CAPÍTULO
X
De
grabados y gracias
Del arte se despliega ante tus
pies
Para escuchar lo que he dicho
entre lágrimas.
Enséñame cómo agradecerte.
Enséñame cómo ver el sentido de
mi vida en los años futuros
Y a sentir que el amor perdura
en la vida que se desvanece.
Elizabeth Barrett Browning (18-18) “Doy gracias a todos”
¡BUENOS DÍAS LONDRES!
Aunque quizás no sean tan buenos como aparentan.
¿Lo habéis adivinado?
Efectivamente, estoy de mal humor.
¿El motivo? Una persona. O mejor dicho, una mujer.
¿Alguno de vosotros no sabe quién es la señorita Verónica Rossi?
Me extrañaría, porque esta chica se ha vuelto tan popular en apenas tan
poco tiempo que es tema de conversación recurrente en los bajos fondos
londinenses. Aunque tampoco debería sorprenderme este hecho, pues no hace más
que seguir la estela que inició su
madre; Francesca Rossi, la renombrada actriz de teatro[1],
décadas atrás.
De tal palo tal astilla.
Pero no solo los bajos fondos han caído bajo el embrujo de esos ojos
reptiloides; también la corte está bajo su efecto; donde la señorita Rossi se
ha convertido en la “chica de moda”.
Literalmente.
Desde su retorno a tierras británicas, la moda ha retrocedido y se ha
trasladado a otro país: les informo que ahora mismo vivimos en pleno siglo
XVIII francés.
Vuelven a llevarse las faldas amplias con aparatosos armatostes bajo
ellas y los corsés tan apretados que apenas te dejan respirar imitando su
estilo en la manera de vestir. Hecho que demuestra el poco cerebro que tienen
hoy día las jovencitas debutantes y, en general, todas las mujeres, ya que son
pocas las originales que se atreven a ser ellas mismas y diferentes a las
demás. Claro que, no todas son las afortunadas a las que este tipo de atuendos
les sientan bien: el caso más paradigmático sin lugar a dudas es el de la
señorita Penélope Storm; que parecía más un chorizo blanco embutido a presión
que una persona.
Sin embargo, ha sido un error el hecho de intentar implantar la moda al
estilo de la reina María Antonieta.
¿Debo recordar cómo acabó? ¡Viva la Revolución Francesa!
¿Debo recordar también que hace muy poco terminó nuestra guerra frente
a un hombre bajito y gordo francés? ¿Realmente queremos rendirle homenaje de
esta manera? Al menos yo no. ¡Despertad por el amor de Dios!
Al menos, lo único que me consuela con esto es que se ha demostrado que
Verónica Rossi no es perfecta. Nos ha engañado tras esa capa de perfección,
dechado de virtudes y conocimiento al dedillo de todos los protocolos habidos y
por haber de las cortes reales europeas.
Ya me daba a mí en el olfato que no era todo lo que relucía en esa
chica. Pero no es de extrañar con semejante historia truculenta familiar:
¡BASTARDA!
¿No sería fantástico que continuara con la tradición familiar y se
viera envuelta en un asunto escandaloso?¿Que de repente se volviera loca y
quisiera reclamar su título; enfrentándose por ello con su familia inglesa?
¿Que se pelease en público con alguna de las damas porque uno de nuestros
libertinos le prestase excesiva y exclusiva atención? ¿O incluso un hombre
casado?
O incluso mejor ¿que a imitación de su famosa madre fuese descubierta
en pleno fornicio?
Queridos lectores, rezad para que eso suceda porque esta cronista
estará más que encantada de contároslo todo al detalle.
Aviso a los varones Gold: vigilad muy de cerca la joyita que tenéis en
casa.
Atentamente,
Christina Thousand Eyes.
Verónica no había estado preocupada.
Al menos hasta el artículo de Christina Thousand Eyes.
Artículo que había reabierto viejas
heridas y había minado su escasa confianza en sí misma.
Resultaba irónico que un escrito de
una desconocida hubiese hecho el trabajo que ella presuponía que haría su
familia en la cena formal a la que la habían invitado. Pero lo había hecho y
gracias a ello, decidió no asistir al baile de la noche anterior.
Sin embargo, sabía que sus anfitrionas
no le permitirían negarse a asistir al evento; a no ser que estuviera
moribunda. Y dudaba mucho que aún así se lo permitieran.
Estaban enfadadas con ella. O mejor
dicho, con la atención que ella provocaba; aunque ésta no fuera voluntaria.
No era tonta y había observado que,
desde su llegada, cada vez eran más las mujeres que decidían imitarla en su
manera de vestirla. Incluso aunque fuera incómoda para ellas, su estilo barroco
estaba de moda y eso era lo único que contaba. Y sí, era cierto que ella había
animado a alguna de sus amigas a ponerse corsés, pero no para burlarse de ellas
intencionadamente n hacer que parecieran un chorizo blanco andante. Pues de
hecho, conociendo que el cuerpo de Penélope y el suyo propio eran tan
distintos, había optado por sugerirle unos modelos mucho menos rígidos que los
suyos. Y lo mismo había sucedido con Rosamund; a quien había recomendado un
corsé ajustado en la zona de sus abundantes senos para ayudarle en su sujeción
y algo más suelto en la zona abdominal. Por último, también quiso intentarlo
con Katherine; con quien, por similitudes físicas, era con la que más corsés
podía compartir, pero ella se negó rotundamente y le hizo patente de inmediato
su ofensa a su madre. Ambas desde entonces parecían repelerlas.
Además, habían hecho patente y habían
trasladado su enfado y ofensa a Jeremy; quien, desde que le llenaron el
vestíbulo con flores de todo tipo, tomó la resolución de marcharse de su casa
porque “necesitaba concentración para sus discursos parlamentarios”.
Concentración.
Si, claro.
Parecían olvidar de nuevo que no era
tonta y que aunque hubiera pasado mucho tiempo en el Piamonte italiano y se
considerase piamontesa por los cuatro costados, también había vivido en
Inglaterra y en ningún momento había olvidado si inglés. Por eso, sabía que
Jeremy era un político pésimo y que no había nacido con un don para la oratoria
por mucho que lo intentara. Además, no estaba ciega y las miradas y gestos
faciales que le dedicaba cada vez que se convertía en el centro de su atención,
no eran precisamente de amabilidad.
“Estoy deseando llegar al baile para
divertirme algo…” pensó, con un suspiro en la soledad de su habitación mientras
se miraba en el espejo.
Jeremy Gold era un cobarde.
Y era perfectamente consciente de eso.
También era un pésimo mentiroso y
quizás fuera ese otro de los motivos por los cuales su carrera política era tan
desastrosa. Nadie en su casa se había creído que había regresado a su hogar
conyugal en busca de concentración e inspiración para enfrentarse nuevamente
dialécticamente a su padre en el parlamento; ya que si realmente hubiera
querido hacerlo, su pequeña casa de los horrores no sería el lugar más idóneo
para este propósito.
La realidad era que había huido de la
casa familiar por Verónica.
Su continua presencia alrededor estaba
afectando a sus sentidos más de lo que la cordura y la buena conducta
permitirían. Por primera vez, conocía el significado de la frase resistir a la
tentación. Verónica era su tentación, su fruta prohibida y él no estaba seguro
de ser capaz de resistirse a ello.
No cuando vestía como vestía y se
comportaba de forma tan amistosa, abierta y amable con todos los hombres
asistentes a los eventos sociales; dándoles esperanzas de futuras conquistas
cuando estaba prometida con Dante Filippi. La tensión por su parte se había
vuelto tan insoportable que la mitad de las veces quería tenerla bajo él en su
cama y la otra estrangularla por la combinación de amabilidad e inocencia que
lo volvía loco; como al resto de los hombres. A veces incluso quería realizar
ambas.
Su resolución fue poner distancia de
por medio para no sucumbir, así como la no asistencia a cualquier evento donde
supiera que estaba invitada. Su plan había funcionado bastante bien, hasta que
había leído la viperina columna de Christina Thousand Eyes.
Nunca le habían gustado los cotilleos
no corrillos llenos de sentimentalismos y puras invenciones pero ahora mucho
menos. Esa mujer la atacaba directamente de forma ruin después de haber
rebuscado en su pasado familiar. No le extrañaría nada que tras la verdadera
identidad de Christina Thousand Eyes se
escondiera alguna persona relacionada con los Meadows; pues bajo esa falsa capa
de amabilidad que parecían mostrar ahora hacia Verónica se escondían unas
mentes retorcidas y unos corazones faltos de amor. Pronto lo descubriría, pues
estaba decidido a descubrir quién era la deslenguada escritora.
Había algo que debía agradecerle sin
embargo a la susodicha; gracias a esa columna se había dado cuenta de lo
solitaria que Verónica se hallaba en Gran Bretaña. De hecho, solo contaba con
la protección de sus tres amigas. Y aunque una se comportara y actuase como un
militar (y arrastrase con solo abrir la boca a sus hermanos) no tenía a ningún
hombre que velase por ella. Con su padre no podía contar desde luego,
influenciado por el enfado de las reinas de su casa y Graham era demasiado
joven y desconocido para ella como para erigirse como su defensor.
Por tanto, no le quedaba de otra que
ser él.
Era su amigo y, desde ahora también
sería su protector y defensor en Inglaterra hasta la llegada de su prometido.
Se lo debía por la amabilidad mostrada en las cartas que le escribió desde tan
lejos preocupándose por él y ofreciendo su ayuda desinteresada para cualquier
cosa que necesitase.
En cuanto al deseo y la lujuria que
despertaban en él…no debía preocuparse.
