Londres.
Siglo XIX.
Misterio.
¿Qué mas se le puede pedir con estos ingredientes?
¡Pues una novela con muy buena pinta!
Mi pequeño espacio cibernético/internáutico donde colgaré y volcaré todo lo que ronda por mi sobrecargada y excesivamente creativa cabeza cargada de ideas pero bastante centrada en la romántica de la Regencia...
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- Por amor al arte (Patrice Storm y Andrew Worthing)
miércoles, 12 de diciembre de 2012
martes, 4 de diciembre de 2012
AURORA
Eran las siete de la mañana del
cinco de septiembre de 1820 y por tanto, aún no había amanecido. Lo cual
significaba que la inmensa mayoría de las personas estaban durmiendo todavía,
aunque también era cierto que una buena parte de la población londinense (la
que tenía que trabajar) se despertaría dentro de muy poco tiempo.
No obstante, ése no era el caso
de William Crawford; quien dormía plácidamente dando suaves ronquidos en
intervalos temporales bastante grandes.
Y ese tampoco era el caso de su
Penélope Crawford; su esposa, quien desde que había contraído matrimonio con el
duque de Silversword, había adquirido el “mal” hábito de no madrugar y
remolonear en la cama hasta por lo menos las nueve de la mañana y por tanto,
como aún no era su hora de despertarse, dormía casi tan profundamente como su
marido.
De hecho, deberían estar
durmiendo abrazados, como venían haciéndolo habitualmente desde que se casaron.
No obstante, dadas las circunstancias especiales en las que la duquesa se
encontraba, no era mejor idea del mundo.
Circunstancias especiales que no
eran otras que un nuevo embarazo. Puntualizando y siendo más concreto, un
avanzadísimo estado de gestación. Tan avanzado como que estaba de nueve meses.
Circunstancias que además eran un
añadido en opinión de William para que su esposa permaneciese más tiempo en la
cama y descansase el mayor tiempo posible.
Orden que él mismo se encargaba
de que cumpliese sin rechistar debido a los recuerdos de su parto anterior (y
que era el único motivo y tema de sus pesadillas).
De ahí que no se tomase demasiado
bien ni reaccionase con excesivo entusiasmo cuando su esposa le comunicó la
noticia de que iban a ser padres nuevamente: tenía pánico de que la situación
se repitiese y Penélope se reencontrase a las puertas de la muerte por un parto
difícil.
Sin embargo, la futura mamá tenía
la impresión de que esta vez iba a ser diferente. De hecho, había bastantes
indicios e indicadores de que así sería:
-
Para empezar, al contrario que la vez anterior,
esta vez si que sabía cuál iba a ser el sexo del bebé: una niña.
Así se lo confirmó primero la
germinación del trigo antes que la cebada cuando compró las semillas
pertinentes y lo reafirmaron el resto de métodos que utilizó en su embarazo
anterior y que le habían resultado fallidos (claro que la vez anterior esperaba
gemelos, de ahí la falta de resultados o las respuestas contradictorias).
-
Otro indicador de que sería diferente fue el
absolutamente horrible primer trimestre de embarazo que había sufrido, con
náuseas, mareos y pequeñas bajadas de azúcar casi a diario (ausentes en el
primero) y que le impedían abandonar su casa durante la primera mitad del día;
corrigiendo los artículos de Christina en el hogar familiar y usurpando sin
ningún tipo de reparo el despacho de su marido.
-
Y por último, el tercer indicador diferencial
entre uno y otro fue el apetito voraz que se le había despertado, con el cual
había entrado en una especie de círculo vicioso durante los tres primeros meses
de embarazo puesto que a más vomitaba, más ganas de comer e ingerir nuevos
alimentos tenía.
Motivo por el cual esta vez no
quiso conocer el número total de libras que había ganado con este nuevo
embarazo y que servía a su vez como otras de las diferencias comparativas con
el embarazo anterior.
Por todo ello, la futura mamá
sabía que este embarazo iba a ser diferente y su parto de iba a desarrollar sin
problemas. Estaba casi segura al cien por cien.
De hecho, no había refutado su
presentimiento porque no tenía pruebas científicas lo suficiente poderosas en
lo que ha credibilidad y refutación se refería; ya que sino, lo hubiera hecho.
La hasta entonces completamente
dormida Penélope se despertó repentinamente en cuanto notó un pinchazo por la
zona de la vejiga y sintió una imperiosa y repentina necesidad de ir al baño.
Necesidad que era otra de las desventajas
de estar embarazada: que se pasaba la mitad del día yendo al baño; sobre todo
en los dos últimos meses, pues creía y se veía incapaz de controlar sus
esfínteres miccionales diarios.
Por este motivo se levantó de la
cama suavemente para no despertar a William (alarmista en exceso) y muy
despacio ya que era tal el tamaño de su barriga que su velocidad de movimientos
y reacciones había disminuido considerablemente.
Misma barrgiga contenedora de su
hija a la que le habló entre susurros para que su marido no notase la
diferencia de grosor (aumentado) del colchón en cuanto hubiese abandonado la
cama matrimonial.
Por suerte o lo hizo y, de puntillas se dirigió al cuarto de
baño…
William se despertó en cuanto fue lo suficientemente
consciente (dentro de su estado medio
somnoliento) de la conjunción de dos factores de miedo y alarma:
-
El primero de ellos fue cuando fue a tocar la
espalda de Penélope para sentir el contacto de su esposa junto a él y
recordarle con este simple y nimio gesto que debía permanecer en la cama puesto
que aún no había amanecido (así lo confirmaba que no había comenzado a entrar
la luz por la ventana).
Contacto que, por otra parte era
el único seguro y recomendado por el doctor y permitido por la susodicha;
especialmente sensible en cuanto al tema del contacto físico matrimonial y
rotundamente negada a dormir abrazados ya que así el sería plenamente
consciente de la dimensión total y real de su tripa.
Y eso era lo único que ella no quería que conociese, pues ya
bastante acomplejada por ello estaba ya ella por los dos.
-
Y el segundo se produjo cuando agarró las
sábanas para arroparse (ya que no había sido consciente de que estaba
desarropado hasta la cintura hasta que sintió una ráfaga de aire que hizo que
el vello de sus brazos y su pecho de pusiese de punta (unos más evidentes que
otros) y sintió una mancha de líquido muy reciente en ella.
El primer pensamiento que se le
vino a la cabeza fue que sus hijos habían vuelto a hacerles una visita nocturna
silenciosa para dejarles ese “recuerdo” y “regalito” en la cama de sus padres
para hacerles patente que estaban aprendiendo a desenvolverse a vivir sin
compresas, pero que no les había dado tiempo a llegar al orinal de su baño.
Aunque también cabía la
posibilidad bastante real de que lo hubieran hecho a propósito, ya que si por
algo se caracterizaba el carácter y comportamiento de los pequeños gemelos
Crawford era por no ser nada angelical.
Sin embargo, hoy le dio el
presentimiento de que no había sido por eso, así que se levantó de la cama, se
puso una bata (porque dormía desnudo todo el año) y se dirigió al cuarto de
baño, bostezando y restregándose los ojos durante todo el camino.
Sus sospechas se confirmaron
cuando comenzó a ver las primeras y pequeñas gotas de sangre justo en la entrada
del habitáculo y cómo esas gotas incrementaban su tamaño y se convertían en un
reguero al entrar en él.
“No” pensó angustiado. “Otra vez no” se repitió.
- ¡Penélope! –
gritó angustiado mientras miraba alternativamente y de forma bastante rápida a
todos lados (aunque por ello sin centrar la vista el tiempo suficiente en
ningún lugar en particular) sin verla. - ¡Penél…! – volvió a gritar.
- ¡Shhh! –
ordenó ella de manera muy suave.
Y entonces la vio.
Dentro de la bañera.
Con el camisón lleno de sangre en la zona de su bajo
vientre.
Camisón cortado de manera brusca
y artesanal pasando de su largo habitual hasta entonces por los tobillos a por
debajo de las rodillas y lo que era más
importante…
Con un bebé en sus brazos completamente limpio.
-
Enhorabuena señor Crawford, acaba de ser papá
nuevamente – le dijo sonriente y dándole un beso en la cabeza a la pequeña
entre sus brazos.
William intentó de todas las maneras posibles que el impacto
de esta noticia no se le notase o, que se notase lo menos posible, pero fue en
vano, ya que en cuanto vio cómo la niña miraba en su dirección comenzó a
señalarlas temblando primero la parte superior de su cuerpo como una de las
gelatinas que tanto le gustaban de postre y después, temblor extendido al resto
del cuerpo.
Temblor que provocó que las piernas le flaqueasen y que
cayese de culo justo sobre el charco de sangre más grande que había en el suelo
del cuarto de baño.
-
William ¿estás bien? – le preguntó Penélope
preocupada. Asintió imperceptiblemente y a duras penas. – Estás blanco y parece
que en cualquier momento te marearás o expulsarás toda la bilis que contiene tu
estómago, ya que al ser las horas que son, no creo que haya mucho más que agua
dentro de él – añadió.
De un respingo, William se acercó hasta la bañera:
-¿Es mía? – preguntó maravillado.
- Creo que sí
– respondió asintiendo.
- ¿Está bien?
– preguntó.
Penélope asintió.
-
¿Y tú? – preguntó él, observando su rostro
atentamente. - ¿Estás bien? – le preguntó. Sin embargo, no le dio ni tiempo ni
opción a responderle ya que de forma compulsiva y nerviosa comenzó a palparle
todo el cuerpo, a tocarle la frente mientras hacía lo propio con la suya para
cerciorarse de que su temperatura corporal era la correcta y adecuada y sobre
todo, lo que le causó más reparo y vergüenza a la recién estrenada por segunda
vez en la maternidad, para mirarle exhaustivamente la zona de su cuerpo de
donde acababa de salir su segunda hija, tercera en el cómputo global.
Acción para la cual tuvo que
ponerse en pie, permitiendo que ella viera su enorme mancha roja en el trasero
y se echara a reír suavemente.
