Eran las siete de la mañana del
cinco de septiembre de 1820 y por tanto, aún no había amanecido. Lo cual
significaba que la inmensa mayoría de las personas estaban durmiendo todavía,
aunque también era cierto que una buena parte de la población londinense (la
que tenía que trabajar) se despertaría dentro de muy poco tiempo.
No obstante, ése no era el caso
de William Crawford; quien dormía plácidamente dando suaves ronquidos en
intervalos temporales bastante grandes.
Y ese tampoco era el caso de su
Penélope Crawford; su esposa, quien desde que había contraído matrimonio con el
duque de Silversword, había adquirido el “mal” hábito de no madrugar y
remolonear en la cama hasta por lo menos las nueve de la mañana y por tanto,
como aún no era su hora de despertarse, dormía casi tan profundamente como su
marido.
De hecho, deberían estar
durmiendo abrazados, como venían haciéndolo habitualmente desde que se casaron.
No obstante, dadas las circunstancias especiales en las que la duquesa se
encontraba, no era mejor idea del mundo.
Circunstancias especiales que no
eran otras que un nuevo embarazo. Puntualizando y siendo más concreto, un
avanzadísimo estado de gestación. Tan avanzado como que estaba de nueve meses.
Circunstancias que además eran un
añadido en opinión de William para que su esposa permaneciese más tiempo en la
cama y descansase el mayor tiempo posible.
Orden que él mismo se encargaba
de que cumpliese sin rechistar debido a los recuerdos de su parto anterior (y
que era el único motivo y tema de sus pesadillas).
De ahí que no se tomase demasiado
bien ni reaccionase con excesivo entusiasmo cuando su esposa le comunicó la
noticia de que iban a ser padres nuevamente: tenía pánico de que la situación
se repitiese y Penélope se reencontrase a las puertas de la muerte por un parto
difícil.
Sin embargo, la futura mamá tenía
la impresión de que esta vez iba a ser diferente. De hecho, había bastantes
indicios e indicadores de que así sería:
-
Para empezar, al contrario que la vez anterior,
esta vez si que sabía cuál iba a ser el sexo del bebé: una niña.
Así se lo confirmó primero la
germinación del trigo antes que la cebada cuando compró las semillas
pertinentes y lo reafirmaron el resto de métodos que utilizó en su embarazo
anterior y que le habían resultado fallidos (claro que la vez anterior esperaba
gemelos, de ahí la falta de resultados o las respuestas contradictorias).
-
Otro indicador de que sería diferente fue el
absolutamente horrible primer trimestre de embarazo que había sufrido, con
náuseas, mareos y pequeñas bajadas de azúcar casi a diario (ausentes en el
primero) y que le impedían abandonar su casa durante la primera mitad del día;
corrigiendo los artículos de Christina en el hogar familiar y usurpando sin
ningún tipo de reparo el despacho de su marido.
-
Y por último, el tercer indicador diferencial
entre uno y otro fue el apetito voraz que se le había despertado, con el cual
había entrado en una especie de círculo vicioso durante los tres primeros meses
de embarazo puesto que a más vomitaba, más ganas de comer e ingerir nuevos
alimentos tenía.
Motivo por el cual esta vez no
quiso conocer el número total de libras que había ganado con este nuevo
embarazo y que servía a su vez como otras de las diferencias comparativas con
el embarazo anterior.
Por todo ello, la futura mamá
sabía que este embarazo iba a ser diferente y su parto de iba a desarrollar sin
problemas. Estaba casi segura al cien por cien.
De hecho, no había refutado su
presentimiento porque no tenía pruebas científicas lo suficiente poderosas en
lo que ha credibilidad y refutación se refería; ya que sino, lo hubiera hecho.
La hasta entonces completamente
dormida Penélope se despertó repentinamente en cuanto notó un pinchazo por la
zona de la vejiga y sintió una imperiosa y repentina necesidad de ir al baño.
Necesidad que era otra de las desventajas
de estar embarazada: que se pasaba la mitad del día yendo al baño; sobre todo
en los dos últimos meses, pues creía y se veía incapaz de controlar sus
esfínteres miccionales diarios.
