CAPÍTULO VII
Díselo
con flores… y comida
Y en la primavera, cuando las
flores del manzano tiñen el seno de las palomas,
En la hierba yacen dos amantes
que han leído la historia de nuestro amor.
Han leído la leyenda de mi
pasión y conocido el secreto amargo de mi corazón.
Besándose como nosotros nos
hemos besado, pero nunca lejos como nosotros lo estamos.
Pues la flor carmesí de nuestra
vida es devorada por el gusano de la verdad,
Y ninguna mano recogerá los
marchitos pétalos de la rosa de la juventud.
Sin embargo, no me arrepiento
de amarte, ¿qué otra cosa puede hacer un muchacho?
La flor del Amor Oscar Wilde (1854-1900)
Que Jeremy Gold no
había tenido una buena sesión parlamentaria era algo normal y habitual. También
era un molesto hábito al que se estaba acostumbrado desde que decidiera romper
con la tradición familiar política y cambiarse al partido liberal.
En realidad, no lo
sentía tanto por él. Las verdaderas perjudicadas y afectadas eran las viudas
londinenses de baja alcurnia y de los alrededores. Unas mujeres por las que se
preocupaba y pretendía mejorar en todo lo posible su situación como
compensación al placer que tantas y tantas viudas aristocráticas le habían
proporcionado.
Pues bien, esas
mujeres que tantas esperanzas e ilusiones habían depositado en él iban a
retirarle la palabra, a proponer que se le destituyera de su actual puesto de
representante político de ese colectivo y a declararle su único y principal
enemigo público.
Y lo mismo sucedería
con su escaño dentro del partido y su silla dentro de la Cámara de los Lores;
que pronto acabarían por cesarle y ofrecérselo a algún otro (joven) noble al
que considerasen mucho más útil y beneficioso (y que les proporcionase un
número mayor de victorias) para el partido.
Sin embargo, hoy y
sin que sirviera de precedente (aunque tampoco le servía como una excusa
válida) hoy la culpa no había sido suya. Llevaba semanas y meses preparándose
este discurso y su réplica y por tanto, había acabado por aprenderse ambos de
memoria.
Aún así, nuevamente
había fracasado hoy.
¿Por qué?
¿Cómo era posible?
La respuesta a estas
preguntas era bien sencilla: la culpa no había sido de Jeremy sino de Verónica
Rossi.
La maldita Verónica
Rossi, si le preguntabas hoy la opinión a Jeremy.
Una mujer quien,
oportunamente había escogido la noche anterior como la más indicada y adecuada
para realizar su reintroducción y reincorporación en sociedad londinense después
de varias semanas demostrándole a los Meadows su elegancia, saber estar y
discreción.
O resumiéndolo en
una sola frase: su perfección total y absoluta en todos y cada uno de los
diferentes aspectos de su comportamiento y acciones en público.
Anoche esta decisión
le pareció bastante acertada. Incluso la aplaudió y alabó; coincidiendo en su
parecer (lo cual no sucedía en años) con la chiflada de Rosamund pues ambos
pensaban (y le hacían saber a diario) que consideraban una pérdida total y
absoluta de tiempo que pasase los bailes calentando una de las sillas de las
destinadas a las solteronas.
De ahí que se
mostrase entusiasmado y que, justo antes de que comenzara a pasearse por los
alrededores de la pista de baile le lanzase una de sus sonrisas más seductoras
(sin ningún resultado y efecto en ella) para infundirle ánimos y confianza;
pues sospechaba y temía que tenía terror a fracasar socialmente.
No obstante, sus
emociones y sensaciones positivas se borraron de un plumazo cuando la vio en
brazos de su primer acompañante de baile de esa noche con su vestido verde. Un
vestido verde, el cual no sabía por qué hoy era diferente al del resto de su
vestuario barroco habitual y mucho más acorde a la moda que se estilaba. Y por
tanto, ajustada.
Muy ajustada a sus
curvas.
Unas curvas que, por
si no se había hecho presentes y manifiestas al resto de los allí presentes, se
veían potenciadas por uno de sus tantos e inseparables corsés de la extensa y
prolífica colección de los de Verónica. O Ronnie, como le gustaba que la
llamasen sus íntimos.
Al menos, así se lo
había hecho saber a cinco de los hombres con los que bailó la noche anterior.
Dato del que él se había hecho eco mientras caminaba despreocupadamente entre
los invitados allí presentes.
Un corsé que la noche
anterior tenía forma de corazón (y que dejaba entrever demasiada carne de
cierta parte de sus anatomía que se había desarrollado bastante en los últimos
ocho años y por tanto, le sobresalían bastante) cuyos bordes eran negros y que
tenía bordados picas negras.
Picas negras que
también aparecían en las mangas ligeramente abullonadas de las mangas del
vestido. Mangas por decir algo ya que estaban confeccionadas de fino y
trasparente organdí y del que por tanto, revelaban la totalidad de la carne que
componían ambos brazos.
Para rematar su
conjunto había decidido prescindir de guantes y gargantillas y se había
adornado únicamente con un anillo de oro con una esmeralda engastada y unos
pendientes en cascada con el mismo metal y las mismas piedras preciosas.
Así fue, como con un
atuendo tan sencillo (entendiéndose sencillo en comparación al del resto de
mujeres allí presentes) hizo saber a todos su nuevo status de disponibilidad
social.
¿Reacciones a este
hecho?
Dos principalmente:
1. El odio y repulsión más absoluto de parte de
la mayor parte de la nobleza.
2. Todo lo contrario; es decir, el amor y la
adoración más rotundo por parte de todos los hombres (solteros y casados).
Consecuencia a esto:
en poco tiempo Verónica se vio rodeada de hombres. Hombres que consiguieron que
un momento su nueva tarjeta de baile estuviese lleno de nombres y títulos
nobiliarios.
Verónica estaba
encantada por este hecho.
Otra cosa muy
distinta era Jeremy.
Sentimientos y
sensaciones encontrados eran los que surcaban por su mente mientras la veía
bailar con unos y otros hombres.
Por un lado, se
sentía feliz ya que al fin había abandonado su autoimpuesto período de
inactividad y también orgulloso porque había conseguido su objetivo de
deslumbrar a su familia y demostrarle
qué era lo que se habían estado perdiendo durante los últimos ocho años.
Pero por el otro
lado… (El lado que hacía acto de presencia cuando conseguía cruzar a nado el
mar donde habitaban sus peces mentales) se sentía preocupado y ¿por qué no
decirlo? Algo celoso también.
