CAPÍTULO XVI
El
baile en casa de los Richfull
Señores y señoras, damas y caballeros, señoritas y señoritos y mis muy
queridísimos lectores y lectoras:
Cuando pensábamos que nada nos sorprendería más que la boda hace unos
años de la señorita Penélope Storm o la renuncia pública de la señorita
Katherine Gold a su título de incomparable (con corte de caballo sansoniano
incluido), el voluble e ingenioso destino vuelve a sorprendernos y a
despistarnos de nuevo para revelarnos esta vez sí una noticia que os sorprenderá
en grado sumo y que en particular sí es la candidata idónea para ser la causa
de una hecatombe mundial.
¿Qué hecho, protagonizado por algún miembro de la aristocracia se me
podía haber pasado por alto al igual que al resto del mundo que nos ha estallado
justo delante de las narices de forma tan repentina?
Una boda.
Pero no cualquier boda.
Ríanse ustedes de la boda de Prinny o de cualquier otro gran noble,
porque esta sí que será considerada por todos la boda de la década.
Puede incluso que de la centuria.
¿Quién puede ser uno de los contrayentes como para que yo afirme
semejante oración?
Lord Martin Richfull ni más ni menos.
Sí.
Como acaban de leer.
Sus sentidos de la vista no les han traicionado ni el editor o el
impresor han cometido algún tipo de fallo ortográfico o tipográfico.
Lord Martin Richfull, hijo a su vez del actual Lord Martin Richfull
será el siguiente noble en contraer el sagrado rito del matrimonio.
¿Con quién? Os preguntaréis sorprendidos y no sin cierto grado de
curiosidad y ansiedad
Como no podía ser de otra manera siendo quien es y sobre todo, conocido
por sus “inadecuados” comportamientos en público, la “afortunada” novia
obviamente no podía ser de Gran Bretaña, donde el novio tiene bien merecida su
ingrata e infausta fama.
En otras palabras, Lord Martin Richfull tendrá un matrimonio
concertado.
Un matrimonio concertado con una condesa de Cléves[1]
a la que todavía no ha tenido el “placer” y el “honor” de conocer
personalmente.
¿No os suena y os recuerda vagamente a algo?
¿No?
¿Seguros?
¡Efectivamente!
¡Premio para el lector inteligente y experto en la historia de Gran
Bretaña!
Dicha “historia de amor” tiene unas reminiscencias clarísimas a lo
sucedido hace doscientos ochenta y un años entre uno de nuestros monarcas más
célebres; Enrique VIII y su esposa de aquella ocasión; la duquesa (y posterior
reina) Ana de Cleves.
Y no solo por la procedencia de la futura novia; que también sino por
el enorme parecido físico de lord Martin Richfull con el monarca… en sus peores
tiempos.
Bien es cierto que Martin es alto, rubio, fornido, obeso (aunque
no se mueve transportado por cuatro cargadores, todavía) y posee una completa,
magnífica y lujosa dentadura. Dentadura de Waterloo[2],
cierto; pero dentadura completa al fin y al cabo.
La futura novia es obvio que no se lleva a un Adonis[3]pero…
no se puede criticar su elección o comentar nada al respecto sobre ella cuando
no tenemos ningún dato acerca de su identidad salvo el de su lugar de origen.
Ni siquiera sabemos su nombre.
¿Será Anne y el número de coincidencias y paralelismos aumentará hasta
niveles que ponen los vellos de punta?
¿No sentís curiosidad por la fémina que convertirá a Martin Richfull en
duque?
Esta cronista confiesa que la tiene.
Y mucha.
Y también puede afirmar de buena tinta que el novio siente la misma
curiosidad que yo además de miedo e inseguridad acerca de la “suerte” de esposa
que le ha podido tocar por conveniencia, ya que al contrario que lo sucedido
hace casi trescientos años, en esta ocasión el futuro contrayente ni siquiera ha
recibido un retrato de la novia.
Además, tampoco puede tomar ejemplo de su antecesor real y dirigirse a
Rochester con el pretexto de verla sin ser visto porque la dama llega hoy a
tierras inglesas.
Lo cual es excelente para mis propósitos y los vuestros queridos míos.
¿Os imagináis que la escena se vuelve a repetir y en absoluto la
descripción que le han realizado a Martin Richfull sobre su futura esposa en
nada tiene que ver con la realidad?
¿Se repetirá entonces la misma escena y el novio se alejará de ella
horrorizado y como si ella tuviera la peste gritando a pleno pulmón a propios,
extraños y a todo el que tenga oídos en general que su futura esposa se parece
a un caballo?
Esta cronista espera, desea y
reza con todo el fervor religioso que carece que así sea y por eso no puede
esperar por más tiempo a que se produzca el baile que la orgullosa madre del
novio ha organizado con el doble propósito de celebrar la buena nueva y darle
la bienvenida a su futura nuera.
Un baile en el cual no ha escatimado en gastos y al que ha decidido
invitar a todos y cada uno de los miembros de alta y baja nobleza británica.
¿No sería magnífico que dicha tesitura que planteo sucediese en
realidad?
Podéis estar tranquilos en cualquier caso, mis fieles lectores y
seguidores porque, no preguntéis cómo, pero esta cronista es una de las
afortunadas que ha recibido una invitación y por tanto, asistirá a la fiesta en
casa de los Richfull esta noche.
No ya para satisfacer mi propia curiosidad al respecto, que también.
Sino para manteneros informados mañana a primera hora de todo lo que en dicho
acontecimiento suceda.
¡Manteneos alerta y estad preparados para lo que viene!
Se despide de vosotros de forma afectuosa,
Christina Thousand Eyes.
Como bien había
escrito Christina Thousand Eyes en su artículo anunciando y publicitando el
evento de la temporada; incluso por encima del baile de disfraces de lady
Mushroom, lady Richfull no había escatimado en gastos en lo que a esta fiesta
se refería y había invitado a todos y cada uno de los miembros de alta y baja
aristocracia británica.
Y todos eran todos.
No solo los
primogénitos de cada una de las familias que componían ese estamento; también
los segundos hijos como Christian Crawford o Joseph Harper, los terceros como
Graham Gold sino que también los cuartos hijos, como era el caso de Henry
Harper.
En muchos casos, se
daba la especial circunstancia y ocasión en que familias aristocráticas enteras
coincidían en un evento fuera del ámbito familiar.
Y el motivo, como
bien había apuntado la reportera de cotilleos de sociedad era que nadie quería
perderse la oportunidad de asistir al evento en el que conocerían por fin
personalmente a la futura esposa de Martin Richfull; no porque éste les cayese
simpático o fuera su amigo, en absoluto. El verdadero motivo que les movía era
que todos querían ver y ser testigos del inicio de infortunio que le esperaba a
la pobre e inocente mujer; quien desconocía en qué lío se había metido.
Cabe resaltar que
dicho baile sucedió justo dos días después del último combate familiar
protagonizado por los “primos” en Saint James Park y que tras eso, ambos
esperaban que su próximo encuentro se produjese en The Eye. En el nuevo combate
que enfrentaría a Doble H con Ben Smith.
Un combate del cual
se desconocía la fecha y el día exacto de su convocatoria.
De ahí la sorpresa
mayúscula e incapaz de ser disimulada por mucho que ambos lo intentaron, de los
susodichos cuando se reencontraron en el baile de los Richfull de manera
fortuita frente a frente en la inmensa mesa donde se habían dispuesto todo tipo
de comidas: Sarah del lado de los dulces y Henry del lado de lo salado,
picante, ácido y amargo.
Sus miradas se
encontraron y ambos evaluaron el contenido de los platos del otro, con evidente
desagrado.
-
¿Se
puede saber qué demonios haces aquí? – preguntó Sarah, enfadada desde el mismo
momento en que lo vio y por tanto, apretando la mandíbula.
-
Comer –
respondió él, mostrando y acercándole su plato; con el consecuente retroceso
por parte de Sarah. – Llámame raro, excéntrico o loco pero…normalmente suelo
realizar la acción de ingesta de comidas más de tres veces al día – añadió
cogiendo un panecillo untado de ajo y mantequilla y comiéndoselo de dos
bocados. – Te sugiero querida prima, que añadas un par de dulces más a tu plato
– le recomendó señalándole la bandeja con las magdalenas cubiertas de tiramisú.
– Con suerte los mimetizarás y tu carácter se dulcificará – añadió, sonriéndola
con condescendencia.
