manera pausada.
-
Pero,
pero, pero… - comenzó a tartamudear por el nerviosismo. Suspiró, y algo más
serena, añadió: - Puedes pedirme dinero, la casa o cualquier otra cosa que se
te antoje ¿por qué precisamente quieres esto? – preguntó.
-
Porque,
tal y como tú has dicho, esto es lo que se me ha antojado – respondió él de
manera simple. – En realidad, es que soy un envidioso – explicó, pasado un
instante que a Jezabel se le hizo eterno. – Veo a diario, la convivencia y
dicha conyugal de mis hermanos y, paradójicamente yo, que soy el que más tiempo
casado de todos ellos, no he pasado ni un solo día compartido que recuerde con
mi esposa, así que ahora que tengo la oportunidad, no pienso desaprovecharla –
añadió.
-
Será si
yo acepto – puntualizó ella.
-
Sé
sincera Jezabel… ¿estás segura de que no quieres disfrutar de mi grata compañía
y de nuestra mutua dicha conyugal por tan corto período de tiempo? – le
preguntó.
-
¿Sinceramente?
– preguntó con acritud. – No – respondió.
-
Tus
palabras me duelen sobremanera – dijo, llevándose la mano al pecho, con
excesiva teatralidad. – Vamos… ¿no tienes ni una pizca de interés? – le
preguntó de nuevo.
-
No –
masculló ella.
-
¿Ni
siquiera aunque eso significa que puedas quedártelo todo después? – volvió a preguntar,
sonriendo nuevamente porque sabía que, esas palabras, la dejarían completamente
descolocada.
-
¿Cómo
todo? – preguntó frunciendo el entrecejo.
-
Todo –
repitió él. – La casa será entera para ti y tanto tú, tu futuro marido y tu
prole la disfrutaréis por generaciones – aseguró.
-
Pero… -
inició ella.
-
¿Pero? –
peguntó sin entender.
-
Seguro
que hay algo a cambio de tan desventajoso trato – explicó ella. - ¿qué ganas tú
a cambio? – quiso saber.
-
Información
para un experimento – respondió él. Y en el mismo momento en que vio la
reacción de Jezabel a sus palabras, se arrepintió de haberlas escogido. -¡No te
estoy llamando experimento ni nada por el estilo! – exclamó. – Así que no te
enfades – pidió. – Lo que yo gano a cambio
con esta experiencia es conocimiento porque si, sobrevivo y salgo indemne de
esta convivencia contigo quien, pese a que eres mi esposa, eres una completa
desconocida, creo que seré capaz y estaré preparado para repetir experiencia y
compartir convivencia y vida con otra señorita - explicó.
-
Con
esto… ¿estás queriendo decirme qué…?- preguntó, insegura.
-
Que
necesito práctica y entrenamiento para convivir en pareja antes de casarme - -
informó él. “Y para demostrarme a mí mismo que puedo superar la tentación y que
corro un riesgo menor de recaída” añadió mentalmente. – No es por presionarte
querida… - dijo, dándole palmaditas de condescendía en el hombro. – Pero… todo
depende de ti – concluyó.
-
¿Es que
te casas? – rugió ella, incapaz de refrenarse y horrorizada ante la posibilidad
de que Edward se casara con otra mujer.
-
¿Qué
pasa? – preguntó él, pareciendo estar enfadado. - ¿Es que solo tú puedes
contraer nupcias? – añadió.
-
¡No! –
exclamó ella.
-
¿No qué?
– preguntó divertido al ver su confusión. - ¿No lo sabías? – le preguntó él, sorprendido
en grado sumo. - ¿Hace cuánto que no lees una columna de Christina Thousand
Eyes? – añadió interesado en conocer esta respuesta en particular de su ronda
de preguntas. – Porque fue ella la que informó a todas las señoritas solteras
de mi intención de casarme, incluso antes de que las tuviera realmente –
añadió.
-
No me
parece una buena idea… - se inventó, respondiendo sobre la marcha.
-
Al menos
la mujer a la que elija por esposa sabrá desde el principio cuáles serán mis
intenciones con ella y eso ya es mucho más que lo que nuestro querido y
perfecto David hizo contigo – respondió, enfadado.
-
¡Dios
mío David! – murmuró. - ¡No puedo aceptar tu trato! – exclamó. Y ante la
incomprensión de él, agregó: - ¿Qué dirá David? – preguntó, con horror.