Cuando William escuchó reírse a
Penélope, se giró de forma instantánea con la ceja enarcada y lanzándole con
este gesto la pregunta mental que se estaba formulando:
-
Señor duque, está usted todo manchado de sangre
en la zona del culo – explicó ella aguantando la risa. William seguía sin
entender el motivo de risa de su mujer. – Parece que acabaran de reventarle
todas las hemorroides de su cuerpo – añadió, echándose a reír aunque la
situación fuese realmente asquerosa si a alguien le daba por imaginar.
Hecho que había realizado
precisamente William (y por tanto, no le parecía gracioso en absoluto) pero al
final, la risa de su mujer acabó contagiándole y él hizo lo mismo.
-
Señora Crawford, al menos mi mancha es de sangre
que no es mía y no estoy tan sucio como usted, que ni se sabe de qué es
exactamente de lo que se ha manchado de tanta mierda como lleva encima – le respondió.
Ambos se echaron a reír a
carcajadas (sobre todo porque cuando William cayó cerró la puerta del cuarto de
baño y eso atenuaba bastante el posible ruido y revuelo que pudieran haber causado a esas horas)
-
Estás perfectamente bien – dijo William
maravillado mirando a su esposa lleno de amor y agradeciendo mentalmente que
todo se hubiese desarrollado bien y sin ningún tipo de percance o circunstancia
desfavorable en esta ocasión.
-
Ya te dije que era una chica fuerte – le respondió
ella con una sonrisa de autosuficiencia.
-
Ahora te creo – dijo, besándola en los labios.
-
Will… - dijo ella cuando su beso concluyó. -
¿Podrías llamar a la señora Potter? – le pidió. – Es que necesito que venga a
cortarme el cordón umbilical para que esta pequeña sea ya independiente del
todo – explicó.
-
Claro – respondió dándole otro beso en los
labios. – En cuanto me digas cómo se llama mi nueva hija – añadió.
-
¡Will! – exclamó ella. – Esto es muy importante –
recalcó.
-
Claro que sé que eso es importante – respondió él.
– Estuve hablando de los detalles del proceso con el doctor Phillips – añadió
para que le creyera. – Pero considero que también es muy importante el conocer
cómo se llama mi nueva hija – replicó – Y no te atrevas a sugerir siquiera que
no has pensado en un nombre para ella porque no te creo – le advirtió.
-
¿En serio no vas a ir? – le preguntó Penélope,
incrédula. William negó con la cabeza. – Pues gritaré – replicó, satisfecha.
-
Adelante – le instó. – Pero déjame recordarte
que si gritas despertaras a nuestros pequeños monstruitos que ahora mismo
duermen profundamente y ajenos a la situación que tú y yo estamos viviendo en
este baño – añadió.
-
Y una vez despiertos, no hay quien los vuelva a
dormir hasta la breve siesta de media tarde… - incidió. - ¡Con lo fácil que
sería que yo me acercara a la habitación de la señora Potter y la despertase
con suaves golpes en la puerta para que venga a cortarte el cordón umbilical
silenciosamente….! – dejó caer.
-
Eso es juego sucio, milord – respondió ella
bufando y con los ojos entrecerrado y una furia manifiesta saliendo de ellos
(de hecho, le estaría señalando si pudiera en ese momento y si la niña no
ocupase por completo sus dos brazos).
-
Todo vale en el amor y en la guerra – respondió él
dándole un largo beso. – Y el juego sucio es mi favorito – añadió en susurros
seductores con el rostro a pocos centímetros del suyo.
Penélope gruñó
y bufó para hacer patente a su esposo con estos para nada femeninos, gestos que
había claudicado; cosa que odiaba hacer sobremanera, por otra parte.
-
Está bien cabezota – dijo entre dientes. –
Aurora – añadió.
-
¿Aurora? – preguntó extrañado. - ¿Cómo la Bella
Durmiente? – añadió, conocedor de este hecho porque se había vuelto un lector
asiduo y continuo de cuentos infantiles de princesas desde que Penélope había
tenido a Amanda.
-
Sí – dijo Penélope. – Pero no – añadió de
inmediato, creando confusión a William. – Aurora, como la diosa romana del
amanecer – explicó, recordándole su exquisitez de criterios a la hora de elegir
nombres para sus hijos. – Y Aurora, justo como la hora en la que se produjo su
nacimiento – apostilló.
William volvió a agacharse y
antes de que su esposa volviera a abrir la boca, le agarró la cabeza de forma
suave y esta vez sí, le dio un beso con todas las letras de la palabra.
Un beso que dejó a Penélope
atontada y que a él le dio la capacidad suficiente de margen y maniobra para
ponerse en pie y decirle a su esposa:
-
Voy a despertar a la señora Potter – No te
muevas de aquí porque enseguida volvemos – le ordenó.
-
¡Cómo si pudiera irme a correr o a montar a
caballo por Hyde Park! – replicó Penélope entre susurros (pues Aurora se había
dormido) con ironía.
Para sacar aún más de quicio a su
esposa, William le lanzo un beso a su esposa antes de salir de cuarto de baño y
cerrar la puerta sin llegar a encajarla mientras sonreía.
Cuando se giró, un potente rayo
de sol atravesó el encapotado y lleno de nubes grises y negras anunciadoras de
lluvia, iluminó la inmensa estancia que era el dormitorio matrimonial de los
duques de Silversword y que le alcanzó justo en el centro de su pecho,
provocando que sintiese el calor que éste emanaba.
Rayo de sol que fue tomado como
una señal y un indicio inequívoco por William Crawford, creyente fiel de este
tipo de coincidencias.
“Hoy va a ser día excelente” pensó.
martes, 27 de noviembre de 2012
Final de escena...
Cuando Jeremy salió al jardín en
busca de Verónica ni se molestó en llamarla, ya que conocía de sobra que dicha
acción provocaba justo el efecto contrario en ella.
En su lugar lo que hizo fue dar
vueltas alrededor del mismo (puesto que no era demasiado grande) retrasando al
máximo la velocidad de sus pasos y siendo lo más silencioso posible que la
conjunción de sus botas, las hojas caídas de los árboles y la gravilla
camuflada entre la hierba le permitían.
Su estrategia tuvo recompensa, ya
que fue tan silencioso que le pareció escuchar unos sollozos ahogados y el
sorber de mocos por la zona adecuada temporalmente (solo por esa noche con
motivo del baile) para alojar las estatuas del interior del baile.
Solo al entrar al laberinto en lo
que a disposición y colocación de las mismas se refiere, Jeremy se permitió
caminar de manera normal, haciendo también patente su presencia allí a
Verónica.
-
Es curioso como hay cosas que nunca cambian por
mucho que pase el tiempo – dijo en voz alta. – Siempre escoges la estatua más
fea para esconderte tras ella – añadió, apoyándose sobre lo que parecía una
estatua de temática cotidiano campestre en la que una campesina intentaba
apagar un incendio desatado sobre un montón de paja agitándose la falda.
Acción que le costó realizar, ya
que durante un buen rato estuvo frente a la susodicha parpadeando
compulsivamente e intentando pensar en qué lugar exacto de la casa estaba
colocada semejante “obra de arte”.
Verónica contuvo un grito al
escuchar las palabras y sobre todo, cómo se acercaba justo en su dirección.
“¿Cómo me ha encontrado?” se
preguntó. “¿Es que me huele?” añadió. “¿No entiende que quiero estar sola?”
bufó, limpiándose las nuevas lágrimas que cayeron de sus ojos. “A lo mejor si
me estoy totalmente quieta y silenciosa me deja en paz” pensó.
Y dejó de respirar, pensando que
tenía un oído tan fino que ése era uno de los motivos por los que había dado
con ella.
No obstante, hubo un momento en
que medio amoratada por esta acción, no le quedó más remedio que volver a
respirar. Lo hizo tan bruscamente que le dio un ataque de tos y le proporcionó
a Jeremy el lugar exacto de su ubicación.
“¡Genial!” pensó con fastidio.
El ataque de tos provocó que (el
recientemente autonombrado protector) Jeremy iniciase la vuelta para situarse
junto a ella,pero se detuvo cuando Verónica le ordenó justamente lo contrario.
-
Quédate donde estás – ordenó con voz nasal.
-
¿Estás bien? – le preguntó preocupado.
-
Estoy bien – repitió ella.
-
No – respondió él. – No lo estás – añadió. –
Estás llorando – señaló lo obvio. - ¡Y seguro que no tienes pañuelo donde
sonarte el torrente de mocos que brota de tu nariz! – exclamó burlón.
“¿Quién se cree que es?” se
preguntó Verónica ofendida. “¿El hombre más inteligente del mundo?” añadió,
enfadada. “Seguro que no tienes pañuelo con el que sonarte” le remedó,
sacándole la lengua. “¡Claro que lo tengo, listillo!” exclamó. “Está justo en
el bolsillo de…” inició, buscando entre las capas de su abultada falda.
Y solo entonces se acordó que
este era el único de sus vestidos sin bolsillos ocultos y que sí que había
traído un pañuelo.
Un pañuelo que estaba en su bolso
de noche.
Bolso de noche que en estos
momentos tenía Rosamund.
-¡Fantástico! – exclamó entre
dientes señalando al cielo con el pulgar levantado agradeciendo la maravillosa
velada que estaba pasando.
No le quedaba más remedio que
sonarse los mocos en la falda o en las mangas de su vestido (ya que iba sin
guantes) y no sabía cuál era la mejor opción ya que con el color claro que
llevaba esa noche, el rastro de sus mocos se iba a notar fuera donde fuera el
lugar en el que se los había sonado
Gruñó y pidió un poco de
compasión a los seres de ahí arriba hacia su persona.
Parece que le escucharon
porque de la nada apareció un pañuelo
ante sus ojos
Bueno, de la nada no.
De la chaqueta de Jeremy Gold.
Al menos así lo indicaban sus
iniciales bordadas en hilo de oro (¡cómo no!) en una de las esquinas del mismo.
De inmediato, Verónica le dio uso
y comenzó a sonarse los mocos.
Se lo sonó.
Y se lo sonó.
Y siguió sonándoselos durante un
buen rato. Tanto, que Jeremy perdió la cuenta del tiempo exacto que había
transcurrido.
