CAPÍTULO IV
La
proposición
Una semana después…
En realidad no sería
con exactitud y precisión una semana ya que, si hubiera transcurrido
exactamente una semana sería más de medianoche y el momento de inicio de esta
nueva situación era por la mañana…
Así que, lo más
correcto sería decir con total precisión y exactitud una semana y unas horas
después, Sarah se despertó temprano (aunque algo más tarde de lo que solía
acostumbrar). Por eso, cuando descendió hasta la planta baja del edificio
número 40 se encontró con que el resto de las chicas e inquilinas de alquiler
de Miss Anchor[1]
ya estaban despiertas, ocupando los lugares alrededor de la mesa y desayunando.
Adormilada, se
sirvió su habitual té con leche de desayuno (con más leche que té) y se sentó a
la mesa. Solo entonces se permitió mirar a su lado y descubrir al lado de quién
estaba sentada, dado que no tenían asignados sitios específicos mientras
saboreaba su bebida caliente.
Se relajó algo más
al descubrir que, quien le había tocado “en suerte” era su mejor amiga dentro
del edificio; la señorita Eden Growner. Chica con la que además compartía
rellano
En cuanto terminó de
beberse su té, se sirvió en un panecillo francés recién horneado pimientos
rojos cortados a tiras acompañados de anchoas; provocando gestos de desagrado y
arcadas en alguna de las chicas y a su vez, el intercambio de miradas cómplices
con Eden a la par que emitir unas risitas apenas audibles.
Era cierto que la
mayoría de las personas no consideraría a los alimentos que Sarah estaba ingiriendo
como un desayuno al uso, de tan atípico y sobre todo, ácido, que era. No
obstante, Srah no podía evitarlo.
Adoraba las anchoas.
Eran un vicio.
Su segundo gran
vicio alimenticio; solo tras todo aquello que fuera dulce y estuviese relleno
de chocolate.
“Mmm…delicioso”
pensó relamiéndose pasando la lengua por sus labios con los ojos cerrados antes
de chuparse los dedos.
-
Sarah
¿estás bien? – le preguntó Miss Anchor materializándose a su lado surgiendo de
la nada tocándole la frente para asegurarse de que no tenía fiebre,
provocándole un respingo.
-
Sí
señora – respondió ella asintiendo abriendo los ojos. - ¿Por qué? – preguntó. -
¿Ocurre algo grave? – añadió, ahora preocupada.
Y ahí estaba la
sonrosada señora Anchor; tan maternal como siempre. Una Miss Anchor que no podía tener más de
cincuenta y poco años pero cuya edad exacta ninguna conocía; ya que no tenías
arrugas que le surcasen la frente o alguna otra zona del rostro y tampoco se
atrevían a preguntárselo temiendo que se enfadara.
No es que temieran
un ataque o reacción violenta por su parte, pues de hecho era lo más improbable
que pudiera ocurrir en el mundo, dado que Miss Anchor era la persona con el
carácter más amable y bonachón de todo Londres. Aun así, se mantenían temerosas
a este respecto pues el tema de los años siempre era delicado en una mujer…
Todas estaban
seguras que este carácter bonachón de su casera se veía muy influenciado por el
aspecto físico que ella tenía: era bajita (no alcanzaba o a duras penas el
metro y medio) estaba muy rechoncha (lo cual incrementaba la sensación de que
era aún más bajita). Tan rechoncha que sus inflados y sempiternos sonrosados
mofletes (los cuales siempre daban ganas de pellizcar para cerciorarse de que
eran reales) cubrían sus ya de por sí pequeños ojos y por este motivo tenías
que fijarte muy bien si querías descubrir el color de sus ojos; negros. Por el
contrario, su nariz era fina, no muy respingona y pequeña y sus labios no eran
muy carnosos; aunque sí más el inferior que el superior. Además llevaba el cabello
corto aunque rizado y teñido de color caoba. Eso sí, oculto la mayor parte del
tiempo por un gorro de pastelera que siempre conjuntaba con el vestido que
llevase ese día (Aunque siempre la decoración de los mismos se asemejaba
bastante a la de las cortinas de cualquier hogar) y un delantal blanco con
puntillas.
El motivo por el que
vestía de esa manera era porque ese precisamente era su oficio: pastelera antes
que propietaria y dueña de un edificio para jovencitas. Por este motivo, era
culpable de la adicción a los dulces de todas y cada una de las chicas que allí
vivían.
-
¡Oh! No,
no, no, no, no – dijo, negando ella con la cabeza. – Es solo que, como tú
siempre eres la primera en levantarte y ayudarme a colocar todo lo necesario
para el desayuno y hoy no lo hiciste… me preocupé – explicó. Aunque en realidad
lo que quería decir era que por su culpa hoy tardaría más en abrir la
pastelería; una de las principales fuentes de ingresos por el cual dicho bloque
de apartamentos permanecía abierto y las alojaba.
-
Pues
estoy bien – repitió Sarah. – Y le prometo que a partir de mañana, todo volverá
a la normalidad y volveré a ayudarla – añadió con una sonrisa fingida; pues lo
que quería decirle con ese gesto era que no le había gustado nada su llamada de
atención en público.
-
No me
quedaré tranquila hasta que llegue mañana – aseguró Miss Anchor llevándose la
mano al pecho.
Solo cuando Sarah
vio el gesto de Miss Anchor descubrió que la preocupación de la mujer por ella
real y se sintió realmente culpable por haber malentendido sus palabras. Por
ello, dejó a un lado su desayuno momentáneamente (con la consecuente e
inmediata protesta de sus tripas), se levantó de su asiento y plantó dos
sonoros besos en los mofletes de Miss Anchor; olvidando su enfado al instante
con ella, pues al fin y al cabo era normal que se comportara como una madre con
ella pues al fin y al cabo, Sarah era lo más parecido a una hija que nunca había
tenido al no poder tener sus hijos propios debido a su esterilidad.
-
Ah Sarah
– dijo Miss Anchor volviendo sobre sus pasos cuando Sarah había vuelto a
sentarse y ella ya se marchaba del salón. – Casi lo olvidaba – añadió, mientras
rebuscaba entre los bolsillos de su falda; hoy burdeos bordada con girasoles. –
Ten – dijo, entregándole un sobre cerrado y lacrado. – Llegó a primera hora de
la mañana – concluyó, abandonando de forma definitiva el salón para dirigirse a
abrir su pastelería-panadería; la cual estaba situada en el camino de Bow justo
enfrente de la iglesia de St. Mary Stratford[2] en el condado de Tower
Hamlets. Y por consecuente, no precisamente cerca[3].
Era por cosas como
estas por las cuales todas y cada una de las chicas que allí vivían adoraban a
Miss Anchor y se sentía como sus hijas, ya que una casera al uso (como tantas
de las que abundaban en el Soho) en teoría no tenía por qué encargarse de recoger
el correo en mano; pues para eso estaba en buzón en la puerta de la entrada.
Pero es que Miss
Anchor no era una casera; era la madre común de todas.
Y ¿cómo alguien tan
maternal, bonachona y tranquila había acabado por ser propietaria y casera de
un edificio de apartamentos de alquiler para señoritas en pleno Soho
londinense?
Sarah conocía la
historia.
Y de memoria además,
de tantas veces como se la había escuchado a Miss Anchor. Sin embargo, nunca se
cansaba de oírla.
¿Cuál era esa
historia?
