CAPÍTULO X
La
cama
Los conflictos con la dama, se dirimen en la cama.
Refrán
Puede que se hubiera malacostumbrado por los anteriores encuentros
con su esposo pero, Jezabel creyó que la
mudanza de Edward se produciría al día siguiente a primera hora. Sin embargo,
en esta ocasión se había equivocado porque esa acción no se produjo hasta una
semana después.
Lo cual significaba que, para cuando se terminase su tiempo
de convivencia juntos, tan solo restaría una semana para su boda. Una semana y
no dos, tal y como habían acordado en un principio.
¿Cómo iba a fiarse de su palabra con respecto a este trato
cuando ni tan siquiera era capaz de cumplirlo desde el principio?
Al principio pensó que lo había hecho a propósito con los
únicos objetivos de fastidiarla, provocar que se enfadara con él y crearle un
estado creciente y peligroso de ansiedad, crispación y nervios… pero, su pensamiento cambió cuando observó
impertérrita cómo, durante los siete que tenía esa semana, día tras día, no
dejaban de llegar baúles y cajas con pertenencias y propiedades masculinas.
Pero éstas no lo hacían de cualquier manera; lo hacían
distribuidas por tipología y función, (además de perfectamente dobladas, pero
eso no tenía mucho mérito pues para eso seguro que tenía a un mayordomo
encargado de esas funciones). Esta división y repartimiento, en apariencia
inofensivos y simples, implicaban un minucioso control y registro del mismo de
forma personal y directa; o lo que es lo mismo dicho de otra manera, Edward
había estado presente durante la ejecución de estas acciones y sobre todo,
dirigiéndolos de forma personal y no había delegado en terceras personas.
Por tanto, era
lógico, normal y perfectamente entendible el retraso con el que por fin llegó
al hogar conyugal.
Si por Júnior hubiera sido, se hubiera quedado a dormir de
manera definitiva y permanente en su casa desde el mismo momento en que su
esposa hizo a un lado sus reticencias y decidió aceptar tan escandalosa e
improcedente proposición. No en vano, tenía la ligera sospecha de que iba a
disfrutar mucho su corto período de convivencia común dado que, tenía la ligera
sospecha de que iba a pasárselo realmente bien. No obstante, una vez pensada
bien la idea, se dio cuenta de que necesitaba madurar la decisión.
¿El motivo?
Puede que para Jezabel podría ser tan solo una etapa más en
su vida y por eso mismo, podría considerarla transitoria hacia una nueva etapa
mucho más relevante y por ello, calificase a este mes juntos como un hecho sin
importancia. No sucedía lo mismo con Júnior, para quien, su mudanza del hogar
familiar al hogar conyugal significaba el punto de inicio y partida de una
nueva etapa.
De su segunda oportunidad en la vida.
Y esta vez no iba a desperdiciarla o estropearla con
comportamientos improcedentes o escandalosos; los cuales acabarían cuando su
matrimonio con Jezabel llegase a su fin. Estos motivos habían sido los
responsables de que hubiera retrasado finalmente hasta siete días su mudanza
total.
Un cómputo general de siete días durante los cuales no solo
había empaquetado y hecho de manera cuidadosa sus maletas y su excesivo
equipaje.
Porque sí, sabía y era perfectamente consciente de que el
equipaje que había hecho no se correspondía con el tiempo que iba a permanecer
en su hogar conyugal pero… necesitaba
estar preparado para todo.
Sobre todo porque, aunque en su vida diaria estaba rodeado
de mujeres, nunca había convivido de manera íntima con una sola. Y esta posibilidad
le intimidaba sobremanera.
Además, que había
decidido que algunas de las cosas que decoraban, le pertenecían y formaban
parte de la ingente cantidad de aparatos y cachivaches de todo tipo e índole
que decoraban paredes, muebles y en realidad, cualquier recoveco de la mansión
Harper; iban a formar parte de su hogar conyugal; demasiado femenino en lo que
a decoración se refería. Y después, tanto el perfecto David como la futura
señora perfecta Jezabel podrían decidir qué hacer con ellos.
No fue la preparación física sin embargo la que más tiempo
le llevó y ocupó. De hecho, en un día y medio gracias a la inestimable ayuda de
su mayordomo y de los miembros de su familia; orgullosos de que por fin fuera a
convertirse un hombre maduro, tuvo todo las cosas listas, embaladas en mayor o
menor medida y sin lugar a dudas listas para partir. Lo que le llevó mucho más
tiempo y en realidad fue el motivo principal (por no decir único) de su tardanza fue su preparación
mental.
Puede que fueran este miedo y en, cierto modo, esta ansiedad
y expectación ante su nueva etapa, los responsables y causantes de que, durante
la semana inmediatamente anterior a su traslado, sus alucinaciones con su
anterior yo de protagonista burlándose de él se produjesen a diario. Del mismo
modo y en consecuencia, sus ganas de beber se duplicasen.
Llegó un punto en el que se preocupó realmente pues ni el
aumento del número de visitas a la tumba de su padre ni sus charlas de desahogo
y con Henry o Andrew servían de mucho. Incluso, desesperado por hallar algo que
le funcionase, tomó la palabra de su cuñado Grey y se atrevió algo de lo que
jamás había oído hablar con anterioridad y que éste había aprendido durante el
tiempo que había pasado viajando por el continente asiático. Meditación le dijo
que se llamaba.
Bien, no sabía si era útil y provechoso en otras personas,
pero en su caso, resultó completamente inútil ya que más que meditar, lo que a
Júnior le ocurría cada vez que lo intentaba (y lo hacía de forma seria; es
decir, que no se lo había tomado como otra de las excentricididades de su único
cuñado) era que se quedaba dormido. Y él, al contrario que la mayoría de
personas; que se levantan con unas ligeras ganas de comer, se despertaba con
más ganas de beber, si cabe. Hasta tal punto recayó que le faltó un palmo para
agarrar una de las botellas de whisky que Anthony reservaba para los invitados
(y de las cuales él no debería saber su existencia) en el cual el abandono y el
incumplimiento de su parte del trato pasaron por su mente y en consecuencia sus
visitas a la tumba de su padre y sus charlas con Henry aumentasen en igual
proporción.
Fue éste, quien, como único conocedor familiar de los
términos exactos del trato entre su hermano y su recién encontrada esposa, los
que le sugirieron que o bien no lo realizase o que lo postergara hacia más
adelante cuando se encontrase realmente mejor.
Su problema era que no podía postergarlo, al menos no mucho
más. Pero eso Henry no lo sabía, ya que en el relato de cómo se habían
producido las circunstancias de dicho trato, había omitido los detalles de una
próxima boda y de un prometido. Por tanto, solo quedaba la segunda opción; la
de rendirse sin ni siquiera haberlo intentado.
No era a lo que estaba acostumbrado pero, no había
alternativa ni le quedaba de otra. Al día siguiente, justo en el que se
cumpliría una semana de tan improcedente proposición, volvería a su casa para
comunicarle que todo se cancelaba aunque sus propiedades irían para ella, pues
él seguía sin estar interesado lo más mínimo en ellas.
Y así hubieran sido las circunstancias si, justo la noche
anterior a la comunicación de su decisión a su esposa, no fuera su anterior yo
sino su padre el que se le apareciera en sus alucinaciones producidas ante la
carencia e ingesta de alcohol y drogas.
Al principio no supo qué hacer o qué decir ante la sorpresa
mayúscula de esta nueva alucinación. Alucinación y visión que, superado el
impacto inicial, comprendió perfectamente; estaba enfadado porque en los
últimos días había preferido la ayuda y consejos de los familiares vivos y
había dejado de lado sus visitas al cementerio; rompiendo la palabra que en su
día le dio. Era lógico por tanto que, ahora que iba a incumplir y romper una
segunda palabra, apareciese para recriminárselo.
Sabía de sobra que era una alucinación y que su padre en
realidad estaba muerto (sobre todo, porque había sido el momento más doloroso
de su vida) pero no por eso, no dejó de sentir vergüenza de sí mismo y de la
forma en la que sus adicciones le obligaban a dormir. Y por eso, se apresuró a
utilizar la colcha que cubría su cama como si de una manta mucho más gruesa y
pesada se tratase.
Quiso hablar con él, pero en el mismo instante en que abría
la boca para que los sonidos brotasen de ella, éstos, acompañados de las
palabras, se quedaban atragantados en la garganta; la cual, como si de una
puerta con candado se tratase, no los dejaba pasar. Y a darle un giro a la
situación no contribuía nada que su padre le mirase con gesto adusto y los ojos
casi podría decirse que inyectados en sangre al posarlos fijos en él (síntomas
inequívocos de un enfado monumental) y
que además, estuviese vestido con su uniforme militar de gala.
Y cuando por fin, superó la intimidación que la visión de su
difunto padre le provocaba y reunió el valor suficiente para hablar con él, la
alucinación se le adelantó y exigió que le respondiera en un tono perfectamente
neutro qué era lo creía estar haciendo.
Tampoco fue necesario que alzase mucho la voz, pues la
manera en que lo estaba mirando era más que suficiente para amedrentar al más
duro de los adversarios y a su vez, para que consiguiera una respuesta
inmediata a lo que le había preguntado. De nada servía bromear o irse por la
tangente en esta conversación ya que sabía de más y de sobra a qué había
venido.
Por otra parte, conocía a su padre y nunca había sido amigo
de las bromas por lo que… prefería no arriesgarse. Y esos dos motivos
anteriores no le eran lo suficientemente válidos, el tercero, consistente en su
duda acerca de si las alucinaciones podrían golpearle y hacerle daño (hecho que
no sabía dado que su otro yo no había pasado de las burlas) era más que
suficiente como para no arriesgarse.
-
Me decepcionas – añadió, pasado un instante de
silencio que se hizo eterno y bastante incómodo.
Y esas palabras se le clavaron en la mente y le dolieron
incluso más que los bofetones que, durante su infancia se había ganado como
fruto de su comportamiento travieso, revoltoso y buscalíos.
Él no decepcionaba a su padre.
No sabía cómo hacerlo.
No podía por otra parte; ya que todos los Harper sabían (y
en general todo el mundo) que él había sido el favorito y el ojo derecho de su
padre y al que le había perdonado todos y cada uno de sus errores por graves
que fuesen. En consecuencia y como pago a tanta confianza depositada en él, se
había alistado en el ejército con una edad mucho más joven de la permitida y en
la misma rama que él.
No se decepcionó cuando por fin decidió confesarle lo de sus
adicciones y le relató los diferentes actos que había cometido bajo su
influencia durante los cuales había culpado siempre a su hermano Henry. Es más,
de hecho, se mostró paciente y compresivo con él, prometiéndole su ayuda y
otorgándole toda su confianza y credibilidad.
No podía enfadarse o decepcionarse con él ahora precisamente
por este motivo tan nimio, aunque a la vez, bastante relevante para él.
-
Padre, yo… . inició su alegato de defensa.
-
Silencio – ordenó él. – Así que piensas rendirte
– añadió, incrédulo mientras asentía con la cabeza y ponía en su rostro una
mueca de disgusto.
-
No voy a rendirme – protestó él sin alzar la
voz.
-
No claro, uno no sin rinde sin intentarlo –
rebatió él. – Tú desistes simplemente – puntualizó.
