CAPÍTULO XIX
Doctor
Harper
¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!
El sonido de los
golpes en la puerta provocó que Henry diese un pequeño respingo en el sitio y
se girase mirando con furia hacia la puerta.
Tanta furia que
incluso le gruñó. Y no un gruñido leve o apenas audible, no. Un gruñido
bastante similar al de los perros cuando tenían la rabia.
Sabía y había
entendido a la perfección la prisa y prestanza con la que requerían su
presencia cuando habían ido a buscarle a su casa. Así como también le había
quedado igual de claro cuando le habían enviado la nota a modo de segundo
aviso. Por tanto, éste tercer aviso era del todo innecesario.
Además de que
tampoco era culpa suya el retraso. Al menos, no era el culpable directo.
Toda la culpa era de
su maletín y sobre todo, de los instrumentos que debían estar en su interior.
“¿Por qué cuanta más
prisa por llegar a un lugar, más difícil te resultaba dar con aquello que
estabas buscando?” se preguntó, exasperando y buscando frenético su
foneidoscopio[1],
transformando su hasta ahora perfecto, impoluto y muy ordenado vestíbulo en
poco más que una porqueriza. “Te odio” añadió, amenazante.
Y entonces lo vio.
Puede que fuera
producto del miedo o de la amenaza mental que le dedicó, pero ahí estaba el
dichoso aparato; materializado ante sus ojos en ese preciso instante cuando
hasta ese momento había permanecido oculto o camuflado cerca de la pared y
junto a su maletín de cuero.
Se acercó para
cogerlo con firmeza antes de que volviera a desaparecer ante sus ojos cuando…
nuevamente volvieron a sonar los golpes en la puerta.
-
¡Ahhh! –
gritó Henry, furioso antes de agarrar de mala manera el foneidoscopio y abrir
la puerta de forma brusca e inesperada para la persona que había llamado; la
cual se quedó a mitad de camino con el puño en el aire ante sus ojos.
No obstante, el
único que se llevó una sorpresa mayúscula con la situación fue Henry; quien no
esperaba de ninguna de las maneras la visita que había recibido justo en ese
momento.
Una visita de lo más
inoportuna, dadas sus presurosas circunstancias.
Aún así, de
inmediato cambió su gesto malhumorado por el de desconcierto y sorpresa antes
de preguntar:
-
¿Qué
haces aquí Sergia? –
“¡Mierda!” maldijo
mentalmente.
Sabía y se acordaba
perfectamente que se llamaba Sarah, entonces ¿por qué era incapaz de llamarla
por su nombre? No tenía ni la más remota idea pero continuaba haciéndolo.
Sarah.
Había esperado volver
a verla desde la lejanía en su próximo combate en The Eye; combate que no debía
tardar mucho en producirse o, con suerte encontrarse con ella para saludarla
personalmente tras acabar el combate. Pero lo que no esperaba de ninguna de las
maneras; de hecho, ni siquiera se lo había planteado o pasado por la cabeza era
que ésta se presentara y llamara a la puerta de su casa, viniendo sola desde el
Soho.
Que esa era otra
cuestión ¿cómo había dado con su lugar de residencia?
Muy pocas personas
conocían dónde vivía en Londres, por su propia seguridad.
De hecho por
ejemplo, de sus hermanos, solo Joseph lo sabía. Aunque Joseph era un caso
especial, pues sabía tantas cosas de él que la mayoría de las personas
desconocían...
Y entonces cayó en
la cuenta.
Albert.
O mejor dicho Eden a
través de Albert se lo habían dicho.
“A partir de ahora
tendré mucho más cuidado con lo que digo o dejo de decir delante de Albert y de
la cotilla de su novia Eden” afirmó.
-
¡Gracias
a Dios! – exclamó Sarah con un sonoro suspiro y resoplando, presa del
agotamiento antes de apoyarse con el codo en la pared de la fachada de su casa.
– He llamado a nueve casas antes que a esta – le informó con la lengua fuera,
aunque no por ello menos enfadada. - ¡Los de esta zona se explican como un
libro cerrado! – refunfuñó. – No me han tomado en serio por cómo voy vestida –
explicó, desilusionada. – Si me hubiera puesto uno de mis corsés la cosa hubiera
sido bien diferente, sí… - dejó caer, como si estuviera planeando una venganza
conjunta y múltiple contra todos aquellos que no le habían ayudado a dar con la
casa de Henry.
Henry la miró
divertido y fue incapaz de no esbozar una sonrisa ante los comentarios que
soltaba por la boca pues estaba adorable.
-
¿Qué
haces aquí? – volvió a preguntarle, cruzándose de brazos y sin soltar el
foneidoscopio del demonio.
-
No, aquí
la pregunta es ¿qué haces tú viviendo aquí? – le preguntó, regañándole.
-
Con el
dinero que ganas por los combates de boxeo ¡deberías vivir en la mejor y más
lujosa mansión de Mayfair! – exclamó.
-
¿Y vivir
a escasos metros o manzanas de mi padre? – le preguntó él, horrorizado ante esa
perspectiva. – No gracias – añadió. – Además, soy un vago, un vividor y un
hombre carente del honor familiar ¿qué mejor para vivir de todo Londres que
vivir que la Isla de los Perros[2]? – le preguntó, riéndose
de sus peculiares circunstancias vitales.
-
He
venido a hablar contigo – le anunció.
-
Lo he
supuesto cuando te he visto aparecer ante mi puerta – le respondió él burlón. –
Pero no puedo enseñarte más vocabulario sobre boxeo, lo siento – añadió,
comenzando a cerrarle.