Era un hombre hecho y derecho de treinta
y cuatro años, no de quince. Sabría controlar sus impulsos sexuales. Más ahora
que sus peces eran una realidad faunística, reunidos en la pecera de su
habitación. Y si no, la solución era bien sencilla: buscaría a una mujer con la
que desfogarse.
No sería la primera vez que lo
hiciese.
Lo primero que Jeremy quiso hacer al
entrar en el salón abarrotado de nobles de los Richfull fue ir a disculparse
con Verónica e informarle de sus intenciones; pero no pudo hacerlo. No porque
el círculo de admiradores que tuviese a su alrededor fuese tan grande; el cual
estaba seguro que así sería, sino porque su hermana hecha un basilisco se
apareció ante él y le impedía realizar cualquier tipo de movimiento.
-
¡Caramba Jeremy! – exclamó, fingiendo
sorpresa. - ¡Dichosos los ojos! – añadió, con ironía.
-
Ahórrate los sermones Katherine por favor –
le pidió con desgana. – Soy tu hermano mayor – añadió como recordatorio.
-
¿Adivina qué pasa? – le preguntó.
-
Sabes que nunca fui bueno en ningún tipo de
juego de adivinanzas, así que nos ahorraré tiempo a ti y a mí y seré yo el que
te pregunte ¿qué pasa? – preguntó.
-
¿Has visto cómo van vestidas las mujeres esta
noche? – le preguntó enfadada.
-
No – respondió él, inocente. – Acabo de
llegar – le recordó el hecho que, por otra parte era obvio.
-
No te burles de mí – le advirtió ella. – Pues
llevan ¡corsés! – exclamó indignada apenas cinco segundos después de haber
estado vigilante con él.
-
Ahm – dijo él, impasible. – Que… ¿tragedia? –
se atrevió a preguntar.
-
¡Para mí sí imbécil! – exclamó ella, enfadada
porque le daba la sensación de que su hermano no le estaba concediendo a este
asunto la importancia y prioridad que debía. - ¿Tú sabes quién lleva corsés? –
le preguntó.
-
Esa pregunta sí que me la sé – respondió él
burlón y elevando el dedo índice como si estuvieran en un juego de ruegos y
preguntas. –Y antes de que su hermana volviera a abrir la boca para decirle
alguna cosa hiriente, añadió: - Verónica -.
-
Exacto, Verónica – repitió ella con un
asentimiento de la cabeza. - ¿Y sabes lo que eso significa? – volvió a
preguntarle. Pese a su madurez, Jeremy se sentía en esos momentos como en sus
años de estudiante universitario en la mitad de un examen que no se había
estudiado y por eso, avergonzado, volvió a negar con la cabeza. - ¡Qué
ignorante eres para ser tan mayor! – le regañó ella. – Lo que significa es que
Verónica está implantando una nueva moda en la forma de vestir y eso es
inaceptable porque ella no es la incomparable – explicó. - ¡Yo soy la
incomparable! – exclamó, o más bien, casi gritó. – Y por tanto ¡debería ser a
mí a quien las mujeres imitaran! – concluyó, enfadada.
-
Pero ¿tú no vistes igual que el resto de las
chicas? – preguntó, mientras echaba un vistazo a su alrededor deteniéndose en
los vestidos de las damas sin entender muy bien a qué se debía el grado tan
alto de enfado que había alcanzado su hermana pequeña esa noche.
Y por esa pregunta inocente, pero
reflejo de su ignorancia, se ganó una bofetada de su hermana. Bofetada que
protestó y de la que se quejó.
Cansado de jugar al juego de las adivinanzas
estilísticas, Jeremy expresó su verdadera opinión acerca de tan insulso tema
para él. – Además, ¿qué más dará lo que cada una lleve puesto? – le preguntó. –
Mientras estén cómodas y se sientan guapas y a gusto consigo mismas, a mí me da
igual – añadió.
-
¿Ah sí? – le preguntó ella, retándole. –
Espera a ver cómo viene vestida hoy Verónica y luego me dices lo mismo –
añadió, antes de agarrarle por el brazo y tirar de él, caminando con firmeza y
rapidez pese a que el salón estaba abarrotado de personas esa noche.
“Increíble” pensó Rosamund molesta
mientras intentaba abrirse paso y esquivaba a cualquier miembro de la población
masculina allí presente esa noche.
Lo cierto era que las palabras que
había pronunciado la noche del regreso de Verónica acerca de buscarse un marido
no habían sido ciertas. Ella no buscaba un marido, pero eso no quería decir los
hombres solteros de Gran Bretaña estuvieran de acuerdo con su firme
pensamiento; aunque fuera extremadamente clara (e incluso borde o soez) con
respecto a este tema. Cada temporada tenía al menos un par de atentos
pretendientes. E incluso había recibido proposiciones de matrimonio.
Proposiciones como la de esta noche.;
la cual había tenido que repetir hasta en cinco ocasiones para que al botarate
le quedase claro el concepto de negación ante una pregunta formulada.
No entendía.
No entendía por qué esta situación se
repetía año tras año y temporada tras temporada. No tenía una conversación
agradable y aunque tenía un rostro simétrico y bonito, era más alta que la
mayoría de las mujeres; lo cual le restaba atractivo y eso sin hablar de sus
prontos y carácter agresivo, similar al de muchos hombres, así que no era una
candidata idónea al puesto de esposa. Así que ¿por qué?
Tenía varias teorías al respecto sin
embargo:
·
La primera de ellas era tan solo una
sensación personal; parecía que su “caza” se había convertido en un asunto
primordial entre los aristócratas británicos y que habían realizado apuestas
por ver quién era el afortunado que consiguiera
llevarla hasta el altar y exhibirla públicamente como su trofeo.
·
La segunda más que una teoría era una
certeza. O mejor dicho, eran dos protuberancias físicas peculiares que poseía. Efectivamente,
se refería a sus senos. Senos que eran el único rasgo femenino apreciable a
simple vista de su feminidad y que estaban en consonancia y proporción al resto
del tamaño de su cuerpo.
Sí, eran grandes. Y la causa de su
vergüenza, ya que por más que intentaba ocultarlas o camuflarlas, no lo
conseguía. Y tampoco los vestidos que se confeccionaban en esa época estaban
diseñados pensando en mujeres como ella; de ahí que utilizase los corsés
sugeridos por Ronnie. Sujeción era su actual palabra predilecta.
Pero aunque ahora las tuviese siempre
en su sitio; éstas continuaban ejerciendo como foco de atracción no deseada
para los hombres; los cuales, atraídos como las abejas a la miel, se
transformaban en sus solícitos pretendientes pensando de forma equivocada que
ella era solo un cuerpo carente de cerebro a la que tratar como mujer objeto.
De hecho, dicho pensamiento era típico de las dos tipologías de pretendientes
que solía tener; militares o botarates que se excitaban con excesiva facilidad.
De ninguna de las maneras a ambos.
¿Tanto les costaba entender que ella
no iba a casarse nunca y que en realidad pasaría sus días de vejez junto a su
amiga Penélope en su pabellón de caza de Gloucestershire; donde serían
conocidas como las matronas a las que impresionar por parte de las jovencitas y
a las que los críos tendrían que evitar gracias a las historias que ellas
mismas se encargarían de propagar sobre sus excéntricas costumbres?
Romperían el pacto creado hace diez
años con respecto a contraer matrimonio con un duque pero ¿y qué? Si de las
cuatro, la primera que daría un paso al frente en el altar ya lo estaba incumpliendo al escoger a un conde ¿qué
importaba que ella, la creadora del mismo también lo hiciese? Al fin y al cabo,
las cuatro sabían y continuaban sabiéndolo que, si realmente había alguna con
posibilidades de cumplimiento del mismo, esa era Katherine. Así que, cuando
Katherine se casara con el duque ese que ella creía perfecto para él, el pacto
quedaría realizado.
Además ¿por qué tenía que ser ella la
primera en contraer matrimonio de sus hermanos? ¿Sólo por ser la única mujer?
Pues de eso nada. Tenía dos hermanos mayores que ella y un hermano gemelo
(aunque Júnior también podría entrar en el mercado matrimonial pese a su
juventud) que eran unos candidatos tan perfectamente válidos como ella para
casarse; sino más.
“¡Dios!” protestó. “Cómo deseo dejar
de ser la marquesa de Harper…” añadió.
Ese era el propósito y motivo por el
cual asistía a los eventos de la temporada. En realidad era el primero: la
búsqueda de una mujer para sus hermanos; especialmente para Anthony, el primogénito
porque si él se casaba, su consorte heredaría el título del que ella estaba
deseosa de dejar de ostentar, aunque gracias al carácter y al enamoramiento que
éste sentía por su trabajo, sabía de sobra que era una tarea bastante
complicada.
El segundo era pasar todos los días
más tiempo junto a sus amigas; a quienes más que amigas consideraba sus
hermanas. Sin embargo, esta noche ni uno ni otro de sus objetivos se estaba
llevando a cabo ya que por más vueltas que daba alrededor del salón de baile no
conseguía dar con ellas.
“¿Dónde demonios se habrán metido
ahora?” se preguntó, aumentando su grado de enfado al no dar con ninguna de
ellas tras dos vueltas completas al mismo.
Fue en la tercera vuelta, quizás
porque fue prestando mucha más atención a los rostros de las personas y a los
detalles que se amontonaban en el salón, cuando fue consciente del lugar exacto
donde estaba Verónica.
Corrección, fue consciente de la
situación tan particular en la que se encontraba su amiga. Una Verónica que se
encontraba rodeada de hombres. Desde su posición, lejana a la de ella, parecía
que el número exacto y total de hombres a su alrededor era de ¿diez? ¿Diez
hombres? ¡Madre del amor hermoso!
Efectivamente.