-
No puedo hacerlo – explicó Edward agachando la
cabeza, fruto de la vergüenza que le causaba confesarle eso a su padre.
-
No quieres hacerlo – le contradijo su padre.
-
¡No puedo hacerlo! – exclamó, apretando la
mandíbula.
-
Ni siquiera lo has intentado – le volvió a decir
su padre. Júnior alzó nuevamente la
cabeza mientras abría la boca, dispuesto a volver a replicarle pero se dio
cuenta de que no había nada que decir porque tenía la razón. – Júnior, eres
fuerte – añadió, con lo más parecido a un tono de voz comprensivo saliendo de
boca de su padre de lo que él recordaba. Él bufó hasta casi rebuznar. – No hablo de
fortaleza física porque los dos sabemos que en ese aspecto, Henry es el ganador
absoluto. Yo me refiero a la fortaleza mental – aclaró, pasado un instante.
-
¿Eh? – preguntó Júnior mientras miraba a la
alucinación de su padre con desconfianza.
-
Un día decidiste dejar de raíz las drogas y el
alcohol – explicó. Júnior abrió la boca dispuesto a dale réplica y a recordarle
los motivos por los cuales lo había hecho pero su padre se lo impidió,
adelantándose a él y añadió: - No importa muy bien el motivo por el cual lo
hiciste, pero decidiste y cumpliste tu palabra; y desde entonces no lo has
vuelto a probar pese a que has sentido tentaciones a diario y el nivel de
dificultad para evitarlas ha sido mínimo dada su cercanía. Eres un Harper sin
duda hijo mío; testarudo y de piñón fijo hasta las últimas consecuencias. Y por
ello estoy muy orgulloso de ti – concluyó.
-
¿Lo estás? – preguntó sorprendido e incapaz de
evitar que una sonrisa se dibujara en el rostro.
-
Pero ¡claro! – exclamó lord Harper, algo
ofendido. – Júnior, pareces no darte
cuenta de tus propios logros porque siempre te comparas con tus hermanos o
conmigo pero… déjame decirte que son muy pocos los que logran mantener su
palabra en tan drástica decisión, así que no entiendo por qué tienes miedo a
mudarte a la que por otra parte, es tu casa – añadió.
-
¡Yo no tengo miedo! – respondió Júnior
instantáneamente.
-
Pues parece todo lo contrario – rebatió lord
Harper. – Yo diría de hecho que pareces aterrorizado ante la idea – puntualizó.
-
Bueno… - titubeó. – Es que… - añadió. - ¡Nunca
he vivido con una mujer! – terminó por exclamar. – Y no me digas que llevo toda
una vida viviendo con Rosamund porque ambos sabemos que Rosie es la mujer menos
femenina de todas las que existen; seguida muy de cerca por Zhetta, eso sí – le
advirtió a su progenitor. – Padre, no la conozco de nada pese a que estamos
casados ¿cómo voy a vivir con ella? – le preguntó, intentando que entendiera su
punto de vista.
-
¿Es que acaso crees que yo conocía a tu madre
cuando me casé con ella y comenzamos a vivir bajo el mismo techo? – preguntó
enfadado. - ¿O algunos de tus hermanos? – incidió. – Nadie conoce realmente a
la persona con la que se ha casado; es la convivencia la que nos ayuda a
descubrirlo – añadió, con tono filosófico.
-
Y ¿qué pasa si me da uno de mis ataques de
síndrome de abstinencia? – preguntó con
alarmismo.
-
¿Qué pasa? – preguntó lord Harper encogiéndose
de hombros. - ¿Es que no has tenido ataques antes? – añadió, para disminuir el
desconcierto en el rostro de su hijo. – La solución sigue siendo la misma hijo
mío y cuentas con el apoyo de Henry y mío para ayudarte a superarlas –
respondió. – Incluso más fácil ahora que lo pienso porque si se lo cuentas a tu
esposa, puede ser ella la que te ayude a superarlo y por tanto, no tendrás que
salir corriendo de tu casa a altas horas de la noche para despertar a tu hermano o para colarte en
el cementerio como si fueras un ladrón de cadáveres – puntualizó.
Lo que decía su padre era cierto.
Peligrosamente cierto porque, se había quedado sin
argumentos en contra con los que negarse a su mudanza y cumplir con ello, el
pacto realizado una semana atrás. No obstante, las sensaciones de un gran
cambio y de que algo extraordinario iba a sucederle si aceptaba y se mudaba al
hogar conyugal, no dejaban de rondarle por la cabeza; de ahí sus recelos y
reticencias.
Recelos y reticencias que tampoco pasaron desapercibidos
para lord Harper quien, estaba decidido a que su hijo diese su brazo a torcer.
Y por ello, habló de nuevo:
-
Vamos hijo, hazlo – sugirió. – Ocasiones como
esta solo se presentan una vez en la vida – añadió. Júnior frunció el ceño ante
estas palabras. – Tienes ante ti la opción y posibilidad única de vivir en
pareja con opción a rehuso – explicó. ¿A quién no le gustaría un período de
prueba para convivir con su esposa sin obligación a permanencia? – preguntó de
modo retórico. - No sabes la cantidad de nobles que hubieran matado por tener
una posibilidad similar a la que tienes ante ti ahora mismo – enfatizó para
hacerle ver su status de privilegio. – Además, es perfecto para tus planes de
futuro porque si la experiencia de convivir con Jezabel es tan desastrosa,
desalentadora y agotadora para ti, puedes desdecirte de tus palabras y anunciar
a todos tu intención de no contraer nupcias en la vida. Y si algún osado
cotilla se atreviera a preguntarte por los motivos de este cambio de opinión,
siempre puedes decir que son estrictamente personales…y no les mentirías –
aseguró.
“Tiene razón” añadió, mientras asentía.
-
Sé un Harper hijo – dijo lord Harper,
empujándole hacia el sí. – Además, ¿qué es lo peor que podría pasarte en esta
situación? – le preguntó. Pero no le dio tiempo a pensar una respuesta a dicha
cuestión ya que inmediatamente añadió: - ¿Qué te enamores de tu propia esposa?
- .
Y ante la mínima posibilidad de que ese hecho sucediera,
Edward Junior se mudó al día siguiente al hogar conyugal… para disgusto de su
esposa Jezabel.
¿Disgusto?
Bien, sin duda que ese no era el adjetivo que mejor
describía el estado de Jezabel acerca de la convivencia como un auténtico
matrimonio dentro del hogar conyugal Si bien era cierto que al principio se
sintió un poco incómoda con su presencia pululando a su alrededor, lo cierto
era que se adaptó rápida y perfectamente al cambio que supuso en su rutina el
tener un compañero de vivienda.
Y, cuando pasaron cinco días viviendo juntos, Jezabel se
reprendía y se reprochaba su estupidez por tantas dudas y recelos previos
porque acabó resultando que convivir con su esposo era sin duda una de las
actividades más sencillas de todas las que había realizado en su vida.
De hecho, le resultaba tan sencillo que una parte de ella ya
estaba deseando vivir la misma experiencia con su prometido. No entendía cómo
la gente podía quejarse tanto a este respecto.
Aunque… siendo completamente sincera consigo misma, puede
que el éxito de esa convivencia se debiera al poco tiempo que pasaban juntos.
En otras palabras, eran compañeros pero no cohabitantes en el sentido más
específico de la palabra. De hecho, la inmensa mayoría de los días tan solo
coincidía con él en la cocina cuando bajaba a desayunar y él ya la abandonaba porque
había concluido su desayuno.
Eran varios los hábitos que le sorprendían de este
comportamiento, ya que, al contrario que la inmensa mayoría de los hombres, su
marido sabía cocinar. Y con cocinar Jezabel se refería a cocinar de verdad y no
solo a cortar verduras o pelar patatas, sino a platos elaborados que incluían
el uso del horno.
El segundo hábito que le sorprendía era sus tempranas horas
de levantarse e incluso, se había dado cuenta que al menos en dos ocasiones, no
había dormido. Y aquí la sorpresa era mayúscula porque aunque solía ser muy
silencioso cuando abandonaba la casa a altas horas de la noche, el sueño de
Jezabel era bastante ligero. Del mismo modo involuntario, también le escuchaba
cuando regresaba a casa, fuera rayando el alba o bien entrada la madrugada.
Como consecuencia a tan extraños hábitos de sueño, a medida
que iban pasando los días tendría que estar más cansado y, aunque nunca se lo
comentó, las ojeras en su rostro le revelaban este hecho.
Y el tercer hábito sorprendente (aunque bastante relacionado
con el segundo, y por tanto, podía considerarse una extensión del mismo) era
precisamente las tempranas horas de levantarse que tenía. Y con esto Jezabel no
quería dar a entender que ella era una persona vaga o perezosa a la que le gustaba
quedarse en la cama hasta altas horas de la mañana (aunque algunos sábados era
su mala costumbre favorita), lo que ocurría era que Edward siempre se levantaba
antes que ella.
Lo que no entendía muy bien eran los motivos por los cuales
se levantaba tan temprano. Sin detenerse mucho tiempo a pensarlo, la única
motivación que le venía a la mente era tener un empleo pero Jezabel sabía a
ciencia cierta que esto no podía ser de ninguna de las maneras. Sobre todo
porque se había informado acerca de su marido y había descubierto que era un
hombre sin oficio ni beneficio más allá de su carrera militar y que además,
tenía una reputación bastante indeseable de mujeriego; máxime si esas mujeres
pertenecían a las clases más bajas.
Y de repente, esa misma mañana tuvo una revelación tras
verlo marchar y desearle un buen día: ¿y si el motivo por el cual abandonaba la
casa a altas horas de la madrugada y a muy tempranas en las mañanas era siempre
el mismo y estaba muy relacionado con esas señoritas?
No tendría que sorprenderse demasiado ya que, al fin y al
cabo, las malas lenguas y Christina Thousand Eyes aseguraban que era muy activo
sexualmente hablando. Ella misma podría haberlo confirmado… si recordara su
noche de bodas.
“En cualquier caso, no deberías preocuparte acerca de lo que
hace o deja de hacer” se reprendió a sí misma. “Cuanto menos tiempo os veáis
mejor. Más fácil para ti” añadió. “Ya verás, en menos de lo que piensas el
tiempo habrá pasado y la casa será tuya por derecho para siempre” se dijo para
motivarse. “Coser y cantar” concluyo, mientras esbozaba una sonrisa de
satisfacción ante su porvenir.
Eso era lo que creía Jezabel.
Lo que ella desconocía era que su situación estaba a punto
de cambiar radicalmente.
Y esa mismo noche además.
“¡Buenas noches Júnior!” exclamó y pensó el susodicho
mientras ejecutaba un bostezo mental y físico antes de cerrar los ojos, dejarse
caer sobre la cama e inspirar aire por la nariz de manera bastante sonora.
No obstante, poco tiempo fue el que duró recostado sobre la
cama.
De hecho, apenas fueron unos segundos ya que dos fueron los
motivos que le llevaron a incorporarse casi de manera instantánea de la misma.
1.
El primero de ellos fue el fortísimo olor a
alcohol que alcanzó sus fosas nasales cuando inspiró aire de esa manera tan
exagerada como él solía hacerlo justo antes de irse a dormir.
