CAPÍTULO I
Una
dama no incumple un castigo
«Seamos francos, ¿es que voy a
ser la única que eche en falta
a la señorita Rosamund Harper en este inicio de temporada?»
Christina Thousand Eyes.
Un hermano puede no ser un amigo
Pero un amigo siempre será un hermano
Demetrio de Falero.
Una dama nunca debe
incumplir un castigo.
Corrección, nadie
nunca debía incumplir un castigo porque las consecuencias siempre serán
inesperadas… y fatales.
Rosamund Harper era
perfectamente consciente de este hecho. Así como también era perfectamente
consciente de que, si no lo hubiera hecho ella no sería Rosamund Harper y
habría perdido parte de su encanto característico consigo misma y con quienes
la conocían.
Además, también
sabía sin ningún género de dudas que esta vez había ido demasiado lejos.
Nadie incumplía un
castigo y mucho menos si era una orden directa y personal del antiguo general
de la marina, el señor Edward Harper, marqués de Harper.
Ni siquiera aunque
esta persona fuese su propia hija y ojito derecho y que a su vez fuese también
la marquesa de Harper.
Sin embargo, sus
motivos para actuar de la manera en que lo había hecho estaban perfectamente
justificados. Y no solo según su opinión.
Cualquier persona
ajena a esta situación hubiera actuado de la misma manera que ella.
Estaba convencida.
Además que según su
opinión el castigo había sido tremendamente injusto y abochornante para ella;
cuanto más cuando el principal perjudicado ya la había perdonado por ello y de
forma pública además.
“Pero no se puede
razonar con papá” pensó Rosamund dando un suspiro. Lo que se le olvidó comentar
es que no se podía razonar ni con lord Harper ni con ninguno de sus vástagos,
dado que la cabezonería era un rasgo del carácter que todos compartían.
Y así fue cómo, una
vez terminó la pasada temporada social con el enlace de su amiga Verónica y el
abuelete de Jeremy Gold, se vio confinada al exilio de su pabellón de caza en
Gloucester por tiempo indefinido.
Todo aquel que
conocía a Rosamund Harper sabía que no poseía un comportamiento canónico como
la perfecta dama de sociedad que debería saber de acuerdo a su posición y que
en más de una ocasión, su salvaje temperamento le había metido en más de un
aprieto por lo que… ¿Qué había hecho?
¿Qué acción en
particular había salido tan de ojo como para resultar inconcebible a ojos de
lord Harper; hombre que hasta ese momento se lo había consentido todo a su
única hija?
Una acción
insignificante.
Una minucia, dicho de otra manera.
Le había dado dos
bofetadas en público a Jeremy Gold, delante de toda la sociedad en su fiesta de
compromiso con Cassandra Cassidy.
“Dos bofetadas bien
merecidas” añadió mentalmente e, inevitablemente evocó con total claridad ese
momento; tal y como si lo estuviera viviendo ayer. E incluso le pareció volver
a sentir el picor y el dolor en las manos como consecuencia de la fuerza que
había impreso en dicha acción.
Recordó cómo tanto
ella como sus tres mejores amigas habían regresado a Londres tras pasar tres
meses en su pabellón de caza de Gloucestershire. Tiempo durante el cual
Verónica había finalizado su embarazo y había dado a luz a una preciosa niña a
la que habían llamado Francesa; tal y como su abuela o, para curarse y
restablecerse por completo de una fractura en la pierna; tal y como le habían
hecho creer al resto de la sociedad.
Lo cierto es que
ninguna de las tres chicas tenía intención o ganas de asistir al evento que
organizaban los Cassidy esa noche hacía poco menos de un año pero… las normas
de etiqueta así lo exigían y ya llevaban ausentadas de la sociedad demasiado tiempo
así que no les quedó otra alternativa.
Ojalá nunca lo
hubieran hecho.
Aparte del hecho de
quienes eran los anfitriones de la fiesta y sobre todo, quién era la hija de
los mismos (alguien que podría considerarse una enemiga acérrima desde su
tiempo juntas en la escuela para señoritas de Miss Carpet), la fiesta fue un
tedio absoluto para ellas; muy especialmente cuando Jeremy Gold las vislumbró y
visionó entre la multitud y no se dedicó a otra cosa que a pasearse y
pavonearse delante de sus narices exhibiendo y luciendo siempre del brazo a la
señorita Cassandra Cassidy hasta que… por fin se atrevió a revelarles su nuevo
status de persona comprometida.
O mejor dicho, la
susodicha Cassandra se lo restregó por la cara a las tres.
En ese momento, la
pólvora estalló y todo a su alrededor se volvió rojo; tal era la ira que le
consumía.
Llegados a este
punto cabría reseñar que Rosamund Harper, si bien era bastante violenta
verbalmente (aunque esto era bastante normal como método de autodefensa al
vivir en una familia compuesta únicamente por miembros masculinos), en
ocasiones bastante contadas (además de las habituales peleas con sus hermanos
cuando pequeños) había utilizado la violencia física contra otras personas
siendo ya adulta.
Entonces ¿qué
motivos llevaron a Rosamund a actuar de esa manera?
¿Por qué abofeteó
públicamente a Jeremy Gold?
La realidad es que
no había un único motivo que explicase este tipo de comportamiento para con él,
sino que se debía a la conjunción de numerosos y múltiples factores tales como
que, para empezar, Jeremy Gold nunca le cayó bien.
No había causa
lógica que lo explicase, sino que primaba la irracionalidad.