Preocupado por el
número y la alarmante proporción de libertinos que habían corrido a su lado
para pedir y conseguir compartir un baile con ella.
Bien es cierto que
entre los numerosos acompañantes de baile de Verónica de esa noche también
había un alto porcentaje de hombres casados. No obstante, por cada hombre
casado (y respetable) que bailaba con ella, al menos había otros dos de vida
licenciosa (y de conducta inapropiada) que hacían lo propio; lo cual no era
precisamente lo más adecuado para su recién conseguida buena reputación.
Por desconocida
suerte para Verónica, era una ventaja que vivieran en la misma casa y que fuera
ocho años mayor que ella. Como decía la frase, la veteranía era un grado.
Y en este caso era
completamente cierto.
¿Por qué?
Porque al ser más
mayor que ella y por tanto, que la mayoría de hombres que estaban perdiendo el
tiempo con ella los conocía a la perfección.
Sabía perfectamente
cuáles eran sus modus operandi, sus puntos fuertes y los débiles que lo
caracterizaban. Informaciones especialmente valiosas en esta ocasión y que por
eso, iba a compartir con su inquilina temporal en cuanto tuvieran un momento a
solas en su casa.
Su grado de
preocupación creció, rayando los niveles de alarmismo en torno a la medianoche
, cuando comprobó con sus propios ojos cargados de horror cómo también se le
acercaron hombres de su quinta cargados de no muy buenas intenciones.
Estos hombres (entre
los que se incluía) eran mucho más peligrosos pues sus métodos de seducción
eran más elaborados y sofisticados. Y por tanto, mucho más sutiles y letales.
Nuevamente, su edad
era una ventaja. Un plus en este caso, ya que además de conocer su método de
proceder también les conocía personalmente y por tanto, podía advertirles de
antemano acerca de la situación sentimental de Verónica y recomendarles
(exigirles más bien) su retiro a tiempo antes de que hiciesen el mayor de los
ridículos antes de que Dante viniese a Londres a por ella.
Esto lo hacía por
ellos; ya que Verónica aparte de preciosa (incluso más que su hermana en su
opinión) era agradable y encantadora y por tanto, contaba con todos los
requisitos necesarios para transformar a un libertino en el mayor de los
imbéciles por culpa de un enamoramiento hacia su persona. A él le había
sucedido (aunque nunca fuese correspondido) y por tanto, sabía muy bien de qué
estaban hablando.
En cuanto a los
celos… no eran unos celos enfermizo o irracionales a causa del deseo e impulso
de poseer la y ser el único centro de su atención esa noche. Eran más bien
punzadas variables en la escala de dolor cerca de su pecho. Punzadas que solo
podían ser identificadas como una mezcla de desilusión y decepción porque a él
también le hubiera gustado ser una de sus numerosas parejas de baile;
especialmente ahora que había recordado que era una excelente bailarina según
veía cómo se iba intercambiando con unos y otros.
Lo que ninguno de
esos hombres sabía que él, al contrario que ellos, la había besado. Y que ese
beso era el beso más dulce que jamás había compartido con ninguna otra mujer en
toda su vida (y no precisamente por las comparaciones que hizo entre ella y un
merengue)
Por ello, sentía una
cierta superioridad sobre el resto de los hombres que circulaban y pululaban a
su alrededor (número que parecía no dejar de aumentar). Superioridad que esperaba
seguir poseyendo, ya que si se enteraba o llegaba a sus oídos el más mínimo
rumor de intentos o conatos de acercamientos o proposiciones para con Verónica,
que el malnacido, el cielo y la tierra se preparasen para la violencia de su reacción.
Jeremy se autobligó
a calmarse y a detener esa línea de pensamiento porque conservaba esa primacía
Posición reforzada sobre el resto cuando Verónica, antes de iniciar cualquier
danza con una nueva pareja de baile, buscaba su mirada entre la multitud para
pedirle su aprobación al hombre en cuestión y a su comportamiento para con
ellos.
Miradas a las que él
respondía no aguantando su mirada o con gestos de asentimientos, no. Porque
aunque fuesen imperceptibles, esta sociedad era cotilla en extremo y cualquier
mínimo gesto servía y bastaba para disparar los rumores. Más ahora con la
aparición de Chrsitina Thousand Eyes. No quería arriesgarse a disparar rumores,
cotilleos y comentarios de ningún tipo que la implicaran directamente.
Por eso, como
respuesta afirmativa ante su pregunta silenciosa bebía un trago de la copa que
tuviese entre las manos. Y si no tenía ninguna en ese preciso momento, iba a
por otra para hacérselo saber.
Consecuencia de
esto: acabó la noche bastante perjudicado en lo que a niveles de alcohol se
refiere (una desventaja de que no le gustasen las limonadas)
Segunda consecuencia
de estado de embriaguez: la monumental resaca con la que se había despertado
esa mañana. Resaca solo comparable a las de su etapa de recién estrenada viudez
(y esta puede que algo más grande) ya que no había llevado la cuenta total de
vasos y botellas).
Además, debía
añadirse la atenuante de que apenas había descansado la noche anterior. En
otras palabras (y tercera consecuencia de la noche pasada) casi no había
dormido. Y una persona ebria y casi sin dormir, jamás de los jamases podía
levantarse de buen humor.
Pero ¿por qué no
había dormido si normalmente cuando se emborrachaba caía como un tronco?
Por culpa de
Verónica Rossi y de sus corsés.
Una Verónica Rossi y
sus corsés que habían sido tema recurrente en sus sueños (corrección,
recreaciones) demasiado vívidos y de dos tipos durante toda la noche pero que
tenían como punto en común el final: ella desnuda y por tanto, despojada de tan
sempiterna prenda. En ocasiones en su mente era desnudada por alguno de los
hombres con los que había compartido un baile, una conversación o algunas
risas; lo cual le provocaban pesadillas de las que se despertaba gruñendo
enfadado y furioso y en otras ocasiones era él mismo quien la desnudaba
Sin duda este tipo
de ensoñaciones eran mucho más placenteras. Y pecaminosas, de ahí que se
cortaran de raíz bien por la aparición de los peces o bien porque también
acabara despertándose de manera brusca y empapado en sudor (cuarta consecuencia)
cuando su aturullada y desorientada cordura conseguía encontrar el rumbo entre
el brumoso y confuso camino de la embriaguez para hacerse nuevamente con el
control de su mente.