Una de sus tantas locuras mentales, ya que era absoluta y
rotundamente imposible que su habitación oliese a alcohol. Podría tener algún
sentido durante las horas en que el mayordomo (quien también hacía funciones de
cocinero) preparaba las comidas del día (de las cuales él solo ingería la
cena), pero no a esas horas de la noche, cuando la hora de la cena ya se había
producido hacía bastante tiempo.
Además de que dudaba de que el mayordomo supiese de su
anterior adicción al alcohol ya que era un tema que prefería omitir en las
puntuales conversaciones que habían compartido y, dudaba además de que ese
hombre fuera tan inteligente como para descubrirlo por sí mismo.
“¿Qué demonios?” se preguntó nuevamente sorprendido mientras
miraba en todas direcciones del pequeño habitáculo que ocupaba en busca del
posible foco de origen de tan perverso perfume para él. Le parecía tan cercano
y real que incluso se levantó de la cama y olisqueó cual perro de os ocho de
Bow Street todos y cada uno de los pequeños agujeros que las paredes y el suelo
contenía. Su obsesión con el olor llegó hasta tal punto que incluso abrió la
ventana (pese a la helada que caía en
ese momento en la ciudad londinense) y rastreó el horizonte (entendiéndose por
horizonte en este caso, las cercanías de su hogar) obteniendo como resultado el
mismo que en sus anteriores intentos: ninguno.
Frustrado y exasperado, regresó a la cama y se tiró sobre
ella. Y en cuanto realizó dicha acción el olor; burlón, volvió a hacer acto de
presencia.
Júnior bufó y dejó caer todo su peso sobre la cama y la
almohada, provocando con esta acción tan simple que, la delgada y fina almohada
de su cama perdiese todas y cada una de
las plumas de ave (o más bien, de pajarraco) que contenía y que éstas acabasen
desparramadas por todo el suelo; siendo este el segundo motivo por el cual hubo
de incorporarse.
“¡Genial!” exclamó con ironía mientras bufaba y dejaba caer
la solitaria almohada sobre su rostro para ver si dicho olor desaparecía de una
buena vez de su entorno; objetivo harto complicado al parecer ya que, había
descubierto que más bien era un asunto de su mente y no de la realidad. “No
solo estás completamente loco sino que además tu almohada se burla
continuamente de ti” se dijo mentalmente.
Por segunda vez en un corto período de tiempo, se levantó de
la cama, solo que en esta ocasión lo hizo para recoger todas las plumas que
habían caído al suelo y, en dos puñados introducirlas a presión en el interior
de la funda. Como consecuencia, la almohada adquirió una forma un tanto extraña
con una atípica concentración de plumas en el medio y ambos extremos
completamente vacuos.
Poco satisfecho con su trabajo y pese a que miró con
desaprobación tan poco habitual (y
probablemente incómoda) objeto de concilio de sueño, decidió ignorar las
señales y volvió a situarla bajo su cabeza… con idéntico resultado incluso pese
a que situó la cabeza de manera muy cuidadosa en su nuevo intento.
Mascullando una nueva maldición, apartó la tela vacía de
mala manera y decidió utilizar los brazos como sustituto de su rebelde almohada
situándolos detrás de su cabeza mientras inspiraba aire, cerraba los ojos e
intentaba despejar su mente de cualquier otro pensamiento que no fuera el de
que debía dormir pronto porque necesitaba descansar.
Y era cierto.
No se había vuelto un flojo de repente, es que su trabajo,
ese mismo trabajo que le obligaba a abandonar su casa a muy tempranas horas por
la mañana, le extenuaba sobremanera pese a no ser físico; de ahí la necesidad
de descanso, si bien no físico sí mental al menos.
“Descanso Júnior en tres, dos, uno…” se dijo mientras
iniciaba una cuenta regresiva antes de dejar su mente completamente en blanco.
Y funcionó.
Aparentemente al menos. O mejor dicho, lo hizo durante un
brevísimo período de tiempo porque, en cuanto se movió mínimamente… cayó al
suelo provocando un enorme estruendo.
-
Me da a mí que hoy tampoco duermes – masculló
entre dientes mientras se ponía en pie apoyando los puños sobre el mismo
colchón del que había caído y, dándose cuenta de la estrechez del mismo además
de que en buena parte, era el único culpable y responsable de su situación
actual de semi insomnio nocturno.
O mejor dicho, una parte mucho más específica de su comportamiento:
su vagancia.
Sí.
Si tenía que responsabilizar a alguien o algo de esta
situación, sin duda que su vagancia, dejadez y holgazanería eran las únicas
responsables. Sin olvidar al cansancio por supuesto.
De hecho, fue el cansancio el instigador de esta situación
ya que llegó agotado a su vivienda matrimonial debido al traqueteo de todo el
trayecto. Además, a ese cansancio del viaje debía añadir que las horas a las
que realizó su traslado (justo tras terminar la charla con su padre) no eran las
habituales; de hecho, fueron tan poco habituales que ni siquiera el mayordomo
estaba despierto para atenderle y recibirle como su status merecía.
Sin embargo, él no era un noble al uso y por eso no le
importó demasiado. En su lugar, no se
detuvo mucho tiempo en el hecho de decidir qué habitación debía ser la más
adecuada para el mes que iba a estar viviendo allí acorde a su status y,
simplemente escogió la primera que vio que estaba desocupada en la planta de
abajo.
Incluso recordaba con prefecta claridad cómo, hacía un par
de días (pues ése era el tiempo que llevaba viviendo allí) había ido caminando
hacia allí con una enorme sonrisa de satisfacción en el rostro pues pensaba que
sin duda esa era la habitación idónea para él al ser la que estaba ubicada más
cerca de la puerta principal de la casa y por tanto, no tendría excesivos
problemas o molestaría a muchas personas en caso de que sufriera una de sus
graves crisis y amagos de recaída y no le quedara más remedio que abandonar la
casa a horas aún más intempestivas de las que había llegado.
Estaba claro que, en su caso, no podía adelantarse a los
acontecimientos porque… nada le salía nunca como parecía.
Supo que su elección había sido completamente desafortunada
y que la habitación no era la destinada a alguien como él en el mismo momento
en que descubrió la cara de horror que el mayordomo le dedicó, cuando se
recompuso de la sorpresa mayúscula que le supuso el descubrimiento de su
presencia allí a la mañana siguiente cuando fue a desayunar, atraído por el olor
de la comida. No obstante, decidió ignorar las señales y recomendaciones para
un cambio y se marchó a trabajar.
Con respecto a este asunto, estuvo muy relacionado el hecho
de que, la primera noche estaba tan cansado que no notó o fue consciente de
ninguna de las desventajas de las que tuvo noticia en días posteriores.
Pudo hacerlo la primera noche en que los notó pero ahí fue
donde la pereza y la vagancia entraron en juego. Además, pensó que su falta de
sueño solo eran manifestaciones y reacciones de su cuerpo y su subconsciente,
quienes echaban de menos la cama en la que dormía en la residencia Harper.
Sería perfectamente comprensible si él hubiese sido un noble
a la antigua usanza y como tal hubiera dormido toda su vida en camas de la
mejor calidad con sábanas de seda, almohadones de plumas de oca y
superposiciones interminables de finos colchones para hacer de su cama algo
parecido a una colina a la que solo se pudiera acceder dando un salto. Sin
embargo, tal y como solía acontecer dada su pertenencia a la atípica e inusual
familia Harper, él no era un noble al uso y por tanto, estaba más que
acostumbrado a dormir en sitios de la peor calaña; tales como aquellas
interminables campañas durante la guerra contra Napoleón en las que prefirió
acampar junto a los soldados de a pie en lugar de en mejores tiendas junto al
resto de nobles o, esta ya mucho más personal, cuando sus apetitos sexuales y
su gusto por las mujeres le dominaban por completo y le habían instado a
compartir todo tipo de “lechos” y objetos cuya similitud a una cama era pura
coincidencia.
Pero eso era en sus años jóvenes.
O quizás no tan jóvenes, ya que ese tipo de acciones también
las realizaba el año pasado… la cuestión era que no ahora.
Ahora era una persona en proceso de rehabilitación de sus
malos hábitos y de ninguna de las maneras caería en la tentación otra vez. O en
otras palabras según su amigo Andrew, se estaba volviendo un viejo cascarrabias
y totalmente aburrido. Pudiera ser.
Si esto era cierto, como toda persona de cierta edad,
necesitaba sus horas de descanso y de sueño diario y por ello, Júnior volvió a
concentrar todos sus esfuerzos en cerrar los ojos y relajarse para poder
dormir.
“Durmiendo en tres, dos, uno…” pensó mientras se sacudía
ligeramente, relajaba su mente y esbozaba una ligera sonrisa, confiando en que
esta vez era la definitiva.
Se equivocó de nuevo.
No fueron olores inexplicables o incómodas almohadas los
causantes de su insomnio. En esta ocasión, el segundo motivo por el cual
tampoco pudo dormir como creía merecer esa noche fue su propio subconsciente
traicionero, quien evocó escenas sexuales donde él participaba gustoso de
manera muy nítida y vívida; otra vez.
De inmediato y, como si el material con el que estaba
confeccionado el enjuto colchón le produjese alergia, se incorporó.
-
Pero bueno… ¿tan difícil es que uno pueda
conciliar el sueño en su propia cama? – preguntó mirando al techo, exasperado.
“Y encima, tengo que recordar precisamente a semejante mujerzuela” añadió
enfadándose con sus circunstancias.
Y por mujerzuela, Júnior se refería, como no podía ser de
otra manera, a la única mujer que le había roto el corazón: la prostituta
Brownie; actualmente lady Macclesfield, quien a su vez había sido también
(irónicamente dada la profesión de ella y el carácter posesivo de él) su amante
más duradera.
No quedaba de otra; por ese motivo debía de ser ella.
Aunque quizás…y solo quizás, la protagonista de esas
visiones fuera otra mujer a la que había vuelto a conocer y a la cual, pese a
que lo había intentado bajo una capa de frialdad, distanciamiento e ignorancia
absoluta durante esos dos últimos días, había sido incapaz de ignorar en
ninguno de los sentidos o acepciones de la palabra: su esposa.
Era muy posible ya que en ningún momento había visto el
rostro de su acompañante. Si finalmente era su esposa y no su amante, sería
bastante irónico ya que su mente había decidido olvidarse completamente de ella
durante los últimos ocho años y ahora, justo en el momento en el que iba a
deshacerse de ella para siempre, había decidido volver a evocar recuerdos de los momentos más placenteros que
pasó junto a ella y que no podían pertenecer a otra fecha que no fuera la de su
enlace matrimonial.
-
¡Fantástico! – exclamó Júnior con ironía y
realizando un gruñido de desagrado a modo de queja por lo excesivamente irónico
y burlón de su situación actual. A sus protestas verbales además añadió un
golpe de expresión de frustración extrema. Golpe que, para su pésima mala
suerte nocturna, fue a aterrizar justo sobre la almohada de plumas que tan
“elegante” y aleatoriamente había rellenado momentos antes y que, en
consecuencia, volvió a deshacerse. – ¡A la mierda! – añadió, casi gritando
mientras se ponía en pie de un salto. - No pienso quedarme ni un momento más
aquí – afirmó vehemente.
