CAPÍTULO VII
Primer
combate
Una semana después
El día había
llegado.
No solo el día en el
que haría su primera crónica como reportera de deportes (más bien reportero,
puesto que no había tenido más remedio que elegir un pseudónimo masculino dado
que si no, nadie la tomaría en serio) para The Chronichle.
No.
Según los vaticinios
de Penélope era el día de su condenación en el infierno y, vistos cómo se
estaban desarrollando los acontecimientos ese día, parecía que no se
equivocaba.
¿Por qué?
Porque iba a pecar…
nuevamente.
Ya lo había hecho
hoy… así que… de perdidos al río.
¿De qué formas había
pecado?
Para empezar había
estado mintiendo a sus amigas y compañeras del bloque de apartamentos durante
varias semanas (lo cual ya era bastante malo y condenable de por sí) pero es
que además, fruto del nerviosismo con el que se había levantado esta mañana
había conseguido atraer la atención y los cuidados de miss Anchor; quien
creyéndola con la tripa suelta no dejó de suministrarle manzanillas y tés de
todo tipo para aliviar y sosegar a su tripa.
Manzanillas y tés.
Las únicas
infusiones que le desagradaban sobre manera y que, en vez de calmarle, lo que
realmente le provocaban eran náuseas y arcadas. De hecho, solo fue capaz de beberse
enteras una manzanilla y un té. El resto fueron a parar a la planta más cercana
al sofá del salón principal que ésta le había hecho ocupar para ser debidamente
atendida.
Sarah no sabía de
los efectos perniciosos de otras plantas y hierbas cobre sus “hermanas” (o más
bien, pariente en este caso) pero si no la había matado por tóxico, seguro que
la había ahogado por exceso de agua con la que se le había regado ese día.
Conclusión: había
matado.
Matado, a una planta
cierto, pero matado al fin y al cabo. Incumpliendo con ello el sexto
mandamiento.
Solo con ello, su
lugar en el Infierno junto al trono de Satanás ya estaba más que asegurado. El
problema es que no acabaría ahí; su historial pecador y seguramente delictivo,
visto el ambiente donde se iba a mover, no había hecho más que comenzar.
Probablemente
acabaría detenida por los 8 de Bow Street dada su suerte. Rosamund Harper se
reiría de ella de lo lindo cuando su hermano se lo contase; estaba segura.
“Más que segura” se
dijo mentalmente cuando terminó de abrocharse el corsé y reajustarse los pechos
delante del espejo y se miró con reprobación y disgusto.
“Recuerda Sarah,
esta no eres tú” se dijo mientras se pintaba los labios con carmín rojo (color
asociado con la prostitución y el libertinaje desde tiempos de los romanos).
-
¡La
leche! – exclamó una voz femenina a su espalda. - ¿Sarah? – preguntó temerosa a
la par que boquiabierta.
-
¡Jesús
Eden! – exclamó, dando un respingo antes
de girarse en su dirección para preguntarle enfadada: - ¿Qué te tengo dicho de
entrar en los sitios sin llamar? –
-
¡He
llamado! – exclamó Eden en su defensa. – Pero tú no me has escuchado ninguna de
las veces – le acusó. – Además, si no quieres que entre en tu piso sin ser bien
recibida, no me des una llave de emergencia – concluyó.
Sarah iba a
rebatirle su argumento, pero se dio cuenta de que su amiga tenía razón y que,
aunque una mujer preparada y organizada, no se fiaba de sí misma al cien por
cien y por eso, le entregó una de repuesto a Eden.
Sabiéndose
victoriosa en la conversación, Eden aprovechó para preguntarle:
-
¿En qué
consiste exactamente el trabajo que haces en casa de Christian Crawford? –
-
Esta
vestimenta es para una ocasión especial – informó ella.
-
Y tan
especial – dijo con ren tin tín. - ¿Es que vas a una fiesta de disfraces? – le
preguntó, con el ceño fruncido.
-
No Eden
– negó Sarah. – No voy a una fiesta de disfraces – añadió.
-
¿Eres
una espía? –preguntó, escupiendo sus palabras, recelosa e incapaz de creer que
su amiga, la discreción personalizada y la mujer más anodina de todas cuanto
había conocido fuese en realidad una espía y viviese con una identidad oculta
siempre con el riesgo de ser descubierta.
Riesgo. Identidad oculta. Mentiras. Palabras que no casaban con Sarah
por más que se intentase.
-
Me has
descubierto – reconoció. – Soy una espía – le dijo. – En realidad me llamo Clara Whitecomber y estoy al
servicio del príncipe de Prusia – explicó.
-
No me
tomes por una mujer tan estúpida, Sarita – le advirtió - ¿Te has dado cuenta de
que vas vestida como una prostituta? – le preguntó enfadada.
-
Sí –
asintió. - ¡No voy de prostituta! – rebatió.
-
Está
bien, de p… - dijo Eden, con resignación.
-
No te
atrevas a concluir la frase – le amenazó ella.
-
Si que
estás susceptible y delicada para ir vestida como vas – dejó caer ella. – Y
más, conmigo tu mejor amiga de Orange Street – añadió. – ¡La próxima vez va a
venir otra a darte los recados! – se quejó.
-
¿Recados?
– preguntó ella con el ceño fruncido. - ¿Qué tipo de recados? – quiso saber.
-
El tipo
de recados que haría un sirviente para anunciarte que tienes una visita –
explicó ella.
-
¿Una
visita? – preguntó con la ceja enarcada. - ¿A estas horas? – añadió, elevándola
aún más. Eden asintió dos veces, balanceando su sempiterno moño con ello.
-
¿Y bien?
– le preguntó a la espera. - ¿No vas a decírmelo? – añadió. – Creo que me lo
merezco – añadió
“¿Quién puede ser a
estas horas?” se preguntó extrañada Sarah, ignorando a propósito a su amiga.
Pensando que podía
ser Christian para desearle suerte o mejor incluso, para ir con ella al
combate, Sara se echó una estola de terciopelo por encima (y estar lo más abrigada
y calentita que su atuendo le permitía) y salió corriendo escaleras abajo. Con
Eden pisándole los talones.
Una frenética marcha
y carrera que fue detenida de manera brusca a falta de cinco escalones; sobre
todo, porque el visitante se giró y ambas mujeres pudieron descubrir la
identidad del hombre.
Hombre desconocido y
amenazante.
Especialmente por su
aspecto físico.
Era un hombre alto.
Muy alto. Bastante alto. Excepcionalmente alto para ser sinceros.
Lo cual fastidiaba y
empequeñecía a Sarah sobremanera; pues ya de por sí tenía que soportar que el
resto de las personas que las rodeaban le sacaran mínimo cinco centímetros. De
hecho, la única persona a la que conocía que era más baja que ella (dos
centímetros) era Penélope (y los niños, claro).
Sin embargo,
comparada con este hombre (que debía medir cerca de los dos metros) todas las
personas eran como enanos. Además, era moreno y de ojos marrones, con la barba
espesa y de igual grosor y longitud que su pelo (corto), fuerte, con la ceja
derecha rota y sorprendentemente, conservaba todos los dientes que confirmaban
su dentadura en el sitio.
-
Hola
Sarah – dijo, sonriéndola con sus gruesos labios.
-
¿Ho-la?
– preguntó Sarah enarcando una ceja y mirando hacia Eden quien se encogió de
hombros.
-
Soy Marc
– se presentó. – Y esta noche voy a ser tu acompañante – añadió, ofreciéndole
su mano para que se la estrechara. Cosa que Sarah hizo al instante, pues no era
una buena idea enfadar o contrariar a personas como él.
Cuando le estrechó
la mano, Sarah pudo hacerse una idea concreta y mejor del tamaño real y exacto
de este hombre pues su mano era una mano
completa y parte de la otra.
-
Soy esa
persona que tú ya sabes quién exigió a la otra persona que también sabes para
que te acompañara y velara por ti donde tú y yo sabemos – explicó.
Sarah asintió,
comprendiendo la situación, transcribiendo la conversación mentalmente
“Penélope lo ha
conseguido al final” pensó con satisfacción y aplaudiendo la firmeza de su
amiga mirando desde otra perspectiva al gigantón que estaba frente a ella.
Si había cedido,
transigido y obedecido a Penélope; una mujer más bajita que ella sin rechistar
u oponer resistencia, en teoría no tendría por qué haber problemas entre ambos.
Lo cual le estimuló para seguir adelante.
