CAPÍTULO V
Persiguiendo
un sueño
Una semana después…
Si Sarah Parker
creyó en algún momento que por tener que documentarse en el “maravilloso” y
“fascinante” mundo del boxeo iba a tener que dejar a un lado y olvidarse de sus
obligaciones como correctora y persona encargada de entragar los artículos de
Christina Thousand Eyes al editor (con las consecuentes visitas a St. James
Street y a la capilla de Tower Hamlets y la correspondiente pérdida de tiempo
que ello conllevaba) estaba equivocada.
Muy equivocada de
hecho.
Su vida no había
sufrido ningún cambio importante. De hecho, la normalidad y la continuidad a
como había estado sucediendo antes del momento en que decidió convertirse en
periodista de boxeo, eran la tónica imperante.
Su vida se
desarrollaba casi de la misma manera a como antes de su extenuante preparación
y búsqueda de toda la información posible acerca de este deporte.
Casi,
Existían algunas
novedades y diferencias bastante reseñables; todas relacionadas con el mismo
tema: el boxeo.
Su nivel de
conocimientos acerca de este deporte había aumentado considerablemente en los
últimos siete días. Así por ejemplo sabía que ya se hacían referencias a algo
muy parecido al boxeo en la Ilíada. Concretamente en el Canto 23[1] (información proporcionada
por Penélope y no por los artículos) pero que incluso antes ya se practicaban
peleas visionadas ante el público.
También sabía desde
el siglo XVI se utilizaba la palabra boxing para referirse a una riña de puños.
No obstante no fue hasta el siglo XVII, en el año 1681, cuando se produjo el
que podría ser considerado como primer combate de boxeo como tal y que fue el
año 1711 cuando adquirió la consideración de deportes (pequeñas lecciones
magistrales de historia proporcionadas por el duque de Silversword).
En cuanto a cómo se
luchaba; ya no le era desconocido: se formaba un círculo o anillo alrededor de
los luchadores; quienes luchaban a puño limpio y sin límite de tiempo para
favorecer las apuestas a favor de uno u otro.
Un nuevo dato que
descubrió para su siempre hambriento de conocimiento cerebro fue que en el siglo
XVIII existieron algunas figuras que se
autodenominaron “Maestro de Defensa”. Uno de esos maestros fue el señor James
Figg[2], el primer campeón de Gran
Bretaña quien peleó 270 combates y solo perdió uno.
Otro de esos grandes
maestros fue el sucesor de Figg, el señor Jack Broughton[3]. Hombre con el que Sarah
tenía una deuda particular (y con Christian por proporcionarle un ejemplar;
entendiéndose proporcionar como sustraer sin permiso de la biblioteca de su
hermano) ya que él fue quien reglamentó el boxeo del que ella iba a ser
espectadora con siete reglas el 16 de agosto de 1743. Unas reglas que aunque se
crearon en un principio solo para su anfiteatro y con la finalidad de proteger
y proporcionar algo de protección a los combatientes; sobre todo tras el combate
protagonizado entre el propio Broughton y George Stevenson; The Coachman; quien
murió a causa de las de las lesiones sufridas tras el combate (porque sí, al
lugar donde boxeaban se le llamaba anfiteatro; al igual que al lugar donde se
producían los combates de gladiadores. Quizás porque se consideraban los
sucesores de éstos y deseaban darle una continuidad temporal desde los tiempos
del otrora glorioso Imperio Romano; por alguna u otra razón que a Sarah se le
escapaba)
Pues bien, estas
siete reglas se habían tomado como
referencia y se habían extendido al resto de anfiteatros; lugares entre los que
seguro se encontraría The Eye; el lugar que iba a visitar continuamente (de
forma muy habitual en poco menos de una semana) eran las siguientes:
1. El deber de retirarse a su propio lado del
ring ante la caída del oponente
2. La cuenta de medio minuto después de una
caída para ubicarse en el centro del ring y recomenzar el combate o ser
considerado “vencido”.
3. Que sólo púgiles y sus segundos podían subir
al ring.
5. La elección de impares (jueces o árbitros)
para resolver las disputas entre los boxeadores.