“Seguro que mi mujercita y su querido mayordomo se han
compinchado para hacer un conjuro, un truco de magia o incluso turnarse por las
noches para molestarme, con tal de que yo no duerma y me marche de aquí antes
de un mes” pensó, disgustado y suspicaz. Antes, concretamente y para ser más
exactos, un año antes, este tipo de pensamientos le hubieran parecido una
locura extrema y la más absoluta de las estupideces pero… desde que conoció a
su cuñada Callíope y a su don de predecir el futuro gracias a la lectura de
manos, si bien no era del todo creyente, sí que le prestaba más atención a
estos temas. Además de que esta posibilidad era perfectamente plausible dada la
gran cantidad de tiempo que pasaba fuera de casa.
De este modo, a medida que pensaba y le daba más vueltas a
esta idea en principio absurda, más convencido estaba de que era realmente lo
que estaba sucediendo; con el consecuente grado de enfado que iba en aumento.
“Pues si creen que por minucias de este tipo me voy a
marchar de mi propia casa están muy equivocados” aseguró antes de abandonar
definitivamente su habitación e ir en busca de otra; la cual tendría un tamaño
mayor y se ubicaría en esta ocasión en la primera planta.
Y por primera vez desde que llegó al barrio de Fulham
abandonó su estancia a la manera y usanza que solo un Harper sabía hacer: es
decir, siendo lo más ruidoso posible. La intención estaba clara: les haría
saber que ya conocía de su estrategia.
“¡Ale!” exclamó Jezabel. “Ya se marcha” añadió antes de
cerrar los ojos. No obstante, los abrió al instante y corrió hacia su ventana
para descorrer las cortinas y asegurarse de que la sensación de que hoy Edward
se marchaba de su casa antes de la hora habitual era incorrecta. Sin embargo,
lo hizo y descubrió que no, que su sexto sentido en lo que se refería a la hora
era correcto y que aún era noche cerrada. “¿Dónde irá a estas horas?” se
preguntó extrañada. Y por un momento, el pensamiento de que la profesión de Edward
era la de un espía debido a los inhabituales horarios que tenía volvió a rondar
su mente. “Y a ti ¿qué te importará?” se reprendió. “¡Vuelve a la cama y déjale
vivir su propia vida!” se ordenó.
Y Jezabel se obedeció a sí misma, al menos en parte porque
aunque se volvió a acostar en su cama, no pudo evitar que su cabeza siguiera
dándole vueltas al asunto del espionaje y a cómo seguramente Edward ponía en
riesgo su vida siendo un espía que se hallaba en mitad de una misión, siendo
ese el motivo por el cual se comportaba de manera tan extraña y fría con ella.
La preocupación por su marido también fue la causante y la
responsable de que, por mucho que intentase cerrar los ojos e intentar dormir,
no pudiera hacerlo…al menos de inicio. De inmediato, esa preocupación tornó
ligeramente en preocupación ante la posibilidad de que le hubiera ocurrido
algún accidente casero ya que no había escuchado cómo había abandonado la casa.
“Normal…”dijo otra parte de su mente. “Seguro que se empeña
en andar a oscuras” añadió, fingiendo despreocupación por él y apretando más
los ojos; forzándolos a volver a cerrarse.
Poco tiempo duró su sueño (si es que en algún momento real
se durmió) ya que sus diferentes grados de preocupación se tornaron en miedo
cuando creyó escuchar ruidos por el pasillo que sonaban cada vez más cercanos
al dormitorio donde dormía.
“Imposible” se dijo, para intentar convencerse. “Has tenido
que soñártelo” añadió, argumentando a su favor que en su casa (al contrario que
en otras muchas que había visitado) el suelo no crujía cuando una persona
caminaba sobre la madera por muy gruesa que fuera la moqueta.
Sin embargo, ahí estaba, otro sonido de pasos. Casi
imperceptibles al oído pero sí perfectamente distinguibles para ella; quien al
parecer, tenía un conducto auditivo más desarrollado que el de la mayoría.
“Tiene que ser un criado que ha ido al excusado” se dijo
para intentar tranquilizarse aunque los latidos de su corazón ya habían
empezado a desbocarse; sobre todo porque los criados no debían pasar cerca de
su cuarto si su intención era la que acababa de pensar. “Relájate y duerme” se
dijo, sin ningún poder de autoconvicción.
¡Clic!
Y esta vez sí que lo oyó a la perfección justo al lado de su
habitación. Con lo cual, no se lo había
imaginado y, en consecuencia, tampoco se había imaginado ninguno de los otros
ruidos anteriores a ese. Había alguien rondando en el pasillo y además, se
estaba acercando cada vez más y más a su habitación.
Pero ¿quién podía ser?
¿El mayordomo?
Improbable, ya que
nunca era tan sigiloso al moverse por la casa.
¿Su marido?
Dudoso porque nunca había subido a la planta de arriba desde
su mudanza y sería bastante raro que lo hiciese a esas horas de la noche.
¿Sería algún miembro de su escaso personal doméstico
sonámbulo y ella no se había enterado hasta ese momento?
Jezabel hizo una mueca de incredulidad ante esta
posibilidad, aunque no la descarto del todo porque podría ser perfectamente
plausible.
¿Y David?
¿Sería posible que su prometido se saltara las normas del
decoro y de cómo llevar a cabo un cortejo sin escándalos y se hubiera atrevido
a visitarla a altas horas de la noche porque la echaba de menos, o incluso para
realizar alguna acción más escandalosa con ella?
Jezabel reprimió una sonora carcajada en el mismo instante
en que fue consciente del tipo de pregunta que se había formulado a sí misma
pues difícilmente se imaginaba a su prometido actuando al margen de las normas
establecidas de manera oficial o por la costumbre y besándola salvaje y/o
apasionadamente. “Al contrario que Edward” añadió mentalmente.
Bien pudo haberse recreado en ese hilo de pensamientos, el
cual, pese a que le desagradaba, ya había tenido en más de una ocasión desde
que lo conoció durante sus momentos de soledad en la casa pero… Jezabel regresó
a la realidad de inmediato cuando volvió a escuchar otro ruido (que
probablemente serían pasos) y esta vez más cerca incluso de la puerta de su
dormitorio.
“¿Y si es un ladrón?” se preguntó temerosa.
En teoría, vivía en una de las zonas de Londres más seguras pero…
a veces se sucedían los robos y aparecían ladrones hasta en los lugares más
insospechados. Y si no, bastaba con mencionar a Sthealthy Owl; el ladrón que
durante un par de temporadas robó a las familias más ricas de la zona de
Mayfair sin ser capturado.
“¡Oh Dios mío!” exclamó horrorizada. “¿Y si ha vuelto a las
andadas?” se preguntó, reprimiendo un grito y tapándose la boca con una mano.
“Y de todas las cosas que tiene Londres ¿ha tenido que elegir precisamente
esta?” se preguntó lamentando su mala suerte mientras realizaba pucheros y
estando a punto de echarse a llorar.
“¿Quieres dejar de perder el tiempo?” se preguntó, casi gritando,
bastante enfadada consigo misma. “Tienes que defenderte así que busca un arma
para golpearle e impedir que te robe lo que es tuyo” añadió, con tono
imperativo.
Cumpliendo órdenes, Jezabel deshizo de malas formas su hasta
ese momento, perfecta cama, y frenética (y a oscuras) comenzó a buscar algún
objeto contundente con el que defenderse ante un ataque del ladrón por todos
los rincones de su habitación, desordenado y creando caos a su paso. Y también
un poco paranoica y desesperada porque cada vez lo escuchaba más cerca y su
búsqueda no arrojaba ningún resultado decente.
Desolada por no haber hallado nada útil y fastidiada porque
a su vez, esta búsqueda le había quitado un preciosísimo tiempo para poder
buscar un escondite en el que no ser descubierta, volvió a la cama y tiritando
de miedo con el consecuente castañeo de dientes, se tapó con la sábana hasta la altura de sus
ojos mientras rezaba por no ser descubierta o porque si lo era (que sería lo
más probable) el ladrón fuera lo más compasivo posible con ella y no dejase
moribunda o la matase al ver que no poseía un botín de gran valor.
“Un momento” se dijo a sí misma en el momento en que escuchó
que los pasos se detenían ante su puerta. “No estás sola en esta casa y por
tanto no tienes que enfrentarte tú sola a esta situación” añadió. “Tienes a un
reducido número de personal que vive justo en la planta inferior a la tuya y el
cual en teoría estará más que dispuesto a ayudarte si se dan cuenta que estás
en una situación de peligro” se recordó. “En teoría” se repitió, desanimada y
hecha ya un mar de dudas por la situación que estaba viviendo.
No pudo pararse más tiempo a pensar acerca de qué podría o
no podría salir bien porque…justo en ese momento el picaporte de su habitación
se giró por completo y, dado que no tenía el pestillo echado, ésta se fue
abriendo poco a poco. Y de todos los momentos oportunos dentro de tan peligrosa
situación, no pudo haber uno más oportuno pues, fue justo el instante en que
Jezabel recordó que quizás no tendría un arma pesada con el que golpear a su
futuro oponente pero en cambio, sí que tenía un arma poderosa que sería igual
de molesta y de ayuda: una enorme capacidad pulmonar.
Y por ello, comenzó a chillar dejándose la garganta en dicha
acción.
“¿Se puede ser más tonto que tú?” se regañó mentalmente
Júnior a sí mismo mientras caminaba por el interminable pasillo de su casa con
unas zancadas igual de poderosas que su estado de enfado consigo mismo.
¿Cómo era posible que hubiera la exquisitez y el gusto por
el lujo de Royston? Cierto que no alcanzaba el nivel del rey Jorge IV pero… tal
y como habían hecho otros muchos nobles carentes de personalidad o gustos
propios, habían decorado sus propiedades con todo tipo de objetos de lujo que
sus bolsillos (y sus acreedores) les habían permitido.
Y en ese punto había que decir que Royston no tenía un
cerebro muy brillante. O dicho de otra manera…que había copiado muchas de las
ideas del rey en lo que a decoración y arquitectura se refería y las había
trasladado a pequeña escala. Por pura lógica, ahí debía incluirse también su
residencia londinense. Júnior no había estado nunca ni en el Royal Pavilion ni
en Carlton House[1] pero atisbaba a imaginar
retazos de la suntuosidad de ambos lugares debido a algunas de las pinturas de
las paredes. Aunque tampoco dio tiempo a mucha remodelación ya que él se la
ganó en la partida de cartas poco tiempo después de la adquisición por parte
del vizconde pero si estaba seguro de algún que habría sufrido cambios y
adaptaciones a las de Royston, ese sin duda habría sido su dormitorio.
Un dormitorio que, obviamente ni por dimensiones ni por
ubicación dentro de la casa debía ser en el que había estado durmiendo durante
los dos últimos días. Anécdota y detalle
“gracioso” del que había sido consciente justo al abandonar dicho
minúsculo rectángulo tabicado y cubierto.
De ahí que ahora, a esas intempestivas horas de la noche se
hallase en su búsqueda porque, puede que Royston y él fueran totalmente
opuestos en lo que a gustos se refiriese pero… estaba más que convencido que su
habitación; como la principal de la casa, sería la más parecida a la que él
tenía en la residencia Harper.
