- Clunton, Clunbury,
Clungunford y
Clun son los lugares más tranquilos debajo del sol – canturreó Anthony.
Un Anthony resignado, enfadado y aburrido a partes iguales
por la “interesante” coyuntura que le había tocado protagonizar gracias a su
padre.
Si le quedaba algún resquicio de duda sobre de quién había
heredado Rosamund su comportamiento sibilino y su gran capacidad de elaboración
de planes y estrategias ahora había desaparecido. Todo provenía de su padre.
¡Cuán
estúpido había sido!
¡Tenía que
haber empezado a sospechar en cuanto su padre le llamó para charlar y tratar
temas importantes! ¡Si hubiera estado en los ocho de Bow Street sus sentidos lo
hubieran predicho!
Su período
de inactividad le estaba haciendo perder facultades y por ello, fruto de la
confianza e ingenuidad hacia su figura paterna se encontraba en ese carruaje
camino de Clun, lugar de las propiedades familiares del marqués de Harper.
“Clun”
pensó con horror. Y de inmediato, bostezó de forma sonora a la vez que se
desperezaba. “Esto es lo que me provoca pensar en Clun” añadió, apoyándose
sobre el respaldo del asiento del carruaje y cerrando los ojos.
- Clunton, Clunbury,
Clungunford y
Clun son los lugares más tranquilos debajo del sol – volvió a canturrear.
No podía
estar más de acuerdo con los breves versos del poeta Alfred Edward Houssman;
hoy convertidos en cancioncilla popular. Con esta escueta obra lírica lo que el
autor venía a decir de forma eufemística en que en esos lugares nunca pasaba
nada. Pero ¿cómo iban a pasar cosas si estaban en los confines del mundo?
“Paciencia”
se recomendó a sí mismo mientras reprimía sus ganas de golpear con fuerza la
pared del carruaje (algo nada bueno para el estado actual de su brazo).
Clun.
Hacía
tanto tiempo que no pensaba en Clun…
Exactamente
desde la última vez que lo visitó, cuando tenía quince años. Lo cual quería
decir que habían transcurrido veinte años desde entonces.
Durante
todo ese tiempo, esperó que dicho pequeño pueblo (porque era lo único que
recordaba con seguridad del lugar; que era bastante pequeño en cuanto a
dimensiones y número de habitantes) desapareciera por una plaga, una enfermedad
contagiosa que asesinara en masa al total de la población, por traslado de la
misma o por una catástrofe natural. Pero que desapareciera al fin y al cabo, ya
que no tenía ninguna intención al respecto de regresar allí nunca.
Sus
esperanzas se vinieron abajo y desaparecieron con las continuas y recientes
visitas de su padre al lugar con los consecuentes informes acerca de la
situación actual del mismo. No solo no había desaparecido, sino que encima
¡había duplicado su población! Había pasado de tener casi doscientos a
cuatrocientos, gracias sobre todo a la emigración de personas procedentes de
otros territorios europeos y de la propia Gran Bretaña.
Un dato
fantástico para su padre, pero pésimo para él y sus esperanzas, sueños e
imaginaciones; donde el panorama de Clun era bien distinto. Tan distinto de
hecho, que en su mundo paralelo, dicha localidad ni siquiera aparecía en los
mapas.
La
realidad era que no solo aparecía en los mapas; sino que su popularidad había
aumentado gracias a que el duque de Norfolk se había mostrado orgulloso en
público de la posesión del título de barón de Clun, por el aumento del número
de caminantes que realizaban la ruta de Shropshire y gracias el boca a boca de
los transportistas de mercancías a caballo. Además, a todo eso debían sumarse
ahora los versos que el poeta le había dedicado.
Anthony no
sabía ninguno de los datos que acababa de recordar. Éstos se los había dicho
Penélope Storm; la mejor amiga de su hermana cuando coincidieron en la visita que
realizó a la casa de su hermana para informarle de las buenas nuevas. También
había sido ella quien le había recomendado que se mostrara orgulloso de las
tierras que le pertenecían pues tenían un rico pasado histórico y numerosos
restos antiguos. Obviamente no le preguntó qué tipo de restos había, pues sabía
de antemano que había algo que le gustaba más a Penélope que leer libros y eso
era proporcionar información y dar a conocer sus numerosos conocimientos en
públicos con porte distinguido y un tono de voz que rayaba la pedantería. Gracias a eso sus dudas acerca de qué tipo de
restos iba encontrarse en Clun quedaron despejadas y le sorprendieron
gratamente; la verdad ya que al parecer el pequeño pueblo tenía: un castillo
normando construido por Robert de Say después de la invasión y que llegó a ser
un castillo fronterizo de gran importancia. Penélope le dijo que estaba en
ruinas pero a él ya le había picado la curiosidad y sin duda era uno de los
lugares que visitaría, otro gran monumento era el puente de cuatro arcos sobre
el río homónimo construido en el siglo XV. Puente del que tenía una vaga idea y
que sin duda sería lo primero que conocería del pueblo, ya que tenía que
cruzarlo para entrar en él, el hospital de beneficiencia del siglo XVII
Trinidad, tal y como lo llaman los lugareños construido en 1614 por el conde de Northampton Henry
Howard, la iglesia normanda dedicada a San Jorge (lugar que no pensaba visitar
ya que no era un hombre muy religioso ni de iglesias) y en los alrededores del
pueblo podía encontrar vestigios de lo que fue el muro fronterizo entre los
reinos de Powys en Gales y Mercia en Bretaña construido y atribuida al rey Offa
de Mercia en el siglo VIII. Otro de los lugares que sí tenía pensado visitar,
así como Clunton, Clunbury y Clungunford, si no estaban muy lejos.