Resultaba que tiempo
atrás Miss Anchor fue una chica que vivía en el Soho y que no sucumbió a las
formas más habituales de vida que este barrio ofrecía. Todas profesiones
“liberales! Y de no muy buena fama. En otras palabras: cantantes, actrices,
artistas variadas y prostitutas.
No.
Ella se mantuvo
ajena a esto y consiguió empleos decentes y variados tales como: institutriz,
costurera o pastelera. Y por este mismo motivo, se mantuvo soltero hasta bien
pasada la treintena, cuando conoció al señor Anchor, un rico comerciante
pesquero 20 años mayor que ella.
Sin importarles la
diferencia de edad se casaron tras fugaz romance y fueron muy felices durante
el tiempo en que duró su matrimonio. La única discordante en su dicha fue la
imposibilidad que tuvieron para tener hijos debido a la edad y esterilidad de
ella.
Fue durante su
matrimonio cuando Miss Anchor conoció las obras de caridad que subvencionaba;
llamándole sobre todo la atención las relacionadas con las jovencitas
desamparadas de la zona.
Causa de la que
pronto se convirtió en abanderada y razón por la cual de inmediato comenzó a
prestar s ayuda desinteresada de cualquier forma posible… hasta que un día,
inesperadamente cayó gravemente enfermo y el hasta ese momento extremadamente
vital hombre, tuvo que guardar cama y reposo.
Fue en una de sus
múltiples charlas de convalecencia y cuidados donde el señor Anchor le confesó
entre delirios de fiebre y ataques de tos con pus el sueño incumplido de tener
una familia numerosa. A sr posible y preferentemente una familia numerosa
compuesta únicamente.
Seis hubiera sido el
número perfecto le informó.
En ese momento, Miss
Anchor le prometió a su esposo que cumpliría su sueño y que crearía una familia
artificial compuesta por seis chicas procedentes del Soho o de cualquier otra
parte del mundo que hubiese llegado a Londres y que no deseasen acabar en
profesiones de mala vida sino que, como ella deseasen desvincularse de esa fama
y trabajar en otra clase de oficios.
El señor Anchor
sonrió a su obediente y fiel esposa ante la promesa hecha, le dio un beso en
los labios (que como siempre gracias a su bigote, le provocaba cosquillas),
cerró los ojos y acto seguido, falleció.
Poco después, tras
enterarse de que había sido nombrada única y universal heredera de los
numerosos bienes de su esposo, lo primero que hizo fue buscar y comprar (no sin
enormes dificultades) un bloque de apartamentos en el Soho para alquilarlos a
señoritas y cumplir así el deseo de su esposo.
Desde ese día,
habían sido numerosas las chicas que habían pasado por allí hasta que lo
abandonaban definitivamente; especialmente porque iban a contraer nupcias,
siendo la última en llegar hacía ya dos años la señorita Eden Growner
procedente de Leeds.
Quizás porque Sarah
era la única de las seis que era oriunda del Soho y huérfana de ambos padres
consideraba a Miss Anchor como si de su propia madre biológica se tratara;
razón ésta por la cual siempre estaban discutiendo también. Además, Sarah la
había tomado como referente romántico y deseaba vivir una historia de amor
similar (“Con Christian” añadió mentalmente) a la suya o en su defecto, porque
esperaba continuar con su legado en el caso de que se quedara para vestir
santos la señora Anchor era su ojito derecho y viceversa.
Y todas lo sabían.
Mientras continuaba
con su desayuno, Sarah notó y fue consciente de cómo de forma y manera
imperceptible para el resto, Eden acercó su silla en su dirección hasta que las
rodillas de ambas se tocaron
Sarah conocía
perfectamente el motivo y el por qué de esta acción: la nota que le habían entregado
escasos momentos antes. Nota que confirmaba algo que Sarah ya sabía con
antelación: que Eden Growner era una cotilla de campeonato. Más incluso que
ella misma.
“Algún día se la
presentaré a Christian” pensaba continuamente. “Es una candidata perfecta para
el equipo Christina” añadía.
-
Ejem,
ejem – carraspeó Eden de forma suave. - ¿Es que no vas a abrir y leer la nota?
– le preguntó amablemente intentando no hacer visible la forma en que las dudas
y la curiosidad la corroían. - ¿Es que no quieres saber de quién es? – añadió,
entre susurros, colocándose la mano por delante de la boca para evitar que Mary
Jo Downes (la más vieja de las inquilinas y por tanto y en teoría, la próxima y
siguiente en abandonarlas) les volviese a echar la bronca por estar cuchicheando
continuamente en las horas de las comidas.
-
Ahora no
– respondió Sarah también entre susurros. – Más adelante – añadió, para
tranquilizarla.
Sin embargo, Sarah
había mentido; pues la única verdad en toda esa situación era que no quería
abrir el sobre ni leer la nota. Ni a solas ni en público.
¿El motivo?
El miedo.
Miedo provocado por
los hechos ocurridos hacía una semana (algunos de los cuales recordaba de
manera más vívida que otros).
Tenía miedo de que
Doble H la hubiese encontrado. Algo que a priori no era descabellado en pensar
puesto que le resultaría bastante sencillo al ser él un noble y disponer de
numerosos recursos humanos y monetarios y sobre todo porque (estúpida de ella)
le había dado su nombre real.
Por este motivo,
había reducido de forma considerable el número de sus salidas y paseos diarios
por el Soho, realizándolos únicamente cuando debía ir a visitar a Christian por
algún motivo relacionado con Christina Thousand Eyes y evitando siempre atajos,
callejones o calles secundarias, aunque eso significase y le supusiese tener
que dar un gran rodeo y tardar el doble de tiempo.
También y para
asegurarse por todos los frentes, había seguido el mismo comportamiento y hecho
lo mismo con sus relaciones e interacciones con la aristocracia londinense.
Afortunadamente para
ella, su amiga más cercana de esta clase social era Penélope Crawford y por una
vez, debía agradecer hasta el infinito el exceso de protección y celo con la
que el duque de Silversword trataba a su esposa durante los treinta días
posteriores al parto. Un mes, establecido como el tiempo necesario y período
oficial por los doctores para la completa recuperación de la parturienta.
30 días en los
cuales (al menos sin que él supiese de la desobediencia de su esposa) no
permitía que nadie la visitase o la molestase.
Cierto era que pese
a que era uno de los ducados más importantes de Londres y Gran Bretaña, los
Silversword no contaban ni contaban con una amplia cantidad de amigos nobles.
Al contrario, el
número de amistades pertenecientes a este estamento era bastante reducido.
Aún así, tampoco
podía fiarse ni estar segura al cien por cien de este argumento ya que Doble H
también era noble y bastaba una reunión
o fiesta en el número 12 de Oxford Street para que, con su mala fortuna acabara
por encontrárselo de frente.
Se guardó la carta y
la retiró de la vista de Eden; quien, ofendida le dedicó un mohín.
Ya la leería
después.
Al fin y al cabo, no
tenía ninguna prisa en descubrir cuál era el mensaje dirigido a ella…
Debido a una serie
de complicaciones en el edificio y en la propia calle, Sarah solo pudo leer el
mensaje de la carta a media mañana con la tranquilidad y soledad que le
proporcionaba el rellano de su escalera.
La abrió.
Y esto era lo que
contenía.
Sarah:
Reúnete conmigo en mi casa en cuanto leas esta nota.
Es urgente.
Muy urgente.
No sé cómo no me di cuenta antes.
Esto que tengo que pedirte y preguntarte te cambiará la vida para
siempre y te proporcionará la mayor de las dichas vitales.