Bien podría decirse
que fue un odio a primera vista.
Pero es que ella no
soportaba la manera despótica, altiva y de menosprecio que les dedicaba cada
vez que las miraba tan solo por el hecho de que fuera ocho años mayor que
ellas. Ocho años no significaba que fuera más fuerte o más inteligente que
ellas Y para muestras dos botones; ella le había noqueado con solo dos
guantazos y su nivel intelectual palidecía al compararlo con el de Penélope.
Otra causa que bien
podía explicar su comportamiento esa noche en particular fue el injustísimo
trato que había dado a su amiga Verónica desde que se reencontró con ella dos
años atrás tras diez años sin verse.
Una amiga a la que
había seducido utilizando sus conocimientos en las artes amatorias hasta hacer
de ella su amante y dejarla embarazada para, abandonarla a su suerte tras
enterarse de la noticia y cuando ella ya estaba nuevamente total y
absolutamente enamorada de él.
“Maldito imbécil y
escoria humana…” pensó, sintiendo cómo volvía a enfadarse gradualmente y
aumentaban sus ganas de golpearle otra vez.
Eso no se le hacía a
una persona de la que supuestamente estabas enamorado y querías. Y tampoco nadie
que hubiera estado exigiendo que volvieran juntos como él hizo se hubiera
comprometido con otra; escogiendo apenas dos meses después a propósito la mujer
que más inquina y comprometerse con ella; eso demostraba un nivel extremo de
egoísmo e inmadurez por su parte.
Otro motivo a tener
en cuenta para explicar su forma de actuar durante esa noche en particular era
el cansancio. Un doble cansancio en este caso ya que, al cansancio del viaje debía sumársele el de
los días pasados con Verónica y Francesca.
En el primer caso la
culpa era únicamente suya, ya que su manera de cabalgar y de conducir un
carruaje podría calificarse como de, poco ortodoxa por cualquier entendido en
el tema.
«Una
conducción infernal» solían
decirle todos debido a velocidad vertiginosa y a los numerosos peligros y
riesgos que corrían aquellos insensatos que solían montarse en sus carruajes
cuando era ella quien llevaba las riendas.
La réplica que
Rosamund tenía que darles a aquellos que osaban decírselo a la cara era que ése
era el único modo en que había aprendido a manejar un carruaje gracias a las
enseñanzas de sus hermanos y que no tenía intenciones de aprender una manera
distinta. Además, una segunda característica particular de su manejo de los
carruajes era que no le gustaba perder el tiempo y pararse cada poco tiempo a
recuperar energías, sino que si el trayecto era relativamente corto y los
caballos respondían con una energía suficiente a sus demandas, prefería hacerlo
de una sola vez y sin paradas.
Y, habitualmente,
esa era la manera que tenía de viajar desde su pabellón de caza en
Gloucestershire a su residencia familiar londinense. Lo hizo la noche en que
abofeteó a Jeremy y lo había hecho esa misma noche ya que al fin y al cabo
“sólo” eran once horas a caballo.
Sin embargo, al
cansancio del viaje de esa noche debía sumarle también el acumulado por culpa
de la pequeña Francesca ya que, pese a su pequeño tamaño era bastante ruidosa y
muy especialmente por las noches, con lo cual, su habitual y placentero
descanso nocturno prácticamente se había convertido en una utopía. Una razón más que la convencía de que ella no
era la persona adecuada para tener y criar hijos. Y además, por si eso no fuera
suficiente, como era la chica que disfrutaba de más intimidad dentro de su
propia casa de las cuatro amigas, habían acordado que seguiría quedándose en su
casa hasta que hallaran una solución a la especial situación en la que se
encontraba.
¿Cómo iba a
arreglárselas para esconderlos sin que los descubrieran con todo el alboroto
que la pequeña organizaba?
De ahí que fruto del
cansancio y del estrés que había estado acumulando durante todo ese tiempo
terminase por golpear a la fuente de todos sus problemas.
O puede que también
golpease a Jeremy aquella noche debido a la elección de la mujer que había de
hacer competencia a su amiga Verónica; la peor elección posible. Pésima donde
las hubiese.
Cassandra Cassidy.
Una mujer cuya única
cualidad destacable era su belleza, ya que no resultaba atractiva o destacable
en ningún otro ámbito y además, parecía desesperada por caerles bien a ellas
hasta conseguir hacerse amiga suya; hecho que causó justo el efecto contrario en
ellas y por eso la rechazaron desde bien jóvenes.
Inteligente y
sibilino por parte de Jeremy fue el hecho de escogerla a ella precisamente como
segunda prometida y rival de Verónica; sabía dónde hacer daño.
Necesitaba dos
bofetadas para hacerle saber de su equivocación y ella se prestó voluntaria
para hacerlo más que encantada.
Aunque… aunque…
también cabría la posibilidad de que hiciera lo que hizo únicamente por
lealtad.
Lealtad.
Poderosa virtud en
la vida cotidiana y una de las más apreciadas dentro del mundo militar.
Al menos, así lo era
en opinión de su padre ya que no dudó en escoger la virtud de la lealtad como
un segundo nombre perfecto para su única hija.
“Loyalty” se dijo
mentalmente.
Dicho de otra
manera, desde recién nacida ya le indicaron que la lealtad para con su familia
y sus amigos sería uno de sus rasgos definitorios y estaba que no había otra
persona en el mundo más leal que ella por este motivo.
Maldición o
bendición según la persona que lo analizase y la situación en la que se encontrase.