-
¿Ya? – preguntó, cansado y aburrido de esperar.
-
Sí – dijo ella sonándose los últimos restos. –
Ya – añadió. – Gracias -.¡Te dije que te quedaras donde estabas antes! – le
regañó
-
De nada – le respondió él, con una sonrisa. -
¿Qué se le va a hacer? – preguntó. – Soy un desobediente – añadió.
-
Ya lo veo – gruñó ella.
-
Por cierto déjame felicitarte por tu gusto artístico,
primero los grabados y ahora esta “bellísima” escultura – dijo, irónico. – Es
excelente – añadió, comprobando con horror cómo la estatua no tenía un remate
liso en la parte posterior sino que también estaba labrada. Y por tanto, ahí
estaban también las enaguas y los pololos con puntillitas de la mujer.
-
No te burles de mí – le pidió con voz gangosa. –
No sabía lo de los grabados y aunque te parezca increíble, no escogí esta
escultura por su belleza o buena manufactura – añadió. – Lo hice por utilidad –
explicó.
-
¡Ah! Claro – respondió, asintiendo y
comprendiendo. – Si hay algo que caracteriza a esta estatua es su utilidad, sí
señor – añadió.
-
¡No tonto! – exclamó con tono infantil sonriendo.
– Necesitaba una estatua que fuera lo suficiente grande para esconderme
totalmente – explicó. –Ya que por si no habías sido consciente, mi falda tiene
bastante cuerpo – añadió, agitándolas de manera leve.
-
Soy consciente, soy consciente – dijo él. –
Especialmente cuando venimos en el carruaje y gracias a tu falda siempre estoy
pegado junto a la puertecilla – añadió. – De lo que no soy consciente es del
por qué has venido a esconderte aquí. ¡Ni que hubieras hecho algo malo! –
exclamó.
-
No lo he hecho, pero he estado a punto de
hacerlo – respondió ella.
-
Verónica… - dijo, agachándose junto a ella. – Tú
no sabías el otro significado de los grabados, no tienes la culpa de nada –
aseveró.
-
¡Soy una estúpida! – exclamó, rompiendo a llorar
nuevamente. – ¡Volví a confiar en ellas y me han vuelto a engañar! – exclamó. -
¿Cómo pude olvidar la declaración de bastardía? – se preguntó en voz alta,
mientras se llamaba estúpida mentalmente.
-
¿A qué te refieres? – le preguntó Jeremy sin
entender.
Verónica, parpadeó varias veces
(y con este gesto cayeron nuevas lágrimas de sus ojos) con el ceño fruncido
antes de recordar.
-
¡Oh! Claro, tú no lo sabes porque en ese momento
estabas casado… - dijo.
-
¿Qué quieres decir con ese “estabas casado”? –
preguntó enfadado.
-
¡Nada, nada! – exclamó. - ¡No te enfades! – le pidió.
– Si no es nada malo, quiero decir que en aquel entonces estabas recién casado
y tan enamorado que no eras consciente de lo que pasaba a tu alrededor – dijo.
– Ya sabes, por los efluvios amorosos – añadió.
“¡Para lo que me sirvió después!”
exclamó mentalmente mientras se lamentaba de la estupidez que había cometido al
casarse con Rebecca.
-
¿Que fue…? – quiso saber.
-
Bueno… a la familia de mi padre nunca le gustó
mi madre por su profesión y por eso, desde el anuncio de su compromiso
comenzaron a verter comentarios falsos y no muy agradables acerca del
comportamiento y el estilo de vida de mi madre. Aún así, mi padre se casó con
ella. Pero, cuando falleció, aprovecharon el estado de depresión en el que se
encontraba mi padre para conseguir que él firmara una declaración de bastardía
– explicó. – Con esto, consiguieron un doble objetivo: asegurarse de que la
herencia de los Meadows no pasaba a mí, su única heredera directa y desvincular
para siempre a nuestra familia de tan ilustre apellido título – concluyó.
“¡Juventud, divino tesoro!”
exclamó, irónico. “¿De verdad estaba tan centrado que no fui consciente de
eso?” se preguntó mientras intentaba recordar esos hechos. “¿Cómo podía ser tan
estúpido?” se regañó.
-
Ahora parece que con mi regreso, tanto mi abuela
como mi tía se vuelven a sentir amenazadas y por eso, vierten exactamente el
mismo tipo de comentarios que dijeron sobre mi madre haciendo creer a la gente
que soy una mujer de vida disoluta y ligera de cascos – dijo. – Consecuencia:
Atraigo a hombres sobrecargados de lujuria como el azúcar a las moscas y como
no tengo idea de nada en este terreno… se aprovechan de mí – añadió, resignada.
– Jeremy… ¿tengo pinta de eso? – le preguntó.
-
¿De puta? – preguntó para cerciorarse.
-
¡No digas palabrotas! – le regañó.
-
¿De prostituta? –volvió preguntar, tras bufar al no entender que se
enfadara por pronunciar la palabra puta (pues al fin y al cabo era una palabra
más recogida y aceptada en el diccionario) - ¡No! – negó vehemente con la
cabeza. – De lo único que tienes pinta ahora mismo es de que has salido al
jardín a llorar de tan roja e hinchada como tienes la cara – añadió.
-
¿Qué? – preguntó, sorprendida mientras se
palpaba el rostro y comprobaba cómo, efectivamente su cara estaba hinchada por
el llanto.
-
Pareces un tomate relleno – le dijo, divertido
-
¡Muchas gracias por ayudarme! – exclamó
Verónica. - ¡Eres único dando ánimos y subiendo el autoestima recordándome que
estoy hecha un desastre! – añadió irónica, llorando nuevamente. (y poniéndose
más roja) “¡Odio llorar!” exclamó enfadada Verónica consigo misma.
-
¡Pero si solo era un comentario divertido para
animarte! – se defendió él.
-
¡Pues deja de compararme siempre con comida! –
exclamó sollozando.
-
¿Y yo qué culpa tengo de que siempre que estás a
mi alrededor me recuerdes a algún alimento por cómo vas vestida? – le preguntó.
“Y porque siempre me dan ganas de saborearte….Umm…” pensó, nuevamente
fantaseando. “Tub, Andjugs, Water, Frozen. Tub, Andjugs, Water, Frozen” repitió
hasta que la imagen de sus peces se abrió paso en su mente.
Después la abrazó y, como buen
protector y amigo, permitió que se desahogara contra su pecho sin emitir ni un
solo comentario o queja porque estuviera empapándole su chaqueta y su camisa.
Solo cuando terminó y se estaba
nuevamente sonando los mocos dijo:
-
Voy a dejarte un par de cosas claras: la primera
de todas, no me gusta que te eches a llorar porque te pones absolutamente
espantosa y tú no eres fea para nada. Dos, ahora mismo pareces un tomate
relleno, pero eres el tomate relleno más apetecible que me he encontrado en
toda mi vida y eso, teniendo en cuenta que es una de mis comidas favoritas y
que soy el niño mimado de mi madre y por tanto, me lo cocinarán tantas veces
como pida no debes considerarlo como un insulto, sino como todo lo contrario y
tres, ni se te ocurra plantearte una posible comparación con mujeres de vida
disoluta y protagonistas continuas de numerosos escándalos porque eso sería un
absurdo – le advirtió. – Nadie pensaría de ti nada escandaloso – subrayó.
-
¿Ah no? – preguntó Verónica.
-
No – repitió él, firme. – Incluso ahora, cuando
tú y yo llevamos más tiempo del permitido hablando a solas y alejados del
bullicio y por tanto, nuestro comportamiento daría pie a rumores escandalosos,
estoy seguro de que nadie está diciendo nada malo de ti ahí dentro – añadió.
-
¿Qué? – preguntó ella, falta de aire y presa del
pánico. - ¿Qué esto… - preguntó señalándose – también es motivo de comentarios
maliciosos? – terminó. – ¡Genial! – maldijo entre dientes y se tapó la cara con
las manos por la vergüenza.
-
Si, pero tranquila – dijo, retirándole las manos
y levantándole la barbilla para obligar a mirarle. – No es por ti, es por mí –
añadió, señalándose. – Soy un libertino – añadió, sonriendo de manera
seductora.
-
¡Oh Dios mío! – exclamó Verónica cayendo en la
cuenta. – Debes volver al salón de baile inmediatamente – ordenó. - ¡Te estoy
estropeando la noche! – exclamó, disculpándose de inmediato.
-
Solo volveré al salón si tú lo haces primero –
respondió él. – Y en cuanto a lo otro… no me estás estropeando la noche en
absoluto – añadió. – Es más, puedo asegurarte que he pasado noches arremolinado
entre las faldas de mujeres más feas y más grandes que esta – dijo, tocando el
culo de la estatua mientras rememoraba con auténtica vergüenza el episodio en
que una más que fornida tabernera de Southampton se encaprichó de él gracias a
los comentarios del novato de William Crawford.
Verónica le miró interrogativa,
aunque sin ninguna gana de conocer la historia.
-
Lo que quiero decir con esto, Ronnie es que
nadie puede acusarte ni reprocharte nada en tu comportamiento desde que llegaste
porque eres perfecta – le dijo. – Absolutamente perfecta – recalcó. – Y si tú
permites que comentarios como los de esas dos doña nadie te afecten es que no
eres tan fuerte como realmente pienso que eres – le acusó. – Así que no me decepciones
– añadió, acusándola y pidiéndoselo seriamente.
-
Esas dos doña nadie como tú dices son mi familia
– respondió Verónica.
-
No – negó. – No lo son, porque si lo fueran no insinuarían cosas tan espantosas como esa –
añadió. – Y te lo digo yo, que pronuncio muchas palabrotas a lo largo del día
-. Pero no debes preocuparte más por ellas – le aseguró. – Situaciones como
esta no volverán a repetirse -.
-
¿Ah no? – le preguntó. -¿Y tú cómo lo sabes? -.
-
No lo permitiré – respondió. Y entonces recordó
que había olvidado mencionarle la buena nueva.- Por cierto, te informo que
desde el mismo momento en que abandonaste llorando el salón de baile acepté el
ofrecimiento de Katherine y me convertí en tu protector – anunció.