-
Sabes
perfectamente que no he venido a aprender más cosas sobre el boxeo – dijo,
cortando la acción que estaba realizando posando la mano sobre la puerta y
ejerciendo como fuerza de contrapeso. – Quiero conocer tu versión de los hechos
– añadió.
-
¿Por
qué? – preguntó él, receloso y desconfiado de sus intenciones.
-
Porque
como bien sabes soy periodista y necesito escuchar a ambas partes implicadas
para sacar mis propias conclusiones y tener mi propia opinión al respecto –
explicó. “Además de que sé que Christian no tiene toda la razón en el asunto
gracias a una corazonada” añadió mentalmente.
-
¿Tiene
que ser ahora? – preguntó temeroso y para nada dispuesto a contarle y desvelar
sus más íntimos secretos para que ella sintiera lástima y sintiera compasión de
él.
-
No,
cuando tú quieras – dijo con ironía. – Solo me he pasado buscándote como una
loca por todo Londres para venir a la puerta de tu casa a preguntarte cuándo
podías y cuadrar nuestras apretadas agendas matutinas, no te fastidia –
refunfuñó con el mismo tono de ironía que antes. - ¡Pues claro que tiene que
ser ahora! – exclamó, enfadada y con aspavientos de los brazos.
-
Es que
ahora mismo…no puedo – explicó.
-
¿Cómo
que no puedes? – preguntó confusa. - ¿Por qué no puedes? – añadió, contrariada.
-
Tengo
que ir a trabajar – explicó.
-
¿Trabajar?
– volvió a preguntar confusa. – Creía que los combates solo eran por la noche –
musitó. – Pero ¿por qué no me avisas para que vaya a cubrirte? – le preguntó
enfadada.
-
Porque
como tú bien has dicho los combates son por las noches y aunque parezca lo
contrario, es uno de mis hobbies – le informó. – Yo me voy a trabajar para
ganarme la ida de manera honrada – añadió.
-
¿Tú
trabajas? – preguntó boquiabierta. - ¿De qué trabajas? – añadió,
inmediatamente.
-
En
contra de la creencia pública y popular, yo, Henry Harper trabajo – anunció, de
manera solemne. – Soy médico – añadió, agitando ante sus ojos el foneidoscopio.
– Y lo lamento pero has llegado en un pésimo momento porque tengo un aviso que
atender – explicó, entrando en su casa para coger el maletín, guardar el
foneidoscopio en él, ponerse su bufanda y su sombrero y cerrar la puerta antes
de echar a caminar.
-
¡Espera!
– gritó ella, echando a correr tras él pasado un largo instante. – Eres médico
– añadió, bastante sorprendida, afectada y estupefacta por la revelación de la
que acababa de ser testigo.
-
¿Sorprendida?
– le preguntó él, divertido. – Tienes que prometerme que guardarás mi secreto –
le pidió. – No quiero que Christian o mi padre se enteren de esto y se les
rompa la idílica imagen que tienen de mí – añadió, con un susurro.
-
Pero
¿cómo? – preguntó, nuevamente sorprendida.
-
Te lo
explicaría pero como ya te he dicho, tengo una urgencia que atender – repitió.
-
Puedo
esperar – aseguró ella.
Henry suspiró y miró
con atención mientras pensaba y decidía si era una buena idea o no, el plan que
se le había pasado por la cabeza.
“Ha venido porque
quiere hablar conmigo” dijo. “Se ha molestado en preocuparse por mí” añadió.
“¡Qué demonios! ¡De perdidos al río!” exclamó, envalentonado.
Suspiró y le dijo:
-
Por
favor, dime que no te da asco o miedo y la sangre –
-
No lo
tengo – respondió ella al instante. – De hecho, estoy bastante acostumbrada y
tolero su visión bastante bien – añadió, recordando con ello las felicitaciones
del doctor Phillips por su dureza y aguante cuando ejerció como su ayudante
temporal.
-
Y ahora
me dirás que has ayudado a asistir algún parto – añadió él incrédulo ante esta
posibilidad.
-
Exactamente
– asintió ella. – No solo he ayudado a mujeres del Soho sino que también estuve
presente en uno de los partos de Penélope – añadió. – Pídele mis referencias al
doctor Phillips si no me crees – le retó.
-
¡No hay
tiempo para eso! – exclamó Henry con premura. - ¡Confío en tu palabra! –
añadió, agarrándola de la mano y comenzando a andar; callejeando por las
tortuosas y laberínticas calles de la Isla de los Perros.
Fue tal la prisa que
Henry tenía por llegar y que traspasó por tanto, a la manera y ritmo de su
caminata que, el trayecto que iba desde su casa situada en Parsonage Street[3] a la de su paciente en
Stattondale Street[4]
y que habitualmente a un paso normal se realizaba en poco más de quince minutos
lo hicieron en nueve. Caminaron tan rápido que a Sarah apenas le dio tiempo a
ser consciente de la existencia del inmenso parque de Mudchute.[5]
Sin resuello fue
como éste llamó a la puerta a la espera de que le abriesen.