A él le
gustaba caminar y total, no tenía otra cosa mejor que hacer…
“Gracias
Penélope” repitió mentalmente las palabras que ayer mismo le había dicho en
persona.
Gracias a
su información sobre el lugar y los alrededores no iba tan a ciegas y pudo
planear algunas actividades que realizar para no aburrirse tanto y que su
estancia allí fuera lo menos tediosa posible.
Penélope…
Ese
pequeño diccionario parlante…
¿Cómo
demonios se le pudo ocurrir a su hermana Rosamund la disparatada idea de
intentar emparejarlos en sagrado matrimonio?
¿Es que
quería burlarse de él y dejarlo en ridículo continuamente?
A Dios
gracias había encontrado a un hombre que la amaba y la respetaba precisamente
por eso y que no se avergonzaba de quedar en desventaja. Un hombre del que
prefería guardarse su opinión pero que a ella le hacía feliz.
Penélope,
otra mujer de las que pensó que jamás se casaría.
Quizás sí
que iban a ser ciertas las palabras de su padre y sí que existía una mitad para
cada persona… ¿Tendría razón nuevamente y la suya se encontraba en Clun?
Rió a
carcajadas y sacudiendo las piernas.
Era sin
duda la tontería más grande que había pensado en toda su vida.
Y todo era
por culpa de la falta de sueño.
Un remedio al que pensaba poner remedio desde ese instante
estirando las piernas, reclinándose y apoyándose sobre una de las paredes del
carruaje y cerrando los ojos…
Una persona normal habría preferido realizar el viaje por
etapas y con escalas para llegar lo más descansado posible y apreciar el
paisaje cambiante a su paso. En este tema, volvía a demostrarse que Anthony
Harper no era igual que el resto porque tanto él como su cochero hicieron todo
el viaje completo sin descansar. De hecho, solo realizaron una parada en todo
el camino en la que se detuvieron en una posada para cenar comida caliente,
ignorando las provisiones enviadas por la cocinera de los Harper.
Pero ellos
no querían descansar, querían llegar cuanto antes. De ahí su premura.
Sabían que era una locura y que no estaba nada bien hacerlo
de esta manera, pero ambos hombres así lo habían acordado. La peor parte
sinduda se la llevaba el cochero, quien debía mantenerse despierto y con los
cinco sentidos alerta durante todo el trayecto para evitar salirse del camino,
perderse, evitar que el carruaje sufriese algún contratiempo que les obligara a
detenerse o impedir y defenderlos ante un ataque de contrabandistas, bandolero
o salteadores de caminos. Mientras realizaba todo eso debía ignorar los dolores
en la zona del culo por llevar tanto tiempo sentado o los pinchazos y tirones
al final de la espalda, justo en la zona de los riñones que desaparecerían con
un mínimo desperezo. Acción imposible de realizar en la posición de control de
las riendas en la que se hallaba en ese momento.
Mientras, Anthony tampoco podía descansar. Al menos no todo
lo bien que descansa uno al estar tumbado en una cama porque es materialmente
imposible quedarse dormido profundamente de manera natural mientras se realiza
un trayecto en carruaje. Pero él al menos tenía las piernas estiradas y
descansadas. Y lo que es mejor, los ojos cerrados. Con lo que su mente estaba
descansada y relajada. Y en cuanto notaba el más mínimo calambre o dolor en
alguna zona de su cuerpo al quedarse adormilada por inactividad, lo único que
tenía que hacer era ponerse “en pie” (no podía hacerlo en toda su envergadura
pues era más alto que las dimensiones del carruaje) y estirarse mínimamente.
Sin embargo, y aunque sonara egoísta, no estaba preocupado
por su cochero. Ya que al fin y al cabo, había realizado viajes mucho más
largos en peores condiciones y durante el trayecto de los mismos había sufrido
innumerables contratiempos y aventuras. Además, ya descansaría en cuanto
llegasen allí. Al fin y al cabo, tampoco tenía muchas más cosas con las que
entretenerse…
En cuanto al tiempo que iban a permanecer en el lugar lo
había pensado en una de las numerosas cabezaditas que se había echado pero en
ningún caso y bajo ninguna circunstancia iba a tener más duración que dos
semanas. Quince días a lo sumo.
Primero porque esos quince días era tiempo más que suficiente
para conocer el lugar, los monumentos más significativos del mismo y los
alrededores. Y segundo y lo que era más importante, el ponerse al día en lo
referente a la situación actual del marquesado y el conocer a las personas
dependientes del mismo y que por tanto iban a estar a su cargo y bajo su fura
protección no le iba a ocupar más que dos días de su tiempo, si sus cuentas no
eran erróneas.
¿Cómo
estaba tan seguro de eso?
Porque su
padre acababa de regresar a Londres tras un largo período y estancia en el lugar.
Y su padre era como él, un culo inquieto incapaz de estar si hacer nada en un
sitio durante mucho tiempo. Así que no le sorprendería en absoluto encontrarse
los libros de cuentas del marquesado perfectamente completos, ordenados y
pormenorizados hasta el más mínimo detalle cuando le echara un vistazo. Un
añadido a la validez de su argumento temporal era que el marquesado de Harper
tampoco tenía una gran extensión: solo le pertenecían 30 millas de los
alrededores de Clun; su lugar principal. Era pequeño pero solvente
económicamente y a ellos les permitía vivir de manera acomodada.
