CAPÍTULO V
Refrescando
memorias
Sin mediar palabra.
Así fue como
caminaron ambos componentes del matrimonio Harper durante el trayecto que los
separaba de Kensal Green hasta Bloomsbury; su lugar de destino y que solo uno
de los dos conocía.
Estado que en principio
estuvo bien ya que iban caminando y, pese a que no eran unas horas ni un
entorno idílico para la concentración de masas y multitudes, sí que había osados
que caminaban por la zona adyacente al cementerio.
El problema real
vino y se produjo cuando Edward Júnior se dio cuenta de que tenían que dejar de
caminar y tomar un carruaje; no solo por el cielo, cuyas negras nubes
anunciaban una más que segura lluvia en cualquier momento, sino porque la
distancia entre uno y otro punto era bastante más que considerable.
Un carruaje.
Para dos personas.
Durante
aproximadamente cuarenta minutos.
Era un espacio lo
suficientemente pequeño e incómodo (no por el material con el que estaban
confeccionados sus asientos) sino por el ambiente silencioso y tenso que allí se
respiraba como para que a ambos se les hiciera interminable.
Además, ninguno de
los dos estaba por la labor de entablar una conversación con el otro. Más bien
al contrario, se sentaron en lados opuestos
evitado cualquier tipo de contacto; incluido el visual ya que ambos
prefirieron miras por sus respectivas ventanas y, el máximo ruido que se
escuchó en el interior de dicho medio de transporte fueron los suspiros que uno
y otro emitían; por motivos bien distintos; Jezabel en su mayoría por
resignación y Edward de total y absoluta incredulidad acerca de lo mucho que
había cambiado su vida de un día para otro.
Fianlmente, para
inmenso alivio de ambos el carruaje se detuvo y los dos descendieron de su
interior (Jezabel incluso denegó de muy mala manera el ofrecimiento educado de
su esposo para ayudarle a descender del mismo) y pudieron comprobar que,
efectivamente se había puesto a llover; aunque no tanto como lo indicaba la
tonalidad de las nubes que cubrían el cielo.
Desorientación fue
lo primero que sintió Jezabel cuando puso un pie en las aceras de las calles
londinenses. Si es que aún se encontraba en Londres, hecho del que no estaba
muy segura.
Por eso, mientras se
giraba y agitaba sus faldas para disimular esta primera acción principal,
buscaba, intentaba hallar y escudriñaba entre todos y cada uno de los detalles
que la calle contenía algo; un detalle por insignificante que fuese y le
pareciese en tamaño para que le ayudara a descubrir su ubicación exacta.
Lo halló en forma de
letrero indicador de la calle; aunque eso sí, estaba bastante desvencijado y
descolorido. Por eso, tardó más tiempo del que le hubiera gustado en descifrar
que la calle donde se encontraba en ese momento no era ni más ni menos que
Gordon Square.
Durante un momento,
suspiró de alivio: estaba en Londres.
Ahora bien, Londres
era una ciudad de un tamaño considerable, así que, ¿en qué punto exacto de la
misma se encontraba? He ahí el problema porque no tenía ni la más mínima idea.
En realidad, era un
doble problema en su opinión; pues la dejaba completamente a su merced para que
hiciese con ello lo que Dios sabía qué estaba pasando en esos momentos por su
mente.
No podía hacer otra
cosa que mirarle con recelo y rezar para que, su estado de conmoción no se
transformase en una reacción violenta de cualquier tipo y que ella fuera la
principal persona que fuese a sufrir los daños de su recién descubierto nuevo
estado civil.
Entonces recordó que
era un noble y, como tal había sido muy bien educado. Incluso le había ofrecido
la mano para ayudarla a bajar; a pesar de su estado de aturdimiento y conmoción
gracias a ella. Acto seguido recordó que ella misma había le había rechazado de
muy mala manera precisamente por los mismos motivos, así que nuevamente las
dudas acerca de qué era lo que iba a pasar con ella reaparecieron.
A Edward no le
gustaba ser el centro de atención de nadie. Es decir, entendiéndose por centro
de atención como foco y punto fijo de entre todos los posibles existentes en un
lugar sobre el que fijar la mirada. Estaba seguro que había sido el foco de
atención en muchas ocasiones durante su época de borracheras continuas pero
ahora, sobrio y a plena luz del día no le gustaba en absoluto.
Mucho menos cuando
quien lo hacía era su recién y maleducada descubierta esposa. Entendía su confusión porque él mismo la
estaba sintiendo pero ese no era motivo suficiente para su desaire. De hecho,
ahora mismo se estaba pensando muy y mucho si mandarla o no de vuelta a donde
quiera que viviese y no volver a saber nunca más de ella.
“Calma…” se dijo mientras
suspiraba y le devolvía el tipo exacto de mirada que ella no había dejado de
dedicarle desde que puso un pie en la acera. En ese momento, apreció que ella
se encogía ligeramente y que dio un pequeño bote. Tan pequeño que, a ojos de
casi todo el mundo pasaría inadvertido pero él, por fortuna o desgracia tenía
un sentido de la vista excelente, potenciado gracias a su entrenamiento y
estancia en el ejército así que sí que lo notó. “Tiene miedo…” añadió, al
observar con mucho más detenimiento su rostro sintiendo una enorme satisfacción
con este descubrimiento.
Hacía bien en
tenerlo.
Él mismo estaba
aterrado ante el giro de 180 ºC que podía dar su vida si sus palabras
resultaban ser ciertas. Aunque, por otro lado, también podía ser todo una
invención por parte de esta chica. Y en ese caso, debía felicitarle por su
inteligencia y su desorbitada imaginación; ya que, hasta lo de ahora, nadie se
había inventado que estaban casados para lograr el objetivo final de casarse
con él.
De ahí que se
encontraran en el barrio de Bloomsbury; porque el dicho lugar de Londres
residía la única persona que era capaz de resolverle la duda y sacarle por
siempre de este atolladero: su amigo Andrew Worthing; el rebelde y bohemio
artista (aunque heredero dada su primogenitura y que solo tenía hermanas que a
su vez, solo tenían hijas) hijo del conde de South Essex.
Pocos; en realidad
muy pocos (se podían contar con los dedos de una mano y sobraban) sabían del
lugar exacto donde éste había fijado su residencia en Londres (hecho que era un
secreto a voces por otra parte) y por eso dudaba también si traerla consigo era
del todo la mejor idea ya que podría irse de la lengua… Pero por otra parte…si
realmente decía la verdad y era quien afirmaba con tanta vehemencia, su
presencia allí era indispensable. Además, no parecía una noble ni una mujer que
tuviese relación con la alta sociedad, por lo que a priori, el secreto de
Andrew podría permanecer a salvo todavía.
-
Sígueme
– dijo sin tono de orden; aunque la llevaba implícita antes echar a andar.
¿Adónde? Quiso
gritar Jezabel como respuesta. ¿Para qué? Fue otra de las preguntas que
cruzaron su mente. ¿Verdad que no me harás daño? Fue la tercera de las opciones
que se le ocurrieron, pero en su lugar calló y obedeció sin rechistar; situándose
en apenas unos segundos justo a su lado en la acera, no fuera a ser que la
dejara abandonada en mitad del lugar.
Parecía que no, pero
por si acaso.
Por segunda vez
caminaron en silencio hasta que Edward subió los escalones de uno de los
edificios más pequeños y estrechos de la calle. En comparación al resto de
bloques de pisos y edificios que había a su alrededor, éste por dimensiones no
podía ni calificarse como el más adecuado para una vivienda.
De reojo, fijó su
mirada en la ropa de su “marido” y sin que se diera cuenta tocó e inspeccionó
la tela de su chaqueta para cerciorarse de que estaba confeccionada con muy
buena calidad y que no era una simple imitación. Efectivamente, por su acabado
eran prendas de la mejor calidad y no burdas imitaciones y por tanto, su
atuendo no casaba de ninguna de las maneras con una vivienda construida con
ladrillo.
Posó su mano sobre
uno de los pilares del pequeño recibidor externo y, su desconcierto se
convirtió en sorpresa mayúscula cuando descubrió que no era ladrillo el
material con el que estaba construido; al menos no era la parte exterior. En
realidad era pintura.