-
Puede
que tú y tu – dijo señalándoles – sepáis quién es quien tú sabes quién y el
lugar donde sabéis pero yo – dijo, señalándose ahora ella. – No tengo idea y si
voy a ayudaros a salir del edificio sin que miss Anchor se entere creo que me
lo merezco ¿no? – preguntó; nuevamente ante la ignorancia de Sarah y ahora
Marc, que comenzaron a andar hacia la puerta de salida. - ¿No? – repitió,
elevando la voz y poniendo más énfasis en la segunda pregunta.
-
Lo
siento Eden, cosas de espías – respondió Sarah guiñándole el ojo antes de cerrar
la puerta suavemente e integrarse en la negrura de la noche.
En cuanto salió a la
calle para montarse en el carruaje que Christian había contratado para él,
Sarah fue consciente de que había dejado a Eden con la miel en los labios y de
que al día siguiente tendría que contarle la historia completa; por lo que
tendría que inventarse una historia perfectamente creíble.
Durante todo el trayecto a The Eye; el anfiteatro donde se
celebraba el combate esa noche, Sarah prefirió no tener las cortinas descorridas
porque cuanta menos información supiese acerca de este lugar, más fácil le
resultaría mantener ambas facetas de su vida separadas.
Y por fin, llegó el
momento que ella había estado esperando toda la noche: el del acceso al
interior a The Eye; instante en el cual no tuvieron ningún tipo de problemas.
En cuanto puso un
pie en el interior del recinto, la
adrenalina tomó el control de su cuerpo y los latidos de su corazón se
aceleraron tanto y de forma tan brusca y repentina que Sarah Parker era
plenamente consciente de cómo fluía la sangre pos sus venas,
Estaba nerviosa.
Sí.
Pero también muy
excitada.
Lo cierto es que
sentía una mezcla de sensaciones bastante rara pero muy satisfactoria.
De hecho, el símil
más parecido que se le venía a la mente era que se sentía como uno más de los
tantos y tantos espías del Imperio Británico repartidos por todos los países y
que realizaban peligrosas y arriesgadas misiones.
Quizás no había sido
una mentira tan enorme lo de afirmar que era una espía…
Bien, quizás si se comparaban
con las misiones de éstos, la de Sarah no era tan importante. Pero desde su
punto de vista, plenamente subjetivo, sí que lo era. ¡Claro que lo era!
Debía demostrarle al
mundo entero su valía como periodista (aunque escribiese bajo un pseudónimo).
Pero no solo eso.
Quería impresionar
al editor para que la contratase.
Y sobre todo, quería
impresionar a Christian para que de una buena vez la tomase en cuenta y fuera
consciente de que era una mujer de provecho.
Una mujer de
provecho y valía que estaba completamente enamorada de él y que podía serle muy
útil como esposa.
Mientras se abría
paso entre la excesivamente numerosa multitud (siempre bajo la atenta mirada y
sombra protectora de Marc), cuatro de los cinco sentidos de Sarah mantenían una
lucha sin cuartel acerca de cuál de ellos era el que más impactos, estímulos y
sensaciones estaba recibiendo.
El primero en
notarlo fue su olfato; quien reaccionó de manera bastante desagradable al
recibir a la vez una mezcla de olores resultante de combinar el olor a sudor,
el de tabaco, el de meados, vómitos, moho y la sangre.
Una mezcla que le
estaban provocando y produciendo unas tremendas ganas de vomitar. Acrecentadas
sin duda por el apretadísimo corsé que llevaba esa noche.
Un segundo sentido
que estaba viéndose bastante afectado era el del tacto.
Pero no el suyo
propio.
Era el de los demás.
Especialmente el de
los hombres presentes en el lugar, a quienes al parecer su vestido les gustaba
exactamente tanto como a su otra yo le
desagradaba. Sobre todo en la zona de su trasero, del cual Sarah había perdido
la cuenta de las caricias y pellizcos recibidos.
Y eso que tenía a
Marc, quien le tapaba bastante, que si no…
Estas reacciones,
fruto sin duda de su atuendo nocturno la enfurecían sobremanera y respondía a
aquellos hombres a los que descubría a su paso con patadas en las espinillas;
agradeciendo por este hecho el haberse decidido a llevar tacones esa noche.
El tercer sentido
que luchaba a muerte en la pelea era el del oído; el cual sin duda de los
cuatro (aunque seguido muy de cerca por el olfato) estaba resultando el más
perjudicado porque esta multitud solo sabía expresarse y comunicarse con
gritos.
Eran tantos los
gritos que se mezclaban en el mismo espacio que estaba empezando a sentir los
primeros pinchazos en el lateral de su frente y que eran indicadores seguros de
un incipiente dolor de cabeza.
En ocasiones,
algunas de las voces se elevaban frente a las demás y Sarah podía escuchar
retazos de las conversaciones que se producían aquí y allá.
Así escucho de
todos: gritos, jaleo, insulto y especialmente, obscenidades de todo tipo. Pero
lo que más captó su atención fue sin duda fue el dinero. O más bien, la
pronunciación de algunas de las cantidades de dinero que escucó.
Al parecer, aquí
también se apostaba (algo más para añadir a su condena infernal). Y fuerte
además.
No le sorprendía.
Lo que realmente le
sorprendía eran los ceros que las apuestas contenían, ya que estaban en el
Soho; una zona marginal y, en teoría pobre de Londres.
Eso en teoría,
porque con algunas de las cantidades de libras que ciertas personas estaban
apostando, Sarah podía vivir cómodamente sin tener que trabajar y pagaría por
adelantado el alquiler de su piso durante al menos tres años.
Insegura e incrédula
de no haber escuchado bien (lo cual era un ofensa para su capacidades
memorísticas y retentivas) Sarah se giró un instante para preguntarle a Marc de
manera silenciosa sobre si lo que si
había escuchado era cierto.
Un asentimiento
certeza fue su respuesta.
Y por último, el
cuarto combatiente sentido era el de la vista; el cual parecía haber estado
abotagado y haber estado dormido hasta ese momento. De hecho, estaba saturado
ante la cantidad excesiva de información a base de imágenes que estaba
recibiendo. Mirase donde mirase se estaban desarrollando pequeñas microescenas
simultáneas dentro de una pequeña escena y todas y cada una de las pequeñas
escenas conformaban una caótica, hilarante y colorida gran escena que cualquier
artista estaría más que encantado de llevar a un lienzo.
Sarah agradeció su
privilegiada memoria gracias a la cual no olvidaría ninguno de los detalles que
le llamase la atención y que incluiría en el artículo.
Aunque, de todo lo
que vio, lo que más alivio le provocó fue el comprobar que su atuendo nocturno
era bastante parecido e iba en consonancia con el de las otras mujeres
presentes.
Sin embargo, y para
estar completamente segura, realizó una serie de comparaciones mirando
alternativamente a las mujeres que tenía a su alrededor (porque eran las más
cercanas y las únicas a las que podía ver de cuerpo entero) y después a ella.
La confirmación de
que había pasado la prueba con éxito vino de manos de un hombre que la miró
hambriento antes de lanzarle un beso y pasarse la lengua por los labios en un
burdo y fracasado intento de seducción, y enseñarle su desdentada y sucia
sonrisa.
“Ugh” pensó con
repugnancia antes de sentir un fuerte tirón de Marc, indicador claro de que ese
iba a ser su hueco para ver el “espectáculo”.
Completamente
camuflada entre la multitud, Sarah pudo comprobar cómo poco a poco, la ruidosa
muchedumbre iba callándose a medida que iban viendo cómo un hombre que llevaba
un chaqueta bastante bien confeccionada y que destacaba más por encima de su
roídas y ajadas prendas, pantalón de cuero ajustado en exceso y botas de piel
con relucientes hebillas, iba subiendo las chirriantes, mohosas y nada seguras escaleras de un escenario
situado a su izquierda.
Cuando estuvo
arriba; todo el recinto, antes lo más parecido a un gallinero que nadie hubiese
visto nunca, se quedó en total silencio a la espera de que hablase.
“Es el turno de las
presentaciones” pensó Sarah con una mueca de satisfacción.
Sin embargo, ese
momento pareció no llegar nunca porque el hombre se mantuvo ahí quieto y en
pie, mirando a todas partes atentamente.
Si no fuera porque
parecía un total y completa locura, Sarah pensó que estaba contando una a una a
todas las personas que habían asistido allí.