Y mientras esperaban
a que esto sucediese, Sarah se permitió echar un vistazo a las casas de
alrededor de la vivienda a cuya puerta habían llamado y comprobó que la imagen
mental de las construcciones y del barrio en general, que se había hecho en su
mente no se correspondían en nada con la realidad porque en buena parte de los
casos, las casas no respondían a la misma tipología. En su mayoría eran: de dos
o tres plantas más sótano. La primera diferencia evidente entre ellas era que
algunas (como a la que habían llamado) tenían lavadero y otras no. La segunda
gran diferencia era la posesión o no en las fachadas de parapetos[6]; muchas de las cuales no
lo tenían. Henry fue quien le explicó el
motivo de tantas diferencias en tan reducido espacio: respondía a que la
arquitectura y construcción de la Isla de los Perros no la había realizado una
sola persona sino varias y cada uno con estilo único y personal que plasmó en
sus edificios.
Las sorpresas no
acabaron ese día para Sarah. Al contrario no hicieron más que continuar. Si ya
la noticia del descubrimiento de la profesión real de Henry la había
descolocado por completo, no pudo evitar quedarse boquiabierta cuando vio quién
era la persona que les abrió la puerta. En realidad, cuando vio la manera de
actuar de la persona propietaria de la vivienda con Henry.
Una persona que no
era ni más ni menos que ¡Harold Matthews! ¡Butch el carnicero!
¡Uno de los rivales
de Henry en los combates!
“¿En teoría no se
llevan mal los rivales deportivos?” se preguntó confusa. “¿Entonces por qué se
abrazan tan efusivamente?” añadió. “¿Es que son amigos?” concluyó cada vez más
desconcertada.
-
¿Vienes
Park? – le preguntó Henry ya desde el interior de la casa.
Sarah asintió
vigorosamente y esbozó una sonrisa que dedicó especialmente a Harold mientras
también entraba en la casa. Mientras caminaba no dejó de sentir la mirada fija
y escrutiñadora de Butch sobre ella. Sarah sabía a qué respondía esa mirada: su
cara le sonaba pero no estaba seguro de dónde, lo cual era muy lógico por otra
parte porque la vez anterior que la vio iba vestida con su ropa de trabajo y
sobre todo, porque recibió uno de los ganchos de Skin HH Skull tras verla; algo
que dejaba medio tonto a todo aquel que lo sufría.
Una vez dentro lo
primero que impactó de lleno en sus sentidos fue el olor a moho y a humedad que
había en ella. Olor comprobado cuando miró al techo de la misma y lo vio
cubierto en buena parte de esto y con pequeñas gotas de agua que caían a modo
de goteras continuas para ser recogidas en recipientes varios de cobre. Además,
el suelo carecía de moqueta y por tanto, la madera se estaba pudriendo poco a
poco y crujía bajo sus pies, otorgando al suelo la categoría de inseguro y poco
higiénico. Por si éstos no fueran suficientes indicadores del umbral de pobreza
en el que la familia Matthews vivía, el papel de las paredes (o quizás era
pintura) aparecía desconchado casi en la totalidad de las mismas.
Gracias a esto,
Sarah fue consciente como si un golpe de boxeo se tratase de la situación real
de necesidad en la que vivían muchas personas de su ciudad pues aunque ella
vivía en el Soho y éste también era un lugar de pobreza y mala reputación, el
bloque de apartamientos de miss Anchor no lo era y emergía como un bloque de
hielo de confort en las profundas aguas que eran las insalubres y hacinadas
calles del Soho londinense. De hecho, por su interior podría pasar
perfectamente como la casa de un comerciante acomodado que como una vivienda de
mujeres casi sin recursos. Incluso por este motivo había ganado premios dentro
de su barrio.
-
¿Quién
es tu amiga Henry? – le preguntó Butch, mirándola con desconfianza al no poder
ubicarla correctamente.
-
Es mi
prima Segismunda – explicó él, maldiciendo su incapacidad para llamarla Sarah
otra vez. – Y hoy será mi ayudante – anunció. – Tranquilo, es de confianza –
aseguró.
“Al menos solo están
ellos dos” pensó, intentado consolarse y bastante afectada por el estado tan
deplorable en que se encontraba el interior de la casa.
Nuevamente, Sarah se
equivocó ya que en cuanto escucharon la voz de Henry, una pequeña legión de
niños de no más de cinco años corrieron hacia su persona con el propósito de
llamar su atención.
Fue tal el ímpetu y
fuerza con el que aparecieron que el sombrero de Henry salió volando y fue
motivo de pelea entre dos de los hermanos. El segundo motivo de pelea entre
ambos se produjo cuando Henry cedió a las repetidas súplicas y tirones de sus
pantalones para alzarlo.
No obstante, pronto
Henry fue reemplazado como el centro único de su atención cuando la
descubrieron a ella allí plantada en el vestíbulo y en apenas un instante se
vio rodeada de gritos y preguntas agudas procedentes de las voces de cinco
niños pequeños, más o menos mellados y aseados.
-
Niños,
dejad a Segismunda que ha venido a ayudar a Henry – dijo Harold y de inmediato,
los niños la dejaron paz y volvieron en fila india al salón.
-
Hablando
de ayudar… ¿qué quieres que haga primero? – le preguntó.
-
Lo mejor
es que vayas a ver al pequeño David porque Moira continúa con los dolores
regulares de parto y me momento no ha empezado a blasfemar contra mí o a
arrojar objetos contra la puerta para manifestar su grado de dolor por lo que
lo lleva bien – explicó.
“¿Pequeño David?” se
preguntó Sarah. “Espero que sea el nombre de un gato o un perro y no el de otro
niño…” añadió, temerosa antes de seguir a Henry; quien se lo indicó con un
gesto de cabeza.
