CAPÍTULO XXX
Chivato
La noticia del incidente (por no llamarlo tiroteo) sucedido la noche de
Nochebuena entre varios nobles con deudas de juego pronto corrió como la
pólvora entre la alta sociedad británica. En consecuencia, también lo hizo
entre los periódicos y sobre todo entre los cronistas de sociedad.
Y Christian Crawford, alias Christina Crawford, como primera cronista
social no se quedó atrás. Por eso, no se
entretuvo ni siquiera en fiestas o días tan señalados como el de Navidad
(aunque en realidad sí porque tenía tres sobrinos a los que atender y regalar;
más bien dos porque la pequeña Aurora no se enteraba de nada que no fuera
comer, cambiarse de ropa o ser lavada) para iniciar sus pesquisas
detectivescas.
No le fue mal pues en apenas tres días descubrió todo lo relacionado
con el incidente; sintiéndose tremendamente orgulloso de ello. Máxime cuando
jamás descubrirían quién había ido realizando las pesquisas dados los disfraces
y estrafalarios y estrambóticos vestuarios o disfraces que había tenido que
llevar para esto.
Al parecer, lo que había sucedido la noche de Nochebuena era que se
había organizado una timba de cartas con altas apuestas en juego; la cual había
reunido a la “flor y nata” de la sociedad aristocrática londinense entre los
que se encontraban Edward Harper Junior, Albert Branches o Andrew Worthing y
otros jugadores sin tanta importancia o reconocimiento social tales como los
hermanos Wilkinson; trabajadores del matrimonio Appleton o Marc; el hombre que
había contratado para proteger a Sarah en los combates. De hecho, éste había
sido quien había estado más cerca de reconocerle pese a que iba disfrazado de
otomano; lo cual demostraba que no había que subestimar la inteligencia de las
personas por su nivel económico y su clasificación social porque podías
llevarte sorpresas.
Al final tuvo suerte, su
identidad continuó en secreto y pudo concluir su trabajo de investigación y
esclarecer los hechos para publicarlos (como siempre) en exclusiva.
Lo que realmente sucedió esa noche era que tras varias (entendiéndose
varias como numerosas, pues apenas faltaban un par de horas para el amanecer) la
partida dejó de ser interesante y solo se mantenían como jugadores en activo de
la misma Edward Junior y Albert Branches. No obstante, tal y como las normas de
las partidas marcaban y sobre todo, movidos por una enorme curiosidad acerca de
quién resultaría el vencedor absoluto (y regresaría a casa algo más rico esa
noche a su casa), el resto de jugadores permanecían allí.
Quiso el destino, la providencia, el azar, su mayor experiencia en los
juegos de azar, que no estaba muy afectado por la cantidad de alcohol que había
ingerido; todos o ninguno pero quien terminó por llevarse el gato al agua esa
noche fue Edward Harper Junior. Un Edward Harper Junior que, bastante
satisfecho y orgullosos por cómo había concluido su noche, decidió regresar a
su casa en cuanto tomó el dinero.
Plenamente confiado en que nada le sucedería y por lo tanto, con la
guardia baja, no esperó la reacción
violenta de su contrincante (al parecer, bastante necesitado de dinero) ni el
tiro que le pegó por la espalda. Un tiro que fue dirigido al hombro a
propósito porque en ningún momento su
propósito fue matarle, tan solo lo que quería era el dinero.
Esa era la historia que más veces le habían contado a sus alter egos
disfrazados. No obstante, eran demasiados años ya en este mundo y su olfato le
indicaba que debía recelar al respecto. La rumorología era una dama muy
poderosa y, era bastante fácil echar la culpa o señalar como uno de los
protagonistas de tan deshonroso acto a Edward Harper Junior; la oveja negra de
su familia y el garbanzo negro de la olla a ojos de toda la sociedad menos de
su padre; quien lo creía un bendito santo varón.
Sin embargo, comenzó a creer que la historia bien podría ser cierta
cuando descubrió que Albert Branches estaba desaparecido y que ni su propia
novia; o mejor dicho su prometida, la señorita Eden Growner (con la cual había
tenido el “placer” de volver a conversar sin que ésta supiera tampoco quién era
exactamente) supiese su paradero desde la mañana de Navidad, cuando le pidió
matrimonio antes de esfumarse. Por una
parte, la historia comenzaba a encajar pero por otra no sabía nada…
Estaba claro.