Ven pronto pues te espero con impaciencia
Tu amigo,
C.C
- Así
que es importante ¿eh? – preguntó Eden a su espalda; quien también había leído
la nota y causó tal susto a Sarah que, del respingo que dio descendió dos
escalones de golpe.
- ¡Jesús, Eden! – exclamó, regañándola y
llevándose la mano al pecho para sentir los disparados latidos de su corazón.
Solo cuando se tranquilizó, añadió enfadada: - ¿es que no sabes que es de mala
educación leer las cosas de las demás? -.
- ¿Y tú sabes que es de mala educación
no compartir las buenas nuevas con las amigas? – le replicó. – No leer la nota
abajo – añadió, mordiéndose el labio mientras negaba. - ¡Qué poca vergüenza! –
exclamó.
- ¿Qué haces aquí? – le preguntó Sarah
confusa, cambiando de tema.
- Me he despedido – anunció orgullosa,
con la barbilla elevada.
- ¿Que te han despedido? – preguntó
horrorizada. - ¿Que te han despedido? -
repitió.
- No – negó rotunda Eden. – Me he
despedido – apostilló.
- ¡¿Qué?! – gritó Sarah, resonado su voz
por toda la escalera. - ¿Por qué? – añadió, en voz mucho más baja.
- Porque no aguantaba más que fuera
ella quien se llevase todo el mérito – le explicó. – Las tartas, los dulces,
las galletas y toda la repostería en general eran obra mía – añadió con
posesividad. – Mía – recalcó.
- ¿Qué fue lo que hiciste para que te
despidieran? – preguntó Sarah con un suspiro, pidiendo paciencia por la
impulsividad y falta de paciencia de su amiga.
- Quemé a propósito dos bandejas llenas
de dulces e hice mal otras tantas, uno de los cuales impactó directamente en su
cara – explicó, con orgullo.
- ¿Qué? – preguntó Sarah atragantándose.
- ¿Quemaste a propósito dos bandejas llenas de dulces? – añadió,
sorprendidísima y bastante indignada mientras pensaba en la irreparable pérdida
que suponían para ella dos bandejas enteras llenas de tan suculentos dulces…
con la consecuente protesta y furia de su estómago.
Eden asintió,
bastante satisfecha de sus acciones.
-
Eden –
inició Sarah. – Este es el cuarto trabajo consecutivo del que te despiden y el
trabajo no crece en los árboles – añadió. - ¿Tengo que recordarte que debes
pagar el alquiler a fin de mes? – le preguntó, con tono de reproche. - ¿Qué vas
a hacer ahora, cabeza loca? – añadió, preocupada.
-
Deja el
tono responsable que pareces mi madre y tenemos la misma edad ¡por Dios Sarita!
– replicó revolviéndole el pelo, para quitarle hierro a la situación. – Me
buscaré la vida como he hecho la mayor parte de mi vida – añadió,
despreocupada. – Y además, estoy segura de que la señora Anchor proveerá – le
informó. – Al fin y al cabo, soy su chica favorita después de ti – concluyó
sacándole la lengua.
“Un caso perdido”
pensó Sarah mientras miraba al techo y negaba con la cabeza.
-
Y ahora
es cuando dejamos de hablar de mí y nos centramos en lo realmente importante –
dijo, arrancándole la nota de las manos. - ¿Qué? – le preguntó.
-
¿Que de
qué? – le preguntó Sarah a su vez sin entender.
Eden suspiró
mientras señalaba la nota:
-
La nota
– informó. - ¿Y bien? – quiso saber. - ¿Cuál es la noticia que va a cambiarte
la vida? – añadió.
-
No sé… -
respondió Sarah encogiéndose de hombros.
-
¿Cómo
que no sabes? – preguntó Eden con el ceño fruncido. - ¿Es que acaso no te lo ha
dicho después de haber ido hasta allí? – quiso saber enfadada arrugando el
papel. - ¡Menudo idiota! – exclamó.
-
Calma
Eden – la tranquilizó. – N sé nada porque aún no he ido – le explicó de forma
suave.
-
¿Cómo
que no has ido? – preguntó ella con los ojos muy abiertos por la sorpresa de la
revelación. - ¿Qué parte de reúnete conmigo en cuanto leas esta nota porque es
urgente, muy urgente no has entendido? – añadió agitando los brazos mientras
hablaba hasta que al final los detuvo, colocándoselos en jarra.
-
Veo que
has leído con mucha atención mi nota privada – le echó en cara al poner
especial énfasis en las tres últimas palabras de la frase.
-
Tampoco
había gran cosa que leer – se defendió ella.
-
Es
cierto – dijo Sarah. – Tienes razón – añadió. – Debería ir y no he ido – le dio
la razón. – Pero es que…me da miedo – acabó por confesar. - ¿Y si son malas
noticias? – le preguntó, mientras pensaba en una posible pretendiente a esposa
secreta y oculta hasta ese momento, palideciendo por ello.
-
¿Y si
son buenas? – contrarrestó Eden de inmediato porque sabía qué era lo que
cruzaba por la mente de su amiga exactamente en ese momento. – Imagínate que hoy,
tu señor Christian Crawford; por alguna razón o extraña casualidad se ha
despertado, se ha levantado de la cama y se ha dado cuenta de que tras todos
estos años conociéndote está enamorado de ti – añadió. ¿o sería fantástico? – le preguntó, con una sonrisa.
- ¡Imagínate! – exclamó, zarandeándola suavemente. - ¡Serías la señora Crawford
por fin! – añadió, ensanchando su sonrisa y burlándose un poco de ella también.
- ¡Y yo podré conocerle de una buena vez! – protestó. – Porque déjame decirte
querida – la amenazó con el dedo índice. – Que durante mucho tiempo pensé que
todo lo relacionado con Christian Crawford y la historia de que trabajabas para
él como una de sus mujeres de la limpieza no era más que una excusa que te
habías inventado ante Miss Anchor para encubrir tu verdadero trabajo; mucho más
liberal – le explicó.
-
Mi
historia es totalmente cierta – se defendió Sarah con vehemencia. “En parte” añadió mentalmente.
-
¿Sabes
qué va a ser lo peor de todo, si es que al final mi teoría resulta ser cierta? –
le preguntó.
-
¿Qué? –
preguntó Sarah intrigada.
-
Aparte
del hecho de que te mudarás u me abandonarás para siempre como cachorrito –
dijo en tono lastimero y quejicoso. – Vas a cambiar tu apellido – le informó.
-
¿Y qué
pasa con eso? – preguntó Sarah picada. “¡A mí me entusiasma la idea!” exclamó,
dando pequeños saltos de alegría.
-
Que no
te pega - explicó Eden. Y añadió ante la
incomprensión de Sarah: - Tu nombre combina perfectamente con tu apellido
actual. En cambio, Sarah Crawford… - añadió, desaprobándolo negando con la
cabeza y simulando que vomitaba. - ¡De ninguna de las maneras! – exclamó
vehemente. Sarah se echó a reír ante la excesiva teatralidad y exageración de
su amiga. – En cambio el apellido Crawford… - dejó caer ignorando las
carcajadas de su amiga. – Sí que me quedaría bien a mí – concluyó, para ponerla
celosa a sabiendas.
-
¡Oye! –
protestó Sarah golpeándole el hombro.
Esta vez fue Eden quien rió con ganas de tan bien como conocía a su
amiga.