Se
despertó sobresaltado al soñar que se caía a un río y, aún adormilado se
restregó los ojos mientras se acercaba a la ventana para admirar el paisaje y
ayudarle a ubicarse mejor. Solo entonces descubrió el motivo y la temática de
su sueño: estaban pasando junto a uno.
De hecho,
podía establecer con un alto margen de acierto que el río que estaban a punto
de cruzar no era ni más ni menos que el
río Clun. Lo cual significaba que estaban a punto de entrar en el pueblo de
Clun. Su futura propiedad.
La pista
se la había dado el puente; exacto a la descripción que de él le había dado
Penélope: con circo arcos, de los cuales tres y medios entraban en contacto
directo con el agua, con tres tajamares en forma de pico que servían para
romper la fuerza de la corriente de dicho río y que el cauce del mismo fuera
tranquilo (función de la cual dudaba ahora mismo su utilidad, pues las aguas de
dicho río fluían de forma tan tranquila que se hacía casi imperceptible al ojo
humano), puente que estaba construido en bloques e hiladas de piedras de
diferente tamaño y que, dependiendo de la luz solar acrde a la época del año
sus tonalidades iban desde el marrón tierra claro al gris oscuro; como era en esta
ocasión.
Ante la
falta de luz solar y la ausencia de vegetación por ser invierno no podía hace
un mejor juicio de los colores y del aspecto que el entono luciría en todo su
esplendor pero… bucólico sería el adjetivo que mejor encajaría a la hora de describirlo.
De repente, sintió una oleada de necesidad por conocer cuál
sería el aspecto real del paisaje que se había formado en su imaginación. Era
un sueño al alcance de la mano porque podría comprobarlo por sí mismo en poco
más de un mes, que era cuando oficialmente se cambiaba de estación y la gente
saludaba a la primavera con multitud de festivales.
“Un mes…”
se dijo dubitativo.
¿Un mes?
¿Estaba
dispuesto a pasar un mes de su vida en este pueblo?
Decididamente
sí.
Se iría en
un mes.
Solo
pasado un mes.
No pensaba
quedarse ni un día más allí.
En realidad, había otro motivo por
el cual el cochero hacía el viaje con él: era el único (aparte de su padre, por
supuesto) que conocía cuál era la ubicación exacta de la propiedad familiar.
Ninguno de sus hermanos había puesto un pie en el lugar desde la muerte de su
madre, ocurrida veinte años atrás. Edward incluso ni recordaba haber estado
aquí. Quizás porque Clun era su lugar favorito…
Por otra parte, si él se presentaba
en el pueblo alegando ser el hijo mayor del marqués de Harper cuando no se
parecía en absoluto a él físicamente alegando no saber dónde se encontraba la
casa que algún día sería suya con las pintas que llevaba y exigiendo ser
llevado hasta allí, seguramente no tendría mucho éxito en sus reclamaciones. Al
menos si él se encontrase en el otro punto de vista no le haría el más mínimo
caso, lo tomaría por un chiflado e incluso sospecharía de sus buenas
intenciones…Por eso el cochero era tan necesario nuevamente.
Un frenazo inesperado hizo que Anthony
saliera y abandonara de forma brusca su hilo de pensamiento. Tan brusca fue su
interrupción y tan inesperada que su cara se golpeó justo con la pared de
enfrente del carruaje.
Dolorido y enfadado asomó la cabeza
por la oquedad del techo a modo de claraboya para la iluminación del interior
para rendirle cuentas:
-
¿Qué demonios? – preguntó, mientras se frotaba su mejilla
enrojecida.
-
Lo siento señor – se disculpó de inmediato. – Pero… - añadió,
señalando con el dedo.
Siguió con
la mirada el camino señalado por su dedo y… una oveja.
Una oveja
se había cruzado en su camino, provocando tan inesperada parada y se hallaba
quieta, justo en la mitad de la vía impidiéndoles el avance.
-
Maldita oveja – farfulló entre dientes. - ¡Fuera! – le gritó,
haciéndole aspavientos con el brazo. - ¡Fuera! – repitió. – ¡Fuera! – exclamó
una tercera vez. - ¿Quieres ayudarme a espantarla? – le preguntó exasperado. Y juntos
intentaron espantarla, pero nada.
¿No decían
que las ovejas eran tontas?
Esta desde
luego, no hacía honor a su fama.
“¿Es que
me va a obligar a levantarme y espantarla yo mismo desde cerca?” se preguntó
furioso.
Y eso fue
precisamente lo que hizo.
Se bajó de un salto del carruaje y con paso firme se acercó
hasta donde dicho animal adorable se hallaba. Ésta al verlo lo saludó con un
balido.
-
Muy simpática – dijo irónico.
Sin
embargo, no se situó junto a ella de inicio.
Mantuvo unos pasos de distancia desde pudo observar con
atención a su oponente para acabar concluyendo que no era la clásica oveja del
bosque de Clun. Bastaba con mirar al resto de ovejas que pastaban tranquilas y
lejanas en los alrededores para darse cuenta de la diferencia. Ésta era negra y
las otras eran enteramentes blancas. Por si el color oscuro de su piel (no así
de su cándida lana) no fuera suficiente, dicho animal en particular llevaba un
grueso cordel alrededor del cuello de un color rojo intenso y además, le había
dejado el rabo largo a propósito. Un largo que justo en ese momento agitaba
como si de un perro contento se tratase y cuyos movimientos ondulantes Anthony
tomó como una burla y una ofensa personal.
