CAPÍTULO
XXIX
Golpe
final
Apenas llevaban
caminando veinte pasos (y Henry bastante enfadado, según pudo comprobar Sarah
por la presión que ejercía sobre su mano) cuando les pareció escuchar a ambos
que llamaron a Henry. Sin embargo, fue tan lejano que bien podía haber sido
perfectamente otra cosa o cualquier otro Henry y por eso, continuaron
caminando.
-
¡Henry!
– escucharon esta vez mucho más cerca y de manera mucho más audible; pues había
roto el silencio imperante en las calles londinenses a esas horas. Pero, como
en la vez anterior continuaron caminando.
El frío que hacía a
esas horas no invitaba precisamente a detenerse para charlar.
-
¡Henry!
– escucharon una tercera vez.
Y esta vez sí que
tuvieron que detenerse porque, a medida que las fueron escuchando y sobre todo,
en esa tercera ocasión, la voz les sonó tremendamente familiar.
Tan familiar como pertenecía
a Albert; quien se reveló de manera inesperada frente a ellos tras callejear y
varios intentos infructuosos de llamar su atención de manera normal.
-
¡Henry!
– exclamó por cuarta vez y esta vez, sin aliento apenas.
-
¡Mierda
Albert! – exclamó sobresaltado. – Me has asustado – añadió, poco después.
-
¿Albert?
– preguntó Sarah extrañada.
-
¡Hola
Sarah! – la saludó, extremadamente contento. - ¡Feliz cumpleaños! – añadió.
-
¿Cumpleaños?
– preguntó extrañada. – Mi cumpleaños fue hace casi un mes – explicó.
-
Nochebuena
quería decir – informó. – Navidad – concluyó.
Ahí fue donde Sarah
se dio cuenta de que estaba bebido.
No demasiado porque
pensaba con bastante lucidez, pese a que estaba desorientado pero su sonrisa
era demasiado amplia para lo que solía acostumbrar y su nivel de equilibrio no
era muy bueno que digamos tampoco.
-
Albert
¿dónde está Eden? –preguntó preocupada por su amiga y sobre todo, por el estado
en el que pudiera hallarse visto el de su acompañante.
-
¿Eden?
–preguntó, intentando focalizar su atención en ella mientras intentaba recordar
a quién se refería. La pareja fue consciente del momento exacto en que lo hizo
debido a la expresión de sorpresa mayúscula y de culpabilidad que grabó en su
rostro. - ¡Eden! – exclamó, para hacerlo aún más evidente. - ¡Lo olvidé! –
confesó y reconoció.
-
¿Lo
olvidaste? – preguntó bastante enfadada e incrédula por este hecho. - ¿Cómo te
olvidaste de ella? – añadió, ofendida poniéndose en su lugar. - ¡Te lleva
esperando para cenar toda la noche! – exclamó, a punto de abofetearle. Pero
Henry la apartó de allí.
-
¡Tranquila
Sarah! – exclamó Albert poniendo cara de inocencia y levantando las manos por
ello. – Me perdonará – dijo, con firmeza. – Más después de todo el dinero que
he gastado esta noche y sobre todo, en donde pienso invertirlo – añadió.
-
Más te
vale – dijo, amenazándole con los ojos entrecerrados.
-
¿Qué
quieres Albert? – exigió saber Henry con prestanza e impaciencia porque no quería
estar allí de ninguna de las maneras ni quería que Sarah estuviera tampoco.
-
¿No se
supone que estas fechas son para estar felices? – preguntó mordaz. – Porque
tienes una cara de ser violado por un hombre que… - añadió.
-
Albert…
- le advirtió.
-
¡Está bien,
está bien! – exclamó con una sonrisa. – Te tengo un negocio – anunció.
-
¿Negocio?
– preguntó Henry, receloso.
-
Un
combate – rectificó. – Pero no un combate más – advirtió. – Es el combate –
aclaró, imitando la manera de actuar que ponía cuando estaba subido encima del
escenario de The Eye. - ¿Te suena James Burke[1]? – le preguntó, echando a
andar pasándole el brazo por encima y provocando que soltara a Sarah; quien por
otra parte no perdió detalle de la conversación. Henry negó con la cabeza. -
¡Bah! – exclamó sacando la lengua con desprecio. – Tampoco tiene por qué
sonarte porque está empezando ahora y se entrena alrededor del río Támesis –
explicó, como si nada. – No obstante, tú sí que le suenas a él – anunció. – De
hecho, ha ido varias veces a verte pelear a The Eye y quiere un combate
especial contigo – informó.
-
¿Especial?
– preguntó, dudoso Henry.
-
Especial
como que no contará como derrota o victoria en cada una de vuestras carreras
pugilísticas y especial en el sentido en el que todo vale – explicó.
-
No –
dijo Henry simplemente, para sorpresa y desilusión mayúsculas de Albert.
-
¿No? –
repitió boquiabierto. - ¿Cómo que no? – preguntó.
-
Como que
no, Albert – repitió de manera brusca.
-
Pero…
¡ganaremos un montón de libras! – explicó, desesperado. Tan desesperado porque
él ya había dado el sí al boxeador antes de contar con su opinión.
-
Creo que
he ganado el suficiente dinero durante todos los años que llevo boxeando como
para vivir de manera holgada – explicó, condescendiente pues era un dato que
conocía también.
-
Pero… -
volvió a titubear. - ¿Y tu prestigio? – le preguntó. - ¿No me dirás que le
tienes miedo porque es más alto y pesa más que tú[2]? – le preguntó para
picarle y que acabase aceptando el reto.