6. La prohibición de golpear al adversario
cuando se encuentre caído.
7. La admisión de llaves por encima de la
cintura.
Además, a este
prolífico hombre también se le debía la creación de los cuadriláteros de boxeo
elevados y el uso de guantes en entrenamientos y demostraciones (complemento
sobre los que Sarah dudaba mucho acerca de su utilización; al fin y al cabo
estaban en el Soho).
Por último, lo más
novedosos que había leído sobre este tema era que los combates solo se
producían entre blancos, aunque también existían (y Sarah esperaba no tener que
presenciar ninguno durante el tiempo que fuese periodista y cronista encargada
de la sección de deportes) combates de mujeres.
Afortunadamente, aún
le quedaba una semana más para documentarse como Dios manda (por mucho que
tuviera que dejarse ojos, cejas y pestañas leyendo como venía haciendo hasta
ahora; ganándose la reputación de monja eremita[5] entre las mujeres del
bloque de apartamentos.
Un segundo gran
cambio producido durante la última semana era su espectacular aumento de
sueldo. Un sueldo acorde a su nuevo status de periodista y que le permitió
modificar en algo la decoración de su apartamento y la concesión esporádica de
algún capricho en forma de adorno o complemento para ella y de dulce o
confitura para (la ahora pastelera) Eden.
Eso si, no debía
derrochar puesto que el grueso de su sueldo debía ser gastado en la renovación
completa de su vestuario.
No era que su
vestuario de diario estuviese pasado de moda o roto. Ni mucho menos, ya se
encargaba ella misma de que le durasen el mayor tiempo posible (siempre que la
moda no lo permitiese)
El “problema” era
que necesitaba ropa nueva para su trabajo.
Sobre todo tras
realizar una ronda de reconocimiento del terreno, ubicar el anfiteatro y
observar el vestuario y el tipo de mujeres que asistían a ese tipo de eventos:
prostitutas.
Y su cómodo vestuario
podía ser calificado de maneras pero desde luego no como el de una prostituta.
Ergo, necesitaba ropa lo más similar posible a la de una prostituta. Eso sí,
enseñando la menor cantidad de carne y cuerpo posible.
Y como desconocía
cuánto tiempo se tardaba en confeccionar este tipo de prendas, ese era el
motivo por el cual se dirigía presurosa al único taller de costura que conocía
y del que le encantaban los diseños: el taller de madame Lavinie Crouchet.
Un taller que además
estaba en el Soho, lo cual le convertía en el más cercano a su apartamento de
alquiler; aumentando el número de ventajas que éste tenía.
El único
inconveniente a comprarse ropa nueva (acción que, como a toda mujer le
encantaba) era que en lo referente a estilo y sentido de la moda, Sarah tenía el
mismo nivel de conocimientos que sobre boxeo la semana anterior: cero.
Esperaba y deseaba
que las modistas que allí trabajasen fueran compasivas y benevolentes con ella
porque sino… la fase vestuario de su plan iba a resultar un fracaso rotundos.
En casos como este,
lo más conveniente hubiera sido traer a una amiga con ella para que le
aconsejara pero en esta ocasión en particular era totalmente imposible.
¿Por qué?
Dejando a un lado
que no era una mujer con numerosas amistades, las pocas personas con las que
tenía una estrecha relación y de plena confianza no eran lo suficiente
discretas como para acompañarla sin acribillarla a preguntas.
Pensaba en dos
personas en particular con esa idea:
1. La primera era Eden Growner, su compañera de
rellano y de bloque de apartamentos de miss Anchor. Problemas a que viniese:
que no cejaría hasta conseguir respuestas a su multitud de preguntas acerca de
por qué de manera tan repentina un abastecimiento total de prendas de vestir y
sobre todo, que estaba fuera del círculo periodístico de Christina y no sabía
guardar muy bien secretos.
Ventajas por otra
parte a que hubiera venido con ella: que tras descubrir cómo debía ir vestida a
The Eye, era la candidata perfecta para aconsejarla en este tipo de estilismos.