Entraron en una
habitación en la planta de arriba tras subir unas escaleras que
inexplicablemente para Sarah aguantaron el peso de tres personas subiéndolas a
la vez y Sarah comprobó que ese no era el día de sus vaticinios más acertados
porque David no era una mascota, sino que era otro hijo del matrimonio.
Un niño con la
pierna entablillada por entero y por tanto, incapaz de moverse. Siendo ese el
motivo único y principal por el cual no estaba abajo junto a sus hermanos ni
había salido a recibirle de manera tan efusiva.
Henry se acercó a
él, depositó el maletín en el suelo junto a él y le tiró la bufanda antes de
chocarle los cinco y alborotarle el pelo a David antes de centrarse en la
pierna del pequeño.
Nada más tocarla, el
niño siseó de dolor y contuvo las lágrimas. Por eso, Sarah se agachó junto a
Henry, se presentó y cuando sintió que se había ganado su confianza (pues
siempre había tenido la capacidad de conectar rápido con los niños pequeños) le
tomó la mano y comenzó a contarle algunos de los cuentos que se sabía, como el
de Los dos Elefantes[7] o La Gallina Rubia[8] para mantenerlo distraído,
tranquilo, relajado y centrado solo en ella mientras Henry realizaba su
trabajo; consistente al parecer en quitarle las tiras de tela y la tablilla
para comprobar la evolución de la fractura (o al menos eso creía ella que era a
simple vista).
Para cuando David
quiso darse cuenta, Henry había concluido y había sustituido su tablilla de
yeso por tilas de tela simplemente; lo cual significaba que la evolución y
cicatrización de las fracturas del niño iba muy bien. Y así se lo hizo saber:
-
¡Muy
bien David! – exclamó, chocado por segunda vez su mano; gesto que a su vez hizo
con Sarah; quien le sonrió y le dio un beso en la mejilla haciendo que niño
muriese de vergüenza ante ambos. – Veo que te has portado y no te has movido de
aquí en todo este tiempo – añadió. – Y gracias a eso tu fractura ha mejorado
mucho – explicó. - ¿Te acuerdas de qué era exactamente lo que tenías? – le
preguntó. – Porque mi prima la contadora no sabe qué es lo que te pasó y lo
valiente y campeón que eres al haber aguantado todo esto sin dolor – le
recordó.
-
Tengo
una fractura de Maisonneuve[9] – anunció con orgullo a
Sarah; a quien esa explicación le resultaba insuficiente; dado que no tenía
idea de medicina.
-
Una
fractura consistente en la fractura del maleolo medial o, como en el caso del
travieso David, del ligamento deltoideo profundo y eso es motivo de que le
quede una buena cicatriz que se lo recuerde por siempre, de que tenga visitarle
semanalmente para comprobar cómo está curándose – explicó, mirándole con
aprobación - Y de que aún le quede mucho más tiempo con la pierna entablillada
con tela de la manera en que ves[10] - concluyó.
-
¿No hay
ningún premio por buen comportamiento? – le preguntó ella. – Ha sido muy fuerte
y valiente – añadió, intentando convencerle de que le diera alguno de los
caramelos que había descubierto en una de sus miradas furtivas al interior del
contenido de su (completísimo) maletín de médico.
Henry claudicó y
acabó por entregarle uno de los caramelos antes de cerrar su maletín y
despedirse de él pues aún le quedaba otro trabajo que realizar en esa casa. Uno
mucho más duro y largo.
-
Ahora es
cuando te voy a necesitar como parte activa – le indicó antes de suspirar y
abrir la puerta para encontrarse con la señora Matthews resoplando y
maldiciendo casi en igual número de veces y descubrir a su marido, escondido y
achantado en una de las esquinas de la habitación.
-
Espera,
espera, espera ¿vas a ser la partera? – le preguntó. - ¿Tú? – añadió pasados
varios segundos con especial énfasis.
-
¿Algún
problema con eso? – preguntó él, volviendo a dejar el maletín en el suelo y
comenzando a remangarse las mangas de su camisa.
-
¡No puedes
hacerlo! – negó vehemente. Y añadió al sentir tres miradas de incomprensión
sobre ella: - ¡Es un hombre! - ¡Este es un trabajo que sólo pueden hacer las
mujeres! – protestó.
-
¿Quieres
hacerlo tú sola entonces? – le retó.
-
¡No! –
exclamó horrorizada ella ante esa perspectiva. Había sido ayudante de partera.
Pero nada más.
-
Entonces
lamento desilusionarte e informarte de que no me queda de otra que hacerlo yo –
anunció, levantando las faldas de la señora Matthews para comprobar el grado de
dilatación exacta que tenía. – Y déjame informarte de que tengo bastante
experiencia en este tema y con esta parturienta en particular porque he ayudado
a traer al mundo y soy padrino de todos
los niños que has visto ahí abajo – añadió. – Y como has podido comprobar por ti
misma, están todos perfectamente sanos – concluyó. – Lo de David es fruto de su
travieso comportamiento y ha sido después de nacer – se defendió, por si acaso
le atacaba por esa zona.
-
Increíble
– consiguió decir sorprendida y llena de orgullo mientras se preguntaba cuánto
tiempo llevaba dedicándose a la medicina exactamente Henry.
-
Ahora
por favor, tráeme toallas y agua caliente y fría para desinfectar porque el
bebé está a punto de venir al mundo – anunció, para inmensa alegría del futuro
padre y nuevas maldiciones por parte de la madre.