-
Por eso no me gusta el campo – se quejó. – Yo soy un chico de
ciudad – se dijo para sí en voz alta. Antes de exhalar aire, girar los hombros
y acortar la escasa distancia que ya los separaba para empujarla por la zona
del trasero y apartarla así del camino.
-
¡Ánimo patrón! – le gritó su sonriente cochero con el puño en
alto desde su carruaje.
-
Genial, no solo tengo que empujarte por el culo sino que
encima me arriesgo a hacer el rídiculo para siempre delante de mi cochero solo
porque a ti te parece que este es el mejor sitio del pueblo para hacer una
parada – le recriminó, mientras comenzaba a empujarla…
Con nulos
resultados.
Bien esta oveja era la mejor alimentada de toda la zona lo
que le producía una fuerza y capacidad de anquilosaje sobrehumanas o bien era
la más testaruda. Incluso puede que ambas a la vez porque pese a que Anthony se
dejó la piel y toda su fuerza en los empujones, no consiguió moverla ni un
ápice.
El mismo efecto tuvieron los gritos que le dio en la oreja de
forma directa; lo cual añadió como posibilidad a su estaticidad en ese punto
defectos físicos como la sordera o la ceguera. Con el siguiente empujón, la
oveja añadió otra característica más a sus rasgos definitorios: bromista, ya
que confundió (o no y lo hiciera a propósito, en cuyo caso el adjetivo de
descripción sería mucho más malsonante) la mano de Jeremy con el suelo y le
cagó encima. Tres montones compuestos de otras tres pequeñas bolitas de mierda
cada uno.
Anthony retrocedió horrorizado de un salto maldiciendo su mala suerte, acordándose de
todos los antepasados de dicho espécimen ovicáprido y relatándole una lista de
suculentos platos cuyo ingrediente principal era el cordero bajo la atenta
mirada de su cochero, que se desternillaba de risa.
Aún así,
esto tampoco funcionó.
Desesperado por no hallar una solución y ya sin paciencia,
decidió apartarla del camino utilizando otra zona de su cuerpo que no fuera la
parte trasera (por lo tanto la cola estaba descartada). Lo menos que quería era
provocarle una diarrea al animal encima.
Con la parte trasera descartada, la lana también, pues había sido esquilada
hacía muy poco tiempo y el pelo no era lo suficientemente largo para tirar y
las orejas también había decidido no tocarlas porque puede que no le gustaran
los animales pero no era un bruto, el único ugar idóneo para tirar era el
cuello.
En
realidad, no el cuello sino el cordel rojo que lo rodeaba. El del lado rojo.
Anthony
creyó que al estar tan retirado de la zona de expulsión excremental de su
cuerpo él quedaría a salvo de nuevos ataques por parte del animal.
Iluso.
Ese fue su
error más grave.
Porque en el mismo momento en que posó su mano sobre el
cordel rojo del cuello de la misma, ésta se revolvió de manera brusca y le
soltó una doble coz justo en la boca del estómago tan fuerte e inesperada que
le hizo caer de rodillas al suelo.
No le dio tiempo bien a quejarse y a retorcerse del dolor
cuando su cochero se materializó a su lado, preocupado por su salud.
-
Patrón, señor, patrón…señor… ¿se encuentra usted bien? – le
preguntó.
Pero Anthony le ignoró, aunque agradecía las muestras de
preocupación por su bienestar, su mirada se hallaba fija ahora en el animal que
se alejaba brincando de ellos con pequeños saltitos para reunirse con el resto
de ovejas que por allí había.
Una mirada que estaba cargada de odio y resentimiento hacia
dicho animal en particular. Mirada que continuó con la misma intensidad
mientras pronunciaba casi sin aire:
-
Co…que…ta -.
Era
verdad.
De todos los adjetivos que había utilizado para referirse a
ella, éste sin duda era el que mejor la definía.
El resto del camino, ante la
imposibilidad de recuperación total de Anthony, lo hicieron los dos hombres
sentados juntos en el frente del coche, con lo cual Anthony pudo disfrutar de
las vistas y observar el castillo en ruinas en lo alto de la colina cercana al
pueblo mientras asentía con satisfacción.
Gracias también al cambio de
posición descubrió confuso que al contrario de lo que él recordaba, su casa no
se encontraba dentro del pueblo sino que estaba situada a las afueras. No
excesivamente lejos, aislada del mundanal ruido pero sí lo suficiente para
concederle privacidad. Algo que le agradó sobremanera.
Necesitaba
privacidad si quería descansar.
Al fin y
al cabo ¿no era eso para lo que había venido?
Por eso mismo, no le hizo tanta
gracia el descubrimiento de una casa junto a la suya. Solo esperaba que el
hombre o la familia que iban a ser sus vecinos durante ese corto período de
tiempo no fueran ruidosos porque el ruido y el jolgorio sin ningún motivo
particular era algo que lo enfadaba sobremanera. Le distraía y desconcentraba
del trabajo.
Solo cuando estuvieron en la entrada
de su casa, Anthony se puso de pie en el carruaje y contempló con enorme interés
lo que tenía delante.
El
resultado y veredicto a su casa era favorable.
Muy
favorable de hecho.
No era grande, al menos no tan grandes como otras casas
principales nobiliarias (bastaba como ejemplo la de su cuñado en
Gloucestershire) pero sí lo suficiente para alojar a una familia de cinco hijos
con su respectivo servicio. Él calculó en torno a dieciocho habitaciones entre
dormitorios, cuartos de aseo, cocina, salón y despensa.