En esta ocasión,
Henry miró a Sarah antes de responder:
-
No es la
primera ni será la última vez que me enfrento con boxeadores que son más altos
y fuertes que yo, pero esa vez no voy a pelear en un combate en el cual tú ya
me habías apuntado antes de siquiera contar conmigo y mi opinión porque
seguramente, vuelvas a andar escaso de dinero gracias a tu gusto excesivo por
jugar a las cartas; el cual ha sido sin duda el motivo por el cual has dejado
plantada a tu novia en una fecha tan señalada como esta – le reprochó. – Te
recuerdo Albert que yo ya tengo un empleo y es el de ejercer la medicina, el
cual me proporciona un salario y me da muchas satisfacciones – añadió. – El
boxeo no es más que un entretenimiento en mi vida – explicó. – Cierto que soy
el campeón de pesos medios de Gran Bretaña, pero no porque dedicase especial
empeño a ello – aseguró. – Así que, como es un hobbie y la grandeza de los
entretenimientos es que se pueden ejercer cuando se quieran, mi respuesta en
este caso es un no – repitió. – Apáñatelas como puedas Albert y feliz Navidad –
concluyó, antes de agarrar de la mano a Sarah nuevamente y volver a echar a
andar; aún más disgustado que antes si cabe.
Había un motivo por
el cual Henry Harper había permanecido en silencio, críptico e incluso podría
decirse que hosco y antipático durante todo el camino: estaba enfadado. No con
Sarah, sino con la situación en general que les había tocado vivir esa noche. Y
además, tampoco era un hombre al que le gustase provocar escándalos (Al menos,
de manera voluntaria o iniciados por él; al contrario que casi todos los
miembros de su familia). Por eso, esperó a que tanto Sarah como él estuvieran
en el interior de su casa y algo calentitos gracias al calor de la hoguera para
tratar el tema y mantener la conversación que según su criterio, era imperante
que mantuvieran.
No obstante, no pudo
hacerlo de inicio porque en cuanto Sarah entró en calor y su temperatura
corporal fue lo suficientemente alta como para realizar acciones cotidianas y
habituales, se levantó y abrazó con fuerza a Henry; descolocándolo.
-
Gracias
– le dijo, apretándole contra ella.
Quizás era una
creída y era mucho presuponer pero, una parte de ella no pudo evitar pensar que
la negativa a participar en una nueva pelea y sobre todo, mucho más peligrosa
que las anteriores por carecer de reglas, se había debido en parte a ella.
No era que ella
quisiese que dejara de pelear y participar en los combates de boxeo, porque no
era quien y además, gracias a eso era como se habían conocido pero… no iba a
ser capaz de soportar la angustia y los nervios ante un enfrentamiento de ese
tipo. Y desde luego que ni por todo el oro del mundo, sería ella la encargada
de transmitirlo para el The Chronichle.
Sarah solo quería
que las cosas continuaran como habían sido hasta ese momento, donde el boxeo
solo era un entretenimiento en la vida de Henry y nada más. Y por ello, le
agradecía tan sabia decisión.
Firmes eran las
intenciones de Henry con respecto a lo siguiente que iba a suceder esa noche
pero… en cuanto Sarah le abrazaba o estaba a una cercanía mucho más reducida (y
peligrosa para su cordura) de la habitual establecida, se olvidaba de todo lo
que había a su alrededor.
Por eso, solo tras
varias rondas de carraspeos y de obligaciones y órdenes mentales, Henry
consiguió apartarla de su lado con dulzura y delicadeza y habló:
-
Voy a
darte tus regalos de Navidad y luego, te acompañaré a casa de Miss Anchor –
-
¿Cómo? –
preguntó Sarah incrédula ante lo que acababa de oír.
-
¿Qué os
pasa a todos esta noche? – preguntó él. - ¿Sufrís de sordera conjunta en
Navidad? – añadió, irónico. – Te doy tus regalos y nos marchamos – repitió,
sentenciando la situación.
-
Pero…
pero… pero… - titubeó Sarah, dando inicio a un intento de protesta por su
parte.
-
No hay
peros que valgan – le interrumpió él.
-
¡Claro
que hay peros! – protestó Sarah indignada. - ¡Yo tengo un pero! Y es
¡perfectamente válido! – aseguró, elevando la voz. - ¡No quiero irme! – le hizo
saber, enfurruñada, cruzándose de brazos y dando un fuerte pisotón en el suelo
para manifestar su enfado.
-
No
siempre se puede tener lo que se tiene – dijo condescendiente. – Y tú te
marcharás – aseguró.
Dicha esa frase,
Henry ignoró las protesta y la retahíla de comentarios de Sarah; quien caminaba
justo detrás de él y los soltaba sobre su oreja levantándole un ligero dolor de
cabeza y algo de mareo porque era tan rápida su pronunciación que apenas
entendía una palabra con claridad.
Esta cómica e
hilarante situación se repitió hasta el momento exacto en que Henry sacó el
regalo de Navidad de Sarah del interior del armario de su habitación,
provocando que frenara sus pasos de inmediato, se callase y que lo mirase con
extrañeza y algo de miedo al ver sus dimensiones.
-
¿Qué es
eso? – preguntó, señalado a la caja.
-
Bienvenida
a tu Boxing Day – dijo burlón[3]. Y al ver que a Sarah
parecía no hacerle gracia, explicó fingiendo inocencia: - Es tu caja de Navidad
- La que tiene tus regalos – agregó.
-
Es 24
Henry, no Navidad – explicó. - ¿Pretendes compararnos con la familia real?[4] – le preguntó,
horrorizada.
-
Es
bastante más tarde de las doce del día 24 Park – aseguró Henry. – No estamos
incumpliendo ninguna ley o norma no establecida porque ya es Navidad – aseguró.
En ese momento,
Sarah se sintió algo estúpida porque era lógico y cierto que Henry llevaba
razón y sobre todo; algo avergonzada porque el tamaño de su regalo de cumpleaños
era bastante menor que el de la caja que Henry le había preparado; pese a que
le rogó encarecidamente que o le comprase más regalos de Navidad pues ya había
sido más que suficiente conocer a Lauren Sunbright y sobre todo, el enorme
desembolso monetario que tuvo que hacer para sus regalos de cumpleaños;
sucedido apenas casi un mes atrás.