¿Cómo no reaccionar
de otra manera que no fuera esa en semejante situación cuándo su móvil fue la
lealtad hacia una de sus mejores amigas?
Fuera por una causa
o por una conjunción de todas juntas el resultado fue que esa noche abofeteó en
público a Jeremy Gold en su fiesta de compromiso y por este hecho se convirtió
en el centro de atención en la sociedad, pese a que la temporada estaba a punto
de acabar y a que ella abandonó el lugar con una gran salida triunfal tras esta
acción.
Y el segundo
resultado de esta acción es que ella fue castigada de manera injusta por su
padre; quien la condenó al “exilio” y la retiró de la sociedad por un tiempo
enviándola de nuevo a su pabellón de caza (además, para humillarla aún más, se
detuvieron en todos y cada uno de los lugares que encontraron a su paso; como
si de un auténtico carruaje de postas se tratase)
De nada sirvieron
sus súplicas, ruegos e intentos de convicción hacia su padre. O que esas
bofetadas sirvieron de estímulo y sacaran a Jeremy de su estado de aletargamiento
en la lucha por la reconquista de Verónica (palabras textuales del abuelete);
razón por la cual le había perdonado, ni que esa historia acabase con un final
feliz; boda incluida: su padre había tomado la decisión y ésta era irrevocable.
Debía marcharse al
exilio de Gloucester.
Y… ¡vaya si fue un
exilio real!
Durante tres meses
(el tiempo coincidente con el final de la temporada pasada y el inicio de ésta)
estuvo total y completamente aislada del mundo. En esta ocasión, ni tan
siquiera contó con la compañía de Penélope, quien solía acompañarla en todas y
cada una de sus visitas porque, según le escribió en una carta, “su madre la
necesitaba junto a ella porque iban a visitar a la familia”
“Muy conveniente”
pensó en aquel momento. “Y una mentira muy grande” añadió. Conocida era por
todos la nula relación entre Penélope y su madre, por culpa de la progenitora.
“¿Por qué la gente
no podía ser sincera?” se preguntó mientras arrugaba la carta, formaba una bola
de papel con ella, la arrojaba al fuego y contenía su rabia y su enfado sin
llegar a golpear la pared. No lo hizo al final porque no quería causar
destrozos en su propia propiedad y añadir una nueva causa para que el enfado de
su padre aumentara para con ella. “¿Por qué no decían simplemente que no quería
que se relacionaran con ella para evitar el qué dirán y porque si pasaban
tiempo juntas sus posibilidades de encontrar marido se verían reducidas
considerablemente?” añadió.
Aunque si era
completamente sincera con ella misma y dejaba a un lado su tendencia al
melodramatismo como tanto le gustaba, no estuvo completamente en el exilio ya
que contaba con un reducido número de sirvientes en el pabellón de caza que se
desvivían porque estuviera bien atendida.
Cierto que no era lo
mismo que si hubieran estado sus amigas con ella pero, no podía quejarse del
trato recibido durante su asistencia allí. Además que, al contrario que en
Londres disfrutaba de una completa anarquía en lo que a horarios se refería así
que no era necesario que madrugase o que se vistiese a diario con el boato de
la capital. Eso por no hablar de las poco femeninas actividades que realizaba a
diario. Actividades tales como carreras en su faetón o partidas de caza en las
que practicaba y mejoraba su puntería.
Podría incluso haber
ido a la caza del zorro; animal habitual en los alrededores, pero… al contrario
que muchos de los aristócratas a ella no le gustaba en lo más mínimo tener a un
perro como animal de compañía; por mucho que anhelase algo de compañía y cariño
a diario. En su lugar, se conformaba con largos paseos a diario cruzando el
bosque de Sedgecombe hasta Chipping Campdem para conocer en profundidad mejor
sus dominios, aprovechando que lord Greyford no estaba por la zona para
sugerirle qué podía y qué no podía hacer. (Aunque ya lo hacía cuando él estaba
presente)
Y tampoco estaba
completamente aislada de la capital británica, ya que se mantenía en contacto
con Londres gracias a la correspondencia que intercambiaba con sus hermanos
Joseph (quien le contaba la vida cotidiana de su familia), con su hermano Henry
(las cuales solían ser mucho más interesantes al relatarle los cotilleos de los
bajos fondos; los cuales no tenía ni idea de cómo se enteraba él) y de su amiga
Penélope; que era quien le contaba los cotilleos de la alta sociedad pero en un
vocabulario tan distinguido y elevado que muchas veces no sabía qué era
exactamente lo que estaba contando y que a su vez, la descartaba a sus ojos
como la cronista Christina Thousand Eyes.
Esas cartas le
servían de bálsamo y le alegraban el día como un día soleado en la campiña
británica tras una semana de lluvias continuas.
De ahí su enfado con el cartero, quien no entendía cuánto significaban
para ella y que se las entregaba cuando le venían en gana pretendiendo que era
un problema con el transporte de postas sin ser consciente que ella sabía a la
perfección el tiempo que tardaba en llegar desde Gloucester hasta Londres. Quizás
pensaba que el hecho de ser más maduro que ella le confería licencia para
menospreciarla y burlarse de ella.
Por este motivo,
todas las veces que llegaba a la puerta de su casa, se las arrancaba de las
manos y le lanzaba miradas lo más amenazadoras e intimidatorias posibles; las
cuales parecían no funcionar con él.