-
Yo creo
que no debes preocuparte por el divino y perfecto David – dijo con ironía. – En
cuanto sepa cuál es el trato que te ofrezco será él mismo quien nos encierra
con llave bajo el mismo techo – añadió, granjeándose una mirada de furia por
estas palabras.
-
No puedo
aceptar tu trato – dijo de nuevo.
-
Mi
chollo querrás decir – le corrigió él.
-
¿Qué
dirán mi madre y mis hermanas si se enteran de esto? – preguntó ella.
-
¡Ah! –
exclamó él, cayendo en la cuenta. – Mi suegra… - añadió para sí, aunque en voz
alta. – ¿Hablamos de esa misma madre que te menospreciaba y se metía contigo? –
preguntó, nuevamente enfadado y, en consecuencia, elevando el tono de voz. - Algún
día me gustaría conocerla – concluyó, focalizándose en ella, quien negó con la
cabeza encarecidamente esta posibilidad.
-
Ya no es
así – puntualizó ella. Él la miró dudando acerca de esa posibilidad porque
sabía por experiencia propia que las personas no cambiaban así por así de un
día para otro sin un buen motivo para ello. – Admito que nuestra relación madre
e hija no es la mejor del mundo pero… está mucho más tranquila y confía en mí
mucho más desde que estoy comprometida con David – explicó. – Tanto es así, que
se ha ido a la campiña a pasar un tiempo junto a mis hermanas y me ha dejado a
mí al cargo de todo lo relacionado con lo del enlace – concluyó, satisfecha y
optimista consigo misma por este hecho.
-
Alto –
dijo Júnior. - ¿Has dicho que tu madre está fuera del entorno londinense ahora
mismo? – preguntó. Jezabel asintió. – Entonces no tienes de qué preocuparte en
este sentido y puedes vivir conmigo un mes sin temer a represalias por su parte
– añadió.
-
¿Te has
vuelto loco? – le preguntó ella. – Habladurías y rumores malintencionados son
los que más rápido viajan – explicó. – Y en cuanto escuchase el primero de
ellos, tomaría la primera diligencia y se presentaría en mi puerta exigiendo
explicaciones ¿Qué pasaría entonces eh? – le preguntó, encarándose con él.
-
Pues que
por fin conocería a parte de mi encantadora familia política – respondió él,
nuevamente irónico. – Y ¿qué si viene? – le preguntó, encogiéndose de hombros.
– Puedo volver a presentarme como el abogado de la familia Harper – sugirió.
-
A mamá
no le gustan los abogados – confesó ella apesadumbrada.
-
¡Tanto
mejor! – exclamó, disfrutando ante la perspectiva de posibilidad de encuentro
con su suegra; un encuentro en el cual él no sería demasiado agradable, por
otra parte.
-
¿No te
preocupa lo que pueda pensar de ti? –
preguntó ella, asombrada e incrédula.
-
En
absoluto – reconoció él. – Seguro que cuando le cuente los motivos por los
cuales estoy compartiendo casa contigo pensará que soy un perfecto hijo de puta
sin sentimientos al que solo le importa su trabajo y no tiene en cuenta las
circunstancias personales o los sentimientos de aquellas personas con las que
se enfrenta porque soy un maldito egoísta que solo pienso en el dinero que
cobraré cuando mi caso termine y con el cual me estoy comprando un billete
directo al infierno – añadió, aunque casi podría decirse que recitó. Jezabel le
miró boquiabierta e incluso, quedó tan afectada que hubo de retroceder varios
pasos para mirarle desde otra perspectiva.
Tenía razón; salvo con la única excepción de que su madre nunca
utilizaba palabrotas, el resto de su discurso bien podría haber salido de su
boca. – No es la primera vez que oigo eso acerca de los abogados – explicó,
recordando la única ocasión en la que lo había escuchado; y que para más inri,
había ido dedicado a su hermano Henry, quien no era precisamente egoísta. – Y
no te preocupes por mí, seré tan bueno y convincente en mi papel que hasta tú,
a quien en ocasiones no caigo precisamente bien te preguntarás por qué no acabé
siendo parte del elenco de una compañía teatral – aseguró. - ¿Y bien? –
preguntó pasados unos instantes. - ¿Hay trato? – quiso saber, ofreciéndole su
mano como gesto para sellarlo.
-
No puedo
– respondió ella por tercera vez.