Por otra parte,
también existía la posibilidad de que la caja estuviera llena de elementos de
relleno que no fueran regalos destinados a ella. Claro que, conociendo a Henry
y su excesivo detallismo con ella, esa era la posibilidad más remota.
Como Sarah parecía
decidida a abrir la caja por su propia voluntad e iniciativa, a Henry no le
quedó más remedio que hacerlo a él… para sacer otra caja aún más pequeña; esta
vez abierta.
-
Te
burlas de mí – dijo, desganada al descubrir la otra caja.
-
Mete la
mano – le pidió él, ignorando su disgusto en ascenso.
-
Me
parece que no – respondió ella, negando con la cabeza.
-
Mete la
mano – insistió.
Resignada, Sarah
hizo lo que le pidió y descubrió que en el interior del pequeño contenedor
había dos cosas al menos; un paquete de cumpleaños, según comprobó con el
crujido del papel que le envolvía y… algo más pequeño de forma cilíndrica y
desconcertante para el buen funcionamiento de su mente; que fue el que se
decidió finalmente a sacar. Cuando lo hizo descubrió que la forma cilíndrica
que había palpado en el interior de la caja se correspondía con un tubo
cilíndrico dividido en tres partes.
-
¿Y esto?
– preguntó ella, desconcertada.
-
Eso es tu
petardo de Navidad[5]
- explicó. – Y ahora vamos a tirar para ver quién de los dos se queda con los
regalos del interior de la caja – explicó.
Siguiendo
indicaciones de Henry, junto realizaron esta típica tradición navideña y
agarraron un extremo del petardo. Henry contó hasta tres y cada uno tiró hacia
un lado. Obviamente, y como el objetivo era que Sarah pasase una Navidad
inolvidable, apenas ejerció esfuerzo y presión y por tanto, ella resultó
ganadora al llevarse el trozo más grande.
Lo que ella desconocía
era que al tirar y romperse, el petardo hacía un ruido seco gracias a la
pequeña cantidad de pólvora que llevaban en su interior. Sarah se asustó y tiró
el petardo por encima de su cabeza como si de un animal peligroso se tratase,
provocando con este hecho que las escasas cintas de tela de las que estaba
relleno cayesen sobre su cabeza.
Otra cosa que
aterrizó sobre sus manos fue un pequeño trozo de papel; el cual bastante
curiosa por saber de qué se trataba abrió al instante:
Where do Kings keep their armies?
In their sleevies![6]
Era un chiste.
Y era tan malo, que no le quedó más remedio que reírse por
compromiso; provocando que Henry sonriese a su vez.
-
Los primeros objetivos del petardo; que
te asustases y rieses se han conseguido – dijo. – Ahora… falta conseguir tu
bienestar… - añadió, mientras rebuscaba en el interior de la caja y sacaba una
pequeña corona doblada hecha en papel y se la colocaba sobre la cabeza a Sarah.
– Así te conviertes en una princesa por derecho esta noche y… - dijo, sacando
el regalo de la caja y depositándoselo con suavidad sobre las manos, concluyó:
- Como tal y tú misma dijiste antes, puedes abrir tus regalos de Navidad antes
que nadie -.
Sarah se sentó sobre la cama y comenzó a desenvolver el
regalo que Henry le había comprado. Cuando terminó, lo agarró con fuerza entre
las manos y lo elevó para poder observarlo mejor; descubriendo con ello todos y
cada uno de los detalles de la muñeca de trapo vestida como ella y que llevaba
un estetoscopio colgado al cuello y un ejemplar en miniatura de The Chronichle
abierto por la sección de Deportes.
-
Dijiste que nunca habías tenido una
Navidad – explicó. – Por eso creí que lo más adecuado era empezar por el
principio y el principio en este caso es una muñeca – añadió.
A Sarah, su representación de sí misma le encantó. Le gustó
tanto que no pudo evitar que dos lágrimas de agradecimiento resbalaran por sus
mejillas. Henry no podía haber acertad más con este regalo porque su ilusión
desde pequeña había sido tener una muñeca de trapo a la que abrazar y cuidar
como si de una hija suya se tratase. No obstante, eran tan caras y quedaban tan
lejos de su alcance que nunca pudo tener una…hasta esa noche gracias a él.
Podía parecer anacrónico y ser considerado como una tontería o un síntoma de
locura visto y analizado desde fuera pero… a ella no le importó.
Estaba encantada con su pequeña Henrietta.
Sonrió y dio un beso en los labios a Henry antes de decir:
-
Me toca –
Y escabullirse delante de sus narices y escapar de sus
brazos antes de que le diese tiempo a reaccionar; impidiendo que fuera a por su
regalo de Navidad. Apenas un instante después regresó y, como él había hecho
antes, depositó su paquete encima de sus manos; ignorando su cara de enfado en
grado sumo.
-
Te dije que no me compraras nada – le
recordó con el ceño fruncido.
-
¿No te parece perfecto entonces la
buena pareja que hacemos? – le preguntó ella divertida. – Los dos igual de
desobedientes – añadió.
Con igual lentitud que Sarah antes Henry abrió su regalo,
pero no por querer ser delicado y no romper demasiado el papel de regalo que lo
envolvía, sino porque le gustaba recrearse mientras maldecía una y otra vez la
estupidez de la acción de Sarah. Aún así, acabó por terminar de desenvolverlo y
no pufo evitar abrir la boca sobremanera por la sorpresa mayúscula que le
provocó el regalo que contenía.
-
¡Guau! – exclamó para enfatizarlo aún
más. - ¿Me has…? – inició inseguro. - ¿Me has comprado una chaqueta? –
consiguió preguntar.