Y cuando Sarah iba a
salir de la habitación, Henry le preguntó:
-
¿Todo
bien, Sarah? –
Como era lógico, al
escuchar la mención de su nombre Sarah se detuvo y se giró hacia él presa de
una total y absoluta incomprensión.
“¿No me ha mandado a
por agua y toallas?” se preguntó. “¿Para qué quieres saber si estoy bien?”
añadió. “¿Es que no ha visto que no me he mareado, puesto blanca o vomitado al
conocer todo el interior de esta buena mujer?” añadió, enfadada porque dudase
de su fortaleza.
-
¿Se
puede saber qué haces ahí? – le preguntó Henry, una vez fue consciente de su
presencia en el interior de la habitación, aún.
-
¿Se
puede saber qué haces tú? – le respondió ella enfadada. – Primero me mandas
primero a por toallas y agua fuera de la habitación y luego me preguntas qué
tal – añadió. - ¡Aclárate hombre! – exclamó.
-
Pero
¿qué dices? – preguntó él extrañado.
-
Tú me
has preguntado todo bien Sarah después de ordenarme que te trajese tus demandas
– explicó.
-
¡No a
ti, egocéntrica! – exclamó. – A Sarah – añadió, señalando a la parturienta.
-
¿Te
llamas Sarah? – preguntó Sarah Parker. Y la señora Matthews levantó la mano
para indicar que su respuesta era afirmativa. - ¡Yo también! – exclamó
inmensamente feliz ignorando la mirada ceñuda que le dedicó; quien la conocía
como Segismunda. - ¡Somos tocayas! - añadió. - ¡Enhorabuena! – gritó, presa de
una felicidad y energía ausentes hasta ese momento.
-
Faltan
toallas y escasea el agua – canturreó Henry dejándoselo caer de manera nada
disimulada. - ¡Ah no! – exclamó. – Que aún no las has traído – añadió,
mirándola fijamente.
A Sarah Parker el
mensaje no pudo quedarle más claro e incluso no le hizo falta que se lo
repitiese para salir de forma precipitada de la habitación.
Cuando regresó
(Acción que hizo lo más rápido que sus piernas y brazos le permitieron) la
apacible, tranquila y pseudo silenciosa (dado que el silencio quedaba roto a
intervalos por los gritos de dolor de la señora Sarah Matthews) habituación, se
había transformado por completo en el caos más absoluto.
En efecto, para
cuando quiso regresar el parto ya había comenzado.
Ese fue el motivo
por el que Henry le miró ceñudo cuando se agachó a su lado y le quitó de mala
manera uno de sus paños de las manos.
-
Harold,
ahora que mi prima… - inició.
-
Segismunda
– dijo Butch.
-
Ahora
que mi prima Segismunda ya ha venido te quiero fuera del cuarto – ordenó con
firmeza.
-
Pero… -
protestó.
-
¿Quieres
que volvamos a tener esta conversación por séptima vez? – le preguntó
exasperado. – Fuera – repitió. – Ve a cuidar de los niños – sugirió. – O mejor,
ve a ayudar en la carnicería al pequeño Harry – añadió.
-
Si
quieres puedo ser tu hombre en la espera – propuso Sarah. – No sería la primera
vez y no lo hago nada mal – añadió, satisfecha de sí misma.
-
Tú te
quedas aquí, Segis – ordenó Henry.
Como Henry requería
su presencia allí de manera indispensable, la única acción de hombre en la
espera que Sarah pudo hacer fue acompañarle hasta la puerta para que saliera.
Cuando escuchó el
¡clic! de la cerradura de la puerta, Henry le dijo a Sarah:
-
Bien
Sarah, ahora empuja –
-
¿Que
empuje? – preguntó Sarah Parker ceñuda. - ¿Yo? – preguntó, señalándose.
-
Sí, tu –
dijo él con ironía. – la mujer que está embarazada de nueves meses – añadió con
el mismo deje en la voz. – Sarah – repitió, señalándola con la mirada.
-
Te
prometo que esta vez será diferente y prácticamente indoloro para ti, de tan
dilatada y acostumbrada a este proceso como estás – aseguró.
-
Eso…eso…dijiste
con… Lucas… y era men...tira – dijo, mientras empujaba provocando un sonrisa en
su doctor.
-
¡Ay
Dios! – exclamó Sarah pegando un bote, pisando la palangana llena de agua sucia
con sangre y provocando que ésta saliera volando por los aires y volcase su
contenido sobre ellos.
-
Muy bien
– dijo Henry asintiendo, felicitándola por tan afortunada acción en tan
adecuado momento.
-
¡Le veo
la cabeza! – dijo señalándole boquiabierta y muy nerviosa, pues en ese momento
se dio cuenta del importante y milagroso acto que estaba a punto de presenciar.
-
¡Un
último esfuerzo Sarah! – le pidió Henry, cacheteándole en el trasero.
-
¡Sal ya
pequeño trozo de mierda! – gritó. - ¡AAAAAHHHHH! – añadió, empujando con todas
las fuerzas que le quedaban en su interior; fruto de las cuales el bebé salió
hacia fuera totalmente.
-
Ya está
Sarah – exclamó, Henry. – Ya puedes descansar – añadió en tono suave.
Esta vez no hizo
falta que Henry le dijese (más bien ordenase) nada, Sarah Parker se adelantó a
los acontecimientos y le pasó unas tijeras con las que cortar el cordón
umbilical así como un trapo limpio con el que arroparle y un imperdible (que
tuvo que quitarle de la boca en lo que a ella le pareció como uno de los gestos
más eróticos del mundo) para que se lo pusiese sobre el cordón y que el ombligo
del niño comenzase a cicatrizar.