Diez era el número total de hombres
que rodeaban por completo a Verónica y que averiguó tras contarlos desde la
lejanía. De hecho, había reconocido a su amiga por los adornos barrocos de su
falda; típicos de ella y de nadie más, no porque realmente la hubiese visto con
sus ojos.
Diez hombres que la miraban de manera
muy hambrienta y maneras muy malintencionadas mientras ella, todo sonrisas y
buena educación, permanecía ajena al tipo de pensamientos que surcaban por la
mente de estos “seres”.
“Esto no le va a gustar nada a
Katherine…” pensó mientras negaba con la cabeza y enfilaba sus pasos hacia el
corro con el fin de evitar la tragedia antes de que sucediese. Además, sintió una corazonada que le informaba de la
mala espina que le provocaba esa circunstancia tan particular. Gracias a ello,
por primera vez agradeció el gentío en el salón de baile de los Richfull esa
noche pues le permitió acercarse a ellos de manera sigilosa y sin ser vista…
-
Doy gracias a Dios de manera infinita por el
instante en que decidió abandonar el retiro que se había autoimpuesto en el
lugar de las solteronas y decidió concedernos el honor y regalo de su presencia
y compañía – fijo uno de los nobles, mientras le besaba la mano y posaba sus
labios durante más tiempo del permitido por las normas sociales de protocolo.
-
Muchas gracias milord, es usted muy amable –
respondió ella con una sonsrisa franca.
-
Es en serio, señorito – dijo otro.
-
Es usted la visión más espectacular de todo
el salón con su vestido morado y los bordados dorados – añadió un tercero.
-
Muchas gracias – respondió Verónica, nuevamente
sonriendo.
-
Una visión divina y celestial – dijo otro
hombre al que en esta ocasión Rosamund no pudo verle el rostro pero al que
también quiso golpear.
-
¡Una Madonna! – exclamó un quinto, besándole
la otra mano.
-
¿Qué Madonna? – preguntó un sexto, ofendido.
- ¡Una Venus! – propuso.
-
¡La Venus de Boticelli! – propuso un séptimo.
Verónica intentó comportarse de manera
educada y correcta; tal y como le habían enseñado frente al acosos sin cuartel
de tantos hombres. Además de que, por otra parte, le gustaba que la halagasen
pues unos halagos y palabras bonitas con las que subir tu autoestima nunca
estaban de más en su opinión. Por eso, se había limitado a asentir, sonreír y a
agradecer los cumplidos de forma breve. Pero cuando escuchó los enfervorecidos comentarios
sobre su persona, fue incapaz de contenerse y comenzó a reírse a carcajadas; a
su manera tan particular e identificativa.
-
Agradezco sobremanera comentarios y halagos
tan positivos, señores – inició, aún con pequeños ataques de risa. – Pero lo lamento,
no puedo compararme con la Venus de Boticelli; principalmente porque ella es
una pintura y yo estoy viva además de que vivimos en centurias diferentes y no
coincidentes – explicó. - Por último, considero que la bella Simonetta es mucho
más bella que yo – concluyó, completamente convencida de esto último; al
contrario que su nutrido grupo de seguidores.
-
¡Vaya, vaya, vaya! – exclamó una voz
masculina al fondo del círculo que se convirtió de la nada en el centro de
atención y provocó que tanto Verónica, como la oculta Rosamund y el resto de
los hombres se girasen en su dirección para intentar conocer su identidad. –
Parece que tenemos una mujer entendida en arte en la sala – añadió Martin
Richfull; el hijo de los anfitriones mientras se acercaba hasta Verónica y se
situaba junto a ella sin pedir permiso a nadie.
“¿Martin Richfull?” se preguntó
Rosamund sintiendo repugnancia hacia su persona de manera instantánea. “¿De
dónde demonios ha salido Martin Richfull?” se preguntó ahora molesta y, mucho
más preocupada por el cariz que iba tomando esta situación.
-
Lamento contradecirle milord, pero no soy
ninguna entendida en arte – mintió, porque lo cierto era que sí que entendía
algo sobre arte debido a la pequeña colección que su tía tenía en su palacio
piamontés. – Es solo que tuve el placer de observar el fresco en persona
durante una visita que realicé a Florencia años atrás – explicó. – Aunque os he
de confesar que una persona muy interesada en el arte – confesó mordiéndose el
labio y sintiendo algo de remordimientos por haberle mentido.
-
¿Ah sí? – preguntó Martin Richfull interesado
en el tema, plantando una sonrisa malintencionada en el rostro. - ¿Os gusta el
arte? – quiso saber. Verónica asintió, pensando que este hombre o tenía cierto
grado de estupidez o estaba sordo, pues acababa de decirlo. - ¿Qué tipo de
arte? – preguntó, como quien no quiere la cosa.
-
Todo tipo de arte señor – respondió. Y por si
no le había quedado claro el significado de su frase, agregó: - Pintura,
escultura y arquitectura –
-
Pintura ¿eh? – volvió a preguntar con la
misma sonrisa siniestra de antes. – Y
decidme algo ¿os gustan los grabados? – quiso saber.
-
¿Grabados? – preguntó Verónica con el ceño
fruncido, interesada por primera vez en la conversación.
“¿Grabados?”
se preguntó Rosamund horrorizada. “Verónica por tu madre ¡miente y di que no!”
exclamó mentalmente mientras intentaba llamar su atención haciendo aspavientos
con los brazos.
-
Grabados – repitió Martin Richfull. - ¿Os
gustan? – repitió.
“¡No!” gritó
Rosamund de forma mental mientras intentaba abrirse camino hasta llegar a la
posición de Verónica; pisando y clavando los codos a toda persona que se
interpusiera en su camino.
-
Como un tipo de pintura que es, me gustan los
grabados – dijo, cansada de la conversación de borregos que estaba manteniendo
con el desconocido incorporado a última hora. Lo que le sorprendió fue que su
respuesta provocó que los ojos de los hombres que le habían acompañado casi
desde el inicio de la fiesta se iluminaran hasta el punto de centellear y que
todos estuvieran a punto de babear.
-
Fantástico – dijo con una risotada. –
Fantástico – repitió en voz mucho más baja. - ¿Sabéis milady que yo también soy
un gran aficionado al arte? – le preguntó.
-
No lo sabía porque os acabo de conocer –
respondió Verónica siendo borde sin pretenderlo.
-
Martin Richfull, milady. Coleccionista de
arte y amante de los grabados por encima de toda manifestación artística no
real, para serviros – se presentó ejecutando una reverencia. – De hecho, poseo
una completa selección de grabados en mi biblioteca – le informó. - ¿Os
gustaría admirarlos? – le preguntó.
-
¿Perdón? – preguntó Verónica volviendo a
centrarse en la conversación, bastante incómoda al sentir la mirada fija de
todos los hombres en ella.
-
Que si os gustaría visitar la colección de
grabados de mi biblioteca – repitió él, con un cierto tono de ansiedad en su
voz.
-
¿Ahora? – preguntó Verónica sorprendida. –
Pero ¡sois el hijo de los anfitriones milord! – exclamó, escandalizada. – Eso
no estaría nada bien – añadió, negando con la cabeza.
-
Precisamente por eso milady – asintió Martin
Richfull. – Tengo ventaja – susurró, guiñándole un ojo con complicidad. -
¿Venís? – preguntó por tercera vez, ofreciéndole su mano para guiarla.
Ronnie dudó un instante.
Había algo en la manera en la que le
miraba y sonreía ese hombre que no terminaba de convencerla. No obstante…
No obstante, hacía tanto tiempo que no
observaba y contemplaba con sus ojos una obra de arte que lo echaba de menos.
De hecho, era una de las cosas que más cosas echaba de menos desde su llegada a
Londres: la posibilidad de planificar y realizar una excursión sola (o
acompañada de Penélope; otra apasionada del arte) para observar y contemplar
colecciones públicas o privadas que… acabó por aceptar la mano que el señor
Richfull le ofrecía; guiada por un repentino y doloroso ataque de nostalgia.
Incluso, si la fortuna estaba de su
parte esa noche, incluso podía regalarle uno que colgar en la pared y que
sirviera de decoración a su habitación de invitados.
Martin Richfull ya se veía disfrutando
del pecaminoso cuerpo de su acompañante italiana en la biblioteca, cuando
alguien se interpuso en su camino para romper y destruir de raíz todas sus
posibles fantasías al respecto.
-
¡Tú no vas a ninguna parte! - exclamó Rosamund
furiosa mirando con odio a Martin Richfull y tirando de su amiga hacia ella.
-
¡Rosamund! - exclamó Ronnie sorprendida por la
aparición repentina de su amiga en escena. - ¿Qué tonterías dices? - le
preguntó extrañada. -¡Claro que voy a ir! - replicó.
-
He
dicho que no vas a ir y ¡no vas a ir! - repitió enfadada, tirando más fuerte y
colocándola a su lado por fin.
-
Pp...p...ppero...- tartamudeó Verónica;
incapaz de pronunciar bien las sílabas de tan enfadada como estaba.
-
Ni peros, ni peras ¡ni nada! - exclamó
Rosamund a gritos y como si de su madre se tratase. - Lamento informarle señor
Richfull de que la señorita Rossi está muy ocupada esta noche haciéndome
compañía y le va a resultar imposible acompañarle a la biblioteca - dijo,
mirándole con una sonrisa irónica.
-
La señorita ha manifestado en varias ocasiones
su interés por el arte y su deseo de acompañarme - respondió Richfull con una
sonrisa igual a la suya controlando su furia.
-
¡Eso! - exclamó Ronnie para hacerse notar en
la conversación, ya que ambos se miraban como si de un duelo a muerte se
tratase y la ignoraban deliberadamente.