Por este motivo se levantó de la
cama suavemente para no despertar a William (alarmista en exceso) y muy
despacio ya que era tal el tamaño de su barriga que su velocidad de movimientos
y reacciones había disminuido considerablemente.
Misma barrgiga contenedora de su
hija a la que le habló entre susurros para que su marido no notase la
diferencia de grosor (aumentado) del colchón en cuanto hubiese abandonado la
cama matrimonial.
Por suerte o lo hizo y, de puntillas se dirigió al cuarto de
baño…
William se despertó en cuanto fue lo suficientemente
consciente (dentro de su estado medio
somnoliento) de la conjunción de dos factores de miedo y alarma:
-
El primero de ellos fue cuando fue a tocar la
espalda de Penélope para sentir el contacto de su esposa junto a él y
recordarle con este simple y nimio gesto que debía permanecer en la cama puesto
que aún no había amanecido (así lo confirmaba que no había comenzado a entrar
la luz por la ventana).
Contacto que, por otra parte era
el único seguro y recomendado por el doctor y permitido por la susodicha;
especialmente sensible en cuanto al tema del contacto físico matrimonial y
rotundamente negada a dormir abrazados ya que así el sería plenamente
consciente de la dimensión total y real de su tripa.
Y eso era lo único que ella no quería que conociese, pues ya
bastante acomplejada por ello estaba ya ella por los dos.
-
Y el segundo se produjo cuando agarró las
sábanas para arroparse (ya que no había sido consciente de que estaba
desarropado hasta la cintura hasta que sintió una ráfaga de aire que hizo que
el vello de sus brazos y su pecho de pusiese de punta (unos más evidentes que
otros) y sintió una mancha de líquido muy reciente en ella.
El primer pensamiento que se le
vino a la cabeza fue que sus hijos habían vuelto a hacerles una visita nocturna
silenciosa para dejarles ese “recuerdo” y “regalito” en la cama de sus padres
para hacerles patente que estaban aprendiendo a desenvolverse a vivir sin
compresas, pero que no les había dado tiempo a llegar al orinal de su baño.
Aunque también cabía la
posibilidad bastante real de que lo hubieran hecho a propósito, ya que si por
algo se caracterizaba el carácter y comportamiento de los pequeños gemelos
Crawford era por no ser nada angelical.
Sin embargo, hoy le dio el
presentimiento de que no había sido por eso, así que se levantó de la cama, se
puso una bata (porque dormía desnudo todo el año) y se dirigió al cuarto de
baño, bostezando y restregándose los ojos durante todo el camino.
Sus sospechas se confirmaron
cuando comenzó a ver las primeras y pequeñas gotas de sangre justo en la entrada
del habitáculo y cómo esas gotas incrementaban su tamaño y se convertían en un
reguero al entrar en él.
“No” pensó angustiado. “Otra vez no” se repitió.
- ¡Penélope! –
gritó angustiado mientras miraba alternativamente y de forma bastante rápida a
todos lados (aunque por ello sin centrar la vista el tiempo suficiente en
ningún lugar en particular) sin verla. - ¡Penél…! – volvió a gritar.
- ¡Shhh! –
ordenó ella de manera muy suave.
Y entonces la vio.
Dentro de la bañera.
Con el camisón lleno de sangre en la zona de su bajo
vientre.
Camisón cortado de manera brusca
y artesanal pasando de su largo habitual hasta entonces por los tobillos a por
debajo de las rodillas y lo que era más
importante…
Con un bebé en sus brazos completamente limpio.
-
Enhorabuena señor Crawford, acaba de ser papá
nuevamente – le dijo sonriente y dándole un beso en la cabeza a la pequeña
entre sus brazos.
William intentó de todas las maneras posibles que el impacto
de esta noticia no se le notase o, que se notase lo menos posible, pero fue en
vano, ya que en cuanto vio cómo la niña miraba en su dirección comenzó a
señalarlas temblando primero la parte superior de su cuerpo como una de las
gelatinas que tanto le gustaban de postre y después, temblor extendido al resto
del cuerpo.
Temblor que provocó que las piernas le flaqueasen y que
cayese de culo justo sobre el charco de sangre más grande que había en el suelo
del cuarto de baño.