Debía ir a hablar con una persona cercana al entorno de Edward Harper
Júnior.
Incluso intentó hablar con el supuesto herido frecuentando los
ambientes nocturnos por los que solía moverse (y que no eran un secreto para
nadie) sin resultado. Hecho que provocó que su recelo y desconfianza inicial
ante la narración de la sucesión de los acontecimientos de esa noche
disminuyera. Aún así, no podía creérselo del todo y publicarlo hasta que
obtuviese una prueba o confesión del propio Edward Harper Júnior que
certificase una u otra versión.
Y dado que parecía que lo celaban y guardaban como si se tratase de una
más de las piezas que englobaba el tesoro real de la corona británica, no le
quedaría más remedio que ir por primera vez en su vida a la residencia Harper
de Mayfair.
¿Era o no para sentirse satisfecho y orgulloso de sí mismo?
Era tal su éxito en esta ronda de preguntas que bien podrían tomar como
ejemplo y aprender de él los ocho de Bow Street en sus trabajos. O incluso,
podrían ofrecerle un puesto a él para trabajar allí. Puesto que él rechazaría
de inmediato y no solo porque si dijera sí deberían modificar el nombre pues
serían los 9 y no los 8 de Bow Street dado que ninguno tenía intenciones de
abandonar su puesto y sobre todo porque si había algo que le causaba un horror
similar a la idea de que Sarah y Henry Harper fueran pareja era la idea de
trabajar junto a Anthony “el rancio” Harper.
No podría soportarlo ni quería imaginárselo, así que lo dejó estar.
Probablemente hubiera ido a “intentar” mantener una conversación con
Edward Harper Junior y de hecho, su idea al respecto era tan firme que a esas
alturas y en unas circunstancias normales, ésta se estuviera produciendo ya…
… Si no hubiera escuchado una segunda historia producida esa noche
igual de sorprendente a sus oídos.
La historia de la providencial “curación” del susodicho Junior de manos
de un joven doctor que no era el doctor habitual de la zona y con el que
Christian había coincidido en un par de ocasiones; el doctor Phillips.
En un principio no se preocupó porque todos los doctores llevaban un
ayudante; al que adoctrinaban para el momento en que abandonasen su profesión.
Y de hecho, él había visto a George; el brutote que tenía por ayudante en
numerosas ocasiones. El verdadero problema comenzó cuando escuchó y comprobó in
situ algunas de las reacciones femeninas mientras le describían.
Y, o mucho había cambiado físicamente desde la última vez que él lo
había visto o, cosa que era mucho más razonable, el médico misteriosos no era
George.
Como era natural, el médico no era George. Su tesis se vio reforzada
cuando descubrió que este doctor en particular no actuaba solo sino que a su
vez estaba acompañado. De una mujer.
¿Una mujer?
¡Una mujer!
¿Desde cuándo las mujeres ejercían la medicina?
Su sorpresa fue mayúscula al recibir esa noticia pero no llegó al
límite de sorpresa que alcanzó cuando descubrió la identidad real del doctor;
que no era ni más ni menos que ¡Henry Harper!
¡Henry Harper!
Desconfió de inicio por la fuente que le proporcionó la información de
manera directa tras un servicio; una tal Lindy según le comentó después pero…
cuando, una vez metido dentro de él el gusanillo de la curiosidad, no pudo
dejar evitar preguntar a algunas personas de la zona acerca del doctor
adoleciendo falsos dolores estomacales.
Para ser sinceros y claros, en el fondo debía agradecer la extrema
amabilidad de los habitantes del Soho y de la Isla de los Perros; quienes no
solo le dijeron que el doctor se llamaba Henry Harper; sino que le indicaron
dónde podía encontrar con su consulta que también hacía las veces de su casa.
Incluso quisieron tocar a la puerta y quedarse con él para conocer la gravedad
de su estado. Acciones y gestos que no eran muy habituales en los círculos en
los que él se movía y que le sorprendieron de forma grata.
Acciones y gestos que obviamente tuvo que declinar porque no se
encontraba enfermo . En su lugar, e ignorando el frío invernal se apostó frente
a la puerta (en realidad no justo frente a la puerta, sino que se escondió
ligeramente tras una esquina cercana). Cualquier espectador externo y sin una
explicación coherente a la par que necesaria podría pensar tres cosas: que
estaba loco, que era un acosador obsesionado con alguna persona que vivía cerca
de allí o, simplemente que estaba desperdiciando un tiempo precioso.