-
Pues si tanto interés tenéis en que Verónica
vea vuestros grabados para que os dé su opinión acerca de ellos, podíais ir a
la biblioteca a por ellos para que ella pueda verlos aquí sin necesidad de
ausentarse del salón de baile - dijo Ronnie, sabiéndose ganadora del
enfrentamiento con esta respuesta. – Ya sabe, sería una lástima y una falta de
respeto enorme para sus múltiples admiradores aquí presentes.
Verónica
abrió la boca para hablar, dispuesta a replicar nuevamente, pero pronto se dio
cuenta de que la idea y sugerencia que su amiga había tenido era muy buena. E incluso la felicitó
por ello.
- Milord...
¿Podríais a por vuestros grabados a la biblioteca para que pueda disfrutar de
sus contemplación en el salón de baile por favor? - le pidió utilizando su tono
de rogativa que tan efectivo resultaba siempre e inmensamente feliz ante la
perspectiva que se le presentaba.
- Eh... sí – acabó claudicando Martin Richfull con fastidio. - Voy por ellos - anunció. - Ahora mismo vuelvo - dijo, girándose y confundiéndose entre la multitud.
- Eh... sí – acabó claudicando Martin Richfull con fastidio. - Voy por ellos - anunció. - Ahora mismo vuelvo - dijo, girándose y confundiéndose entre la multitud.
- ¡Gracias Rosie! - dijo Verónica. - ¡No
sabes lo feliz que me haces! - dijo, estrechándola aún con más fuerza.
Pero Rosamund se soltó enseguida de su abrazo de forma brusca y la empujó, poniendo distancia entre ambas.
- ¿Es que te has vuelto completamente loca? - le preguntó enfadada. - ¿Cómo se te ocurre decirle a ti que sí para ir a ver sus grabados a la biblioteca? - añadió.
Pero Rosamund se soltó enseguida de su abrazo de forma brusca y la empujó, poniendo distancia entre ambas.
- ¿Es que te has vuelto completamente loca? - le preguntó enfadada. - ¿Cómo se te ocurre decirle a ti que sí para ir a ver sus grabados a la biblioteca? - añadió.
En
ese preciso instante, Rosamund vio a los hermanos Gold entrar en su campo de
visión y bufando y echando humo por las orejas se encaminó hacia ellos, que no
la habían visto todavía porque parecían estar discutiendo. Eso sí, prefirió no
llevar consigo a Verónica, ya que iba a decir algunos comentarios que podrían
herir su sensibilidad auditiva femenina.
Por
ello, dirigió su mirada hacia el círculo de admiradores que la habían rodeado y
que aún permanecían en el mismo sitio, como si de estatuas a tamaño real se
tratasen e intentando disimular (de mala manera, todo sea dicho) que sus
miradas estaban focalizadas en ellas.
Estatuas
o borregos humanos según su consideración. Y como si de verdaderos borregos se
tratase, les silbó e hizo un gesto de cabeza para que volvieran a rodear a
Verónica, advirtiéndoles eso sí con la mirada y su dedo índice inquisitorial
que se arrepentirían si alguno intentaba realizar una jugada similar a la de
lord Richfull. En realidad, no hacía falta que hubiera realizado esto último ya
que había aterrorizado anteriormente a estos hombres y sabía a ciencia cierta
que, en comparación con el hijo de los anfitriones, eran inofensivos y mansos
cual corderitos.
-
Justo
las dos personas a las que quería encontrar – les saludó Rosamund mordiéndose
la zona interior de sus carrillos para esbozar un inicio de sonrisa enigmática.
Por
el tono de voz empleado y la manera tan suave en que se estaba comportando,
Jeremy sabía que la pelirroja estaba enfadada y que, probablemente sería él
quien acabaría por tener toda la culpa de la situación, aunque esto no fuera
cierto. Con lo cual se preparó a conciencia para lo peor.
-
Decidme
algo ¿alguno de los dos sabe el significado de la palabra anfitrión? – les
preguntó, refrenando las ganas que tenía de explotar.
-
Me
temo que te has confundido Carrotie, nosotros no somos Penélope; el pequeño
diccionario parlante y caminante que tienes por amiga para proporcionarte el
significado de las palabras – respondió Jeremy con ironía.
-
Cuida
tus palabras y lávate la boca antes de hablar de mi amiga – le amenazó Rosamund
entornando los ojos y crujiendo la mandíbula. No obstante y aunque se moría de
ganas, lo dejó pasar y añadió: - Yo os diré lo que no es un correcto anfitrión:
vosotros dos – dijo esto último señalándolos a ambos.
-
¿Por
qué dices eso? – preguntó Katherine, comenzando a enfadarse ante tal acusación.
-
¿Alguno
de vosotros dos puede decirme dónde está vuestra invitada? – les volvió a preguntar.
-
Claro
– respondió de inmediato Katherine. – Está… - añadió, oteando el horizonte de
nuevo por todo el salón con la esperanza de encontrarla esta vez, ya que desde
que se encontró con su hermano no había conseguido dar con ella.
-
Está…
arrebatadora con ese vestido morado de satén – dijo Jeremy, completamente
hipnotizado por el atuendo de Verónica de esa noche. Sus palabras causaron
extrañeza y silencio en las mujeres situadas a su alrededor y Jeremy quiso que
se lo tragase la tierra al haber pronunciado sus pensamientos en voz alta. -
¿Qué? – preguntó borde, a la defensiva. – Soy un hombre y tengo ojos – añadió.
– Además, sabéis que hablo de ella como si fuera mi hermana pequeña – mintió
antes de decidir cerrar la boca, con la sensación de que a más abría la boca,
más metía la pata. – Está allí enfrente, perfectamente flanqueada por diez
hombres – concluyó sonriente.
-
¿Diez?
– gritó Katherine dando un paso al frente para contar las cabezas masculinas.
-
¡Premio
para el abuelete! – exclamó con ironía Rosamund aunque masculló por lo bajo un
capullo perfectamente audible para él. – Claro que está ahí enfrente; yo misma
la puse ahí donde la ves – explicó.
-
¿Te
has vuelto completamente loca? – le preguntó girándose y encarándose con ella.
–Pero tú ¿cómo la dejas a merced de diez hombres? – exigió saber.
-
Te
aseguro que esta opción es la menos mala de las que se le han plantado a Ronnie
esta noche – le informó. – Pero bueno carcamal ¿cómo es que no la has instruido
en las artes de seducción? – le preguntó, enfadada e incapaz de creer que fuera
tan estúpido o vago como para no haberlo hecho todavía.
Jeremy
se atragantó sin estar bebiendo nada en ese momento al escuchar la sugerencia
en forma de exigencia en forma de pregunta de labios de Rosamund. De hecho, le
dio un ataque de tos tan fuerte que era incapaz de parar por sí mismo.
“¿Tanto se me nota?”
se preguntó avergonzado de sí mismo mientras se palpaba el rostro en busca de
las zonas con más temperatura corporal y por consiguiente, un color rosáceo más
intenso; pruebas que delatarían sus impuros pensamientos al mismo tiempo
que Katherine le daba golpes en la
espalda para detener la tos. “¿Acabo de escuchar lo que creo que acabo de
escuchar?” se preguntó nuevamente. “¿Carrotie me ha dicho que por qué no he
seducido a Ronnie? No. Imposible” negó, vehemente. “¿Me ha dado permiso para
hacerlo?” repitió con gesto extraño.
-
¿No me has oído? – le preguntó chasqueando los dedos
para llamar su atención. - ¿Por qué no lo has hecho? – quiso saber. – Es tu
obligación como “libertino” que eres – le acusó, burlándose a su vez de su
supuesto título de conquistador.
“Parece que sí que me
ha dado permiso” pensó Jeremy incrédulo por la revelación.
-
Tú
mismo eres un hombre con dos ojos útiles y te has dado cuenta de cómo destace
en apenas un vistazo, así que ¿por qué no la estabais acompañando en este
evento social, tal y como exige el protocolo? – preguntó, pronunciando son
especial énfasis la última palabra mientras miraba directamente a Katherine;
informándole con su mirada de que se estaba burlando de la bediencia ciega que
le prestaban a éste.
-
Porque
parece estar pasándoselo muy bien ella sola sin nosotros – dejo caer entre
dientes. – Está muy bien acompañada por esos diez hombres – añadió, celosa de
la atención que provocaba.
-
Oh
sí, se lo está pasando genial – replicó ella. – Aunque podría estar pasándoselo
mucho mejor en la biblioteca de lord Richfull mirando su colección de grabados
– añadió, a la espera de reacciones; que no tardaron en aparecer.
-
Katherine contuvo un grito de horror tapándose la boca
con las manos. Solo entonces preguntó: - ¿Qué?-
-
¿Qué? – se le escapó a Jeremy en forma de grito mirado
con reprobación en dirección a Verónica, dirigiéndose hacia donde ella estaba
seguido muy cerca por las dos mujeres. Él detuvo su marcha solo cuando estuvo
justo en el centro del círculo y dejó pasar un par de minutos para dejar que su
fama de violento y agresivo los atemorizase antes de ordenar: - Fuera -.
Muchos
de los hombres desaparecieron solo con verlo situarse en el centro del círculo,
otros huyeron cuando pronunció esa orden. Sin embargo, hubo un par de ellos
(valientes o locos) que continuaron en sus lugares; los cuales eran casualmente
los más cercanos a Verónica. Por tanto, no le quedó más remedio que acercarse
hasta ellos y recordarles a escasos centímetros de sus rostros: - He dicho
fuera – Y esta vez sí, ambos desaparecieron y él se quedó ahora justo frente a
Verónica; quien tragó saliva ante la expresión amenazante que tenía en su rostro.