Unas habitaciones que se disponían
de forma vertical, siguiendo el plano alargado y frontal de la casa. Cuya
fachada tenía tres “torres” sobresalientes en altura al resto del edificio pero
que estaban rematadas con el mismo tejado de pizarra inclinado. La puerta
principal estaba en el centro mismo de la fachada y su puerta era de doble vano
en lo que desde lejos parecía una madera fuerte y gruesa; probablemente roble.
Por último esta fachada estaba llena de ventanas. Ventanas que a su vez servían
de decoración de la misma puesto que al estar realizada en la misma piedra que
el puente, no producía una sensación agradable al contemplarla en esta época
del año (“hecho que cambiará en primavera” se recordó) aunque parte de la misma
estaba cubierta de hiedra y musgo.
Pero sin duda, la parte que más le
gustó de lo poco que había visto de la misma; quizás por ser inesperado fue el
jardín delantero. Un jardín en perfecto estado y que parecía cuidado con mucho esmero y primor
que ocupaba toda la longitud de la fachada y que por lo menos tenía dos metros
de ancho donde se incluía vegetación de todo tipo: matorrales, setos, flores
diversas, hierbas y incluso árboles de escasa altura y grosor en sus troncos.
Por incluir tenía hasta… ¡bancos!
“¿Bancos?”
se preguntó, contrariado.
Podía
entender la presencia de un banco para el descanso unipersonal de su padre
pero… ¿más de uno? ¿para qué?
Agradeció
mentalmente que su casa estuviera retirada del resto del pueblo. Lo menos que
deseaba era que sus jardines se convirtieran en el picadero de la juventud
local. Aunque puede que fuera precisamente esta distancia el motivo por el que
los jóvenes lo eligiesen…
Eso era un
tema que tenía que investigar.
Porque se
les había acabado el chollo ahora que él había llegado.
Volvió a
dejar el coche con un salto y sólo se giró para decirle al cochero:
-
Entraré yo primero – anunció. – Tengo muchas ganas de ver el
interior… - añadió, sonriente mientras echaba a andar pensando en lo bonita que
era su casa campestre y se deleitaba en todos y cada uno de los detalles de la
variedad de plantas que componían su jardín.
Si el
exterior de la casa le había causado una magnífica impresión, no se podía decir
lo mismo del interior.
Pero no
porque fuera feo o estuviese en malas condiciones o abandono.
Al
contrario.
Estaba
igual de bien que el exterior. E incluso había acertado con el número de
estancias que la componían. Entonces ¿cuál era la causa y motivo de tan grande
desilusión?
La
ausencia de todo contenido que le diese vida.
Y no me
refiero a decoración. Pues de eso sí que había. Quizá demasiada y por todas
partes. El contenido al que Anthony hacía alusión eran los víveres.
¡Víveres!
Comida y
bebida. Salado o dulce. Fresca o en conserva. Pero ¡comida!.
Tampoco
hacía tanto que su padre se había marchado de esa casa ¡por Dios!
¿Es que ni
siquiera iba a encontrar algún resto de comida con moho o señal de abandono?
Bufó
mientras su instinto y su intención le dirigían hacia el despacho de su padre.
Allí, bajo los libros de cuentas, descubrió un sobre con una
cantidad importante de dinero.
“Al menos me ha dejado dinero” pensó, guardándoselo en el
bolsillo de la chaqueta, “No moriré de hambre” añadió.
Fue a buscar al cochero para advertirle que no se durmiera
pues tenía que llevarle al pueblo a comprar suministros. Pero llegó tarde.
Cuando dio con él, éste se hallaba profundamente dormido; roncando como un oso
en uno de los bancos del jardín.
Esta vez
le tocaba ir al pueblo solo. Y dado su reciente episodio con los animales, se
negaba en rotundo en ir montando a caballo o en el carruaje. Además, que esos
animales se merecían un descanso prolongado (y él con un brazo no podía
ensillar solo a los caballos) Por tanto, iría a pie.
-
Venga Thon – se refirió a sí mismo con el nombre con el que
sus hermanos le llamaban. – Es hora de tu primera excursión al pueblo – añadió.
Bastante satisfecha consigo misma era como caminaba Zhetta
Caerphilly por las calles de Clun mientras masticaba un suculento y
excesivamente jugoso (dado que estaba chorreando jugo por ambas comisuras de la
boca) melocotón.
El motivo de su satisfacción era que dicho melocotón se lo
había agenciado. O en otras palabras, lo había robado de la tienda de los
Dormer.
Que conste que ella no era ninguna ladrona. Simplemente esto
era un capricho que había decidido autoconcederse. Normalmente las mujeres
preferían algo con chocolate o dulces.
Ella prefería fruta. Era así de sana. Así de sana y rara. No obstante hoy no le
llegaba el presupuesto para comprárselo y ella había tenido un antojo muy
grande en cuanto vio la cesta de los melocotones en la entrada de la tienda.
Llamándola y tentándola con su buena apariencia y color.
No lo pensó dos veces y en descuido de Mark; el hijo de los
Dormer y encargado habitual en el establecimiento se agachó y se lo encontró
entre los senos, agradeciendo a Dios que se los hubiera concedido nuevamente (no
era la primera vez que guardaba cosas ahí).
Por otra parte, tampoco podían quejarse por haber cogido uno
de los melocotones de su tienda porque para empezar no eran lo más caro que
allí vendían y además, había gastado mucho dinero en dicho local abastecedor.