Un trabajo de
pintura tan bien realizado por aquel que lo hubiese hecho que, engañaba a todo
aquel visitante y transeúnte que no se atreviera a tocar; tal y como había
hecho ella. Dio un paso atrás y volvió a mirar hacia el cartel de la calle;
esta vez intentando recordar de qué le sonaba el nombre o el motivo de por qué…Entonces
recordó: Gordon Square y, en general todo el área de Bloomsbury eran zonas
asociadas a artistas, a temas de educación y también con la medicina.
Frunció el entrecejo
mientras volvía a mirar a s marido mientras se preguntaba qué tipo de profesión
era la que más le pegaba de esas tres opciones. Desde luego que no a la de
artista y tampoco a la de médico, atendiendo a lo limpias y cuidadas que tenía
sus manos.
¿Era profesor o
tenía algo que ver con la educación?
¿Él?
¿En serio?
¿El mismo hombre que
se casó con ella estando tan borracho que ni siquiera se acordaba de ese hecho?
¿El mismo hombre que
parecía que había olvidado las llaves de su propia casa?
¡Menudo ejemplo para
las futuras generaciones!
-
Ya
estamos… - bufó Junior antes de llamar otra vez a la puerta; esta vez obviando
el timbre y utilizando los puños para aporrearla en su lugar. –Maldito imbécil
y su sordera cuando está inspirado – refunfuñó.
De esa guisa y, con
ese comportamiento, Jezabel cayó en la cuenta de que, tal vez no estuvieran en
su casa sino que la hubiera llevado a visitar a otra persona.
¿Otra persona?
Al instante, se puso
frenética e incluso dio un bote en el pequeño porche.
No se atrevería.
No sería capaz de
ser tan mala persona como para llevarla hasta allí la primera vez ¿verdad?
Pero precisamente
ahí radicaba el problema, ¡no lo conocía lo suficiente como para saber si era o
no capaz de hacerlo! ¡Horror!
Pero si realmente
Edward había sido capaz de llevarle a que conociera a su familia apenas la
había descubierto él como esposa unas horas antes, su consideración hacia él ya
de por sí a la baja, descendía hasta el mínimo existente y al contrario, su
nivel de maleficencia alcanzaba cotas y límites insospechados.
Suspiró y se ordenó
calma y serenidad.
Solo después cayó en
la cuenta y recordó sus palabras: iban a ver a alguien que les ayudaría a
desentrañar y a aclarar sus profundas lagunas mentales. Si él no lo recordaba
(y de hecho aún dudaba de la veracidad de sus palabras) era imposible que
ningún miembro de su familia lo supiese. Además, si esta no era la casa
adecuada para é, que era un noble y además, un quinto hijo por lo que le había
dicho antes, cuanto menos iba a ser la residencia oficial del actual marqués de
Harper o alguno de sus hermanos mayores.
Así que no, la
visita a la familia quedaba descartada.
Ahora bien, si no
era la familia a quien iban a visitar y la persona a la que ambos estaban
esperando para que les abriese la puerta (unos con más paciencia que otros)
¿quién era la persona que vivía aquí? ¿el padre Matchmaker[2], el cura que los casó
según rezaba su licencia matrimonial?
¿Seguía vivo?
¿Cuántos años tendría entonces? ¿Un centenar?
En cualquier caso,
tanto si era el padre Matchmaker como si no; aunque muy especialmente si era el
primero porque la última vez que la vio estaba bastante borracha, decidió
arreglarse en algo su actual aspecto físico y por eso, se atusó un poco su
peinado deshecho en buena parte y se quitó las motas de polvo y los pequeños
restos de suciedad y barro que su vestido había acumulado durante todo el
trayecto y el transcurso de tiempo desde que salió esa mañana de su casa de
Fulham.
No le dio tiempo a
más, porque justo cuando su marido se disponía a golpear la puerta por tercera
vez consecutiva; ésta se abrió.
O más bien la
abrieron, revelando por fin la identidad del misterioso dueño, propietario y
huésped que allí habitaba.
-
¿A ti el
cartel de genio trabajando de la puerta no te dice nada? – preguntó Andrew;
evidentemente molesto con la situación.
-
Quizás
de que vea al genio… - inició Edward la réplica; pero no pudo concluir la frase
porque en ese preciso instante fue consciente del aspecto y atuendo con el que
su amigo había salido a abrirle la puerta y darle la bienvenida.
-
Ay Dios
mío – dijo con expresión de horror. E incluso, si realmente hubiera sido un
creyente se habría santiguado. – Pero ¿qué demonios? – le preguntó, más
horrorizado aún si cabe e incluso retrocedió un par de pasos para contemplar el
esperpéntico espectáculo según su criterio.
Andrew no pudo hacer
otra cosa que sonreír con orgullo e hinchar en alo su pecho cuando vio la
expresión en el rostro de su amigo más íntimo, cercano y rico. Tan rico que
había sido él quien le había comprado este estudio que también utilizaba como
casa (aunque bien es cierto que le salió bastante barato; gratis para ser
exactos al ganarlo en una timba una de sus antaño noches de borrachera).
Le encantaba
sorprenderlo (entendiéndose sorprenderlo como sinónimo de horrorizarlo) con sus
nuevos cambios de look. Además, que
debía seguir cultivando una estética bohemia y excéntrica por su trabajo y
sobre todo, para evitar que nadie le reconociera y le fuese con el cuento a su
padre.
-
No sé
por qué te sorprendes tanto al verme así, sabes que apenas voy vestido cada vez
pinto porque necesito ahorrar para ropa – se defendió, aunque sabía que su
expresión no se debía a eso. – Además,
tú tienes uno igual al mío para dormir, te lo regalé yo – añadió. O más bien,
le acusó para dejar de ser el centro de atención.
-
Lo sé –
afirmó Edward asintiendo con la cabeza. – Y me es muy útil – añadió,
convirtiéndose él ahora en el centro de atención de Jezabel; quien lo miraba un
tercio descreída, un tercio llena de incredulidad y el otro tercio muerta de
curiosidad. – Pero he superado el trauma que me supuso la primera vez que te vi
vestido de esta manera si es que vestido es la palabra más adecuada para ello –
dejó caer. – Vamos Drew, ambos sabemos que no me estoy refiriendo a eso –
añadió, negando con la cabeza.
Andrew rompió a reír
sin poder evitarlo por mucho tiempo más, no solo porque sabía que su amigo se
estaba refiriendo a su cabello desde el principio de la conversación sino
porque intentó imaginárselo durmiendo con su taparrabos y siendo como era tan
blanco de piel, al contraste con la tela marrón del mismo, debía tener una
pinta de lo más ridícula.
-
¿No te
parece que la henna es un elemento natural de lo más denostado y denigrado? –
preguntó. – Con la de propiedades tan buenas y dispares que tiene – añadió,
guiñándole un ojo buscando su complicidad. A juzgar por la cara que puso Edward
al escuchar esas palabras, estaba claro que no tenían los mismos criterios de
juicio sobre dicho elemento natural en particular. Tanto le disgustaba que, de hecho retrocedió varios pasos para
contemplar el horror en todo su esplendor. Con tan mala suerte que terminó por
chocar con Jezabel; que dio un nuevo respingo y bote al sentir el contacto de
Junior de manera inesperada. - ¿Qué? – preguntó, ahora enfadado y serio
situando los brazos en jarras para acentuarlo. - ¿No me digas que me vas a
rechazar públicamente porque el color de mi pelo no es rojo natural como el
tuyo? – añadió.
-
Esto… -
dijo Edward frotándose la nuca. – Entiendo que estés molesto y enfadado porque
la Royal Academic haya rechazado tus obras debido a tu inusual aspecto físico
pero… ¿estás seguro que esta es la mejor manera de protestar? – le preguntó,
obviamente desaprobándolo.