-
¡Era
broma! – exclamó sin dejar de reír. – Era broma – repitió, ahora seria. –Broma
– dijo una tercera vez para grabárselo en la cabeza y dejarlo claro del todo. -
¿Te imaginas? – preguntó, esbozando nuevamente un sonrisa. – Yo – dijo
autoseñalándose. – Un caso perdido en todos los aspectos vitales y desastre en
los relacionados con el amor la señora Crawford – añadió, antes de reír
nuevamente. - ¿Eden Crawford? – le preguntó con énfasis y gesto de desagrado e
incredulidad.
Se hizo el silencio
entre ambas antes de que Eden riese a carcajadas por segunda vez consecutiva en
la mañana.
-
Anda ve
– dijo limpiándose las lágrimas que salían de uno de sus ojos y señalándole la
puerta. – Ve adonde quiera que el Christian Crawford viva y entérate de una vez
de cuál es esa noticia – le ordenó sin mucha autoridad, poniéndose en pie y
dirigiéndose a su apartamento. – Eso sí – le advirtió antes de entrar. – Espero
no tener que volver a asaltarte en el rellano para enterarme de qué es lo que
te ha dicho – le advirtió.
Sarah obedeció a su
amiga pero no se dirigió veloz, presta y presurosa a casa de Christian una vez
terminó de hablar con Eden.
No,
Aún tardó un rato
más.
¿El motivo ahora?
Su indecisión a la
hora de escoger un vestuario adecuado a la ocasión.
No podía tomar como
referencia o referencia la nota que le envió pues era muy críptica y ambigua en
este sentido y dado que no sabía si era algo bueno o malo… ¿con qué demonios se
viste una noticia que le va a cambiar la vida sin saber si es buena o mala?
Al final, y tras
sacar todo el contenido de su armario de él (escaso por otra parte), optó por
un vestido neutro color beige y no muy adornado, sus zapatos de paseo, una
papalina a juego con el vestido y por su amigo en forma de poncho que le
llegaba por debajo de las rodillas. Todo acompañado por guantes y bufanda.
Mientras caminaba en
dirección a St James Street con paso firme y paraguas en mano; el cual llevaba
por si acaso descargaba de repente uno de típicos y habituales chaparrones
londinenses (paraguas que también fue la causa de su último retraso pues tuvo
que regresar por él a la carrera) Sarah comenzó a pensar acerca de cuáles
podrían ser los motivos o noticias lo suficientemente importantes como para
cambiarle la vida por completo.
¿La noticia era que
Penélope ya estaba completamente recuperada del parto de la pequeña Aurora y
por tanto iba a recuperar su puesto de correctora de artículos? ¿Un puesto que
ahora ocupaba ella?
“No” se respondió.
“Imposible” añadió.
Aunque se diese ese
supuesto y Penélope ya estuviese recuperada, no podía ser esa la noticia.
Por dos motivos
principalmente:
1. El primero de ellos se debía a su marido;
quien desde que casi estuvo a punto de perderla en el parto de los gemelos
Amanda y John hacía poco más de dos años, había tomado el control de la
situación y había ordenado a todos (y muy en especial a su esposa) otro mes
mínimo de reposo absoluto añadido al recomendado por los médicos.
Otro mes. Sin
excepciones.
Y pese a que este
nuevo parto se había desarrollado sin contratiempos o percances; siendo mucho
más rápido que el anterior, el señor Crawford se mantuvo en sus trece y
nuevamente impuso el mes añadido.
Por eso, éste no
podía ser el motivo ya que la pequeña Aurora vino al mundo hacía tres semanas;
a principios de octubre.
Tres semanas.
Lo cual significaba
que aún le quedaba una semana por la recomendación médica y más de un mes por
la de su marido.
2. Y el segundo gran motivo por el cual esto no
podía ser era precisamente la existencia de los dos gemelos en este mundo.
Unos gemelos que
habían sido el primer parto de Penélope y su primera oportunidad de ocupar el
cargo de correctora. Primera oportunidad.
Lo cual significaba
que esta era la segunda y como tal, repetida.
Por tanto, no le
cambiaría radicalmente la vida.
Definitivamente,
esto no podía ser.
“Aunque sí puede ser
algo relacionado con el periódico y bastante malo ara tus intereses” pensó
disgustada y entrando en pánico de repente.
¿Y si la noticia era
que iba a ser despedida?
Al fin y al cabo eso
sí que era importante y un gran cambio en su vida.
Otro gran cambio y
posible noticia podía ser que fuera consciente de que ya no la necesitaba; algo
en lo que podía haber caído en cualquier momento. Y por tanto, encajaba a la
perfección en las frases de la nota.
“¡Oh Dios mío!”
exclamó, cayendo en la cuenta. “¡Oh Dios mío!” se repitió, asustada. “¡Dios
mío” se dijo una tercera vez. “¡Es eso!” añadió. “¡Va a despedirme!” concluyó,
deteniendo su marcha y a punto de echarse a llorar.
Si se pensaba con
raciocinio, la acción de despedirla y prescindir de sus servicios era muy
lógica porque ¿ella? ¿qué hacía ella? Estaba claro que era el vértice que
flojeaba dentro del equipo de Christina al consistir únicamente su trabajo en
la entrega de las columnas al editor y propietario del The Chronichle.
Un editor y
propietario que se mantenía en el anonimato y del que apenas nadie sabía su
identidad. Desde luego ella no y por eso, aunque en teoría debía entregarlos en
mano, la práctica era que los entregaba enrollando los folios y pasándolos a
través de los ínfimos respiraderos del confesionario de la capilla. Un asunto
harto complicado.
Ahí acababa su
participación en el equipo porque desde ese momento, alguien encargado de la capilla era el
encargado de hacérselo llevar al verdadero dueño y editor del periódico para
que lo publicase.
Una vez.
Una sola vez se
quedó a ver qué era lo que sucedía después, movida por la curiosidad y sobre
todo por Eden (a quien se lo comentó como si de una hipotética situación se
tratase) Tras realizar la “entrega”, permaneció escondida entre dos bancos y
así pudo comprobar cómo un joven sacerdote[4] entraba en el
confesionario y, tras asegurarse de que nadie le miraba o seguía, se agachaba,
recogía los papeles y emergía de las sombras caminado tranquilamente para
desaparecer después.
Así que (en su
opinión) Sarah había estado más cerca que nadie de conocer la identidad real de
tan misterioso personaje. Puede que quizás fuera el propio sacerdote.
En cuanto a su otro
trabajo (ocasional) dentro del periódico; el de correctora, en ese sí quera
mucho más probable que la despidiera y prescindiese de sus servicios:
-
Para
empezar, era la suplente y estaba muy claro a quien escogería en el caso que
tuviese que elegir entre ambas. Pero es más, si quisiera también podría
prescindir de los servicios de Penélope si quisiera, ya que la figura de la
correctora había surgido en un momento de emergencia y como fruto de la
inexperiencia escritora y falta de mesura escritora de Christian. Razón por la
cual sus columnas se habían sometido a una fuerte censura y a punto estuvieron
de desaparecer.
Afortunadamente, dio
con Penélope; quien consintió corregirle los artículos.
Y desde ese momento
(hace ya seis años) Christian/Christina no había dejado de publicar.
Hoy día, Christian
ya había elaborado su propio sistema estructural de elaboración de los
artículos sin ayuda de la corretora, cuya función actual correspondería y se
restringía a leer y a dar el visto bueno.
Por eso, también
debería despedirla.
No obstante no lo
haría. Sarah sabía que Christian era muy inseguro en lo que a sus letras, artículos
y columnas se refería y que continuaba necesitando la anecdótica colaboración
de Penélope.