Si Henry pensaba que
Sarah no aceptaría el reto velado que tan amables palabras y recomendación
escondían, estaba muy equivocado. Ya que ésta siguió su consejo y a imitación
de su “primo” tomó uno de los dulces de la bandeja que él le había indicado y
como él, se lo comió en dos bocados; asintiendo satisfecha y orgullosa de la
pueril acción que acababa de realizar.
-
Aquí la
pregunta correcta es ¿qué haces tú aquí? – preguntó él extrañado, solo cuando
terminó de comerse el dulce. – Porque que yo recuerde insultas a los nobles y
nos crees esnobs y estúpidos pero sin embargo, tienes amigos de la nobleza,
estás enamorada de un noble y encima ahora asistes a los eventos a los que solo
nosotros estamos invitados, vestidas como una de los nuestros – añadió. – Ante
tal contradicción de palabras y hechos, he aquí la pregunta que me surge… ¿por
qué? – preguntó mirando al techo mientras intentaba buscar una respuesta
convincente. Al instante, bajó la mirada y la detuvo en Sarah para decirle,
lleno de estupor e incredulidad: - No me digas que por fin Pitágoras se ha
atrevido a dar un paso al frente y te ha pedido que vengas con él -.
-
No –
negó Sarah de inmediato. – Yo he venido acompañando a Penélope porque su esposo
está en Hove ocupándose de los asuntos propios del ducado y como status
importante de duquesa, no podía permitirse asistir sola – explicó. – El vestido
es suyo – aclaró, de forma innecesaria por otra parte.
-
Ya me
parecía a mí… - dejó caer mientras buscaba a Christian con la mirada y lo
encontraba formando parte de un círculo formado únicamente por hombres riendo y
charlando de forma ostensible sin ser consciente en ningún momento de la
presencia de Sarah allí. – Al menos sabe que estás aquí ¿cierto? – le preguntó,
no muy convencido de que así fuera.
-
Em… no –
confesó, negando con la cabeza.
-
¿Y es
así como piensas conquistar a tu enamorado y perder tu apreciada virginidad? –
le preguntó, sorprendido, elevando un poco el tono de voz sin quererlo y
conteniendo a duras penas las ganas que tenía de reír.
-
¡Baja la
voz! – le ordenó, siseante.
-
Como
quieras – dijo, materializándose de la nada a su lado; provocando que ella
diera un respingo y que a punto estuviera de verter todo el contenido de dulces
que tenía en su plato. Un plato que cambió de posición por consideración y
buena educación hacia la mano más alejada de Henry y en la cual por tanto, le resultaría
mucho más difícil olerlos; evitando así náuseas y vómitos. – Si quieres te
acompaño y le hago ver tu presencia aquí – le informó, susurrándoselo al oído.
-
No
hablas en serio – replicó ella. - ¿Y ser la causante de un enfrentamiento
público entre ambos? – le preguntó. – Olvidas que yo estuve en Saint James Park
antes de ayer y si bien no vi si escuché vuestra interesante conversación –
incidió. – Así que, no gracias – concluyó.
-
Que
conste que por ti lo haría – dijo Henry levantando el dedo índice. – Todo sea
por la familia – añadió, con un suspiro y fingiendo cansancio.
-
¡Qué
considerado! – exclamó Sarah mordaz.
-
Considerado
o no, hoy es tu día de suerte Summer – le respondió él. – Afortunadamente para
ti, yo tengo la solución a tu problema – explicó.
-
¿Por qué
será que no me gusta en absoluto en lo que puede derivar tu ayuda? – se
preguntó dubitativa, enarcando una ceja e ignorando deliberadamente su
presencia allí.
-
Voy a
ser tu Cupido personal – anunció.
Y Sarah se atragantó
con la limonada que estaba bebiendo en ese momento. Quizás no era la bebida que
mejor acompañaba a los dulces, pero a ella le gustaba el contraste de sabores
tan extremos que se producían en su boca al mezclarse.
-
¿Có…cómo
di…di…ces? – consiguió preguntarle entre toses y golpeos en el pecho (porque
Henry le había quitado el vaso y lo había arrojado el líquido que contenía a la
planta más cercana a ellos del salón) completamente roja por lo repentino de su
tos y mirándole con una mezcla de incredulidad y extrañeza ante lo que acababa
de escuchar.
-
He
decidido que también voy a ayudarte en el terreno amoroso, en vista del
desastre que parece ser tu vida – le recriminó de manera divertida.
-
No
gracias – repitió ella de forma suave y negando levemente con la cabeza. – No
te necesito como Cupido porque para empezar tú no eres un crío rubio de ojos
azules y pelo ondulado gordito que va a todos lados cargado con un carcaj y
flechas de amor – añadió, no sin cierta pedantería.
-
Olvidas
– dijo él de manera seductora y revoloteando a su alrededor con una sonrisa
seductora que aceleró los latidos del corazón traicionero de Sarah. – Y eso
demuestra que no prestaste mucha atención a los comentarios y explicaciones
mitológicas de tu amiga Penélope, de lo cual me chivaré – aseguró. – Que hay
otro tipo de Amor y Cupido; el Cupido que se enamora de Psique – le recalcó.
-
Ya lo
sabía – refunfuñó.
-
¿Y
entonces no crees que yo pudiera pasar perfectamente como Cupido adulto? – le
preguntó con tono lastimero, haciendo pucheros y sacando morritos.
-
Henry… -
dijo Sarah armándose de paciencia con un suspiro. – Si quisiera alimentar tu ya
de por sí inconmensurable e inabarcable ego, te diría que sí, de todos los
hombres que conozco eres el que mejor podría pasar por la imagen mental que de
Cupido tengo – explicó, causándole una enorme satisfacción con ese comentario.
– Pero como la confianza da asco y ya hace algún tiempo que nos conocemos,
primo – añadió, poniendo especial énfasis en el grado el parentesco familiar
que los unía. – El verdadero Cupido se tomaría varios chupitos y se
emborracharía antes de que yo te permitiera que actuases de Cupido personal
para mí – añadió, firme antes de encaminarse y comenzar a buscar a Penélope
entre el salón abarrotado de gente.
-
Olvidas
que podría serte muy útil dado mi estado de libertino y Hércules de los bajos
fondos – le recordó con sorna.
-
No lo he
olvidado, lo he obviado a propósito – le informó ella.
Sarah iba a añadir
algo más a su réplica; la cual consideraba que no había estado a la altura de
las anteriores, no obstante las primeras notas de un vals se lo impidieron,
-
¡Ah! –
exclamó Henry deteniendo su paseo y plantando una sonrisa enorme de felicidad
en el rostro mientras señalaba al techo de la mansión de los Richfull. – Un
vals – añadió, entusiasmado. – Ahí tienes tu oportunidad – concluyó. Ante la cara y el gesto de incomprensión que
Sarah le dedicó, Henry añadió:
-
Ve a
pedirle a Christian que baile contigo el vals –
-
¿Bromeas?
– preguntó escandalizada. - ¡Yo no puedo hacer eso! – exclamó.
-
No digo
que vayas y le repitas la orden que acabo de sugerirte de manera literal, solo…
- dijo, dándole la vuelta y encaminándola en la dirección “correcta” – Déjaselo
caer de forma sutil – añadió, antes de darle un leve empujoncito y aprovechar
esa tesitura y coyuntura para “desaparecer” (entendiéndose desaparecer como
recuperar su anterior posición junto a la mesa para seguir comiendo gratis)
pues era lo único bueno y ventajoso que hasta ahora había sacado de su
asistencia obligatoria y en absoluto forzada (mentira, Rosamund utilizó todos
sus trucos y armas para convencerle) al baile de los Richfull.
Probablemente fuese
la única persona en toda la mansión que no estuviera interesado en conocer la
identidad de la futura mujer de Martin Richfull; una santa que debería ser
canonizada con la mayor brevedad de tiempo en su opinión.
-
¿Qué
parte de no puedo hacer eso no has entendido? – le preguntó Sarah furibunda
apareciendo ella de la nada en esta segunda ocasión.
-
¡Vaya
vaya vaya! – exclamó divertido para disimular en algo su respingo. - ¿Quién
persigue ahora a quién Solange? – le preguntó, con una sonrisa. – No te ha
visto ¿verdad? – le preguntó, comprensivo.
-
Ni
siquiera me he acercado – le respondió ella.