Precisamente,
gracias a una de esas cartas se enteró que la temporada social ya había
empezado ese año y a su vez esa misma carta sirvió para darse cuenta del tiempo
exacto que había transcurrido desde que llegó a Gloucester. Sin embargo, si
tuviera que destacar por importancia alguna de las cartas que había recibido
durante su estancia castigada sería la que acababa de recibir esa misma mañana.
Su mañana empezó de
manera muy rutinaria: se levantó tarde y, alrededor de las nueve de la mañana
tocaron a la puerta. Dado que no
esperaba ninguna visita porque pocos sabían que estaban aquí y los que lo
sabían tenían prohibido visitarla no quedaba de otra que la identidad del
visitante fuese el cartero; un hombre del que ni siquiera se había molestado en
aprender el nombre dada su pésima relación con él.
Para no concederle
mayor importancia de la que tenía ni se creyese más importante que ella, se
levantó de la mesa (pues estaba desayunando), dio un grito avisando de que
sería ella quien abriría la puerta que sirvió para informar tanto al servicio
como al susodicho y caminó lo más
tranquilamente que pudo en dirección a la puerta de entrada con una sonrisa
maliciosa en el rostro y con la absoluta certeza de que el cartero estaría
enfadado con ella por hacerlo esperar.
En efecto, tras
echarle una ojeada breve aunque hambrienta a sus pechos (la parte más
sobresaliente de su anatomía) le dedicó una mirada de odio contenido y con
desgana le entregó una misiva. O mejor dicho, casi se la entregó porque
extendió el brazo solo a media altura y la carta se quedó a media distancia
entre ambos. En consecuencia, y como venía siendo habitual, ella tuvo que
quitarle la carta de las manos de mala manera; hoy incluso de peor manera de
cómo acostumbraba ya que no solo forcejearon, sino que también tuvo que
clavarle las uñas en el dorso de la mano para conseguir que la soltara.
Sin despedirse de él
y cerrarle con la puerta en las narices, volvió a dirigirse a la mesa del
comedor donde había estado desayunando y comenzó a leer la carta con atención.
No hizo falta que la
carta incluyese un remitente pues, en cuanto observó la perfección de las
líneas del sobre y la pulcritud de su escritura supo que la misiva procedía de
su amiga Penélope; quien, por otra parte era la persona que solía escribirle de
forma más habitual.
Una vez abrió el
sobre, se dirigió directamente a la parte final de la misma. Sabía que estaba
mal, que podía ser considerada una falta de respeto a su amistad y que seguramente
se enfadaría con ella si descubría su manera de actuar pero… solía dejar la
información más interesante para el final. Además, solía escribir con excesivo
detallismo y concentrarse en temas que a ella le parecían insulsos puesto que a
ella le gustaba ir al grano y por eso, siempre actuaba de la misma manera.
No se equivocaba, ya
que el reverso del tercer y último decía lo siguiente:
“Lamento profundamente ser tan
escueta y parca en palabras pero… ya estamos imbuidas de lleno en la temporada
social (…)”
“¿Ya ha empezado la
temporada social?” se preguntó sorprendida levantando la mirada de la carta con
gesto extrañado. “Pero ¿en qué día exacto vivimos?” añadió.
Sacudió la cabeza y
volvió a concentrarse en la carta de su amiga agarrando con más fuerza el papel
de la carta y causando que crujiese ligeramente.
“Sabes que este tipo de actos
me aburren soberanamente pero mamá dice que sólo en este tipo de ocasiones
tendré alguna mínima posibilidad de que algún pretendiente viejo o ciego
consiga sentirse atraído por mí y por este motivo, me veo obligada a asistir”
“Siempre siendo tan
cariñosa Victoria” pensó con desagrado manifestando el grado real de aprecio
que sentía por la madre de su mejor amiga.
“No temas o te preocupes por mí
puesto que, la experiencia no me resulta tan aciaga como puede parecer en un
principio y de hecho, para nada me siento solitaria ya que los autores de los
libros que llevo en cada una de las ocasiones me entretienen proporcionan una
fiel compañía; justo como tú harías. Y sí, justo tal y como tú estás pensando
en este momento, tan excéntrico e intelectual comportamiento público para nada
es del gusto de mi progenitora”
Rosamund rió ante la
malicia involuntaria de su amiga en este comportamiento; quien no sospechaba el
grado de disgusto que causaba en su madre únicamente con la realización de una
de sus actividades cotidianas.
“Sin embargo, te confieso que
hay eventos a los que sí que estoy expectante y deseosa por asistir; y no hablo
ya de la famosa lady Mushroom, sino que me refiero a un evento mucho más
inmediato. Tan inmediato como es que sucederá esta noche.
Espero haber captado tu
atención en este punto porque el evento al que me estoy refiriendo no es otro
que la fiesta que lo duques de Dunfield han organizado en su residencia.
Llegados a este punto podrás
preguntarte a qué viene este súbito interés en un evento que se organiza
anualmente. Te respondo: este año se ha añadido una novedad. En realidad es un
cambio fundamental ya que, los actuales duques, en un alarde de cortesía y
confianza hacia los próximos duques y sobre todo, para callar de una buena vez
los comentarios malintencionados que aún circulan por ahí, han decidido ceder
su posición y permitir que sean los próximos duques los encargados de organizar
y ejercer de anfitriones de la cena y el posterior baile de esta noche.
Te pido disculpas por mi
enrevesada manera de expresión escrita así que lo volveré a explicar sin
artefactos; lo que he querido decir en el párrafo anterior es que no serán los
actuales duques de Dunfield los anfitriones del evento sino que ese lugar lo
ocuparán hoy su primogénito Jeremy y sobre todo, nuestra querida Ronnie.