Su hilo de
pensamientos se vio interrumpido de repente, cuando empezó a reí. A carcajadas,
además.
Y durante un buen
rato, con este gesto fue provocando poco a poco sonrisas o pequeñas sonrisas
entre los integrantes del público.
-
¡Buenas
noches a todos! – gritó, con una sonrisa de satisfacción y orgullo.
Nadie le respondió
con palabras, A lo sumo hubo un par de saludos agitando las manos.
-
Para los
que no me conozcáis, lo cual es una verdadera tragedia y ofensa hacia mi
persona – dijo, poniendo morritos y expresión lastimera - Mi nombre es Albert
Branches y esta noche, como habrán podido suponer, seré su maestro de
ceremonias, juez, jurado y recaudador de apuestas perpetuos por tanto y sin más
dilación…¡Sed bienvenidos al espectáculo de esta noche en The Eye! – exclamó,
realizando una reverencia cortés. -¡Ha llegado el momento que todos estabais
esperando! – anunció girándose y desabrochándose el cinturón; para horror de
Sarah. –No – dijo, negando con la cabeza. - No es que os enseñe el culo, aunque
sé que a más de alguno y alguna le gustaría – añadió, mirando a unos y a otros,
deteniendo su mirada en Sarah y guiñándole el ojo; permitiendo con ello a Sarah
descubrir que llevaba pintados los ojos con raya negra. - ¿Estáis preparados
para lo que vais a ver a continuación? – les preguntó a gritos tras un momento
de silencio.
Una multitud de
gritos a la vez le respondió e incluso hubo quienes levantaron el puño con
entusiasmo.
-
¿Estáis
preparados para lo que vais a ver a continuación? – repitió a gritos.
-
¡Sí! –
volvieron a responder a gritos con más entusiasmo que antes.
El presentador
volvió a reír antes de añadir, calmando a la multitud con gestos de las manos:
-
Entonces,
no os haré esperar más – carraspeó antes de volver a hablar: - ¡En el lado
derecho, recién llegado esta noche el contrincante y aspirante a derrotar a
nuestro héroe; procedente de Middlesbrough… ¡Gary Johnson! – concluyó, antes de
señalar el lugar por donde debía salir el luchador antes de aplaudirle con tres
sonoras palmadas.
Lenta y pesadamente,
como si de una tortuga se tratase, el señor Johnson salió a escena. (O
anfiteatro, para hablar con propiedad)
Su salida actuó como foco de atención y todas las cabezas del público se
girasen en esa dirección para ver la “gran entrada”. Entre ellos, Sarah Parker
y Marc el gigantón.
Sarah prestó mucha
atención al hombre. No en vano, debía recordar todos los detalles para
añadirlos e integrarlos en su artículo y crear una imagen mental del luchador
lo más similar a la realidad en sus lectores.
Así, pudo ver cómo
el hombre iba con el pecho descubierto, dejando a la vista su enorme barriga.
Era calvo (como todos los boxeadores sobre los que había leído ¿quizás un
requisito o rasgo distintivo de su profesión?) aunque tenía perilla y bigote y
vestía botas y calzas de cuero negro a juego
con el brazalete de su muñeca derecha. También llevaba las manos
vendadas; cuyas vendas tenían restos de sangre, demostrando que Gary era un
cerdo (¿y que quizás con tan nimio
detalle intentaba amedrentar a su oponente?). Por último, descubrió que llevaba
un pequeño aro en uno de sus oídos.
Si tuviese que
resumirlo en pocas palabras: gordo, aunque fuerte. Y desde luego, mucho menos
amenazante que el hombre que velaba por ella y que estaba situado justo detrás.
Ahora solo faltaba
comprobar cómo el exceso de peso afectaría a su agilidad y a la rapidez de sus
movimientos.
-
¡Shhh! –
mandó callar el presentador mientras de nuevo intentaba calmar al público;
claramente hostil al desconocido.
Volvió a carraspear
para concederse importancia y volver a atraer todas las miradas hacia él, antes
de añadir:
-
Y ahora,
el momento real que todos y todas estabais esperando y motivo por el cual
habéis venido aquí esta noche: Aunque no necesita presentación porque es
conocido de aquí a las prisiones y prostíbulos de Nueva Zelanda de tan grande
como tiene la verga, lo haré – dijo antes de dar una palmada y frotarse las
manos. – Señores, prepárense para gritar, amándolo y odiándolo al mismo tiempo
y señoras, estén listas para que sus pezones se endurezcan y sus bragas se
mojen hasta que acaben por emitir gemidos de placer del éxtasis orgásmico que
su visión les provocará porque en la esquina derecha se situará en breves
momentos se situará el jodidamente guapo y nuestro héroe local ¡el luchador más
rápido y hábil de todo Londres, el señor Skin HH Skull! – gritó, señalando
hacia la esquina izquierda y esta vez aplaudiendo de verdad.
Y la multitud
enloqueció, triplicando los comentarios favorables y vítores de ánimo hacia el
luchador hacia el luchador que estaba por salir.
Sarah observaba con
creciente interés el cambio que se había producido en el público, mientras
admiraba con desaprobación al presentador y juez de la pelea,
“¿Realmente tenía
que ser tan soez?” se preguntó mientras reprobaba sus palabras. “¿Es tan guapo
o atractivo como para provocar que los hombres le amen y odien y a las mujeres
se le mojen las bragas y se le endurezcan los pezones nada más verlo?” añadió,
poco después.
Sarah se horrorizó
con su segundo pensamiento al darse cuenta de que había repetido las palabras
literales con las que Albert había descrito al luchador y sintiéndose
terriblemente disgustada y culpable, abrió mucho los ojos.
“Sarah” se dijo.
“¡Contrólate!” se ordenó.”Tienes que pasar por una mujer de este ambiente, así
que deja el puritanismo en tu apartamento y finge ser alguien que no eres” se
reprendió. “Porque sino perderás tu oportunidad de ser periodista y con ello la
oportunidad de conquistar a Christian” se ordenó y advirtió con dureza.
Tomando aire para
insuflarse fortaleza a la hora de cumplir el objetivo que se había marcado para
esa noche, Sarah se obligó a mirar hacia la pista de arena donde se iba a
disputar la pelea. Una pista de arena, no un ring de boxeo elevado; tal y como
había leído en el reglamento y la normativa, reflejando con esto la pobreza y
escasez de recursos que allí había.
Justo en ese instante,
como si se hubiera dado por aludido y hubiera notado que le estaban esperando
ansiosos y con impaciencia, Skin HH Skull emergió de entre las sombras
caminando de forma pausada, lenta y rezumando seguridad en sí mismo hacia el
interior del círculo; permitiendo a Sarah su contemplación.
Al contrario que
Gary, el señor Skin HH Skull no estaba gordo. Todo lo contrario. Estaba
bastante fibroso y tanto sus bíceps como sus abdominales estaban perfectamente
delineados y esculpidos. (“Y completamente depilados” añadió una sorprendida
Sarah) Además, tampoco estaba calvo; rompiendo con ello su esquema de
pensamiento acerca del físico de todos los boxeadores. Éste tenía el cabello
corto según los dictados de la moda imperante y eran de color rubio.
Lo único que parecían
compartir era la vestimenta; consistente en botas y calzas, solo que las de
Skin HH Skull eran de tela y de color marrón; con lo cual le permitían una
mayor movilidad. La segunda cosa que parecían tener en común era que Skin HH
Skull también llevaba las manos vendadas; algo lógico pues peleaban a puño
descubierto y querían resultar lo menos dañado posible. Pero sus vendas eran de
un blanco inmaculado; no estaban sucias.
Parecía más joven
que Gary Johnson.
No.
Seguro que era mucho
más joven que su adversario.
Aunque también mucho
más seguro de sí mismo.
Así lo indicaban al
menos su postura al caminar y la sonrisa de autosuficiencia que tenía plantada
en su rostro.
Parecía como si
supiese que iba a ganar sobradamente y sin esfuerzo alguno; pero tampoco lo
hacía patente a propósito.
Era un hombre muy
sexual.
Sí, exudaba
sexualidad por todos y cada uno de los poros de su apenas bronceada piel.
Era el epítome de la
masculinidad (entendiéndose masculinidad como un despertar hormonal
instantáneo)
Era un hombre
hipnótico.
Era atrayente.
Era…como una de esas
piedras magnéticas que le habían regalado a miss Anchor y que ella conservaba
como si de un tesoro se tratase.