No porque fuera prostituta (paradójicamente, era hija de un sacerdote)sino
porque empatizaba muy bien y rápido con ellas y por tanto, hubiera podido
descubrir exactamente qué era lo que se llevaba ahora en esos ambientes.
No obstante, ahora
estaba descartada ya que estaba trabajando nuevamente. En este caso como la
ayudante en la pastelería que preparaba sus confituras favoritas; sin duda
gracias a la inestimable ayuda de Miss Anchor (porque otro rasgo vital
característico de Eden era que conseguía trabajos a la misma velocidad que era
despedida de ellos).
2. La segunda de sus amigas candidatas era
Penélope Crawford. Ella comprendería mucho mejor su nuevo trabajo porque sí que
formaba parte del equipo Christina. Pero también era la cuñada de Christian e
inexplicable e incomprensiblemente para alguien de su status aristocrático,
conocía mejor el Soho que incluso ella misma.
Consecuencia, sabía
de más y de sobre el ambiente y el tipo de personas que frecuentaban The Eye.
Además, era muy inteligente y perspicaz y en cuanto la acompañara al taller de
costura de madame Crouchet (de quien era clienta habitual y amiga) comenzaría a hilar (nunca mejor dicho) y a
sumar datos e ideas hasta descubrir el plan por entero. Y negarse rotundamente.
Eso por no hablar
del recurso y la baza familiar con la que contaba al ser la cuñada de Christian
y que le permitía por tanto, ejercer presión para acabar convenciendo a
Christian de que no era buena idea que fuera ella la nueva periodista de The
Chronichle y que éste cambiara de parecer.
Por eso era un NO
rotundo a la participación y consejos de Penélope en lo que a su nuevo
vestuario se refería.
Afortunadamente para
ella, ahora Penélope estaba tan ocupando
de la recién nacida Aurora y de los gemelos Amanda y John que ni siquiera tenía
tiempo de corregir los artículos de Christina. Ergo, tampoco tendría tiempo
para sabotear su plan perfecto.
Todo estaba
perfectamente bien y marchaba según lo previsto.
Entonces ¿por qué
tenía la sensación de que algo iba a salir mal?
“Tranquilízate
Sarah” se ordenó. “Son todo imaginaciones tuyas” añadió. “Todo va a salir bien”
concluyó mientras suspiraba y sacudía los hombros como gesto para la creciente
tensión hasta ahora acumulada antes de empujar la puerta y entrar por primera
vez en el taller de costura de madame Brouchet.
Apenas puso un pie
en el interior cuando una mujer muy joven con el rostro lleno de pecas que
portaba una muñequera cojín en forma de corazón lleno de agujas de todo tipo se
materializó delante de ella y comenzó a mirarla con recelo en silencio.
-
Usté e’
nueva – la señaló antes de añadir. – Yo soy Ann –
Y cuando estaba a
punto de lanzarse sobre ella para darle un sonoro en la mejilla (saludo típico
del Soho por otra parte) una voz a su espalda se lo impidió.
-
Me había
parecido escuchar la campanilla de la puerta – explicó una señora; quien a
todas luces debía ser Madame Brouchet por la edad y por la manera en la que iba
vestida. – Ann, no irías a hacer lo que ambas sabemos que tienes
terminantemente prohibido a las clientas a no ser que ellas te lo den su
permiso ¿verdad? – le preguntó con tono de regañina y advertencia a la vez,
Ann agachó la cabeza
avergonzaba y se encogió de hombros mientras musitaba un lo siento antes de
desaparecer de su vista y dejar a las dos mujeres completamente solas en el
recibidor del taller.
Sarah sintió la
mirada fija, curiosa y escrutadora de madame Brocuhet desde que la chica que se
había presentado como Ann se marchó de allí y las dejó solas, pues se había
convertido en su centro de atención.