Además,el otro
motivo por el cual estaba segura de que sería ella la despedida era porque
ambos eran familia; cuñados para ser exactos. En otras palabras, si despedía a
Penélope, su hermano William se le echaría encima. Y Christian temía a William
porque era el más fuerte de los dos.
Suspiró llena de
lástima ante la injusticia que iba a cometerse hoy día con ella.
No quería ser
despedida.
No quería dejar de
ser parte del equipo Christina.
No quería decir
adiós tan pronto.
¡Era lo más cerca
que se sentía a ser parte de un periódico de forma profesional!
Pero no todos sus
pensamientos (afortunadamente) eran negativos. Como todo, tenían su
contrapartida en forma de pensamientos positivos. Eran tres en este caso:
1. Un aumento de sueldo; el cual sí le cambiaría
la vida porque podría comprarse un apartamento o bien su propia casita en un
pueblo cercano a Londres y dejaría de vivir en alquiler).
2. Relacionado con este primero, otro gran
cambio sería el de la obtención de un nuevo puesto, cargo o papel de
importancia dentro del propio equipo Christina o incluso del propio periódico.
Lo cual, a menos que
Penélope fuese despedida (cosa bastante improbable, por no decir imposible)
esta segunda opción no tenía viabilidad alguna.
3. Por último, la tercera opción era la
planteada por Eden, en la cual, Christian, después de seis años se hubiera dado
cuenta de la obviedad que eran sus sentimientos hacia él y de repente, hubiera
sido consciente de la reciprocidad de los mismos para con ella.
Siendo completamente
objetivos, la tercera opción encajaba completamente con las dos frases
crípticas de Christian; las de no sé cómo no me he dado cuenta antes y que lo
que le iba a decir le cambiaría la vida para siempre… y a la vez explicaría la
repentina urgencia y necesidad de verla ese día.
Ya se estaba
imaginado la escena: entraría en el despacho de Christian (como siempre, sin
llamar), él la recibiría de pie, con los brazos extendidos hacia ella y antes
de que le diera tiempo a reaccionar o a hablar, se acercaría a ella para
estrecharla entre sus brazos y besarla hasta dejarla sin sentido antes de
declararse y pedir su mano en matrimonio.
Ella diría que sí de
inmediato.
Aunque la pega para
esa situación era que no disfrutaría de un corto período de galanteo o romance
tal y como era su deseo y el sueño de toda mujer.
En su lugar,
pasarían de ser amigos a esposos.
“Una verdadera
lástima” pensó.
¿A quién pretendía
engañar con tantas negativas y reticencias? ¿A ella misma?
¡Desde luego que no!
¡Por supuesto que
aceptaría y diría que sí en cuanto Christian se lo propusiese!
Pero ¿qué quejas o
lamentos por la ausencia de romance?
¡Si era algo que
llevaba esperando seis años!
“Ojalá me lo pidiese
hoy” fue el último pensamiento de Sarah Parker antes de llamar a la puerta de
la casa donde vivía Christian en Saint James Park y que la señora Rider la
saludase y le permitiese el acceso al interior sin necesidad de que la guiara o
le indicara donde estaba el despacho del dueño.
Ella sola se
encaminó hacia allí.
Como en sus
fantasías de mujer enamorada (y solo porque Christian la había autorizado
recientemente) Sarah entró en el despacho sin llamar y apenas abriendo una
cuarta la puerta; espacio suficiente para que accediese al interior. Aún así, accedió muy lentamente asomando poco
a poco todas y cada una de las partes que componían su cuerpo; temerosa de la
reacción de Christian ante su tardanza.
Cuando por fin todo
su cuerpo estuvo dentro del espacio y separado al menos diez centímetros de la
puerta, Sarah vio que Christian estaba sentado frente a su escritorio
escribiendo detrás de un gran fajo de folios apilados en una de las esquinas y
otros tantos desparramados por la longitud de la tabla de madera y en el suelo
por los alrededores. Lo cual solo podía significar dos cosas: Bien estaba
plasmando nuevas ideas para Christina o bien estaba resolviendo nuevos
ejercicios matemáticos.
No obstante (y en su
opinión) no debía ser muy importante o interesante lo que estuviera haciendo
porque en el mismo momento en que la descubrió allí, dejó inmediatamente de
escribir y le sonrió; causando un gran desconcierto en ella; quien esperaba una
regañina de épicas proporciones.
En lugar de eso, se
levantó y extendió los brazos en su dirección antes de decir ensanchando su
sonrisa:
-
Mi muy
querida Sarah Parker -.
Siempre que iba a
casa de Christian, lo primero que hacía Sarah era sentarse frente a él
alrededor de su mesa de trabajo. No obstante viendo el inesperado y efusivo
recibimiento, decidió que hoy no sería lo más adecuado. Es más, tan
desconcertada la había dejado esta reacción que no solo no se acercó, sino que
frenó su marcha tan repentinamente que dio un traspiés.
E incluso que
creyendo que sufría alucinaciones, fue retrocediendo hasta dar con algo sólido
que le confirmase que estaba confundida. Dio con ello cuando su espalda se pegó
a la pared.
Con todo ello, era
incapaz de creerlo.
Era tan parecida
(por no decir igual) a la situación que se había imaginado tantas veces que
ahora que parecía estar viviéndolo en primera persona, le parecía irreal.
“¿Mi muy querida
Sarah?” se preguntaba una y otra vez mientras intentaba buscarle y desentrañar
un posible significado oculto a esas palabras.
-
Sarah…
¿estás bien? – le preguntó Christian preocupado.
-
Eh… sí –
consiguió decir. “¿¡Y tú!?” gritó mentalmente.
-
Y
entonces ¿qué haces ahí parada? – le preguntó. - ¡Acércate mujer! – le ordenó
en tono amistoso. - ¡Ni que fuera tu primera visita! – añadió sonriendo
mientras volvía a sentarse, frustrando el intento de abrazo por su parte.
Solo cuando comprobó
que no corría peligro y que podía acercarse a él, Sarah avanzó a paso de
tortuga hasta acabar sentada justo delante de él sin perderle de vista ni un
instante para cerciorarse de que no se había operado ningún psicológico (porque
físico estaba claro que no) en su enamorado.
-
Christian
¿estás bien? – preguntó ahora ella.
-
Perfectamente
– le aseguró él. - ¿Por… - titubeó. - ¿Por qué? – añadió mirándose el traje con
atención y palpándose de forma exhaustiva el rostro en busca de alguna mancha o
resto orgánico.
-
No sé… -
titubeó ahora Sarah. – Por lo de… la nota – acabó por decir, no sin esfuerzo.
-
¡Ah! –
exclamó Christian sintiendo con la cabeza. – Entiendo tu incomprensión
perfectamente porque la nota ha sido un poco…ambigua – añadió. – Mea culpa –
concluyó, llevándose la mano al pecho. – Pero no te preocupes – la tranquilizó.
– Voy a explicártelo ahora todo con detalle – añadió. – Porque tú eres clave en
este plan Sarah – anunció. Tomándole la mano y sonriéndole para darle más
importancia y veracidad a sus palabras. – Sin ti esto sería imposible -
concluyó, mirándola a los ojos directamente lleno de agradecimiento hacia su
persona.
Tras superar
físicamente el hecho de que por primera vez había utilizado un tono íntimo y
familiar para tratar con ella e incluso que le había tomado de la mano, lo cual
hizo que se pusiera colorada como un tomate; Sarah avergonzada e incapaz de
mirarle a la cara perdió todo el color del que hasta hacía escasos instantes
presumía su rostro.