-
Joder… -
maldijo entre dientes y con impaciencia al mirar lo tarde que era ya y se
recriminaba ser tan estúpido al pensar que la convencería fácilmente. - Antes
no protestabas tanto – le echó en cara. - ¿Se puede saber por qué ahora no
puedes? – preguntó, resoplando para no gritar.
-
¡Porque
me pides un mes de mi tiempo! – exclamó ella, olvidándose de su prometido
oculto.
-
¿Y? –
preguntó él, sin entender.
-
¿Tienes
alguna idea de la fecha exacta en la que me caso? – le preguntó ella, aunque
sabía que era una pérdida de tiempo el hacerlo porque, seguramente habría
mirado la invitación de boda que David le dio y en ese pequeño trozo de papel
aparecía la información con todo lujo de detalles. Para su total sorpresa,
Júnior negó con la cabeza. En otras palabras, había hecho lo que, por otra parte
harían los nobles: se había guardado la invitación de boda sin ni siquiera
echarle un vistazo y al llegar a su casa se la habría dado al mayordomo; quien
sería el encargado de recordarle la fecha del mismo y de sugerirle que
confirmase o no la asistencia. Estaba furiosa y, ¿por qué no decirlo? Algo
humillada. – Es en mes y medio – dijo, y en su rostro manifestó todo su enfado
contra él.
-
¿Y a qué
vienen tantos impedimentos entonces? – quiso saber él. – Te viene como anillo
al dedo – añadió. – Y nunca mejor dicho – le dijo guiñándole un ojo con gesto
pícaro. - Terminamos nuestro arreglo y
te quedan dos semanas libres completas para
organizarlo todo – le explicó su plan. -
O… ¿es que no eres capaz de hacerlo? – le preguntó para picarla.
-
¡Por
supuesto que sí! – exclamó ella, obviamente picada ante el reto lanzado por
Júnior con sus palabras. Además de que por otra parte era cierto.
-
Entonces
no tienes motivos para decir que no a lo que te estoy proponiendo – estableció él.
– Pero por si te queda alguna duda o mínimo resquicio al que agarrarte para
decirme que no, te informaré de que, aunque pienses todo lo contrario sobre mí,
soy una buena persona para compartir vivienda porque no te voy a mantener ocupada
las veinticuatro horas del día pendiente de mí, así que durante ese mes podrás
seguir haciendo tus cosas de novia, sean cuales sean y yo podré continuar
realizando mis asuntos – explicó.
Jezabel quiso
preguntarle acerca de cuáles eran esos asuntos que le mantendrían ocupado
porque, sí que había leído las columnas de Christina Thousand Eyes (otra cosa
bien distinta era que hubiera prestado más o menos atención a las intenciones
nupciales del benjamín de los Harper) y en ellas, la columnista no era
precisamente amable con él. Es más, vago, aprovechado y ocioso solían ser los
adjetivos que más a menudo utilizaba para describirle.
Sin embargo, sus
intentos se vieron frustrados de raíz cuando Júnior se puso en pie de manera
repentina y anunció sus intenciones de marcharse porque era terriblemente tarde.
Así como Jezabel, no era la única persona frustrada en esa habitación; él
también lo estaba porque había pensado que todo sería muy sencillo y que no
pasaría mucho tiempo intentando convencer a su esposa para que aceptase el
ventajoso trato que le proponía. En su lugar, no solo no había sucedido nada
como lo había supuesto, sino que además de haber desperdiciado un tiempo
precioso con su palabrería inútil, no había conseguido el objetivo por el cual
había decidido desviarse en su trayecto hacia Savile Row; la residencia de los
Appleton y lugar donde vivía su única hermana.
Con todo, y pese a
que gran parte de la culpa era suya por haber salido de casa con retraso del hogar
familiar, no iba a pasar más tiempo intentando convencerla de que el trato era
lo mejor para ambos. Estaba exhausto mentalmente y se le habían acabado las
excusas y recursos a utilizar así que, se marchaba. Por otra parte, tampoco
quería presionarla o forzarla demasiado para que aceptase su propuesta si no
estaba completamente convencida de ello. Por eso, era mejor marcharse y dejarla
a solas con sus pensamientos (aunque eso no era completamente cierto en este
caso dado que el prometido perfecto y oculto David se encontraba tras alguna de
esas puertas).