Por si estas dos ramificaciones
somnolientas no fueran suficientemente agradables, Jeremy debía incorporar la
aparición a intervalos de episodios de su matrimonio con Rebecca… en
conclusión, su noche había sido demasiado movida como para descansar.
La quinta
consecuencia de beber en exceso y primera de sus eróticos sueños era que cierta
parte de su anatomía también se despertaba bastante dolorida y bastante
necesitada de amor.
En conclusión,
aparte de cansado y enfadado también se había despertado esa mañana bastante
frustrado sexualmente hablando.
De ahí que la mezcla
de tantos estados sumados a la resaca explicara su nuevo fracaso escénico
porque aunque se sabía el discurso a la perfección adolecía de fluidez ,
firmeza y rapidez en lo que a la hora de proporcionar respuestas (además de que
en su derrota también había influido y bastante que lo que hasta ayer por la
tarde había estado ordenado y perfectamente accesible en su mente, hoy se había
descolocado y le había sido mucho más difícil, sino dar con él, al menos
recordarlo)
Y por último (como
si todo esto no hubiese sido ya de por sí suficiente) como siempre que
finalizaba una sesión parlamentaria, fuese para bien o para mal (aunque nunca
se había dado el primer caso) iba a tomarse una copa bien a White’s[1] o a Boodle’s [2]y hoy no había sido una
excepción.
Hoy, tras tomarse la
copa (que le servía como momento de reflexión y análisis) decidió ir a casa
caminando.
Con tan buena suerte
que a mitad de camino la lluvia, en uno de sus habituales chaparrones
primaverales, comenzó a descargar con fuerza. Y con la lluvia e mojaron su capa,
sombrero y bastón nuevos.
En la puerta de su
casa, se detuvo un instante para tomar aire y que la respiración volviese a la
normalidad tras la carrera que había realizado para mojarse lo menos posible.
“Hogar dulce hogar”
pensó mientras se quitaba el sombrero y la capa y los cargaba en el mismo brazo
en que llevaba el bastón para ahorrarle el trabajo y molestia al señor
Atkinson; su mayordomo de toda la vida antes de llamar al timbre y de que este
le abriese la puerta.
Cuando lo hizo,
precisamente esa fue la primera acción que realizó sin prestar atención parte
de su inmenso vestíbulo estaba lleno de ramos y jarrones con todo tipo de
flores.; incluso algunas que él no había visto en su vida.
De inmediato, el
primer pensamiento que tuvo ante tal cantidad de flores fue negativo. No era
normal algo así en un día corriente como cualquier otro.
Lo cual solo podía
significar una cosa: algún familiar cercano había fallecido. Y él tenía varios
tíos de edad avanzada, de los cuales uno especialmente gozaba de una salud
delicada: el tío Robert.
“¡Oh Dios mío!”
exclamó con tristeza. “El tío Robert ha muerto” añadió, apesadumbrado.
Acto seguido, cogió
el sombrero (mucho menos calado de lo que le había parecido en un principio) y
la capa de forma brusca de las manos del señor Atkinson; quien no se había
movido de su lado, antes de preguntarle educadamente.
-
¿Quién
se ha muerto?
-
¿M..m…mm…mmuer…
to señor? - tartamudeó por la noticia el mayordomo.
-
¿Ha sido
el tío Robert? – volvió a preguntar Jeremy ignorando al mayordomo.
-
¿El
conde Robert Gold? – fue la réplica del mayordomo. – Pero si ha estado aquí
hasta hace un momento – le explicó, confundido.
-
¿Qué ha
estado aquí hace un momento? – le preguntó sorprendido - ¿Y entonces quién se
ha muerto? –añadió, mirando otra vez hacia las flores
-
N…n…Nadie
que yo sepa – le respondió.
“¿Y entonces las flores?” se preguntó.
-
¡Jeremy!
– exclamó su madre en clarísimo tono de reprimenda. - ¿Se puede saber a qué
vienen esas preguntas tan lúgubres? – exigió saber. - ¿Es que quieres echarle
un mal fario a la familia? – añadió enfadada.
-
Buenas
tardes madre – respondió él, saludándola con dos besos en las mejillas e
ignorando deliberadamente con esta acción su reacción.- Dime ¿desde cuándo
hemos montado una floristería en nuestro vestíbulo? – le preguntó irónico con
una sonrisa mientras señalaba con la cabeza al jardín botánico del interior de
su casa. - ¿Tan mal anda el ducado de fondos? – quiso saber con una burla
velada esta vez; ya que aunque ahora el heredero nominal era su hermano pequeño
Graham, debido a su edad aún era él el encargado de las finanzas. De ahí su
burla pues conocía de sobra el buen estado de bonanza económica del que
gozaban-.
Justo cuando su madre iba a responderle lo vio.
Un destello dorado.
Un destello dorado que se movía entre las flores.
Un destello dorado que pertenecía
y formaba parte de los cabellos de una persona que, como no podía ser de
otra manera era rubia.
Y solo había una cabeza rubia, tan rubia como la suya cuyos cabellos
perteneciesen a los de una mujer: su hermana.
Aunque este hecho era una certeza más que probada, le costó pronunciar
su nombre para incluirlo en una pregunta:
-
¿Ka…Katherine?-.
-
¿Me
llamabas? – le respondió ella incorporándose y con alunas flores enganchadas en
su pelo.
-
¿Qué
demonios haces? – le preguntó, alucinando.
-
¿A ti
qué t parece? – le preguntó ella con los brazos en jarras enfadada. – Buscar
entre las flores – añadió, como si nada.
“¡Uf!” exclamó aliviado Jeremy. “Las flores son para Katie y no para
nadie más” añadió. “No hay ningún tío muerto” concluyó.
-
¡Katherine!
– exclamó su madre para regañarla. - ¿Qué te he dicho yo a ti antes? – le
preguntó. – No es de señoritas fisgar entre las cosas que no son tuyas – le
recordó, señalándole con el dedo índice.
Pero Katherine la
ignoró. Para ella era muy importante el asunto que se traía ahora entre manos;
casi vital. Por este motivo, sacó la lengua a su madre y retomó con igual
intensidad la actividad que estaba realizando.
A Jeremy le estaba
costando trabajo entrar a formar parte de la situación de forma activa con
tanta información y pequeñas historias sucediendo a su alrededor a la vez. Ese
fue el motivo por el cual dijera con algo de retraso, levantando la mano y cara
de tonto:
-
¿Me
estás queriendo decir que esas flores no son para ti? – preguntó al aire. – Y
¿para quién sino son entonces? – le preguntó sorprendido a su madre.