“¿Realmente me está
sucediendo esto?” se preguntó bastante sorprendida. “¿Me está proponiendo un
romance velado?” añadió ahora extrañada e incapaz de creerse su buena fortuna.
-
¿Estás
preparada para lo que tengo que proponerte? – le preguntó Christian tras emitir
un hondo suspiro; señal de que no estaba muy convencido de la viabilidad de su
idea.
-
Sí –
respondió Sarah de inmediato. - ¡Sí! – añadió, golpeando la mesa con su mano;
avergonzada al instante por mostrar sus pensamientos y su entusiasmo de una
manera tan evidente.
“¡Vaya!” exclamó
Chrsitian mentalmente sorprendido y con los ojos muy abiertos al ver tanto
entusiasmo en la respuesta de Sarah. “No
la esperaba tan predispuesta…” añadió.
-
¿Estás
completamente segura de que quieres aceptar lo que te voy a proponer? – volvió a
preguntarle para asegurarse de que realmente Sarah iba a embarcarse en el
proyecto (pregunta inútil al parecer, dado el entusiasmo con el que le había
respondido la primera vez). Sarah asintió vigorosamente. - ¡Muchas gracias! –
exclamó feliz como nunca lo había visto nadie antes.
Tan feliz, que como
acto reflejo se incorporó de la silla, abrazó a una Sarah quieta como una
estatua y le besó con entusiasmo las mejillas.
Esa muestra de
cariño y mínimo contacto sobrepasó el límite de Sarah. Una Sarah que deshizo
del abrazo de Christian a duras penas mediante golpes en los brazos que la rodeaban.
No era porque su
contacto le produjese asco o repulsión.
Al contrario.
Llevaba deseando
esto mismo desde hacía mucho tiempo.
Pero era este
también precisamente el motivo que explicaba su reacción y comportamiento: era
tanto el tiempo que lo esperaba que ahora que por fin lo estaba viviendo le
parecía irreal e imposible que su sino pudiera cambiar tanto de un día para
otro y dar un giro de 360ºC.
Christian carraspeó
varias veces y se recompuso el nudo de su corbata a la vez que intentaba hacer
desaparecer las arrugas de su camisa como acciones para superar este incómodo
momento antes de anunciar con gesto serio:
-
Tenemos muchas cosas que tratar todavía antes
de que firmemos el contrato -.
“¿Contrato?” se preguntó
Sarah frunciendo el ceño. “¿¡Un contrato matrimonial ya?!” añadió a gritos,
comenzando a hiperventilar.
-
Te
informo de que al principio el editor no quería de ninguna de las maneras que
tú fueras la encargada de hacerlo – le explicó. – Pero yo me mantuve en mis
trece y me negué rotundamente a que cualquier otra persona que no fueras tú
realizase esta tarea porque al fin y al cabo, tú eres de allí y por tanto te
moverás en ese ambiente mucho mejor que cualquier otra persona foránea –
añadió, causando confusión en Sarah. – Y además, tú ya cuentas con algo de
experiencia en estas lides así que eres perfecta para esto – concluyó. – Tú y
no cualquier otro – enfatizó.
Las últimas palabras
pronunciadas por Christian provocaron que la mente de Sarah Parker añadiera
nuevas dudas, pensamientos hipotéticos y dudas existenciales a su ya
considerable lista.
¿No le estaba
pidiendo matrimonio?
Cierto que hasta lo
de ahora era la proposición menos idónea y perfecta que había podido imaginarse
y desde luego no era el epítome del romanticismo pero Christian nunca había
sido muy proclive y favorable a muestras de cariño en público; ni siquiera con
su hermano, su cuñada o sus sobrinos. De ahí que sus besos en las mejillas
fueran un punto a su favor en su teoría matrimonial.
Entonces, ¿qué
pintaban palabras como editor o tarea? ¿Es que acaso iba a ser ella la
encargada de redactar la noticia de su boda para el periódico dando con ello el
pistoletazo de salida para su carrera como periodista? Porque en tal caso la
idea no le desagradaba en absoluto. De hecho, firmaría el contrato que se le
requería ahora mismo si fuera necesario para demostrar su conformidad.
Aún así había otra
serie de frases que no acababan de encajar en su línea de pensamientos: tales
como la referente a las lides. ¿Qué lides eran esas? ¿Es que acaso Christian
estaba insinuando que por haber nacido en el Soho era una mujer de vida
disoluta y andaba continuamente en brazos de unos y otros hombres?
¡Pues estaba
equivocado en tal caso!
¡Muy equivocado
además!
¡Ella no era ninguna
cualquiera!
¡Era una mujer
respetable!
¿Quién se había
creído que era para hablarla y considerarle de esa manera?
¡Se iba a enterar el
pseudo periodista!
Tomó aire antes de
explotar, se puso en pie, le señaló con
el dedo índice a escasos centímetros de su nariz y echando chispas por los
ojos.
-
Mira
Christian… - inició en voz alta y clara. - … No entiendo qué me estás queriendo
decir exactamente – concluyó la frase en un tono de voz mucho más bajito del
que se había imaginado en su cabeza. (En otras palabras, se había acobardado).
-
Precisamente…
- incidió Christian antes de entregarle un ejemplar de The Chronichle abierto
por la sección de deportes y no por la de Sociedad; tal y como venía siendo
habitual en los últimos días, antes de ordenarle que leyera.
Sarah Parker
obedeció y comenzó a leer…aunque no entendió nada.
Bueno sí, hubo algo
que sí que entendió: el tema sobre el que versaba el artículo. Un tema que eran
los deportes. Y más concretamente dentro de la gran variedad de deportes
existentes, el protagonista era el boxeo.
Cuando terminó de
leer el “artículo” varias eran las emociones y reacciones que Sarah sentía;
todas manifestadas en su rostro:
·
Confusión.
Un sentimiento muy socorrido y recurrente para ella esta mañana que acababa de
aumentar y alcanzar cotas insospechadas en su persona. Y es que por más veces
que había leído ese conjunto de palabras y le había prestado toda su atención,
no había conseguido descifrar el mensaje oculto de proposición de matrimonio
que allí se incluía. Motivo por el cual tendría que felicitar a su futuro
marido cuando le indicase dónde se hallaba.
·
Incomprensión.
Esta por partida doble ya que por una parte no había conseguido comprender
completamente qué era lo que había ocurrido durante el combate sucedido la
noche anterior. Creía que había ganado el luchador (o boxeador, desconocía cuál
era la manera más adecuada para referirse a esta clase de “deportistas”) que se
hacía llamar Skin HH Skull, pro tampoco estaba segura al cien por cien. Podría
darse el caso de que Skin HH Skull fuese una abreviatura o un término muy
específico del boxeo que ella ignorase.
Y sobre sentía
incomprensión acerca del motivo específico por el cual había tenido que
leérselo. Por eso, rezaba que la lectura del mismo tuviera como conclusión un
enlace porque sino, iba a arder Troya…
·
Otra
emoción imperante en ese momento era el horror. El horror y la indignación más
absoluta. Ambos muy relacionados, intrínsecos y prácticamente imposibles de
separar el uno de la otra.
¿Por qué?
Por la espantosa y
dolorosa manera de redactar que este artículo tenía: llena de incoherencias,
sinsentidos y faltas de ortografías.