Nada de eso.
Ni estaba loco, ni estaba obsesionado con nadie de los aledaños (quizás
sí que sentía bastante inquina por el “doctor” Harper) ni estaba perdiendo el
tiempo.
Al contrario.
Su tiempo allí había sido extremadamente productivo y el daño físico
más grave que podía ocurrirle era que cayese enfermo con un resfriado o una
gripe. Enfermedades para las que su cura no iba a llamar a la puerta del doctor
Harper, pues ya tenían un médico privado en la familia.
Además, dudaba bastante de que no intentase nada en su contra durante
su “tratamiento” para con él.
“Médico” se dijo maravillado, desconcertado y asombrado a partes
iguales.
Así que la tal Lindy resultó ser una fuente de información creíble y
veraz y Henry Harper era médico. Pero no cualquier médico, sino el médico que
salvó la vida de su hermano y le sacó la bala del hombro la noche de
Nochebuena.
Algo no encajaba muy bien aquí.
Henry no podía ser médico porque él había compartido años de estudios
universitarios con él y en ningún momento concluyó los estudios de medicina.
Además, era un conocido vago y desde su abandono del ejército no se había
dedicado a otra cosa que vivir de los demás y golfear; pero en ningún momento a
estudiar.
Los estaba engañando a todos.
A toda esta buena gente crédula.
Sin ingresos ni deseo alguno por hacer cosas de provecho ¿cómo iba a
ser médico?
Sus derroteros mentales se vieron interrumpidos de forma abrupta cuando
de forma repentina se abrió la puerta de la consulta y de ella salió una mujer
rodeada de niños; llevando en los brazos a otro. Y sobre todo, porque era mucho
más importante para él, Sarah tras ellos para despedirse personalmente con cada
uno de los chiquillos con u beso en la mejilla.
De la numerosa prole que la mujer tenía, el único que correspondió la
despedida con un beso en la mejilla como ella, fue uno de los niños medianos.
El resto simplemente agitaron sus pequeñas manos y gritaron al unísono:
“¡Adiós, doctora Sarah!”
“¿Doctora Sarah?” se preguntó receloso y enfadado. “¿Doctora Sarah?”
repitió, incapaz de creerse la situación de la que acababa de ser testigo
privilegiado. “Así que la historia es completamente cierta” concluyó. “Henry
curo a su hermano y Sarah le ayudó” añadió. “Tiene sentido” terminó.
Ahora entendía por qué había dejado tan de lado su labor periodística y
ya no le remitía las crónicas de los combates de boxeo de Skin HH Skull; la
labor para la que había sido contratada. Y también, actualmente, la única
posibilidad de comunicación entre ambos; dado que parecía no tener tiempo para
regresar a su vida anterior.
Era indignante en palabras de Christian.
Bastante indignante, además.
Estaba enfadado.
Muy enfadado.
Con la situación.
Pero sobre todo con Sarah.
Una Sarah que durante esos seis años de relación le había demostrado
ser capaz, inteligente y con bastante personalidad; sobre todo desde hacía
cuatro.
Puede que se hubiera equivocado con ella diametralmente.
O puede que la culpa fuera de Henry; quien la estaba corrompiendo.
Sí.
Lo más seguro era que la culpa fuese de Henry; que se estaba
convirtiendo en una pésima influencia para Sarah. Lo cual representaba un
peligro enorme para la seguridad de ambos y su tranquilidad mental.
¿Por qué?
Porque, no había que olvidar que él conocía a Henry. E incluso habían compartido algún tiempo viviendo
juntos. Y el encontrarse a Sarah allí, a esas horas y sobre todo, ejerciendo
como su ayudante en el ejercicio de la medicina solo significaba una cosa: que
su relación se estaba haciendo cada vez más oficial.
¿Cuál era la conclusión oficial de cualquier relación amorosa?
El matrimonio, obviamente.
Sin embargo, si algo tenía el hecho de conocer a Henry de varios años
era que podía atisbar cuál sería el próximo paso que daría a la hora de
formalizar completamente su relación. O en otras palabras, había una solo cosa
con la que Henry no podía casarse con Sarah: el consentimiento paterno. Por
tanto, si quería casarse con Sarah (lo cual daba la sensación de que ocurriría
muy pronto) primero tendría que ir a hablar con su padre para conseguirlo
después de varios años de rechazo y evitaciones mutuas.