-
¿Qué
locura es esa que Rosamund cuenta de que pensabas ir a la biblioteca de
Richfull para ver sus grabados? – preguntó, conteniendo su enfado por si la
posibilidad resultaba ser cierta.
-
Jeremy…
hola – le saludó ella rehuyendo su mirada, atemorizada porque parecía aún más
mayor, peligroso (y atractivo) cuando resultaba amenazador. – Lo que dice
Rosamund es cierto – añadió algo más recompuesta. – Resulta que lord Richfull
junior es un apasionado del arte como yo y se propuso voluntario para enseñarme
su colección de grabados particular – explicó.
-
¿Y
tú te ofreciste a acompañarlo? – preguntó, alucinando. Ella asintió. - ¿Te has
vuelto loca? – le preguntó. - ¿Qué clase de idea estúpida ha surcado por tu
cabeza para que quisieras aceptar una cosa así? – añadió, elevando la voz de
manera involuntaria.
-
Ni
se te ocurra gritar, amenazar y atemorizar a mi amiga en mi presencia abuelete
– le advirtió por segunda vez en la noche. – Además, tranquilízate porque
afortunadamente para todos, yo SÍ que estaba pendiente de Verónica y actué a
tiempo de evitar la tragedia – añadió.
-
¿Dónde está? – exigió saber Jeremy, brusco. - ¿Dónde
está Richfull, Carrotie? – repitió. - ¡Voy a matarlo! – gritó. – Se le van a
quitar las ganas de enseñar grabados en bibliotecas de que termine con él –
dijo entre dientes y apretando la mandíbula; aún así no pudo evitar gritar mientras
hablaba.
-
Jeremy, lo estás haciendo estupendamente si lo que
buscas es que dejemos de llamar la atención en el salón y pasar desapercibidos
entre la multitud – le recriminó con ironía su hermana.
-
¿Queréis dejar de comportaros todos como críos por Dios?
– pidió Verónica abochornada por el comportamiento de los de su alrededor. –
Además, no sé a qué viene tanto alboroto ¡tan solo eran unos simples grabados!
– exclamó, inocente. - ¿Qué hay de malo en que viese unos grabados? – preguntó,
expectante.
-
¿Se lo explicas tú o se lo digo yo, Adonis? – le
preguntó Rosamund impaciente e irónica al pronunciar la última palabra de su
pregunta.
Jeremy inspiró aire antes de agacharse y susurrarle
cuál era el significado real de la palabra grabados en determinados contextos.
Pero una vez en esa posición se bloqueó. Las palabras no se atrevían a salir de
su boca y lo único que expulsaba era su aliento que, movía los pelos de su
bigote y hacían cosquillas a Verónica; quien, para evitar volver a reírse a
carcajadas se movía de maneras muy extrañas y podían dar la sensación a
cualquier espectador recién incorporado al salón que estaban haciendo cosas
poco decentes en público.
Bien
fuera la inspiración repentina o el pisotón que Rosamund le dio para que
espabilase pero, al final Jeremy comenzó a hablar. Eso sí, de manera muy
similar y parecida a sus desastrosas intervenciones parlamentarias.
-
Esto… - titubeó. – Verás… - añadió. – Lo que Rosamund…
lo que Richfull… lo que yo quiero decir… - bufó y se giró en la dirección
contraria para suspirar y pensar en la mejor manera de decírselo sin que se
escandalizara. Carraspeó y aclaró sus ideas y dijo finalmente – Cuando Richfull
hablaba de grabados en realidad no hablaba de grabados –.
Rosamund; que había leído los labios de Jeremy (y por
tanto había entendido la última de frase) hizo un gesto de desesperación e
incredulidad antes de comenzar a aplaudir la estupidez de frase ilustrativa que
acababa de decir. Verónica ignoró el gesto de su amiga y continuó concentrada
en la última frase. Frase que por más que repetía, no entendía; quizás porque
era una frase hecha inglesa y ella ahora solo entendía las del italiano.
Por eso, con el ceño fruncido se giró y buscó la
expresión de Jeremy para que la ayudara a entender.
Con el rostro de Verónica a escasos centímetros del
suyo, Jeremy rememoró inmediatamente el primer beso que se habían dado y le
costó verdaderos esfuerzos refrenar a sus impulsos para repetir la acción. No
obstante, dado que no estaban en el lugar indicado, tenían público hostil en
las primeras filas y la mujer a la que quería besar había estado a punto de
protagonizar un escándalo público sin ni siquiera ser consciente de ello,
desechó ese hilo de pensamientos sacudiendo la cabeza y le dijo, mirándola a
los ojos:
-
Verónica… los grabados son una de las tantas palabras
que componen el lenguaje cifrado de los libertinos y que son utilizadas en el
juego de la seducción – explicó. – Así que… Lo que Richfull dijo… - se rascó la
frente y rectificó. – Cuando Richfull te propuso que le acompañases a la
biblioteca para mostrarte sus grabados lo que realmente quería proponerte era…
-
-
¿Sí? – le preguntó asintiendo a la espera del final de
la frase.
-
Lo que realmente te estaba proponiendo era… que te
acostases con él – concluyó.
A Verónica le costó comprender el significado de la
última frase. La repitió mentalmente varias veces hasta que la procesó y asimiló
su significado completo.
Entonces…
-
¿¿¡¡QUÉ??!! – preguntó con un grito tan fuerte que
llamó la atención sobre ellos. De hecho, pronunció esta frase tan corta de
forma tan repentina que un pequeño escupitajo con saliva salió de su boca
disparado hacia el ojo y la mejilla de Jeremy. - ¡Ay Dios! – exclamó avergonzada. - ¡Fue sin querer! –
explicó. - ¡Lo siento! – se disculpó. - ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo
siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! – repitió mientras le limpiaba la saliva con la
mano.
-
¡Está bien! – dijo él dando un
paso hacia atrás frotándose el ojo y abriéndolo lentamente varias veces
para reacomodarse a la capacidad de visionado. – Estoy bien, no te preocupes –
le aseguró.
-
¿Qué? – preguntó Verónica mucho más bajito.
-
Que estoy bien – repitió Jeremy.
-
No me refiero a eso – dijo Véronica. – Lo entendí
perfectamente y salta a la vista tu perfecto estado físico, yo hablo de… lo
otro – acabó la frase con un susurro.
-
Si Verónica, lo que realmente
quería Richfull era lo que acabo de decirte – repitió.
-
¿Es eso cierto? – les preguntó de forma muy seria (y
esperando que no fuera cierto) a sus amigas para corroborar la respuesta de
Jeremy.
Rosamund aún se reía del momento escupitajo volador
(por el cual felicitó mentalmente a la excelente puntería y precisión de
Verónica) cuando ésta les preguntó. De inmediato buscó a Katherine con la
mirada y juntas asintieron a la vez.
“¡Oh Dios mío!” exclamó horrorizada mientras
retrocedía y se alejaba de sus amigos llevándose las manos a la cara por la
vergüenza.
Caminó hacia atrás con pasos pequeños y lentos.
Mientras lo hacía recuerdos nada desagradables vinieron a su mente: el artículo
de Christina Thousand Eyes donde se le llamaba más que insinuaba de todo y
sobre todo, la situación de la que había sido protagonista esa noche; la cual
vista desde otra perspectiva adquirió un nuevo significado .Ahora entendía las
miradas de interés y las sonrisas interesadas de todos los hombres cuando
aceptó gustosa y de buena gana el ofrecimiento de lord Richfull. Y también
comprendió el “extraño” tono que él había utilizado a lo largo de toda la
conversación con ella.
De inmediato volvió al artículo de Christina y
percibió que había demasiado detallismo en su redacción. O dicho de otra
manera, no había recurrido a los comentarios populares transmitidos de una a
otra generación sino que parecía haber recurrido a fuentes directas. Ahora
bien, ¿quién querría hacerle daño a ella si era una recién llegada? Comenzó a
mirar recelosa y suspicaz a los invitados maduros del salón de baile en busca
de posibles candidatos.
Los primeros sospechosos fueron los anfitriones;
quienes por edad serían de la misma quinta de su padre. Sabía por las cartas
que su madre envió a su tía Ludovica y que esta conservaba como si de un tesoro
se tratase que en su juventud había tenido numerosos hombres interesados en
ella. ¿Pudo ser lord Richfull uno de ellos?
La investigación llegó a su fin cuando fijó su mirada
en sus tías María y Magdalena; las cuales pese a tener nombres de santas no
estaban inspiradas por su bondad, ya que, alzaron las copas de champán que
tenían en ese momento en las manos y brindaron a su salud; despejando y
declarándose culpables con ese gesto.
“Me han engañado” pensó incrédula. “Me han engañado
como a una tonta” añadió, aún afectada por el descubrimiento. “¡A saber qué
habrán dicho de mi madre y de mí durante todos estos años para que los hombres
actúen así al verme!” exclamó furiosa recordando lo sucedido hacía ocho años. “Pero
¡si yo no les he hecho nada!” protestó. “¿Qué pasará por sus cabezas para que realmente
me vean así?” se preguntó mirándose. Y en ese momento, todo el lujo del vestido
y las joyas que portaba se transformó en una carga demasiado pesada que no
podía soportar y de la cual estaba deseosa de deshacerse. Ahora sentía asco y
menosprecio por sí misma. Tanto, que las lágrimas estaban a punto de derramarse de sus ojos.
-
Debo irme – anunció ya llorando, antes de salir
corriendo hacia los jardines para evitar alguien más la viera de esta guisa;
incumpliendo dos normas de protocolo con esta salida tan poco triunfal.