-
William ¿estás bien? – le preguntó Penélope
preocupada. Asintió imperceptiblemente y a duras penas. – Estás blanco y parece
que en cualquier momento te marearás o expulsarás toda la bilis que contiene tu
estómago, ya que al ser las horas que son, no creo que haya mucho más que agua
dentro de él – añadió.
De un respingo, William se acercó hasta la bañera:
-¿Es mía? – preguntó maravillado.
- Creo que sí
– respondió asintiendo.
- ¿Está bien?
– preguntó.
Penélope asintió.
-
¿Y tú? – preguntó él, observando su rostro
atentamente. - ¿Estás bien? – le preguntó. Sin embargo, no le dio ni tiempo ni
opción a responderle ya que de forma compulsiva y nerviosa comenzó a palparle
todo el cuerpo, a tocarle la frente mientras hacía lo propio con la suya para
cerciorarse de que su temperatura corporal era la correcta y adecuada y sobre
todo, lo que le causó más reparo y vergüenza a la recién estrenada por segunda
vez en la maternidad, para mirarle exhaustivamente la zona de su cuerpo de
donde acababa de salir su segunda hija, tercera en el cómputo global.
Acción para la cual tuvo que
ponerse en pie, permitiendo que ella viera su enorme mancha roja en el trasero
y se echara a reír suavemente.
Cuando William escuchó reírse a
Penélope, se giró de forma instantánea con la ceja enarcada y lanzándole con
este gesto la pregunta mental que se estaba formulando:
-
Señor duque, está usted todo manchado de sangre
en la zona del culo – explicó ella aguantando la risa. William seguía sin
entender el motivo de risa de su mujer. – Parece que acabaran de reventarle
todas las hemorroides de su cuerpo – añadió, echándose a reír aunque la
situación fuese realmente asquerosa si a alguien le daba por imaginar.
Hecho que había realizado
precisamente William (y por tanto, no le parecía gracioso en absoluto) pero al
final, la risa de su mujer acabó contagiándole y él hizo lo mismo.
-
Señora Crawford, al menos mi mancha es de sangre
que no es mía y no estoy tan sucio como usted, que ni se sabe de qué es
exactamente de lo que se ha manchado de tanta mierda como lleva encima – le respondió.
Ambos se echaron a reír a
carcajadas (sobre todo porque cuando William cayó cerró la puerta del cuarto de
baño y eso atenuaba bastante el posible ruido y revuelo que pudieran haber causado a esas horas)
-
Estás perfectamente bien – dijo William
maravillado mirando a su esposa lleno de amor y agradeciendo mentalmente que
todo se hubiese desarrollado bien y sin ningún tipo de percance o circunstancia
desfavorable en esta ocasión.
-
Ya te dije que era una chica fuerte – le respondió
ella con una sonrisa de autosuficiencia.
-
Ahora te creo – dijo, besándola en los labios.
-
Will… - dijo ella cuando su beso concluyó. -
¿Podrías llamar a la señora Potter? – le pidió. – Es que necesito que venga a
cortarme el cordón umbilical para que esta pequeña sea ya independiente del
todo – explicó.
-
Claro – respondió dándole otro beso en los
labios. – En cuanto me digas cómo se llama mi nueva hija – añadió.
-
¡Will! – exclamó ella. – Esto es muy importante –
recalcó.
-
Claro que sé que eso es importante – respondió él.
– Estuve hablando de los detalles del proceso con el doctor Phillips – añadió
para que le creyera. – Pero considero que también es muy importante el conocer
cómo se llama mi nueva hija – replicó – Y no te atrevas a sugerir siquiera que
no has pensado en un nombre para ella porque no te creo – le advirtió.
-
¿En serio no vas a ir? – le preguntó Penélope,
incrédula. William negó con la cabeza. – Pues gritaré – replicó, satisfecha.
-
Adelante – le instó. – Pero déjame recordarte
que si gritas despertaras a nuestros pequeños monstruitos que ahora mismo
duermen profundamente y ajenos a la situación que tú y yo estamos viviendo en
este baño – añadió.
-
Y una vez despiertos, no hay quien los vuelva a
dormir hasta la breve siesta de media tarde… - incidió. - ¡Con lo fácil que
sería que yo me acercara a la habitación de la señora Potter y la despertase
con suaves golpes en la puerta para que venga a cortarte el cordón umbilical
silenciosamente….! – dejó caer.