Lo cual significaba que aún tenía una oportunidad para impedir esta
equivocación suprema. Y esto era mucho más importante que cualquier noticia o
exclusiva que Christina pudiera dar.
Era personal.
Y por ello, se dirigió presto a la residencia Harper
No le fue difícil entrar en dicha casa pese a presentarse sin
invitación anterior. Y tampoco tuvo excesivas trabas e inconvenientes para
charlar de forma privada con el dueño de la casa. Incluso podría decirse que
tuvo suerte en encontrarlo allí porque últimamente pasaba mucho más tiempo en
su propiedad familiar de Clun que en el propio Londres. El único requisito
exigido fue silencio y sigilo al caminar y moverse por el interior de la
mansión y un tono de voz suave mientras estuviera hablando con él.
Tras esas aclaraciones previas, el propio mayordomo le abrió la puerta
del despacho Y Christian quedó a solas
por primera vez en su vida frente al archiconocido y renombrado lord Edward
Harper; marqués de Harper.
Lo primero que le sorprendió de la minuciosa observación que el
ambiente privilegiado e íntimo que ambos compartieron fue que incluso dentro
del ambiente íntimo y familiar que le proporcionaba su propio hogar (y por
tanto, donde no había protocolo en lo referente a las prendas de vestir) continuase
vistiendo con su uniforme militar. O puede que se la hubiese colocado por
encima cuando fue informado de la recepción de una visita para dejarle bien
claro su status a él, el desconocido.
Lo segundo que le sorprendió fue el físico.
Y para mal.
No es que tuviera apariencia débil o de enfermedad, al contrario, se
veía su corpulencia y que estaba fuerte y proporcionado de forma muscular.
Además de que apenas tenía barriga; cosa realmente inusitada entre las personas
de su edad; mucho más dejadas físicamente. Lo que realmente le sorprendió fue
su envergadura.
O mejor dicho, su falta de ella.
No era alto. De hecho, podría jurar sin temor a equivocarse que todos
sus hijos; incluyendo a Rosamund eran más altos que él. Y él por supuesto,
también lo era. No obstante, la ausencia de envergadura no significaba que su
presencia no impactase sobremanera; pues de hecho lo hacía.
Incluso ahora, cuando tenía esbozada una sonrisa de bienvenida para
intentar disimular su desconcierto y confusión acerca del motivo de su visita
en esas fechas de parte de un desconocido lo hacía.
Salvando y dejando a un lado las numerosas condecoraciones que
adornaban su uniforme y la anchura de sus hombros, Christian estaba convencido
de que el secreto del respeto y pavor que inspiraba estaba en su rostro.
Quizás fuera el peinado con el pelo corto y blanco; diametralmente
opuesto a lo que la moda y el protocolo imperaban, quizás fuera su rostro
carente de arrugas para la edad que tenía. O puede que fuera el enorme bigote
descendente que alcanzaba la mitad de los mofletes, su nariz aguileña, sus
cejas blancas perfectamente arqueadas y muy pegadas a los párpados de sus
profundos ojos negros con bolsas bajo ellos; los cuales parecían analizarte
mientras te miraban. O bien podría ser su ya mencionada enigmática sonrisa.
Incluso puede que fuera todo el conjunto. Christian no lo sabía con seguridad
pero de lo que sí que era plenamente consciente era que pese a estar sentado
frente a él, en un ambiente “relajado” e informal, le costaba un esfuerzo casi
sobrehumano responder a la pregunta que le había planteado hacía ya al menos
diez minutos y que el nudo que se había formado en su garganta no se movía de
ahí.
-
Vengo… -
tartamudeó y titubeó mientras se aclaraba la garganta. – Vengo a hablarle de su
hijo – añadió.
-
¿Otro? –
se preguntó bufando y dando un golpe que provocó que Christian saltara
levemente sobre su asiento. - ¡Por última vez! – dijo, amenazante. - ¿Cuántas
veces tengo que decir que Edward no estuvo implicado en el dichoso tiroteo post
cartas sino que estuvo toda la noche en casa y que ha resultado herido mientras
estaba de caza conmigo? – se preguntó a sí mismo aunque en voz alta y casi
gruñendo.