Su burra Beeps, o mejor dicho, las alforjas de su burra Beeps; repletas y
llenas hasta casi rebosar daban buena cuenta de ello.
Y tampoco es que ella fuese de esas mujeres caprichosas y
antojadizas a diario; de hecho era la antítesis a la imagen de cualquier mujer
(mucho más ese día). Solo se concedía caprichos en días contados o por
ocasiones muy especiales.
Hoy había
tocado por ser un día especial. Un día especial por satisfacción.
Por
primera vez y sin que sirviera de precedentes, los hombres de la ciudad; con el
alcalde a la cabeza le habían dejado participar en el arado y abonado de las
tierras circundantes. Cosa que nunca le habían dejado hacer antes en sus
veintiséis años de vida.
Por eso
ella no era mujer al uso.
Sabía que
esta tarea hubiera horrorizado a cualquier mujer urba…urbre..urrab… de la
ciudad, (pero es que ella era una chica campestre hasta la médula; tan
campestre que creía estar un poco asilv…avis…alisv…silvestre y asal… alza…aa..
salvaje) y no solo porque estaba sola
rodeada de hombres a solas, también por el atuen… anuet… las ropas que tenía
que vestir; con un mono, una camisa de franela, botas de piel y como
complem…comlep…adorno personal ella había decidido llevar un sombrero de paja
aunque no hacía mucho sol y sobre todo, por el abono que usaban.
Se decían
muchas cosas acerca de cuál era el mejor abono para arar y utilizar en las
tierras pero todos sabía, o al menos todos los habi…hiba… todos los del pueblo
sabían que sin duda, el mejor era el abono animal. En otras palabras mierda.
Y como los
terrenos de dichas tierras abarca…acarba…ocupa…opuca… las parcelas de tierra
eran muy grandes tuvieron que utilizar mucha mierda. Pero mucha mucha. Enormes
cantida…candita… montones y montones de mierda.
Por suerte para ella era una chica cuidad… ciudad…tenía
cuidado de no ensuciar…encusiar… de no mancharse y ahí estaba impolu…
inlop…ilompu… limpia como una patena. Lo que no pudo evitar de ninguna de las
maneras era que el olor se le pegase a las ropas.
De esta manera, pesti… petis… oliendo fatal fue como entró a
la tienda de los Dormer a comprar, provocando vómitos, mareos y náuseas a su
paso. Invol… Inlov… sin querer.
Si por ella hubiera sido, viendo cómo la miraba la señora
Dormer hubiera hecho la compra desde la calle, pero ella no sabía dónde estaban
las cosas y siempre olvidaba alguna cosa porque nunca hacía la lista de la
compra. Solo la recorda… recroda… solo cuando la veía la añadía.
Menos mal que su tiempo en el pueblo había acab…abac… menos
mal que ya no tenía que pasar más tiempo en el pueblo y no la podían elegir o
nombrar persona non grata y podía irse a casa en Beeps; quien no
potesta…preposta… quien nunca se quejaba (sobre todo porque ella había olio
peor muchas veces y sobre todo, por su propia suciedad) para darse un largo baño
en la tina de agua caliente.
Cerró los
ojos mientras imagi…igima… mientras se veía tomando el baño en agua calentita y
se mordió el labio ante una imagen tan placen… planec… satisfac…safista… ante
la mejor imagen que se le podía venir a la cabeza mientras iba a reunirse con
su burrita.
Mientras
llegaba al final de la calle comenzó a escuchar las primeras quejas y palabras
feas, pero solo vio al hombre que las decía al doblar la esquina y comprendió
por qué las decía: se le habían caído los alimentos de la bolsa y estaban
desparra… esparci… dispersos a su alrededor y solo tenía un brazo útil.
Le dio
lástima.
Confusa y
desde la distancia ladeó el sombrero para rascarse la cabeza y mientras se
terminaba de comer el melocotón, pensaba qué debía hacer y si prestarle u ayuda
o no.
“No ha
sido tan malo” pensó un satisfecho consigo mismo Anthony mientras caminaba de
regreso a su casa caminando. “Te llevas un montón de comida y por mucho dinero
del que habías pensado” añadió. “¡Es un chollo!” exclamó, feliz.
Solo
cuando llegaba al final del pueblo comenzó a repasar mentalmente la lista total
de alimentos comprados para asegurarse y cerciorarse de que en la bolsa y la
cesta que llevaba se encontraban todos los que él había anotado en la lista de
papel que había realizado antes de salir de su casa.
El motivo
respondía a que una vez iniciado el camino no iba a dar la vuelta para
comprarlo. A no ser que fuera de primer orden de supervivencia.
La pereza
y el cansancio se habían adueñado de él y se negaban a abandonarle
“Leche,
huevos, pan, patatas, zanahorias, lechuga, chorizo, salazón…” comenzó a decir.
Y tan
concentrado se hallaba en el repaso alimento por alimento de la lista que no lo
vio venir. O mejor dicho, no la vio estar.
Se tropezó
con una de las raíces levantadas de lo que parecía un gran abeto.
Por
segunda vez en el día y en muy poco espacio de tiempo, acabó de rodillas en el
suelo. Lo raro y extraño era que no tuviese algún agujero en el pantalón a la
altura de las rodillas.
El drama
vino en esta segunda ocasión cuando algunos de los alimentos que había
adquirido recientemente le acompañaron en su caída. Algunos incluso decidieron
viajar y aterrizar a un par de metros de distancia.