-
¡Ya está
el pelirrojo con sus prejuicios capilares! – exclamó, y bufó Andrew con sonoros
resoplidos, aunque no le faltaba razón a su amigo. Tres veces consecutivas
había presentado su obra para que fuese colgada en las paredes de tan magnánimo
edificio y otras tres había sido rechazada alegando diferentes motivos. Era
algo totalmente inexplicable para él y para buena parte de sus clientes (todos
nobles y que no le habían reconocido gracias a cambios de aspecto tan estrambóticos
como ese); quienes alababan y, literalmente llegaban a las manos por una de sus
pinturas, pero aún no había sido distinguido con ese honor . – A ti lo que te
molesta es que a mí me queda mejor el color rojo en el pelo que a ti porque no
parezco una zanahoria andante – añadió, con tono burlón.
-
Ya
quisieras tú ser un pelirrojo tan atractivo como yo – respondió Edward, herido
en su orgullo y amor propios de pelirrojo. – Y no me estaba refiriendo a que te
quedase bien o mal “genio” – dijo, poniendo especial énfasis en esta palabra. –
Es solo que, con todo el conjunto pareces el pariente albino de uno de esos
indios nativos de los que tanto hablan los americanos que cruzan el océano –
explicó.
-
Un
nativo americano – murmuró en tono pensativo Andrew, olvidando por un instante
la presencia de su amigo allí. – Un nativo americano… - repitió, por segunda
vez mientras asentía. – Me gusta – concluyó, mirando fijamente a su amigo y
esbozando una amplia sonrisa que ocultaba planes ocultos. – Bien hecho, Junior
–le felicitó posando su mano sobre el hombro. – Por fin usas esa cabecita
privilegiada de noble que tienes para ayudarme con mi carrera profesional –
añadió, picándole y conocedor de una inmediata réplica por parte de su mejor
amigo en cuanto le diera una oportunidad. – Voy a pintarme un retrato como un
nativo americano – anunció con tono solemne. – Seguro que los de la Academia no
podrán rehusarlo por falta de originalidad – dejó caer, guiñándole un ojo para
su completo horror. – O mejor, voy a
cambiarme mi nombre artístico por uno similar al de un nativo americano –
cambió de opinión inmediatamente mientras titubeaba en la búsqueda de un nuevo
nombre. – A partir de ahora seré conocido por… -
-
No hace
falta que te precipites en tu nueva decisión – le interrumpió Junior. – Tu
nombre artístico actual ya es de por sí lo suficientemente horroroso como para que encima quieras
cambiarlo por otro que seguramente será peor – añadió.
-
Sí que
te has levantado tú hoy con el pie izquierdo – le echó en cara Andrew. - ¿Has vuelto
a querer desistir de tu empeño? – quiso saber.
“¿Empeño?” se
preguntó Jezabel. “¿Qué empeño?” añadió, con curiosidad.
-
En fin –
suspiró Andrew. – Dejemos de hablar de mí y de mi indiscutible talento en todas
las facetas de mi vida entre las que se incluyen el disfraz y el camuflaje –
añadió, lleno de orgullo. – Para centrarnos en ti. ¿Qué haces aquí? – le
preguntó extrañado y arrugando la nariz. – Espera un momento – dijo
retrocediendo para mirar con cierto asco a su amigo. - ¿No me irás a tomar ahora
como el miembro suplente de tu p…? – inició, pero no pudo acabar la frase
porque en ese momento descubrió a la
tercera persona presente en la escena y su actitud y postura cambiaron
completamente; para esta vez sí, sorprenderse de manera mayúscula. - ¿Jezabel?
– preguntó, de manera más similar a un atragantamiento que a una pregunta real.
Y pese a que la
forma en que había planteado la pregunta era inusual y atípica (como todo él
por otra parte), el matrimonio Harper la había entendido a la perfección. De
ahí sus caras de extrema, total y absoluta incredulidad y la búsqueda de las
miradas del uno en el otro para un mayor entendimiento del cual carecían en ese
preciso momento.
-
¿La
conoces? – preguntó Edward al fin señalándola y rompiendo finalmente el silencio
(junto a la desconfianza) que se había instalado entre los tres.
-
¿Me
conoces? – preguntó Jezabel señalándose y elevando una octava el tono de voz
del suyo habitual.
-
La
cuestión aquí no es si yo te conozco, que lo hago – respondió a Jezabel y mirándola
con desconfianza. – Lo que se está planteando aquí ¿la conoces tú? – le
preguntó, encarándose y enfadándose con su amigo. – Y si es así ¿por qué no me
lo has dicho antes? – preguntó, empujándole y golpeándole en el hombro hasta
que tambaleó; llevándole hasta el límite de su paciencia.
-
¡Porque
no me acordaba! – gritó confesando su triste realidad mientras extendía los
brazos y los agitaba de forma casi inapreciable.
-
Y
entonces… ¿qué demonios hacéis aquí parados los dos delante de mi puerta? – se
atrevió a preguntar intentando entender algo de lo que estaba ocurriendo; hecho
que le resultaba difícil, mientras se cruzaba de brazos a la espera de una
respuesta y porque hacía fresco para andar vestido únicamente con un taparrabos
esa mañana en Londres.
-
Yo… -
titubeó Jezabel. Acto seguido, carraspeó para infundirse valor y voluntad y
añadió: - Yo sabía que estaba casada con Edward Harper – añadió, para
defenderse de una posible acusación de estupidez.
-
Mucho me
temo que te confundiste de Harper, milady – mirándola con escepticismo. - ¿Qué
demonios haces vestida como una viuda? – preguntó. - ¿Cómo una viuda de hace
treinta años? – puntualizó y corrigió de inmediato.
Las sombras de la
duda y la inseguridad que tenía consigo misma gracias a su nuevo cuerpo con más
peso y lleno de curvas surcaron el rostro de Jezabel en forma de arrugas. Una
Jezabel que miró desde una nueva perspectiva su, hasta ese momento, perfecto y
antiguo atuendo negro de viuda, elaborado precisamente para esconder su figura
actual.
-
¡No te
muevas! – gritó y exigió con urgencia Andrew, extendiendo su mano hasta
plantarla a escasos tres centímetros de ella.
Como si de un mago que le hubiera hipnotizado
se tratara, el cuerpo de Jezabel reaccionó al instante lo hubiera y entró en
una especie de rictus que la convirtió en el vivo reflejo de una estatua.
En realidad y para
ser justos, nada tenía que ver el hipnotismo, Jezabel siempre reaccionaba así
cuando escuchaba una orden tan vehemente; más cuando se encontraba en la calle
y en esa estación del año.
El motivo estaba
claro: las abejas.
Bien, a ella nunca
le había picado una abeja y por tanto, no sabía si era alérgica o no, pero sí
que había visto a personas reaccionar de mala manera a las picaduras de estos
insectos. Tan mal que llegaba el punto de que se hinchaban de la misma manera
que puso los copos de maíz junto al fuego sin darse cuenta e incluso se daban
casos de personas que habían muerto a causa de la picadura de tan pequeño
animal. Ella no quería arriesgarse y formar parte de la lista de personas que
engrosaban esa lista año tras año.
Y sino eran las
abejas en particular, seguro que otro animal estaba involucrado. Con otro
animal por supuesto, ella se refería a cualquier otro animal que pudiera estar
en ese momento en la calle y cuyo tamaño fuese tan pequeño que no hubiera sido
consciente de su presencia en la escena.
Efectivamente, se
refería a los bichos. Animales que no eran ninguno santo de su devoción.
Por eso, si tenía
que estar quieta para que el hombre en taparrabos se lo quitase de encima, ella
obedecería y se mantendría quieta y callada el tiempo que fuese necesario.
Sin embargo, Andrew
no le espantó o lo que quitó nada de su ropa, su cara o su pelo.
Es más, ni siquiera
le tocó.
Todo lo contario,
dio un paso atrás y formó un rectángulo con sus manos mientas guiñaba un solo
ojo y sacaba una mínima parte de su lengua; la cual sin duda estaba mordiendo
por lo marcado de las venas de su cuello.
-
Perfecta
– dijo, al fin; para su extrañeza. Acto seguido, se movió tres pasos de la
misma manera que había visto moverse a los cangrejos en la playa a la izquierda
sin dejar de encuadrarla volvió a repetir: - Perfecta -. No
contento con la perfección de las dos ocasiones anteriores, dio un paso atrás y
desde su rectángulo de visión le recorrió desde el inicio hasta el final de su
cuerpo. – Perfecta -.