Un niño.
El sexo del bebé era
masculino.
Y Sarah aprovechó
esta circunstancia para salir corriendo a anunciárselo al señor Matthews.
No hizo falta que
fuera muy lejos, dado que éste se hallaba tras la puerta y literalmente, se lo
comió cuando inició su carrera.
-
¡Es un…!
- inició. - ¡Uy! – añadió. – Creo que los pajaritos que veo son un indicador de
que me estoy mareando – añadió, no sin razón porque en ese momento se mareó y
todo lo que había a su alrededor comenzó a girar y dar vueltas.
No cayó al suelo
para su buena fortuna porque Butch la cogió y la tomó entre sus brazos,
entrando en la habitación con ella en su regazo a imitación de cómo las parejas
recién casadas debían cruzar el umbral.
Cuando Henry fue
consciente del estado de Sarah, depositó al niño (ya aseado y curado con yodo en
la zona del ombligo) suavemente sobre la mesita donde lo había lavado; un lugar
que devbió encantarle pues empezó a patalear como un loco y se dirigió
preocupado hacia Sarah.
-
¡Ey
Park! – exclamó. - ¿Estás bien? - le
preguntó tocándole la frente.
-
Se ha chocado
conmigo y se ha mareado del fuerte impacto – explicó Butch, tranquilizándolo.
-
¡Es…un
niño! – exclamó ella aún mareada elevando y trazando un círculo con el dedo
índice en un tono muy parecido al de una persona muy perjudicada por el
alcohol.
-
¿Otro niño?
– preguntó Sarah Matthews. - ¿Y para cuándo una niña? – protestó.
-
Tendrá
que ser para la próxima vez ya cariño – respondió Butch.
-
¡Que te
has creído tú que va a haber una próxima vez! – le advirtió ella. - ¡Tú a mí no
me vuelves a tocar ni con un palo! – añadió, con un bufido al que agregó la
demanda de tener a su hijo con ella en brazos en ese momento.
-
¿No… lo
sabíais? – preguntó la ebria mental y
mareada física de Sarah.
-
No hay
forma de saberlo – explicó Henry, ahora con ella él en brazos.
-
Te
equivocasssssss – dijo ella. – Penélopppe me la enseñó – añadió, con mucha
satisfacción. – Tienesss que mear sobre trigo o sebada cuando ssepasss que
estásss encinnnta y si es trigo esss niña y si no puesss niño – explicó.
Henry hizo gesto de
locura con la mano, evidenciando con ello que no la hicieran caso. Sin embargo,
Sarah le pilló in fraganti y le dio un tortazo antes de gritar y pronunciar
perfectamente:
-
¡No
estoy loca ni me lo he inventado! – Y ¡bájame! – ordenó pataleando, indicando
que ya se encontraba en perfectas condiciones.
Él lo hizo y
preguntó, curioso:
-
¿Y bien?
¿Cuál va a ser el nombre de mi próximo ahijado? – quiso saber.
El matrimonio
Matthews se miró cómplice mientras ambos se encogían de hombros a la vez.
-
No
tenemos ni idea – reconoció Butch para total incredulidad de Henry y Sarah.
-
Creímos
que esta vez sí que sería la definitiva y que tendríamos una niña y nos
centramos sólo en nombres de chica – explicó Sarah Matthews. – No creímos que
esto pudiera pasar – añadió acunando a su hijo.
-
¿Y ahora
qué hacemos? – preguntó Sarah Parker preocupada e incómoda a Henry.
-
Por lo
pronto, buscarle un nombre adecuado al bebé – dijo Henry con firmeza. – no
podemos llamarle eso o ella para siempre – añadió.
-
¿Cómo
dijiste que te llamabas? – le preguntó Sarah a su homónima.
-
Sarah respondió la susodicha.
-
Segismunda
– respondió Henry a la vez.
-
¿Sarah o
Segismunda? – preguntó la señora Matthews confusa y desconfiada.
-
Ambos –
respondieron los dos a la vez; aunque Sarah con mucha más desgana.
-
Ahí lo
tienes Harold – le dijo Sarah Matthews a su marido. – Le pondremos la forma
masculina de su nombre – anunció.
-
¿Segismundo?
– preguntó Sarah titubeante, horrorizada por la perspectiva de ser la culpable
de ponerle un nombre tan feo al inocente bebé recién nacido.
-
¡No! –
negó Sarah Matthews. – El masculino de tu otro nombre – añadió.
-
¿Vas a
llamarle Saro? – preguntó Butch, sorprendido.
-
¿Existe
Saro? – preguntó Sarah, no muy convencida de que su nombre tuviera versión
masculina.
-
¿Saro? –
preguntó Henry mirando directamente a Sarah Parker y conteniendo la risa al ver
la expresión mitad de horror y mitad de honda culpabilidad que ésta tenía en
ese momento en el rostro. Expresión que por otra parte a él le pareció
adorable.
La más adorable de
todas las que había visto en ella. ¡Y mira que había visto diferentes gestos o
expresiones pese al poco tiempo en que la conocía!
Quizás tenía mucho
que ver en el grado de adoración que sentía por ella en ese momento que, pese a
que estaba algo despeinada, aún se notaban los esfuerzos por ayudarle lo más
rápido posible en el parto y los últimos coletazos del amreo que había sufrido
y sobre todo, a que estaba sucia y manchada de sangre en una de sus mejillas y
en el vestido estaba bellísima.