No obstante, bien no dio tiempo a que seleccionase ninguna y
tomase posesión de la misma como su estancia personal, bien era uno de tantos
partidarios de las arquitecturas laberínticas donde nada estaba en el lugar
donde debería estar o bien, había perdido por completo su otrora famoso sentido
de la orientación y el rastreo porque… (fuera por el motivo que fuese) no daba
con ella.
“Quizás está en la planta superior” se dijo antes de
encaminar sus pasos hasta la última puerta de la primera planta; la cual
probablemente estaría o bien vacía o bien cerrada con llave como el resto.
“¡Maldito Royston!” exclamó enfadado. “¿Quién iba a pensar que dar con una
habitación iba a ser tan complicado?” se preguntó, ya cansado de tan
infructuosa búsqueda, bostezando por este motivo mientras giraba el picaporte
de dicha estancia y (sorprendentemente) ésta se abría.
-
¡Aaaaaaahhhhhh! – gritó Jezabel de manera tan
aguda que por un instante Júnior se quedó sordo y creyó sentir que algo se le
había incrustado en el tímpano. Por ello no le quedó más remedio que emitir una
mueca de dolor y taparse los oídos mientras continuaba su caminata de acceso al
interior de la habitación; ajeno al ruido que salía de la garganta de su
esposa.
-
Ya basta – gritó cuando se hallaba en la mitad
de la habitación.
-
¡Aaaaaahhhh! – fue la respuesta de Jezabel ante
esa orden, exactamente en el mismo tono agudo que el anterior chillido; aunque
en opinión de Júnior, un par de segundos más corto que el primero.
-
¡He dicho que pares! – volvió a gritar Júnior,
esta vez ya dentro del campo de visión de Jezabel.
-
¡Aaahhh! – le respondió ella por segunda vez de
manera intuitiva; aunque algo más calmada al descubrir la identidad de su
nocturno visitante.
-
¡Silencio! – gritó Júnior empleando su tono de
voz del ejército; el cual no sonó igual de imponente que años atrás ante la
falta de uso del mismo pero que sorprendentemente funcionó pues Jezabel se
calló.
De este modo, durante un momento la habitación permaneció en
completo silencio y estas circunstancias propiciaron que, marido y mujer, mujer
y marido se contemplaron con todo lujo de detalles.
Lo que Junior no sabía o no sospechaba era que, además de
para contemplar a su marido de la misma manera que él estaba haciendo con ella,
Jezabel estaba aprovechando ese momento de descanso para reponer fuerzas y
energías y así, volver a gritar con más intensidad que la vez anterior.
O eso creía ella, ya que en el mismo momento en que abrió
ligeramente la boca, Júnior leyó sus pensamientos. Pensamientos que, por otra
parte eran fácilmente adivinables y por eso, antes si quiera de que inspirase
aire que poder expulsar en forma de grito, le advirtió señalándola con el dedo
índice:
-
No te atrevas -. Arrugas surcaron la frente de
una desconcertada y contrariada Jezabel que, lejos de achantarse o amilanarse
ante tan inocua amenaza, lo que hizo fue envalentonarse e inspirar aire de
nuevo; esta vez de una manera más exagerada aún si cabe que la vez anterior. –
Ni se te ocurra – volvió a advertirle con una sonrisa irónica mientras negaba
con la cabeza. Nuevamente sorprendida e incluso algo ofendida por el trato
condescendiente que le estaba dando, Jezabel expulsó el aire para volver a
inspirar aire. Y esta vez lo hizo con tanta potencia que lo sintió hasta en el
extremo más recóndito de sus pulmones. – No – le ordenó tajante.
-
¡Ah! – exclamó Jezabel por tercera vez en
respuesta a las órdenes de su marido; aunque en esta última ocasión el sonido
sin duda no fue un chillido y sonó mucho más próximo a un suspiro de alivio. En
cualquier caso, ella se sintió muy orgullosa de sí misma al mostrarle a su
marido que era una mujer de carácter y que no se doblegaba fácilmente. Incluso,
si por ella hubiera sido, hubiera vuelto a gritar a modo de protesta. De hecho,
inspiró el aire para hacerlo pero…
-
No te atrevas a hacerlo – le advirtió Júnior
señalándola con el dedo. – La verdad es que no entiendo a qué viene tanto
escándalo – añadió mientras intentaba destaponar su oído. – No es la primera
vez que me ves desnudo y desde luego, la última vez que viste a un hombre en taparrabos
no reaccionaste de este modo – le recordó, algo celoso al recordar la forma en
que miró a su mejor amigo cuando le visitaron en el estudio.
“Porque ese hombre no eras tú” le
respondió mentalmente Jezabel, aunque su respuesta visible para él fue sacarle
la lengua.
– La última vez que vi a un hombre en
taparrabos era plena luz del día y estábamos desesperados por algo de
información así que ni siquiera le presté atención – mintió ella, causando que
Júnior se riera de sus palabras.
- Sabes querida, al contrario que
yo, mientes de manera pésima – se burló Junior, fingiendo lamentarse.
“¿Qué miento fatal?” se preguntó
Jezabel, sorprendida en grado sumo por esa acusación. “¿Qué miento fatal?”
volvió a preguntarse, aún incrédula y elevando el tono de su voz en el interior
de su mente. “¡Lo que me faltaba por oír!” exclamó. “Llevo ocho años” “¡ocho
años!” enfatizó. “Mintiendo a mis familiares, amigos y conocidos acerca de mi
estado civil y de cómo conseguí esta casa y gracias a mis “malas habilidades embusteriles”
(y pronunció esta última frase con especial tono de rin tin tin en su mente)
aunque algunos han sospechado más que otros, nadie ha averiguado nada, así que
no me digas que no sé mentir” concluyó, no sin cierto tono de amenaza. “¡Se va
a enterar el esposo este de pacotilla que por desgracia me ha tocado tener
temporalmente de quién sabe y quién no sabe mentir o usar las palabras!”
vaticinó. “¡Voy a darte la mejor réplica de tu vida, cariñito!” concluyó,
infundándose ánimos.
Dicho y hecho.
Presta y presurosa, Jezabel se
dispuso a replicar a su marido.
Incluso se pasó la lengua por los
labios para evitar que se resecasen y agrietasen de tan largo como pensaba
argumentar.
Cerró los ojos, inspiró aire y…
“Un momento” se dijo, abriendo
los párpados de inmediato. “Lo está haciendo a propósito para provocarte y
quedarse más tiempo en la habitación contigo” descubrió, satisfecha de sí
misma. “Y tú lo que quieres es que se marche cuanto antes” se recordó. “No le
des pie” se ordenó sí misma.
Y por eso, aunque no totalmente
calmada debido a la acusación anterior, en vez de continuar con la discusión,
lo que Jezabel hizo fue cambiar completamente de tema y le preguntó:
-¿Qué haces aquí? – O más bien,
exigió saber de inmediato ella con gesto airado.
Sin embargo, Júnior decidió
ignorarla a propósito y, en su lugar, comenzó a caminar alrededor de la
habitación prestando total atención a todos y cada uno de los suntuosos,
exóticos y lujosos detalles que la componían.
-
Vaya, vaya, vaya… - murmuró para sí mientras
asentía. – Así que todo este tiempo estuvo aquí y yo no me percaté de ello –
añadió. - ¡Cuánto tiempo desperdiciado…! – se lamentó.
-
¿Qué haces aquí? – exigió saber ella, entre
gruñidos y apretando los puños.
-
Perdona… - dijo, centrándose en ella. - ¿Hablabas
conmigo? – le preguntó, fingiendo sorpresa y llevándose la mano al pecho.
-
No – respondió ella, irónica. – Con el fantasma
que ronda la habitación cada noche – añadió en el mismo tono de ironía y enfado
contenido.
-
¿Tenemos un fantasma viviendo con nosotros? –
preguntó con un tono de sorpresa visiblemente exagerado para burlarse aún más
de ella además de con ojos y boca muy abiertos. - ¡Ja! – exclamó. - ¡Cada vez
me gusta más esta casa! – añadió antes de reír a carcajadas.
En vez de responderle de mala manera o gritarle de nuevo,
esta vez Jezabel se dedicó a mirarle fijamente y no emitió ni un solo sonido
pues, confiaba que finalmente captase la indirecta y le respondiese de una
buena vez. Sin embargo, para su total
desolación, su esposo parecía rematadamente idiota esa noche (y no solo por el
despropósito de atuendo que llevaba para dormir). Y, viendo que esta nueva
táctica iba a caer en saco roto, decidió regresar a su plan inicial y
preguntarle (esta vez sí, la definitiva) por última vez:
-
Por última vez, ¿qué haces aquí? -
Jezabel pensó que se trataba de un milagro pero, lo cierto
era que Júnior se había cansado de sacarla de quicio (al menos yéndose por la
tangente en esa pregunta) y por ello decidió responderle. Ya habría más
ocasiones para sacarla de quicio.
-
Pasear – dijo él como si la realización de esa
actividad a tan inhabituales horas fuese la más normal del mundo.
-
¿A estas horas? – preguntó ella, confusa y
recelosa con la ceja enarcada.
-
Cualquier hora es buena para pasear – dijo él,
con un encogimiento de hombros sin entender la sorpresa por parte de ella. –
Además, como has podido comprobar por ti misma y en mi opinión con excesivo
interés – dijo, señalando su atuendo para dormir. – No soy una persona
corriente – concluyó.
Y dicho esto, miró al frente e hizo una pausa para observar
la reacción y la reacción (más que segura) por parte de ella. Sin embargo,
cuando comprobó que parecía haberle creído en todo lo que había dicho, no le
quedó más remedio que confesar la verdad. O dicho de otra manera, la segunda
parte del motivo que explicaba su paseo nocturno.
-
Bueno Jezabel… en realidad, te he mentido –
-
¡Oh! – exclamó exasperada golpeando la almohada;
la cual era de de mejor calidad y confección que la de Júnior tenía en su
habitación y por tanto, ninguna pluma salió de la tela que la contenía. – Ya me
parecía a mí bastante difícil de creer que tú fueras sincero en algo… - dejó
caer entre dientes.
Júnior ignoró esa acusación sin fundamento y en su lugar
dijo:
-
En realidad he venido a comprobar una cosa y
nuestra agradable cháchara no ha hecho otra cosa que retrasar dicho propósito –
explicó, mientras caminaba en dirección a la cama donde Jezabel estaba tumbada;
haciendo caso omiso a su boquiabierta y muda esposa.
Una esposa que tan sólo reaccionó cuando ya era muy tarde y
Júnior ya estaba tumbado a su lado.
-
¿Qué haces? – preguntó con las cejas juntas y la
frente surcada de arrugas debido a la incredulidad. - ¿Qué haces? ¿qué haces?
¿qué haces? ¿Qué haces? ¿qué haces? ¿qué haces? – añadió, y en cada pregunta
formulada incrementaba una cuarta más aguda el sonido de su voz. - ¡No! – gritó. – No, no, no, no, no, no, no,
no, no, no, no, no – repitió e incluso, con su última negativa intentó
empujarlo y echarlo fuera de la cama; acción en la que fracasó.