-
No – dijo negando con la cabeza. – Me
he comprado una chaqueta – añadió, arrebatándosela de las manos, para su
desilusión. – Pero he hecho que te arreglen y cosan la tuya – concluyó,
entregándole su chaqueta con las dos H bordadas con hilos de plata en mucho
mejor estado de cómo se la entregó la primera vez que se la prestó
-
Gracias – dijo él besándola nuevamente
en los labios. – Es mi chaqueta de suerte – explicó. – Y hablando de chaquetas…
- inició. – Ponte y estrena la tuya porque nos vamos – concluyó, poniéndose en
pie para colocársela por encima.
-
¿Otra vez vamos a empezar? – preguntó
ella enfadada.
-
No vamos a empezar porque no hay nada
que iniciar – explicó él, tranquilamente. – Ya nos hemos dado los regalos de
Navidad y tal y como te he explicado antes, nos vamos para que puedas descansar
y pasar una buena noche en el bloque de apartamentos de miss Anchor – concluyó.
-
Pero yo no quiero irme y dejarte aquí
solo en una noche como ésta – explicó ella con deje lastimero.
-
¿Es que no entiendes que todo está mal?
– preguntó, exasperado y bufando mientras volvía a sentarse en la cama frente a
ella para hacerle entender su punto de vista.
-
¿Qué todo está mal? – preguntó ella sin
entender.
Henry suspiró y explicó:
-
Mi intención era que pasases una noche
de Nochebuena típica, tranquila y como Dios manda para que te llevases
recuerdos agradables y pudieses recordarla durante toda tu vida. – Pero está
claro que estando a mi lado y con el trabajo que tengo eso es imposible y en su
lugar esta noche se ha convertido en algo para olvidar – se quejó y protestó.
-
¿Qué tonterías estás diciendo Henry? –
preguntó ella sin entender. – Pero ¡claro que será una noche que jamás voy a
olvidar! – exclamó. - ¡Y para bien! – apostilló, para despejar dudas. Henry la
miró extrañado y sin comprender muy bien el significado de esa retahíla de
palabras; por lo que Sarah se lo explicó con todo lujo de detalles: - He
probado y degustado la cena más deliciosa y sustanciosa de toda mi vida, he
conocido al único de tus hermanos al que probablemente le caiga bien, he
recibido una muñeca como regalo de Navidad cumpliendo así uno de mis sueños de
niña y…he salvado una vida esta noche – enumeró. – Si esto no es una noche
perfecta e inolvidable, no sé qué podría ser – dejó caer. – Créeme Henry cuando
te digo que no hay nada que pueda mejorarla – aseguró antes de besarle en los labios
para intentar acallar sus ganas de réplica con esa acción.
No funcionó porque enseguida dijo, horrorizado:
-
Pero… ¡has tenido que besar a mi
hermano! –
-
¿Por salvar su vida? – rebatió, con
tono interrogativo. – Con gusto lo haría – aseguró. – Y no una, sino mil veces
más – concluyó, con firmeza.
-
Y… ¡vas sin ropa interior! – le acusó.
-
Un mal menor comparado con el resultado
– dijo, para quitarle importancia.
-
¡Apenas llevas ropa! – exclamó,
señalando lo evidente. - ¡Podrías caer enferma! – añadió, preocupado.
-
Henry por favor, no me mates antes de
morirme – le pidió. – Preocúpate de mi salud cuando esté realmente enferma –
rectificó sus palabras antes el gesto de horror que reflejó la cara de su
novio. – Además, ¿no es una suerte que seas médico? – le preguntó dubitativa,
con una sonrisa forzada para quitarle importancia al giro que estaba tomando la
conversación.
-
No – gruñó. – No me gusta que vayas de
esa manera porque distingo perfectamente tus pezones erectos por el frío debajo
de la poca ropa que llevas y está causando estragos en mi cerebro – confesó,
con la voz algo ronca al final de la frase mientras agachaba la cabeza y
evitaba mirarle más.
Sarah miró hacia sus pechos y comprobó avergonzada cómo, el
frío que sentía en la calle y sobre todo ahora, el cambio brusco de temperatura
hacia el calor del interior del salón de Henry habían hecho que éste se
manifestase no solo en el más que seguro rubor de sus mejillas, sino, como bien
había dicho Henry en esa precisa parte de su anatomía.
Al igual que él, también agachó la cabeza y permaneció en
silencio. Cuando lo hizo, miró sin querer a la pierna de su novio y descubrió
con extrañeza y un ligero grado de satisfacción, lo abultada y perfectamente
distinguible pese a la ropa que también tenía él esa parte de su anatomía.
Y una idea tentadora cruzó por su mente.
-
Henry… - inició con voz temerosa.
-
No lo digas – le advirtió él,
señalándola con el dedo índice y a punto de metérselo en el ojo al no querer
mirarla a la cara.
-
¿Recuerdas que antes te dije que no
habría nada que pudiera hacer esta noche más perfecta? – le preguntó. – Te
mentí – añadió.
-
La intervención de Junior te ha
afectado a la cabeza y no sabes lo que estás diciendo – le dijo él, mirándole a
la cara e intentando refrenar su deseo por ella.
-
Te deseo – dijo ella y llevó la mano de
él justo a su pecho para que notase cómo se estremecía ante su contacto y el
ritmo de los latidos de su corazón se
disparaban por este hecho.
-
Park… - le advirtió él, casi sin
resistencia.
-
Esta noche soy una princesa ¿recuerdas?
– le preguntó divertida, utilizando sus palabras. - ¿Quieres hacer de ésta una
noche inolvidable? – le retó, aguantando la mirada.
-
Park – dijo con un suspiro y la voz
nuevamente ronca de deseo. – Sabes tan bien como yo que te estoy rechazando a
propósito porque te quiero y te respeto pero… esta noche no soy muy dueño de mí
y esta es tu última oportunidad para negarte porque una vez que empiece no me
detendré hasta hacerte el amor y tenerte en cuerpo y alma – le advirtió sin
dejar de mirarle a los ojos y estudiando las reacciones que se iban
manifestando en su rostro a medida que pronunciaba estas palabras.