-
¿Por
qué? – le preguntó confuso ahora. Y
añadió: - ¿Sabes? – Deberías ponerte uno de los corsés que utilizas para venir
a verme a The Eye – le recomendó. – Si incluso con esa prenda de vestir no es
consciente de tu presencia a su alrededor es evidente que no le interesas y… -
dejó en el aire.
-
¿Y? – le
preguntó, ella inquisitorial.
-
Y
confirmaría mi teoría de que le gustan los hombres – explicó, con superioridad.
-
¿Ya
estamos otra vez con lo mismo? – le preguntó Sarah amenazante.
-
¡Oh
vamos! – protestó él. – Admito que lo de sugerirte que fueras tú quien diera el
primer paso ha sido una mala idea porque con esa acción pones en riesgo y en
duda toooda su potencia viril y exudante masculinidad – añadió, con evidente
tono y gesto de recochineo hacia sus palabras. – Pero, lo de los corsés es una
idea excelente – añadió con orgullo. – Tus dos amigas – dijo, colocándose dos
mangos por dentro de la chaqueta antes de situar a su vez sus manos por encima
de ellos y balancearlos suavemente arriba y abajo, imitando el gesto que ella
le dedicó en The Eye poco tiempo atrás – Te abrirían las mismísimas puertas del
infierno ¿no? – le preguntó, retándola. – Pues inténtalo con Christian –
concluyó, fingiendo gemir de placer de forma muy exagerada con los ojos
cerrados y mordiéndose el labio inferior, simulando que le gustaba lo que
estaba haciendo.
-
¿Quieres
dejar de hacer el bobo? – le preguntó Sarah enfadada y metiendo las manos por
dentro de su chaqueta para quitarle los mangos de ahí, dando una imagen bien
distinta de lo que estaba haciendo a cualquier espectador que hubiera
permanecido atento a ellos. - ¿Por qué no me haces feliz y te vas a molestar o
a fornicar con otra persona por ahí? – añadió, con un bufido y un mango en cada
mano.
-
¿Y por
qué iba a irme si no es tu casa? – le preguntó, enfadado. – Si tanto empeño
tienes en alejarte de mí, vete tú pues esta vez has sido la que has venido a mí
– añadió, nuevamente comiendo otro panecillo, relleno esta vez de foie.
Y Sarah, como una
buena niña que era obedeció sin rechistar y comenzó a alejarse de allí mientras
maldecía su estupidez por haber creído poder pasar una velada agradable junto a
Doble H sin que la avergonzara, insultara de una manera más o menos velada o
sin que consiguiera hacerle rabiar o enfadar como si de una niña pequeña se
tratase.
No aprendía nunca
con este hombre al parecer.
-
Sofía
espera – la llamó apenas si había caminado diez pasos.
Y Sarah, como bien
acababa de decirse, parecía no haber aprendido ya que, pese a que no la llamó
por su nombre y, a riesgo de ser una presuntuosa o una creída, detuvo su marcha
y se giró en su dirección.
Para cuando fue consciente
de todos los actos que había realizado era demasiado tarde.
-
¡Mierda!
– maldijo para sí.
-
Baila
conmigo – dijo, ofreciéndole la mano.
-
¿Perdón?
– preguntó ella con incredulidad y boquita de piñón.
-
Baila
conmigo – repitió con más énfasis y situándole la mano más cerca para que la
acepase finalmente.
-
De
ninguna manera – negó con rotundidad.
-
He
pensado que como tú no vas a ser quien dé el primer paso porque al parecer eres
una romántica empedernida a la espera de su príncipe azul y él está más ciego
que Tiresias[4]
y por tanto, no se entera de la misa la mitad, creo que lo más conveniente en
este caso es que le dé celos para conseguir algún tipo de reacción por su parte
– explicó, paseando su mano justo por delante de sus narices.
Misma mano que ella
apartó de un sonoro manotazo, como si estuviera cazando mosquitos.
-
¿Pretendes
decirme que te ofreces como voluntario para bailar un vals conmigo delante de
Christian para conseguir atraer su atención sobre nosotros? – le preguntó,
descreída.
-
Sobre ti
– corrigió. – Y para bien – aclaró. – Pitágoras y yo ya nos conocemos demasiado
– concluyó. – Y con esto yo solo
pretendo que consigas tu objetivo, ya que al fin y al cabo es tal nuestra
antipatía que nadie creería que tú y yo podríamos mantener algún tipo de
relación o que nos atrajésemos físicamente en lo más mínimo ¿verdad? – le
preguntó, curioso. Sarah negó con vehemencia. -
Por no hablar de que somos familia y el incesto es un tabú en nuestra
religión – añadió, nuevamente con sorna.
-
Muy
amable por tu parte pero no voy a bailar contigo – explicó. – Y por tercera vez
en la noche, no quiero que seas mi Cupido personal – añadió.
-
¡Hala! –
se quejó él al ver que el vals se había terminado. – Ahora tendremos que
esperar a la aparición de la futura señora de Richfull para poder bailar el
vals y que tú te luzcas – añadió, intentando crear culpabilidad en Sarah; dado
que únicamente era culpa suya que no se hubieran integrado en la pista de
baile. – A no ser que te ofrezcas voluntaria para la contradanza que está
iniciando… - sugirió.
Fue tal la mirada
furibunda que Sarah le dedicó que inmediatamente Henry retiró lo dicho. Y dado
que no tenía más hambre (de momento) en vez de volver a dirigirse hacia la mesa
del comedor, se dirigió hacia uno de los numerosos balcones que dicha casa
tenía porque pese a que estaban en pleno noviembre era tal la aglomeración de
personas que había en el salón principal que el calor allí dentro era
sofocante.
-
¡Espera!
– gritó Sarah corriendo tras él.
-
Correr
no es de señoritas educadas – le amonestó. – Sean o no aristócratas – aclaró. -
¡Cuidado primita! – le susurró al oído una vez estuvo a su altura. – Cualquiera
puede pensar que no puedes vivir sin mí – añadió, de forma seductora.
-
¡Idiota!
– gruñó, perdiéndose entre la multitud a propósito.
No obstante, la buena
suerte nunca fue una aliada de Sarah y pese a que intentó con todo el ahínco
que pudo encontrar a Penélope, al final acabó hallando nuevamente de manera
infortunada fue a Henry Harper.
Un Henry Harper que,
en esta ocasión estaba apoyado sobre una de las columnas, perfectamente visible
a ojos de todo el mundo y, aunque estaba mirando en dirección a la pista de
baile, en realidad no estaba prestando nada de atención a lo que allí estaba
ocurriendo, pues lo único que él quería era que la dichosa mujer misteriosa en
cuyo honor celebraban la fiesta apareciese, él brindase por su felicidad de
forma falsa y pudiera marcharse a casa cuanto antes.
-
¡Ay! –
exclamó una Sarah exhausta y emitiendo un gran suspiro mientras se apoyaba
justo por la cara no visible de la columna mientras maldecía mentalmente y
expresaba su desagradable opinión acerca de las multitudes y las grandes
aglomeraciones de gente; de las que no era partidaria.
-
¿Debería
preocuparme porque me estés siguiendo? – le preguntó Henry, asomándose por
detrás de la columna. – Porque te recuerdo que mi hermano es el jefe de los
ocho de Bow Street y no hay nada en el mundo que le guste más que mandar
personas a la Torre – le hizo saber.
Sarah iba a
replicarle que había sido casualidad que se reencontraran justo en esa columna,
pudiendo haber escogido entre tantas que
desde luego que lo que menos se le pasaba por la cabeza era seguirle, aunque
con respecto a esto último le daba la sensación de que a más insistiese, menos
le creería.
No obstante, no le
dio tiempo a hacerlo porque justo en el momento en que abrió la boca para
dirigirse a él, algo le golpeó una cuarta por encima por detrás de su cuello.
Obviamente, este contratiempo provocó un cambio en sus prioridades inmediatas y
ceñuda y determinada intentó descubrir de dónde había provenido lo que sea que
le hubiera golpeado o al menos, el objeto que lo había hecho.
Henry, expectante se
quedó con ganas de saber qué era lo que su “prima” tenía que decir al respecto y
por ello le instó a que lo hiciera. Creyendo que todo había sido una confusión o
un descuido (doloroso por otra parte), Sarah se dispuso por segunda vez a darle
tan ansiada réplica que pugnaba por salir de su boca. Pero, como había sucedido
justo la única vez anterior, en el mismo instante en que hizo el amago de abrir
la boca para hablar con él, otro objeto le golpeó; esta segunda vez en la
espalda. Además, en esta segunda ocasión también golpeó en el pecho de Henry.