-
¿Mi protector? – le preguntó parpadeando, sin
querer entender lo que quería decir (con todas las implicaciones y
colateralidades que eso conllevaba).
-
Tu protector y tu guía para que no vuelvas a
meterte en líos y ser la protagonista involuntaria de escándalos – añadió.
-
Gracias Jeremy – dijo Verónica.
-
De nada Ronnie – le respondió él. – ¡Si no me
cuesta! – exclamó.
-
Lo digo en serio – repitió ella muy seria. –
Gracias por ser mi amigo, mi guía y… mi protector – rió. – Pero sobre todo
gracias por convertir una noche espantosa que trajo de vuelta mis demonios
personales en una noche muy muy agradable en tu compañía – le dijo. – Gracias de
verdad – repitió, apretándole la mano.
El sentir el más nimio contacto
de Verónica provocó que nuevamente comenzara a imaginarse haciendo cosas nada
inocentes con ella, por eso le dijo:
-
Verónica… creo que deberías volver al salón –
-
Sí – dijo ella asintiendo y poniéndose en pie,
sacudiéndose las hojas enganchadas en la falda de su vestido de la misma manera
que la mujer de la estatua (aunque sin enseñar nada); provocándole otra sonrisa.
-
Jeremy… - titubeó tras terminar de acomodarse. - Sé que te lo he dicho millones de veces
antes pero… creo que deberías afeitarte la barba – dijo Verónica.
-
¿Otra vez? – le preguntó, reprobatorio. -
¿Cuántas veces quieres que te diga que no pienso afeitarme? – añadió enfadado.
¿Por qué esta vez? – quiso saber, suspirando pasado un rato.
-
Porque así no me pincharía cuando hiciera cosas
como esta – dijo agachándose, y dándole un largo y sonoro beso en la mejilla. -
¿Lo ves? – le preguntó ya retirada, mostrándole un pelo de su barba. – Si te
afeitaras me evitaría comerme tus pelos cuando quisiera agradecerte las cosas
con un beso en la mejilla – explicó.
“Pues dámelos en la boca
entonces” replicó su mente. “¡Shhhh!” se ordenó.
-
Lo pensaré – dijo suspirando.
-
Y ya puestos podías añadir también un poco de
color a tu vestuario porque ir siempre vestido de negro… - comenzó a parlotear
y a hablar de forma muy rápida.
-
Ronnie… - le advirtió.
-
Sí – dijo, levantando las manos. – lo sé, lo sé.
Me estoy pasando de la raya – añadió, reconociendo su culpabilidad. – Ya me
voy, ya me voy y te dejo solo con tus pensamientos – dijo comenzando a caminar
en dirección a la casa.
Como no quería ver cómo se
alejaba ya que significaba una nueva oportunidad perdida con ella, Jeremy cerró
los ojos.
Ojos que se abrieron de golpe en cuanto escucharon
el crujir de unas ramas entre la maleza y que se volvieron a cerrar cuando
vieron cómo un enorme bulto se abalanzaba justamente en su dirección para caer
en su regazo.
“¿Qué demonios?”pensó
reabriéndolos.
Cuando lo hizo descubrió que el
“bulto” de su regazo no era ni más ni menos que Verónica; quien le miraba y
sonreía feliz.
-
¿Sabes? – le preguntó. – He pensado que no me
importa que lleves barba y me pinche cuando te dé besos en la mejilla como
agradecimiento – dijo, dándole uno. - ¿Lo ves? – le preguntó. – Ni una sola
queja – añadió, sonriente antes de darle otro sonoro y duradero beso en la
mejilla contraria. – Gracias Jeremy, de verdad – repitió sincera, apretándole
la mano como la vez anterior. – Y ahora me voy de verdad – dijo, saltando de su
regazo. – No sea que vayan a creer que tú y yo somos amantes… - dejó caer con
tono burlón sonriéndole de manera pícara y guiñándole antes de echar a correr
por donde había venido.
Esta vez Jeremy sí que observó
cómo Verónica se alejaba del banco corriendo.
De hecho, observó la escena
completa: cómo continuó corriendo hasta que llegó a la entrada del salón de
baile, punto justo en el que se detuvo de manera muy brusca (estando a punto de
caerse, pues incluso dio un ligero resbalón), cómo en la puerta del salón dio
se sacudió ligeramente la cabeza y los hombros y se recompuso el peinado
aprovechando el cristal de la puerta a modo de espejo, cómo se bajaba al menos
cuatro dedos el escote de su vestido y se recomponía el corsé (gestos que no le
gustaron en absoluto) y cómo plantaba la mejor se sus sonrisas antes de
reaparecer en el salón de baile.
Todo esto lo hizo sin dejar de
tener una sonrisa en el rostro.
Y solo se giró y miró hacia
delante cuando no vio ni un trozo de tela de su voluminosa falda sobresaliendo
por el exterior de la puerta.
Instintivamente, sus ojos
volvieron a mirar hacia la escultura de la campesina y su mente recordó cómo la
había reconfortado allí. Imágenes que de inmediato fueron sustituidas por las
de Verónica en su regazo y el descubrimiento de la agradable sensación que eso
le provocaba.
“Olvídate de dormir esta noche,
amiguito” le dijo su mente.
-
Tub – dijo en voz alta e inspiró aire. – Andjugs
– repitió las acciones. - Water – hizo
una tercera vez. – Frozen - añadió finalmente, con un hondo suspiro.
domingo, 25 de noviembre de 2012
Penélope y Grey Parte I
Hay una conversación y una confesión justo antes de esto,
pero como hoy me siento generosa, os voy a poner parte de cómo se conocen
Penélope y Grey.
-
Gracias respondió él. – Y tutéame Penélope
porque yo no he dejado de hacer un instante – añadió.
“¡Maldición!” protestó Penélope. “Tenía
la esperanza de que se hubiera olvidado de ese pequeño detalle” añadió,
quejándose de su mala suerte. “A ver Penélope, eres inteligente… así que piensa
¿cómo se llama el duque de Greyford?” se preguntó mientras intentaba recordar.
-
Eh… prefiero que no milord – respondió para
ganar tiempo de pensamientos.- Ya que soy bastante despistada y si os tomo familiaridad
en privado al final acabaría por trataros con la misma confianza y familiaridad
en público – confesó, siendo consciente de la enorme estupidez que acababa de
inventarse por respuesta mientras se estrujaba la cabeza para intentar recordar
el nombre de lord Greyford.
“Vamos….” Se animó. “¡Si seguro
que lo has escuchado millones de veces en todas partes!” exclamó. “Recuérdalo”
le ordenó a su cerebro.
“No lo sabe” pensó Greyford
sonriendo. “Continuemos con la burla un rato” añadió.
-
¿Te gusta mi nombre, Penélope? – le preguntó,
serio.
-
Claro – afirmó rotunda de inmediato. – Es un
nombre muy… bonito, corto, muy masculino – añadió, diciendo esto último con
mucho énfasis. – Y un homenaje precioso a alguien muy famoso -.
-
Exactamente como el 80% de los nombres
masculinos existentes – rebatió él. -¿Cómo me llamo? – volvió a preguntar
mientras se acercaba más a ella.
-
- Eh…eh…eh…eh… - titubeó mientras miraba hacia
todos lados y movía las manos de forma compulsiva; síntomas claros de su
nerviosismo.
-
¿No lo sabes? – le preguntó, entrecerrando los
ojos.
-
¡Claro que lo sé! – exclamó ella indignada. -
¿Cómo podéis siquiera dudarlo? – le preguntó.
“¿Eres idiota?” le preguntó su
voz interior. “Pero ¿tú para qué le mientes?” añadió. “¡Si no sabes el nombre!”
exclamó.
-
Pues dímelo, por favor – le pidió él amablemente.
-
¿Vuestro nombre? – preguntó ella tragando
saliva. Grey asintió. – Pues vuestro
nombre es…es…es… - añadió comenzando a titubear y a actuar como hacía escasos
antes.
Tras un rato de titubeos y tartamudeos,
Al final Penélope acabó por rendirse ante la evidencia y confesar la verdad,
con bastante temor al más que probable enfado y ataque violento de lord
Greyford.
-
Debería hacerlo milord, pero… no lo recuerdo –
dijo con un hilillo de voz y bajando la mirada.
Lord Greyford se echó a reír ante
la incredulidad de Penélope.
-
¡Lo sabía! – exclamó y Penélope se confundió aún
más en la situación que estaba viviendo. - ¡Lo sabía! – repitió él con
expresión de triunfo. – Quizás no te has dado cuenta pero tienes un rostro muy
expresivo – le dijo.
“¿Yo?” se preguntó Penélope totalmente sorprendida
por esta información, contraria a lo que ella creía.
-
¿Gracias? – le preguntó ella dubitativa.
-
De nada – le respondió él sonriente. – Me llamo
Mattheus – se presentó.- Mattheus Richard Kendrick Appleton – añadió.
-
Encantada de conocerte, Mattheus – respondió ella.
– Penélope Ann Storm – añadió ella sonriente estrechándole la mano
anteriormente ofrecida por él.
-
Aunque puedes llamarme Grey – apostilló.
La sonrisa de Penélope se borró
de un plumazo, sus ojos duplicaron su tamaño de tanto como los abrió y su
rostro adquirió un tono blanquecino.
“¿Grey?” se preguntó. “¿Ha dicho
Grey?” volvió a preguntarse. “No es posible” pensó con horror. “De ninguna
manera” añadió, negando vehemente. “Grey es nuestro mote secreto de chicas
hacia él, ¡no puede saberlo!” exclamó enfadada.
Intentó parecer tranquila cuando
volvió a hablar peros sus nervios eran unos cobardes y la traicionaron,
provocando que volviera a tartamudear de manera notoria:
-
G..Gg..Grr…Grey?
- preguntó fingiendo cara de sorpresa mayúscula intentando disimular
algo la situación y su metedura de pata bucal.