-
Bien – dijo ella tranquilamente y
esbozando apenas una sonrisa. – Hazme el amor, Henry Harper – añadió, antes de
inclinarse sobre él para besarle en los labios y con esta acción, concederle
todo el permiso que él necesitaba.
Con estas palabras, la parte racional de cerebro de Henry
dejó de funcionar y la que se movía por impulsos y pasiones (la cual era
también la que le gobernaba en sus combates de boxeo) tomó posesión de la
situación.
Poco tardó Henry en conseguir tumbar a Sarah sobre el
mullido colchón de su cama mientras devoraba su boca con hambrientos besos de
necesidad.
Sabía que estaba yendo demasiado deprisa y que estaba siendo
demasiado brusco concediéndole apenas escasos instantes paa tomar bocanadas de
aire entre beso y beso pero…no pensaba.
La deseaba demasiado.
Eran más de tres meses de deseo y necesidad por ella desde
aquella primera erección que tuvo al verla la noche en que la conocía.
La quería desnuda bajo él cuanto antes y el resto no
importaba.
Además, parecía que a Sarah tampoco le importaba demasiado
esta mínima brusquedad; a juzgar por los mínimos gemidos que escapaban de su
boca. Precisamente fue uno de esos gemidos el que le dio el espaldarazo a Henry
para comenzar a desnudarla.
Por ello, y pese a que estaba tumbada bajo él y con la
espalda apoyada por completo en el colchón, consiguió aventurar dos dedos con
los que comenzó a desabrocharle los botones de la parte trasera del vestido.
Una acción que le llevó mucho más tiempo del esperado, sobre todo porque toda
su concentración quedaba reducida a cenizas cuando escuchaba las súplicas
pidiendo más y los gimoteos de Sarah.
Aún así y no obstante, vio cumplido su propósito y por ello,
detuvo su oleada frenética, urgente y eufórica para degustar y saborear este
instante. Momento que sin duda quedaría grabado para siempre en su memoria.
Fue este motivo por el cual cuando comenzó a besarla por
segunda vez, en esta ocasión lo hizo de forma mucho más lenta y suave, aunque
no por ello menos pasional. Mientras sus lenguas jugueteaban y se enroscaban,
disfrutando de la novedad de la exploración y saboreándose con lentitud; como
se debe hacer con los buenos vinos. Henry con las manos temblorosas por la
excitación pero sobre todo por el nerviosismo para que todo saliera perfecto,
agarró la tela del cuello del vestido de Sarah y poco a poco comenzó a bajarlo.
No obstante, preocupado porque pudiese coger frío o que en
cualquier momento se asustase por lo que iban a hacer, Henry decidió que la
mejor manera de relajarla fue trazando un reguero de besos por las zonas de su
cuerpo a medida que el vestido descendía.
Así, abandonó su exquisita y carnosa boca para detenerse y
lamer con su lengua el lateral de su cuello, erizando con esta acción el escaso
vello que Sarah tenía en esta zona de su anatomía. En realidad esto no era más
que una estratagema para morder con suavidad la zona de su omóplato y dejarle
una nueva marca esta vez no visible a ojos del público que le recordase este
momento y esta noche cada vez que lo mirase.
Tras eso, bajó aún más el vestido y lo detuvo a propósito
justo antes de llegar a la zona de sus pezones. Ahí se concentró en dejar un
reguero de besos en el inicio de su canalillo y sobre todo trazando la línea de
frontera entre su desnudez y sus vestiduras. Henry podría haberse pasado ahí
toda la noche, sobre todo porque esa era justo la zona donde Sarah se echaba perfume de canela, el cual
pese a ser dulzón, lo encontraba sorprendentemente erógeno y enardecía sus
sentidos.
-
Henry por favor… - suplicó Sarah.
No hizo falta que Sarah dijera nada más, Henry (algo más
brusco que hasta entonces) descendió aún más el vestido de terciopelo de Sarah
hasta salvar el escollo de sus pechos y situarlos justo por debajo de ellos. En
ese momento, se incorporó ligeramente y sonrió con satisfacción ante la visión
que tenía ante él; no ya por los senos de Sarah, los cuales por fin veía sin
tela que lo obstaculizase, sino por la expresión ruborizada a la par que
encantada que Sarah tenía en el rostro en ese momento.
Una expresión que aumentaría en breves porque Henry
descendió y dirigió su boca con decisión hacia los senos y los enhiestos
pezones de Sarah; los cuales se moría de ganas por saborear y deleitarse
después de toda una noche evitando contemplarlos fijamente para que ella no se
diera cuenta de su estado de semitransparencia y cuya contemplación le había
dejado sin palabras y había superado sus expectativas con creces.
Sarah; quien no creía que el placer de sentir la mordedura
de Henry marcándola como suya de manera privada, pudiese aumentar reprimía los
gritos que morían por salir de su garganta y los convertía en gemidos. Eso sí,
no dejó de retorcerse bajo el poderoso cuerpo de Henry, agarrándole con fuerza
la cabeza y acercando su cabeza para que profundizase esta acción que no sabía
por qué pero la estaba volviendo loca y sobre todo, para ser consciente en todo
momento de la erección que tenía en la entrepierna y con la que la acción de
rozarse contra ella.
-
Henry por favor – pidió suplicante para
que continuarse descendiendo pues según descendía el hormigueo de su bajo vientre
y la sensación cálida de esta zona aumentaban.
-
¿Qué? – preguntó susurrante junto a su
boca tras besarle en los labios, provocando que abriera los ojos y le mirase
para ver su sonrisa lobuna. – Solo estoy siendo un caballero y saludando
efusivamente a unos amigos a los que me moría de ganas de ver – dijo de forma
inocente.
-
Henry… - repitió.
-
Me encanta escuchar cómo pronuncias mi
nombre excitada – le dijo. – Pero no te preocupes, no dejaré que tengas tu
primer orgasmo tan pronto – aseguró. – No al menos hasta que estés desnuda del
todo - le sususrró seductor.