Un Henry que no
entendió nada de la situación y por ello buscó en la mirada de Parker algún
indicio que le indicara alguna información al respecto; pero ella estaba tan perdida (o más) que él.
La buena noticia
para ambos era que habían descubierto qué les había golpeado gracias a que tras
ambos rebotes había aterrizado justo en el centro entre ambos. El objeto en
cuestión era una pequeña bola de tela.
Para la tercera vez
que dicha acción se repitió apenas si tuvieron que esperar. Incluso en esta
tercera ocasión, otra bola de tela rebotó en ambos e incluso Henry estuvo a
punto de capturarla. Fue una lástima que cerrase la mano antes de tiempo y de
que por tanto, ésta rebotara y se perdiera entre la multitud del salón de
baile.
Tras este intento
fallido, ambos dirigieron sus miradas curiosas y escrutadoras a la única prueba
física y rastro de los ataques anónimos que estaban sufriendo. Por ello, y tras
asegurarse que no había nada que manchase o que tuviera una solidez fuera de lo
común, Henry se agachó en un visto y no visto, desenvolvió la tela del papel
que cubría y pudo comprobar que lo que ésta cubría no era ni más ni menos que
una bola de papel.
Curioso, estiró el
documento y con bastante satisfacción pudo comprobar que era una nota
especialmente dirigida hacia él y demasiado explícita en lo que al contenido y
los deseos de quien se la enviaba.
Irguió la cabeza
como si de una jirafa se tratase y apenas tardó cinco segundos en averiguar de quién era la nota que había recibido. Apenas
fue un discreto y disimualdo movimiento de manos pero lo suficiente como para
que él se diera cuenta.
-
Parece
que hay mujeres a las que no les molesta ni les avergüenza ser ellas quienes
lleven la iniciativa – dijo, sonriendo y devolviéndole el saludo de forma casi
tan imperceptible como el que ella le había enviado primero. – Y hombres a los
que no les molesta ni lo más mínimo que lo hagan – añadió, ensanchando su
sonrisa al descubrir a otra mujer que le hacía ojitos; esta de forma mucho más
descarada.
Tanto, que incluso
Sarah; quien era tremendamente despistada en estos asuntos, fue consciente de
ello.
-
¡Genial!
– exclamó, loca de contenta. Casi tan contenta como el propio destinatario de
las misivas secretas; hecho que le desconcertó. – Adelante – le instó, dándole
pequeños empujones que cada vez lo separaban más de la columna. – Ve a
divertirte con tus amigas – le dijo, en un tono bastante maternal. - ¿Por qué
perder el tiempo conmigo cuando te lo podrías pasar mucho mejor con ellas? – se
preguntó en voz alta. – Así, dejarías de creer que te estoy siguiendo y yo
acabaré la noche en la comodidad de mi calentita cama y no detenida en la Torre
por acoso – concluyó bastante satisfecha y feliz.
-
¿He
dicho yo en algún momento que quiera irme con ellas? – preguntó él, plantándose
firme en el suelo de mármol del salón de los Richfull.
-
Pero
Henry… las decepcionarás – le hizo saber.
-
¡Al
contrario, querida! – exclamó. – Lo único que conseguiré con esto es dejarlas
con ganas de más y aumentar su interés hacia mí – le hizo saber, guiñando un
ojo a su audiencia femenina. – Además, disfruto mucho más con la perspectiva de
que te conviertas en el blanco de sus iras porque eso me lo deja todo mucho más
sencillo – concluyó, riéndose.
Sarah iba a girarse
para golpearle nuevamente. No obstante, Henry, conocedor de su modus operandi
se separó de la columna y se dirigió esta vez sí al balcón de los Richfull,
conocedor de antemano de que su prima le seguiría.
Pero su prima tardó
más tiempo del que él creyó. Tanto que incluso pensó que no lo había seguido y
de que por tanto, esa había sido la última ocasión en que la vería esa noche.
Por fortuna para él,
no fue así y Parker reapareció ante él pasados al menos veinte minutos. La
razón de esto no hizo falta que se la preguntara, ella misma reconoció que le
había perdido de vista porque no se había preocupado de asegurarse que ella le
seguía durante su caminata, de muy malas maneras; todo sea dicho.
-
Te pido
disculpas – le dijo él, desconcertándola por completo. Tanto, que detuvo su
retahíla sinsentido de reproche. - ¿Sabes? – le preguntó. – Tu tardanza me ha
dado que pensar y ya sé el por qué de tu negativa tan rotunda a pedirle un
baile a Pitágoras – añadió. Y explicó antes de darle tiempo a replicarle: - No
por vergüenza a su negativa o por temor – explicó. – O bueno, sí que había algo
de temor en tu motivo – rectificó. – Te he visto tan de seguido en eventos
nobiliarios y aristocráticos que he olvidado que tú no eres uno de los nuestros
y por ello te pido disculpas – repitió.
Sarah se quedó muda
por la doble disculpa y además porque no entendía el por qué de la misma justo
ahora, cuando no hacía falta ser muy avispado para darse cuenta de que
disfrutaba enormemente provocándola y haciéndola rabiar continuamente.
Comportamientos sin duda potenciados porque ella era especialmente fácil de
irritar.
-
No eres
noble y por tanto, no sabes bailar el vals ¿cómo ibas a acercarte a él y a
pedirle precisamente ese baile? – le preguntó, comprensivo. – Por cierto,
deberías pedirle ayuda a Penélope en este sentido – le recomendó. – Estoy
seguro de que estará más que encantada – aseguró.
Henry hubiera
continuado proporcionándole argumentos a favor de su teoría; la cual por otra
parte era cierta. Pero calló cuando comenzó a escuchar por segunda vez en la
noche los primeros acordes de un vals. Eso quería decir que por fin, la futura
señora de Richfull había hecho su aparición y gran entrada en la fiesta.
En consecuencia, no
era el mejor momento para reincorporarse a ella, puesto que las actividades de
todas las mujeres en esa fiesta se concentrarían en dos objetivos: el visionado
para comentar (de forma bien o malintencionada) a la pobre mujercita extranjera
en un país extraño y el segundo, conseguir una pareja de baile masculina para
bailar en la pista central del salón y… visionar de manera más cercana a la
pobre recién llegada de forma bien o malintencionada.
Y dado que él sabía
bailar el vals y encima era atractivo, si entraba en ese momento en el salón
principal de la residencia Richfull, tenía bastantes posibilidades de
convertirse en otra más de los sempiternos acompañantes para tan absurda acción
y actitud.
Por eso no iba a
entrar ahí ahora de ninguna de las maneras.
A Henry, al
contrario que a otros hombres le gustaba bailar, pues eso le permitía salir de
la apatía y el hastío que sentía cada vez que tenía que asistir a eventos de
este tipo donde un hombre no tenía gran cosa que hacer para divertirse. Es por
eso que él entendió a la perfección el comportamiento del duque de Silversword
cuando descubrió que había permanecido “oculto” durante tres años en las
bibliotecas de los principales nobles para evitar el asalto de las mujeres
enloquecidas hacia su persona y porque se aburría sobremanera antes de
marcharse a la guerra.
Había música de
fondo, le gustaba bailar y tenía una mujer hermosa y atractiva a menos de cinco
pasos de él.
No pensó, simplemente
actuó.
Redujo la corta
distancia que los separaba, se plantó frente a ella y sin decir ni una palabra
le ofreció nuevamente la mano izquierda. Dados los antecedentes nocturnos entre
ambos no hacía falta decir nada; el mensaje era obvio.
Sorprendentemente,
ella no rechistó y aceptó su mano.
Solo que no supo las
verdaderas intenciones de Henry hasta que fue demasiado tarde y ya no pudo
liberarse de su “abrazo”. El movimiento que se lo indicó y que despejó
cualquier género de dudas al respecto fue que Henry colocó su mano derecha por
debajo del omoplato. Como si de un acto reflejo se tratase, Sarah cerró el
círculo y colocó su mano libre justo a la altura del omóplato de él.
-
Henry… -
inició.