-
Si Grey – repitió. – No finjas cara de sorpresa
porque ambos sabemos que tú y tus “amiguitas” – dijo esto con especial rin tin
tín – me llamáis así cuando estáis las cuatro juntas – le advirtió, señalándola
con el dedo índice.
“¿Qué?” gritó mentalmente. “Pero
¿cómo?” se preguntó para sí, confusa. “¿Nos espía?” volvió a preguntarse
mientras se quitaba el flequillo de la frente para ver si con ese gesto
conseguía “ver” la realidad con más claridad.
Pero no vio nada más claro
En absoluto.
Al contrario.
Su confusión aumentaba más y más
a medida que los segundos pasaban.
Al final acabó tan confusa que
volvió a rendirse por segunda vez en la mañana y resoplando, le preguntó:
-
¿Cómo lo sabes? –
-
¿Bromeas? – le preguntó él. ¿Grey? – recalcó,
con las cejas levantadas mostrando lo evidente que resultaba. - ¡Si erais
bastante obvias y para nada discretas cada vez que hablabais de mí! – las acusó.
-¡Grey! – exclamó agarrando su chaqueta y sus pantalones grises para dejarlo
aún más claro. – Y déjame decirte que estoy muy disgustado conmigo señorita – añadió, caminando de un lado para
otro sin dejar de mirarla fijamente ni un instante.
-
¿Conmigo? –preguntó ella parpadeando muy
seguido, con los ojos muy abiertos y la mano sobre el pecho. - ¿Y yo qué te he
hecho? – quiso saber.
-
Contigo – repitió él muy serio. – Esperaba un
apodo o mote de mofa mucho más elaborado por tu parte – volvió a decirle. -
¿Grey? – preguntó escéptico. - ¿En serio? – recalcó, decepcionado. -¿Por el
color de mis trajes? – le preguntó una tercera vez con gesto de desprecio. -
¡Pfff…! ¡Por favor! – exclamó, quejándose.
-
¡Pero si yo no te puse el mote! – se defendió
ella, indignada por llevarse la culpa siendo inocente.
Pero Greyford no la escuchó y
siguió con su retahíla de pensamientos encadenados.
-
Es como si yo a partir de ahora me dirigiese a
tu amiga, la señorita Katherine Gold, como la “chica dorada” por su apellido –
explicó. - ¿No te parecería muy obvio? – le preguntó.
-
¡Fue ella quien te puso el mote! –acabó confesando,
arrepintiéndose de inmediato de lo que acababa de decir. – Entre ella y Rosamund
– añadió, tapándose la mano con ambas manos para evitar revelar más información
de la cuenta ahora que la Caja de Pandora se había abierto.
“¿Rosamund?” se preguntó Lord
Greydor absolutamente perplejo por la revelación. “¡Vaya!” exclamó. “Así que
piensa en mí…” añadió, satisfecho.
Lord Greyford no acertaba a
conocer el por qué (dado que no se conocían personalmente), pero esa mujer le
caía especialmente bien. Quizás porque
era muy diferente al resto de mujeres de la nobleza y eso la hacía
especialmente refrescante dentro de la monotonía aristocrática existente o
quizás porque era la mujer menos mujer en su manera de actuar de cuantas había
visto y conocido en su vida… ¿quién sabía? Pero le caía simpática.
-
Por favor, no les digas que yo te lo dije – le suplicó
con las manos juntas. - ¡por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por
favor! – pidió.
-
Tranquila Penélope –la calmó. - Tú secreto está salvo conmigo – le aseguró.
-
Muchas gracias mil… - inició mucho más aliviada
y con todo su color en el rostro. - ¿Cómo debo llamaros entonces? – preguntó desconcertada
enarcando una ceja. - ¿Mattheus? ¿Robert? ¿Kendrick? ¿Ken? ¿Appleton? ¿Apple?
¿Manzano? – enumeró.
-
Llámame Grey – le respondió él.
-
Grey – repitió ella asintiendo y dando el visto
bueno.“¿Tanta bronca para acabar
llamándote igual que cuando estoy con mis amigas?” preguntó una Penélope a
pequeña escala a voces, enfurruñada y con los brazos en jarra en su cabeza.
sábado, 24 de noviembre de 2012
De grabados...
" ¿Dónde demonios se han metido todas?" se preguntaba Rosamund iracunda mientras se paseaba por el abarrotado salón de baile a base de empujones y miradas de muy mala manera a los asistentes. "¿Dónde está Penélope?" se exigía saber.
La necesitaba.
Necesitaba de su inteligencia para que la ayudara con el nuevo asunto que se traía entre manos.
Asunto que no era otro que atrapar al ladrón que había robado ya en un par de casas nobiliarias y de cuya existencia ella se había enterado a base de escuchar conversaciones de su hermano Anthony con los otro siete miembros de los 8 de Bow Street en el despacho de su casa.
Gracias a esto ahora sabía que dicho ladrón se llamaba Sthealthy Owl.
Pero si quería atraparlo, conocía de sobra que ella sola no podría hacerlo; puesto que ella era la práctica. Y ninguna práctica llegaba a buen puerto sin la teoría.
Pues bien, Penélope era su teoría.
De ahí la imperante necesidad de encontrarla...
De ahí su frustración y enfado. Puesto que llevaba ya dos vueltas completas al salón y no había dado con ella.
Fue en su tercera vuelta cuando se percató de Verónica.
Correción. De la actual situación en la que se encontraba Verónica.
Una Verónica que se encontraba rodeada de hombres. De lejos parecía que el número exacto de hombres a su alrededor era de... ¿diez?
"Esto no le va a gustar nada a Katherine..." pensó.
Efectivamente.
Diez era el número de hombres que la rodeaban. De hecho había reconocido a Verónica por su vestido barroco, no porque la hubiera visto.
Diez hombres que la rodeaban y la miraban de manera muy hambrienta y de unas maneras malintencionadas que no le gustaban en absoluto.
Siguiendo la corazonada y la mala espina que le provocaba esta situación, por primera vez agradeció el gentío y se acercó de manera sigilosa hacia el círculo...
- Agradezco infinitamente el instante en que decidió abandonar su autoretiro y concedernos el honor y gracia de su presencia, señorita Rossi -
-Muchas gracias milord, es usted muy amable - respondió ella amable.
- Es en serio señorita - dijo otro.
- Es usted la visión más espectacular de todo el salón con su vestido morado - dijo un tercero.
- Muchas gracias - respondió Verónica, sonriente.
- Una visión divina y celestial -
- ¡Una Madonna! -exclamó uno,besándole la mano.
- ¿Qué Madonna? - preguntó, otro ofendido. - ¡Una Venus! - replicó.
- ¡La Venus de Botticelli! - añadió otro.
Verónica intentó mantener la compostura, tal y como dictaban las normas de protocolo durante toda la conversación. De ahí que hasta entonces se había limitado a asentir, sonreír y ser cortés con frases de agradecimiento breves pero, al escuchar los últimos comentarios enfervorecidos hacia su persona, fue incapaz de aguantarse más y se echó a reír a carcajadas.
- Agradezco comentarios y halagos tan positivos, señores - inició Verónica - Pero no puedo compararme con la Venus de Botticelli, principalmente porque ella es una pintura del siglo XV y es pelirroja y yo soy morena y estoy viva en el siglo XIX - explicó. - Además, considero que la bella Simonetta es mucho más guapa que yo - añadió, completamente convencida de este último hecho.
- ¡Vaya, vaya, vaya! - exclamó una voz masculina al fondo, que provocó que el corro se abriera y se giraran para descubrir quién era la persona que había hablado. - Parece que tenemos una entendida en arte aquí - respondió el señor Richfull mientras se acercaba con una sonrisa en los labios.
"¿Martin Richfull?" se preguntó Rosamund molesta escondida tras una columna. "¿Qué demonios hace ahí Martin Richfull?" quiso saber con la mosca detrás de la oreja, preocupada. "¿De dónde ha salido?" se preguntó. "¡Ahí no estaba hace un momento!" exclamó.
- ¡Quita! - exclamó enfadada dando un brusco empujón a la mujer que se estaba interponiendo entre ella y el círculo y que por tanto, le impedía ver con total claridad qué era lo que estaba sucediendo.
Al final, tuvo que acercarse aún más porque no entendía bien lo que estaba sucediendo.
¿Cómo lo hizo?
A codazos, obviamente.
- Lamento contradecirle señor Richfull pero no soy ninguna entendida en arte - dijo Verónica. - Es solo que si que tuve el placer de observar el fresco en persona durante un visita a Florencia - explicó.
El círculo de hombres asintió a la vez, muy atentos a lo que Verónica decía.
- Aunque confieso que soy una gran interesada en el arte - añadió.
- ¿Ah sí? - preguntó Martin Richfull interesado con una sonrisa malintencionada en el rostro. -¿Os gusta el arte? - le preguntó.
Verónica asintió.
- ¿Qué tipo de arte? - quiso saber.
- Todo tipo de arte señor: arquitectura, escultura y pintura - explicó.
- Pintura ¿eh? - volvió a preguntar con la misma sonrisa siniestra de antes. Verónica volvió a asentir.
- Y decidme algo ¿también os gustan los grabados? -.
- ¿Grabados? - preguntó Verónica, frunciendo el ceño.
"¡¿Grabados?!" se preguntó Rosamund, horrorizada. "¡Di que no!" exigió Rosamund.
- Grabados - repitió el señor Richfull.- ¿Os gustan? - preguntó.
"¡No!" gritó Rosamund mentalmente mientras intentaba llegar abriéndose paso entre la multitud.
- Por supuesto milord - respondió Verónica, sonriendo. - Los grabados son una manifestación artística más y ya os he dicho que me encanta el arte - añadió.
Dicha frase provocó que los ojos de los diez hombres que la rodeaban (ahora once con la llegada de Martin Richfull) se iluminaran y que a punto estuvieran todos de babear; para total extrañeza de Ronnie.
- Fantástico - exclamó. - Fantástico - repitió en voz mucho más baja con una sonrisa en el rostro otra vez.
- ¿Sabéis milady que yo también soy un gran aficionado al arte? - le preguntó ahora.
- No - dijo negando con la cabeza. - No lo sabía - añadió.