-
¿Para
quién crees? – le preguntó su madre con cierto rin tin tín.
Rápidamente, una
respuesta se formó en su mente.
“Verónica” pensó.
“Verónica” repitió. “¿Verónica?” se preguntó, girándose y acercándose
boquiabierto a la pradera creada de forma artificial en su vestíbulo mientas la
miraba desde una nueva perspectiva; totalmente opuesta a las anteriores.
“¿Todas estas flores
son para Verónica?” se preguntó sorprendido. “¿Quién se las ha enviado?” añadió
enfadado mientras elaboraba una lista mental de posibles candidatos mientras
intentaba aplacar el instinto repentino y furibundo de desalojar y deshacerse
de todas las flores allí instaladas de manera violenta.
. Y si todas estad
flores son para Verónica ¿qué hace Katherine pululando y rebuscando entre
ellas? – volvió a preguntar a su madre con el ceño fruncido, incapaz de
entender la situación.
La pregunta iba
dirigida lady Justine Gold pero fue la propia Katherine quien, por alusiones
respondió, reincorporándose nuevamente y escupiendo varios pétalos de flores
antes de responderle, señalándole con un crisantemo amarillo que había
arrancado de uno de los ramos.
-
¿No es
obvio? –le preguntó. – Estoy descartando admiradores – añadió mientras volvía a
agacharse y continuaba leyendo las tarjetas de las flores enviadas.
“¡Caramba!” exclamó Jeremy sorprendido hasta el extremo por las
palabras de su hermana. “Katherine y yo hemos pensado lo mismo” añadió. “Con un
día de retraso pero lo mismo al fin y al cabo” concluyó con satisfacción y
orgullo. “Quizás es más inteligente de lo que aparenta ser…”
-
Pues me parece muy bien Katie – dijo. – Al fin
y al cabo, ninguno de los dos queremos que Verónica se vea envuelta en un
escándalo sin darse cuenta y por culpa de alguno de estos hombres – añadió. –
Es un acto muy noble por tu parte – le felicitó.
-
¿Qué
tonterías estás diciendo? – le preguntó ella confusa por las palabras de su
hermano. – No le estoy descartando pretendientes Verónica ¡me los estoy descartando a mí!
- exclamó señalándose y ofendida por la
estupidez de su hermano mayor.
-
¿Cómo? –
preguntó, confuso Jeremy por las palabras de su hermana.
-
Yo creo
que está bastante claro; ayer un buen número de hombres se acercó a Verónica
bastante interesados y atraídos por ella. Eran tantos que no me pude dar cuenta
de si entre ellos había alguno de mis pretendientes habituales hasta lo de
ahora y por tanto, no me queda de otra que leer y revisar una a una las
tarjetas para descubrirlo – explicó. – Porque si cambian de parecer y de gusto
a la mínima, no son buenos candidatos y aspirantes a marido – añadió con gesto
ofendido, recordando que ya había encontrado tarjetas con mensajes sugerentes
de cinco hombres que hasta ayer bebían los vientos por su persona.
“Ya decía yo…” pensó Jeremy, “¿Katherine siendo altruista y
preocupándose por alguien antes que por ella?” se preguntó, decepcionado con su
hermana y descendiéndola otra vez a su nivel anterior de inteligencia por su
extremo nivel de egoísmo. Aunque pronto se dio cuenta de que tampoco podía
mantenerla ahí ya que su hilo de argumentación era bastante razonable y eran
bastante lógicos.
Ergo: no era tonta.
Al final, la
consideró inteligente a medias.
-
Y
¿Verónica está de acuerdo con lo que estás haciendo? – le preguntó bastante
seguro de que la respuesta sería negativa.
-
Ni lo sé
ni me importa – le respondió su hermana con un encogimiento de hombros. –
Además, jamás se enterará, dado que está dormida – explicó. – Y a este paso,
conseguiré verlos todos para cuando se despierte – añadió, volviendo a agacharse.
-
¿Qué? –
preguntó sorprendido lanzando sendas miradas reprobatorias de disgusto por su comportamiento tanto a su madre como a
su hermana. Pero, por si acaso ese gesto tan “sutil” no les dio indicios suficientes
a las mujeres, añadió: - Lo que estás haciendo es fisgonear, doña cotilla -. –
Por otra parte, no me extraña en absoluto que continúe durmiendo – afirmó con
rotundidad; convirtiéndose en el centro de atención para las mujeres del
vestíbulo. – Habéis sometido a la pobre chica a un ritmo vertiginosos de
actividades sociales de todo tipo e índole desde que llegó hace poco más o
menos de dos semanas sin permitirle descanso alguno – les reprochó. – Por tanto
– dijo asintiendo con la cabeza – es normal que su cuerpo haya dicho basta y
que le hay exigido como mínimo un día de descanso – concluyó.
Ambas mujeres se
quedaron mudas y se miraron boquiabiertas ante las palabras de Jeremy. Un
instante de silencio roto por Jeremy quien, temerosa se atrevió a preguntarle:
-
Jem… ¿te
encuentras bien? -.
Mientras Katherine
pronunciaba esa frase, lady Dunfield posó la mano derecha sobre la frente de su
hijo para comprobar si su temperatura corporal era la adecuada mientras que con
la derecha se aseguraba de que el número de pulsaciones por minuto era normal,
aumentando su desconcierto y confusión por la afirmación de Jeremy,
-
Madre
¿qué haces? – le preguntó frunciendo el entrecejo.
-
Asegurarme
de que no estás enfermo – le explicó lady Dunfield mucho más tranquila al
comprobar que su hijo estaba sano.
-
¿Por
qué? – quiso saber, frunciendo aún más el entrecejo.
-
Porque
es la primera vez en mucho tiempo que sales en defensa de una mujer no viuda –
explicó Katherine entrecerrando los ojos, no muy segura de que fuera Jeremy
quien había hablado. – Concretamente – añadió, adquiriendo su pose de
recordatorios (consistente en una mueca en sus labios por el lado izquierdo
mientras que con el dedo índice tamborileaba su dedo índice) no decías nada
agradable sobre una mujer desde el tiempo en que estabas casado con…-.
-
¿Qué tal
la sesión hoy? – preguntó lady Dunfield de manera nerviosa a su hijo, cortando
de raíz la frase que a punto había estado de pronunciar su hija, siendo
consciente de la metedura de pata que había estado a punto de cometer.