Christian enarcó una ceja ante ese último comentario de lord Harper y
sonrió, contento y feliz para sí porque de una manera totalmente involuntaria y
no deseada había descubierto y había dado con la pieza clave del rompecabezas
de lo sucedido esa noche.
La historia de Lindy era cierta y Edward había sido la persona que
resultó herida de bala. Con esa defensa no requerida ni deseada lord Harper se
había delatado. En otras circunstancias y contexto se habría alegrado
sobremanera de este descubrimiento. Sin embargo, y aunque estaba feliz del
hecho; pues por fin iba a poder publicar la noticia, ese era no el motivo principal que le había
llevado hasta allí ese día. Y por ello, no le quedó más remedio que aclarárselo
a lord Harper, si quería conservar su pellejo intacto.
-
No sabía
nada del accidente de su hijo – mintió, plantando un gesto confuso en su rostro
mientras pronunciaba esas palabras. – Yo vengo a hablar con usted por otro de
sus hijos – explicó.
-
¿Anthony
se ha vuelto a tomar su trabajo demasiado en serio? – preguntó. - ¿Joseph ha
vuelto a trabar mercado con los marineros como le prohibí? – se aventuró a
preguntar. A Rosamund la omitió a propósito pues desde que estaba casada era
casi un modelo de rectitud en su comportamiento.
-
Henry –
le corrigió Christian, temeroso de hacerlo. Y cuando lord Harper le miró con
extrañeza, repitió: - He venido a hablar con usted de Henry –
-
¿Qué ha
hecho ahora? – preguntó intentando que su rostro mostrase alguna reacción;
aunque era tan evidente el tono de desagrado en su voz que al final, acabó
extrapolándolo a su expresión.
-
No sé si
lo sabe pero en una de las teoría de lo sucedido en el tiroteo de Nochebuena y
que implican a Edward – inició. – Y que no es cierta – añadió, para granjearse
su simpatía. – Henry también estuvo
presente – añadió.
-
¿Cómo? –
preguntó lord Harper, incapaz de disimular su sorpresa por la noticia.
-
Corre un
rumor malicioso que sitúa a su hijo Henry
junto a su otro hijo Edward poco tiempo después de que le hirieran con
el balazo en el hombro – explicó, omitiendo a propósito el pequeño detalle de
que el motivo por el cual estaba allí era para sacársela precisamente puesto
que era médico (porque aún no había contrastado esa información) y que además
no estaba solo.
Reprimió lo más que pudo su sonrisa cuando vio la reacción de lord
Harper al escuchar sus palabras. O mejor
dicho, al ver cómo éste intentaba que no se le notase el rictus de su rostro y
el sonido del crujir de sus dientes de tanta presión como ejercía en ellos
cuando escuchó sus palabras. No obstante, los intentos disimulados del señor
fracasaron y Christian fue perfectamente consciente y conocedor de que había
tocado un punto débil para él.
-
No
obstante, eso no es más que rumorología maliciosa – dijo, acomodando su espalda
al respaldo de la silla; mucho más contento, cómodo y relajado que desde que
llegó. Tanto que, incluso le apeteció fumarse un puro; cuando era bien sabido
que él nunca fumaba. – Porque su hijo Edward nunca estuvo allí esa noche, por
supuesto – agregó haciéndole patente con esta frase que conocía de sobra que
estaba mintiéndole.
-
Por
supuesto – aseguró él, asintiendo muy despacio mientras miraba desde otra
perspectiva; mucho más recelosa, al joven desconocido que tenía enfrente y que
hasta ahora había sido el único que había conseguido confirmar y descubrir la
participación de Edward Junior en la dichosa partida de naipes. Lo que le había
descolocado fue la información añadida acerca de su hijo Henry.
“Henry” pensó con desprecio. “¿Qué más puede hacer ese idiota para
avergonzarme?” se preguntó.
Tendría que ponerse él mismo en marcha e iniciar una investigación en serio
contando con los servicios de algunos de los antiguos espías ya retirados al
servicio de su Majestad el rey Jorge III (en realidad, ya la había iniciado
pero no le había prestado toda la atención que requería) para confirmar la
presencia o no de Henry allí.