-
¡Ah! – suspiró Júnior cuando Jezabel se rindió
de intentar echarlo de la cama. Mucho mejor – asintió antes de cerrar los ojos,
recostarse completamente en el colchón y moverse ligeramente para adaptar de la
mejor manera posible al cielo en forma de colchón sobre el que descansaba.
-
¡Ah! – gritó Jezabel en su oído durante al menos
diez segundos seguidos aprovechando el momento de despiste y relajación de su
marido, consumiendo en esa acción la poca energía que había podido conseguir en
tan escaso tiempo de descanso y acabando
con la cara roja y la garganta dolorida por el esfuerzo realizado.
-
¡Por el amor de Dios mujer! – exclamó furioso y
tapándole la boca con la palma de la mano. - ¿Podrías dejar de gritar en algún
punto de la noche? – le preguntó él gritando también a su vez; aunque él lo
hizo de manera inconsciente ya que era incapaz de oír nada de tan inmenso
estruendo que resonaba en su cabeza. - ¡Vas a despertar a todo el mundo con tus
alaridos! – exclamó enfadado. - ¡Joder! ¡me he casado con la mujer más
escandalosa de toda Gran Bretaña! – protestó mientras se frotaba las sienes e
intentaba que el ruido desapareciese del interior de su cabeza.
-
¡Eh! – exclamó ella. - ¡Te he oído! – añadió,
ahora enfadada ella y en consecuencia, golpeándole en el brazo.
-
¡Mira tú que bien! – exclamó él, esta vez en un
tono de voz normal porque ya comenzaba a escuchar. – Al menos uno de los dos es
capaz de oír – agregó con ironía y volviendo a elevar el tono de voz, esta vez
a propósito.
-
¿Quieres bajar la voz de una buena vez? –
preguntó ella ahora. - ¡Vas a despertar a toda la casa! – exclamó preocupada. Y
sabiendo que respondería a su queja, se apresuró a taparle la boca de la misma
manera en la que él se la había tapado a ella.
Solo después de carraspear y golpearse varias veces el pecho
con la mano, Júnior respondió (o mejor
dicho, mintió ya que esta última vez lo había hecho de manera consciente) con
tono solemne y ofendido:
-
Yo no grito a propósito, al contrario que tú -.
-
¿Cómo no quieres…? – comenzó elevando nuevamente
el tono de su voz. - ¿Cómo no quieres que grite cuando apareces en mitad de la
noche en mi habitación y terminas metido en cama? – volvió a preguntar entre
susurros, aunque no por ello menos enfadada.
-
¿Tu habitación? – preguntó él sorprendido. - ¿Tu
cama? – añadió, haciendo especial hincapié en cada uno de los pronombres
posesivos de cada pregunta. - ¿No crees que te estás precipitando un poco
todavía, amorcito? – quiso saber.
-
No me llames así – le advirtió ella entre
dientes, reprimiendo un gruñido de enfado.
-
Aun te faltan casi veinte días para que todo
esto sea tuyo – le recordó, aunque no hacía falta puesto que era un dato que
ambos conocían de sobra.
-
Es mío – replicó Jezabel con especial énfasis y
poniendo exactamente el mismo gesto que sus sobrinos cuando se veían privados de
sus juguetes favoritos. – Yo llevo más tiempo viviendo aquí – añadió.
-
¿Debo recordarte a nombre de quién está la casa
en el contrato de propiedad y a quién tienes que mantener contento si quieres
que el cambio de manos tenga lugar y nuestro matrimonio nunca sea descubierto
más allá de mi círculo familiar? – le preguntó, con un mensaje de amenaza
implícita en esa pregunta.
-
¿Qué quieres Edward? – preguntó ella cansada de
mantener una discusión epicúrea a esas horas.
-
He sido
un completo estúpido y he estado ciego – anunció él con tono solemne y mirando
hacia el infinito. Ella le miró extrañada e incluso miró hacia el frente
siguiendo la dirección de los ojos de Edward; para comprobar que,
efectivamente, no había ninguna audiencia a la que estaba dirigiendo el
discurso que parecía que iba a comenzar a pronunciar. – Pero no te preocupes –
añadió, tanteando en la cama buscando su mano y agarrándosela para darle
palmaditas de consuelo. – He decidido tomar cartas en el asunto y recuperar el
tiempo perdido – continuó, recuperando el tono de solemnidad. La curva de
interrogación de Jezabel se hizo aún más pronunciada con dicha frase
“aclaratoria”. – Dicho de otro modo, durante el tiempo que me resta por vivir
aquí voy a ejercer como el cabeza de la familia y me comportaré como el único e
indiscutible poseedor de la misma.
-
Excelente – murmuró entre dientes Jezabel
Júnior no la escuchó porque se hallaba concentrado y
ensimismado por completo en su discurso y en la tentadora idea de pasearse en
taparrabos por su casa en cuanto terminase sus quehaceres diarios (acción que
no podía realizar en la residencia comunal Harper) le estaba resultando
demasiado tentadora. Por este motivo, continuó informando a su esposa de los
pensamientos que cruzaban por su mente:
- Y mi primera medida será la de ocupar la habitación que por status y
derechos de posesión me corresponde – concluyó. Y solo entonces fue consciente
de lo similar que había sonado su tono de voz al que solía utilizar su hermano
Anthony cuando ensayaba sus discursos e intervenciones parlamentarias frente al
resto de los miembros de su familia.
Justo después, esperó la reacción de Jezabel.
Una reacción que no se hizo esperar, por otra parte.
-
¿Qué? – gritó. Y pese a ser un grito corto y
seco, al nacer de lo más profundo de su garganta, hizo eco en el interior de la
habitación.
-
¡Qué manía la de gritar! – se quejó entre
dientes, reprobando su actitud y comportamientos con negativas de disgusto
mientras suspiraba y se armaba de paciencia para iniciar lo que a todas luces
parecía, una nueva discusión con su esposa.
-
¿Te has vuelto loco? – le preguntó, y esta vez
no le importó elevar el tono de su voz. Y antes de dar siquiera ocasión a que
Edward le respondiese, le amenazó señalándole con el dedo índice y el gesto más
amenazador que pudo crear en su rostro: - Si realmente crees que te voy a dar
mi permiso para que vengas y te adueñes de todo es que no me conoces en
absoluto -.Y tras un minuto de silencio en el cual se dio cuenta de que,
efectivamente, su esposo no la conocía de nada en absoluto, modificó la última
parte de su frase amenazadora: - Mmm… ¡estás muy equivocado! – Justo al acabar
y con la frase aún resonando en su cabeza, se dio cuenta de que esta segunda
frase no sonaba tan amenazadora como la otra y dado que lo que ella quería era
resultar lo más perturbadora y peligrosa posible decidió concluir de la
siguiente manera: - ¡No vas a llegar el último y te vas a colocar el primero! –
Aunque, para su desgracia y mala suerte, parecía que eso iba
a ser exactamente lo que iba a suceder.
Júnior iba a decirle por quincuagésima vez a su esposa lo
que pensaba acerca de su particular manera de expresión, obviando nuevamente
sus palabras al respecto de esta situación pero... no le quedó más remedio que
responder cuando, de forma inesperada su esposa dijo la siguiente frase:
-
Fuera -.
-
Perdona ¿cómo dices? – le preguntó,
atragantándose ante la incredulidad de la orden.
-
Me has escuchado tan bien como me has entendido
– respondió ella. Y por si no le quedó lo suficientemente claro, repitió: -
Fuera – Además, en esta ocasión le señaló la puerta con la cabeza.
-
Deliras – dijo Júnior, incrédulo.
-
No me he encontrado mejor de salud en mucho
tiempo – respondió ella.
-
Bromeas – continuó él, incapaz de creerse que
las palabras que habían salido de la boca de Jezabel fuesen una orden y, mucho
menos una amenaza seria.
-
Al contrario que tú, no tengo un carácter
especialmente bromista – replicó ella cargada de ironía y a la vez, siendo
graciosa.
-
Pues yo no me voy a ir – anunció Júnior.
-
¡Ya… verás… como… sí! – refunfuñó ella entre
dientes mientras empleaba toda su fuerza en intentar moverlo de la cama y,
echarlo de allí. No obstante, parecía estar muy débil y carente de fuerzas ya
que, Júnior apenas se movió del lugar que tan cómodamente habitaba.
Frustrada, incrédula y enfadada a partes iguales consigo
misma, no se dio por vencido a la primera y volvió a la carga, imprimiendo más
fuerza si cabe a su segundo intento. Con idéntico resultado.
Sin embargo, si su marido pensaba que lo iba a dejar pasar
tras un par de intentos fallidos estaba totalmente equivocado; era bastante
testaruda y no pararía hasta conseguir el objetivo que se había fijado para esa
noche y eso significaba que Edward debía irse fuera.
Cuanto antes.
Júnior suspiró resignado mientras cerraba e intentaba
relajarse; acción harto difícil gracias a las continuas maldiciones donde él
era el protagonista indiscutible y los resoplidos de su esposa prácticamente
junto a su oído.
Lo dejó estar hasta que decidió que ya era hora de que su
esposa se detuviese pues estaba perdiendo el tiempo de una manera bastante
estúpida.
-
A ver Jezabel… - inició. - ¿Realmente debo
recordarte que no solo soy más alto y más fuerte que tú sino que además he sido
soldado en el ejército y como tal, estoy entrenado y tengo un físico
espectacular? – preguntó.
-
Y un ego bastante grande – añadió ella entre
dientes con una nueva embestida.
-
Sigue, sigue cansándote – le animó él burlándose
de ella. – Puedo estar así toda la noche – añadió.
-
Y yo también – replicó ella, entornando los ojos
con furia y apartándose un mechón de cabello con un resoplido antes de volver a
“empujarle”.
“Desde luego, tiene redaños” se dijo Júnior a sí mismo
mientras miraba a su esposa con una mezcla de admiración y compasión por ella
ante la realización de una empresa tan inútil. “Quizás por eso me casé con
ella” añadió antes de que su cuerpo se sacudiese al intentar reprimir una
carcajada ante tan absurda posibilidad.
Y fue en ese preciso instante de despiste (un momento que
Jezabel había esperado fervientemente) en el que Jezabel vio su oportunidad
para echarlo de su cama y tirarlo al suelo; el único lugar de su habitación en
el cual le iba a permitir dormir, tanto si lo quería como si no.
En consecuencia ante la imprevisibilidad del ataque, Júnior
se balanceó ostensiblemente y, hubiera caído al suelo si no hubiera apoyado el
brazo sobre la alfombra situada en el lado de la cama donde estaba tumbado.
Apenas duró diez segundos apoyado con un brazo en el suelo y
su pierna opuesta formando un ángulo de cuarenta y cinco grados sobre el eje de
su cuerpo porque, ese tiempo fue más que necesario para decidir que el juego
había terminado y que su esposa necesitaba una lección. De ahí que, tomase
impulso y en un abrir y cerrar de ojos, la tuviese justo debajo de él.
-
¿Y ahora qué hacemos, mi querida esposa? –
preguntó esbozando una maléfica sonrisa.