Jezabel había tenido
sus dudas acerca de la existencia de una araña y de la posición que ésta
ocuparía entre su cara y su pelo e incluso intentó ubicarla volviendo lo más
que pudo su ojo hasta el extremo más opuesto del mismo, aunque fracasó
estrepitosamente porque no vio nada. Sin embargo, sus dudas desaparecieron
cuando el desconocido la recorrió con
las manos y la mirada. Ahí se dio cuenta de que existía y lo peor, que se
movía; aunque ella continuase sin verla por mucho que sus ojos se volvieran
locos de un lado para otro intentando ubicar al malnacido bicho.
En ese momento sus
cotas de terror, pánico y asco se dispararon hasta extremos insospechados.
Sobre todo y muy especialmente, porque no le decía nada al respecto y ella
debía continuar estática y sin moverse.
Sin embargo, como
ese hombre continuase sin decir una sola palabra más al respecto para que ella
estuviese informada de lo que pasaba con ella y a su alrededor, su estado de
quietud iba a llegar a su fin muy pronto.
Andrew suspiró y
exclamó: - ¡Ay Jezabel! –
-
¿Qué
pasa? – preguntó ella preocupada, moviendo las cejas intentando enfocar su
mirada en él y pronunciando esas palabras moviendo lo menos posible la
mandíbula.
-
Ahí está
– dijo él con la palma extendida en su dirección, creando confusión y
provocando parpadeos de extrañeza en ambas partes del matrimonio.
-
Esa
expresión – se explicó Andrew. O más bien lo intentó porque en ningún momento
contribuyó a que la confusión del matrimonio disminuyese. Es más, ambos
enarcaron una ceja para hacerle patente su estado de desentendimiento y pérdida
total en la conversación que estaba empeñado en mantener con ellos. Andrew
gruñó en respuesta a su incomprensión antes de decir: - La expresión por la que
te dije que debías acercarte a hablar con ella aquella noche en Gretna Green –
añadió.
-
¿Fuiste
tú quien me dijo que fuera? – preguntó Edward indignado.
-
Pero ¿es
que no te acuerdas de nada? – preguntó Andrew en respuesta, con un grado de
indignación aún mayor al de su amigo. – Y tú ¿no recuerdas que eras el centro
de atención de todos los presentes con tu vestido rosa y el encaje negro por
encima? – añadió, volviéndose hacia Jezabel.
Una Jezabel que, en
respuesta, se encogió de hombros.
No le extrañaba que
estuviera vestida de rosa porque en su
juventud; cuando su cuerpo seguía los cánones establecidos para las jóvenes
damas, podía permitírselo. Ahora en cambio… era otra cuestión. Sin embargo, no
se acordaba precisamente de haber sido
el centro de atención de los hombres en Gretna Green (pues eso o iba con su
estilo) ni tampoco haber conocido a nadie yendo vestida de rosa; mucho menos el
haberse casado con una de las personas que había conocido. Por eso, todas las
preguntas que estuviesen relacionadas con ese día o tema eran una pérdida de
tiempo total.
-
¿En
serio no os acordáis de nada de lo sucedido esa noche? – preguntó Andrew,
alucinando ante el hecho.
A la vez, Jezabel y
Edward Junior negaron con sus respectivas cabezas.
-
Ahora
entiendo por qué estáis aquí y habéis recurrido a mí – respondió él, mientras
asentía. – Pasad pareja, que necesitáis mucha ayuda – añadió, haciéndose a un
lado para dejarles entrar en su rincón sagrado. Eso sí, estirando las piernas porque había
estado mucho tiempo pintando en la misma posición sentado y sus miembros
inferiores estaban algo entumecidos.
Jezabel no quiso mirar, pero fue inevitable. No solo había un hombre
casi desnudo frente a ella, sino que había un hombre casi desnudo frente a ella
haciendo ejercicio. Y esas posiciones eran muy difíciles de ignorar para la
vista de cualquier persona, fuese del género que fuese y tuviese la edad que
tuviese.
Tan exagerados y llamativos fueron sus ejercicios de estiramiento que
incluso Edward se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Sobre todo y
especialmente cuando descubrió que su mujer casi babeaba en presencia de su
mejor amigo y su desnudez.
¿Su desnudez?
¡Horror!
-
¿Qué
demonios te crees que estás haciendo? – le preguntó, situándose frente a él, no
permitiendo de esta manera que Jezabel continuase observándolo en casi su total
desnudez.
-
¿A qué
te refieres? – preguntó Andrew confuso.
-
¡Estás
en taparrabos! – exclamó escandalizado.
-
He
estado en taparrabos durante toda la conversación y hasta ahora no te habías
quejado – replicó con la ceja enarcada, reseñando una cosa que, por otra parte
era evidente.
-
¡Estás
exhibiendo y buscando a propósito que tu paquete se te salga del taparrabos y
estés completamente desnudo frente a ella! – volvió a exclamar.
-
¿Yo? –
preguntó Andrew fingiendo sorpresa mayúscula mientras se miraba su entrepierna
perfectamente camuflada. - Tú mejor que
nadie sabe lo sacrificado que es mi trabajo de artista y las horas que tengo
que pasar en incómodas posiciones a la espera de que me llegue la inspiración
necesaria para poder pintar así que no entiendo a qué vienen ahora tus remilgos
– añadió, sonriendo. – Y en cuanto a mi taparrabos y mi entrepierna, no tienes
que preocuparte – le aseguró posando su mano sobre el hombro. – Esto – dijo,
agarrando su entrepierna y moviéndola en círculos - Es más seguro que los paños
que las señoras ponen a los bebés a modo de pañal o que ellas mismas se ponen
en determinados días del mes – aseguró. – Relájate amigo o a este paso, la
pobre Jezabel sí que va a tener motivos para vestirse de viuda – concluyó,
antes de dar una enorme zancada para quitárselo de obstáculo y poder caminar
con total normalidad y ofreció su brazo a Jezabel para juntos caminar por sus
dominios. – Y bien Jezabel, ¿vas a cumplir la promesa que en su día me hiciste?
– le preguntó. Ella le miró sin entender muy bien a qué se estaba refiriendo y
solo entonces Andrew recordó: - Cierto – dijo mientras asentía y se golpeaba la
frente con el hueso grande de la palma de su mano. – No lo recuerdas – añadió.
– En tal caso… - añadió, soltándose de su codo antes de ejecutar una reverencia
exagerada frente a ella y preguntarle con toda su oratoria y encanto
aristocrático: - Mi querida señora Harper… ¿me concederías el inmenso honor de
posar para mí? –
Jezabel iba a responderle
de manera negativa, pero no hizo falta porque Edward Junior volvió a
interponerse entre ambos y dio su respuesta y opinión por ambos.
-
No –
-
¿No? –
preguntó, Andrew para hacer cambiar de parecer la opinión de su amigo.
-
No –
repitió Edward, con más seguridad que antes.
-
¿Por qué
no? – preguntó. – Tú nunca te habías opuesto antes a que utilizase a modelos en
mis pinturas – le echó en cara a modo de recordatorio.
-
Precisamente
mi antigua no oposición es la que me lleva a hacerlo ahora – respondió. – Ella
es mi esposa – agregó dirigiendo su mirada ante la enfadada Jezabel. Y aunque
no quiso, un tono de posesividad innato salió de su boca al hablar de ella.
-
¡Claro
que es tu esposa! – exclamó Andrew dolido. – Y por eso motivo, jamás intentaría
seducirla o acostarme con ella – añadió. – Junior, eres mi mejor amigo ¡por
Dios! – aseguró, con algo de horror en su tono de voz ante esa posibilidad;
creando aún un estado de indignación mayor en Jezabel.
-
Nuestra
amistad nunca ha sido un problema u obstáculo para ese tipo de situaciones – le
recordó Edward, aunque tampoco quiso hacer mucho hincapié ni sangre de heridas
pasadas. – Así que disculpa que desconfíe y diga no – añadió.
Jezabel, muda,
observaba y asistía a la discusión que ambos hombres estaban teniendo frente a
su persona; siendo ella la protagonista y el tema principal. Y pese a que
estaba a menos de tres pasos de ambos, la estaban ignorando deliberadamente de
una forma que resultaba hasta dolorosa.