Lo cual solo
significar que su cara le sonaba mucho y que estaba intentando identificar
quién era (dado que no se habían
producido las circunstancias en las que se presentaba a la joven costurara y a
la propia madame Brouchet) y sobre todo, de dónde la conocía (agradeciendo por
esto el poseer un físico corriente un carácter discreto)
Al parecer, no
consiguió ubicarla porque después de mantener una expresión interrogativa y
ceñuda en el rostro, sacudió de manera casi imperceptible la cabeza, desfrunció
su ceño, plantó una sonrisa y le dijo con un tono cargado de amabilidad:
-
Bienvenida
al taller de costura de Madame Crouchet – dijo, con los brazos extendidos. –
Disculpa a mi aprendiz y ayudante – añadió, algo avergonzada. – A veces es
demasiado… efusiva – dijo, tras un instante alargando la frase al no saber cómo
concluirla. - ¿En qué puedo ayudarte? – le preguntó.
-
Esto… -
titubeó. – Yo… yo… venía a por a por… ropa – tartamudeó Sarah. “Más confianza,
tonta” se ordenó con firmeza y seguridad. – Venía a por ropa – repitió,
diciéndolo de una sola vez, aunque ni mucho menos de manera más firme.
Madame Crouchet
enarcó una ceja y miró con curiosidad a la señorita desconocida (en parte
porque estaba segura de haberla visto antes en alguna otra parte) que tenía
justo enfrente de ella antes de echarse a reír de manera franca y sincera.
-
Pero
querida… - dijo, limpiándose las lagrimillas que habían brotado de sus ojos
(que no le había arruinado el maquillaje) – Esto – dijo, volviendo a señalar a
su taller con las manos. – Es un taller de costura en el que se confecciona
ropa de todo tipo. Así que ¡enhorabuena! – exclamó. – Has venido al lugar
indicado – añadió. – Y ahora sígueme - le ordenó, comenzando a caminar.
-
¿Dd…dd…ddd…dón…de
va? – le preguntó Sarah con algo de miedo ante una posible deriva de
acontecimientos.
-
A
enseñarte unas muestras de todo lo que aquí elaboramos para que así concretes y
me digas exactamente qué tipos de prendas y telas estás buscando – le informó.
– Porque no querrás una muestra de todo lo que tengo en la tienda ¿verdad? – le
preguntó. Sarah negó con la cabeza. – Entonces sígueme – repitió. Y añadió para
sí: - No sé por qué me da la sensación de esta va a ser una mañana muy larga… -
Madame Crouchet y su
intuición no se equivocaron
Tras un largo e
interminable recorrido por la tienda (siendo éste lo más parecido a una visita
que había realizado nunca) que duró el triple de lo que habitualmente
acostumbrada debido a que su nueva visitante se había detenido a admirar y
tocar todas y cada una de las telas de su muestrario (confirmando sus iniciales
sospechas acerca del nulo sentido de la moda que había pensado en cuanto la
vio), madame Crouchet estaba ya bastante cansada de que no le dijese qué era
exactamente lo que necesitaba.
Pero se iba a acabar
muy pronto, pes en cuanto llegaron a la zona de probadores y arreglos le
preguntó directamente, mitad cansada, mitad enfadada.
-
¿Qué es
lo que andas buscando? -.
-
Yo…esto…
ropa… - titubeó. – Ropa… insinuante – añadió, agachando la cabeza por la
vergüenza que sentía en esos instantes.
-
¿Insinuante?
– preguntó madame Crouchet con las cejas elevadas y un tono de voz bastante más
elevado del que a Sarah le hubiera gustado. – Bien, porque tenemos unos
camisones confeccionados con gasa que…- añadió.
-
No – le
interrumpió Sarah. – No – repitió mirándola a los ojos. – Insinuante para…
mostrar… en público – añadió antes de enrojecer y agachar nuevamente la cabeza.
-
¿Para
mostrar? – le preguntó confundida. – No entiendo qué quieres decir con eso –
añadiendo no queriendo creer lo que eso significaba.
-
Ya sabe…
- dijo ella apuntándola con la cabeza.- Ropa similar a la de una… prostituta –
explicó aún más avergonzada que antes. Tanto que, en esta ocasión, se tapó la
cara con las manos.
-
¿Una prostituta?
– le preguntó madame Crouchet con un hilo de voz y presa del estupor. Sus
peores sospechas se habían visto superadas.