Mudos, los tres observaron cómo sin venir a cuento,
Verónica se echaba a llorar y desaparecía de su vista a una velocidad
vertiginosa. El instinto protector y maternal de Rosamund y que ella tanto se
empeñaba en mantener oculto se disparó de inmediato y se dispuso a salir
corriendo presurosa tras ella. No obstante, su carrera se vio interrumpida
porque Jeremy se había puesto justo delante de ella.
-
¿Qué dem…? – inició.
-
No – dijo con firmeza. – No – repitió mirándola a los
ojos para remarcárselo. -Yo iré – informó. – Quedaos aquí- les advirtió a ambas
antes de girarse y echar a caminar tranquilamente (para evitar comentarios
malintencionados) exactamente en la misma dirección que Ronnie. Antes de
hacerlo no obstante, a propósito paseó por el lado de las tías de Verónica,
amenazándoles con la mirada y gruñéndolas; a lo que ambas mujeres reaccionaron
dando un respingo y desapareciendo del salón; huyendo despavoridas como si
hubieran visto una aparición demoníaca.
“Mira tú por dónde, por una vez mi fama sombría ha
servido para algo” pensó, incapaz de sonreír. “Punto para el equipo Verónica”
añadió.
Como el jardín de los Richfull era bastante grande,
Jeremy continuó pensando en los acontecimientos de los que había sido testigo
esa noche y sus sospechas se habían confirmado:
Verónica estaba completamente perdida en el funcionamiento interno de la
corte británica donde nada es lo que parece y todos es un juego de apariencias
y por tanto, necesitaba de un guía y protector que la orientase. Y dado que no
había otro hombre al que ella pudiera considerar su amigo (y desde luego, no la
iba a dejar en manos de alguno de los hermanos Harper) parecía que había
llegado su momento. Él sería el encargado de instruirla, orientarla y
defenderla.
No iba a consentir ni permitir una nueva burla,
escándalo o situación mínimamente licenciosa en su presencia. Se desataría el
Apocalipsis antes de que eso sucediera de nuevo.
Y no importaba que tuviera que poner en riesgo su
salud debido a su calenturienta mente, el número de veces que tuviera que mencionar
mentalmente a sus peces y baños de agua fría que tuviera tomar al día. Él iba a
ser su protector, su guía y su amigo
Y punto.
Justo en el centro del jardín, Jeremy se detuvo y recordó
la manera de actuar de Verónica en situaciones similares. Una imagen vino a su
mente. Por eso, ni se molestó en desperdiciar saliva y tiempo llamándola: ya
sabía dónde se había escondido.
Pero como ella desconocía de su buena memoria en lo
que a recuerdos dode ella era protagonista y lo que quería era tomarla por
sorpresa, retrasó lo más que pudo la velocidad de sus pasos, siendo lo más
silencioso posible que la conjunción de sus botas, las hojas caídas de los
árboles y la gravilla camuflada entre la hierba le permitían.
Su estrategia tuvo recompensa: apenas caminó siete
pasos en la dirección correcta cuando escuchó unos sollozos ahogados y el
sorber de mocos de una persona procedentes de la zona del jardín que servía
temporalmente como almacén temporal para las estatuas que, habitualmente “decoraban”
dicho jardín.
-
Es curioso como hay cosas que
nunca cambian por mucho que pase el tiempo – dijo en voz alta para manifestarle
su presencia allí. – Siempre escoges la estatua más fea para esconderte tras
ella – añadió, apoyándose sobre lo que parecía una estatua de temática
cotidiana campestre en la que una campesina intentaba apagar un incendio
desatado sobre un montón de paja agitándose la falda. Acción que le costó
realizar, ya que durante un buen rato estuvo frente a la susodicha parpadeando
compulsivamente e intentando pensar en qué lugar exacto de la casa estaba
colocada semejante “obra de arte”.
Verónica contuvo un grito al escuchar las palabras de
Jeremy y sobre todo, cómo se acercaba justo en su dirección.
“¿Cómo me ha encontrado?” se preguntó. “¿Es que me
huele?” añadió oliendo su vestido; muy especialmente por la zona de sus axilas.
“¿No entiende que quiero estar sola?” bufó, limpiándose las nuevas lágrimas que
cayeron de sus ojos. “A lo mejor si me estoy totalmente quieta y silenciosa me
deja en paz” pensó. Y dejó de respirar, pensando que Jeremy tenía un oído tan
fino que ése era uno de los motivos por los que había dado con ella. No
obstante, hubo un momento en que medio amoratada por esta acción, no le quedó
más remedio que volver a respirar. Lo hizo tan bruscamente que le dio un ataque
de tos y le proporcionó a Jeremy el lugar exacto de su ubicación.
“¡Genial!” pensó con fastidio.
El ataque de tos provocó que (el recientemente
autonombrado protector) Jeremy iniciase la vuelta para situarse junto a ella, pero
se detuvo cuando Verónica le ordenó justamente lo contrario.
-
Quédate donde estás – ordenó con
voz nasal.
-
¿Estás bien? – le preguntó preocupado.
-
Estoy bien – mintió ella.
No – respondió él. – No lo estás
– añadió. – Estás llorando – señaló lo obvio. - ¡Y seguro que no tienes pañuelo
donde sonarte el torrente de mocos que brota de tu nariz! – exclamó burlón.
“¿Quién se cree que es?” se preguntó Verónica
ofendida. “¿El hombre más inteligente del mundo?” añadió, enfadada. “Seguro que
no tienes pañuelo con el que sonarte” le remedó, sacándole la lengua. “¡Claro
que lo tengo, listillo!” exclamó. “Está justo en el bolsillo de…” inició,
buscando entre las capas de su abultada falda.
Y solo entonces se acordó que este era el único de sus
vestidos sin bolsillos ocultos y que sí que había traído un pañuelo. Un pañuelo
que estaba en su bolso de noche. Bolso de noche que en esos momentos tenía
Rosamund.
-
¡Fantástico! – exclamó entre dientes señalando al
cielo con el pulgar levantado agradeciendo la maravillosa velada que estaba
pasando. No le quedaba más remedio que sonarse los mocos en la falda o en las
mangas de su vestido (ya que iba sin guantes) y no sabía cuál era la mejor opción
ya que sus mocos siempre eran verdes y resaltarían al “combinarse” con el color
morado de su vestido.
Gruñó y pidió un poco de compasión a los seres de ahí
arriba hacia su persona. Parece que le escucharon porque de la nada
apareció un pañuelo ante sus ojos. Bueno, de la nada no. De la chaqueta de Jeremy
Gold.
Al menos así lo indicaban sus iniciales bordadas en
hilo de oro (¡cómo no!) en una de las esquinas del mismo.
De inmediato, Verónica le dio uso y comenzó a sonarse
los mocos. Se lo sonó. Y se lo sonó. Y siguió sonándoselos durante un buen
rato. Tanto, que Jeremy perdió la cuenta del tiempo exacto que había
transcurrido.
-
¿Ya? – preguntó, cansado y aburrido de esperar.
-
Sí – dijo ella sonándose los últimos restos. – Ya –
añadió. – Gracias -.¡Te dije que te quedaras dónde estabas antes! – le regañó
De nada – le respondió él, con una sonrisa. - ¿Qué se
le va a hacer? – preguntó. – Soy un desobediente – añadió, nuevamente burlón - Por cierto déjame felicitarte por
tu gusto artístico, primero los grabados y ahora esta “bellísima” escultura –
dijo, irónico. – Es excelente – añadió, comprobando con horror cómo la estatua
no tenía un remate liso en la parte posterior sino que también estaba labrada.
Y por tanto, ahí estaban también las enaguas y los pololos con puntillitas de
la mujer.
- No te burles de mí – le pidió con
voz gangosa. – No sabía lo de los grabados y aunque te parezca increíble, no
escogí esta escultura por su belleza o buena manufactura – añadió. – Lo hice
por utilidad – explicó.
- ¡Ah! Claro – respondió,
asintiendo y comprendiendo. – Si hay algo que caracteriza a esta estatua es su
utilidad, sí señor – añadió.
- ¡No tonto! – exclamó con tono
infantil sonriendo. – Necesitaba una estatua que fuera lo suficiente grande
para esconderme totalmente – explicó. –Ya que por si no habías sido consciente,
mi falda tiene bastante cuerpo – añadió, agitándolas de manera leve.
- Soy consciente, soy consciente –
dijo él pidiéndole con las manos que detuviera de hacer ese gesto antes de que
su mente comenzara a imaginar el tipo de ropa interior que llevaría esa noche. –
De lo que no soy consciente es del por qué has venido a esconderte aquí. ¡Ni
que hubieras hecho algo malo! – exclamó.
- No lo he hecho, pero he estado a punto
de hacerlo – respondió ella.
- Verónica… - dijo, agachándose
junto a ella. – Tú no sabías el otro significado de los grabados, no tienes la
culpa de nada – aseveró.
- ¡Soy una estúpida! – exclamó,
rompiendo a llorar nuevamente. – ¡Volví a confiar en ellas y me han vuelto a engañar!
– exclamó arrancando un enorme trozo de césped del jardín; con el que pagó su
enfado.
- Tranquila, he solucionado ese
frente. Estoy seguro de que no volverán a atreverse a hacerte nada en público –
le informó Jeremy recordando el terror que les había causado.
- Tú no
lo entiendes – le dijo ella. – Soy una bastarda – añadió. – Una amenaza nuevamente
para mi familia; quienes no van a consentir que intente ser una Meadows y por
tanto no dejarán de verter mismo tipo de comentarios que dijeron sobre mi madre
para impedir la boda con mi padre hasta conseguir hacer creer a la gente que
soy una mujer de vida disoluta y ligera de cascos – dijo. – Consecuencia:
Atraeré a hombres sobrecargados de lujuria como el azúcar a las moscas y como
no tengo idea de nada en este terreno… acabaré por fallar y se aprovecharán de
mí – añadió, resignada. – A no ser… - inició.