- Pues lo soy - volvió a informarla. - Es más, los grabados son mi forma de pintura favorita - le hizo saber.
- Excelente elección señor - respondió Rosamund de manera amable.
- Poseo una extensa y completa colección en la biblioteca - le informó. - ¿Os gustaría verla?- le preguntó.
- ¿Perdón? - preguntó Verónica bastante incómoda por la manera en que los hombres la estaban mirando.
- ¿Os gustaría ver la colección de grabados que tengo en mi biblioteca? - le preguntó otra vez.
- ¿Ahora? - preguntó Verónica sorprendida. - ¿Y qué pasa con la fiesta? - le preguntó. - ¡Sois el hijo de los anfitriones milord! - le recordó.
- Precisamente por eso milady, mis padres están tan ocupados por la recepción de invitados que apenas echarán en falta mi ausencia temporal - le informó. - ¿Venís? - le preguntó pasado un rato ofreciéndole el codo.
Ronnie dudó un instante.
Había algo en el rostro y sobre todo en la manera en que la miraba y la sonreía que no acababa de convencerla. No obstante...
No obstante, hacía tanto tiempo que no observaba con sus propios ojos una obra de arte...
Lo echaba de menos.
Era una de las cosas que más echaba de menos del Piamonte: el poder ir con su tía de excursión para observar obras de arte.
Lamentablemente, la familia Gold no era muy proclive al conocimiento y disfrute de las artes.
Una verdadera lástima porque su vida en el Piamonte era plenamente artística y caracterizada por su continua asistencia a óperas, museos, ruinas, colecciones de arte y visitas a salones en las que asistía como oyente a interesantes discusiones sobre política o filosofía y a interesantes duelos poéticos.
Por suerte para ella, siempre le quedaba Penélope, fuente infinita de sabiduría y conocimientos.
Sintiendo un repentino y doloroso ataque de nostalgia y añoranza de su casa, Ronnie aceptó ir con el señor Richfull a la biblioteca para observar sus grabados.
Con suerte, ¡incluso podría conseguir que le regalase uno!.
Ya se encaminaba hacia la salida del salón, cuando cerró su mano con fuerza alrededor de su muñeca y tiró de ella justo en dirección contraria.
- ¡Tú no vas a ninguna parte! - exclamó Rosamund furiosa mirando con odio a Martin Richfull.
- ¡Rosamund! - exclamó Ronnie sorprendida por la aparición. - ¿Qué tonterías dices? - le preguntó. -¡Claro que voy a ir! - replicó.
- He dicho que no vas a ir y ¡no vas a ir! - repitió enfadada, tirando más fuerte y colocándola a su lado.
- Pp..p..ppero...- inicó Verónica.
- Ni peros, ni peras ¡ni nada! - exclamó Rosamund. - Lamento informarle señor Richfull de que la señorita Rossi está muy ocupada esta noche haciéndome compañía y le va a resultar imposible acompañarle a la biblioteca - dijo, mirándole con una sonrisa irónica.
- La señorita ha manifestado en varias ocasiones su interés por el arte y su deseo de acompañarme - respondió Richfull con una sonrisa igual a la suya controlando su furia.
- ¡Eso! - exclamó Ronnie para hacerse notar en la conversación, ya que ambos se miraban como si de un duelo a muerte se tratase.
- Pues si tanto interés tenéis en que Verónica vea vuestros grabados para que os dé su opinión acerca de ellos, podía ir a la biblioteca a por ellos para que ella pueda verlos aquí sin necesidad de ausentarse del salón de baile - dijo Ronnie, sabiéndose ganadora del enfrentamiento con esta respuesta.
Verónica abrió la boca para hablar, dispuesta a replicar nuevamente, pero pronto se dio cuenta de que la idea y sugerencia que su amiga había tenido era muy buena.
La felicitó por ello.
- ¡Caramba Rosamund! - exclamó sorprendida. - ¡Es una buenísima idea! -
- Ya ves Ronnie, esto de pasar tanto tiempo con Penélope hace que se me pegue su inteligencia... - le respondió sin dejar de mirar a lord Richfull fijamente.
- Milord...¿Podríais a por vuestros grabados a la biblioteca para que pueda disfrutar de sus contemplación en el salón de baile por favor? - le pidió, inmensamente feliz ante la perspectiva.
- Eh... sí - acabó diciendo con fastidio. - Voy por ellos - anunció. - Ahora mismo vuelvo - dijo, girándose y confundiéndose entre la multitud.
- ¡Gracias Rosie! - dijo Verónica. - ¡No sabes lo feliz que me haces! - dijo, estrechándola aún con más fuerza.
Pero Rosamund se soltó enseguida de su abrazo de forma brusca y la empujó, poniendo distancia entre ambas.
- ¿Es que te has vuelto completamente loca? - le preguntó enfadada. - ¿Cómo se te ocurre decirle a ti que sí para ir a ver sus grabados a la biblioteca? - añadió.
En ese preciso instante Rosamund vio a los hermanos Gold (que parecían discutir debido a los gestos de Katherine y a la cara de Jeremy), bufó y echando humo se encaminó a grandes y sonoras zancadas hacia ellos tirando de Verónica; quien era incapaz de oponerle resistencia, dada la fuerza que poseía.
- ¡Vosotros dos! - exclamó llamándoles la atención, consiguiendo que pararan. - ¿Se puede saber que clase de anfitriones de m...? - se mordió la legua para evitar decir la barbaridad que se le estaba pasando precisamente por la mente en ese momento. Suspiró y volvió a preguntar : - ¿Se puede saber qué clase de anfitriones sois? ¿Eh? -.
Ambos hermanos se miraron sin entender muy bien a qué se refería Rosamund.
La necesitaba.
Necesitaba de su inteligencia para que la ayudara con el nuevo asunto que se traía entre manos.
Asunto que no era otro que atrapar al ladrón que había robado ya en un par de casas nobiliarias y de cuya existencia ella se había enterado a base de escuchar conversaciones de su hermano Anthony con los otro siete miembros de los 8 de Bow Street en el despacho de su casa.
Gracias a esto ahora sabía que dicho ladrón se llamaba Sthealthy Owl.
Pero si quería atraparlo, conocía de sobra que ella sola no podría hacerlo; puesto que ella era la práctica. Y ninguna práctica llegaba a buen puerto sin la teoría.
Pues bien, Penélope era su teoría.
De ahí la imperante necesidad de encontrarla...
De ahí su frustración y enfado. Puesto que llevaba ya dos vueltas completas al salón y no había dado con ella.
Fue en su tercera vuelta cuando se percató de Verónica.
Correción. De la actual situación en la que se encontraba Verónica.
Una Verónica que se encontraba rodeada de hombres. De lejos parecía que el número exacto de hombres a su alrededor era de... ¿diez?
"Esto no le va a gustar nada a Katherine..." pensó.
Efectivamente.
Diez era el número de hombres que la rodeaban. De hecho había reconocido a Verónica por su vestido barroco, no porque la hubiera visto.
Diez hombres que la rodeaban y la miraban de manera muy hambrienta y de unas maneras malintencionadas que no le gustaban en absoluto.
Siguiendo la corazonada y la mala espina que le provocaba esta situación, por primera vez agradeció el gentío y se acercó de manera sigilosa hacia el círculo...
- Agradezco infinitamente el instante en que decidió abandonar su autoretiro y concedernos el honor y gracia de su presencia, señorita Rossi -
-Muchas gracias milord, es usted muy amable - respondió ella amable.
- Es en serio señorita - dijo otro.
- Es usted la visión más espectacular de todo el salón con su vestido morado - dijo un tercero.
- Muchas gracias - respondió Verónica, sonriente.
- Una visión divina y celestial -
- ¡Una Madonna! -exclamó uno,besándole la mano.
- ¿Qué Madonna? - preguntó, otro ofendido. - ¡Una Venus! - replicó.
- ¡La Venus de Botticelli! - añadió otro.
Verónica intentó mantener la compostura, tal y como dictaban las normas de protocolo durante toda la conversación. De ahí que hasta entonces se había limitado a asentir, sonreír y ser cortés con frases de agradecimiento breves pero, al escuchar los últimos comentarios enfervorecidos hacia su persona, fue incapaz de aguantarse más y se echó a reír a carcajadas.
- Agradezco comentarios y halagos tan positivos, señores - inició Verónica - Pero no puedo compararme con la Venus de Botticelli, principalmente porque ella es una pintura del siglo XV y es pelirroja y yo soy morena y estoy viva en el siglo XIX - explicó. - Además, considero que la bella Simonetta es mucho más guapa que yo - añadió, completamente convencida de este último hecho.
- ¡Vaya, vaya, vaya! - exclamó una voz masculina al fondo, que provocó que el corro se abriera y se giraran para descubrir quién era la persona que había hablado. - Parece que tenemos una entendida en arte aquí - respondió el señor Richfull mientras se acercaba con una sonrisa en los labios.
"¿Martin Richfull?" se preguntó Rosamund molesta escondida tras una columna. "¿Qué demonios hace ahí Martin Richfull?" quiso saber con la mosca detrás de la oreja, preocupada. "¿De dónde ha salido?" se preguntó. "¡Ahí no estaba hace un momento!" exclamó.
- ¡Quita! - exclamó enfadada dando un brusco empujón a la mujer que se estaba interponiendo entre ella y el círculo y que por tanto, le impedía ver con total claridad qué era lo que estaba sucediendo.
Al final, tuvo que acercarse aún más porque no entendía bien lo que estaba sucediendo.
¿Cómo lo hizo?
A codazos, obviamente.
- Lamento contradecirle señor Richfull pero no soy ninguna entendida en arte - dijo Verónica. - Es solo que si que tuve el placer de observar el fresco en persona durante un visita a Florencia - explicó.
El círculo de hombres asintió a la vez, muy atentos a lo que Verónica decía.
- Aunque confieso que soy una gran interesada en el arte - añadió.
- ¿Ah sí? - preguntó Martin Richfull interesado con una sonrisa malintencionada en el rostro. -¿Os gusta el arte? - le preguntó.
Verónica asintió.
- ¿Qué tipo de arte? - quiso saber.