A Sarah se la
llevaban los demonios; especialmente porque era muy sensible y escrupulosa con
este tema en particular. Eso sí, también tenía una gran capacidad de
comprensión acerca de las circunstancias vitales y el nivel cultural de las
personas. En otras palabras, sus parámetros culturales eran muy flexibles.
De ahí su monumental
estado de enfado e indignación para con el “periodista” redactor y el encargado de corregirle los fallos acerca
del artículo de boxeo.
¡Por Dios!
¡Era “periodista”!
(No para ella desde luego)
¡“Periodista”! Su
nivel de lectoescritura debía ser de sobresaliente, no más propio de un cazurro
o un paleto sin apenas nivel de conocimientos sobre este tema.
Aunque lo peor de
todo era… ¡que lo habían publicado!
¡Qué injusta era la
vida!
-
¿Qué
tiene que ver un artículo sobre boxeo en la conversación que estamos
manteniendo? – preguntó, apartando de muy mala manera el periódico; pues le
asqueaba.
-
Todo –
respondió él de manera enigmática. – Porque el próximo artículo lo vas a
escribir tú y no quiero que cometas los mismos errores – añadió Christian,
mirándola como si fuera bastante obvio lo que acababa de decirle.
-
¿Cómo…
dices? – preguntó Sarah; quien se había atragantado con su saliva por la
exclusiva de noticia que Christian acababa de proporcionarle mientras se
golpeaba el pecho con la palma de la mano.
-
Bien… sí
– reconoció Christian agachando la cabeza y evitando enfrentar su inquisitorial
mirada. – Quizás se me olvidó mencionar
el nimio detalle de que tú serías la encargada de escribir los artículos sobre
boxeo en la nota que te envié pero quería que fuera una sorpresa – explicó. -
¡Sorpresa! – exclamó con los brazos extendido y una expresión de dolor en el
rostro; adelantándose a una más que probable torta por parte de Sarah. Tras un
momento sin recibir nada de su parte, abrió los ojos y añadió: - El próximo
artículo se publica en dos semanas – y repitió gesto.
Pero el guantazo no llegaba.
No llegó nunca de hecho.
En su lugar Sarah, incrédula preguntó con suspicacia:
-
¿Cuándo
he aceptado yo convertirme en la nueva periodista y redactora de deportes de
The Chronichle? -.
-
¿Cúand? –
repitió él. - ¿Cómo que cuando? – añadió, juntando las cejas mientras
parpadeaba compulsivamente. - ¡Acabas de hacerlo! – exclamó casi a gritos.
-
Ya sabes…
- añadió, con tono de voz de normar, pues aún no había pasado el peligro y
riesgo de golpeo por su parte. – Lo de la proposición y el compromiso – le recordó,
remarcando muy bien sus palabras abriendo mucho los ojos como gesto para
enfatizar y ayudarla a recordar y reubicarse en la conversación.
“¿Seguro?” se
preguntó Sarah aún no convencida del todo.
“A ver Sarah recuerda… ¿cuándo te has prestado a esta locura?” se
preguntó nuevamente mientras repasaba la conversación mantenida por ambos. “No”
concluyó. Negando también con gestos de su cabeza. “En ningún momento he dicho
que… Un momento” recordó. “¿Proposición?” se preguntó con mucho esfuerzo. “¿Compromiso?”
añadió.
Y entonces
comprendió.
Christian llevaba la
razón.
Había algo a lo que
ella había accedido completamente: a casarse con él.
O a lo que ella había
entendido como una proposición de matrimonio.
Era una proposición.
Cierto.
De trabajo.
¡Cuán estúpida había
sido nuevamente!
¡Siempre le sucedía
lo mismo!
¿Es que no iba a
aprender nunca y a darse cuenta de que al paso que iba su relación jamás
pasaría de la amistad si no era ella quien tomaba la iniciativa?
Parecía que no,
porque a la mínima mención de palabras como compromiso o proposición, sus ojos
habían comenzado a chispear y su desbocada imaginación había desarrollado una
situación alternativa real (más acorde a sus gustos; todo sea dicho)
Ya era malo que su
corazón hubiera sufrido un nuevo golpe en forma de desilusión. No obstante, en
esta ocasión debía añadir que además había aceptado (de manera totalmente
inconsciente por su parte) convertirse en periodista.
¡Periodista!
¡Uno de sus sueños!
En teoría debería
estar muy feliz y demostrarlo bailando encima del escritorio lleno de papeles
de Christian; pues por fin iba a poder llevar a cabo uno de sus sueños y
dedicarse a la escritura; siendo remunerada por ello.
Sin embargo, no lo
estaba.
¿Por qué?
Por la especialidad
sobre la que tenía que hacerlo: deportes. Y dentro de la generalidad y diversidad
de deportes el boxeo.
“Boxeo” se repitió
mentalmente con gesto de desagrado y menosprecio. “Bueno” añadió, restando algo
de disgusto. “Al menos no voy completamente a ciegas y sé algo acerca de él”
añadió.
Su existencia.
Eso era lo único que
conocía del mismo; su existencia.
En otras palabras,
Sarah sabía que existía un deporte llamado boxeo.
Y nada más.
O bueno sí; que se “jugaba”
(aunque no estaba muy segura de que el verbo jugar fuese el más recomendable o
indicado para utilizar en este contexto) en pareja.
O eso creía, ya que ignoraba
si existía la posibilidad de que jugaran a pegarse por equipo; en cuyo caso
acabaría por confirmarse y demostrarse el poco grado de conocimientos que tenía
sobre la materia.
Lo cual era
realmente un problema bastante serio porque sí, quizás fuera una cobarde y una
absoluta ignorante en lo que al mundo del boxeo y las peleas en general, pero
lo que sin lugar a dudas sí que era (y estaba bastante orgullosa de ello) era
una mujer de palabra.
Y ella había dado su
palabra y se había comprometido a serlo (cierto era que pensaba que se había
comprometido para otra cosa completamente distinta en un principio). Ergo, no
podía decirle ahora que no.
Su conciencia ya no
se lo permitía.
Iba a ayudarle y a
ser la nueva periodista de boxeo de The Chronichle.
Estaba decidido.
Observando las
distintas expresiones del rostro de Sarah, Christian enseguida se dio cuenta
del torbellino de pensamientos que en ese momento cruzaban por su cabeza.
Y sabía que giraban
en torno a una misma cuestión.
Cuestión a la que él
tenía la solución.
Por este motivo y
también porque había sido él quien la había metido en este embrollo, apenas se
demoró en proporcionársela.
-
Por
supuesto que sé que este no es tu tema favorito – le dijo. – Pero no temas ni
te preocupes que yo te ayudaré en todo lo que pueda – anunció con firmeza.
-
¿Me
ayudarás? – le preguntó Sarah llena de gratitud y alivio y sintiendo como se le
aligeraba mínimamente el peso del mundo sobre sus hombros.
-
¡Claro! –
exclamó él alzando el puño y con una sonrisa. . ¿Es que acaso lo dudabas? –
preguntó, contrariado. – Sarah… - inició. – Yo te aprecio mucho aunque no te lo
diga y sé que no tienes la más mínima idea sobre boxeo. Además, yo te metí en
este lío… - dejó caer con algo de culpabilidad. – Es lo mínimo que puedo hacer –
concluyó, satisfecho.
A punto estuvo Sarah
de ponerse a aplaudir ante la alegría que le causó la noticia.
No obstante, se
contuvo y abstuvo de hacerlo finalmente. En su lugar, arrastró su silla para
acercarse a Christian e iniciar una ronda interminable de preguntas acerca del
boxeo.