- A no
ser ¿que qué? – preguntó Jeremy, temeroso ante la locura que pudo haber pasado
por su mente en esos momentos.
- Tienes
que ayudarme Jeremy: voy a regresar al Piamonte – anunció.
- ¿Te
has vuelto loca? – gritó Jeremy poniéndose en pie. – ¡No puedes regresar! –
exclamó. - ¡Apenas acabas de llegar! – añadió; preocupado por la perspectiva de
no volver a verla.
- ¿Y
dejar que continúen insultándome y que
sin querer protagonice un escándalo? – rebatió ella. – No gracias – se
respondió. – Una huida a tiempo evita muchas muertes – citó.
- Huir
es de cobardes – le respondió él, para picarla.
- Yo no
soy una cobarde – gruñó, enfadada.
- ¡Y
tampoco eres una puta! – exclamó él, intentando hacerle ver lo obvio.
- ¡No digas palabrotas! – le
regañó, poniendo punto y final a la discusión.
- Mira Verónica… de lo único que tienes pinta ahora
mismo es de que has salido al jardín a llorar de tan roja e hinchada como
tienes la cara – añadió.
- ¿Qué? – preguntó, horrorizada y
preocupada por su coquetería mientras se palpaba el rostro y comprobaba cómo,
efectivamente su cara estaba hinchada por el llanto.
- Pareces una berenjena rellena de tomate – le dijo, divertido
- ¡Muchas gracias por ayudarme! – exclamó Verónica. -
¡Eres único dando ánimos y subiendo el autoestima recordándome que estoy hecha
un desastre! – añadió irónica, llorando nuevamente (y poniéndose más roja). –
Es lo único que le faltaba a mi noche – farfulló. “¡Odio llorar!” pensó
enfadada Verónica consigo misma.
- ¡Pero si solo era un comentario divertido para
animarte! – se defendió él.
- ¡Pues deja de compararme siempre con comida! – exclamó
sollozando.
- ¿Y yo qué culpa tengo de que siempre que estás a mi
alrededor me recuerdes a algún alimento por cómo vas vestida? – le preguntó. “Y
porque siempre me dan ganas de saborearte….Umm…” pensó, nuevamente fantaseando.
“Tub, Andjugs, Water, Frozen. Tub, Andjugs, Water, Frozen” repitió hasta que la
imagen de sus peces se abrió paso en su mente. Cierto que no eran los nombres
más habituales y comunes para unas mascotas, pero por sus significados (Jarras
y Tinas de Agua Congelada) sí eran los más útiles
Con sus propios impulsos y emociones controlados, la
abrazó; permitiendo que se desahogara contra su pecho sin emitir ni un solo
comentario o queja porque estuviera empapándole su chaqueta y su camisa. Solo
cuando terminó y se estaba nuevamente sonando los mocos dijo:
- Voy a dejarte varias cosas claras: la primera de
todas, no me gusta que te eches a llorar porque te pones absolutamente
espantosa y tú no eres fea para nada. Dos, ahora mismo pareces una berenjena
rellena de tomate, pero eres la mezcla de hortalizas más apetecible que me he
encontrado en toda mi vida, tres: si
huyeras ahora mismo le darías la razón a tus tías; quienes saborearían el
triunfo de tu vida, cuando que yo sepa, nunca has sido una cobarde y cuatro: ni
se te ocurra plantearte una posible comparación con mujeres de vida disoluta y
protagonistas continuas de numerosos escándalos porque eso sería un absurdo –
le advirtió. – Nadie pensaría de ti nada escandaloso – subrayó.
- ¿Ah no? – preguntó Verónica.
- No – repitió él, firme. – Incluso
ahora, cuando tú y yo llevamos más tiempo del permitido hablando a solas y
alejados del bullicio y por tanto, nuestro comportamiento daría pie a rumores
escandalosos, estoy seguro de que nadie está diciendo nada malo de ti ahí
dentro – añadió.
- ¿Qué? – preguntó ella, falta de
aire y presa del pánico. - ¿Que esto… - preguntó señalándose – también es
motivo de comentarios maliciosos? – terminó. – ¡Genial! – maldijo entre dientes
y se tapó la cara con las manos por la vergüenza.
- Si, pero tranquila – dijo, retirándole las manos y
levantándole la barbilla para obligar a mirarle. – No es por ti, es por mí –
añadió, señalándose. – Soy un libertino – añadió, sonriendo de manera
seductora. – Pero para que te hagas una idea de tu inocencia en el tema,
incluso ahora, nadie pensaría una relación entre nosotros porque estás
prometida y porque todo el mundo sabe que para mí eres como una hermana -.
- Con mi suerte, lo dudo – dijo
Verónica cruzándose de brazos. – Así que sea cierta o no esa posibilidad, debes
volver al salón de baile inmediatamente – ordenó señalándole el camino de
regreso.
- Solo volveré al salón si me
prometes que no huirás de Inglaterra y si tú lo haces primero – propuso él. – Y
en cuanto a lo otro… no me estás estropeando la noche en absoluto – añadió.
– ¿Por qué tanto interés en pasar tiempo
conmigo Jeremy? – le preguntó sin entender. – Te estoy estropeando la noche y
seguro que frustrando la posibilidad de nuevas conquistas – añadió.
-
Me gusta pasar tiempo contigo Verónica – explicó él. “Más
de lo que debería” añadió mentalmente. – En cuanto a lo otro no debes
preocuparte, puedo asegurarte que he pasado noches arremolinado entre las
faldas de mujeres más feas y más grandes que esta – dijo, tocando el culo de la
estatua mientras rememoraba con auténtica vergüenza el episodio en que una más
que fornida tabernera de Southampton se encaprichó de él gracias a los
comentarios del novato de William Crawford. Verónica le miró interrogativa, aunque
sin ninguna gana de conocer la historia. - Lo que quiero decir con esto,
Ronnie es que nadie puede acusarte ni reprocharte nada en tu comportamiento
desde que llegaste porque eres perfecta – le dijo. – Absolutamente perfecta –
recalcó. – Y si tú permites que comentarios como los de esas dos doña nadie te
afecten es que no eres tan fuerte como realmente pienso que eres – le acusó. –
Así que no me decepciones – añadió, acusándola y pidiéndoselo seriamente.
- Esas dos doña nadie como tú dices
son mi familia – respondió Verónica.
- No – negó. – No lo son, porque si
lo fueran no insinuarían cosas tan espantosas como esa – añadió. – Y te
lo digo yo, que pronuncio muchas palabrotas a lo largo del día -. Pero no debes
preocuparte más por ellas – le aseguró. – Situaciones como esta no volverán a
repetirse -.
- ¿Ah no? – le preguntó. -¿Y tú
cómo lo sabes? -.
- Tengo una corazonada…- dijo de
manera enigmática y callándose su autodesignio para con ella, pues eso solo la
pondría más nerviosa e insegura y acabaría provocando más situaciones de doble
lectura e incomprensión como la de esa noche.
- Gracias Jeremy – dijo Verónica.
- De nada Ronnie – le respondió él.
– ¡Si no me cuesta! – exclamó.
- Lo digo en serio – repitió ella
muy seria. – Gracias por volver a ser mi amigo y por aguantar sin protestar mi
pinta de berenjena rellana de tomate – rió. – Pero sobre todo gracias por
convertir una noche espantosa que trajo de vuelta mis demonios personales en
una noche muy agradable en tu compañía – le dijo. – Gracias de verdad –
repitió, apretándole la mano.
El sentir el más nimio contacto de Verónica provocó
que nuevamente comenzara a imaginarse haciendo cosas nada inocentes con ella,
por eso le dijo:
- Verónica… creo que deberías
volver al salón –
- Sí – dijo ella asintiendo y
poniéndose en pie, sacudiéndose las hojas enganchadas en la falda de su vestido
de la misma manera que la mujer de la estatua (aunque sin enseñar nada);
provocándole otra sonrisa. – Estoy preparada – anunció. - Jeremy… - titubeó tras terminar
de acomodarse. - Sé que te lo he dicho millones de veces desde que he
regresado pero… creo que deberías afeitarte la barba – dijo Verónica, mientras
asentía.
- ¿Otra vez? – le preguntó, cansado.
- ¿Cuántas veces quieres que te diga que no pienso afeitarme? – añadió
enfadado.- ¿Por qué esta vez? – quiso saber,
suspirando pasado un rato y solo tras darse cuenta de que no era el momento más
adecuado para gritarle, dado su frágil estado anímico.
- Porque así no me pincharía con
ella cuando hiciera cosas como esta – dijo agachándose, y dándole un largo y
sonoro beso en la mejilla. - ¿Lo ves? – le preguntó ya retirada, mostrándole un
pelo de su barba. – Si te afeitaras me evitaría comerme tus pelos cuando
quisiera agradecerte las cosas con un beso en la mejilla – explicó con una
sonrisa inocente.
“Pues dámelos en la boca entonces” replicó su mente.
“¡Shhhh!” se ordenó.
- Lo pensaré – dijo suspirando,
aunque ni siquiera entraba en sus planes.
- Y ya puestos podías añadir
también un poco de color a tu vestuario porque ir siempre vestido de negro… -
comenzó a parlotear y a hablar de forma muy rápida.
- Ronnie… - le advirtió.
- Sí – dijo, levantando las manos.
– lo sé, lo sé. Me estoy pasando de la raya – añadió, reconociendo su
culpabilidad. – Ya me voy, ya me voy y te dejo solo con tus pensamientos – dijo
comenzando a caminar en dirección a la casa.