Avergonzado
por si alguien lo había visto caerse de una manera tan tonta y pueril, se
levantó de inmediato y lo primero que hizo fue mirar sus rodillas para
asegurarse de que todo estaba bien y sano para limpiarse los restos de suciedad
y briznas de hierba que le permitiera su mano útil.
Después
comenzó a maldecir y a soltar las burradas más grandes que venían a su mente
sin procesar la información, añadiéndole más tarde tirones de pelo, y un enfado
monumental con la raíz del maldito, estúpido y solitario árbol.
Raíz a la
que golpeó con todas sus fuerzas.
Acción
estúpida por su parte, pues le provocó un dolor intenso a la altura del tobillo
y que volviese a maldecir mientras intentaba volver a caminar con normalidad.
“Lo
ayudaré” pensó Zhetta con firmeza antes de dirigirse hacia él, no sin antes
haber echado una buena serie de risas silenciosas a su costa.
Anthony la
olió antes que la vio.
Mejor
dicho, no fue hasta que la tuvo delante de sí mismo con su cesta en la mano
cuando comprobó que el pestazo a mierda provenía de esa… ¿mujer?
¿Qué
demonios hacia una mujer vestida de semejante manera?
Y por Dios
¿es que no era lo suficientemente grandecita como para haber aprendido a no
hacérselo encima?
“Puede que
tenga cierto retraso…” pensó, arrepentido por haberse enfadado con ella sin
saber ese dato de vital importancia en la comprensión y opinión de la chica.
Ignorando
el ofrecimiento, comenzó a trazar círculos alrededor de ella y de forma muy
disimulada le miró el trasero. Para su sorpresa, estaba como el resto de su
vestimenta. Impoluto.
“Entonces
¿de dónde demonios sale para oler como huele?” se preguntó. “¿De un criadero de
mofetas?” añadió, bastante disgustado por el olor que desprendía mientras
olfateaba a su alrededor para identificar cuál era el olor específico.
-
Creo que esto es suyo – dijo Zhetta, molesta.
Podía
entender su confusión al estar sin una mancha en la ropa pero oliendo a perros
muertos combinado con huevos podridos pero… ¡que dijera algo! ¿no? O ¡que
cogiera su cesta de una buena vez!
“Huele a
mierda” pensó. “ A mierda de animal” añadió enfadado. “Incomprensible e inexplicablemente
huele a mierda” se repitió para convencerse de ello. “Y cuanto más tiempo pases
a su lado, más se te pegará el olor a ti y no sabes si hay troncos o leña para
hacer fuego y poner a cocer agua caliente para una tina” se recordó.
Dicho
pensamiento le enfadó.
Y se sumó
a la lista de episodios tragicómicos de su día que le provocaban que la sangre
le hirviese. Por eso, con un gesto brusco le arrancó la cesta de las manos y se
la colgó del brazo mientras echó a andar.
Durante un
corto período de tiempo, Zhetta se quedó esperando un gracias que nunca llegó.
Pero ella no iba a darse por vencida, había reali…raeli… hecho una buena acción
y ella quería su agrade…adrag… su reconoc… renoc… ella quería su gracias.
Punto.
Además,
seguía dándole lástima que solo usara un brazo.
Pero como
lo llevaba vendado no sabía si nunca jamás lo usaría o si solo era por un
tiempo. Contenta porque podría ser un buen inicio de conver…conser… de charla,
le tocó en el hombro y …
“¡NO!”
gritó su mente. “No vengas” añadió. “¡Ni se te ocurra acercarte!” concluyó,
mentalmente. “Aquí está, la mujer mofeta” pensó al sentir que le tocaba el
hombro. “¿Es que no se ha dado por aludida que la quiero lejos de mí al
ignorarla?” se preguntó, bastante enfadado.
Y traslado
su enfado a la situación real cuando le ladró de forma seca:
-
¿Qué? –
-
Quiero mi gracias – le respondió Zhetta.
-
¿Cómo? – le preguntó sorprendido.
-
Que quiero mi gracias – repitió. – Estaba en apuros con su
comida y le di la cesta – le recordó. – Es justo, es una buena acción y quiero
mi gracias – le exigió altiva.
-
Pues ni pienso… - dijo, apretando el puño del brazo que tenía
vendado cuando el desagradable olor le golpeó de lleno en las fosas nasales.
-
¿Es usted impálido? –le preguntó curiosa al ver cómo
intentaba apretar el puño pese a tener el brazo vendado.
-
¿Cómo dices? – le preguntó enarcando la ceja.
-
Que si es usted impálido – repitió “¿Es sordo o solo tonto?”
se preguntó ella. – Ya sabe, esas personas que no pueden mover partes de su
cuerpo desde nacim…namic… que nacieron o por un accid…adic… por una tragedia,
impálido – repitió.
-
Se dice inválido – corrigió Anthony, utilizando el tono
académico de Penélope. – O si quieres usar un eufemismo, la palabra que buscas
es impedido – añadió de la misma manera. – Inválido o impedido – repitió. –
Pero en ningún caso impálido – le hizo saber. – Estúpida – murmuró, dándole las
esplada y volviendo a caminar otra vez.
“¡Esto es
el colmo!”exclamó la paciencia de Zhetta; que no solía ser mucha. “Primero no
te da las gracias y ahora te insulta” le recordó. “¿Es que vas a dejar las
cosas así?” se preguntó y retó al mismo tiempo.
Desde
luego que no.
En dos
zancadas se colocó a su altura y se interpuso en su camino acusándole.