Jezabel tragó saliva al sentir la amenaza en el tono de voz
de su esposo y se temió lo peor. Sin embargo, ni cerró los ojos ni se mantuvo
pasiva ante el posible destino que podía deparársele. Muy al contrario, en
ningún momento olvidó que su esposo acababa de realizar un esfuerzo físico
bastante grande al mantener apoyado todo el peso de su cuerpo sobre un brazo y
por tanto estaría más débil de lo habitual. Así pues, se revolvió en un rápido
movimiento y en esta ocasión fue ella la que se colocó encima.
-
Pues hacemos lo que estaba planeado desde el
principio; que te… -
Sin embargo, no le dio tiempo a concluir la frase porque, el
matrimonio vio interrumpida su discrepancia familiar de manera repentina por la
persona más inesperada de todas: el mayordomo de la casa, el señor Chambers.
Un mayordomo Chambers que había tardado en reaccionar ante
los gritos de ayuda de la señora de la casa ya que al principio pensaba que se
trataba de una de tantas ocasiones en que ésta gritaba y hablaba en sueños y
más tarde porque comenzaba a hacerse viejo y como tal, estaba perdiendo la
agilidad y velocidad que antaño le caracterizaban.
Y de poco le sirvieron al parecer ya que, cuando alcanzó la
habitación matrimonial se quedó estupefacto ante la escena que estaba
sucediendo delante de sus ojos. Temeroso de que fuera a más, tocó con los
nudillos la jamba de la puerta de manera suave, solo para hacerles saber de su
presencia allí pero… resultó inútil porque nadie se dio cuenta del hecho, de
tan enfrascados como estaban en su “amistosa” conversación.
Y de hecho, solo se percataron de su presencia allí cuando
abrió la boca para preguntar con tono de voz tembloroso si todo iba bien,
poniendo en riesgo su propio pellejo.
-
¿Se…se…señora Harper? -.
-
¡Argh! – gritó Jezabel, aunque lo más correcto
sería decir que graznó; pues el sonido que salió de su garganta fue bastante
similar al graznido de un cuervo.
Ambos se pusieron rígidos al momento y en sus rostros ambos
pusieron idéntica expresión de culpabilidad y vergüenza, por lo que no extrañó
al mayordomo que el señor Harper agarrase por la cintura a su mujer y, cual si
de una tabla de madera se tratase (pues de hecho estaba igual de rígida que una
de ellas) y la colocó a su lado izquierdo. Eso sí, antes de que volviera a
chillar como una histérica de nuevo, se cercioró de taparle la boca con una
mano, asegurándose de que la presión sobre su boca fuese lo suficientemente
fuerte como para que no pudiese deshacerse de ella con facilidad pero lo
suficientemente leve a la vez como para que respirase sin dificultad.
Una vez realizó sus acciones de preparación y bienvenida,
fijó su mirada al frente y saludó al mayordomo con la mano libre que le quedaba
y una amplia sonrisa.
Iracunda por la tardanza de su mayordomo y por el estado
inútil en que la había dejado su marido dentro de la conversación de una manera
tan rápida, impidiendo que no pudiera hacer otra cosa que patalear e intentar
liberarse del “gesto cariñoso” de su marido; lo cual le daba un aspecto de
poseída que provocaba que la preocupación y el miedo que su mayordomo sentía
por ella se multiplicase.
-
¿Se…se encuentra bien? – le preguntó con un hilo
de voz a Júnior.
-
Claro – respondió Júnior, quitando hierro al
asunto.
-
Y … ¿la señora? – preguntó nuevamente con el
ceño fruncido.
-
Divinamente – respondió tras mirar y sonreírle
de manera pícara.
“¡Ayuda, ayuda!” gritaba mentalmente Jezabel para llamar la
atención de su mayordomo; el cual al menos por longevidad, debía confiar más en
ella que en su recién adquirido señor.
Sin embargo, sus esperanzas se vieron frustradas cuando fue
consciente del sonido real que emitia su garganta y que no era otro que un:
-
¡Mjujuna Mjujuna! – que reforzaba una posible
teoría de posesión a ojos del señor Chambers.
Sea como fuera, para evitar que éste se acercara más a la
cama que ambos compartían, Júnior aumentó de manera imperceptible la presión de
la mano contra su boca y ella reaccionó mordiéndole e hincándole bien el
diente. Y aunque le dolió horrores, hecho por el cual masculló numerosas
maldiciones e insultos, se obligó a sí mismo a fingir que nada pasaba entre
ellos y miró al señor Chambers con una sonrisa en apariencia feliz con la
esperanza de que ésta lo tranquilizase lo suficiente como para que se marchase
cuanto antes y él pudiera aclarar un par de detalles con profundidad con su
esposa.
-
Todo está muy bien señor Chambers, no tiene de
qué preocuparse - - le aseguró y recalcó para conseguir su marcha inminente.
-
Pero… - titubeó el. – Escuché que gritaba y… -
añadió, dubitativo.
“¿Mentir o no mentir nuevamente?” se preguntó Júnior a sí
mismo. “Definitivamente sí” añadió.
-
¿Sabe qué señor Chambers? – le preguntó,
captando su atención. – En confianza, me voy a sincerar con usted – añadió con
tono solemne y agachando la cabeza para concederse un momento para poder pensar
une excusa verdaderamente convincente y también, para evitar echarse a reír. –
Lo cierto es que la señora y yo hemos estado bien enfadados durante buena parte
de nuestro matrimonio, de ahí que no me hayas visto por primera vez hasta la
semana pasada – inició su historia. – De hecho, mi mudanza aquí es nuestra
última oportunidad matrimonial y, como usted puede comprobar no nos vemos mucho
pero cuando lo hacemos, no podemos hacer otra cosa que discutir. Claro que
tampoco podemos estar mucho tiempo apartados el uno del otro y por eso, he
venido hoy a hacer las paces con mi Jezabel – explicó. – De hecho,
desafortunadamente para ti, acabas de descubrirnos justo en la mitad de la reconciliación – dijo,
guiñándole el ojo. – Y sí, es cierto que la escuchaste gritar pero… sólo lo
hace porque le encanta hacerme de rogar y, entre usted y yo señor Chambers, la
señora Harper siempre ha sido muy escandalosa para todo – concluyó, elevando
las cejas en un gesto bastante pícaro. - ¿Verdad que sí cariñito? – le
preguntó. - ¿Verdad que sí? - volvió a preguntarle, hablándole como si de un
bebé se tratase. – Sí – se respondió a
sí mismo por los dos antes de destaparle la boca, agarrar con una mano ambos
carrillos de su rostro, apretarlos hasta que sacó morritos y darle un sonoro
beso, muy corto de duración pero, lo suficientemente largo como para dejarla
sin capacidad de reacción antes de volver a taparle la boca.
-
Entonces ¿todo bajo control? – preguntó el señor
Chambers, aún dubitativo aunque mucho menos que al principio de la situación.
-
Sí, sí – respondió Júnior mientras que, gracias a la presión que ejercía sobre
el rostro de Jezabel conseguía que ésta también asintiese y terminase por
convencerlo completamente. – Y esta vez ¡prometemos ser más silenciosos! –
exclamó Júnior mientras el señor Chambers cerraba del dormitorio y los dejaba
nuevamente solos.
En el mismo instante en que éste cerró la puerta y Júnior
comenzó a escuchar cómo se alejaba por el pasillo (lo cual significaba que
verdaderamente había creído su historia a pies juntillas), éste soltó a Jezabel
y puso una escasísima distancia entre ambos (la cama tampoco lo permitía) para
comenzar a agitar la mano con la vana
esperanza de que este simple gesto aliviaría en algo su dolor en esa zona del
cuerpo. También lo hizo por temor a
volver a ser golpeado o atacado de forma violenta por parte de su nueva esposa;
lo cual, dado lo poco que la conocía, estaba seguro que sucedería.
Como era de esperar, esa reacción violenta apenas se hizo
esperar. Pero, sorprendentemente, la furia de la mujer no estuvo dirigida a él;
al menos de momento.
-
¿Señora Harper? – se preguntó en voz alta y cada
una de las palabras le picaba y le escocía en la lengua y la garganta. -
¿Señora Harper? – volvió a preguntar con un evidente tono de repulsión. - ¿Desde
cuándo me llama señora Harper? – quiso saber. - ¡Nunca! – se respondió
inmediatamente.
-
Mmm… querida esposa – dijo Júnior levantando el
dedo índice pidiendo permiso para interrumpir sus pensamientos y
farfulles. – No quiero meter el dedo en
la llaga pero… es que eres la señora Harper, Jezabel – explicó. – Bueno, una de
tantas – añadió inmediatamente.
-
¡Tú cállate! – le ordenó, mirándola furibunda. -
¡Todo esto es culpa tuya! – se lamentó frotándose la frente, fruto del estrés.
-
Mucho había tardado – murmuró Júnior,
mordiéndose el labio y mirando había el techo con resignación, que ya no
paciencia. – A ver… ¿qué he hecho ahora? – quiso saber sin ningún interés por a
respuesta.
-
¿Cómo se te ocurre decirle eso al señor
Chambers? – le gritó, acusándole y golpeándole en el brazo. - ¡Mañana toda la
casa sabrá que hemos dormido juntos! – exclamó alarmada con los brazos
extendidos para enfatizar la importancia de su situación.
-
¡Qué tragedia! – exclamó él sin sentimiento de
culpabilidad. Acto seguido añadió mientras le clavaba el codo en el brazo para
regodearse: - ¿Ves cómo soy un excelente mentiroso? – le preguntó. Y no
contento con hacérselo saber una vez, volvió a decir: - ¿Ves? -.
-
¿Puedes tomarte algo en serio por una vez en tu
vida? – le regañó, bastante enfadada.
-
¿Y tú podrías relajarte y dejar e
desdramatizarlo todo hasta el extremo total y más absoluto? – contraatacó él. Y
antes de que pudiera responderle cualquier otra sandez, añadió: - Además, te
pongas como te pongas, es la excusa más creíble y razonable de cuantas podíamos
haberle dado -.
Jezabel calló y se quedó pensativa durante un momento al
escuchar esas palabras y maldijo para sí, porque su marido tenía razón, Claro
que, una cosa era la realidad y otra muy distinta que ella se lo reconociese.
-
Aunque… ahora que lo pienso… quizás sí que he
sonado convincente porque no ha sido una mentira – dijo Júnior para sí aunque
en voz alta.
-
¿Cómo dices? – preguntó Jezabel mirando ceñuda a
su esposo.
-
Como has oído – dijo Júnior. Y tomó aire antes
de añadir y anunciar: - Vamos a dormir juntos, tal y como el servicio sabrá
mañana -.
En esta ocasión, no hubo reacción verbal por parte de
Jezabel. En su lugar le arrojó a la cara uno de sus múltiples almohadones.
-
¡Ja! – rió sin ganas. – Por encima de mi cadáver
– añadió, para darle mayor credibilidad a su argumento.
-
Dame el arma pues – pidió él ofreciéndole la
mano, creando extrañeza y contrariedad en el rostro de ella.
-
¿Estás hablando en serio? – preguntó, incapaz de
cerrar la boca.
-
¡Mi mujercita ya empieza a distinguir mis
ironías de mi sinceridad! – exclamó elevando las manos al cielo. – Yo diría que
este matrimonio podría funcionar – añadió mientras asentía con satisfacción y
se reía de forma suave.