Estoy profundamente disgustada
con tu padre; quien es un egoísta tremendo y, si esta noche y los nervios, la
timidez y la voz no me fallan defenderé tu causa y se lo diré personalmente ya
que me parece bastante injusto que, personas como las señoras Meadows y la
familia Cassidy estén invitadas y tú no solo por su tozudez extrema.
Es una verdadera lástima que te
lo vayas a perder porque estoy segura de
que pese a que tu relación con Jeremy no es óptima, a Ronnie le hubiera
agradado mucho que estuvieras aquí para apoyarla en tan complicada y estresante
noche. Cuanto más cuando contará con un numeroso público hostil y sobre todo
porque tú y solo tú eres la única que puedes poner freno a una más que segura
intervención triunfal de Katherine en busca del afán de protagonismo… (…)
Rosamund no siguió
leyendo porque a partir de esas últimas palabras comenzaba una retahíla de
párrafos incesante como despedida y fin de la carta. En su lugar decidió
concentrarse en lo que había leído y su mente seleccionó por sí misma las
palabras clave:
Verónica-Jeremy-
anfitriones- esta noche.
Verónica y Jeremy
iban a ejercer por primera vez como anfitriones ante la sociedad esa noche.
“Y yo no voy a estar
ahí para verlo” pensó con tristeza.
El silencio se hizo
en la sala y éste permitió a Rosamund
observar con detalle y detenimiento lo que había a su alrededor. Y por primera
vez en toda su vida, nada de lo que había en su pabellón de caza le agradó. E
incluso odió a su padre y se quejó de su amargo destierro.
Agachó la cabeza,
permitiendo que el cabello suelto le ocultase el rostro. Un rostro que
reflejaba su estado de ánimo en ese momento; de derrota y humillación.
Pero Rosamund
Loyalty Harper no era una mujer que se rendía fácilmente y por eso, pese a que
el tiempo en que agachó la cabeza fue bastante breve, fue tiempo más que
suficiente para que una idea acudiese y le rondase la mente.
Una idea que, como
no podía ser de otra manera en ella, tenía más carácter de locura que de plan
real. Sin embargo, si quería que se llevase a cabo y resultase exitoso debía
actuar con rapidez.
Corrección,
inmediatez.
Ya.
Y de nuevo, la
palabra que había marcado su vida desde que fuera utilizada como segundo nombre
resonó en su momento; con tal intensidad que le provocó un momentáneo dolor de
cabeza.
“Lealtad”
Lealtad, lealtad,
lealtad, lealtad, lealtad y… lealtad.
Lealtad.
Si pensaban que ella
no iba a asistir a la fiesta organizada por los Gold esa noche estaban muy
equivocados. Puede que existieran algunas pequeñas dificultades en su propósito
tales como el hecho de que estuviera castigada y a once horas de camino en
carruaje hasta el centro de Londres pero… no había nada imposible cuando se trataba
de la realización de sus objetivos. Y también puede que su relación con algunos
de miembros de la familia Gold no fuera la más óptima pero… una amiga suya la
necesitaba.
Y ella haría lo que
fuera por ayudar a una amiga; incluso cuando ella misma no le había escrito
personalmente para explicarle su situación.
“Debo marcharme
ahora” pensó con rotundidad.
Y aunque lo había
meditado durante un brevísimo periodo de tiempo, la decisión de marcharse fue
tan repentina que la silla donde había estado sentada se tambaleó
ostensiblemente durante una decena de segundos hasta que por fin cayó
provocando un gran estruendo (normal por otra parte ya que estaba realizada en
roble macizo)
El primer impulso
Rosamund fue gritar los nombres de algunos de sus empleados mientras corría
para que le ayudase a prepararse, aunque momentos más tarde lo descartó ya que
en estaba escapándose de casa y tampoco quería que alguno de ellos recibiese un
duro castigo por su parte.
Por este motivo,
aunque continuó haciendo mucho más ruido del que un tránsfuga debería hacer
cuando está huyendo, no pidió ayuda a la hora prepararse para su fuga sino que
se dirigió a la cocina y cogió un cuchillo, un poco de queso, diferentes tipos
de embutidos, pan y algo de fruta así como varios jarros con agua que le
ayudaran a abastecerse durante el camino. (También cogió un pastel recién
horneado, aunque esto último no lo necesitaba).
Tras coger un paño
con el que envolver todos los alimentos y preparar un hatillo con todo,
abandonó la cocina (cocina que parecía haber sufrido un terremoto debido a la
precipitación con la que se preparó el avituallamiento) y se dirigió a las
caballerizas en busca del transporte más adecuado para una fuga y un
incumplimiento de un castigo en toda regla con la sensación de que una mirada
en las sombras no perdía detalle de todo lo que estaba haciendo; lo cual era
imposible porque no se había encontrado
con nadie que la detuviese a su paso.
Eso sí, lo hizo
justo después de hacerse con un par de botas, ya que no encontraba las suyas
por ningún lado. Sospechaba que la razón por la cual había sucedido esto era
para evitar que saliera al exterior y que saltara en todos los charcos hasta
conseguir estar llena de barro. En
cualquier caso, este pequeño detalle no la detuvo y, finalmente encontró un par
de botas de montar masculinas un par de números más grandes que su pie, pero
que eran perfectamente válidas para la función que les había encomendado. Y lo
hizo precisamente de la forma en que habían evitado que realizase; es decir, corriendo
y saltando por entre los charcos, sin importarle lo más mínimo que se estuviera
ensuciando.