Y ella se veía
incapaz de apartar los ojos de él.
Sarah jamás había
visto a nadie así.
O bueno sí…no hace
mucho.
Cuando casi estaba a
punto de entrar en el círculo, algo se cruzó en su camino, interrumpiendo su
trayectoria.
O mejor dicho,
alguien.
Una mujer para ser
más precisos y exactos.
Una mujer a la que
él parecía conocer bastante bien, pues de otra manera no se explicaba la forma
en que él reaccionó cuando la mujer se arrojó (literalmente) en sus brazos.
¿Cuál fue su
reacción?
Besándola de manera
apasionada y brusca; como si no existiera un mañana, jugueteando con su lengua
mientras le mordisqueaba deseoso el labio y le besaba también en el cuello
estrechándola contra él agarrándola por debajo del trasero para “morderle” uno de sus senos, provocando
que ella gimiese ante esta acción.
“Dios mío” pensó Sara
con asco. “¡Puag!” añadió. “Parece que le va a hacer el amor delante de todo el
mundo” concluyó, ladeando la cabeza para evitar ver el bochornoso espectáculo
erótico que ambos estaban protagonizando.
Concentrada y
cerrando los ojos sobre el pecho de Marc, quien se lo ofreció como apoyo y
abrigo encantado, Sarah pudo escuchar cómo los silbidos y los abucheos iban
incrementándose hasta tal punto que, cuando volvió a girarse (ellos dos seguían
en su mundo) descubrió que los abucheos no pertenecían a los hombres
impacientes porque comenzase el combate, sino a las pocas mujeres allí
presentes.
¡A las mujeres!
Sin duda, movidas
por la envidia y todas más que dispuestas y deseosas de quitarle el puesto a la
rubia oxigenada del centro, causando divertimento en Sarah; quien sonrió al
comprobar cómo el número de caras invadidas por la furia aumentaba por segundo.
La pareja continúo
de esta guisa aún un rato más (todo lo que el chico quiso) y solo concluyó
cuando él le pellizcó el trasero y la
apartó de su lado con un empujón suave, despidiéndose de ella con un guiño de
ojos, lanzándole un beso desde el aire y limpiándose los restos del carmín de
las comisuras de sus labios con el dedo pulgar.
-
Espectáculo
erótico ofrecido por cortesía de Skin HH Skull y la señorita Mary de la calle
Doorthmay[1] – dijo con ironía, aunque
no sin cierta burla en su tono de voz Albert, provocando una sonora carcajada
en Sarah y que el resto de los hombres lo jalearan y le dieran ánimos con
gritos y alzando sus bebidas (o sus puños).
Inmediatamente, sonó
la campana de inicio de la pelea y la multitud se transformó pro completo,
pasando de estar “tranquila” y caracterizada por la quietud a convertirse en
auténticas fieras de circo. Cambio por el cual Sarah se vio arrastrada ante la
oleada de hombres y mujeres que se precipitaron a la vez y que peleaban con
uñas, dientes y cualquier otro recurso disponible y a mano por estar lo más
cerca posible del círculo.
En esta batalla
perdida contra la marea humana, a Sarah la pisaron, la despeinaron, le vertieron
parte de las bebidas (cervezas y whiskies la mayoría de las veces, según pudo
comprobar por el olor) y también hubo quien aprovechó para pellizcarle el
trasero; parte de su anatomía convertida n punto de fuga esa noche.
Sino llega a ser
nuevamente porque nuevamente la agarró fuertemente (cosa que agradeció a
Penélope), Sarah estaba segura de que hubiese acabado estampada contra la pared
o peor, contra el techo.
Por si todos estos
efectos secundarios no fuesen ya malos de por sí, debía añadirle además la
pérdida del lugar privilegiado para ver el combate.
Y ver el combate era
el motivo principal por el que estaba allí esa noche. Con lo cual, sino podía
verlo para más tarde comentarlo y reseñarlo ¿Qué hacía ya allí?
Bufó enfadada y
comenzó a “moverse” (más bien retorcerse y colarse entre los espacios que las
personas dejaban, aprovechando su pequeña estatura) para buscar un nuevo mejor
lugar desde donde verlo. Desolada, descubrió que solo había dos opciones (ambas
malas): o irse a la primera fila y que alguno la confundiese con alguna de las
prostitutas de su barrio o, subirse en el escenario para verlo junto al
comentarista y juez.
Lo cual y pese a que
no le conocía de nada, tampoco le inspiraba mucha confianza o le daba buena
espina. Especialmente por las miradas lascivas que le lanzaba. Seguro que
tendría que pagar un precio por permanecer allí. Y no precisamente económico…
Volvió a mirar en su
dirección y, como estaba siendo una costumbre esa noche, la estaba mirando de
nuevo. Sin ningún tipo de decoro o vergüenza; lo cual la enfurecía sobre manera
y por eso, le bufó y le sacó la lengua en respuesta a sus nada sutiles insinuaciones.
¡Si pensaba que iba a ceder estaba muy equivocado!
“Sarah, Sarah, Sarah…”
se dijo con voz condescendiente. “No es una buena idea granjearse la enemistad
de uno de los hombres más poderosos de The Eye en tu primera noche de trabajo
porque podría echarte de aquí sin ningún tipo de miramientos” se recordó. “Piensa
como antes, esta noche no eres tú. Así que actúa de manera distinta” se ordenó.
Volvió a girarse
hacia Albert, quien, como escasos momentos antes, la estaba mirando con una
sonrisa de interés y una mirada cargada de intenciones. Solo que en esta
segunda ocasión Sarah hizo caso de sus consejos mentales y en vez de bufarle o
sacarle la lengua, le devolvió la sonrisa e intentó parecer una seductora
profesional.
Se rió ante su
actitud y comportamiento volubles, los cuales sin duda estarían volviendo a
Albert. No obstante había creído conseguir su objetivo con el establecimiento
de miradas cómplices y supuso que la tercera vez que mirase hacia él la invitaría
a subir junto a él. ¡Cual fue su decepción cuando descubrió que “otra” había
ocupado ya su lugar y se reía con él mientras compartían una botella de alcohol
e intercambiaban apasionados besos!
Sarah enfadada, se
cruzó de brazos y miró hacia Marc, a la espera de que él le proporcionase una
nueva solución a su problema, bufando y resoplando sonoramente ante la falta de
atención que éste le estaba prestando. Además de que sus ruidos quedaron
disimulados por jolgorio de la multitud.
-
¡Acaba
con él! – gritó Marc, rugiendo de tal forma que a Sarah le tambalearon todos
los huesos del cuerpo.
“¡Maldición!” pensó
ella enfadada. “Me estoy perdiendo algo importante” añadió. “¡Y no veo!”
protestó.
-
¡Machácale!
– volvió a gritar Marc. - ¡Dale! – exclamó. - ¡Dale, dale! – repitió, imitando
alguno de los gestos de boxeo, lanzando puños al aire.
En uno de sus
movimientos, dio sin querer a Sarah Parker en la frente, disculpándose de
inmediato y ella aprovechó la tesitura para mirarle con atención y los brazos
cruzados y repiqueteando continuamente el suelo con su tacón.
-
¿Te pasa
algo Sarah? – quiso saber él. - ¿Te hice daño? – quiso saber, tocándole el lado
de la frente donde le había golpeado sin querer.
-
¡Quita!
– exclamó ella, apartándole la mano de un golpe, sorprendiendo y desconcertando
por esta reacción tan “violenta” por su parte a Marc; quien se quedó a la
espera de más información. – No veo – dijo ella poniendo morritos y con un deje
lastimero.
-
Pero
¿qué dices? – preguntó él. – Este es el mejor lugar del The Eye para ver – le
informó. - ¡Yo mismo me encargué de escogerlo! – exclamó indignado. – Y además,
yo veo perfectamente – añadió.
-
No dudo
de que este fuera el mejor sitio de The Eye – dijo Sarah. – Antes – remarcó. –
En cuanto a lo otro… ejem, ejem – carraspeó antes de explicar algo que era
obvio. – Marc, tú eres un hombre alto. Muy alto en realidad. Eres más alto que
la mayoría de los hombres aquí presentes. No sé cuanto medirás pero lo que sí
que está claro es que es más que metro sesenta – explicó. - ¡Es normal que tú
veas! – concluyó, enfadada.