-
Mal –
respondió Jeremy con un suspiro antes de añadir disgustado: - Papá ha vuelto a
ganarme – explicó.
-
¡Mi
pequeño niño! – exclamó abrazándole y dándole besos en las mejillas para
consolarlo. – No te preocupes cariño – le dijo. – Seguro que la próxima vez lo
consigues – concluyó.
Jeremy asintió
resignado, ya que su madre le animaba siempre con las mismas palabras. El
problema era que nunca había una próxima vez con victoria por su parte. Y
parecía que a este paso nunca la habría.
-
Sé que
esto no es consuelo y me hubiera gustado más utilizarlas en la celebración de
tu victoria pero… aún así encargué esos mini croissants llenos de crema y
mermelada en la pastelería para merendar con un té. ¿Quieres? – le preguntó,
entrelazando su codo con el de él comenzando a guiarle.
Jeremy sonrió y
asintió de manera vigorosa: se pirraba por los dulces. Por la comida en
general.
-
Katherine,
hora del té - ordenó su madre.
Pero Katherine
permaneció inmóvil rodeada de flores mientras tenía la mirada fija en la
tarjeta que tenía en las manos.
-
Katherine ¿es que no me has oído? – le preguntó
enfadada. – Hora del té – repitió.
Esta segunda vez Katherine reaccionó. Y lo hizo dando un grito tan
fuerte que acabó trastabillando y cayendo de culo aterrizando sobre uno de los
múltiples ramos de flores que le habían enviado a su amiga.
Desde esa posición repitió el grito y añadió:
-
¡La
mato! - exclamó, rechinando los dientes. - ¡Juro que la mato! – añadió,
iracunda.
-
¿Qué? –
preguntaron madre e hijo preocupados y desconcertados por la violencia en la
reacción de Katherine.
-
Esta
tarjeta – dijo, mostrándosela a ambos. - ¡Es del duque de Silversword! –
exclamó. - ¡Del duque de Silversword! – les repitió para hacerles patente la
gravedad e importancia de esta acción (o acto de traición) suponía para ella.
-
¿Qué? –
preguntó Jeremy sorprendido y enfadado mientras se soltaba de su madre, iba
dando saltitos entre los distintos ramos de flores allí colocados (y evitar más
estropicios) hasta situarse junto a su hermana.
Una vez allí, le arrancó la tarjeta de las manos de forma brusca (de
manera tan brusca que a punto estuvo de romperlo, de hecho) mientras le dijo: -
¡Trae acá! -.
Ya en sus manos, la leyó con detenimiento y…
Efectivamente.
Su hermana tenía razón.
La tarjeta era del duque de Silversword. Así lo confirmaban además el
escudo familiar nobiliario, el mensaje escrito a mano (con su inconfundible y a
veces indescifrable letra) y su firma: William Crawford.
“¿El novato estuvo anoche en el baile de los…?” se preguntó. “¿Conoció,
conversó y bailó con Verónica?” añadió. “¿Cuándo?” quiso saber confuso y
desconcertado por la revelación, ya que hasta donde él sabía, William Crawford
se había negado en rotundo a hacer ningún tipo de aparición pública desde que
fuera declarado héroe nacional tras su regreso de las guerras napoleónicas
(para su tranquilidad, ya que Katherine estaba más que deseosa en conocerle,
cazarle y convertirse en la nueva duquesa de Silversword).
Por tanto, si hubiera aparecido anoche, hubiera causado un revuelo y
alboroto considerable. En cambio anoche, la única causante de revuelo y
alboroto fue Verónica.
Con lo cual… algo no encajaba aquí.
“Voy a tener que hablar muy seriamente con él” pensó Jeremy furioso
mientras rechinaba los dientes, la arrugaba y se la guardaba en el bolsillo de
la chaqueta, haciéndola desaparecer de la circulación.
-
¡Niños
desobedientes! – exclamó lady Dunfield chasqueando los dedos y llamándoles la
atención. – Es la tercera vez que os he dicho que es la hora del té, así que
vamos – ordenó caminando hacia el saloncito del té.
-
¿Y
Verónica? – preguntó ella. “Tengo que tratar una serie de asuntos muy
seriamente con esa señorita” añadió enfadado.
-
¿Verónica?
– preguntó lady Dunfield girándose nuevamente antes de bufar y añadir: - ¡A
saber cuándo despierta esa marmota! – exclamó, con desprecio. - En esta casa
hay unos horarios de comida y del té. Horarios que no se modifican por nada ni
por nadie. Ya se ha saltado la comida y, al paso que va también se saltará la
hora del té, así que solo nos quedará esperarla para la cena y si para esa hora
tampoco está despierta, se quedará sin comer en todo el día – añadió. - Así
aprenderá a respetar horarios – apostilló enfadada.
-
Madre… -
inició Jeremy con tono de advertencia.
-
Buenos
días – dijo Verónica apareciendo de repente en mitad de la escalera recién
levantada (así lo indicaba la leve hinchazón bajo sus ojos) y con su cabello
ondulado aún húmedo, sonriente y muy descansada.
Con este saludo se convirtió en el centro de los tres. De este modo Jeremy comprobó boquiabierto
cómo a pesar de que no llevaba maquillaje y a estar recién levantada estaba
mucho más guapa que cuando pasaba horas y horas preparándose para asistir a
cualquier evento.
También descubrió que para hoy, había escogido un vestido de lino
amarillo muy del estilo barroco que solía utilizar y con multitud de capas;
pues el lino era una tela extremadamente fina.
De inmediato, viéndola con esa sonrisa y esperando su aprobación ahí
parada en mitad de las escaleras, recordó una situación muy similar producida
hacía ya diez años producida en la escuela para señoritas de Miss Carpet. Justo
el día en el que le presentó a su prometida Rebecca a su hermana y sus amigas.
Pero también recordó que Verónica vestía de amarillo el día que la
conoció hacía catorce años; el mismo día caluroso de finales de junio en el que
le mató una de las mariposas que estaba cazando por el jardín.
Jeremy se extrañó y contrarió por la multitud de recuerdos que poseía
asociados al color de amarillo. Y lo hizo porque él nunca recordaba nada; ni
fechas, ni aniversarios, ni fiestas importantes. Nada.
No entendía por qué esto sí.
Lo cual era significativo para él.