Una vez en las
caballerizas, agradeció la inusual educación a la que su padre les había
sometido ya que, una dama normal no sabría cómo ensillar por sí misma a su
caballo y uncir un carruaje sin permitir que el carruaje se desenganchase y
ella no tuvo ningún inconveniente a la hora de hacerlo. De hecho, el único
pequeño problema con el que se encontró a lo largo de la idea de su escapada se
produjo a la hora de abrir la puerta del carruaje para meter dentro sus
provisiones; la cual únicamente se abría con llave.
Y ni tan siquiera
ahí lo pasó mal ahí ya que lo solucionó de una manera rápida pero brutalmente
eficaz: lo rompió tirándole una piedra justo al centro del mismo que lo rompió
en su gran mayoría. En cuanto al resto de los cristales que permanecieron en el
cuadrado destinado para el cristal de la puertecilla los quitó o arrancó
(dependiendo del grado de incrustación con el que estaban situados) tapándose el
brazo con tela de esparto.
Una vez solventado
el obstáculo, arrojó sus provisiones al interior sin ningún tipo de delicadeza
y se sentó al frente de su carruaje robado (aunque en realidad uno no se puede
robar a sí mismo, por lo que queda mucho más adecuado carruaje que tomó
prestado), ocultó buena parte de su cabello pelirrojo identificativo bajo un
sombrero que, providencialmente encontró en el interior de dicho carruaje y
ordenó y fustigó a sus caballos para que corriesen lo más rápido posible y alejarse
cuanto antes del pabellón de caza. De ahí que cuando cruzó la puerta principal
de dicho lugar, no pudo refrenarse por mucho tiempo más y un grito exultante de
alivio y felicidad a partes iguales salió de su boca; tan poderoso y potente
que Rosamund Harper creyó que lo habían escuchado incluso en el propio Londres.
Y así fue cómo
exactamente once horas y media después Rosamund Harper llegó a Londres. Su
retraso en el tiempo estimado se produjo porque no viajó a la misma velocidad
durante todo el trayecto y sobre todo, al entrar en Londres y muy especialmente
al enfilar la calle Albermale Street, redujo considerablemente su marcha; debía
evitar causar demasiado ruido antes de entrar en el interior de la residencia
Gold, dado que quería ser descubierta una vez fuera ya asistente a la fiesta y
no antes ya que así tendría muchas más posibilidades de no ser enviada de
vuelta a Gloucester.
Una vez detuvo su
carruaje, volvió al interior del mismo para engullir y devorar más que comer
las provisiones que allí dentro había desde la hora de su comida sin ni
siquiera usar el paño que envolvía los alimentos como servilleta y eructando
satisfecha por tener el estómago lleno después de un largo día (ambas acciones
terminantemente prohibidas para una dama)
Una vez terminó su
cena, se recostó contra el respaldo del carruaje (el cual no era precisamente
cómodo ni excesivamente grueso) cerró los ojos y se frotó su barriga; la cual
al estar llena había incrementado su tamaño y ahora estaba ligeramente curvada,
exactamente del mismo tamaño que tenía una mujer embarazada de tres o cuatro
meses.
Hecho imposible ya
que aún era soltera, virgen y en contra de lo que pensaban sus amigas, no era
muy experimentada con los hombres. De hecho, tan sólo un hombre le había besado
en su vida. Y había sido tan horrible que prefería no pensar en él.
De manera consciente
ahí, justo en ese momento se relajó y suspiró hondamente para expulsar de una
buena vez toda la tensión y el miedo
acumulados durante tan largo período de tiempo.
Demasiado tiempo
porque, al parecer la tensión se había acumulado en la zona del cuello y los
hombros que, justo en ese momento le dolían como si le estuvieran pinchando con
varias agujas grandes a la vez y, no se le ocurrió otra forma de aliviar esta
tensión que, el de ejecutar movimientos circulares con los hombros de manera
repetida hasta conseguir reducir esa sensación de dolor.
-
Ha
salido bien – dijo, incapaz de creérselo. – Ha salido bien – repitió.
Y escuchó lo que
había a su alrededor.
No se oía nada.
Y el silencio era un
sonido (en realidad una ausencia de ruido) maravilloso.
A punto estuvo de
llorar, tal era la sensación de libertad y felicidad que la embriagaba. Sin
embargo, no lo hizo porque justo en ese momento, un mechón de su cabello suelto
pelirrojo cayó justo frente a su nariz.
Abrió los ojos de
inmediato, se sorbió la nariz y se limpió las lágrimas que habían amenazado por
brotar de sus ojos.
“Una dama no llora”
pensó, rememorando una de las enseñanzas que miss Carpet y el resto de
profesoras les repetían una y otra vez durante su tiempo allí.
De manera frenética
se palpó el cabello y fue plenamente consciente de que llevaba el cabello
suelto. Completamente inaceptable a no ser que tuvieses un cabello
excepcionalmente largo para poder lucir o demasiado difícil de controlar. Pero
la revisión de su aspecto no se quedó ahí; fue una inspección exhaustiva.
Gracias a ella fue
consciente de que no era el cabello lo único que fallaba en su atuendo para la
fiesta, también lo hacían su vestido (sobre todo desde la rodilla hacia abajo,
donde las salpicaduras fruto de sus saltos en los charcos habían dejado manchas
cuyo tamaño iba desde pequeñas motas a verdaderos trozos de tela completamente
teñidos de suciedad) y sus botas (aunque en realidad no eran suyas), las cuales
estaban completamente manchadas de barro y habían cambiado su color del negro
al marrón claro.