-
¡Pégale
otro! – gritó, provocando que los huesos de Sarah volvieran a tambalearse antes
de dirigirse a ella de nuevo. - ¿Qué problema tienes con eso? – le preguntó. –
Yo puedo decirte qué está ocurriendo – indicó. – Aunque… tampoco hay gran cosa
que decir. Skin HH Skull le está pegando una paliza a Gary Johnson – concluyó.
-
¡No
quiero que me lo cuentes! – exclamó, enfadada. – Aunque aprecio y agradezco
enormemente tu gesto de cortesía – dijo mucho más calmada, antes de suspirar. -
¡Yo solo quiero verlo con mis propios ojos! – exclamó, casi a punto de echarse
a llorar. – Si no ¿qué clase de artículo voy a escribir? – le preguntó.
-
¿Quieres
que te coja a borriquito? – le preguntó Marc.
-
¿cogerme?
– le preguntó Sarah, insegura de haber escuchado esas palabras. – Cogerme –
repitió, para asegurarse de su pregunta. - ¿¡Qué?! – preguntó, parpadeando y
despertando de repente. - ¡No! – exclamó horrorizada. – No, no, no, no, no, no,
no, n, no, no, no – añadió, negando con cabeza para darle aún más énfasis a sus
once negativas consecutivas.
-
¿Por qué
no? Le preguntó Marc, sintiéndose
ofendido por tan rotunda negativa. – Podría aguantarte durante todo el combate
– añadió con firmeza.
-
No lo
pongo en duda, dada tu amplitud corporal – dijo, tocando su brazo y señalando
su amplia espalda. – Pero no, gracias – añadió. – Es que… no quiero ser el
centro de atención – añadió.
Esa fue la excusa
que Sarah le dio.
La realidad era que
había muchos más matices ocultos en dicha respuesta enigmática.
Se sentía incómoda.
Incómoda y dolorida
por la ropa que llevaba esa noche.
Ella no vestía así.
Ella no era así.
¿Quién iba a pensar
que algo que a simple visa era tan bonito y estaba tan bien confeccionado iba a
resultar al final tan incómodo y que las varillas del corsé acabarían por
clavársele?
Nadie.
O al menos, nadie
que no estuviera acostumbrado a llevarlos como prenda habitual.
Además, se sentí
frustrada porque no podía hacer nada para evitar que la masa la engulliese,
empujándola hacia uno y otro lado y le impidiese ver el combate que se estaba
desarrollando en el círculo, a pocos pasos del lugar donde se encontraba en ese
momento.
Y muy relacionado
con eso, se sentía enfadada.
Enfadada por ese
motivo y porque no podía devolver los golpes (más que nada, porque no sabía
defenderse) todos y cada uno de los pellizcos y caricias que su trasero había
recibido esa noche.
O al menos, resultar
amenazante. Especialmente con los hombres que la rodeaban y sobre todo con
Albert, el presentador y “juez auxiliar” del combate; quien en su opinión lo
menos que estaba haciendo era prestar atención y ejercer su función, sino que
la encontraba a ella mucho más interesante y fascinante al convertirla en el
centro de su mundo esa noche.
Por eso, lo máximo
que podía hacer a ese respecto era lanzar miradas de odio y furia a diestro y
siniestro.
-
Tienes
razón – dijo Marc, agarrándola de la mano. – Camina – le ordenó. – Te sigo –
añadió.
Sarah hizo lo que
ordenó y comenzó a caminar hacia delante mientras se abría paso educadamente
por donde más hombres había, aprovechando y sacándole partido a su disfraz.
Ella iba encaminada
de forma directa hacia el círculo de arena (del cual no entendía el nombre
porque era un rectángulo y no un círculo lo que allí había) pero su decidida
marcha se vio interrumpida de repente y bruscamente por Marc.
Sarah miró a su
alrededor desconcertada por completo.
Seguía sin ver.
Estaba exactamente
en la misma situación que antes.
Bueno, exactamente
no.
Mucho más cerca del
círculo.
Ahora podía escuchar
con total claridad el impacto de los golpes sobre los cuerpos de los
luchadores.
Pero, aunque ella
era muy intuitiva; su sabiduría no alcanzaba para ver qué era lo que estaba
sucediendo con total exactitud.
Volvió a frustrarse.
Y se lo hizo saber a
Marc.
-
Pero
Marc…yo no… - inició.
Pero no pudo acabar
la frase porque de repente, sintió unas manos sujetándola por la cintura y
elevándola por encima de las cabezas de los asistentes.
-
¿Qué
haces? – le preguntó horrorizada poniendo los ojos en blanco; ya en el aire. -
¡Bájame! – le ordenó, pataleando.
Continuó pataleando
hasta que fue consciente de que, en la posición en la que se encontraba y
realizando el pataleo que estaba realizando, estaba enseñando muchas más pierna
de la que debería y sobre todo, que cualquier hombre que mirase hacia arriba,
tenía pleno acceso a la visión del interior del interior de sus piernas.
En otras palabras;
su ropa interior estaba siendo de conocimiento público.
En consecuencia,
cerró y apretó con fuerza sus piernas a la espera de que Marc volviera a
posarla en el suelo.
Y Marc lo hizo…
justo en primera fila; para su total sorpresa.
Su repentina
aparición y sobre todo, su nueva ubicación permanente en la primera fila (el
lugar más codiciado para el visionado de la pelea) provocó quejas, gritos e
insultos hacia su persona.
Incluso hubo
amenazas y amagos de golpes.
Acciones que se
interrumpían de raíz cuando esos mismos energúmenos hombres descubrían que el
blanco de su ira era una mujer, modificando este sentimiento por el de lascivia
y deseo.
Ese cambio también
se producía también cuando todo aquel que la miraba con atención descubría el
tatuaje falso que ella misma se había dibujado en la parte de uno de los senos
que le sobresalían por encima del corsé gracias a una plantilla que le había
proporcionado Penélope. Una Penélope a quien tendría que comprar un regalo en
agradecimiento de la ayuda prestada.
Una plantilla que
imitaba una de las numerosas marcas de Sthealthy Owl y de la que ella había
recelado en un principio. Sin embargo fueron tantos los argumentos a su favor y
la vehemencia de los mismos (sobre todo el último dado, en el que le dijo que
debería ponérselo porque pese a que hacía ya cuatro años desde la última
aparición de Stealthy Owl, este aún se consideraba una figura clave dentro del
folclore popular del Soho. Según sus propias palabras, “Sthealthy Owl es el
Robin Hood del Soho y como el Robin Hood que era, si llevaba una marca suya,
nadie la molestaría) que acabó cediendo a sus ruegos y se lo pintó con tinta
negra de escribir.
Para su total
sorpresa, Penélope tenía razón y cuando algunos de los hombres lo descubrían
cambiaban su expresión de lascivia y deseo por asombro y ¿respeto?.
Por último, si
cualquiera de los últimos argumentos no eran lo suficientemente convincentes de
por sí y algunos de los tipos a su alrededor continuaban con intenciones de tipo
sexual hacia ella, éstas quedaban descartadas de raíz en el mismo momento en
que Marc (y su impresionante altura y corpulencia) hicieron acto de presencia
justo detrás de ella.
En consecuencia, los
hombres reaccionaban abriendo la boca y retrocediendo varios pasos. Por este
motivo se creó un pequeño círculo de especio a su alrededor, lo suficientemente
liberador y reconfortarte como para permitirle el libre acceso a las cuerdas (muy
similares a las que se utilizaban en el puerto) que “protegía” al público
(aunque Sarah dudaba mucho acerca del tipo de protección que podían
proporcionar un par de cuerdas que a ella que llegaban por la cintura) y que
separaba el lugar donde se producía el combate del destinado al público.
“Mucho mejor” pensó
ella cerrando los ojos y sonriendo con satisfacción antes de comenzar a
observar con atención el combate.
De lo que Sarah no
era consciente era de que con ese espacio a su alrededor, no solo no había
dejado de ser el centro de atención, sino que había añadido un número mayor de
seguidores y espectadores hacia ella. Incluso Albert la miraba con aún más
atención, fascinado por cómo había conseguido su objetivo.
Gracias a su nueva
posición y sobre todo, a que los moscones que zumbaban a su alrededor no la
molestaban, Sarah pudo observar con total atención.
Pronto, su
adrenalina comenzó a dispararse, así como los latidos de su corazón se
aceleraron y la sangre comenzó a fluirle de manera mucho más rápida.
Y entonces entendió
mucho mejor por qué este “deporte” (aunque ella no lo considerase como tal)
tenía tantos adeptos y seguidores.