-
¿Qué,
primita? – le preguntó divertido. - ¿Es que tienes miedo de que alguien te
descubra? – añadió, burlón. Acto seguido echó un vistazo a su alrededor para
confirmar que estaban solos en el balcón y que por tanto, nadie los vería. A su
vez, Sarah siguió los movimientos de Henry y por tanto, confirmó lo que ya
sabía: es decir, que no había nadie.
-
Henry… -
repitió ella.
-
No sabes
bailar el vals y te da la suficiente vergüenza además de que eres lo bastante
testaruda como para aprender a bailarlo en público pues temer hacer el ridículo
y que se note tu inexperiencia – declaró. – Afortunadamente para ti, soy un
hombre, sé bailar el vals, estoy dispuesto a enseñarte y estamos completamente
solos aquí por lo que nadie verá lo mal que lo haces ni será testigo de cómo
puedo echarte la bronca en público – añadió. – Ya hemos dado el primer paso –
anunció, señalándose a ambos con la
mirada. – Ahora depende de ti ¿quieres aprender a bailar el vals? – le
preguntó, firme. Sarah asintió de forma vigorosa. - ¿Confías en mí para que te
lo enseñe? – le preguntó otra vez.
Sarah tardó algo más
en responder a esa segunda pregunta. De hecho, se puso nerviosa ante la misma e
incluso se negó a mirarle a los ojos, paseando sus pupilas de forma nervios por
todo el paisaje de su alrededor.
-
¿Confías
en mí para que te lo enseñe? – repitió, apretando su mano y sacudiéndola de
forma apenas perceptible.
La sacudida surtió
el efecto deseado porque Sarah asintió nuevamente. Eso sí, mucho menos entusiasta
que en la primera ocasión.
-
Entonces
cállate y sigue mis instrucciones – ordenó. Sarah abrió la boca para protestar,
pero Henry se apresuró a añadir: - Es el hombre quien marca el ritmo en el vals
-.
Desde ese momento,
ya no hubo más palabras en el balcón de la mansión de los Richfull y la pareja
actuó basada en los movimientos corporales que Henry iniciaba y que Sarah
ejecutaba por mimetismo; aunque también guiada por instinto.
No sabía cómo
explicarlo, pero bastaba el mero hecho de mirar a los ojos de Henry para saber
exactamente qué debía hacer o cuál sería el próximo movimiento a ejecutar en la
danza.
Por eso, apenas tuvo
dificultad para seguirle el ritmo cuando comenzaron a deslizarse por la
marmórea superficie que era el suelo del balcón realizando siempre el mismo
movimiento: un paso hacia el costado y un cambio de peso de un pie a otro
describiendo un círculo en el sentido contrario a las agujas del reloj.
Tan rápidamente
aprendió Sarah los pasos básicos que a Henry no le quedó más remedio que añadir
los giros; coronándola con la mano izquierda y a su vez sin dejar de moverse
como antes.
Controlados los
pasos del primer tiempo, y viendo que su prima estaba especialmente perceptiva
y participaba de manera entusiasta, Henry le enseñó que dependiendo de los
tiempos que marcaba la música, el peso del cuerpo se apoyaba en partes
distintas del pie: en el primero, dado que era el introductorio, el paso se
apoyaba sobre todo el pie, en el segundo el peso caía solo la punta, dando
sensación de ligereza a ambos bailarines y en el tercero y último el peso caía
sobre el talón. Con este último movimiento en el tercer tiempo se daba la
sensación al espectador de los bailarines que ambos flotaban.
Mientras enseñaba
todo esto a Sarah mediante órdenes silenciosas y observación únicamente, Henry
agradeció por primera vez en toda la noche la llegada de la condesa de Cleves porque
de esta manera, la orquesta contratada tocase el vals completo; cosa poco común
en las últimas fiestas a las que había asistido.
Además de que no
podía dejar de maravillado la expresión de gratitud, agradecimiento y felicidad
absoluta que Salomé tenía plantada en el rostro en ese momento.
-
Enhorabuena
– la felicitó entre susurros. – La alumna ha superado al maestro – añadió.
Sarah ni siquiera
abrió los ojos ante tan favorable comentario. Simplemente continuó sonriendo
mientras disfrutaba del baile y no dejaba de girar. En ese momento, a Henry
ella le pareció la criatura más adorable que había sobre la faz de la tierra e
incluso sintió unas enormes y casi irrefrenables ganas de besarla; aprovechando
la coyuntura favorable que le proporcionaba la ausencia de testigos.
Aún así, se contuvo.
No era buena idea
que ella se implicara con él.
Ni ella ni nadie en
general.
Vista su situación
actual, la cual no tenía perspectiva alguna de mejora, lo mejor era permanecer
solo. Sin ataduras ni relaciones sentimentales.
Únicamente sexuales.
No podía ni quería
obligar ni arrastrar a otra persona inocente a compartir sus peculiares
circunstancias.
Mucho menos a ella;
quien pese a ser y vivir en un barrio de delincuentes, alta peligrosidad y
pésima fama, era una de las criaturas más inocentes e ingenuas con las que se
había encontrado en su vida. Por mucho que intentara camuflarse con
provocativos atuendos y solo fuera a verlo a los combates para desconcentrarle
por completo y volverle loco de deseo.
Fueron estos los
motivos que le llevaron a decirle:
-
Si lo
que tenías era miedo a hacer el ridículo en público por no saber bailar, la
elección de Pitágoras no era tan mala y descabellada pues es un excelente
bailarín – le informó. – Ese dudoso honor le corresponde a mi cuñado Grey –
explicó. – Así que, visto tu talento natural para la danza yo no tendría
vergüenza en ir a pedírselo, Christian baila muy bien – le instó y repitió
información. – Eso sí, ten cuidado – le advirtió. – Ahora eres una experta en
el vals y ése es el baile de los amantes… dado su carácter ¿quién sabe lo que
podría pensar de ti? – le preguntó.
Sarah apenas pudo
creer que Henry alabase y dijese un comentario favorable a favor de Christian,
conociendo y siendo testigo a medias de su mutua antipatía. Encima, que lo
repitiese e incluso utilizase su nombre de pila fue lo que la desconcertó por
completo.
Algo no encajaba
aquí.
Y por ello, no le
extrañaron en absoluto las palabras que dijo a continuación:
-
De
hecho, baila casi tan bien como nuestro profesor de baile – explicó. – Era
francés – añadió, dejando entrever con esa adición nuevamente que a Christian
podrían gustarle los hombres. Pues era un hecho conocido universalmente aunque
nunca reconocido en público que a la inmensa mayoría de profesores de bailes
(los cuales solían proceder de Francia y ser extremadamente femeninos) le
gustaban los hombres.
Cuanto más
masculinos, rudos y atractivos mejor.
-
No voy a
caer nuevamente en tu juego – le advirtió ella, aunque por dentro bramaba de
furia.
-
¿No? –
le preguntó él, no sin cierta desilusión y decepción en la voz. Ella volvió a
negar. – Entonces… ven conmigo a dar una vuelta por el jardín – le retó.
-
¡Ah no!
– exclamó ella enfatizando sus negativas con gestos de negación de la cabeza al
igual que balanceando su dedo índice justo delante de sus narices. Gestos que
al principio realizó a la misma velocidad, pero que acabaron por confundirla y
desorientarla de tal manera que acabó por negar en direcciones opuestas con la
cabeza y con la mano y no le quedó más remedio que reducir de manera ostensible
la velocidad de sus negativas con la testa ya que se había mareado ligeramente.
-
¿Por qué
no? – quiso saber.
-
Puede
que no haya asistido a muchos bailes de alta sociedad – inició. (De hecho, solo
había asistido como tal a uno) – Pero no soy tan ignorante o estúpida como para
no saber qué es lo que pasa en los jardines de dichos eventos – añadió.
-
¿Y qué
es lo que pasa en los jardines de estos eventos? – preguntó con la ceja
enarcada y fingiendo una inocencia de la que carecía su posesión.
-
¡Escándalos!
– gritó ella con horror. – Se ha producido mucho más arreglos matrimoniales en
los jardines de las mansiones aristocráticas que en los propios salones de
dichos eventos nobiliarios – explicó con suficiencia y orgullosa de poseer ese
tipo de conocimiento. – Así que mi respuesta a que me lleves de “paseo” – dijo esto
realizando las comillas en la última palabra de la frase – Es no – concluyó,
cruzándose de brazos y dando un gran salto hacia atrás para alejarse de Henry.