En realidad, no
estaba preocupada por su aspecto ya que, como había dicho antes, las botas no
eran suyas y el vestido, pese a que era blanco, era uno de los que solía
utilizar para pasear por el interior de su pabellón de caza. En otras palabras,
era simple y barato y por tanto, era fácilmente reemplazable por otro nuevo.
Otra cuestión era su
cabello… Del mismo modo en que no le importaba lo más mínimo presentarse en
público de esa guisa (y es más, estaba deseando hacerlo para desafiar
públicamente a su padre y demostrarle que ella también era una Harper con
carácter) no podía presentarse en público con el cabello suelto llevándolo tan
corto (apenas superaba los hombros) Podía intentar peinarlo a oscuras en el
interior del coche de cabellos pero…no tenía ni idea de cómo peinárselo más
allá de hacerse una trenza lateral. Eso por no hablar de que siempre solía
llevar algún postizo en sus elaborados peinados en sociedad. En otras palabras:
necesitaba la ayuda de una profesional
Se encontraba en una
encrucijada:
¿Debía ir a su casa
para arreglar el despropósito que tenía como cabello y ya de paso aprovechar
para asearse y cambiarse de ropa o debía dejar a un lado los convencionalismos
y aparecer en el interior de la fiesta con su aspecto actual?
Tras numerosas
repeticiones y empleando más tiempo del que había creído necesario para un tema
en apariencia, insustancial decidió que la prudencia gobernase su vida una sola
vez. Por tanto, iría a su casa a cambiarse de ropa.
“Y como Joseph se
atreva siquiera a burlarse mí por una conducta tan femenina, le golpearé sin
piedad hasta hacerle un chichón” pensó, decidida. “Y le obligaré a acompañarme
a este evento” añadió, asintiendo con la cabeza regodeándose en la malicia de
su plan.
Era lo más sensato
por otra parte ya que en la oscuridad solo había sido capaz de apreciar las
manchas de su ropa pero, dada la manera en que había conducido estaba segura
que había acumulado polvo, suciedad y sudor tanto en sus manos como en su cara;
manchas más visibles gracias al blanco de su piel. Además, había llegado
relativamente pronto a la fiesta por lo que aún podía perder algo más de tiempo
e incorporarse directamente al baile cuando éste hubiera dado su inicio y si
había de hacer una nueva reaparición social, lo más lógico y razonable sería
que lo hiciese vestida con sus mejores galas; dando un doble motivo para dejar
a todos con la boca abierta.
Estaba decidido:
iría a su casa.
Una casa que por
otra parte no estaba lejos del lugar donde se hallaba ahora mismo, con lo cual
se le volvía a plantear un nuevo dilema: ¿debía ir en carruaje, cansando aún
más a su caballo y arriesgarse a que cuando regresase alguien le hubiera robado
el sitio o por el contrario, debía ir andando?
Su tiempo de
reflexión para con esta segunda duda fue menor que con la primera pues,
prácticamente había terminado de cuestionársela cuando ya conocía la respuesta:
iría andando.
Estaba harta de
estar sentada durante tanto tiempo, no quería cansar a su caballo más de lo
necesario pues tampoco era un espécimen joven y vigoroso en cuanto a la
seguridad de las calles y un posible robo del carruaje… estaba convencida de que no tenía nada que
temer ya que, si conocía mínimamente a su hermano mayor (el cual era también el
jefe de los 8 de Bow Street, los encargados y responsables de la seguridad de
Londres) éste, aunque invitado y asistente a la fiesta, seguro que habría
dispuesto a un hombre (sino dos) para que rondase la mansión y sus aledaños a
fin de evitar cualquier tipo de incidente o infracción de la ley.
Y si alguien decidía
robarle su carruaje…tampoco sería una gran pérdida ya que había escogido a
propósito el menos lujoso de cuantos tenía, sin escudo o blasón familiar bordado
en él pues nadie debía enterarse antes de tiempo de su presencia allí esa noche
antes de tiempo. Por otra parte, ella misma había robado el carruaje de sus
caballerizas y decía el saber popular que quien robaba a un ladrón tenía cien
años de perdón; por mucho que éste robo hubiese sido a sí misma.
“¡Al carajo!”
exclamó, antes de incorporarse y tantear la parte exterior de la puertecilla
del carruaje en búsqueda del tirador para abrirla.
Una vez dio con él,
abandonó el carruaje y saltó en la acera de un salto; tal y como solía hacer
cuando nadie la observaba.
Ya en la acera fue
consciente de la escasa iluminación existente en la calle; apenas un par de
farolas en cada extremo de la calle, ambas situadas al menos a treinta pasos de
donde ella se encontraba justo en ese momento. Un hecho chocante dado que esa
noche se celebraba una fiesta en la mansión justo casi frente a ella y este
tipo de nimiedades bien podían ser utilizadas como hecho a criticar.
Claro que, un motivo
que podía explicar la ausencia de iluminación era el hecho de que ella hubiera
sido la única persona que había aparcado en la parte trasera de la mansión y no
en la parte delantera como el resto de grandes carruajes pues así pasaría más
desapercibida. De hecho, era su carruaje el único objeto que rompía la simetría
de la desierta calle.
Una ráfaga de viento
helado se creó de repente y provocó que la falda de su vestido se balanceara y
ella tiritase de frío ante el repentino cambio brusco de temperaturas. Entonces
ella se fijó en que la calle estaba casi completamente oscura y desierta.