Era adictivo.
Era liberador.
Era una vía de
escape durante un corto período de tiempo a la situación real de miseria,
problemas y podredumbre que los rodeaba.
Incluso ella misma, en
poco tiempo formó parte de la masa de gente que jaleaba y animaba a Skin HH
Skull para que le diese una paliza y el
golpe final que rematase a Gary Johnson (perdiendo con ello su total
objetividad).
Los luchadores
ejecutaban una danza perfectamente cronometrada y embobada, era incapaz de
apartar la vista de ellos.
Solo salió del
trance cuando Gary cayó sobre las
cuerdas bastante cerca de ella a plomo debido a un golpe de Skin HH Skull,
provocando que ella diese un respingo y diese tal salto que chocó su espalda
contra la de Marc; quien la agarró con fuerza por los hombros para calmarla y
evitar su caída.
Gracias a esta
acción, Sarah pudo observar con mayor detenimiento y atención a Skin HH Skull
cuando se acercó hasta esa zona para ayudarle a ingresar nuevamente en el círculo
de pelea y seguir propinándole golpes hasta que se aburriese, agarrándole por
la cinturilla de sus calzas de cuero.
Así, se cercioró de
que era tremendamente bien parecido (entendiendo ahora mucho mejor las palabras
de Albert y las reacciones de las féminas allí presentes ante su aparición y el
beso con la prostituta). También alcanzó
a descubrir que el color de sus ojos era azul y que en su perfecto abdomen liso
y marcado, tenía tatuada una cruz celta con el palo vertical más
largo que el horizontal con un anillo que rodea ambos extremos y grabada con
entrelazados y diseños geométricos y lo que en un principio (y desde la lejanía) parecían brazaletes de cuero, no lo
eran. En realidad, eran tatuajes. Tan cerca estuvo de él que pudo leer sin
dificultad qué era exactamente lo que decía cada uno:
-
El del
bíceps derecho era una cita célebre de Aristóteles “El
hombre más poderoso es aquel que es dueño de sí mismo”.
-
Y el del izquierdo era una frase de
Stendhal “El arte de amar se reduce a decir exactamente lo que el grado del
momento de embriaguez lo requiera”.
Frase sin duda que
ella reprobó y censuró mentalmente, añadiendo una frase de disgusto.
“Un momento” pensó
ella con algo de disgusto y recelo. “Yo he leído estas dos mismas frases en
alguna parte” añadió. “Pero ¿dónde?” se preguntó.
Acto seguido, volvió
a mirarle el rostro y…
Entonces lo recordó.
Fueron tan grandes
el horror y la sorpresa que le reportaron este descubrimiento que, aunque Marc
la tenía bien sujeta por los hombros, se tambaleó debido a la imprevisibilidad
de tal situación. Tanto se tambaleó que a punto estuvieron los dos de caer al
suelo.
“¡Oh Dios mío!”
exclamó. “No puede ser, no puede ser, no puede ser, no puede ser, no puede ser”
se repetía mentalmente una y otra vez con los ojos fuera de sus órbitas y
ahogando un rito porque se había tapado la boca con una mano.
¿Qué estaba mal?
¿A qué se debía lo
inusitado, repentino y exagerado de su reacción?
Pues a que acababa
de descubrir que Skin HH Skull no era otra persona más que ¡el desconocido que
se encontró en el callejón hacía dos semanas!
¡El mismo
desconocido que le dio su primer beso con pasión y que le dejó con ganas de
más!
“¡Claro!” exclamó,
maldiciendo su estupidez suprema. “Doble H” pensó, recordando el nombre que le
dio tiempo atrás. “Y ¿Cómo se llama el luchador de hoy?” se preguntó. “Skin HH
Skull” se respondió, haciendo especial hincapié en las dos haches centrales. “¿Pero
cómo no te has dado cuenta antes, idiota?” se regañó.
Incapaz de creer su
increíble mala fortuna, Sarah se soltó del agarre y vigilancia de Marc para
dirigirse de nuevo a las cuerdas y confirmar que no había sido una suposición o
una alucinación.
Efectivamente.
No había ningún
género de dudas o margen de error.
Skin HH Skull era
Doble H, el noble desconocido que la había besado hacía dos semanas y que acto
seguido vomitó y vació el contenido que almacenaba su estómago.
Maldijo para sí
misma.
“¿Es que nunca iba a
estar viviendo situaciones en las que su vida no corriese serio peligro?” se
preguntó enfadada antes de sumergirse de nuevo en el fascinante mundo de los
combates y peleas de boxeo reanudando los gritos de ánimo y apoyo al rubio,
instándole y ordenándole que le diera el golpe de gracia a Gary Johnson.
Sí, cierto que
estaba siendo subjetiva pero esta vez tenía motivos personales. Estaba
preocupada por su bienestar.
Dos semanas.
Ese era el tiempo
total y exacto que había durado su incertidumbre acerca de si la última vez que
salió de farra y juerga con el pequeño sátiro de Edward Júnior había besado a
una mujer.
“Lo sabía” pensó con
satisfacción y autosuficiencia mientras la volvía a mirar con el rabillo del
ojo.
Nunca jamás había
bebido tanto como para olvidar si había besado o no a una mujer.
Y esa vez no había
sido una excepción, por mucho que el aprendiz de doctor repelente y engreído se
hubiese empeñado en hacérselo creer.
No.
Él sabía que no
podían ser ciertas sus palabras.
Y aunque le creyó
durante todo este tiempo, una pequeña parte de su mente había conservado y
había quedado abierta a esta otra posibilidad.
Sus sentidos no le
habían fallado.
Aquí estaba.
Su ángel.
Su salvadora de esa
noche.
Su…su…
De acuerdo, no
recordaba cuál era su nombre ahora mismo, pero estaba segura de que era ella.
Esos ojos marrones
almendrados y su cabello color castaño oscuro (a priori corrientes) eran
inconfundibles e inolvidables.
De lo que sí que
estaba seguro por mucho que hubiera bebido esa noche era que ella no era
prostituta y ni mucho menos vestía de la manera en la que lo estaba haciendo
hoy.
Probablemente,
estaría pensando que no había reparado en su presencia, sobre todo porque no le
dijo nada cuando la tuvo justo a su lado en el momento en que fue a por Gary
para traerlo de vuelta al círculo.
Nada más lejos de la
realidad.
Había sido
consciente de ella desde el momento en que la elevaron por encima de las
cabezas de todos los presentes para situarla en primera fila y que admirase el
espectáculo.
Habitualmente se
veían volar por los aires en medio de los combates todo tipo de objetos. Pero
nunca se había visto en The Eye a una mujer.
Hasta hoy.
Por eso, mientras
estaba realizando esa acción, ella había sido el centro de las miradas de todos
los allí presentes esa noche.
Incluidos las de los
propios boxeadores porque tanto Gary como él se habían detenido a mirarla
detenidamente. Sin embargo, era tal la concentración que puso en que no se le
abriese la enorme raja y apertura de la falda y en tener las piernas lo más
apretadas posible durante el breve instante en que estuvo suspendida en el aire
que no se dio cuenta de que la estuvo mirando.
Su comportamiento y
forma de actuar mientras estuvo ahí arriba fue el primer indicio que le indicó
que ella no vestía así habitualmente. A eso debía añadir que en las muchas
veces que la observó por el rabillo del ojo, siempre la vio actuar de la misma
manera: insegura e incómoda.
Comportamientos y
maneras de actuar totalmente irracionales para alguien que estuviera
acostumbrada a llevarlas pero perfectamente razonable para alguien que no lo
hiciese.
“¿Qué demonio está
haciendo ella aquí?” se preguntó.
Decidió volver a
mirarla para asegurarse de que no se lo había imaginado.
Pero tampoco era una
buena idea hacerlo de manera directa, mirándola fijamente a los ojos o
saludarla con la mano. Mucho menos después de su escena de antes del combate
protagonizada con Mary la prostituta de Doorthmay.
¿Quién iba a pensar
que las mujeres también podían ser como pulpos?
El momento para
verla de nuevo sin que se notase que la buscaba a ella, se produjo cuando Gary
yacía de rodillas andando a gatas a sus pies debido a otro de sus puñetazos.
Lo primero que le
llamó la atención fue que ella también le gritaba palabras de apoyo, lo cual le
produjo una enorme satisfacción e hizo que su pecho se hinchase de orgullo y
que plantara una sonrisa de autosuficiencia en su rostro.