A nadie le gustaba
que hablasen de él o ella no estando presente o precisamente como en este caso,
justo delante de sus narices. Pero a Jezabel, este hecho, le molestaba más que
ningún otro.
No se lo consentía
ni se lo consintió nunca a su propia madre o sus hermanas; cuanto menos iba a
hacerlo con estos dos mequetrefes, por mucha relación directa o indirecta que
tuviera con ellos.
Era una mujer
adulta.
Era una mujer adulta
y segura de sí misma, al menos en lo que a su carácter se refería.
Era una mujer
adulta, segura de sí misma e independiente.
Era una mujer
adulta, segura de sí misma, independiente y con voz propia.
Y esa voz propia
debía ser escuchada ahora.
-
No voy a
posar para ti – dijo tajante y firme, provocando que los dos hombres;
enfrascados en su propia discusión y visión de los hechos desde todos los
puntos posibles de una y otra postura, detuvieran su cháchara y la mirasen
fijamente, sorprendidos. Una vez captada la atención de los “caballeros” y con
su primer objetivo cumplido, satisfecha y orgullosa de sí misma repitió: - No
voy a posar para ti -.
-
¡Bien! –
exclamó Edward lleno de júbilo apretando un puño y elevando el otro.
-
Pero no
voy a posar para ti por las razones que mi flamante esposo aduce – puntualizó,
no sin cierto desprecio mientras pronunciaba las palabras flamante esposo. – No
sé de dónde te crees que he salido o qué he estado haciendo con mi vida desde
la última vez que aseguras haberme visto pero sé perfectamente qué tipo de
mujeres son las que ejercen por su propia voluntad de modelos y lamento
comunicarte que no soy ni una prostituta ni el tipo de mujeres que se venden al
mejor postor perdiendo su reputación y su integridad – explicó. – No – añadió.
– Yo soy una señorita, tengo una educación y sobre todo, una reputación que
mantener “especialmente ahora” agregó mentalmente. – Reputación que perdería
desde el mismo momento en que aceptase posar para vos así que no – dijo una
tercera vez. – Y cambiando de tema, me gustaría saber qué es lo que tienes que
decir tú al respecto de nuestro supuesto matrimonio; preferiblemente de una
manera breve, sencilla y fácil de entender porque tengo cosas que hacer, estoy
segura que mi esposo tiene que volver a su hogar familiar y ninguno de los dos queremos ser los culpables
y responsables de la interrupción de tu estado de gracia inspiradora así que
por favor, ilústranos – concluyó, echando a caminar hacia delante como si no
fuera la primera vez que visitara este lugar y lo conociese como la palma de su
mano; cuando era todo lo contrario.
-
No
recordaba que tu esposa tuviera tanto genio – le dijo Andrew a Edward.
-
No
recordaba que tenía una esposa – rebatió Edward.
-
Touché –
concedió Andrew, antes de salir corriendo por el estrecho pasillo hasta
adelantarse a Jezabel para ordenar un poco el desorden y caos reinante en su
estudio que hacía las veces de salón, cocina y dormitorio.
Orden que consistió
en recoger unos papeles del suelo y apilarlos en una mesa, recoger los pinceles
del suelo y ponerlos a secarse sobre su paleta de colores, ponerse una camisa
que no era de su talla para taparse, vista la intensidad de la mirada de
reprobación y disgusto que Edward le estaba dedicando y tomar una manzana como
tentempié, pues le daba la impresión de que esta charla le daría hambre.
-
Bien,
recién descubierta pareja, dejadme deciros que habéis acudido a la persona
adecuada en busca de respuestas dado el estado de cero desde el que partís –
explicó.
-
Yo he
venido aquí porque él me trajo – dijo Jezabel señalando a Edward; casi
acusándole. Una nueva Jezabel había salido a relucir; y ésta no iba a callarse
nada de lo que pasase por su mente – Que conste que era perfectamente feliz sin
saber nada de esto – puntualizó ante la mirada fascinada de Andrew; a quien
cada vez le gustaba más la mujer de su amigo y no hacía nada por ocultárselo a
ninguno de los dos.
-
Soy un
hombre con mucha palabrería – confesó con orgullo. – Y como siempre he creído
que una imagen vale más que mil palabras… - inició antes de desaparecer e
introducirse en el pequeño cuarto anexo que tenía como almacén de sus obras. -
¡Ajá! - exclamó allí dentro. Acto
seguido, regresó (cuadro bajo el brazo) con sus invitados quienes no se habían
movido del sitio ni se habían atrevido a parpadear, emocionados y expectantes
ante lo que tenía que mostrarles Andrew. – Aquí está – añadió mientras lo bajaba
poco a poco hasta quedarlo a la altura de sus ojos. – La prueba irrefutable de todo – explicó,
una vez situado y sacudiéndose el polvo de
las manos.
Pese a que estaban
muy cerca del mismo, la pareja no pudo evitar acercarse aún más a él; e incluso
lo hicieron a la vez.
A esa escasa
distancia, boquiabiertos y en el más absoluto de los silencios, no perdieron
detalle de lo que en el cuadro aparecía plasmado. Escena que les resultaba muy
familiar pero inconcebible al mismo tiempo.
-
¿Qué
demonios es esto? – gruñó Edward mirando a su amigo; quien terminaba de comerse
la manzana en esos instantes.
-
Vuestra
boda – respondió. Y por hablar mientras masticaba, casi se le cae al suelo un
trozo de manzana.
-
¿Pintaste
un cuadro de nuestra boda? – preguntó Jezabel, desconcertada a la par que
sorprendida.
-
El
abandono definitivo de la soltería de mi mejor amigo me parecía algo digno de
ser inmortalizado – respondió Andrew como si nada.
-
¿En la
propia boda? – preguntó ella, incidiendo en el tema.
-
No
dependo de mí, sino del instante y preciso momento en que mis manos y mis musas
se ponen de acuerdo y lo consideran como el más adecuado – respondió y se
defendió con tono poético y soñador; propio de un artista por otra parte.
-
¿Y por
qué nos has pintado tremendamente felices y encogidos como jorobados? –
preguntó.
-
Junior,
sabes que mis cuadros siempre intentan ser lo más realista posible y si os
pinté así era porque estabais tan borrachos y felices en vuestra boda que erais
incapaces de manteneros erguidos – explicó. Y eso ayuda a explicar por qué no
recordabais nada de lo sucedido esa noche – añadió, con algo de reproche en su
tono de voz.
Desde luego, sus
palabras tenían sentido y una lógica aplastante. No solo se confirmaba la
versión de Jezabel acerca de su matrimonio; el cual por otra parte ya estaba lo
suficientemente probado gracias a la licencia matrimonial que no dejaba de
apretar con sus manos, sino que con las palabras de Andrew y su mente
privilegiada para los recuerdos y sobre todo, con el testimonio gráfico que
suponía el cuadro al óleo que tenía frente a sí, no deberían quedarle dudas al
respecto.
Debía claudicar y
admitir y reconocer que estaba casado con Jezabel como se llamase. O Jezabel
Harper para ser más concretos y exactos.
Sin embargo, una
pequeña parte de él; la misma que le había estado diciendo que era una soberana
tontería el contraer matrimonio y permitir que Christina Thousand Eyes hablara
de él en su columna como el soltero de oro de su generación se negaba a
admitirlo y cuanto menos a aceptarlo y por eso no dejaba de mirar el cuadro en
busca de algún detalle o motivo que allí apareciese que le diese la pista de
que lo ahí mostrado no era más que otra de las bromas pesadas y sin ninguna
gracia de las que Andrew solía ser habitual conspirador.
Pronto lo encontró
en la figura representada de su propio amigo dentro del cuadro.
-
Lo sabía
– murmuró. - ¡Lo sabía! – exclamó, rompiendo a reír a carcajadas ante la total
incomprensión de las otras dos personas allí presentes, que creían que le había
dado un brote repentino de paranoia o locura y le miraban expectantes a la
espera de una explicación para este comportamiento. – Sabía que todo esto era
una de tus tretas y bromas pesadas que no tienen gracia – añadió, señalando con
el dedo índice a su amigo. – No sé de dónde conoces y has sacado a esta chica
pero, siento comunicarte que acabo de descubrir tu jueguito amigo – concluyó,
sonriendo con una enorme sensación de satisfacción.