Ella pensaba que,
por edad sería la amante de algún noble
demasiado avergonzado y cuidadoso con su vida privada como para que se
fuera conociendo su aventura extramarital por esos ambientes. Lo que no
esperaba de ninguna de las maneras era que esta mujer fuese prostituta.
O que fuera a
iniciarse en este ambiente dentro de muy poco tiempo; ya que por la inocencia
en su mirada, los reparos y los sonrojos que sentía al tratar algunos de estos
temas o pronunciar algunas frases determinadas, se notaba que carecía de
experiencia en este ambiente-
Aunque quizás esa
candidez e inocencia eran fingidas y en ese caso, la señorita de identidad
desconocida resultaba ser una actriz excelente.
“No” pensó con
rotundidad y de manera tajante. “Demasiado real” añadió. “Y eso no es lo que te
dice tu intuición” concluyó.
Este tipo de pensamientos
la llevaron a plantearse una serie de interrogantes acerca de la vida de la
joven desconocida y de cómo había acabado por engrosar y formar parte del
numeroso grupo de prostitutas de Londres.
Probablemente
hubiera sido para pagar deudas de su familia, tan elevadas e inmediatas a
cobrar que resultaba imposible no conseguir el dinero de otro modo que éste.
Éste y apostando.
Inmediatamente
sintió simpatía por la joven.
Incluso hubo un
instante en el que a punto estuvo tentada de ofrecerle un puesto de trabajo
como ayudante de costurera en su taller. Opción descartada en el momento en que
le miró las manos. Unas manos que no eran de costurera. No descartaba que
supiera coser pero… no al nivel que un taller de costura exigía. Y además, ya
tenía a Ann en ese puesto y eso ya era más que suficiente para su salud.
Una Ann que quizás
no era todo lo profesional en sus formas de relacionarse y tratar con los
clientes, pero que sin duda suplía su falta de modales de sobra con la destreza
de sus manos.
Manos que valían una
fortuna.
Por otra parte, a
esta chica no se la veía tan pizpireta ni con tanto desparpajo como el de Ann a
la hora de establecer e iniciar conversaciones con las clientas y por último,
tampoco podía contratarla porque su taller no estaba pasando por un período
económico de bonanza y por tanto, no podía permitirse a nadie más allí. Y si lo
hacía, ello conllevaría una reducción del sueldo del resto de costureras y
modistas, cosa que no deseaba ni por ella (que no tenía el humor como para
aguantar un “motín”) ni por la joven; que acabaría estrenando puesto de trabajo
granjeándose el odio del resto de sus compañeras.
Así que no. No podía
contratarla.
Solo deseaba que
comenzase a trabajar en una casa de chicas y no que se dedicase a la
prostitución callejera. Era refrescante encontrar a alguien en el Soho con la
inocencia y candidez que ésta chica poseía. Unos rasgos que perdería en menos
de una semana de trabajo ahí fuera.
Por tanto, y con todo
el dolor de su corazón no le quedaba más remedio que plegarse a sus deseos y
proporcionarle ropa insinuante. Pero eso sí, no sería cualquier tipo de ropa
insinuante; sería la mejor de todas.
Ayudaría a esta
chica de una manera o de otra.
La miró con algo de
lástima y mucha compasión antes de de comenzar a enseñarle las prendas que ella
calificaba como “insinuantes”.
“¿Quién iba a pensar
que ir de compras para mi nuevo trabajo iba a resultar tan divertido?” se
preguntaba Sarah continuamente tras más de una hora probándose prendas de todo
tipo mientras contemplaba ensimismada y asentía y aprobaba con satisfacción el nuevo corsé mitad transparente mitad azul
con motivos de mariposas por todo él.
Mariposas que
también se hallaba en el remate del mismo y cuyas alas de encaje apenas le
cubrían la mitad de sus senos (unos senos apretados como nunca habían estado antes
y que por este mismo motivo, los elevaban y hacían parecer más grandes)
Un corsé que en una
situación normal y cotidiana desaprobaría con rotundidad y que jamás usaría; ni
siquiera en la intimidad matrimonial y que por eso mismo, lo hacía perfecto
para su trabajo.