-
¡Vaya! –
exclamó Henry boquiabierto. – Dices que mi ego es grande, pero te aseguro que
el tuyo no le va a la zaga primita – añadió, con ironía. – Admito que tienes
razón y que en muchas ocasiones lo que has relatado pero…estás muy subidita con
respecto a nosotros ¿no te parece? – le preguntó. – Solo porque te haya dicho
una vez que eras guapita de cara, mona y que tenías buen cuerpo eso no quiere
decir que quiera llevarte a dar una vuelta por los jardines solo para robarte
tu virtud o besarte hasta dejarte sin aliento metiéndote la lengua hasta la
campanilla – añadió. – Te has equivocado, preciosa – le informó, disfrutando
enormemente del gesto de desolación que ella tenía en el rostro. – El único
motivo que me ha llevado a preguntarte eso ha sido porque creo que deberías
descansar después de nuestra intensa sesión de baile – explicó. – Aquí no hay
bancos para que te sientes – dijo, señalando lo obvio. – Pero el jardín de los
Richfull está lleno de ellos debido a lo poco que les gusta moverse – concluyó.
– Además, si quisiera haberte besado – inició. – Cosa que no quiero en absoluto
– incidió. – Hubiera aprovechado el instante en que estábamos bailando ya que
estábamos solos – relató, con algo de condescendencia antes de comenzar a
descender los escalones que bajaban al inmenso jardín de los Richfull.
Si existiera un
premio para la estupidez más absoluta y dedicado a la persona que más creído se
lo tenía sin tener ningún motivo para ello, sin duda que se lo hubieran
concedido en ese momento a Sarah Parker.
No solo había
quedado como una presumida y creída redomada ante Henry, creyendo erróneamente
que se le había insinuado descaradamente; cuando no era así. En su defensa
debía decir que el ambiente circundante – el jardín – era el más propicio para
que hechos de este tipo sucedieran y de que ya la había besado en ocasiones
anteriores.
“Por protección” le
recordó su mente, tomando al pie de la letra su explicación.
Instintivamente, se
llevó la mano a la zona donde le había dejado la marca y posó los dedos por
encima de la misma, comprobando que ya apenas la sentía.
A ese primer gran
error garrafal, debía añadir que además Henry tenía razón y que su sesión de
baile la había dejado agotada. Aunque quizás eso debía también a que llevaba
caminado de un lado para el otro del salón de baile de los Richfull intentando
esquivar a una enorme multitud de personas cuando sus noches se caracterizaban
por una quietud y un reposo casi total.
Hoy no, y de ahí su
cansancio por la falta de costumbre.
Y por si fuera poco,
también comenzaba a sentir nuevas punzadas de hambre en su estómago ya que,
gracias a las continuas provocaciones y comentarios de Henry no había podido
comerse todos los dulces que había en su plato.
Desolada, con la
cabeza gacha y los hombros bastante encorvados, Sarah comenzó a seguir a Henry;
quien al parecer se había convertido en su salvador esa noche y en su único
guía para moverse por la casa de los Richfull en todas y cada una estancias
interiores y exteriores. Con la esperanza también de que quizás, tuviera algo
de comida con la que abastecerla; cosa bastante improbable.
Para su total
desconcierto, los bancos a los que Henry había hecho referencia en su
conversación anterior, brillaban por su ausencia.
“Quizás se había
perdido en los jardines…” pensó. Aunque era bastante improbable de creer dada
la seguridad y firmeza con la que caminaba. “Entonces ¿adónde me lleva a
propósito” se preguntó intrigada.
Pronto encontró la respuesta
a su pregunta: la había llevado a que viera una obra de arte de las muchas que
el jardín de los Richfull tenía y por el cual era conocido. Por todos era
conocida (y más después de la crítica que Christina Thousand Eyes realizó a su
colección situada al aire libre) la afición de lord Richfull por el arte y las
estatuas. En ocasiones de mejor gusto que otro.
Este gigantesco;
dado que las dimensiones de las personas allí representadas duplicaban el
tamaño de cualquier persona normal que no sufriera de gigantismo, grupo
escultórico era una muestra del mal gusto ocasional del lord.
En opinión de Sarah
no podía considerarse arte algo que era tan explícito y soez. Si ya le había
horrorizado y había reprobado la archiconocida estatua de la campesina que
mostraba sus enaguas mientras apagaba un fuego (y de la cual no entendía la
utilidad decorativa), ésta sin duda alcanzaba el primer puesto de su
clasificación de lo que no debía ser una obra de arte por mucho que la sociedad
y el autor material de la misma así la considerasen.
La escena en
cuestión que se representaba (y de la cual Sarah se enteró que había sido el
propio Lord Richfull el escultor) era una escena “campestre” aprovechando el entorno donde una mujer noble
estaba sentada en un columpio balanceándose hacia delante y un hombre la
observaba con atención.
Hasta ahí todo era
normal y nada reprobable. Sino llega a ser porque estas estatuas estaban
completamente policromadas a imitación de las estatuas de la Antigua Roma y
Frecia y sobre todo, porque el hombre observado no solo estaba mirándola sino
que también tenía agarrado el borde de su falda con una mano y lo que observaba
con tanto interés y una mirada cargada de deseo y lascivia solo apreciable tras
acercarse (al igual que un pequeño hilillo de babas que se le escapaba de la
boca) era justo lo que había por debajo de esas faldas.
Movida por la
curiosidad, Sarah siguió la mirada del joven apasionado y en éxtasis y se
agachó para ver qué era exactamente lo que había debajo de las mismas.
Ahí fue cuando
descubrió el súmmum del horror y del escándalo. Inocente e ignorante había
creído que el interior de las mismas bien estaría liso conformada por un solo
bloque o bien estaría ornamentado sin tanto detallismo como el resto de la
obra.
Crasos errores y
pensamientos del todo equivocados.
Porque, continuando
con la dinámica del exterior de la señora, el interior de su vestuario lleno de
vuelo estaba perfectamente representado y detallado en exceso.
Demasiado en exceso,
aunque esto pudiera parecer una contrariedad.
¿Por qué?
Porque la susodicha
señora no llevaba ropa interior alguna y dejaba sus vergüenzas completamente a
la vista de todo observador curioso. Vergüenzas que carecían de pelos pero las
cuales sí que conservaban un tono algo más oscuro que la piel del interior de
los muslos que estaba a su alrededor.
“¡Puag!” retrocedió
escandalizada y con unas ganas horribles de vomitar mientras que pensaba para
qué demonios quería alguien como lord Richfull unas estatuas como éstas si
estaba felizmente casado y explicaba a todo aquel que quisiera (o no) la
intensa vida sexual de la que disfrutaba. “Lo bueno de esto es que se te ha
quitado el hambre de raíz” añadió, como “consuelo”
Incapaz de creer que
la señora Richfull se hubiera prestado como modelo para la mujer irreal tras
comprobar que el hombre guardaba un parecido asombroso con el propio lord
Richfull, Sarah fijó su atención en el rostro de su acompañante y descubrió que
éste no se correspondía con el de su esposa. Aunque sí que le sonaban un montón
las facciones de dicha mujer.
Cuando iba a
preguntarle a Henry acerca de los motivos que le habían guiado a traerla aquí,
descubrió que estaba trepando por la estatua.
-
¿Qué
haces? – preguntó corriendo para evitar que realizase esta acción y agarrándole
la pierna para impedir que se subiese del todo.
-
¿Qué
haces tú? – le preguntó Henry mientras pataleaba para soltarse.
-
¡Bájate
de ahí! – ordenó. - ¡Vas a romper la estatua! – añadió gruñendo y Henry aprovechó
tan favorable tesitura para escaparse y terminar de trepar hasta sentarse en la
mano que agarraba la falda con los dedos índice y pulgar; utilizando el dedo
índice (que también estaba levantado) como apoyo para su espalda antes de
responderle a Sarah:
-
¿Y? – le
preguntó con los hombros encogidos. - ¿Pasaría algo porque esta estatua se
rompiera? – añadió. – Yo creo que muchas mujeres me lo agradecerían – explicó.
Sarah le miró sin
entender muy bien qué querían decir sus palabras, así que a Henry no le quedó
más remedio que explicarle que esta estatua era una representación escultórica
personal y subjetiva del famoso cuadro del francés Fragonard[5] titulado El columpio. Un
cuadro del que el hombre tenía una copia en su despacho ya que representaba a
la perfección su avatar vital ya que había tenido un matrimonio concertado con
su actual esposa cuando él estaba enamorado de una mujer a su vez casada.