Y estas palabras provocaron que Sarah enrojeciese hasta la
punta de la nariz, antes de que volviera a perderse en el mundo del placer y
las brumas cuando Henry retomó su actividad y regresó a sus pechos.
“Ella tiene razón” pensó con fastidio cuando apenas llevaba
cinco minutos más de exploración intensiva del tronco superior.
Debía dejar sus senos y retomar más tarde su disfrute y
degustación, como su de un buen vino se tratase porque estaba a punto de tener
su primer orgasmo. Lo sentía, vistos y oídos los cada vez menores interludios
entre gemidos gritos y súplicas. Y lo que era aún peor, él también estaba a
punto de irse, sobre todo desde que en un arranque de audacia Sarah le hubiese
aprisionado con las piernas para rozarse contra él con total libertad y ninguna
impunidad.
El siguiente paso del descenso del vestido lo situó justo
por debajo de su ombligo y ahí solo trazó el recorrido con su lengua haciendo
eses. Después lo descendió hasta por debajo de sus caderas y en apenas un par
de pasos rápidos, liberó sus piernas alzándolas por el hueco y lanzó el vestido
a los pies de la cama.
-
¿Ves como era buena idea que no llevase
camisón como ropa interior? – le preguntó, sonriente.
-
¿Ves como ha sido una buena idea que te
diera los regalos en mi habitación? – rebatió él, sonriente y depositando un
beso sobre su rizo mientras le acariciaba la cara interna de los muslos.
-
¡Ay Dios! – exclamó Sarah sin fuerzas mientras
entrecerraba los ojos y suspiraba mientras notaba cómo toda la tensión y las
ganas de golpear a Henry con fuerza por no concluir lo que había empezado
desparecían en ese momento, en el cual se
sentía en la gloria aunque no completamente satisfecha.
Henry había visto en numerosas ocasiones cómo las mujeres
tenían orgasmos mientras compartían momentos de cama o simplemente se
acostaban, pero ninguno le había impactado ni le había calado tan hondo como el
que acababa de presenciar.
Quizás porque era la primera vez que contemplaba cómo la
mujer que amaba se derretía con sus caricias o, quiso creer que había sido por
la manera en que había visto cómo la contemplaba en su total, perfecta y
celestial desnudez; carente de cicatrices, tatuajes o marcas que revelasen su
condición humana.
Sarah era una obra de arte digna de ser contemplada.
Y él estaba seguro de que jamás se cansaría de contemplarle
de esta manera.
Envalentonado por este pensamiento y deseoso de hacerle el
amor con toda la ternura y delicadeza que ella merecía, Henry no tardó nada en
desabrocharse y quitarse la camisa; para que los pantalones y las calzas
siguieran su mismo camino y así estar igual de desnudo que Sarah.
Debió de hacerlo muy rápido porque cuando Sarah volvió a
abrir los ojos para darle las gracias a Henry por proporcionarle el estado de
embriaguez pese a no haber probado el alcohol en el que se hallaba en ese
momento, se sorprendió bastante al verlo de esa manera.
Tanto, que se quedó boquiabierta y sin palabras mientras que
se incorporaba sintiendo cómo nuevamente y poco a poco, la mera visión de un
cuerpo tan musculoso y definido como el de Henry, volvía a excitarla. No
obstante, no pudo evitar menospreciarse y avergonzarse de su propia figura al
comparar uno y otro. Hasta tal grado, que una arruga surcó su frente mientras
se decidía a atreverse o no por tocarle.
-
¿No me digas que eres de esas mujeres
a las que debes decirle que son hermosas
para creérselo? – preguntó dubitativo, aunque sonriente. Sarah agachó aún más
la cabeza y dejó que el cabello le tapase el rostro. - ¡Eh! – dijo él,
impidiendo que lo hiciese y elevándole nuevamente la cara. – No lo hagas Park
porque eres hermosa – añadió. – Eres la mujer más guapa que he visto sobre la
faz de la tierra y parte del territorio celestial porque te aseguro que para mí
tú eres celestial – aseguró. – Celestial y divina – enfatizó.
-
Los ángeles no pueden tocar a los
humanos – rebatió ella, envalentonada e inmensamente agradecida ante las
palabras de Henry; que fueron un subidón en su autoestima.
-
Pues es lástima – se quejó. – Porque nada
me gustaría más que me tocases – añadió. – Fíjate como estoy sin que tus manos
se hayan acercado a mí – dijo, señalando su erección. – Imagina lo que hubiera
pasado si me acariciases mínimamente – dejó caer, sabedor que había picado su
curiosidad.
-
¿P…puedo? – preguntó, temerosa y
tragando saliva por los nervios, colocándose un mechón de cabello por detrás de
la oreja.
-
Debes – aseguró él, llevando la mano a
su pecho para que lo acariciase.
Y Sarah, apenas diestra en el arte de la seducción, se
limitó a repetir las acciones que había realizado con anterioridad, trazando
líneas con los dedos y surcando el relieve del tatuaje de cruz celta que Henry
llevaba en su pecho.
-
Incluso puedes besarme también –
susurró Henry mientras se dejaba hacer.
Sarah levantó la cabeza y asintió vigorosamente porque esa
era una acción que le apetecía realizar. Así pues, sonriente dirigió sus labios
hacia su pecho y…cualquier intento de beso seductor fue pura casualidad porque
en realidad lo que sucedió fue que su beso se convirtió en un sonoro beso;
mucho más parecido al del agradecimiento entre amigos que al de la seducción;
como había previsto.
Un beso que había sido justo a la altura de la tetilla de
Henry sí, pero que olvidó en el mismo instante en que fracasó su intento de
seducción. A Henry ese intento de audacia por su parte le pareció adorable en
su estrepitoso fracaso y de hecho, estaba conteniendo las ganas de reírse ante
la situación. Sin embargo, se ayudó de todo su autocontrol para no hacerlo pues
estaba realmente excitado y deseaba concluir lo que juntos habían empezado. Más
ahora cuando se veía incapaz de detenerse.