Como no quería ver cómo se alejaba ya que significaba
una nueva oportunidad perdida con ella, Jeremy cerró los ojos. Ojos que
se abrieron de golpe en cuanto escucharon el crujir de unas ramas entre la
maleza y que se volvieron a cerrar cuando vieron cómo un enorme bulto se
abalanzaba justamente en su dirección para caer en su regazo.
“¿Qué demonios?” pensó reabriéndolos, creyendo que los
perros de los Richfull le habían confundido con un ladrón o visitante no
autorizado.
Cuando lo hizo descubrió que el “bulto” de su regazo
no era ni más ni menos que Verónica; quien le miraba y sonreía feliz.
- ¿Sabes? – le preguntó. – He
pensado que no me importa que lleves barba y me pinche cuando te dé besos en la
mejilla como agradecimiento – dijo, dándole uno. - ¿Lo ves? – le preguntó. – Ni
una sola queja – añadió, sonriente antes de darle otro sonoro y duradero beso
en la mejilla contraria. – Gracias Jeremy, de verdad – repitió sincera,
apretándole la mano como la vez anterior. – Y ahora me voy, lo juro – dijo,
saltando de su regazo. – No sea que vayan a creer que tú y yo somos amantes… -
dejó caer con tono burlón sonriéndole de manera pícara y guiñándole antes de
echar a correr por donde había venido.
Esta vez Jeremy sí que observó cómo Verónica se
alejaba del banco corriendo.
De hecho, observó la escena completa: cómo continuó
corriendo hasta que llegó a la entrada del salón de baile, punto justo en el
que se detuvo de manera muy brusca (estando a punto de caerse, pues incluso dio
un ligero resbalón), cómo en la puerta del salón dio se sacudió ligeramente la
cabeza y los hombros y se recompuso el peinado aprovechando el cristal de la
puerta a modo de espejo, cómo se bajaba al menos cuatro dedos el escote de su
vestido y se recomponía el corsé (gestos que no le gustaron en absoluto) y cómo
plantaba la mejor se sus sonrisas antes de reaparecer en el salón de baile.
Todo esto lo hizo sin dejar de tener una sonrisa en el
rostro.
Y solo se giró y miró hacia delante cuando no vio ni
un trozo de tela de su voluminosa falda sobresaliendo por el exterior de la
puerta.
Instintivamente, sus ojos volvieron a mirar hacia la
escultura de la campesina y su mente recordó cómo la había reconfortado allí.
Imágenes que de inmediato fueron sustituidas por las de Verónica en su regazo y
el descubrimiento de la agradable sensación que eso le provocaba.
“Olvídate de dormir esta noche, amiguito” le dijo su
mente.
- Tub – dijo en voz alta e inspiró
aire. – Andjugs – repitió las acciones. - Water – hizo una tercera vez. –
Frozen - añadió finalmente, con un hondo suspiro.
[1]
Pese a que las primeras actrices habían aparecido tras la Restauración; es
decir, en el siglo XVII, o de forma mucho más concreta, en el reinado de Carlos
II de Inglaterra, la consideración social de éstas aún en el siglo XIX era
escasa o nula. De hecho, en la mayoría de los casos, las actrices de teatro
también eran prostitutas “de lujo” o “cortesanas”.
Por tanto, lo que Christian está sugiriendo es que
tanto Francesca como Verónica podrían ejercer la profesión más antigua del
mundo; de ahí la popularidad de ambas-
como diria jack el destripador vamos por partes: en primer lugar decir eres una mala malota malisima malvada malefica que tu maleficencia no conoce limite ninguno mala de la muerte moribunda mala porque me dejas a medias e insatisfecha como siempre que me dejas con la miel en los labios perversa y maligna
ResponderEliminary despues de estas alabanzas hacia tu persona rompo eso si una lanza a tu favor diciendote que el capitulo ha mejorado muchisimo con el arreglo que le has hecho si señora te has superado a ti misma y te has vuelto a reinventar cual maddona una grandisima mejora y me he reido de lo lindo leyendolo
ahora si que si procedo al comentario:
- EN PRIMER LUGAR DIGO QUE SI ENTALLO A LA DESGRACIA HUMANA QUE ESTA HECHO EL INNOMBRABLE O EL QUE NO DEBER SER NOMBRADO QUE POTO POTO EN SU PRESENCIA O CON SU SOLA MENCION QUE SI LO ENTALLO AHORA MISMO NO SE LO QUE LE HAGO AL IMBECIL SUMBNORMAL AMOS PUES NO TE MEAS LA LENGUA VIPERINA QUE TIENE EL DESGRACIADO QUE BAJO LA APARIENCIA DE LA 1000 OJOS PONE COMO UN TRAPO A MIS NIÑAS Y NO ANORMAL NOO EE NOOO SI TE COJO TE DEJO NENUCO EE NE NU CO
Y DESPUES DE DESPOTRICAR EN CONTRA DE ESTE DESPERDICIO HUMANO PORQUE NI LO DE HUMANO SE LO MERECE CONTINUO CON EL ANALISIS PORQUE ME PIERDO ME PIERDO XD
- SEGUNDO: ME MEO CON ROSAMUND Y SUS TETAS JAJAJAJAJAJAJAJAAJ DESDE LUEGO QUE SARGENTONA ESTA HECHA LA TIA PERO TAMBIEN HE DE DECIR QUE OLE SUS NARICES PORQUE LA TIA COMO SABE Y COMO EVITA QUE LA POBRE RONNIE LA PASE ALGO SI SEÑOR Y LO QUE MAS GRACIA ME HACE ES ESO DE LAS MATRONAS ESE CLUB ESPECIAL QUE QUIERE FORMAR CON LOPS QUE ME SUENA A GRUPO MAFIOSO ESO DE LAS MATRONAS JAJAJAJAJA
-TERCERO: ME MEO Y ME ENCANTA LAS DISCUSIONES DE LOS HERMANOS GOLD QUE ACABAN FORMANDO LA III GUERRA MUNDIAL ES DECIR A TORTAS NO ME HE REIDO MAS PORQUE CON CON LA IGNORANCIA DEL POBRE JEM CON RESPECTO A LA MODA FEMENINA DE LA INCOMPARABLE Y QUE SE SUPONE QUE DEBEN LLEVAR EL RESTO DE LAS DAMAS Y TAMBIEN POR NO DARSE CUENTA QUE SU SISTER ES LA INCOMPARABLE
-CUARTO: Y ME ADELANTO A LOS ACONTECIMIENTOS PERO VIVA MI SUPREMISIMO WILLY WILLY QUE ME LO COMO CON PATATAS FRITAS MAAAAAAAADREEEE MIA QUE WENO QUE ESTA DIOS MIO BENTIDO AAAGGGGGHH BABAS BABAS BABAS SE ME CAEN LAS BABAS CON EL BABEANDO BABEANDO JAJAJA
-QUINTO Y PRINCIPAL MEOLLO DEL ASUNTO: RELACION DE RONNIE Y JEM AMOS A VER ALMA DE CANTARO JEM BOBALICON QUE CREO QUE ESE VA A SER TU MOTE CARIÑOSO DESDE HOY SIP DECIDIDO, A VER QUE CREO QUE ME HE PERDIDO EN MIS PENSAMIENTOS PARA EMPEZAR ¿QUE CLASE DE NOMBRES SON ESOS PARA LOS PECES? QUE POCO ORIGINAL ERES DIOS MIO QUE POCO ORIGINAL RECUERDAME QUE NO RECURRA A TI PARA QUE LE PONGA UN NOMBRE A ALGUN ANIMAL QUE TENGA PORQUE SON HORRIBLES LOS NOMBRES MAADRE MIA
BUENO EL COMBATE ROSSIE-JEM BOBALICON CON VICTORIA DE ROSSIE SIMPLEMENTE SUBLIME SU BLI ME AUNQUE JEM BOBALICON ESO DE LLAMAR CARROTIE A ROSAMUND NOO E NOO JUM QUE ME ENFADO CONTIGO QUE ME CAES SIMPATICO
Y LLEGANDO AL PUNTO INTERESANTE AIIISS QUE MAL LO VAS A PASAR AMIGUETE QUE MAL QUE MAL QUE MAL SI SE TE SALE POR LOS POROS QUE ESTAS COLADITO POR RONNIE QUE ESE COMENTARIO DE PENSAMIENTO INTERNO QUE SE ACABA DICIENDO EN VOZ ALTA QUE ESTABA SUBLIME CON EL VESTIDO CHATO ESO TE HA DELATADO ANTE MIS OJOS CHURRI Y MUCHO Y CUANDO HAS SALIDO DETRAS DE ELLA Y SABIAS DONDE ESTABA ESO DEMUESTRA QUE ESTAS OBSESIONADICO CON ELLA ANDA QUE A MI NO ME ENGAÑAS EEE CHULO NO ME ENGAÑAS
Y BUENO DE MOMENTO TE HAS GANADO MI CORAZONCITO CUANDO HAS CORRIDO DETRAS DE ELLA PARA CONSOLARLA ESO HA GANADO PUNTOS CONMIGO PERO MUCHOS PUNTOS Y ME QUEDO CON EL MOMENTO BESO MEJILLERO QUE PODRIAS HABERME DADO CARNAZA AI MALOTA MALVADA MALEFICA PERO QUE ME CONFORMO CON EL MEJILLERO Y QUE LE HA PUESTO A MIL JEJEJE QUIERO MAS MOMENTAZOS DE ESOS
CONCLUSION: QUIERO MAAAAAAAAS QUIERO MAAAAAAAAS QUIERO MAAAAAAAS ASI QUE MUSAS POENOS LAS PILAS PERO YA DE YA DE YA GRACIAS
HE DICHO