Tan guapa que lo que
más le apetecía en ese momento era besarla de manera suave y romántica para
celebrar de esa manera tan especial el primer hijo que ambos habían traído
juntos al mundo.
No obstante, se
contuvo.
No eran lugar ni
momentos por muy celestial y divina que pareciese.
¿Divina?
¿Celestial?
-
Llámale
Ángel – dijo, sin dejar de observar el perfil de Sarah, completamente
embelesado con el rostro de su “prima”
-
¿Ángel?
– preguntó Sarah Matthews dubitativa. - ¿Por qué? – añadió.
-
Porque
es un nombre bonito y va muy acorde con un bebé recién nacido – explicó mirando
al matrimonio. – Y porque una vez no hace mucho tuve la suerte de conocer a uno
– añadió, mirando nuevamente al perfil de Sarah; quien por alusiones enrojeció
ligeramente.
-
Se
llamará Ángel entonces – estableció la señora Matthews.
-
Esperaré
con impaciencia este bautizo – dijo Henry sonriendo feliz, frotándose las
palmas de las manos.
-
Esperaréis
– corrigió Butch. – Acabáis de ser seleccionados como los padrinos de esta
maravillosa criatura – les anunció.
Henry y Sarah se
miraron el uno al otro sin saber muy bien qué decir al respecto. Y por tanto,
acabaron asintiendo al unísono.
-
Estaremos
encantados – corroboró Henry, elegido portavoz
del dúo de forma autoritaria. – Pero hasta que eso suceda y sintiendo
mucho separarme de mi futuro ahijado recién nacido y conocido tengo que trabajo
que hacer y combates que ganar – añadió, recogiendo las cosas de su maletín y
recolocándose su bufanda tras despedirse del matrimonio y del bebé con un beso
para cada uno antes de abrirle puerta; seguido en todo momento por Sarah
Parker, quien repitió las acciones.
-
Henry –
le dijo Butch, provocando que el dúo de médicos se detuviera en la puerta. –
Hacéis muy buen equipo Sarah Segismunda y tú – añadió, dando su aprobación y
satisfacción con el trabajo realizado en el séptimo parto de su esposa.
-
Sí que
lo hacemos, sí – repitió Henry mientras limpiaba los restos de sangre de la
mejilla de Sarah con mimo y ternura; aún más enamorado de esa mujer, si eso era
posible
[1]
Foneidoscopio: Foneidoscopio,
fonendoscopio o estetoscopio, es un instrumento médico inventado y patentado en
Francia por el médico René Theophilé Hyacinthe Laënnec en 1819.
Por las fechas, no es una licencia literaria de la
autora.
[2]
Isla de los Perros: Antigua isla del
este de Londres que está rodeadas por tres de sus lados por el río Támesis,
parte del distrito de Tower Hamlets londinense y parte de los Docklands. Se
drenó por primera vez en el siglo XIII pero se abandonó en el siglo XV tras una
inundación. Se redrenó en el siglo XVIII de mano de los holandeses. No
obstante, la urbanización de esta pantanosa zona se produjo en el siglo XIX con
la ubicación en la misma de la West India Docks en 1802.
Con respecto a tan peculiar y original nombre que se
registró de manera oficial en 1588, hay varias teorías:
-
Hay quienes dicen que es una confusión y mala
transcripción del nombre de Isla de los Patos (Ducks en vez del actual Docks)
-
Otros le dan su autoría a los holandeses que
redrenaron la zona.
-
La presencia de Gibbets (horcas, forma de dar muerte a los “perros”)
en esta orilla del río, justo frente a
Greenwich
-
A un agricultor llamado Brache, quien mantenía
allí a sus perros de caza.
-
Al rey Enrique VIII quien mantenía a sus ciervos
en el parque de Greenwich, justo enfrente siendo esta zona por tanto la
destinada para los perros de caza encargados de cazarlos.
A día de hoy, aún no están claros esos orígenes.
[3]
Parsonage Street: Una de las calles
de la Isla de los Perros situada en el distrito de Tower Hamlets que está
situada en la misma manzana que la Iglesia de Christ and St John, apenas a
cinco minutos caminando
[4] Stattondale
Street: Una de las calles de la Isla de los Perros situada en el distrito
de Tower Hamlets. Debemos remontarnos al año 1802 para encontrar los primeros
permisos de construcción en la zona. No obstante la mayor parte de la
superficie desarrollada se extendía entre la parte oriental de Ferry Road y la
parte trasera de las casas de Stattondale, donde Galbraith, Plevna, Castalia y
Atsworth Street se establecieron.
[5]
Mudchute Park: Parque localizado en
el sur de la Isla de los Perros de Londres.
Su nombre significa literalmente “tobogán de barro” y ya aparece
recogido como tal en el testamento del ingeniero que estaba construyendo un
muelle que evitara el desbordamiento del río Támesis en la zona.
Dicha excavación y obra conllevó el traslado de una
enorme cantidad de tierra y cieno procedente de los canales cercanos utilizando
cursos de agua artificiales como método de transporte donde al final del mismo,
se depositaba el rico lodo del río formando una montaña de tierra fértil
similar a un tobogán.
Desde ese momento, el área se estableció como hábitat
de vida silvestre y zona de juegos para niños.
[6]
Parapeto: Elemento arquitectónico de
protección para evitar caídas al vacío de personas, animales u objetos de un
balcón o terraza. Pueden construirse en: piedra artificial o natural
(balaustradas), mampostería u hormigón armado, metal (barandillas) o madera.