Horrorizada y avergonzada a partes iguales pues era
consciente de que su gesto le había dado risa a Henry, decidió apartar su
cabeza de su torso y encararle. Con tan mala suerte que apoyó sus manos sobre
los testículos; provocando gestos de dolor en él y de inclasificable sentimiento
en su parte. Sobre todo cuando descubrió hipnotizaba cómo el pene de Henry
reaccionó ante su toque y cuando descubrió que lo que salió de la boca de éste
no había sido un gemido de dolor sino un grito estrangulado de deseo.
Deseo que seguía patente en la manera en la que le estaba
mirando.
-
Me encantará descubrir tu faceta táctil
pero…será otro día – aseguró.
-
Pero… - inició su protesta. Sin
embargo, no pudo concluirla porque Henry la devoró con la boca y sin tocarla,
volvió a tumbarla sobre el colchón mientras su mano ascendía el muslo, trazó la
curva del trasero con dos dedos y alcanzó la cara interna del mismo hasta
llegar a los húmedos y rizados pliegues de Sarah para introducir poco a poco,
temeroso de herirla, un dedo. - ¡Dios! – exclamó gimiendo elevando la mirada al
techo.
-
Dios… - consiguió decir Sarah con voz
pesada una vez superó el momento de tensión provocado por ser perfectamente
consciente de lo que Henry había hecho.
-
¿Dios? – preguntó él, enarcando una
ceja.
-
Sí… - dijo ella.
-
¿Dios qué? – exigió saber mientras
jugueteaba de nuevo con su lengua.
-
Más – pidió con los ojos cerrados y
retorciéndose bajo él.
-
Estás tan excitada de nuevo – dijo,
trazando un reguero de besos bajo su mandíbula. – Si lo hubiera sabido, no te
hubiera hecho esperar tanto – aseguró antes de besarla nuevamente en los
labios.
Un instante; eterno para Sarah, sucedió, y nada había
sucedido.
“¿No se supone que este tipo de palabras son las que se
dicen antes de prepararte para… eso?” se preguntó, confusa ante la escasez de
conocimientos que tenía en ese ámbito de su vida.
-
Park, mírame – dijo Henry; quien estaba
más nervioso y excitado que nunca en su vida.
Tras mucho dudarlo, Sarah alzó los ojos hacia él, pensando
que ese sería el momento en que se negaría y le diría que no “por tenerle
demasiado respeto”
“Pues si esa es tu excusa Henry Harper ¡vas listo!” exclamó
Sarah decidida. “Esta noche voy a hacer
el amor contigo sí o sí” añadió.
Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió los azules ojos
de Henry con una multitud de sentimientos reflejados en ellos: había decisión, pero
también deseo, ternura y sobre todo ¿miedo?
Por si tenía algún tipo de duda acerca de esto, Sarah
asintió de forma casi imperceptible y esa fue la señal que Henry necesitó para
descender la cabeza mientras sus labios volvían nuevamente a los de ella.
Justo después su cuerpo se tensó ligeramente hasta empujar
muy lentamente para penetrarla muy despacio, intentando causarle el menor dolor
posible.
Sarah sintió….incomodidad al sentirlo la primera vez dentro
de ella. Sin embargo, cuando se retiró y volvió a penetrarla de nuevo, sintió
dolor pese a que también fue lento pero
seguro y por ello se mordió los labios y volvió a cerrar los ojos.
-
Mírame, Park – repitió con suavidad y
su voz le pareció a Sarah como una tierna caricia. Por eso, obedeció.
Con esta acción
silenciosa, Sarah había depositado toda su confianza en él y no pensaba
defraudarla o decepcionarla por él. Decidido, entrelazó sus diez dedos con los
de ella y le dijo:
-
Te juro
por mi vida que nunca jamás te haré daño a propósito – antes de besarla en los
labios mientras volvía a penetrarla.
“A la tercera va la
vencida” pensó Sarah, maravillada ante la embriagadora sensación que estaba
sintiendo en ese momento e incapaz de soltar un pequeño gritito de placer.
Totalmente relajada,
y sintiendo que ardía por dentro, los movimientos de ambos cuerpos fueron
haciéndose más rítmicos y ambos, repentinamente ansiosos el uno del otro e
incapaces de saciarse de esta nueva sensación.
-
Te
quiero Park – dijo Henry mientras la besaba y trazaba caminos con sus labios
por el cuello, deteniéndose justo en la marca que antes le había hecho mientras
ella arqueaba la espalda para facilitarle mucho más las cosas.
-
Te
quiero… - suspiró ella también. – Henry – añadió. Y cuando pronunció su nombre,
Henry incrementó la velocidad de sus movimientos hasta que se volvieron más
rígidos, antes de penetrarla por última vez y dejarse ir en su interior
mientras gemía y se estremecía sobre ella.
Tras unos minutos de
intenso silencio en los que aprovecharon para taparse con las sábanas y mantas,
se relajasen y que sus respiraciones se volviesen más lentas, Henry se revolvió
ligeramente y comenzó a tantear con la mano el suelo de la zona de la cama en
la que se había tumbado hasta que dio con lo que andaba buscando.
Después, indicó con
un gesto de la mano a Sarah que se levantara.
Una Sarah que,
extrañada siguió sus instrucciones y se alzó. Eso sí, se tapó los senos con la
sábana. Una cosa es que acabaran de hacer el amor y le hubiesen encantado
especialmente es aparte de su anatomía y otra cosa es que los mostrase
libremente sin venir a cuento.
-
Me
encanta que seas tímida pese a que acabo de verte desnuda y me encante tu
cuerpo – dijo, besándole el pelo; muy orgulloso de ella ante su ingenuidad.
Acto seguido, agarró su bufanda y la enrolló alrededor de su cuello.
-
Henry
pero ¿qué? – preguntó sin entender.
-
No
pienso dejar que caigas enferma o que pases frío esta noche – aseguró él.