-
Si el
dejar de beber va a provocar tu ingreso en un sanatorio mental, por favor,
vuelve a las andadas – dijo Andrew, asustado y preocupado por su amigo.
-
Estás
ahí – dijo. – En el cuadro – aclaró, mientras señalaba a la representación artística
que Andrew había hecho de sí mismo en el cuadro de su amigo y en la que estaba
sentado en un banco mirando la escena que se estaba desarrollando frente a él
en el pequeño altar de la iglesia y dando los primeros esbozos y retazos del
dibujo en un trozo de papel. Por tanto, desde esa posición, Andrew se
encontraba de espaldas a todo el público que pudiera contemplar en el futuro
esa obra. – Y tú nunca te pintas en tus cuadros – le recordó, aunque no
mencionó el motivo por el cual no lo hacía.
– Te he pillado amigo – concluyó elevando las cejas como señal de
victoria.
-
Puntualizaré
tu afirmación, amigo – dijo Andrew poniendo especial énfasis en la palabra
amigo. – Nunca aparezco autorretratado
de frente en mis cuadros – explicó, aunque no mencionó tampoco el motivo por el
cual no lo hacía. – Pero esta no es ni
la primera ni la última vez que me representaré de una u otra manera en mis
cuadros porque es una técnica y un recurso muy habitual para los pintores– añadió.
- ¿Conocéis a Velázquez? – preguntó. No obtuvo respuesta. - ¿El artista dentro
del cuadro? – se atrevió a inquirir, con idéntico resultado por parte de ambos.
En realidad no
obtuvo respuesta por parte de Edward Junior, quien era el único que le estaba
prestando atención ya que Jezabel, desde el mismo momento en que Andrew había
colocado el cuadro ante sus ojos y se arrodilló, no había cambiado de posición
y esta vez sí, hipnotizada y aislada del resto del mundo y de lo que ocurría a
su alrededor, estaba absorta en su contemplación. Pero no en su contemplación
total, sino en la representación de sí misma en su anterior versión.
Tanto se había
aislado del mundo que, pese a que había manifestado su negativa con rotundidad
y en más de una ocasión a ser su modelo, lo que ella no sabía es que desde esa
posición y perspectiva, Andrew ya había trazado un boceto y un esquejo mental
de un retrato de la mujer de su mejor amigo. El éxtasis de Jezabel cuando
contemplaba uno de sus cuadros sin duda era merecedor de uno propio con ella
como protagonista indiscutible.
Movido y llevado por
la curiosidad acerca de qué era lo que
había borrado a Jezabel de la conversación cuando había empezado en la misma de
manera muy activa. Se arrodilló junto a ella de la manera más ruidosa posible y
ni siquiera eso fue capaz de sacarla de su estado de trance. Por tanto, no le
quedó de otra que seguir con la mirada lo que la propia mirada de ella a su vez
le revelaba y que no hacía otra cosa que estar fija en la figura de la mujer
que estaba contrayendo nupcias en ese momento y que en teoría se correspondía
con ella.
En teoría.
La realidad era que,
si bien algunos de los rasgos físicos entre una y otra eran similares, en lo
que a aspecto físico y peinados se referían, no podían ser más diferentes y
opuestas: la del cuadro era la representación de la feminidad, la alegría, la
juventud y la belleza; además vestía de rosa, cual Venus dispuesta a seducir.
La actual, aunque femenina y sensual, estaba mucho más desmejorada y
descuidada. Quizás fueran los kilos que había ganado o quizás era que ella
misma se obstinaba en ocultar estos rasgos de su anatomía y su carácter. En
cualquier caso, ahora era adusta, madura, severa e incluso podría decirse que triste. Si
tuviera que identificarla con alguna deidad femenina sin duda se correspondería
con Ceres tras haber perdido a su hija.
Diametralmente
opuestas y por tanto, imposible que fueran la misma persona.
-
¿Ves
como no puede ser verdad? – le preguntó, mirando a su amigo Andrew. – Mira a la
supuesta Jezabel del cuadro y mírala ahora – añadió. – No pueden ser más
distintas - concluyó.
Apenas terminó de
pronunciar la frase, recibió una colleja de Andrew tan fuerte que provocó que
probara el suelo de su apartamento; el cual no estaba precisamente muy limpio
de restos de todo tipo. No entendía a qué venía esa colleja por parte de su
amigo, pues en su opinión solo había reseñado algo que era perfectamente
evidente a ojos de todos.
Sin embargo, su
concepto de evidencia varió y cambió cuando descubrió que Jezabel; pese a que
continuaba mirando al frente, tenía apretada la mandíbula y la vena de debajo
de su ojo era incapaz de mantenerse quieta además de que también había apretado
e puño; mostrando con ese gesto una evidente intencionalidad de deseo de
golpeo. Por tanto, sus palabras no habían debido ser las más aceptables después
de todo.
Andrew bufó de
rabia.
No entendía cómo era
posible el éxito que su amigo tenía con las mujeres,
Desde luego, en días
como ese, era absolutamente inexplicable su éxito.
Puede que solo
ligase cuando estuviese bebido; ya que pese a que era muy pesado, no se podía
negar que desplegaba todo su encanto. O puede que tuviera éxito precisamente
porque aquellas mujeres con las que lo hacía estaban sino como él, bien casi en
su estado.
Sin embargo, esa
bofetada de hoy era completamente merecida.
Por estúpido y
bocazas.
Era obvio que eran
la misma persona, solo había que fijarse en las facciones de su rostro. Pero,
por una u otra razón, su cuerpo había cambiado radicalmente y saltaba a la
vista la inseguridad actual que tenía con su aspecto.
Ese era el segundo
motivo (oculto) por el cual quería pintarla: quería demostrarle que, aunque
hubiera cambiado radicalmente, estaba y continuaba igual de bella que antaño.
Ahora, gracias a la enorme bocaza de su amigo, su propósito sí que no iba a
llevarse a cabo jamás.
“Fantástico” pensó,
mientras pensaba en la escasez de comida en su despensa y en lo llena que ésta
hubiera estado si la venta del cuadro de Jezabel que tenía en mente se hubiera
llevado a cabo.
El hecho de que
fuera pelirrojo; único dato físico que recordaba de su marido, así como la
enorme cantidad de datos coincidentes (por no decir todos) eran razones y
motivos más que suficientes para convencer a Jezabel de que Edward Junior y no
Edward Senior era el esposo que le había tocado en suerte en la vida. Por si
esto no fuera suficiente, había aparecido además un desconocido de lo más
extraño que parecía saberlo todo sobre aquella fatídica noche y que encima
había decidido inmortalizarlo para la posteridad con un retrato de ambos al
cual había titulado con bastante guasa y sorna por su parte “Ebrios de
felicidad” .
Sin embargo, una
parte de Jezabel (la misma parte sensata que ya había pensado en los problemas
que su actual situación de casada acarreaba en sus circunstancias actuales) se
negaba a aceptar este hecho. Eso sí, estaba muy cerca de quedar convencida del
todo y la llave la tenía el hombre del pelo teñido de rojo.
Volvió a mirar su
retrato y descubrió con sorpresa y estupefacción que no solo estaba sonriendo,
sino que realmente parecía feliz dando el paso que dio y que acabó siendo un
error y una complicación en su ahora, perfectamente planificada vida. Sin
embargo, la opción y salida del matrimonio con ese desconocido en aquel momento
le pareció la mejor opción dado el momento y situación que estaba pasando en su
casa.
Y ahí estaba la
clave de todo.
Esa noche, huyó a
Gretna Green en busca de “refugio” y como vía de escape de la presión a la que
le tenía sometida su madre con respecto a ciertos aspectos de su vida. Habitualmente,
cuando se pasaba con la bebida era una borracha parlanchina, por lo que no sería de extrañar que en algún punto de la
noche le hubiera contado a dichos señores su triste historia. Unas palabras que
no había vuelto a repetir desde la única y última vez que las pronunció y que
por tanto, solo ella y aquellos dos caballeros conocían. Era obvio que su
queridísimo esposo no lo recordaba pero… ¿y el otro? ¿lo haría?