“Bien pudiera ser el
escenario para que un perturbado actuase por muy segura que fuese la zona”
pensó, y un escalofrío le recorrió la espalda al imaginarse esa
posibilidad. “Rosamund, estás perdiendo
un tiempo precioso” se dijo. Y echó a andar antes de que tuviese más frío y se
regodease una y otra vez en tan macabros pensamientos.
Fuera el miedo,
fuera el frío, ambos o ninguno, el caso es que Rosamund apenas fue consciente
del trecho que había caminado hasta que se halló justo frente a la puerta del
jardín trasero de la mansión de los Gold. No quería detenerse en ese punto
precisamente porque la tentación de entrar era demasiado grande pero, no le
quedó de otra porque el daño y el dolor que le hacía una pequeña piedra que se
le había metido en el zapato comenzaba a ser bastante incómodo y doloroso.
Se detuvo echando
pestes mientras se quitaba la bota.
“¿Cómo es posible
que una piedra minúscula se haya metido en una bota que me llega por la
rodilla?” se preguntó incapaz de creerlo. “¿Es que tengo un agujero en la
suela?” añadió, extrañada mientras inspeccionaba la suela de la bota y se
convencía de que era absolutamente imposible ya que, si hubiera tenido algún
agujero en la suela, hubiera notado el agua de los charcos o los restos de
barro acumulados en la misma.
Al cerciorarse de
que su bota (que no era suya) no tenía ningún agujero en el suelo y por tanto,
la piedra debía haberse metido por arte de magia, la sacudió durante varios
minutos seguidos hasta que no le quedó duda alguna de que ya no habría piedras
en su interior y volvió a calzársela.
Y fue ahí, justo en
el momento en que volvió a apoyar los dos pies en el suelo, cuando lo escuchó
por primera vez de forma muy lejana.
“¡Clic!”
Rosamund se giró en
búsqueda de la posible fuente de origen del ruido; primero hacia atrás y luego
hacia delante.
No se veía nada.
“¡Clic!” volvió a
escuchar, acrecentando su extrañeza y, su temor, aunque esto último le costaba
más reconocerlo. Y en esta segunda ocasión, se giró hacia la izquierda y hacia
la derecha… con idéntico resultado; nulo.
-
Me estoy
volviendo loca – murmuró. – Y estás perdiendo un tiempo precioso – añadió,
instándose de nuevo a reanudar su marcha.
“¡Crack!” escuchó
una tercera vez y esta última ocasión el sonido fue mucho más fuerte y sonó más
cercano que las otras dos. Tanto, que detuvo su marcha.
Eso por no hablar de
que, para fortuna de Rosamund, la dirección de donde provenía quedó mucho más
clara y a la vez mucho más preocupante pues… venía directamente del jardín
trasero de los Gold.
Con una mezcla de
interés renovado y temerosidad a partes iguales dirigió su mirada nuevamente hacia
la puerta del jardín trasero de los Gold; la cual no sabía si estaba abierta o
no. De hecho, ni siquiera se lo había planteado hasta ese momento.
No obstante, su
cerebro comenzó a bullir de actividad desde que fijo su atención en tan inmenso
y plúmbeo objeto.
¿Estaría o no
estaría abierta la puerta? ¿Debería ir a comprobarlo?
Así mismo, una
segunda pregunta rondaba su mente:
¿Qué era lo que
estaba provocando ese ruido tan extraño en el jardín trasero de su amiga?
Pero sobre todo, la
tercera y más importante pregunta del lote que cruzaba a toda velocidad su
mente en ese instante era:
¿Se atrevería ella a
comprobarlo a pesar de que eso la retrasaría de su objetivo principal de la
noche y de que podría estar poniéndose en peligro corriendo un riesgo
completamente innecesario?
-
¡Al
carajo! – exclamó envalentonada y sus gritos de ánimos hicieron eco en toda la
calle al no haber ningún otro objeto que lo camuflase.
Acto seguido, con la
decisión de quien camina en mitad de un desfile militar, enfiló sus pasos hacia
la puerta del jardín trasero de los Gold.
por un lado POOOOOOOOOOOR FIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIN SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII WEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE ALGO DE TETAS ROSAMUND (SORRY PERO ES QUE VEO TOTALMENTE A TETAS JOAN/ROSAMUND) YA ERA HORAAAAA DE LEER ALGO DE LA PELIRROJA QUE GANAS TENIA
ResponderEliminarpor otro lado MALIGNA MALVADA MALOTA MALEFICA MALA MALEVOLA MALISIMA PERFIDA COMO TE ATREVES A DEJARME A MEDIAS SIEMPRE Y CON GANAS DE MAAAS Y MAAAAS MAAS JOOOOO NO ES JUSTO NI VALE MALVADA MALIGNA PERVERSAMENTE MALA MALOTA MALVADA JUM
tambien te digo MONUMENTO MONUMENTO MONUMENTO PARA ESTA TETAS ROSAMUND MONUMENTO QUE TIA ME MOLA DI QUE SI ROSIE MOLA TU SI QUE VALES YO TAMBIEN HUBIERA HECHO LO MISMO QUE HAS HECHO AUNQUE ME HUBIERAN CONFINADO DI QUE SI OLE OLE OLE UNA OLA TE MERECES
E INTRIGA ME HAS DEJADO CON EL FINALACO JOE COMO SIEMPRE A MEDIAS E INSATISFECHA JOOOOO QUIERO MAAAS MALOTA
HE DICHO