-
¿Crees
que voy a pasar frío esta noche con el calor que emana tu cuerpo? – preguntó ella,
incrédula.
-
Prefiero
no arriesgarme – agregó para tener la conciencia más tranquila antes de
agarrarla por el brazo y tumbarla junto a él en la cama.
-
Buenas
noches Henry – dijo ella, sonriente.
-
Park… -
inició dubitativo. - ¿Sabes que significa esto? – le preguntó.
-
¿Qué
quieres decir? – preguntó alzando el rostro hacia él.
-
Eres la
primera mujer con la que he deseado hacer el amor – explicó. – Soy tuyo –
añadió, besando los nudillos de su mano.
-
Henry,
eres el primer y único hombre con el que he hecho el amor – respondió ella a su
declaración. – Yo también soy tuya – añadió, antes de volver a cerrar los ojos
y dormir; repentinamente exhausta.
Solo tras escuchar
sus palabras, Henry la imitó y apoyó la cabeza sobre la almohada. Eso sí, con el
rostro girado hacia Sarah. Pero no fue hasta que se cercioró que estaba
completamente dormida, cuando se relajó por completo, la abrazó y atrajo hacia
él por debajo de las sábanas y cerró los ojos; permitiéndose soñar por una
noche en lo maravillosa que era su vida.
Justo en el preciso
instante en que Henry cerraba los ojos, venía al mundo la pequeña Noelle
MacReed; segundo vástago del matrimonio formado por Evan y Katherine MacReed;
los duques de Blairgwyn.
[1]
Personaje histórico real.
[2]
Medía 1’88 metros frente al 1’80 de Henry y pesaba 91 kilos frente a los 81 de
Henry.
[3]
Boxing Day: O día de las cajas. Es
una tradición típica navideña británica que tiene lugar el día después de
Navidad por lo que su mención aquí en una Nota de la Autora en licencia
artística y se remonta a la Edad Media, cuando los nobles entregaban a sus siervos
cajas con comida y frutas.
[4]
Dato histórico real; la familia real británica siempre abre sus regalos de
Navidad el día de Nochebuena y no el de Navidad, como el resto de personas.
[5]
Petardo de Navidad: Una de las
tradiciones típicas navideñas británicas son los petardos de Navidad. Tubos cilíndricos
con forma de caramelo que se colocan uno por comensal en las mesas británicas.
Al principio o al final de la comida se forma un círculo y todos los comensales
deben tener agarrado un extremo en cada mano y tirar tras contar tres. Los
crackers se rompen con un sonido seco debido a la pequeña parte de pólvora que
contienen y cae el contenido de su interior: una corona de papel, un chiste
malísimo o un regalo.
[6]
Traducción: ¿Dónde guardan los reyes sus ejércitos?/ En sus mangasiiiiiis
Explicación: La palabra ejércitos suena exactamente
igual que la palabra brazos, solo que ésta se dice con una –i larga entre la -m
y la –s.
Por tanto, si continuamos con la misma dinámica
durante en chiste; el plural de –sleeves
(mangas) debería ser –sleevies; quedando de la siguiente manera:
-
¿Dónde guardan los reyes su brazosis? – En sus
mangasiisss
bueno bueno bueno como siempre voy a alimentar tu ego de suprema malignidad diciendote que eres la mala mas malefica llena de suprema maleficencia maligna y malvadamente perversa que he conocido nunca oye siempre me dejas a medias con todo a medias pero plenamente satisfecha aunq con muchas ganas de mas como siempre
ResponderEliminarcosas varias:
-a albert lo mato mira que olvidarse de la suprema eden q me la como magnifica enormerrima ella para emborraacharse y la otra pobre esperandolo y me encanta saritisima echandole la bronca y al otro to enfadado diciendole que no hay combate
-ME HAN ENCANTADO LOS REGALOS DE HH Q DESDE LUEGO Q HOMBRE MAS DETALLISTA CARAJO YO QUIERO UN HH Q ME TRATE COMO A UNA REINA PORQUE JOE DONDE TE ESCONDES MAJO DONDE EN SERIO DONDE HAY MOZOS COMO TU YO QUIERO YO QUIERO ME HA ENCANTADO EL DETALLE DE LA MUÑECA Q HA HECHO QUE ME EMOCIONE YA DE POR SI EMOCIONADA Q ESTABA ANTE EL CAPI AAAIIISS Q MONO ES MAAADRRE Q ME LO COMO CON PATATAS
-Y BUENO EL MOMENTO Q TODOS ESPARAMOS (Y PORQUE LAS MAYUSCULAS NO SON MAS GRANDES Q SI NO LO PONIA MAS GRANDE AUN) AAAAAAAAAIIIIIIISS MAADRE Q BONITO Q MORRANTICO TODO Q PRECIOSIDAD SE ME SALTAN LAS LAGRIMAS DE LA EMOCION QUE TERNURA Q DE TODO POR DIOS AAAIIISS Q BONITO (DE MI CUERPO YA NO PUEDEN SALIR MAS CORAZONES Y NO PUEDO PONER MAS CARA DE BOBALICONA TONTA ENAMORISCADA PORQUE NO Q SI NO LA INCREMENTABA A LO SUPERLATIVO TOY AHORA MISMO CON UNAS GANAS DE MIMOS Q NO VEAS Y ME SIENTO COMO EL EMOTICONO DE LA NIÑA DEL LAZO Q APLAUDE CON LOS MOFLETES COLORADOS AAAIIISSS Q BONITO Q MOMENTO MAS ESPECIAL Y TODO AAIIIISS YO QUIERO UN HH EN MI VIDA Q ME TRATE ASI Y ME CUIDE COMO A SARAH Q NO ES MUCHO PEDIR JOPER AAIIIIISS
HE DICHO AAAIIIISS (CORAZONES SALIENDO POR LOS POROS) AAIIISS
Lo siento pero solo puedo comentar: <3<3<3<3 *.*!!!!
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