Porque en ese caso
no habría más dudas al respecto y el matrimonio sí que fue llevado a cabo,
consumado y… sería perfectamente válido en la actualidad.
-
Te creo
Andrew – dijo, mientras se ponía en pie y se apartaba del cuadro.
-
¿Cómo le
vas a creer? – preguntó y protestó Edward.
-
¡Por
supuesto que debes creerme! – rebatió Andrew en su defensa. - ¿Qué iba a ganar
yo inventándome todo esto? – añadió.
-
Aún así –
inició ella. – Me gustaría que me respondieras a algo – le pidió, mirándole
finalmente a los ojos.
-
Mi
respuesta es un sí a todo lo que tú me pidas – respondió Andrew con tono
seductor; ganándose un puñetazo en el brazo de Edward por este comportamiento.
-
Si dices
que recuerdas todo lo que ocurrió esa noche, entonces debes recordar lo que te
dije acerca de por qué estaba allí ¿no es cierto? – le preguntó.
-
Lo es –
aseguró él. – Y me acuerdo de nuestra conversación como si se hubiera producido
ayer – aseguró, para despejar sus dudas.
-
Muy bien
¿podrías repetirme mis palabras por favor? – le pidió.
Andrew frunció el
ceño y arrugó la nariz ante tal petición.
A lo largo de su
vida le habían hecho peticiones de lo más extrañas y, aunque esta no lo era, le
resultaba muy difícil de creer que alguien, de propia voluntad y gana, quisiese
escuchar una mala opinión que la menospreciaba sobremanera. Cuanto más si esa
opinión provenía de su propia familia y quien la iba a escuchar era un completo
extraño para ella, aunque en los papeles rezase como su esposo.
Por eso le preguntó:
-
¿Estás
segura? – Jezabel asintió. Andrew suspiró y añadió: - Según tus propias
palabras, habías ido a Gretna Green y ese era el motivo por el cual estabas
allí bebiendo en la barra y yendo vestida con uno de tus mejores vestidos para
olvidar las palabras de tu madre y a su vez para comprobar si eran ciertas.
-
Eso es
muy impreciso – dijo ella sonriendo porque parecía que Andrew sabía su historia
y estaba intentando dulcificarlo lo más que podía. - ¿Podrías especificarlo más? – preguntó, con
amabilidad.
-
Tienes
una madre y otras dos hermanas – dijo. – No sé cuál es la relación que tienes
ahora con ellas pero en aquel momento, era bastante mala porque tu madre
pensaba de ti que eras una inútil y una aprovechada que no había realizado nada
de valor o empeño en tu vida como casarte y criar hijos y que nunca lo haría
por tu terrible pronto y tu abrumadora sinceridad – añadió. – Con esos
precedentes, solo existían dos opciones y probabilidades para ti en la vida, o
que te convirtieras en una solterona a la que tus hermanas o algún otro
pariente de tu familia tendría que mantener de por vida o, que acabarías de
prostituta bien de lujo bien callejera porque tienes una cara con rasgos
celestiales y un cuerpo que despierta la líbido de los hombres en cuanto te ven
– explicó. – Y tú añadiste antes de entrar en la capilla de la iglesia que
nadie se atrevía a ir más allá y a conocer la mente y personalidad que había
tras ese cuerpo. O que nadie lo había hecho hasta Edward Junior que todo el
tiempo estuvo charlando contigo y que, había estado echando un vistazo a tu
cuerpo gracias precisamente al vestido, no lo había convertido en el tema
central de la situación y que por eso, pese a que estaba completamente como una
cuba y tú bastante perjudicada por el alcohol creías que era una buena persona
y que vuestro matrimonio de extraños podría funcionar bien si ambos poníais de
vuestra parte. Y sino lo hacía, al menos podrías ir a restregarle a tu madre
que aunque no funcionase, por una vez,
alguien te había visto a ti por cómo eras en tu interior y no exteriormente –
concluyó.
-
¡Ay
Dios! – exclamó Jezabel e incluso se santiguó. - ¡Tú estabas allí! – añadió,
mirándole con horror.
-
Pero
¡claro que estaba allí! - ¿No os ha quedado suficientemente claro con el
retrato de vuestra dicha conyugal? – le preguntó. Ella no entendió muy bien esa
pregunta y a Andrew no le quedó más remedio que señalar su cuadro. Jezabel
gritó y Andrew la mandó callar; antes de que su ataque de pánico se
desarrollase por completo. - ¿Cómo no iba a estar siendo el padrino? – le
preguntó.
-
¿Padrino?
– preguntó ella, deteniendo sus gritos de horror y pánico y mirándole enarcando
una ceja.
-
Padrino –
confirmó él.
En respuesta, ella
extendió el papel que durante todo el tiempo había tenido entre las manos y que
había guardado como un pequeño tesoro e intentó quitarle las arrugas. Cuando
creyó que estaba lo suficiente legible y en buenas condiciones preguntó:
-
¿Tú eres
Andrew Worthing? –
-
¿Cómo
demonios sabes tú eso? – preguntó, rechinando los dientes. - ¿Qué demonios es
eso? – añadió, enfurecido y creyendo erróneamente que estaba acorralado por la
revelación de su identidad. Frenético, comenzó a leer el documento que tenía
entre las manos, pero las primeras veces lo hacía tan deprisa que era
absolutamente incapaz de que las letras formasen conjuntos de palabras- No fue
hasta la cuarta (quizás la quinta vez) que las agrupaciones de letras
comenzaron a tener sentido delante de sus ojos y desde ahí, a base de
repeticiones (cuyo número es mejor no determinar) finalmente, comprendió el
significado total del documento entre sus manos. Carraspeó para llamar su
atención, lo consiguió y extendió el papel ante sus ojos: - ¿Certificado de matrimonio?
– preguntó con acritud. - ¿En serio? – añadió acercándose a ellos; quienes
estaban uno junto al otro aunque no se habían percatado de ello. - ¿Alguno de
los dos me puede explicar por qué teniendo un documento donde el padre
Matchmaker da cuenta con todo lujo de detalles de vuestro matrimonio habéis
tenido que venir a verme a mí para confirmarlo? – preguntó enfadado y casi
podría decirse que echándoles un sermón paterno.
-
Entonces
¿es real? – se atrevió a preguntar de nuevo Edward, a riesgo de ganarse una
bofetada.
-
¡Por
supuesto que es real! – exclamó Andrew. Con tanto énfasis que algunos
perdigones llenos de saliva se escaparon de su boca; todo sea dicho de paso.
-
¡No! –
gritaron a la vez marido y mujer. - ¿No? – se preguntaron mientras se miraban.
-
No tú –
protestó Jezabel.
-
¿Y qué
tengo de malo si no me conoces? – preguntó Edward ofendido por el evidente
rechazo de su esposa.
-
Nada… -
dijo ella sin mucho convencimiento. – No sé… - añadió negando con la cabeza. –
Pero no ahora – se quejó de forma lastimera. Tanta desesperación reflejaban sus
ojos y su rostro que ambos hombres creyeron que en cualquier momento se echaría
a llorar.
-
¿Qué
pasa ahora que lo hace diferente para mal al resto del tiempo? – quiso saber
Edward, intrigado mientras se acercaba a ella para confortarla e intentar
calmarla. – ¿Ha dicho algo tu madre últimamente…? – se aventuró, mientras se
iba enfadando a medida que pronunciaba esas palabras porque no le había gustado
en absoluto la consideración de su suegra para con su esposa; aunque no hubiera
dicho nada al respecto antes.
-
No –
negó con la cabeza. – Todo está bien con mamá – aseguró. – Pero yo… - titubeó. –
Y tú… - añadió, mientras negaba con la cabeza. – No podemos – aseveró, dando un
paso atrás y alejándose de él. – Adiós – se despidió. - ¡Adiós! – exclamó y
repitió, esta vez dedicándoselo a Andrew.
Acto seguido, sin
titubear y mirar ni una sola vez haca atrás, salió corriendo a la calle en
busca del primer carruaje que la llevase de vuelta a la tranquilidad de su casa
en Fulham.