- Todo tipo de arte señor: arquitectura, escultura y pintura - explicó.
- Pintura ¿eh? - volvió a preguntar con la misma sonrisa siniestra de antes. Verónica volvió a asentir.
- Y decidme algo ¿también os gustan los grabados? -.
- ¿Grabados? - preguntó Verónica, frunciendo el ceño.
"¡¿Grabados?!" se preguntó Rosamund, horrorizada. "¡Di que no!" exigió Rosamund.
- Grabados - repitió el señor Richfull.- ¿Os gustan? - preguntó.
"¡No!" gritó Rosamund mentalmente mientras intentaba llegar abriéndose paso entre la multitud.
- Por supuesto milord - respondió Verónica, sonriendo. - Los grabados son una manifestación artística más y ya os he dicho que me encanta el arte - añadió.
Dicha frase provocó que los ojos de los diez hombres que la rodeaban (ahora once con la llegada de Martin Richfull) se iluminaran y que a punto estuvieran todos de babear; para total extrañeza de Ronnie.
- Fantástico - exclamó. - Fantástico - repitió en voz mucho más baja con una sonrisa en el rostro otra vez.
- ¿Sabéis milady que yo también soy un gran aficionado al arte? - le preguntó ahora.
- No - dijo negando con la cabeza. - No lo sabía - añadió.
- Pues lo soy - volvió a informarla. - Es más, los grabados son mi forma de pintura favorita - le hizo saber.
- Excelente elección señor - respondió Rosamund de manera amable.
- Poseo una extensa y completa colección en la biblioteca - le informó. - ¿Os gustaría verla?- le preguntó.
- ¿Perdón? - preguntó Verónica bastante incómoda por la manera en que los hombres la estaban mirando.
- ¿Os gustaría ver la colección de grabados que tengo en mi biblioteca? - le preguntó otra vez.
- ¿Ahora? - preguntó Verónica sorprendida. - ¿Y qué pasa con la fiesta? - le preguntó. - ¡Sois el hijo de los anfitriones milord! - le recordó.
- Precisamente por eso milady, mis padres están tan ocupados por la recepción de invitados que apenas echarán en falta mi ausencia temporal - le informó. - ¿Venís? - le preguntó pasado un rato ofreciéndole el codo.
Ronnie dudó un instante.
Había algo en el rostro y sobre todo en la manera en que la miraba y la sonreía que no acababa de convencerla. No obstante...
No obstante, hacía tanto tiempo que no observaba con sus propios ojos una obra de arte...
Lo echaba de menos.
Era una de las cosas que más echaba de menos del Piamonte: el poder ir con su tía de excursión para observar obras de arte.
Lamentablemente, la familia Gold no era muy proclive al conocimiento y disfrute de las artes.
Una verdadera lástima porque su vida en el Piamonte era plenamente artística y caracterizada por su continua asistencia a óperas, museos, ruinas, colecciones de arte y visitas a salones en las que asistía como oyente a interesantes discusiones sobre política o filosofía y a interesantes duelos poéticos.
Por suerte para ella, siempre le quedaba Penélope, fuente infinita de sabiduría y conocimientos.
Sintiendo un repentino y doloroso ataque de nostalgia y añoranza de su casa, Ronnie aceptó ir con el señor Richfull a la biblioteca para observar sus grabados.
Con suerte, ¡incluso podría conseguir que le regalase uno!.
Ya se encaminaba hacia la salida del salón, cuando cerró su mano con fuerza alrededor de su muñeca y tiró de ella justo en dirección contraria.
- ¡Tú no vas a ninguna parte! - exclamó Rosamund furiosa mirando con odio a Martin Richfull.
- ¡Rosamund! - exclamó Ronnie sorprendida por la aparición. - ¿Qué tonterías dices? - le preguntó. -¡Claro que voy a ir! - replicó.
- He dicho que no vas a ir y ¡no vas a ir! - repitió enfadada, tirando más fuerte y colocándola a su lado.
- Pp..p..ppero...- inicó Verónica.
- Ni peros, ni peras ¡ni nada! - exclamó Rosamund. - Lamento informarle señor Richfull de que la señorita Rossi está muy ocupada esta noche haciéndome compañía y le va a resultar imposible acompañarle a la biblioteca - dijo, mirándole con una sonrisa irónica.
- La señorita ha manifestado en varias ocasiones su interés por el arte y su deseo de acompañarme - respondió Richfull con una sonrisa igual a la suya controlando su furia.
- ¡Eso! - exclamó Ronnie para hacerse notar en la conversación, ya que ambos se miraban como si de un duelo a muerte se tratase.
- Pues si tanto interés tenéis en que Verónica vea vuestros grabados para que os dé su opinión acerca de ellos, podía ir a la biblioteca a por ellos para que ella pueda verlos aquí sin necesidad de ausentarse del salón de baile - dijo Ronnie, sabiéndose ganadora del enfrentamiento con esta respuesta.
Verónica abrió la boca para hablar, dispuesta a replicar nuevamente, pero pronto se dio cuenta de que la idea y sugerencia que su amiga había tenido era muy buena.
La felicitó por ello.
- ¡Caramba Rosamund! - exclamó sorprendida. - ¡Es una buenísima idea! -
- Ya ves Ronnie, esto de pasar tanto tiempo con Penélope hace que se me pegue su inteligencia... - le respondió sin dejar de mirar a lord Richfull fijamente.
- Milord...¿Podríais a por vuestros grabados a la biblioteca para que pueda disfrutar de sus contemplación en el salón de baile por favor? - le pidió, inmensamente feliz ante la perspectiva.
- Eh... sí - acabó diciendo con fastidio. - Voy por ellos - anunció. - Ahora mismo vuelvo - dijo, girándose y confundiéndose entre la multitud.
- ¡Gracias Rosie! - dijo Verónica. - ¡No sabes lo feliz que me haces! - dijo, estrechándola aún con más fuerza.
Pero Rosamund se soltó enseguida de su abrazo de forma brusca y la empujó, poniendo distancia entre ambas.
- ¿Es que te has vuelto completamente loca? - le preguntó enfadada. - ¿Cómo se te ocurre decirle a ti que sí para ir a ver sus grabados a la biblioteca? - añadió.
En ese preciso instante Rosamund vio a los hermanos Gold (que parecían discutir debido a los gestos de Katherine y a la cara de Jeremy), bufó y echando humo se encaminó a grandes y sonoras zancadas hacia ellos tirando de Verónica; quien era incapaz de oponerle resistencia, dada la fuerza que poseía.
- ¡Vosotros dos! - exclamó llamándoles la atención, consiguiendo que pararan. - ¿Se puede saber que clase de anfitriones de m...? - se mordió la legua para evitar decir la barbaridad que se le estaba pasando precisamente por la mente en ese momento. Suspiró y volvió a preguntar : - ¿Se puede saber qué clase de anfitriones sois? ¿Eh? -.
Ambos hermanos se miraron sin entender muy bien a qué se refería Rosamund.
-
¿Por qué no la estabais acompañando en el evento
tal y como manda el protocolo? – exigió saber mirando directamente a Katherine,
la experta en estos asuntos.
-
Porque estaba muy bien acompañada por esos diez
hombres – respondió desafiante.
-
Y tú carcamal… dijo descargando ahora su furia
con Jeremy. - ¿Cómo es que no la has instruido en las artes de la seducción? –
preguntó, casi a voces.
Jeremy casi se atraganta al
escuchar esta exigencia en forma de pregunta (y eso que no estaba bebiendo nada
en ese momento). De hecho, le dio un golpe de tos que era incapaz de parar y
por ello, se puso rojo.
“¿Tanto se me nota?” se preguntó
avergonzado mientras Katherine le daba golpes en la espalda para detener la
tos. “¿Acabo de escuchar lo que creo que acabo de escuchar?” se preguntó
nuevamente. “¿Carrotie me ha dicho que por qué no he seducido a Ronnie? No.
Imposible” negó, vehemente. “¿Me ha dado permiso para hacerlo?” pensó con gesto
extraño.
-
¿No me has oído? – le preguntó chasqueando los
dedos para llamar su atención. - ¿Por qué no lo has hecho? – quiso saber. – Es
tu obligación como “libertino” que eres – le acusó.
“Parece que sí que me ha dado permiso”
pensó Jeremy incrédulo por la revelación.
-
¿Es que no ves como va vestida y las reacciones
que provoca a su paso en los hombres? – volvió a preguntarle señalándola y,
librándola al fin de su agarre en la conversación. Gesto que Verónica agradeció
enormemente pues Rosamund realmente le había hecho daño en su ahora bastante
dolorida muñeca.
Jeremy se echó a reír ante la
estúpida pregunta de Rosamund. No obstante, visto el grado sumo de enfado que
tenía y, para evitar en serio peligro la seguridad de su persona y librarse de
un más que seguro golpe por su parte, decidió disimularlo en forma de otro
ataque de tos repentino.
¿Qué no la había visto?
¿Qué no la había visto?
¿Hablaba en serio?
¡Pero si no hacía otra cosa que
verla!
La veía en todas partes menos
donde él más quería: en su cama.
“¿Cómo no voy a verla?” se
preguntó indignado. “Con ese vestido de satén. Satén que seguramente se deslice
limpiamente por su piel y podría dejarla desn…” pensaba imaginándoselo
mordiéndose el labio y reprimiendo los gemidos. “Basta” se ordenó. “Es
sufieciente” añadió. “Lo estás volviendo a hacer y no puedes” se regañó.
“Recuerda quién es. Recuerda quién eres” se recordó. “Piensa en cosas neutras
para bajarte el calentón” ordenó. “Piensa en animales. En animales tranquilos.
En peces” añadió. “En tus peces” rectificó.
Y eso fue precisamente lo que
Jeremy hizo.
Pensó en los cuatro peces que
había adquirido recientemente como método de distracción y de los que nadie
aparte del servicio conocía su existencia porque estaban en su habitación.
Pronunció sus nombres
mentalmente:
“Tub” (Tina)
“Andjugs” ( y jarras)
“Water” (agua)
“Frozen” (congelada)
Lo hizo una.
Luego otra.