Justo cuando iba a
abrir la boca para formular la primera de ellas, Christian sacó dos fajos
considerables de viejos periódicos atados con cuerdas cuádruples de debajo del
escritorio y no sin poco esfuerzo, los depositó encima del mismo; levantando
una nube de polvo y provocando que varios de los papeles que allí encima había
saliesen volando.
Se sacudió el polvo
de las manos antes de decirle:
-
Bueno…creo
que esto es todo – anunció a una Sarah
boquiabierta. – Ahí lo tienes – añadió, mirándola y señalándoselos. – Basta con
que te leas todas las columnas que tu predecesor en The Chronichle ha escrito
para que alcances los conocimientos mínimos requeridos que todo buen cronista y
entendido debe tener sobre el tema que va a escribir – concluyó.
Sarah continuaba
muda y boquiabierta por la revelación que acababa de recibir. Y permaneció así
durante tanto tiempo que Christian tuvo que añadir, preocupado ante su falta de
reacción:
-
No te
preocupes – dijo, para intentar tranquilizarla. – Confío en ti y estoy seguro
de que tú o harás mucho mejor – añadió sonriente y con el orgullo que sentía
por ella reflejado en sus ojos.
“Aunque tampoco hay
que esforzarse mucho para superarle, dado el nivel del que se parte” añadió
mentalmente mientras sentía un escalofrío al recordar el horror que había leído
y que le había provocado dolor de cabeza.
Estupefacta y
temerosa por la magnitud del tamaño de periódicos que tenía que leer para
ponerse a leer, Sarah extendió las manos (diminutas y frágiles de forma
repentina) sintiendo de antemano el dolo por la carga que éstas tendrían que
soportar en un camino tan largo y maldiciendo en voz baja por ello.
Además, comenzó a
bufar como manifestación del disgusto y la creciente ansiedad que esto le
provocaba; pues veía que no iba a tener tiempo suficiente de preparación y que
su artículo sería un fracaso rotundo.
¿Solo tenía dos
semanas para leerse TODO eso?
¿Sólo dos?
¿En serio?
¡Eso era imposible!
¡Y más siendo una
ignorante en el tema y de la manera en que estaban redactados los artículos!
¡Imposible!
No obstante, sabía
que de nada iba a servir quejarse de forma tan repetida o verlo todo de color
negro (quizás sí, para perder más tiempo. Un bien precioso en este instante). Y
tanto el combate, los boxeadores y sobre todo, los lectores aficionados al
mismo, no iban a esperar a que ella se convirtiera en una experta en el tema.
Por esta razón, se
obligó mentalmente a cerrar su boca y no malgastar saliva ni a desperdiciar tiempo
con sus quejas y protestas, a agarrar ambos gruesos fajos justo por del nudo de
las cuatro cuerdas e (procurando no arrastrarlos para no ensuciarlos; aunque
con ello sintiera cómo gracias a este hercúleo esfuerzo, sus hombros y brazos
estaban tres centímetros más cerca del suelo) iniciar el camino de vuelta a su
piso de alquiler de Orange Street.
Iban a ser dos
semanas casi tan largas como el camino de regreso y casi tan difíciles como la
comprensión de lo ahí escrito.
[1] Trad: La señora Ancla.
[2]
Iglesia de Bow: Es la iglesia
parroquial dedicada a Santa María y la Sagrada Trinidad. Se encuentra en la
carretera de Bow, en Tower Hamlets.
[3]
N. Aut: Según una historia popular entre la gente de la época y de la zona
actualmente, existió una panadería-pastelería en esa época justo frente a la
puerta del pasillo norte. De ahí que haya decidido considerar esta historia
como inspiración para el local de Miss Anchor; solo que yo lo he colocado frente
al edificio Fuente: http://www.british-history.ac.uk
[4]
N. Aut: El supuesto sacerdote no es otro que Joseph Harper disfrazado.
bueno bueno bueno aparte de que chris chris es un cochinote q no limpia la mesa del despacho mira q hay q se guarro pa tener acumulao el polvo en la mesa so marrano lavalo eee
ResponderEliminardecir q e aqui el chiste facil tenemos a la sara carbonero del boxeo a la maria escario del siglo XIX es decir a la gran sarah parker en su faceta deportiva cuan carlota reig de deportes la sexta q ella comenta basket nuestra saritisima boxeo. jaja ai pobre mia q se pensaba q chris chris le iba a proponer matrimonio pobre mia q no tontina q tu con mi rubio guapo de doble h q pega derechazos e izquierdazos cuan chuck norris q pega guantazos a cascoporro xD q tontina aqui entre nos a ti te mola doble h q ese besazo no te ha dejado indiferente ee aais bobina q si q chris te va a salir rana ese pa la eden q q curioso jaja q augure y piense q le sienta bn el apellido crawford jaja
punto no se cuanto q he perdido la cuenta DIOS BENDITO CREO Q SI A EDEN LA PONEN DE COLABORADORA EN SALVAME CREO Q SERIA FELIZ DE LA VIDA NO HE VISTO A UNA PERSONA MAS COTILLA EN MI VIDA Y MIRA Q YO SOY COTILLA XQ SOY MUJER Y NO LO PUEDO EVITAR PERO ES Q ESTA SE LLEVA LA PALMA CREO Q SI SALVAME EXISTIERA ELLA SERIA LA JORGE JAVIER VAZQUEZ DE LA EPOCA CHAAAVAL MAADRE MIA Q AFAN DE COTILLEO TIENE JESÚ BENDITO
y bueno bueno bueno ES MENCIONARMELO Y CAERSEME LA BABONA CON EL XQ MUERO CON EL JAJA AAAAAIIIIIIISSS MI WILLY WILLY SIEMPRE OMNIPRESENTE EN TOS LAOS COMO CRISTO JAJA AAAAISS Q ME LO COMO CON PAPAS FRITAS AAAISS Q WENO Q TA MAAADRE DIOS COMO ME PIRRA Y COMO DESVARIO CON EL MAADRE ES NOMBRARMELO Y BUENO CERDACA PERDIA JAJA Y MANDIBULA PERDIDA EN EL SUELO JAJA
pero volviendo al capi quiero vivir con la sra anchor quiero quiero quiero xq me daria dulces pero se me pondria el culo como un pandero pero bueno xD aais q maternal es esta mujer jiji
y Q GANAS TENGO DE COMBATE CON BARRO PELEA CHICOS EN CALZONES SUDOROSOS PETAOS MUSCULAOS Y GUARRINDONGOS POR EL SUDOR APUESTAS 2 A 1 PIPAS CHICLES CARAMELOS A UN EURO xD
he dicho xD en general el capi estupendo y quiero mas malota xD
pd: yo ya sabia q joseph harper era el editor del periodico sarah lo sabia hace tiempo jiji
Está el chiste fácil pero es una lástima que Sarah vaya a escribir bajo el pseudónimo de un hombre...en cuanto a eso de que le guste Doble H... aún no cantes canciones de boda...
ResponderEliminarSip, ya has conocido a una de las grandes facetas definitorias de Eden; la otra es que no tiene filtro, es una exagerada y dice lo primero que piensa...
Ok! Puedes vivir con la señora Anchor. Solo se han revelado seis personajes; de los cuales una se va este año y la otra al que viene pero aún así le quedan tres plazas libres...
En cuanto a lo del combate... relax, relax, que aún tiene que prepararse... en muchos sentidos de la palabra... jijiji
si aunq quede quiero combate yaaaaaaa xD
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