Además, no sabía por
qué, pero su intención le decía que había sembrado la sombra de la duda en ella
de manera muy profunda y por tanto, todas esas negativas repetidas y excusas no
hacían más que ocultar sus verdaderas ganas de aceptar la proposición. Bien,
otro motivo para marcharse. Utilizando un símil militar; Una retirada a tiempo
era una victoria y él en este caso, así creía que lo sería.
-
¿Es que
te vas? – preguntó ella, desesperada. Sabía que era una pregunta estúida porque
Edward encaminaba ya sus pasos hacia la puerta pero… aún así, fueron las
palabras que salieron de su boca. Sin embargo, no era eso lo que le
abochornaba, lo que era peor para los dos es que ambos habían sido
perfectamente consciente del tono de desesperación que tenía su voz. – Parecía…
parecía… - tartamudeó. – Creía que estabas muy interesado en conocer la
respuesta hoy – añadió, inventándose las palabras sobre la marcha.
-
Y así es
– reconocío. – Pero creo que en este caso, eres tú la más interesada en la toma
de decisión ya que, al fin y al cabo, mi matrimonio puede retrasarse algún
tiempo más, al contrario que el de otros… - dejó caer, aunque las palabras iban
específica y clarísimamente dedicadas a ella. - No puedo permitirme el lujo de
esperarte toda la vida para conocer la respuesta, así que lo mejor será que me
vaya y, cuando hayáis sopesado las opciones me deis una respuesta – añadió,
abriendo la puerta y saliendo de la habitación. No obstante, pasado un
instante, regresó sobre sus pasos, entró de nuevo en la habitación y apostilló:
- Os aconsejo que os deis premura mi querida dama porque, como bien habéis
dicho tan solo tenéis un mes y medio hasta vuestra boda y yo creo que a nadie
le gustará saber el día de la ceremonia que habéis contraído matrimonio antes y
de que por tanto, el nuevo es inviable de realiza ¿no os parece? – preguntó,
sonriendo con malicia antes de dejar a una Jezabel aterrorizada por su devenir
y sola en el lugar.
Pero, ese no fue el
último intento infructuoso de Júnior por abandonar porque en esa segunda ocasión,
fue David quien se lo impidió. Un David que apareció de manera repentina justo
frente a él y que fue el causante de que realizase una acción que no realizaba
en mucho tiempo: gritar del susto.
Fue tan potente su
grito (quizá debido al tiempo transcurrido) que, contagió su miedo a Jezabel;
quien corrió muy asustada hasta el lugar de dónde provenía el mismo y cuando
llegó al mismo (el pasillo) detuvo su carrera de forma brusca y precipitada; no
solo porque había alcanzado su lugar de destino sino porque, la propia escena
que estaba presenciando en ese momento provocó que su propio miedo alcanzase
cotas insospechadas y que quedase paralizada a una distancia prudencial
-
¡Joder! –
exclamó Júnior asustado dando un brinco mientras intentaba volver a respirar
con tranquilidad y normalidad.- ¡David! – añadió, enfadado; aunque, cuando vio
la expresión en su rostro (nada agradable), decidió añadir una sonrisa de
circunstancias.
-
Hola
Proud – le saludo él. – Amigo – añadió, aunque esta última palabra la pronunció
con evidente desgana y asco.
-
¿Qué
pasa amigo? – le preguntó él a modo de saludo cortés y utilizando esa palabra
que tanto le gustaba usar a él de coletilla para volver a ganarse su confianza
y amistad.
-
Quiero
que sepáis que aunque lo habéis intentado – dijo, y en ese momento, Junior se
dio cuenta de la presencia de Jezabel en la situación, pues hasta entonces, su
grado de susto había sido tal que no se había ubicado por completo. – No he
podido evitar parte de la conversación que habéis mantenido – añadió y confesó.
Jezabel creyó morir
en ese instante al menos de tres causas distintas: vergüenza por saberse
descubierta y por no saber controlar su tono de voz, arrepentimiento (si es que
realmente se podía morir de ese sentimiento) por no haber sido total y
completamente sincera con David cuando tuvo la oportunidad. Y sobre todo, creyó
morir de miedo ante la reacción de David al conocer sus nuevas y especiales
circunstancias.
“Adiós boda, hola
señora Harper de por vida” pensó, con lamentación.
Júnior quiso
confortar a Jezabel cando vio el caudal de sentimientos que se reflejó en su
rostro pero, al instante lo desechó. Es más, de hecho creyó que eso iba a
venirles bien a ambos porque dependiendo de la reacción que tuviera, así
despertaría y vería con sus ojos el tipo real de persona que David era. O
incluso, si reaccionaba de manera positiva, él podría su propia opinión e
incluso, podría ayudarle a convencer a Jezabel a que hiciera lo correcta.