-
Ya ves
primita. Esto es un homenaje a la infidelidad, aunque hay quien también lo cree
un homenaje público al romaticismo – dijo tocando el dedo índice con tanta
fuerza que a Sarah le pareció escuchar un crujido.
-
Sí que
eres un buen partido señor Harper – asintió ella. – Eres noble, perteneces a
una de las familias aristocráticas de más renombre, sabes bailar y de arte –
añadió. – No entiendo cómo no te has casado todavía – dejó caer.
-
Porque
no he encontrado a la mujer adecuada – le respondió guiñándole el ojo y
lanzándole un beso antes de sacar una servilleta llena de frutos secos del
bolsillo y comenzar a comérselos.
Fue tal la expresión
de enfurruño y odio que Sarah puso en el momento en que comenzó a masticar el
primer puñado que a Henry no le quedó más remedio que ofrecerle unos cuantos.
De ahí su desconcierto cuando ella se negó. Un desconcierto que incluso aumentó
cuando le ofreció ayuda para que subiera, se sentara en la estatua y juntos
romperla; pues a él también le desagradaba bastante o sino que se sentase en el
césped pues sabía que estaría cansada y ella se negó encarecidamente.
Sarah odiaba a Henry
con todas sus fuerzas en ese momento.
No solo por haber
sacado los frutos secos justo en ese momento y restregarle su inteligencia y
capacidad de previsión con la acción de comérselos y masticándoselos sino
porque debido al tono de seducción involuntario e inconsciente que había
utilizado en todo el relato y explicación de la escultura había despertado una
serie de sensaciones en su estómago que habían permanecido dormidas y
contenidas durante toda la noche y sobre todo, había conseguido que su mente se
imaginase escenas donde la besaba de manera igual de apasionada que en el
último combate de boxeo.
Tan vívidas y reales
habían sido sus escenas que incluso llegó a imaginarse que ambos eran la mujer
y el hombre del grupo de estatuas y no sintió ningún tipo de pudor o vergüenza
por lo que habría sucedido cuando ella hubiera puesto punto y final a sus
balanceos en el columpio.
Afortunadamente,
había detenido este hilo de pensamientos nada habitual en ella a tiempo. Lo que
no quería decir que no estuviera igual de enfadada y frustrada que si lo
hubiera concluido porque este tipo de pensamientos lo que venían a reflejar y
manifestar era que deseaba que Henry la besara. E incluso que hiciera algo más.
De inmediato el
punto número tres de su lista mental acerca de cosas a realizar con la mayor
brevedad posible resonó en las oquedades de su mente.
Y Sarah decidió
considerar seriamente a Henry como un candidato con el que cumplir dicho punto
por apenas… un segundo y medio.
“¿Acostarme con
Henry?” se preguntó, escandalizada consigo misma. “¡De ninguna manera!” añadió.
Dio un respingo y
fue consciente de que su presencia la afectaba para mal pues se estaba
convirtiendo en un monstruo. Un monstruo de enormes apetencias sexuales y
pensamientos excesivamente vívidos y detallados en este sentido.
Necesitaba poner
distancia entre ellos.
Solo había una
manera de hacerlo y ésta era alejarse allí y de él lo antes posible.
Además de que por
otra parte era necesario que lo hiciese ya que le había prometido a la señora
Anchor que regresaría a una hora prudente y razonable cuando se negó a decirle
dónde iba tan elegantemente ataviada. Y Sarah no sabía por qué pero le daba el
presentimiento de que no era una hora ni prudente ni razonable, sino más bien
al contrario.
¡Cuánto echaba de
menos y en falta el no tener un reloj de bolsillo!
¡Debió habérselo
comprado cuando tuvo la ocasión y el dinero en vez de despilfarrarlo todo en
ropa y zapatos!
Ahora pagaba las
consecuencias y era perfectamente consciente de ello.
-
¿Qué
hora es? – le preguntó.
-
¿Por qué
Cenicienta[6]? – le preguntó burlón. -
¿Es que tienes que llegar a casa antes de las doce para evitar que tu precioso
vestidos se convierta en un montón de harapos? – añadió en el mismo tono. –
Porque en ese caso… siento comunicarte que llegas tarde porque van a dar casi
las dos – explicó, sacando su reloj.
“¡Ay madre!”
exclamó, tragando saliva. “¡Las dos!” añadió. “Miss Anchor va a matarme”
concluyó temerosa.
-
Debo
irme – anunció.
-
Muy bien
– respondió él al instante.
-
Debo
irme – repitió.
-
Hasta
pronto – se despidió él.
-
Que…
debo irme – dijo Sarah por tercera vez, aumentando sus gruñidos.
-
¿Intentas
transmitirme un mensaje oculto con tus palabras? – le preguntó, inseguro.
-
¿Es que
no piensas acompañarme a casa? – le preguntó ella.
-
¿Es que
debería hacerlo? – rebatió él, sorprendido porque desconocía ese dato y que
había aceptado ejercer de protector con su prima esa noche.
-
¡Por
supuesto que sí! – exclamó ella enfadada, asintiendo varias veces para
enfatizarlo.
-
Yo digo
que no – estableció él.
-
¿Cómo
que no? – le preguntó ella, furibunda.
-
No es no
– repitió. – Negación – enfatizó.
-
Sé
perfectamente lo que significa un no, gracias – siseó enfurruñada.
-
Pues yo
lo dudo – rebatió él. – Ahora mismo pareces no entenderlo muy bien… - dejó
caer.
-
¿Realmente
no piensas acompañarme a casa? – preguntó ella poniendo morritos para intentar
hacerle cambiar de opinión.
-
¿Cuántas
veces tengo que decirte que no para que lo entiendas? – le preguntó él,
suspirando para aumentar su paciencia con ella.
-
¡Pues no
entiendo por qué no! – bufó ella. – Tú mismo me has dicho las horas que son –
explicó. - ¿Es que no entiendes que las calles son peligrosas a estas horas de
la noche para una mujer soltera? – le preguntó, intentando ahora crearle un
sentimiento de preocupación e incertidumbre para con ella.
-
¿Quién
fue la mujer que me dijo que era autosuficiente y que no me necesitaba? – se preguntó
intentando parecer pensativo. - ¡Ah! – exclamó, focalizando su mirada en ella. –
Eras tú – le dijo, con un clarísimo tono de reproche a modo de recordatorio.
Y por segunda vez en
la noche, Sarah hubo de cerrar la boca y tragarse sus propias palabras.
Henry tenía razón.
Ella misma había
sido quien le dijo que era autosuficiente y que no le necesitaba en Saint James
Park. Cierto que había sido a media mañana y en un lugar que estaba muy cerca
de donde vivía; al contrario que en esta segunda ocasión, donde era bien
entrada la madrugada y estaba bastante lejos de Orange Street.
Y por tanto, aunque
no le gustaba en absoluto reconocérselo, era lógico y muy razonable que ahora
no quisiera acompañarla a casa como método de escarmiento y lección.
Lo comprendía
también perfectamente.
Otra cosa es que
fuera a reconocérselo a la cara, por supuesto.
Profundamente
decepcionada, se encaminó hacia las escaleras que ascendían en este caso, desde
el jardín hacia la mansión de los Richfull recordando en todo momento las
indicaciones que Henry le había ido diciendo por el camino hasta la estatua.
Dio cinco pasos y se
giró… solo para ver cómo Henry continuaba sentado en la mano de la estatua y se
despedía de ella agitando la mano mientras ensanchaba la sonrisa y continuaba
comiendo y masticando frutos secos.
El visionado de esta
acción tuvo como respuesta un gruñido del estómago de Sarah, quien se moría por
ser alimentado de nuevo.
-
¿Sabes
Doble H? – se preguntó para sí entre gruñidos. – No eres para nada un caballero
– añadió.
En teoría, el tono
de queja que Sarah había empleado había sido tan bajo que Henry no tenía por
qué haberlo escuchado.
En teoría, ya que la
realidad era que debido a que el viento y la corriente corrían en dirección
hacia donde Henry se hallaba y éste lo escuchó con total claridad.
A Henry, esas
palabras no le dolieron en absoluto. Es más, le causaron una gran indiferencia
porque sabía que en esta ocasión tenía razón. Y lo que era más importante, que
su prima también era consciente del hecho.