“Ya es suficiente”
se ordenó Sarah en ese instante tras una nueva contemplación de su look
insinuante en el espejo.
Ya había comprado
suficientes prendas y era momento de parar.
Lo cual significaba
que su yo racional y práctico había vuelto a asumir el control de su vida.
-
Ya está –
anunció. – Eso es todo – añadió girándose con una sonrisa cómplice dedicada a
madame Crouchet. Sonrisa con la cual le agradecía su buen ojo y criterio para
orientarla a la hora de escoger las prendas.
Se giró de manera tan
inesperada y repentina que Ann; quien le estaba tomando el largo de la falda
para ajustárselo a su estatura se cayó al suelo y (afortunadamente) con las
agujas en la boca.
-
¿Ya? –
le preguntó enfadada ésta porque le había desobedecido y había puesto su vida
en peligro en consecuencia. - ¿Y le parece a usté poco, sita nueva? – añadió.
-
Ann – le
advirtió madame Cruchet porque conocía de más y de sobra el grado de enfado que
estaba desarrollando su aprendiz y lo que ocurriría si llegaba por explotar.
Y Ann, quien temía y
respetaba a partes iguales a madame Crouchet, agachó la cabeza, calló y se
retiró.
Solo entonces,
madame Crouchet se dirigió a su nueva clienta (identificada por ella misma como
Sarah Parker) con una gran sonrisa antes de indicarle que volviera a seguirla
hasta el mostrador porque había llegado la hora de pagar.
Un mostrador que
estaba en una sala a la izquierda del vestíbulo (no era buena idea ponerlo en
la primera sala y a la vista de todos y más en este barrio). Y esta sala a su
vez, servía de sala de espera.
En dicho mostrador
estaba oculta la caja de cuentas donde se guardaba el dinero de la recaudación
del día. Caja de cuentas que sacó y mientras la abría comenzó a echar cuentas
mentales acerca de cuánto podía rebajarle del elevado precio final (ya que,
atendiendo al vestido que traía cuando entró en su taller, se denotaba y podía
sacarse en conclusión que la chica no tenía un gran nivel económico).
-
Son un total de… ochocientas cincuenta y cinco
libras –explicó. Aunque le costó bastante trabajo y esfuerzo decirlo ante el
más que seguro embarazoso momento del pago.
Sarah Parker suspiró
de alivio cuando escuchó el total de sus compras. El motivo era que no se había
pasado del límite que le habían impuesto sus altas instancias.
Un límite monetario
que no era otra cantidad que 1000 libras.
¡1000 libras!
¡La cantidad de
dinero junto más grande que Sarah había visto en toda su vida!
Un dinero que venía
directamente de manos del editor; lo cual confirmaba que era un hombre muy rico
y aumentaba su halo de misterio y las ganas de Sarah por conocerle
personalmente en consecuencia.
Por eso, sacó
encantada la bolsita de cuero donde había llevado escondido el dinero todo este
tiempo y le causó una sorpresa mayúscula (así se reflejaba en su rostro al menos)
a madame Crouchet al pagarlo al contado.
Incluso le entregó
diez libras de propina a Ann
¡Diez nada menos!
Acciones, gestos y
hechos como éstos sirvieron para que la balanza de pensamientos de la dueña del
taller de costura volviera a inclinarse hacia su primer pensamiento: el que era
la amante de algún famosísimo y poderoso noble (y decidió detenerse en noble,
obviando la posibilidad de que fuera el monarca), pues sino, no podía
explicarse cómo podía ir por la calle tan tranquila con semejante cantidad de
dinero con ella.
Un noble suya casa
seguramente sería el lugar al que se dirigiría en cuanto acabase aquí, ya que
aún no se había quitado su corsé de mariposa. Prenda que, al igual que las del
resto que le había sugerido no casaban en absoluto con su otro estilo de vestir
y cuya confección insinuante y reveladora estaba hecha con el único y exclusivo
propósito de seducir.
Lo cual a su vez
reforzaba su argumento de amante y descartaba el de prostituta; pues si esas
prendas eran para dedicarse al duro mundo de las lupas; las chicas del burdel o
casa donde iba a comenzar a trabajar Sarah tendrían todas si bien no el mismo
cuerpo que ella, sí uno parecido.