-
Solo
tengo una cosa que decir al respecto – anunció, cruzándose de brazos y
mirándolos con gesto severo.
Jezabel agachó la
cabeza y cerró los ojos (o mejor dicho, los apretó) para no ver el desastre que
se avecinaba. Junior por el contrario, aguantó su mirada y esperó con
impaciencia a escuchar qué era lo que David tenía que decir al respecto.
Un David que
sorprendió a propios y extraños cuando, en vez de mostrarse solícito y feliz
con la noticia del trato; lo cual significaría que estaba de parte de Júnior en
la situación o, estallar de furia y comenzar a soltar gritos e improperios como
un poseso endemoniado (lo cual confirmaría las sospechas de Jezabel) lo que
hizo fue arrodillarse y tomar las manos de Júnior. Un Júnior quien,
desconcertado en grado sumo por esta acción, retrocedió dando un pequeño salto
e intentó zafarse del agarre de David; cosa que le fue imposible.
Jezabel no quería
mirar la escena que estaría sucediendo ante sus ojos, aunque por otra parte se
estaba muriendo de ganas de hacerlo. Así de fuerte se mantuvo al menos, hasta
que escuchó decir a su prometido la palabra gracias. En ese momento sí que se
permitió mirar hacia lo que estaba sucediendo y ante sus ojos vio que estaba
sucediendo una escena bastante hilarante e inesperada; la cual sin duda, jamás
se hubiera imaginado que sucedería.
-
¿Gracias?
– preguntó Júnior, incapaz de creerse que acabara de escuchar esa palabra y
mientras maldecía por lo bajo su incapacidad para soltarse de David; quien era
más fuerte de lo que parecía.
-
Gracias –
repitió él, apretando aún más sus manos.
-
¿Por
qué? – gritó Júnior y exigió saber.
-
Por
sacar la cara por Jezabel frente a los Harper hasta el punto de conseguir un
trato tremendamente fácil y ventajoso para ella si quisiera hacerse con la
propiedad de la casa – explicó.
El color volvió a
los rostros de los miembros del matrimonio quienes respiraron de manera honda y
sonora y suspiraron de la misma manera al unísono. Era cierto que David había
escuchado parte de su conversación, pero no había captado la más importante por
lo que, de momento, su secreto estaba a salvo y si, Jezabel aceptaba, el trato
podía llevarse a cabo sin levantar sospechas.
-
Gracias –
volvió a decir David besándole en esta segunda ocasión ambas manos.
-
Mi
querida Jezabel… ¿me lo parece a mí o tu prometido me está rindiendo vasallaje?
– le preguntó Júnior conteniendo las ganas de reír, bien fuera por la comicidad
de la situación, por la incredulidad de que ese hecho estuviera pasándole a él
o por causa de su nerviosismo contenido.
Jezabel miró
alternativamente al menos cinco veces la sonrisa y la cara de su marido y la
posición de su prometido en esta situación antes de maldecir para sí.
Con esta situación,
no le quedaba de otra que aceptar el trato que Edward le había propuesto, ahora
con más razón y motivo si cabe, ya que David sabía de su existencia.
Era una mala idea.
Era una pésima idea.
E iba a arrepentirse
si aceptaba durante toda su vida.
Y esas frases
precisamente fueron las que no dejaron de resonar en su mente (y a las cuales
hizo caso omiso) mientras se escuchaba a sí misma, aceptando tan diabólica
propuesta
hoy voy a ser breve y no te llamo mala porque tu misma anunciaste que era transitorio pero:
ResponderEliminarQUE GANAS TENGO QUE ESTOS DOS CONVIVAN JUNTOS Y REVUELTOS PORQUE CREO QUE ME VOY A MEAR DE LA RISA VIENDO O LEYENDO COMO LES VA EN LA CONVIVENCIA DE ESTOS DOS PORQUE VA A SER EXPLOSIVA YA QUE LOS CELOS Y LA TENSION SE VE QUE NO VEAS Y MIRA QUE ERA DE TRANSICION PERO LOS FUEGOS ARTIFICIALES Y LA PIROTECNIA HA SALTADO POR TODAS PARTES
Y DAVID ES GENIAL ME MEO CON ESE HOMBRE
HE DICHO POR EL MOMENTO