-
Eso es juego sucio, milord – respondió ella
bufando y con los ojos entrecerrado y una furia manifiesta saliendo de ellos
(de hecho, le estaría señalando si pudiera en ese momento y si la niña no
ocupase por completo sus dos brazos).
-
Todo vale en el amor y en la guerra – respondió él
dándole un largo beso. – Y el juego sucio es mi favorito – añadió en susurros
seductores con el rostro a pocos centímetros del suyo.
Penélope gruñó
y bufó para hacer patente a su esposo con estos para nada femeninos, gestos que
había claudicado; cosa que odiaba hacer sobremanera, por otra parte.
-
Está bien cabezota – dijo entre dientes. –
Aurora – añadió.
-
¿Aurora? – preguntó extrañado. - ¿Cómo la Bella
Durmiente? – añadió, conocedor de este hecho porque se había vuelto un lector
asiduo y continuo de cuentos infantiles de princesas desde que Penélope había
tenido a Amanda.
-
Sí – dijo Penélope. – Pero no – añadió de
inmediato, creando confusión a William. – Aurora, como la diosa romana del
amanecer – explicó, recordándole su exquisitez de criterios a la hora de elegir
nombres para sus hijos. – Y Aurora, justo como la hora en la que se produjo su
nacimiento – apostilló.
William volvió a agacharse y
antes de que su esposa volviera a abrir la boca, le agarró la cabeza de forma
suave y esta vez sí, le dio un beso con todas las letras de la palabra.
Un beso que dejó a Penélope
atontada y que a él le dio la capacidad suficiente de margen y maniobra para
ponerse en pie y decirle a su esposa:
-
Voy a despertar a la señora Potter – No te
muevas de aquí porque enseguida volvemos – le ordenó.
-
¡Cómo si pudiera irme a correr o a montar a
caballo por Hyde Park! – replicó Penélope entre susurros (pues Aurora se había
dormido) con ironía.
Para sacar aún más de quicio a su
esposa, William le lanzo un beso a su esposa antes de salir de cuarto de baño y
cerrar la puerta sin llegar a encajarla mientras sonreía.
Cuando se giró, un potente rayo
de sol atravesó el encapotado y lleno de nubes grises y negras anunciadoras de
lluvia, iluminó la inmensa estancia que era el dormitorio matrimonial de los
duques de Silversword y que le alcanzó justo en el centro de su pecho,
provocando que sintiese el calor que éste emanaba.
Rayo de sol que fue tomado como
una señal y un indicio inequívoco por William Crawford, creyente fiel de este
tipo de coincidencias.
“Hoy va a ser día excelente” pensó.
La Bella Durmiente: En realidad es un cuento de hadas oral muy popular. No obstante se hizo más popular desde el siglo XVII con la versión de Charles Perrault (1697)y los hermanos Grimm
ResponderEliminarNo es justo, con esta pareja, las historias salen solas... y aunque he conseguido rellenar algo más de Vero y Jem, aún no está completo... ¬¬
ResponderEliminarjajaja pues deja de pensar en esta pareja y empieza a centrarte en la otra... :D
ResponderEliminarbueno bueno bueno aqui llega la signorina ristori con las pilas cargadas xD chin llamame willyadicta q seria lo mas apropiado mas q willyfobica xD xq q decir me encanta willy xq el sr aparte de darle el chungo de su vida cuando ve a la otra con la niña en los brazos tan campante y feliz luego me enlaza con una conversacion surrealista perfecta y lo mejor es q estan los dos tan campantes sucios y medio empelotas estado para tener una conversacion medianamente normal con una recien parida xD q decir q me ha gustado el capi y es q esta pareja me encanta sera q penelope y moi nos parecemos a veces =) y willy willy es un casito del nº 1 y adorable y quiero uno asi es q no me cuesta nada de nada imaginarme la escena porq la veo a la perfeccion y me imagino al berruti con la bata despeinado con la melena del sparviero asi enmarañada con su torso.... eso imaginadlo vosotras ;) xD y a penelope en la bañera recien parida xD me he reido mucho y me ha encantado =)
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