Es por eso que le
respondió a voces:
-
¡Nunca
dije que lo fuese! – Sarah volvió a detenerse y a mirar en su dirección, lo que
le brindó a Henry para repetir la misma oración, solo que en un tono mucho más
normal: - Nunca dije que lo fuese –
Sarah deshizo lo
andado y solo cuando estuvo frente a él, le dijo señalándole con el dedo y
utilizándolo como instrumento de amenaza:
-
¡Déjame
terminar! – exclamó muy seria y severa. – No eres para nada un caballero y
sobre ti y tu conciencia recaerán el sentimiento de culpa o resentimiento si
esta noche me sucede algo – añadió, esta vez sí en un clarísimo tono de
reproche. – Pero… - titubeó. – Eso no quiere decir que haya disfrutado del
evento en tu compañía esta noche – concluyó, con una enorme sonrisa que provocó
la aparición de los hoyuelos en sus mejillas.
-
Sabes
que iría encantado pero… tengo otras cosas más importantes y placenteras que
hacer por aquí – se justificó.
Sarah asintió y
comprendió la totalidad de sus palabras y la significación de las mismas,
recordando el momento del lanzamiento de las bolas de papel. Cuando levantó la
mirada hacia Henry, observó cómo este volvía a despedirse de ella realizando el
saludo militar con dos dedos. Un gesto que parecía haberse convertido en su
manera simbólica y familiar de despedida.
-
Buenas
noches Savannah – escuchó Sarah desde la lejanía que le separaba de Henry al
haber cambiado el viento de dirección; esta vez favorable a ella. – No sueñes
mucho conmigo porque sabes que podrían hacerse realidad – añadió satisfecha.
Y Sarah agradeció en
ese instante la lejanía entre ambos y que Henry no le viese el rostro; el cual
estaba rojo con un tomate.
¿EL MOTIVO?
Que con esas últimas
palabras Sarah había descubierto que Henry había sido perfectamente de los
pensamientos e imágenes lujuriosas que habían cruzado por su mente con ellos
dos de protagonistas y que aún así, la había respetado y no había actuado como
en veces anteriores besándola apasionadamente.
¿Que no era un
caballero?
Todo lo contrario.
Con acciones como
ésa, Henry había demostrado que era todo un caballero.
[1]
Cleves: El ducado de Cleves fue un
territorio del Sacro Imperio Romano Germánico correspondiente a los actuales
lugares y territorios de Alemania y los Países Bajos y fue mencionado por
primera vez en los textos en el siglo XI.
[2]
Dentadura de Waterloo: Dentadura
postiza de persona joven que se conformaba y confeccionaba robando los dientes
de los soldados jóvenes que habían participado en las guerras napoleónicas y
que los “transplantados” lucían con verdadero orgullo.
[3]
Adonis: Joven de la mitología griega
tan sumamente hermoso que las diosas Afrodita y Perséfone se pelearon por su
compañía. De hecho y pese a que Zeus dio un veredicto igualitario entra ambas,
Afrodita hizo trampas y consiguió que éste pasara más tiempo con ella. Ése
también fue el motivo por el cual, Ares celoso del joven, mandó un jabalí para que lo matase. De sus sangre brotó la
flor de la anémona.
[4]
Tiresias: Adivino ciego de la
mitología griega el cual se quedó en ese estado cuando ejerció de juez en una
de las múltiples disputas conyugales entre Zeus y Hera y afirmar que el hombre
experimenta más placer sexual. Y lo decía de buena tinta ya que había sido
tanto hombre como mujer. En recompensa a su ceguera, Zeus le otorgó una larga
vida y el don de la profecía.
Fue él quien recomendó a Edipo enfrentarse al acertijo
de la Esfinge y también le sugirió cuál era la verdadera historia de su nacimiento
y le informó sobre sus crímenes involuntarios.
También Ulises recurre a él en la Odisea y para ello
tiene que descender al Hades, a fin de preguntarñe cómo debía regresar a Ítica
[5]
Fragonard: Jean Honoré Fragonard
(1736 – 1806) fue un pintor y grabadista francés de estilo rococó que cultivó
todos los géneros pictóricos: desde el retrato a las escenas familiares,
paisajes y temas galantes. Utilizando también temas mitológicos y cotidianos.
[6]
Cenicienta: Es un personaje de cuento
de hadas conocido en multitud de países como cuento de tradición oral. Pese a
que hay versiones de la historia desde el Antiguo Egipto y su Ródope, son dos
sus versiones más conocidas y las que incluyen la transformación del vestuario
y el regreso temprano a casa: la del francés Perrault de 1697 y la de los
hermanos Grimm de 1812.
me meo con estos dos y sus batallas dialecticas es q estan hecho el uno para el otro q churris mios ambos dos chatis q no lo negueis que saltan chispas cada vez q os veis y discutis q vamos ponen una central electrica a vuestro lado y creo q tenemos luz 700 ciudades con la electricidad y chispas q saltan a vuestro alrededor jaja asi q chatis quiero q me proporcioneis carnaza eee q la quiero asi q dejaros de pamplinas y al rollo bollo q quiero y palabras textuales q han salido x aqui que hh le meta la lentgua a sarah hasta la campanilla eee carnazaaaaa de la buena pero yaaa
ResponderEliminary bueno como siempre aaaaaiiiiiisss mi supremo willy willy q me lo como maadre mia q bueeeno q estaaa aaaggh babeante boba babuina me pongo solo con q se le nombre y esto viene a colacion de q tengo la intriga de q hace en clun q x cierto ha salido hoy en un capi de robin hood q me he quedado muerta cuando lo he escuchado jaja y tuerta jaja y bueno el momento magico q me ha hecho q se me salgan x los ojos corazones cuando le enseña a bailar el vals es q he hecho aaaiiss (suspiro) y q morrantico y q yo pensaba q hh la besaba q entonces lo hubiera flipado en colores xD
bueno chin como tu bn sabes ya soy historiadora de arte aunq no tenga el titulo pero me encantan las refencias artisticas que aportas en tus libros q es una cosa q me encanta y ademas de proporcionarnos otros datos curiosos con los que siempre se aprende ee q con tus libros yo estoy aprendiendo un monton de cosas q no sabia antes =)
mas cosas momento de mearme de la risa literal cuando hh se ha metido los dos mangos debajo de la camisa e hizo el gessto de sarah que ella le hizo en the eye jaja me he meado y la otra sacandole los mangos en plan madre jaja y el momentazo el otro subio en to lo alto de la escultura y ella baja q te partes la crisma jajaja muy maternal xD
y me meo anda acompañame a casa y el otro noooo vete sola q eres mayorccita y la otra pues como me pase algo pesara sobre tu conciencia me meo parecen dos niños chicos xD
en fin me meo con el capi y quiero mas maligna q me dejas a medias e impaciente me hallo y picada la curiosidad tengo por leer el capi de transicion asi q musas inspiradla mucho eee q tengo ansia viva de leer jaja
he dicho xD
me has dejado muuuuuyyyyyyyy insatisfecha chin!!! si a car le has prometido un orgasmo, yo quiero el mio!! XD ahora en serio, me gusta el capítulo, pero necesito más condumio aquí...
ResponderEliminarA ver ladies mías... os dije que esta historia era diferente, y aquí las cosas van paso a paso y poco a poco (por cierto, inciso que os haya dejado indiferente que Martin Richfull el hombre que quiso aprovecharse de Lops de mala manera se case y ahí estáticas que estáis ambas) y aún no sale pero el honor de Henry hace que tenga mucho que ver en esto; no se ve alguien lo suficientemente importante y bueno para Sarah aunque le gusten... además de que es mu tierno y muy romántico... poco a poco pero todo llegará...
ResponderEliminarA ver, lo de la boda del hombre éste, más allá de que haya pensado, el payaso éste... XD pq si que recuerdo el capítulo de Lops, pues no me ha afectado más allá, sorry me! Y luego, lo que se me ha sorprendido el pensamiento de Henry tipo: No soy bueno para nadie, que he dicho... tiene un poco sentimiento de inferioridad este chico... con echado para adelante que parece...
Eliminaraaaaaaaaaaiiiiiiiiss q mono mi hh aaaaiiis q me lo como di q si ganas puntos conmigo me gusta q sea morrantico el muchacho y si es en ese aspecto pues q la corteje como dios manda =D y lord ricchfull este es un hijo................... xD
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