-
¿Quieres ser serio por una vez? – le preguntó
sin tono de amenaza alaguno y con una sonrisa en el rostro, contagiada de la
risa de él.
“He vivido un infierno durante la mayor parte de mi vida,
incluso ahora. ¡Disculpa si puedo ser gracioso a la menor ocasión cara a la
realidad!” explicó mentalmente.
-
Estoy siendo serio – fue su respuesta a ella en
voz alta, aunque no sonó muy convencido.
-
¿Eso quiere decir que…? – preguntó ella, incapaz
de concluir la pregunta por el impacto de la revelación.
-
Hola,
compañera de cama – dijo él a modo de presentación y ofreciéndole la mano, a
modo de símbolo de un nuevo comienzo para ambos.
-
Pero… ¡tú no puedes! – exclamó ella horrorizada
apartando la mano de un manotazo.
-
Porque… - dijo Júnior, instándola a continuar
con gestos de las manos.
-
¡Es mi habitación! – exclamó ella con especial
énfasis de posesividad y a sabiendas de que ya había empleado ese argumento.
-
Ahí tienes razón – le concedió él. – Puede que
la casa sea mía y rece a mi nombre pero sin duda la habitación señorial no es
para nada señorial y sí demasiado femenina- añadió. – Pero no temas – añadió,
extendiendo la palma y poniéndola justo delante de la cara de ella; impidiendo
su posible intervención en la conversación. – Tal y como te he dicho antes,
gracias a ti he hallado mi lugar en la casa, pienso tomarme mi papel de propietario
muy en serio y por eso, solucionaré el problema de la decoración en a estancia
y de la escasez de personal – explicó. Y solo después de darse cuenta de la
empresa que se había propuesto llevar a cabo, añadió a modo de protesta: - Ay
madre… ¡qué duro es ser esto de propietario de facto! -.
-
Márchate – dijo ella, con una orden seca y sin
titubeos en el tono de voz.
-
Pero mujer ¡espera a ver mis remodelaciones! –
protestó. – Con suerte, mis decisiones os gustan tanto al perfecto David y a ti
que no harán falta ser revocadas cuando me marche y os deje en una completa
dicha conyugal – añadió.
La mención de David en un punto tan avanzado de la
conversación, devolvió a Jezabel a la realidad en la que vivía y como tal, bajó
la cabeza por la vergüenza que le causaba ser tan mala prometida y también,
para evitar que Edward se diera cuenta de ese hecho.
¿Por qué eran tan dura consigo misma?
Porque durante ningún punto de la conversación con su marido
(la cual se estaba produciendo en la misma cama) se había acordado de su
prometido David. De hecho, para ser
sincera consigo misma, no se había acordado de su prometido desde que Edward se
había mudado a su casa.
“La culpa no es solo mía” pensó, intentando quitarse
responsabilidad en esta situación. Y si la culpa no era de ella, estaba claro
de quien era: del hombre que estaba a su lado, a quien era mucho más fácil
culpar de lo sucedido.
Injusto sí, pero mucho más sencillo y rápido como vía de
escape a sus remordimientos.
-
Márchate – repitió, aún de forma más severa y,
nuevamente de mal humor.
-
¿Y abandonar este paraíso terrenal recién
hallado? – le preguntó. - ¡Ni soñarlo! – exclamó, con gesto altivo. – Anda
mira, nunca mejor dicho – dijo sonriendo por su especial brillantez a tan altas
horas de la noche.
-
Sabes que no podemos compartir la cama – le dijo
ella, buscando algo de ayuda por su parte.
-
Sólo sé que no sé nada – respondió él cruzándose
de brazos y orgulloso de haber podido parafrasear a Sócrates en tan absurda
conversación.
-
¿Y qué sugieres entonces? – le preguntó. - ¿Qué
sea yo la que me marche? – planteó.
-
En ningún momento he sugerido eso – le corrigió
él. – Pero, si eso es realmente lo que deseas hacer para salvar tu buen
nombre…creo que tú sabes mucho mejor el número de habitaciones con las que
cuenta esta casa para poder escoger la que más te plazca – explicó. – Eso sí,
no te recomiendo las habitaciones inferiores – dijo, captando el interés de su
esposa; quien lo miró con recelo. – Creo que están malditas – susurró muy cerca
de su boca, dando un carácter más escalofriante a sus palabras.- Piénsalo bien
– volvió a decir recuperando su tono de voz habitual y poniendo distancia entre
ellos. – Por un lado puedes irte a dormir a cualquiera de las otras
habitaciones de la casa o incluso a
cualquier estancia que contenga mobiliario que puedas utilizar para dormir pero
que si las comparas con la habitación señorial son estrechas, sombrías, tristes
e incómodas – enumeró utilizando los dedos de la mano. – Pero por otro lado
tienes esta espaciosa habitación, la cual es muy luminosa y con una de las
camas más cómodas en las que he tenido la oportunidad de dormir, la cual por
otra parte es la habitación en la que has dormido hasta ahora y cuyo único mal
menor es que tendrías que compartirla con tu recién adquirido marido; el cual
pese a que apenas conoces te asegura que no ronca, no es sonámbulo (“Aunque
sufre de alucinaciones continuas por la abstemia” añadió mentalmente) no se
mueve de su lado de la cama, tiene un sueño bastante profundo y suele necesitar
apenas unas pocas horas de sueño – volvió a enumerar, aunque en esta ocasión lo
hizo con la otra mano. – Difícil decisión – concluyó, con tono pensativo.
-
Para nada – dijo ella con gesto de asco.
-
¿Te marchas? – le preguntó él con interés y, con
algo de decepción en el tono de su voz si la respuesta era afimativa.
-
¿Y dejar que te regodees durante casi un mes
porque te has salido con la tuya? – le preguntó ella, ofendida. – Ni pensarlo –
añadió, altiva.
-
¿Qué dirá el servicio? – le preguntó él,
imitando y burlándose de su tono de voz alarmista.
-
Buenas noches Edward – gruñó ella mientras se
giraba y le daba la espalda para tumbarse e intentar dormir. – Por decir algo –
añadió, causando que Júnior riera a carcajadas y provocando que Jezabel soltase
otro gruñido y antes de soplar la vela que los había estado iluminando durante
toda la conversación.
“Buenas noches Jezabel. Buenas noches Júnior” se dijo éste
por tercera vez en la noche. Pero al contrario que las otras dos, con el pleno
convencimiento de que dormiría; ya que poseía todos los requisitos necesarios
para poder hacerlo.
Por ello: se tumbó, cerró los ojos, inspiró, expiró y relajó
todos los músculos de su dolorido y cansado cuerpo uno a uno.
Y, cuando parecía que por fin parecía que estaba a punto de
quedarse completamente dormido, sintió un ruido, o mejor dicho, un objeto suave
que le golpeaba de manera repetida a lo largo de todo el cuerpo.
-
¿Qué demonios? – preguntó enfadado
incorporándose para tratar de vislumbrar qué objeto era en particular en la
penumbra de la noche.
Creía que su tono intimidatorio persuadiría a Jezabel para
que detuviera de inmediato la actividad que estaba realizando en ese preciso
instante pero sucedió todo lo contrario; ella le ignoró por completo y ese fue
el motivo por el cual cuando consiguió por fin encender la vela que estaba
situada en su mesita de noche, la encontró como hacía un par de minutos:
ahuecando los cojines con el puño cerrado antes de colocarlos en fila recta
justo en la mitad de la cama de matrimonio a modo de barrera entre ambos con
una expresión de mala leche y extrema concentración en el rostro.
-
¿Se puede saber qué haces ahora? – le preguntó
de nuevo, tan solo para captar su atención ya que tenia una idea bastante clara
de lo que estaba intentando hacer.
-
Puede que haya decidido compartir cama contigo
pero otra cosa muy distinta es que haya decidido fiarme de ti – le explicó,
antes de reanudar su tarea.
-
Me duelen tus palabras – dramatizó él llevándose
la mano al centro del pecho.
-
Seguro – dudó ella antes de soplar tan fuerte
que terminó por apagar la vela de Júnior.
-
Oye, puede que tu camisón, aún más puritano que
el de las mojas y novicias de algunos conventos que he tenido el placer de
visitar guste e incluso excito en grado sumo al perfecto David pero, ese no es
para nada mi caso – informó. – Por mi parte puedes estar tranquila – aseguró.
-
Bien – dijo con un gran asentimiento de la
cabeza antes de volver a darle la espalda en el colchón.
Júnior sabía que no debía. Es más, ni siquiera quería
hacerlo pero… había descubierto que no había cosa que más le gustaba en el
mundo que burlarse y provocar a su recién descubierta esposa y por ello, de
manera muy astuta esperó a notarla completamente relajada por la uniformidad de
sus respiraciones, superó las “defensas” de protección que había construido y
le susurró al oído; erizando todos y cada uno de los vellos de su cuerpo con
este gesto:
-
¿Ves cuán fácil es superar las barreras que te
empeñas en interponer entre nosotros, preciosa? -. ¡Shhh! – dijo, posando un
dedo sobre sus labios para impedir que volviera a gritar. – Relajate preciosa,
que no voy a hacerte nada hoy. Aunque no te lo creas, ese no es mi estilo –
añadió. – De hecho, sólo actuaré cuando seas tú quien me lo pida – explicó,
antes de quitarle el dedo de los labios. – Buenas noches y descansa Jezabel –
volvió a susurrar. – Si es que puedes – concluyó y acto seguido le dio un beso
en la mejilla y se giró en la dirección opuesta, sabedor seguro de que si
habría alguien en esa habitación que no dormiría esa noche no sería él.
[1]
Carlton Hosue: Mansión londinense
construida en el siglo XVIII y cuyo primer residente fue el barón de Carlton
del príncipe regente durante varias décadas antes de que éste decidiera hacer
de su residencia oficial Buckingham House (el actual palacio de Buckingham),
situada entre el Pall Mall y el Mall, ambos en el distrito de St James y al
oeste de la plaza de Trafalgar Square. Dicha casa fu derruida en 1825.
XDXDXDXDXDXDXD que capullo!! me encanta, 1 a 0 en favor de Junior!! A ver cuando es el siguiente combate XD
ResponderEliminaransiaba tu regreso lo ansiaba para llamarte MALOTA MALEFICA MALVADA PERVERSAMENTE MALA MALIGNA MALEVOLA Y UN LARGO ETC DE MALEFICENCIAS HACIA TU PERSONA POR DEJARME EN LO MEJOR JOE Y CON GAAAANAS DE MUCHO MAS y prosiguiendo con el comentario JAJAAJAJAJAAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA QUE BUENO JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA ME MEO JAJAJAJAJAJAJAJA NO PUEDO MAS DE LA RISA JAJAJAJAJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJA ERES MU GRANDE MU GRANDE JUNIOR UN MONUMENTO PARA CUANDO EL SIGUIENTE ASALTO DESDE LUEGO GENIAL GRANDERRIMO BUENISISIMO Y GENIAL EL MAYORDOMO INTERRUMPIENDO EN LO MEJOR Y FINALAZO PARA EL CAPI JOE QUE ME HAS DEJADO CON LA INTRIGA Y CON GANAS DE CARNACA COMO SIEMPRE ASI QUE QUIERO MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS MALOTA MALVADA
ResponderEliminarHE DICHO