Aunque eso de
tranquilidad era un decir y podría considerarse muy relativo porque ahora que
sabía la verdad sobre su estado civil, tranquilidad era el sustantivo que peor
podría definir su vida. Mas bien, el opuesto, complejidad, era el más indicado.
Y problemas, problemas
también era una palabra candidata con muchas opciones de resultar ganadora.
Porque los problemas no habían hecho más que comenzar para ella y no tenían
pinta de que fuesen a acabar a corto plazo.
Todo el mundo le
decía que tenía una tendencia teatral que viraba hacia la histeria, la
fatalidad y el catastrofismo en muy corto espacio de tiempo pero, en esta
ocasión creía ella que al menos, su estado estaba plenamente justificado ¿no?
O ¿cómo debía
sentirse una persona de carácter templado cuando el menor de tus problemas a
resolver en menos de dos meses era la imposibilidad de casarse con su actual
prometido cuando acabas de reencontrarte con tu recién descubierto marido al
que creías muerto y por tanto, aún continúas casada con él?
Bloqueo de musas.
ResponderEliminarNo espereis grandes cosas del capítulo ... =(
BUENO BUENO BUENO MAAADRE MIA QUE EXPLOSIVIDAD POR DIOS QUE FINALAZO ME HAS HECHO LEVANTARME DE LA CAMA DE UN RESPINGO ANTE EL TREMENDISIMO FINAL QUE ME HAS PLANTADO Y QUE DEBO DECIRTE QUE ME HAS DEJADO CON LA BOCA ABIERTA Y LOS OJOS SE ME HAN DESORBITADOS Y EN ESTA OCASION TE VOY A LLAMAR MEDIO MALA AUNQUE TE HAYA AMENAZADO EN TONO CARIÑOSO CON COLGARTE PORQUE SE QUE VOY A TENER MAS CARNAZA AHORA YA QUE LLEVO UNOS DIAS DESDE QUE COLGASTE ESTO SIN LEERTE ASI QUE MEDIO MALA ERES AHORA DENTRO DE UN RATO NO SE LO QUE SERAS Y ESO QUE ACABO DE VER QUE NO ES UN GRAN CAPI EEEERROOORR PEAZO CAPI QUE TE HAS MARCADO ASI ME GUSTA SI SEÑOR
ResponderEliminar-ME HA GUSTADO EL CAPI Y ME VOY A PONER EN PLAN SERIA/CRITICA DE ARTE/ CON MI TIPICAL TIPICAL COMENTARIAZO, PORQUE BUENO HA ESTADO LLENO DE ARTE Y AQUI DEBO APORTAR MI GRANITO DE ARENA PUESTO QUE SOY PERSONA VERSADA SOBRE ARTE AUNQUE CIERTO DIABLO FILOSOFICO DIGA QUE NO Y ELLA ES UN MAL BICHO QUE SOLO HABLA DE UN PANOLI LLAMADO WITTGENSTEIN O WIRGENSTEIN COMO LE LLAMO YO Y MUCHA MAS GENTE, ES CIERTO QUE EN EL XIX LA ACADEMIA ERA LA QUE TE APROBABA LA OBRA Y ERA LA QUE TE RECONOCIA COMO ARTISTA DE RENOMBRE Y MERITO Y TAMBIEN ES CIERTO QUE MUCHOS CUADROS QUE NO ERAN ACEPTADOS POR DICHA INSTITUCION ACABAN VENDIENDOSE A MUY BUENOS PRECIOS LUEGO EN EL MERCADOD EL ARTE A LOS GRANDES RICACHONES DE LA ARISTOCRACIA Y SOBRE TODO A LOS GRANDES MAGNATES BURGUESES QUE COMENZARON A HACERSE CON EL PODER GRACIAS A LAS INVERSIONES Y LAS INDUSTRIAS QUE SE CREARON POR ENTONCES ESTA REFERENCIA ME HA ENCANTADO CHIN EN SERIO AL IGUAL QUE LA QUE HAS HECHO SOBRE VELAZQUEZ Y EL AUTORRETRARTO DEL PINTOR EN SU PROPIA OBRA DE ARTE PARA DAR TESTIMONIO DE QUE EL HA ESTADO EN EL LUGAR CHAPO Y GRACIAS POR ESTE REGALO ARTISTICO QUE ME HAS HECHO
DESPUES DE ESTA APRECIACION ARTISTICA Y POR LA FELCITACION PROSIGO
-JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA DICES TU QUE NO ES UN BUEN CAPI PERO DISCREPO TOTALMENTE LO QUE ME HE PODIDO REIR CON EL CAPITULO MAS QUE NADA PORQUE HE PODIDO VISUALIZAR LAS CARAS DE ASOMBRO E INCREDULIDAD AL SABER AMBOS DOS POR EL SR PINTOR PINTORESCO QUE LES HA REFRESCADO LA MEMORIA CON SEMEJANTE DOCUMENTO GRAFICO QUE ES EL CUADRO QUE SE HABIAN CASADO DESDE LUEGO ANDREW ME MOLA MUCHO ES UN CUADRO ANDANTE Y UN CASO DEL NUMERO UNO CREO SRA ESCRITORA QUE HAS DEPOSITADO EN ESE PERSONAJE PARTE DE TU PERSONALIDAD ALEGRE Y DICHARACHERA QUE TIENES Y POR ESO ME CAE GENIAL
-JEZABEL ME VA A MOLAR MOGOLLON POR LO QUE CREO QUE ESTOY VIENDO SE PARECE UN POCO A LOPS EN EL CARACTER DE LA BAJA AUTOESTIMA PERO OLE LA SEÑORA QUE NARICES TIENE Y COMO PONE ORDEN A LOS DOS CUANDO SE PELEAN Y LA IGNORAN VIVA JEZABEL VIVA VIVA
-AY JUNIOR Y ANDREW A VER CHATOS CUANDO QUEREIS QUE OS PREPARE EL RIN PARA QUE OS PEGUEIS Y HAGA APUESTAS ILEGALES¿?¿? Y QUEREIS BARRO DENTRO DEL RIN¿?¿? SERIA UN ESPECTACULO DE AAAAGGGHHH MAADRE MIA
-BUENO Y EN CUANTO A LOS ATUENDOS... ESTO ES DE PONERSE SERIO XD JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJJA VAYA `PINTAS QUE ME LLEVA EL SR A LO TARZAN PELIRROJO QUE DIOS MIO SI YA ANTES LE PUSE CARA DE JACOB EL DE CREPUSCULO A ANDREW AHORA ME RECUERDA AL PELIRROJO DE LA PRIMERA PARTE DE PRINCESA POR SORPRESA JAJAJAJAJAJAJAJA CON TAPARRABOS JAJAJAJAJAJAJA Y QUE CELOSON SE HA PUESTO JR AAIIS PILLIN SI EN EL FONDO Y YA LO IRAS VIENDO TE GUSTA LA MUJER QUE TIES POR CHURRI EE CHATI QUE A MI NO ME LA DAS MOCETON JEJEJEJEJE AAIIISS QUE GANAS DE CARNAZA DE ESTOS DOS
BUENO PUES AQUI FINALIZA MI COMENTARIO DE HOY Y DE MOMENTO NO TE PONGO A CAER DE UN BURRO DE MOMENTO QUE AUN ME QUEDA OTRO CAPI POR LEER ASI QUE DISFRUTA DE ESTE BREVE INTERLUDIO SIN QUE TE LLAME MALA QUE TE OFREZCO
HE DICHO
Bloqueo de musas??? Hola??!! Pues menos mal que estaban bloqueadas, pq no lo llegan a estar y no sé que te sale de aquí, hija mía!! Pedazo capítulo!! Me ha encantado todo!! Me ha gustado la explicación de todo. Me encanta el bohemio XD Madre de dios la que le espera a Alice!!! Yo también le habría dado una ostia ante el comentario que ha hecho Andrew, majeteeeee.... >.<!! Muy mal, muuuuyyyyy mal!!! Y encima posesivo, dejalá ligar con Andrew que no es tu nada XD Y naaahhhh.... sigo leyendo que esta historia me esta gustando muy mucho!!! Pobre Jezabel... a ver como resuelve ahora el problema!!!
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