Pero, pronto esos
pensamientos positivos y agradables se sustituyeron cuando la miró en
condiciones. Por cosas como:
-
¿Por qué
iba peinada y maquillada como si fuera una prostituta? Bien era cierto que
hasta hoy no la había recordado físicamente pero… tenía una certeza casi total
de que ella apenas llevaba maquillaje habitualmente.
-
¡Oh Dios
mío! ¡Si llevaba más de la mitad de los dos senos sobresaliendo del corsé de su
vestido!
-
Pero
sobre todo ¿era eso que llevaba en su seno una marca de protección de Sthealthy
Owl? ¿Ella conocía a Sthealthy Owl? ¿Cómo? ¿Por qué?
Sin embargo, su hilo
de pensamientos fue interrumpido de manera brusca y repentina cuando Gary
Johnson le propinó un puñetazo por debajo de la mandíbula que le hizo girar
sobre sí mismo con una vuelta en círculo.
Mientras giraba
escupiendo saliva, se acordó de la escena completa de esa noche. Del beso y…
del posterior vómito.
“¡Qué vergüenza!” se
reprendió. “Tengo que pedirle disculpas” añadió mientras se enderezaba y volvía
a ponerse en posición de ataque en el combate.
Cuando Gary
golpeó a Skin HH Skull. Sarah contuvo el
aliento y dio un grito ahogado, volviendo a tapar su boca con la mano,
sorprendida y asustada en el ataque.
Lo que ella no se
esperaba era esta misma reacción global entre el público.
Confusa, se giró
hacia Marc, quien le explicó entre susurros:
-
Es que
nunca en todo el tiempo que lleva peleando en The Eye había sido golpeado -.
-
¿Nunca?
– le volvió a preguntar ella desconfiada.
-
Nunca –
repitió él, añadiendo más confusión la ya de por sí aturrullada mente de Sarah
esa noche.
¡Vaya!
Esa sí que era una
noticia y revelación importante.
“No olvides
reseñarlo en tu artículo para mañana” se autorecordó.
“Ya basta” pesó
Henry enfadado mientras se incorporaba y levantaba la mano, saludando al
público para tranquilizarles y hacerles saber que estaba bien.
Gesto al que
correspondieron volviendo a jalear y gritar para animarle.
Si había algún
momento o instante indicador de que el combate debía acabar era ese.
En realidad, si él
hubiese querido, el combate hubiese concluido mucho antes. Sin embargo no lo
había hecho por consideración con el público. Se sentía mal y culpable de que
tuvieran que regresar a sus casas después de haber venido desde tantos y tan
diferentes lugares y sobre todo, después de haber apostado dinero por él
(dinero que por otra parte era la base principal de su economía)
Por eso, hoy (como
en todos los combates en los que había participado desde que se inició en el
mundo de las peleas) gastaba el tiempo de manera inútil, mareando y golpeando
continuamente a su rival; sin recibir ni un solo golpe por su parte.
Hasta hoy.
Cuando, inesperada y
repentinamente había recibido un puñetazo por debajo de su mandíbula de manos
del gordinflón y torpe de Gary Johnson.
Pues bien, se acabó.
Iba a poner punto y
final al combate ahora mismo.
No iba a consentir
que le golpease nadie.
Y mucho menos
alguien como Gary Johnson.
Sobre toso esta
noche, cuando contaba con una invitada especial entre el público.
Lo pagaría.
Lo pagaría bien
caro.
Sonrió en dirección
de la chica y le guiñó un ojo antes de comenzar a golpearle.
“¿Me ha sonreído?”
se preguntó desconcertado. “¿Me ha guiñado un ojo?” añadió. “¿A mí?” se
preguntó por tercera vez muy confusa y autoseñalándose. “Tranquilízate Sarah”
se ordenó. “Es imposible” señaló. “Imposible” recalcó. “Que te haya reconocido
vestida de la manera en la que vas vestida y con toda la parafernalia que
llevas hoy” explicó. “Así que tranquilízate” se ordenó por tercera vez.
“Probablemente te haya confundido con otra persona” se dijo.
¿Cómo iba a
reconocerla cuando la última (y única) vez iba vestida como joven pudiente de
la aristocracia rural británica y ahora pasaba perfectamente por una prostituta?
No.
Era imposible.
“Imposible” volvió a
decirse.
Para disimular y
calmar en algo su creciente nerviosismo, ella levantó la vista a tiempo y
también comenzó a animarle, siendo testigo de excepción de cómo primero, con un
puño en el estómago lo desequilibró provocando que se inclinase hacia atrás y
luego, con tres “simples” puñetazos seguidos (uno en la barbilla como respuesta
y venganza al recibido por él) y dos seguidos justo en el centro del rostro:
con el primero le rompió el tabique; así lo manifestó el “crack” que resonó en
todo el recinto y la sangre que comenzó a manar de ella y con el segundo le
remató, cayendo Gary al suelo; noqueado e incapaz de moverse.
El combate había
acabado oficialmente y, como tal, Albert levantó el pañuelo rojo (correspondiente
a Skin HH Skull). Ese fue el espaldarazo de salida para permitir que muchos
hombres y mujeres saltaran las cuerdas e invadiesen la arena.
El ganador merecía
una vuelta de honor y triunfo. Cosa que hicieron. Eso sí, después de mantearle
en numerosas ocasiones y bañarlo en cerveza y whisky.
Todo el mundo
aplaudía enloquecido
¿Todo el mundo?
Bueno, no todo el
mundo
Aprovechando estas
circunstancias, y sobre todo temiendo que la multitud la engulliese. O peor
aún, la arrollase y hiciese caer al suelo, con lo que la perdería de vista e
incumpliría la tarea que le habían encomendado esa noche (con el consecuente
impago tanto por parte del editor del periódico como del señor Christian
Crawford) Marc volvió a agarrarla con fuerza por el codo y, con un fuerte tirón
la empujó hacia él, envolviéndola con su abrazo mientras, contracorriente
abandonaban el recinto.
Henry, embriagado
con la sensación del triunfo, subido en los hombros de tres hombres y siendo
manteado continuamente en su vuelta de celebración de la victoria, solo volvió
a recordar a su ángel cuando recibió una lluvia de ligueros iniciada ya la
segunda vuelta al círculo.
En cuanto lo hizo,
giró la cabeza de forma brusca buscándola entre la multitud; aunque más bien al
gigantón que la acompañaba y por cuyo aspecto físico parecía no guardar
ningún tipo de parentesco familiar con
ella. Tan brusco fue su giro que, aparte del consecuente tirón en el cuello, a
punto estuvo de caerse al suelo. Al final, no fue más que un susto pues todo
quedó en un tambaleo y desequilibrio.
Sin embargo, este
fue el indicador para decirles que lo bajasen al suelo para probar suerte, con
los pies en la tierra y dar con ella.
Su búsqueda resultó
infructuosa, pues al mirar por todos lados no dio con ella.
Había desaparecido
silenciosamente.
Se había esfumado de
la nada.
Justo como hacía dos
semanas.
Bueno, justo como
hacía dos semanas no. Hoy su huida le había resultado mucho más sencilla al
camuflarse entre la multitud.
Quizás sí que era un
ángel o un ser divino y en realidad hoy no lo había visto, sino que lo había
imaginado…
No.
Ella no era un
ángel.
Era alguien muy
real.
Un ángel no sabía
tan bien y tan dulce (aunque lo odiase) al besarla.
Instintivamente, se
llevó los dedos a los labios cuando recordó su beso mientras sonreía.
Tan concentrado en
su mundo y sus recuerdos estaba que no fue consciente de cómo nuevamente
volvían a elevarlo y cargarlo para iniciar una segunda ronda de vueltas de
celebración de triunfo.
Una hora después
(cuando sus seguidores se cansaron de vitorearle, pasearle y exhibirle) y solo
tras asegurarse nuevamente de que la mujer desconocida no estaba entre el poco
público ya presente allí, Henry fue al encuentro de Albert mientras se ponía su
camisa y comenzaba a abotonársela.
Tenían asuntos que
tratar.
Asuntos económicos
de enorme importancia.
-
Albert –
le dijo, ofreciéndole la mano.
-
Doble H
– le respondió él mientras se la estrechaba y le daba un abrazo a medias,
palmeándole suavemente la espalda. - Buen combate – le felicitó, sonriente.