[7]
Cuento popular inglés que dice lo siguiente: Un día un entusiasta explorador
iba caminando por la selva cuando se encontró con un elefante después de mucho
rato caminando. El elefante estaba sentado absolutamente quieto y silencioso.
El explorador lo miró pero el elefante no se movió y por ello continuó con su
camino. Muchas millas después el explorador se encontró con otro elefante que
estaba de espaldas a él pero en la misma posición que el anterior. El
explorador estaba tan sorprendido por esto que les preguntó a gritos: - ¿Qué
estáis haciendo? - . A lo que él elefante respondió: - ¡Shhh! No nos molestes.
¡Estamos jugando a ser sujetadores de libros! -
[8]
Cuento popular inglés que dice lo siguiente: Un día la gallinita rubia vio un
grano de trigo y dijo: - Topo, toma el grano de trigo y plántalo en la tierra -
/No puedo, me duele el codo respondió el topo. Y la gallinita rubia plantó el
grano en la tierra ella. La gallinita vio una espiga de trigo en el patio y le
dijo a la paloma: - Paloma, coge la espiga y ve al molino -/No puedo, me duele
el ala, respondió la paloma. Y la gallina cogió la espiga al molino y fue ella
quien la llevó al molino. Otro día, la gallinita rubia vio la harina en el
patio y le dijo al pato: - Pato, coge la harina, amada el pan y mételo en el
horno -/No puedo, me duele la pata, respondió el pato. Y la gallinita rubia,
cogió la harina, amasó el pan y la metió en el horno. La gallinita vio a los tres animales y dijo:
Topo mira mi pan, pero como te duele el codo no comes. Paloma mira mi pan, pero
como te duele el ala no comes y pato, mira mi pan pero como te duele la pata,
tú no comes. ¿Por qué? Porque había sido la gallinita rubia quien había plantó
el grano de trigo en la tierra, quien había cogido la espiga de trigo y la
había llevado al molino y cogió la harina, amasó el pan y lo metió en el horno;
solo la gallinita rubia y sus pollitos comieron lo que había preparado.
[9]
Jules Germain François Maisonneuve: (1809-1897)
Fue un cirujano francés, conocido por ser el primer cirujano que describió el
papel de la rotación externa en las fracturas de tobillo. Así mismo, la
fractura de Maissoneuve que lleva su nombre epónimo, describe una lesión
específica del peroné.
N. Aut: Es una licencia artística porque aunque
descubrió esta fractura en su juventud, sus resultados no se vieron publicados
y divulgados hasta 1840
[10]
La férula de Maisonneuve es un tipo específico hecho en tela y enyesada para la
sujeción del muslo, pierna y pie en un número de dos: una posterior para la
pierna, el muslo y la planta del pie y otra lateral que recorre el miembro y
pasa por debajo del pie a modo de estribo.
Leida, me ha encantado conocer esta parte de HH, pero que no se contenga ya tanto las ganas de besar a Sarah por dioooos, que fijo que la otra esta tambien que se muere por sus huesos aunque no se quiera dar por enterada!! Me he reido mucho con el momento: Estas bien, Sarah? XD A ver si pronto hay mas :D
ResponderEliminarcomo se suele decir eso de no nos mires unete pues me uno a lo dicho por lady jessykiller de q sarah hh oidme bn los dos ambos chatinos a ver no os contengais majetes meteos la lengua hasta la campanilla q os moris el uno por el otro anda q lo estais deseando q el pobre mas enamoriscao no pue estar anda no seais timidos y al rollo bollo anda venga q yo x mi parte lo estoy deseando q me teneis malotes con unas ganas de carnaca q pa que venga hombre a q esperais
ResponderEliminarmas cosas despues de este punto importantisimo aclaratorio quiero agradecer a las musas de chin x este afan de escritura que esperemos q siga viento en popa y nos deje textos como estos gracias a la forma en como la inspiran aasi q vivan las musas de chin viva viva
mas cosas a si me encanta la faceta esta de henry q cada dia gana mas puntos conmigo desde luego es un tierno un romantico pregunta chato donde te escondes¿? a ver q ties aqui a 3 mozas solteras y sin compromiso esperando por un mozo tan galante como tu ee q si ties hermanos como tu o tu mismo vente a hacernos una visitilla majete q nos harias felices a las 3 te lo aseguro xD y siguiendo con lo tierno y romantico del mozo me encanta esta faceta de hh me encanta niño no la dejes escapar a sarah q medio la ties a tus pies pero ella no se da cuenta y a ti majo no te salen los corazones de los ojos xq no xq la miras embobadito te estas enamorando mas y mas de ella y lo reitero no te reprimas dale un besaco ai q la deje tonta y con ganas de maas y maas y mucho maas x mucho q diga el innombrable tonto del culo gilipuertas redomado subnormal del culo q me cae como una reverenda patada en los mismisimos q no veas asi q ale da el paso q quiero momentos romanticos vuestros q se q los voy a disfrutar =)
mas cosas me encantan los niños hoy desde luego lo he percibido y en esta escena es q me ha parecido entrañable y mucho y hh se ha quedado bobo viendola con el niño aaiis q bonito (suspiro romantico de enamorada)
en fin quiero mas y me ha encantado esta faceta tierna de hh q nos estas mostraando y quiero saber mas de la vida de esste pobre q me dan ganas hoy de aputurrarlo y no soltarlo =)
he dicho :D