Una cosa era que se avergonzase a sí mismo y a la familia con su
comportamiento y con acciones deshonrosas como el abandono del ejército pero
otra muy distinta era poner en serio peligro grave la vida de otro de sus hijos
y por tanto, de su propio hermano, solo por diversión. Si esto era tal y como
había ocurrido, lo iba a pagar muy caro.
Él mismo sería encargado de encerrarle en la Torre y le daría el
empujón final con una patada en el trasero para encarcelarlo allí.
-
En su
lugar yo sí que le prestaría más atención y otorgaría más credibilidad al otro tipo de rumores que corren acerca de su
hijo Henry – explicó, captando nuevamente la atención de lord Harper; quien se
había abstraído, perdido en sus propios pensamientos. - ¿No lo sabe? –
preguntó, fingiendo sorpresa. - ¡Vaya! – exclamó. – Le creía más infirmado
acerca de las actividades de sus hijos – añadió, dejando caer con esa
información que podía ser mal padre; cosa que al militar no le gustó en
absoluto.
-
A Henry
no lo considero como un hijo – explicó de forma cortante.
-
Entonces
estoy perdiendo el tiempo porque esto no le importará en absoluto… - dejó caer y
levantándose de su silla.
Sin embargo, esta acción fue detenida al instante por el brazo férreo
de Lord Harper quien; impertérrito añadió:
-
El hecho
de que yo no lo considere mi hijo no significa que sus hermanos no se preocupen
por él -. Y tras un momento de silencio,
ordenó con firmeza: - Habla -.
-
Lamento
informarle señor Harper de que su hijo vive amancebado con una chica del Soho
en su residencia de la Isla de los Perros – anunció.
-
¿Henry
vive en la Isla de los Perros? – preguntó, enarcando una ceja. – Muy apropiado –
añadió para sí aunque habló en voz alta, asintiendo. - ¿Cómo que vive
amancebado? – preguntó horrorizado mientras maldecía mentalmente a su hijo.
Sabía por Junior de la costumbre de Henry de frecuentar prostitutas
callejeras, con el consecuente riesgo que ello conllevaba, además de su
habituales visitas al prostíbulo de miss Naughty (hecho que prefería). Pero una
cosa era desfogarse con mujeres de la calle y otra muy distinta vivir
amancebado con una chica de allí. Pues por todos era conocido que cruzando
Regent Street; nada bueno se hacinaba en esas calles.
-
Veo que
usted y yo nos vamos acercando al mismo punto – explicó esbozado una amplia
sonrisa.
Lord Edward Harper desconocía cuál era el punto adónde había llegado el
joven, pero él había sacado sus propias conclusiones acerca de este
amancebamiento. Y no eran nada buenas.
-
¿Cuánto
tiempo lleva manteniendo Henry a su concubina? – quiso saber mientras apretaba
el puño y se clavaba las uñas en la palma de la mano.
-
No
sabría decirle con seguridad – confesó Christian. De hecho, estaba seguro de
que ni siquiera vivían en estado de abarraganamiento porque ni Sarah ni la
señora Anchor lo consentirían. Ambas eran demasiado tradicionales y
conservadoras. – Pero sí el suficiente como para que, probablemente a estas alturas
la chica esté embarazada – añadió; a la espera de su reacción final.
Embarazada fue la única palabra que escuchó de la última frase que
pronunció el joven. Y sus peores temores se confirmaron. Desconocía los motivos que habían llevado a
Henry a introducir a esa fulana en su casa con él; diferenciándola con este
gesto del resto de mujeres que había frecuentado en su vida. Pero por otro
lado, conocía perfectamente la personalidad de su hijo Henry; quien era el más
tradicional de los cinco.
En otras palabras, éste no se conformaría con ser padre del bebé y
declararle bastardo. No.
Henry le pediría matrimonio.
-
¿Por qué
has venido? – preguntó con tono de voz neutro y mirando al horizonte aunque
enfocaba frente a él.
-
Únicamente
para advertirle y que esta situación no le tomase por sorpresa – dijo,
inocente. Sin embargo, cuando sintió la mirada de lord Edward Harper sintió
pánico y terminó confesando: - Conozco personalmente a la mujer en cuestión y a
su hijo y sé de sobra que usted es quien otorga el permiso y bendición
matrimonial desde que hizo repetir las nupcias de Rosamund hace cuatro años -. –
Por eso sé que dentro de muy poco tiempo Henry vendrá a pedirle que le conceda
ese permiso y nada me gustaría menos que la idea de que ambos contrajesen
matrimonio ya que, no se ofenda, su hijo no es lo suficiente bueno como para
convertirse en el esposo que Sarah merece – concluyó.