Cuando Verónica abrió los ojos esa mañana, los rayos del sol se
filtraban con fuerza a través de las oscuras cortinas de la habitación. Lo cual
solo podía significar una cosa: había dormido hasta tarde.
Una noticia muy agradable y positiva para su cuerpo; necesitado con
urgencia de un período de descanso pues, desde que había regresado a Gran
Bretaña hacía ya casi tres semanas y se había alojado con los Gold, su ritmo
vital era ajetreado y frenético.
Además, aún no había terminado de acostumbrarse al horario de comidas
(y cantidades de las mismas) británicas; especialmente el de las cenas. Y ese
era también era motivo de su agotamiento corporal.
Por eso, comprobó con satisfacción cuando se cercioró que hoy no la
habían llamado y despertado. De hecho, cuando se incorporó (y después de
bostezar y estiró los brazos varias veces) ni se molestó en mirar el reloj de
bolsillo de su muñeca. Lo que hizo a continuación fue la segunda cosa que ella
consideraba básica y necesaria para tener un buen día tras unas horas de sueño
reparador: darse un baño de agua caliente en la tina (baño que incluyó lavarse
a conciencia el cabello)
Era tal su buen humor que decidió ponerse un vestido de colores ligeros
que resaltaba aún más su bronceado. Y sabía perfectamente cuál de sus vestidos
era el que cumplía mejor con este propósito: el amarillo confeccionado con lino
y cuya falda contenía numerosas capas.
Solo una vez vestida y totalmente preparada para afrontar un nuevo día,
su estómago comenzó a rugir de forma sonora; claro síntoma indicador de que
tenía hambre.
Mientras salía de su habitación y se dirigía al vestíbulo, Verónica
solo deseaba que no fuese muy tarde y que no hubieran comenzado a comer sin
ella porque…estaba realmente muy, muy hambrienta.
Sus preocupaciones desaparecieron cuando, al bajar las escaleras cuando
comprobó que Jeremy, Katherine y lady Dunfield se dirigían al comedor. Parecía
que había llegado en el momento justo, dado que ni siquiera habían comenzado a
comer.
Sonrió.
“Verónica. Te has adaptado al horario inglés enseguida” se dijo,
felicitándose y bastante orgullosa de sí misma.
Tan concentrados estaban en su conversación (que a priori parecía una discusión, dada la
expresión de lady Dunfield) que ni siquiera se habían dado cuenta de su
presencia allí.
Decidió cambiar esta circunstancia de inmediato, haciéndose notar. Nada
mejor para ello que la buena educación. Ese fue el motivo por el que les saludó
con unos buenos días.
Saludo con el que consiguió el efecto deseado; pues los tres dejaron de
discutir y le prestaron a ella su total y completa atención.
Justo en ese momento, Verónica se dio cuenta y las vio: la cantidad
ingente de flores que cubría el ya de por sí magnífico vestíbulo de la
residencia Gold.
-
¡Uy! –
exclamó. - ¿Y esas flores? – preguntó, disimulando el bostezo.
“Encima con recochineo” pensó Katherine mientras el nivel de enfado con
su amiga se incrementaba por segundos.
-
Son para
ti – le dijo entre dientes.
-
¿Para
mí? - preguntó Verónica abriendo mucho los ojos por la sorpresa mientras se
llevaba la mano al pecho. - ¿De quién? –preguntó, frunciendo el entrecejo.
-
- ¡De
todos! – exclamó Katherine enfadada.
La conversación hubiese seguido y, probablemente hubiera concluido en
una discusión de proporciones épicas sino llega a ser por una nueva
interrupción de lady Dunfield. Lady Dunfield quien, carraspeó en esta ocasión
antes de preguntarle directamente a Verónica con cierto rin tin tín.
-
Verónica
querida ¿piensas unirte a nosotros para tomar el té o planeas quedarte ahí
perenne en la escalera y perderte también el té como has hecho con la comida?
-. Dicho esto, continuó caminando con gesto altivo seguida de una no menos
altiva en su manera de caminar Katherine y ella comenzó a bajar las escaleras
lentamente para entrar en el saloncito del té junto a Jeremy.
Un Jeremy que la estaba esperando al final de la escalera con los ojos
entrecerrados y disparando rayos de furia hacia su persona.
Mientras descendía las escaleras siempre con el mismo gesto de
incredulidad en el rostro: una ceja más elevada que la otra, Verónica no dejaba
de preguntarse continuamente “¿El té?” ya que no se creía de ninguna de las
maneras que hubiese podido dormir hasta tan tarde.
Con la firme intención de una confirmación y de que le despejasen las
dudas, lo primero que hizo fue preguntárselo a Jeremy con cara de horror y un
enorme gesto de culpabilidad.
Jeremy asintió como respuesta y guió a Ronnie hacia el saloncito del té
situando su mano justo en la zona donde concluía su espalda; aprovechando
también la cercanía que le proporcionaba este gesto para susurrarle amenazante:
-
Tenemos
que hablar muy seriamente tú y yo -.
“Lady Dunfield debe estar muy ansiosa por tomar el té” fue lo primero
que pensó Verónica al entrar en el saloncito del té (siempre empujada levemente
por la mano de Jeremy al final de su espalda) y descubrir que ambas mujeres ya
estaban servidas y que todas las bandejas con la cubertería, vajilla y
equipamiento necesario ya estaban allí perfectamente dispuestas y colocadas
según el orden indicado por protocolo.
No obstante, su estómago solo reaccionó (emitiendo un sonido
estruendoso) ante la visión de las bandejas de comida.
“¡Umm!” salivó Verónica con los ojos cerrados. “Croissants y galletitas
rellenas…” añadió relamiéndose de gusto mientras aspiraba tan delicioso olor,
provocando con esto un nuevo rugido estomacal.
Un rugido que intentó disimular con un taconeo fuerte y rítmico de sus
zapatos; pero que no consiguió.
Avergonzada (y algo colorada) por el desobediente e independiente
comportamiento de su estómago, Verónica se apresuró a sentarse en uno de los
sillones del saloncito. Y para evitar situaciones como las que acababan de
ocurrir, lo hizo de la manera con la que su estómago quedase más constreñido;
creyendo erróneamente que eso lo detendría.
Una vez servidos todos (y repartidos los dulces), Verónica fue
informada de que el recibimiento de los numerosos ramos y jarrones con flores
eran la respuesta positiva y fervorosa de toda la sociedad y en especial de
todos los hombres solteros a que por fin hubiera decidido socializarse por
completo para participar e interactuar con ellos en los bailes, cambiando
completamente su hasta ahora fría y distante actitud.