-
Oiga usted señor impálido, me importa muy poco si se dice
inval… imped…¡mi culo! – exclamó harta. – Intenté ser simpá…agrad… ¡mi culo
cómo se diga! – volvió a exclamar con aspavientos en los brazos. – Intenté ser
buena persona con usted porque tiene solo un brazo y le recogí sus cosas, yo
solo quería un gracias y usted me insulta. Es usted el foras… fras… fraos…- se
atrancó de tan enfadada como estaba.
-
Fo-ras-te-ro – le dijo él sílaba por sílaba. – Forastero –
repitió, suspirando porque el daño ya era irremediable y el olor a mierda había
impregnado también sus ropas. – Puede que tengas razón y que no sea el
paradigma de la simpatía pero hoy no es mi mejor día y ahora gracias a ti
además huelo a mierda – le informó, con una mirada condescendiente. – Si me
disculpas…me iré a casa a darme un baño caliente, cosa que tú también deberías
hacer – le recomendó antes de añadir. – Hembrito -. Y ante la mirada de
incomprensión que ella le lanzó, le explicó, irónico, sonriente y superior: -
Ya sabes, esas personas que no saben si son hombres o hembras -
“¡Gilipollas!” gritó su mente. Quizás la única
palabra de más de cuatro sílabas que era capaz de decir bien. Una palabra
que por cierto hacía años que no decía.
“Gilipollas, gilipollas, gilipollas, gilipollas…¡bastardo!” gritó.
Su primer
impulso y acto reflejo fue golpearle.
Pero
entonces recordó lo que su madre le decía de pequeña acerca de pegar al que no
puede devolver el golpe por ser más débil que uno mismo y se detuvo a escasos
cinso centímetros de su rostro.
Era tal la
furia que sentía en ese momento y la mezcla de pensamientos positivos y
negativos que intentaban convencerla a la vez que su mano temblaba tanto como
si estuviera helada de frío o como había visto ella que temblaban en algunas
ocasiones a personas que eran ya muy maduras.
Al final
decidió no golpearle.
Era
demasiado obvio.
Pero sí
que se vengó pagándole con una moneda parecida a su buena acción.
Con un
movimiento rápido e inesperado de sus manos (ejercitado a base de concederse
caprichos) le quito la bolsa de la compra, inició una breve carrerilla y le dio
el puntapié más fuerte de todos los que había dado en su vida; (descargando
toda su rabia acumulada con ese gesto) a la misma, provocando que el contenido
que ésta guardaba y que era el que menos dañado había resultado en la primera caído
saliese volando por los aires. Algunos incluso fueron a parar a los campos de
trigo situados a más de 100m del lugar donde se encontraban y por tanto,
perdidos para siempre.
Orgullosa
de sí misma, se giró para enfrentar el hombre solo cuando observó como el
último de los alimentos de la bolsa (que pareció ser un tomate) se perdía en el
horizonte. Tras eso, ejecutó una forzada reverencia extendiendo los brazos lo
más que pudo y dijo mal a propósito con una sonrisa de oreja a oreja:
-
Señor, le deseo una agarblade ajolamienta en Clun –
Tras eso, silbó y un Anthony completamente boquiabierto e
incapaz de reaccionar observó cómo una burra con las alforjas llenas a rebosar
vino corriendo a toda velocidad y sobre todo, cómo la dueña; la mujer que le
había devuelto la cesta pero le había hecho desaparecer la bolsa de su compra,
se montaba en ella de un solo salto y la montaba a pelo y a horcajadas mientras
cogió al vuelo su sombrero de paja que salió volando del impulso que había
realizado.
Juntas, ambas burras se perdieron en la lejanía, escondidas
tras una enorme nube de polvo.
I LOVE ZHETTA! No es porque la haya creado yo...
ResponderEliminarais q buenos ratos voy a pasar leyendome esta historia si lo se yo bn y bueno llorando de la risa me tienes con el momento oveja y caca de oveja en la mano de thon q ya hay q ser bestia y animal o muy tonto como es el caso de thon para colocar la mano en el culo y empujar sabiendo q el animal se va a cagar en la mano xD asi q mi primer mote de thon es bruto y el segundo es obtuso pobre zhetta encima q le ayuda a recoger las cosas xq se ha caido y se lo paga insultandola muy mal thon muy mal se dice gracias x muy enfadado q estes y no se le dicen cosas feas a las mujeres no señor y bueno zhetta se ha ganado toda mi simpatia al final del capi y bueno q mas decir q quiero maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas mala malefica chin xD
ResponderEliminarMenos mal que Tony es de la "pasma" pq... muerte y destrucción!! Eh?? Que se desaten las plagas de Egipto sobre Clun... jajaja Luego, me mola un montón el castillo normando y ya se de que conozco Clun, es por el Muro de Adriano, siempre me ha interesado el tema y luego soy una fanática de los celtas y escotos y sajones y demas... por eso conozco Clun :)
ResponderEliminarjajajaja eso si que es una cagada!! Oye... que Tony se controle un poco eh? Pobre bichito, que paliza le esta dando... muy mal... Anthony, muy mal... jaja
Esto... menos mal que la casa es chica!! En cuanto he leído la apariencia de Zhetta se me ha venido a la mente One Piece! XD
OH DIOS!! Una apestando y el otro a ostias con el arbol, madre que par se han ido a juntar jajaja
Le ha dicho estudida??!! YO LE PEGO!!! HEMBRITO??!! WHAT?!?! Poco le ha hecho y....
Nada de Oliver o Benji, yo quiero fichar a Zhetta!!!