-
¿Se
llama Sarah? – preguntó, sin interés. Christian asintió.
“Bien” pensó lord Harper mientras añadía que era mucho mejor poder
llamar por su nombre a la mujer que sería la nueva causa de ruina de su familia
y por la cual expulsaría de forma definitiva y desheredaría a Henry. “Una
prostituta” añadió. “Una prostituta” se repitió mientras intentaba no golpear
la mesa que utilizaba como escritorio; pues era tal la furia que alcanzaba que
estaba seguro que al mínimo toque, acabaría por romperlo y volvía a apretar la
mandíbula. “De ninguna manera” concluyó con firmeza.
Puede que él fuera el hijo díscolo de la familia y que no fuera su
favorito, pero era su hijo al fin y al cabo y pese a que era mayor de edad y
vivía de manera independiente; él continuaba siendo el patriarca de la familia
y el marqués de Harper. Y por tanto, todos sus hijos debían obedecer lo que él
les ordenaba y mandaba.
Y para suerte o desgracia de ambos, Henry era un Harper y como tal era
un noble. En otras palabras, debería casarse con una noble o bien con una mujer
de su elección que demostrase la suficiente valía y tuviese el punto de
excentricidad que su variopinta e inusual familia requería. Desde luego que una
prostituta sería original y variopinta pero… de ninguna manera la iban a
incluir en ella. Por tanto, la tal Sarah quedaba descartada como una futura
Harper.
Por encima de su cadáver.
Miró de nuevo hacia el desconocido que estaba sentado justo frente a
él. Solo que esta vez lo hizo desde una perspectiva diferente.
Ya no lo veía como un intruso o un cotilla que venía a interesarse por
Junior para descubrir si en realidad o no había recibido un balazo en el
hombro, del cual se estaba curando guardando cama (como así era), aunque
paradójicamente resultó ser el único que lo había conseguido.
En su lugar era un benefactor familiar que había ido a prevenirle de
los futuros acontecimientos que sucederían y que serían provocados por Henry;
la fuente principal de todos los problemas familiares desde que Rosamund
contrajo nupcias. Y por ello le estaría agradecido eternamente, ya que había
ocasiones en que la nostalgia se apoderaba de él y como un padre familiar que
era tras esa fachada de inaccesibilidad, le gustaba tener y mantener a toda su
familia junta y reunida. Incluyendo a Henry.
Un Henry al que probablemente sino perdonado, si hubiera dejado pasar
por alto, sus deshonrosas acciones anteriores con la idea y perspectiva de
verlo casado y formar una familia que le proporcionaría nietos; la alegría en
su vida. Pues al fin y al cabo, la máxima aspiración de cualquier padre es ver
a sus hijos felices. Ese sería el motivo por el cual, gustoso hubiera concedido
y otorgado su bendición a la unión y para cuando se hubiese descubierto la
actividad a la que se dedicaba su nuera, sería demasiado tarde y la vergüenza,
la deshonra y el deshonor se hubieran instalado de forma definitiva en la familia
nuevamente gracias a Henry.
Por todo ello, las palabras agradecimiento y deuda pendiente eran la que
aparecían ahora ante él. Y por ello, decidió compensarle sacando un fajo de
billetes y ofreciéndose como “pago” (aunque dicho pago sería incalculable).
Christian, sorprendido miró hacia el fajo de billetes que había encima
de la mesa. Era una buena suma de dinero. Sin embargo, y tras mucho pensarlo al
final decidió rechazarlo. Aunque incluso mientras negaba de manera enfática,
gran parte de su mente le instaba y clamaba porque lo aceptase.
La negativa al ofrecimiento de tan suculenta suma de dinero provocó que
la curiosidad de lord Edward Harper hacia el desconocido aumentase.
-
¿No? –
le preguntó boquiabierto y para estar completamente seguro. Christian volvió a
negar, aunque mucho menos convencido que en veces anteriores. – Joven tengo una
deuda contigo ¿cómo pretendes que te pague? – le preguntó.
-
Me basta
con lo que está por hacer – le respondió enigmático mientras se ponía en pie y
se encaminaba hacia la salida.