Y por otra parte,
también fue informada de que estaba “castigada” por haber dormido hasta tan
tarde y haberse perdido la hora de la comida; momento clave del día para la
familia.
En otras palabras,
que hasta la hora de la cena, las cuatro galletitas de mermelada y los dos mini
croissants que le habían tocado en suerte en el nada equitativo reparto serían
su única comida.
Verónica miraba con
lástima su gran plato de comida, cubierto solo en una parte. Acto seguido lo comparaba con el de Jeremy, con el triple
de comida que el suyo (lógicamente lleno a rebosar) odiándolo por ello, ya que,
cuanto más los comparaba más reaccionaba su famélico y enfadado estómago con
sonoros (e incontrolables por su parte) ruidos que la hacían enrojecer por
momentos.
Obligándose a
detener estas odiosas (nunca mejor dicho) comparaciones, Verónica se concentró
única y exclusivamente en el escaso contenido de su plato, mirándolo con mucho
detenimiento mientras recordaba qué era lo que decía el protocolo acerca de las
situaciones de escasez alimentaria en un evento.
De repente, se
acordó.
Lo que dictaba el
protocolo en estos casos era dividir la comida en pequeños pedazos y porciones
y masticarlos al menos unas doscientas veces pues de esta manera para cuando
hubiese terminado la comida (aperitivo en opinión de Verónica) nuestra mente
habría engañado a nuestro estómago creando una sensación de saciedad.
Verónica suspiró, no
muy convencida en esta ocasión de lo que dictaba el protocolo.
Aún así, la puso en
práctica.
“Pues nada Verónica,
a masticar se ha dicho” pensó intentando animarse e introduciendo el primer
bocado de su comida en la boca (un bocado exquisito, cabe reseñar).
Y Verónica masticó.
Masticó una, otra y
otra vez hasta llegar a las doscientas veces.
E hizo lo mismo con
los escasos bocados que componían su comida hasta acabárselos todos.
Sin embargo, algo
debió hacer mal durante el proceso de masticado y engullido de la comida puesto
que, al acabarlo su estómago no sentía ningún tipo de saciedad o algo similar a
ésta..
Todo lo contrario.
Lo que sentía era…
¡que tenía más hambre!
Enfurruñada y
enfadada con Jeremy porque apenas se había comido un tercio de su merienda (y al paso que iba no acabaría nunca, dado
que parecía que la estaba imitando en su manera de comer) se recostó contra el
respaldo del sillón, cruzándose de brazos y lanzándole una mirada letal y
cargada de furia hacia su persona. Exacta a la que él le había lanzado momento
antes.
“Este castigo es
injusto” pensó muy enfadada. “¡Es totalmente injusto!” exclamó, bramando de
furia interna.
“La desventaja de
llegar el último a un sitio es que a menos que te lo hayan reservado, el peor
lugar es para ti” pensó Jeremy resignado por las circunstancias ya que, en el
saloncito solo había tres sillones (ya ocupados) y por tanto, no le quedaba más
opción que sentarse en una silla si quería tomar el té y comerse los dulces. (Y
el sí quería)
Mientras eran
servidos por el señor Atkinson, un ruido captó su atención.
Sonrió divertido
cuando descbrió la procedencia del mismo: el estómago de Verónica.
Una Verónica con la
que continuaba enfadado por coquetear de manera tan evidente con su amigo
William Crawford hasta el punto de que él le correspondiera enviándole flores.
¡William Crawford!
¡El novato!
¡La discreción
personalizada en lo que a asuntos y materias de amantes se refería!
Eso no podía ser.
De ninguna manera.
No lo iba a
consentir.
Así que decidió
“vengarse” colocando su silla junto al sillón (su sillón) que ella ocupaba a
una distancia mucho más reducida que lo que el idolatrado hasta el fanatismo
protocolo dictaba.
Venganza que mejoró
considerablemente en el mismo instante en que, por orden de su madre (quien lo
creía abatido, triste y deprimido debido a una nueva derrota política, cuando
nada que ver) el mayordomo le sirvió el triple de cantidad de dulces que a
ella.
Unos dulces a los
que salió al encuentro para recogerlos ya que así se los restregó de manera
casi literal por las narices.
Un gran sentimiento
de satisfacción se apoderó de él cuando observaba las miradas furtivas cargadas
de oído que ésta le lanzaba.
Pero la comicidad de
la situación no terminó ahí: las burlas hacia ella continuaron cuando descubrió
la manera en que iba a comerse la minúscula cantidad de dulces: en ínfimos
bocados e incontables bocados.
¡Casi no pudo
disimular las carcajadas!
Involuntariamente le
estaba proporcionando nuevas maneras para burlarse de ella.
¿Cómo?
Imitándole en su
manera de comer y provocándola; ya que no hacía falta ser un as en las
matemáticas para darse cuenta de que, en proporción, él tardaría
aproximadamente el triple en concluirla.
Efectivamente.
Las matemáticas no
fallaron en esta ocasión tampoco y Verónica
(pese a que intentó estirar al máximo el tiempo destinado a cada bocado)
como era lógico, vació su plato antes que él.
Fue a partir de ese momento cuando disfrutó su venganza
mucho más.
¿Cómo?
Sabiéndose el centro
de sus miradas, decidió deleitarse y exagerar el disfrute y gozo que cada uno
de los dulces le estaba proporcionando, llegando hasta el punto de fingir el
éxtasis alimenticio en algunas ocasiones.
No obstante…
No obstante, fue en
una de esas ocasiones cuando se estaba chupando los restos de crema de los
dedos mientras la miraba fijamente, cuando cayó en la cuenta.
Al verla mirarle con
esa mirada con esa mezcla de enfado, súplica silenciosa y hambre, algo se le
removió en su interior.
Y no fue
precisamente el estómago.
Y recordó otra
ocasión de ese mismo día donde Verónica, conocedora de su debilidad por los
dulces de merengue, le preparó unos dulces caseros rellenos de éste mismo ingrediente
como felicitación personal por su compromiso con Rebecca.
Y se sintió fatal
por cómo se estaba comportando con ella en esos momentos.
Era un imbécil.
Un completo imbécil
con una actitud infantil nada acorde a su edad y madurez.
Especialmente porque
escasos momentos atrás, él había roto su comportamiento hostil con las mujeres
en general y la había defendido.
Así que, su actitud
actual no tenía sentido.