Y eso en el negocio
de la prostitución era una pésima estrategia de negocio porque a los hombres le
gustaban diferentes tipos de mujeres. Además de que en el Soho ahora el tipo
que imperaba era el (implantado sin que la susodicha fuera consciente de serlo)
de Rosamund Appleton; la esposa de Stealthy Owl. O en otras palabras, pelirrojas
de ojos claros, piel de alabastro y… tetas muy muy grandes.
Rasgos y morfologías
opuestos a los de Sarah.
-
Una
última cosa – dijo Sarah tras asegurarse de que le había devuelto la cantidad
correcta y de repetir la urgencia y necesariedad de la entrega a tiempo de su
pedido. – Penélope Crawford no puede enterarse de que he estado aquí y de las
compras que he realizado – añadió con firmeza; aunque con algo de
desesperación.
-
¿Penélope
Crawford? – preguntó madame Crouchet bastante sorprendida por la mención e
inclusión de su clienta de más alto status en la conversación mientras añadía
mentalmente:
“¿Qué demonios pinta
aquí y ahora Penélope Crawford?” se preguntó, “Es imposible que sea la amante
de su marido” añadió. “Rotundamente imposible” añadió. “¡Si bebe los vientos
por ella!” exclamó indignada. “Y como sea ese el caso… ¡yo misma le cortaré los
huevos!” exclamó furiosa, golpeando el mostrador con el puño fuertemente
apretado.
-
Eh… -
titubeó. – De acuerdo – asintió. – No le diré nada – concluyó, aún confusa.
-
Una
lástima – dijo una voz de mujer conocida por ambas, escondida detrás un
gigantesco periódico; el cual estaba leyendo en esos instantes sentada en uno
de los comodísimos sillones tapizados con flores situados en esa sala junto al
vestíbulo.
Una mujer que acto
seguido dobló el periódico justo y precisamente por la mitad sin proponérselo (revelando
con ello su identidad) antes de depositarlo suavemente sobre la mesa y
acercarse al mostrador para añadir mirándola fijamente:
-
Penélope
Crawford ya lo sabe -.
[1] El canto 23 de la Ilíada es el que hace referencia a
los juegos fúnebres por Patroclo en los cuales Aquiles organiza algunas
competiciones deportivas con algunos premios. Aparece sobre todo desde los
versos 658 al 735. Como muestra un
botón: sí habló; y el Pelida, oído todo el elogio que
de él hiciera el hijo de Neleo, fuese por entre la muchedumbre de los aqueos.
En seguida sacó los premios del duro pugilato: condujo al circo y ató en medio
de él una mula de seis años, cerril, difícil de domar, que había de ser
sufridora del trabajo; y puso para el vencido una copa doble. Y estando en pie,
dijo a los argivos: 658 —¡Atrida y demás aqueos de hermosas grebas! Invitemos a
los dos varones que sean más diestros, a que levanten los brazos y combatan a
puñadas por estos premios. Aquel a quien Apolo conceda la victoria,
reconociéndolo así todos los aqueos, conduzca a su tienda la mula sufridora del
trabajo; el vencido se llevará la copa doble.
[2]
James Figg: (1695-1734) Fue un
boxeador inglés nacido en Thame, Oxfordshire. Antes de convertirse en el primer
campeón inglés a “puño limpio” comenzó ganando combates en su localidad de
origen. Hasta el ya mencionado año cuando consigue el título; el cual mantuvo
hasta su retiro en el año 1734 tras pelear 270 veces y perder solo una vez. Fue
el primero en construir un coliseo al que llamó anfiteatro y creó una escuela
para impulsar el boxeo como deporte donde enseñaba además esgrima (dado que era
un experto esgrimista). Es considerado el padre del boxeo pues además de ser el
primer campeón de boxeo, fue el entrenador, mánager y promotor del mismo.