Y así tantas veces como fueron
necesarias hasta que dejó de tener imágenes de alto contenido erótico
protagonizadas por Verónica y él en su cama de dosel.
Solo entonces abrió los ojos
orgulloso y satisfecho de sí mismo por haber vuelto a controlar sus impulsos;
sonriendo por ello.
“¡Este hombre es tonto!” exclamó
Rosamund indignada.
-
¿Para qué querías que la acompañásemos? – le
preguntó Katherine con el mismo tono de desdén que antes. – Parecía que se
estaba divirtiendo bastante sin nosotros – dejó caer.
-
¡Oh sí! – exclamó Rosamund asintiendo. – Se lo
estaba pasando muy bien – añadió sin dejar de asentir. – Y mejor que se lo iba
a pasar en la biblioteca de lord Richfull mirando sus grabados – anunció.
Katherine contuvo un grito de
horror tapándose la boca con las manos. Solo entonces preguntó: - ¿Qué?-
-
¿Qué? – se le escapó a Jeremy en forma de grito
mirado con reprobación ahora a Verónica.
-
¿Qué? – preguntó a su vez la aludida, aún sin
entender nada.
-
Efectivamente – dijo Rosamund. – Nuestra amiga
Verónica estaba a punto de marcharse a la biblioteca con lord Richfull para
observar su extensa colección de grabados – les informó.
Ambos hermanos estuvieron mirando
a Ronnie con una mezcla de horror y enfado hasta que Katherine se giró hacia su
hermano para gritarle:
-
¿Lo ves? – le preguntó. - ¿Qué acabo de decirte?
– añadió. - ¡Tienes que ser su vigilante! – le ordenó señalándole. - ¡Mira lo
que ha estado a punto de hacer! – añadió ahora mirando y señalando Verónica.
-
Tranquilidad – dijo Rosamund elevando las manos
para llamar a la calma. – Afortunadamente para todos yo SÍ – dijo esto con
especial énfasis – Estaba pendiente de Ronnie y lo impedí justo a tiempo –
añadió, orgullosa.
-
¿Dónde está? – exigió saber Jeremy, brusco. -
¿Dónde está Richfull, Carrotie? – añadió. - ¡Voy a matarlo! – exclamó. – Se le
van a quitar las ganas de enseñar grabados en bibliotecas de que termine con él
– dijo entre dientes apretando la mandíbula para que no lo escucharan.
Fracasó en esto último, al menos con
Rosamund, pues esta le recriminó con tono burlón:
-
¡Vaya! Ahora sí que nos interesa ser buenos
anfitriones – dijo. – Pero ¿dónde estabas antes para impedir que fuera a ver
los grabados? – le preguntó acercándose a él amenazante con los brazos en
jarras.
-
Bueno, ¡basta! – exclamó Verónica hablando por
primera vez en toda la situación. – Sabéis que no me gusta nada veros discutir
– les regañó a Rosamund y Jeremy. – Además sabéis que me encanta el arte y
¡eran unos simples grabados por Dios! – dijo echándose a reír.- ¿Qué hay de
malo en que fuese a ver unos grabados? – preguntó ignorante con los últimos
rastros de la risa en su cara y una medio sonrisa en el rostro.
-
¿Se lo explicas tú o se lo digo yo, Adonis? – le
preguntó Rosamund irónica.
Jeremy suspiró, se acercó a
Verónica, se agachó y comenzó a explicarle el significado real de los grabados.
A Verónica le hacían cosquillas
tanto el aliento como la barba de Jeremy junto a su oído y por eso, reprimió el
ataque de risa que amenazaba por comenzar otra vez.
“Es lo único bueno que tiene su
barba” pensó distraída, riendo mentalmente. “¡Concéntrate!” se ordenó.
Y por eso, centró toda su
concentración en las palabras de Jeremy.
-
Esto… - titubeó. – Verás… - añadió. – Lo que
Rosamund… lo que Richfull… lo que yo quiero decir… - bufó y se giró en la
dirección contraria para suspirar y pensar en la mejor manera de decírselo sin
que se escandalizara (para total desesperación de Rosamund, observadora silenciosa,
por increíble que parezca, de la escena) – Cuando Richfull hablaba de grabados
en realidad no hablaba de grabados – dijo de una vez.
Rosamund; que
había leído los labios de Jeremy (y por tanto había entendido la última de
frase) hizo un gesto de desesperación e incredulidad antes de comenzar a aplaudir
la estupidez que acababa de decir en su opinión.
Verónica ignoró el gesto de su
amiga y continuó concentrada en la última frase.
Frase que por más que repetía, no
entendía.
Por eso, con el ceño fruncido se
giró y buscó la expresión de Jeremy para que la ayudara a entender.
Con el rostro de Verónica a
escasos centímetros del suyo, Jeremy rememoró inmediatamente el primer beso que
se habían dado y le costó verdaderos esfuerzos refrenar a sus impulsos para
repetir la acción. No obstante (dado que no estaban en el lugar indicado y
tenía público, desechó ese hilo de pensamientos sacudiendo la cabeza y le dijo,
mirándola a los ojos:
-
Verónica… - suspiró. – Los grabados son una de
las tantas palabras que componen el lenguaje cifrado de los libertinos y que
son utilizadas en el juego de la seducción – explicó. – Así que… Lo que
Richfull dijo… - se rascó la frente y rectificó. – Cuando Richfull te propuso
que le acompañases a la biblioteca para mostrarte sus grabados lo que realmente
quería proponerte era… -
-
¿Sí? – le preguntó asintiendo a la espera del
final de la frase.
-
Lo que realmente te estaba proponiendo era… que
te acostases con él – concluyó.
A Verónica le costó comprender el
significado de la última frase.
La repitió mentalmente varias
veces hasta que la procesó y asimiló su significado.
Entonces…
-
¿¿¡¡QUÉ??!! – preguntó con un grito tan fuerte
que llamó la atención sobre ellos. De hecho, pronunció esta frase tan corta de
forma tan repentina que un pequeño escupitajo con saliva salió de su boca
disparado hacia el ojo y la mejilla de Jeremy.
-
¡Ay Dios! – exclamó avergonzada. - ¡Fue sin
querer! – explicó. - ¡Lo siento! – se disculpó. - ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo
siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! – repitió mientras le limpiaba la
saliva con la mano.
-
¡Está bien! – dijo él dando un paso hacia atrás
frotándose el ojo y abriéndolo lentamente
varias veces para reacomodarse a la capacidad de visionado. – Estoy bien, no te
preocupes – le informó.
-
¿Qué? – preguntó Verónica.
-
Que estoy bien – repitió Jeremy.
-
No me refiero a eso – dijo Véronica. – Lo entendí
perfectamente, yo hablo de… lo otro – acabó la frase con un susurro.
-
Si Verónica, lo que realmente quería Richfull
era lo que acabo de decirte – repitió.
-
¿Es eso cierto? – les preguntó de forma muy
seria (y esperando que no fuera cierto) a sus amigas para corroborar la
respuesta de Jeremy.
Rosamund aún se reía del momento escupitajo
volador (por el cual felicitó mentalmente a la excelente puntería y precisión
de Verónica) cuando ésta les preguntó. De inmediato buscó a Katherine con la
mirada y juntas asintieron a la vez.
“¡Oh Dios mío!” exclamó
horrorizada mientras retrocedía y se alejaba de sus llevándose las manos a la
cara por la vergüenza.
Caminó hacia atrás con pasos pequeños
y lentos porque estaba recordando la situación que había vivido muy poco y entonces,
al verlo desde otro punto de vista, todo cobró sentido.
Ahora entendía las miradas de
interés y las sonrisas interesadas de todos los hombres cuando aceptó gustosa y
de buena gana el ofrecimiento de lord Richfull. Y también comprendió el “extraño”
tono que él había utilizado a lo largo de toda la conversación con ella.
Hizo cuentas mentales y…el padre
de Martin Richfull tenía la misma edad que su madre. Miró hacia donde estaban
sus tías y su abuela y éstas le sonrieron
con maldad y superioridad.
“Me han engañado” pensó con
pesar. “Me han engañado como a una tonta” añadió.
“¡A saber qué habrán dicho de mi
madre durante todos estos años!” exclamó furiosa recordando lo sucedido hacía
ocho años. “¿Realmente me ven así?” se preguntó mirándose con asco y con las
lágrimas a punto de derramarse de sus ojos.
-
¡Lo siento! – exclamó ya llorando (incumpliendo
esta norma de protocolo) antes de salir corriendo hacia los jardines para
evitar alguien más la viera.
Mudos, los tres observaron cómo
sin venir a cuento, Verónica se echaba a llorar y desaparecía de su vista a una
velocidad vertiginosa.
El instinto protector y maternal
de Rosamund se disparó de inmediato y se dispuso a salir corriendo presurosa
tras ella. No obstante, su carrera se vio interrumpida porque Jeremy se había
puesto justo delante de ella.
-
¿Qué dem…? – inició.
-
No – dijo con firmeza. – No – repitió mirándola
a los ojos para remarcárselo. – Yo iré – informó. – Quedaos aquí- les advirtió
a ambas antes de girarse y echar a caminar tranquilamente (para evitar
comentarios malintencionados) exactamente en la misma dirección que Ronnie.
Su hermana y Carrotie tenían razón
Verónica estaba muy perdida y desorientada en Londres.
Bastaba el ejemplo que acababa de vivir para darse cuenta y
ser consciente de ello.
Necesitaba un guía y un protector que la orientase en el
Londres actual en el que vivía.
Había llegado su momento.
Esos momentos y situaciones se iban a acabar.
Y él se iba a asegurar de ello personalmente.
Justo en ese momento, se comprometía a ejercer esa función a
ojos de Ronnie, sus amigas y la sociedad en general.
Se congelaría el infierno antes que permitir que fuese
protagonista de un escándalo o una nueva burla en su presencia.
No importaba que tuviera que poner en riesgo su salud debido
a su calenturienta mente o el número de veces al día que tuviera que mencionar mentalmente
a sus peces y baños de agua fría que tuviera tomar.
Él iba a ser su protector, su guía y su amigo
Y punto.
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