-
¿Quién
eres? – le preguntó, pensando que lo mínimo que debía hacer era agradecérselo
personalmente.
-
Considéreme
un amigo de la familia con los mismos intereses que usted – respondió nuevamente
antes de salir del despacho mientras pensaba que de ninguna manera iba a
proporcionarle su nombre real. Ya había sido un error grave venir hasta aquí sin
ningún artificio que camuflase o disimulase su aspecto real. No iba además a
darle su nombre, porque estaba seguro que si Henry se enteraba de lo que
acababa de hacer, le daría tal paliza que preferiría haber muerto.
Avanzó con el pecho henchido y porte orgulloso para dirigirse hacia la
salida y durante este corto trayecto escuchó los quejidos y maldiciones de
Edward Júnior procedentes de algunas de las múltiples habitaciones de la planta
superior.
No obstante, solo esbozó una sonrisa de felicidad cuando estuvo en la
calle y a cinco mansiones de distancia de la mansión Harper.
Sus trabajos se habían visto cumplidos.
Ahora sí que sí de ninguna manera lord Harper iba a dar su
consentimiento para que Sarah y Henry se casasen y por tanto, no habría boda.
Iba a entrar en casa para celebrarlo pero en el último momento cambió
de opinión. En su lugar se dirigió a Brooks para tomarse una copa a media
mañana sin que sirviera de precedentes.
Más tarde Christina publicaría la exclusiva.
Ahora era momento de saborear el triunfo.
UNO COMO SIEMPRE MALISIMA MALOTA QUE TU MALIGNIDAD MALEFICIENTE MALEFICA NO CONOCE LIMITES, (DESPUES DE ESTE BREVE INTERLUDIO DONDE TE LLAMO MALISIMAMENTE MALA, PROSIGO)
ResponderEliminarME LO CARGO LO MATO SI LO TUVIERA DELANTE NO SE QUE CLASE DE TORTURA CHINA LE APLICARIA PERO SERA CAB... HIJO DE.... IMBECIL ENGREIDO GILIP.... MALNACIDO RETORCIDO CON UNA MENTE PERVERSA QUE SOLO QUIERE HACERLE DAÑO A LA GENTE CAPULLO SINVERGÜENZA TONTO CON BALCONES A LA CALLE QUE SI TE COJO TE REVIENTO LA CABEZA SUBNORMAL PORQUE ERES HERMANO DE MI SUPREMO OYEME BIEN MI SUPREMO NO TE MATO DE MILAGRO QUE SI NO VAMOS LO QUE TE HACIA VAMOS
PERO COMO SE PUEDE SER TAN ACUSICA Y RETORCIDO DE IR AL PADRE Y DECIRLE LA VERDAD A MEDIAS Y ENCIMA TACHAR DE MUJER DE MALA VIDA A LA POBRE SARAH QUE LA HAS TENIDO UNOS 6 AÑOS PARA TI SOLITO PERO NO HAS TENIDO LA DELICADEZA DE DECIRLE ALGO BONITO Y AHORA QUE ES FELIZ CAÑO DE MAMONAZO LA QUIERES PERO ES DE OTRO MAADRE PORQUE ME ESTAN SUJETANDO QUE SI NO TE REVIENTO
MAS COSAS QUE GANAS TENGO DE LEER EL ARTICULO DE CHRISTINA Q GANAS Y DE QUEDARME A CUADROS AUTENTICOS CON LO QUE PASARA LUEGO PERO VAMOS MI COMENTARIO DE HOY ES DIRIGIR MI IRA AL INNOMBRABLE COMO ACABO DE HACER
HE DICHO
He leído un trozo de éste capítulo porque apenas tengo tiempo, pero el justo para decirte que me ha encantado y que sin duda, te sigo para poder leer toda la historia, leeré todos los capítulos. Escribes muy bien!
ResponderEliminarTe dejo mi blog por si te quieres pasar y me sigues :)
Un besoo^^
http://www.viviendoennuestrocuento.blogspot.com.es/
O.O! ¡Vaya! ¡Muchas gracias!
EliminarMe alegro que te haya gustado y que te animes a leerlo entero...Eso sí, me gustaría ir sabiendo qué te parece conforma lo vayas leyendo; si no te importa.
Ahora mismo paso a seguirte.
De nuevo gracias.
Un saludo y un besooo
Christian.... tocahuevos!!!! -.-
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