Además, tampoco
sabía qué era lo que había sucedido exactamente entre Ronnie y el novato como
para que éste acabara por mandarle flores.
Y no lo sabría hasta
que no mantuviera una conversación cara a cara con ella.
A lo mejor, solo
habían tenido una charla ligera e interesante que demostrara e hiciera patente
la inteligencia de Ronnie a ojos de William; ya que era sabido entre el círculo
de amistades del duque de Silversword (del que formaba parte) que si había algo
que William encontraba atractivo e interesante en una mujer era precisamente eso;
la inteligencia. Y a su vez, si existía algo que detestara en extremo era la
estupidez. La estupidez y la coquetería extrema, todo sea dicho.
Por otra parte, se
puso en su lugar y él también estaría hambriento y subiéndose por las paredes
si le hubieran servido tan poca cantidad de comida; especialmente después de no
haber comido y de haber sido castigado por un delito del que no era culpable.
Aparte de que el
apetito y la forma de comer de Verónica no eran como las de Katherine; más
similares a las de un pajarito. ¡Gracias a Dios!
Esto se manifestaba
en que Ronnie tenía muchas más curvas que Katie.
¡Benditas curvas!
Por todo eso,
decidió enmendar de inmediato su comportamiento y manera de actuar hasta ese
momento y, de manera casi imperceptible para su madre y su hermana, comenzó a
deslizar su silla de manera silenciosa y a acercarla al sillón de Verónica.
Una Verónica que,
confundida primero y horrorizada después dio un respingo en su sillón mientras
comprobaba cómo poco a poco, sin ningún tipo de decoro o recato y justo delante
de las narices de su madre y de su hermana.
-
¿Qué
haces? –le preguntó entre dientes y con un susurro.
Jeremy la mandó
callar con un gesto y con otro gesto le instó a que agarrara el plato que tenía
en un reposabrazos y que de manera disimulada lo acercara hacia donde él tenía
el suyo.
Cuando estuvieron a
la distancia que él consideró adecuada de una vez le pasó otro par de
croissants y al menos, otras cinco galletas de mermelada.
Esta vez, olvidando
toda norma de decoro, Verónica vació el contenido de su plato en dos veces;
sintiéndose observada en todo por un Jeremy boquiabierto y sin importarle lo éste
pensara de ella en ese momento.
Solo cuando masticó
y tragó el segundo gran contenido de comida se volvió hacia su espectador para
decirle, pronunciando las sílabas de manera muy exagerada para que pudiera
leerle los labios sin ninguna dificultad:
-
Gracias –
y le sonrió de manera tan amplia y sincera que se le notaron sus esquivos
hoyuelos.
Y cuando lo hizo, lo
que en un principio iba a ser una mirada de soslayo, se transformó rápidamente
en una mirada fija y atenta.
Jeremy correspondió
a su gesto de agradecimiento cruzando con una nueva mirada en dirección a
Verónica. Y cuando lo hizo, lo que en un principio iba a ser una mirada de
soslayo, se transformó rápidamente en una mirada fija y atenta.
¿Por qué?
Porque ella había
comido tan deprisa la segunda remesa de dulces que se había manchado ambos
carrillos de mermelada de fresa (declarándose culpable de incumplir el castigo ante
la obviedad de sus pruebas)
En un santiamén y
haciendo un esfuerzo sobrehumano por no reírse de la pinta tan ridícula que
tenía en ese momento, sacó su pañuelo y se lo pasó para que se limpiara la cara
(aunque lo hubiese encantado hacerlo él mismo).
Acción a la que ella
se empleó con ahínco.
Mientras lo hizo, no
pudo evitar volver a posar su mirada sobre ella, sacando como conclusión que,
pese a estar sucia y toda manchada de chocolate era la mujer más preciosa que
había visto sobre la faz de la tierra.
Muy por delante de su
hermana y de su esposa fallecida.
Este nuevo
pensamiento unido con el anterior provocaron que los pinchazos de su pecho que
sintió al verla aparecer de amarillo regresaran.
Y no le gustaron.
No le gustaron en
absoluto.
Porque este tipo de
sentimientos lo único que conseguían era que su congelado corazón volviese a
tener sentimientos.
Y desde hacía ocho
años él solo se movía por los impulsos de otra parte de su anatomía.
No su corazón.
Quizás por ello en esta ocasión, ni sus sempiternos, fieles e útiles peces consiguieron serles de ayuda cuando acudió a ellos para borrar esa serie de alocados e imposibles pensamientos...
Quizás por ello en esta ocasión, ni sus sempiternos, fieles e útiles peces consiguieron serles de ayuda cuando acudió a ellos para borrar esa serie de alocados e imposibles pensamientos...
[1]
White’s:
Club para caballeros londinenses establecido en el número 4 de la calle Chesterfield
en 1693 por el italiano Francesco Bianco. En un principio fue establecido como
un lugar para vender chocolate caliente, un vicio caro. En 1778 se cambió al número 37-38 de Saint
James Street en la acera este de la misma.
Desde 1783 fue el local no oficial del partido liberal.
[2]
Boodle’s:
Club para caballeros londinenses fundado en 1764 por 24 hombres, incluyendo
cuatro duques. Desde su fundación fue el lugar de reunión para los
conservadores y gente del más alto status económico.
ai jem churri tontorron admitelo q sientes celinos cuando ves a ronnie en brazos de otros y tu no puedes hacer nada xq eres un vago redomao si te acercas y le dices churri ven aca ella lanzada q va a ti no puedes estar en las esquinas pensando pelea barro bikinis calzones calzas o lo q sea q vistan los hombres en esa epoca apuestas 2 a 1 x jem jaja xq no majete xq te la birlan y tu no quieres eso verdad¿?¿?¿ no pues ya te estas poniendo las pilas machote y al lio padre q ronnie no va a estar toa la via esperandote cacho merluzo asi q ya sabes al ataquer jaja y bueno esos sueños erotico porno festivos q me tienes picaruelo eee di anda alega argumenta discurre eee di algo en tu defensa pervertido xD y bueno como se nota q la tienes en el cuore pero tu no lo sabes tontorron como sabes o asocias el amarillo con ella churri jaja
ResponderEliminarconclusion buen capi me ha gustao mucho y pon maas he dicho xD
aa se me olvidaba mi siempre presente ñam ñam q me lo como dios q bueno q esta q me pongo hormonada perdida con el q muero x ti willy willy xD
EliminarJeremy esta celoso jejejeje
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