[3]
Jack Broughton: (1703/4 – 1798) Fue
un boxeador inglés “a puño limpio”, sucesor de James Figg. Durante la década de
los 30 peleó de manera semiprofesional, durante los cuales se ganó una
reputación considerable. No hay registros de que haya perdido ni uno solo de
los combates en los que participó. Fue
el segundo campeón de Inglaterra de peso pesado desde 1734 a 1740; aunque lo mantuvo
hasta 1750. En 1743 abrió su propio coliseo en 1743 donde también se producía
el hostigamiento de osos y peleas con armas y desarrolló sus famosas siete
reglas de protección a los luchadores.
En 1750 perdió un combate contra un carnicero de Norwich; rompiendo su
récord y provocando que cayese en desgracia.
[4]
Palabra que proviene del latín y que significa “el que tiene la capacidad de
golpear”-
[5]
Eremitas o anacoretas: Son personas
que comenzaron a aparecer en Egipto y otros lugares de la cuenca mediterránea a
finales del siglo III a. C. El término puede aplicarse en tres acepciones:
aquel que vive alejado o apartado de la comunidad, aquel que rehúsa de los bienes materiales o
alguien que se retira a un lugar solitario para dedicarse a la oración y la
penitencia.
Muy bonito laura me encanta esta epoca felicidades muy buen trabajo(lora leigth )
ResponderEliminarA VER Q ES ESO DE Q QUIEREN CORTARLE LOS HUEVOS A MI WILLY WILLY¿? COMO ES ESO A VER¿? QUIEN SE ACCERQUE A MI WILLY WILLY CON INTENCION DE MUTILARMELO YO SI Q CORTARE A ALGUIEN OJITO CON METERSE CON MI WILLY WILLY Q SACO LA BELEN ESTEBAN Q LLEVO DENTRO Y BUENO ME ENTIENDES VALE¿? a ver vayamos por partes: uno creo q he aprendido mucho acerca del maravilloso mundo del boxeo y creo q esta noche he sacado mi agresividad ya que chicas lo habeis sentido xD dos saritisima churri mia a ver ta mu bn q te des caprichos de vez en cuando chuli q un premio nos lo merecemos de vez en cuando y cari a ver espabila un poco q no te van a comer chica q si quieres algo dilo aunq luego como la modista se pasa to el rato diciendote q si eres prostituta q te resbale lo q piense la sociedad tu sabes tu verdaad y punto churri asi q mas valentia la proxima vez
ResponderEliminarsr christian crawford NO ESTA BN ROBARLE A TU HERMANO ESO ES DE SER MALOS CRISTIANOS ASI Q NO VUELVAS A ROBARLE NADA A EL VALE Q ES SUPREMO WILLY WILLY
madre mia ha habido un rato con la modista q me ha recordado a laaga chunari mein daag cuando rani va con su sister a ver a la bailarina y cuando vuelve de la capi a ver a la misma bailarina y le dice q no le han robado su inocencia por la mirada de sus ojos. osea un dejavu total.
mas cosaas el final del capi me ha descolocado mucho pero q muy mucho cuando la pobre sarah le dice q no le cuente a lops q ha estado alli preguntando por ropa insinuante x motivos laborales, la modista se piensa q ta con MI WILLY WILLY PERO NOOOO ES DE LOPS MIO Y DE CHIN EEE Q QUEDE CLARO DE NADIE MAS y lops lo ha escuchado todo todo todo y se va a liar parda en el siguiente como no se aclaren las cosas entonces querre pelea barros chicas bikinis apuestas dos a uno pipas chicles caramelos a euro... xD
creo q por mi parte ta tutto he dicho
Arrrgggghhh, se acaba ahora???? cuando la descubre Penelope?????
ResponderEliminarQuiero saber como sigueeeee
Esperando.....
Hago kickboxin así que me encanta leer mas cosas sobre un deporte que me gusta :) me gusta lo confusa que esta la señora Crouchet y lo equivocada jaja y gran aparición de Lops :)
ResponderEliminarSe me ha olvidado decir que me encantaría saber que piensa Rosemund de la visión e ideal que hay sobre ella en el Soho, le va a hacer una gracia cuando se entere gracias a ese carácter tan bueno que tiene...
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