-
Eso
espero – respondió Doble H mientras apartaba de su frente un mechón de su rubio
cabello de un soplido.
-
Lo digo
en serio, buen combate – repitió Albert antes de entregarle una bolsa de cuero
con los beneficios.
Henry la cogió, la
abrió y atisbó la cantidad de dinero que había ganado esa noche y al contrario
que en otras ocasiones, no se detuvo a contarlo porque se fiaba de su palabra.
Al fin y al cabo,
cuanto más dinero ganase él, más dinero se adjudicaba Albert. Puede que incluso
más, ya que, aunque nunca se lo había dicho, tenía casi la total certeza de que
apostaba a su favor (con el consecuente beneficio que ello conllevaba)
-
No está
mal – dijo Henry al fin, satisfecho. – Para el aforo de esta noche – añadió
mordaz.
-
¿Para el
aforo de esta noche? – preguntó. - ¿Para el aforo de esta noche? – repitió,
sorprendido. - ¡Pero si estaba a reventar! – exclamó, enfadado.
-
No lo
suficiente para mí – replicó él. –
Quiero más – añadió, como exigencia.
-
Tú nunca
te cansas ¿eh? – le preguntó con picardía. Siempre quieres más dinero y mujeres
– añadió.
-
Tú lo
has dicho amigo mío – le dio la razón. – Siempre más y más – añadió.
-
Hablando
de eso… no sé cómo te las apañas jodido bastardo – le acusó. – Pero cada vez
tienes más y vuelves más locas a las mujeres – concluyó.
-
Sí –
dijo sonriendo satisfecho de sí mismo y de atractivo, golpeándose el rostro con
el dorso de la mano. - Siento el espectáculo de antes con Mary – se disculpó. –
Se nos fue de las manos – concluyó, apesadumbrado.
-
Te
cachondeas de mí ¿verdad?- le preguntó. - ¡Sabes muy bien que no me refiero a
eso! – exclamó. - ¿Quién era la castaña de hoy? – preguntó con ansiedad, casi
jadeando y babeando.
-
¿La
castaña? – preguntó Doble H, haciéndose el distraído. – No sé de quién me
hablas – añadió.
-
No me
tomes por estúpido Doble H – le advirtió Albert. – Sabes muy bien de quién
estoy hablando – le acusó, señalándole con el dedo. – La mujer castaña de pelo
ondulado – le intentó hacer recordar. – Esa misma mujer cuya presencia te ha
distraído tanto como para permitir que el inútil de Gary Johnseon te golpease –
le explicó, con tono de reprimenda y algo de advertencia como mensaje implícito
de que no quería que volviese a suceder. – Que esa es otra ¿a qué ha venido ese
puñetazo sin venir a cuento? – le preguntó enfadado. - ¿Desde cuándo consientes
que un perdedor como Gary Johnson te golpee? – le preguntó, dolido como si el
puño lo hubiera recibido él.
-
He
pensado incorporarlo como novedad en los combates desde ahora – se inventó. –
Ya sabes… para hacerlo más interesante – explicó, sobre la marcha para evitar
tener que darle la razón en este punto a Albert; quien estaba completamente en
lo cierto.
-
Vamos…
¿cómo se llama? – preguntó, interesado reanudando el tema anterior. – O si no,
dime al menos dónde trabaja – le pidió. – Puedo manejarle desde ahí – le
aseguró.
-
No tengo
ni la más mínima idea – respondió Henry con un encogimiento de hombros,
diciendo la verdad por primera vez.
-
Está
bien, está bien – dijo Albert asintiendo, mientras sonreía y ponía las manos en
alto. – Me rindo – añadió. – Acepto que es tuya y solo tuya – concluyó, a
regañadientes.
-
Bien –
respondió Henry contento, aunque ni era suya ni tampoco le molestaba que Albert
manifestase interés por ella. – He de irme – le informó.
-
¡Oh! –
dejó caer, sonriéndole de manera cómplice y lanzándole una mirada pícara y
suspicaz de anticipación y perfecto conocimiento sobre lo que sucedería
después. – No te canses mucho que te quiero fresco para el próximo combate – le
recomendó, volviendo a estrecharle la mano. Esta vez como gesto de despedida.
-
Tranquilo,
no lo haré –le aseguró él mientras se giraba y encaminaba hacia la salida.
-
¡Y
disfruta de la compañía nocturna! – le gritó Albert, sonriéndole con cierta
envidia mientras alzaba su jarra de cerveza y la levantaba, dedicándosela a su
salud.
-
¡Lo
haré! – respondió Henry, saludándole con la mano, cruzando los dedos. – No
dudes de que lo haré – se repitió en voz apenas audible para Albert mientras
recogía su chaqueta de terciopelo azul con las dos H grabadas en hilo de plata,
la sacudía para quitarle el polvo y la suciedad acumuladas, se la ponía y
abandonaba The Eye feliz y distraído silbando una melodía popular mientras
pensaba en la tina llena de agua caliente que le esperaba en su apartamento y
sobre todo, en las calentitas sábanas de franela que tenía su cama…
BIIIEEEEN BIIEEEN X FIIIN YA ERA HORA PELEA PELEA BARRO COMBATE CHICOS EN CALZAS NEGRAS APRETADAS (SALVO X EL GORDO Q COMO Q NO ES ATRACTIVO) Y ME REFIERO A DOBLE H Q TABA DE BABEANTE BOBA BABUINA MUY ÑAM ÑAM CON PERMISO DE MI SUPREMO WILLY WILLY AAAIIIS MI WILLY WILLY Q ME LO COMO APUESTAS DOS A UNO PIPAS CHICLES CARAMELOS BUENO BUENO BUENO PEAZO DE COMBATE MY LADY CHIN ESTA NOCHE DE COMBATE HE SIDO SARITISIMA O SARITA COMO LA LLAMA EDEN Q SA QUEDAO FLIPADA CON LAS PINTAS DE SARITA Y DE MARC CUANDO HA IDO A BUSCARLA HE SIDO SARITA ME HE PUESTO SU ATUENDO Y ME RECORDABA A COMO IBA YO AYER DE UN SEXY Y PECADOR Q NO VEAS Q MAS DE UNO SE ME QUEDO MIRANDO AYER COMO SARAH SALVO Q NO ME PELLIZCARON EL CULO COMO A ELLA Q POBRE MIA DESDE LUEGO CUANTO MOSCON HAY X EL MUNDO PERO CASO APARTE AAAII TONTORRON COMO TAS FIJAO EN ELLA COMO TE HAS ACARICIADO EL LABIO RECORDANDOLA PICARON Q TAS PUESTO CERDACO PERDIO MAJETE AAAIIIS Y BUENO SARITA CHURRI MIA UN CONSEJO DEJA DE SER MOJIGATA Y TONTONA Q EN ESE MUNDO TE VAS A TENER Q VER ASI MUCHAS VECES ASI Q PASA DE TO Q TO TE RESVALA Y DISFRUTA DEL MOMENTO Q LO TIENES EN TUS MANOS CHATA Y NO LO DEJES ESCAPAR Q GRAN COMBATE ME REMITO A Q HE SIDO SARA ME HE PUESTO SU ROPA HE SENTIDO LO Q ELLA HA SENTIDO ME HE QUEDADO A CUADROS CUANDO HA DESCUBIERTO A DOBLE H COMO EL DESCONOCIDO Q SALVO Q EN ESE MOMENTO SE HE MA DESENCAJADO LA MANDIBULA Q CREO Q LA HE PERDIDO A LO LARGO DE LA LECTURA DEL CAPI Y LOS OJOS ASI O.O COMO PLATOS Y BUENO Q MAS NO SE Q MAS YA SE MA IDO DE LA CABEZA LO Q TE IBA A PONER
ResponderEliminarUN PEAZO CAPI COMO LA COPA DE UN PINO ME HE QUEDADO CUANDO HA APARECIDO DOBLE H COMO HA DICHO EL PRESENTADOR BABEANDO Y LAS COSAS XD JIJI
HE DICHO SI SE ME OLVIDA ALGO DIMELO Y GRAN CAPI REITERO
me ha gustado el tatuaje, aunque sea pintado, jajaja
ResponderEliminarainsssss quiero saber como sigue......
Un saludo
a ver... es que esto ya te lo comente en su día, entonces no tengo mucho que decir. me sigue encantando la introducción de albert!! y luego en cuanto a sarah solo tengo que decir... eso es nockear a un hombre!!! XD
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