CAPÍTULO IX
Primos
El primer paso
(quizás el más importante) ya estaba dado: había redactado el artículo y le
habían dado el visto bueno.
Pero eso no quería
decir que estuviese todo hecho o que pudiera relajarse. Ni mucho menos. Al
contrario, debía poner aún más empeño y redoblar esfuerzos para conseguir que
se lo publicaran. De esta manera, el mundo y el gran público lector de The
Chronichle conocería por fin al señor George Iron Pounches.
Este pensamiento era
el que resonaba en su mente mientras decidía qué atuendo era el que debía llevar a The Eye esa noche.
Sarah pensó que resultaba realmente curioso cómo desde que escribía bajo un
pseudónimo masculino, su preocupación acerca de los vestidos, complementos y
atuendos se había multiplicado pues hasta ese momento, apenas prestaba atención
(salvo en contadas ocasiones) a la ropa que llevaba puesta. En otras palabras,
en absoluto estaba preocupada e interesada en la moda. Mientras fuera discreto,
cómodo y confortable le bastaba.
No obstante, excepto
cómodo sus prendas de trabajo no podían ser como las de diario y debía
asegurarse también que representase y continuase con el lujo del corsé que
había llevado la vez anterior. Además, desde que visitó el taller de costura de
madame Crouchet, adoptó y aplicó a su vida habitual una premisa que Anne le
dijo mientras le ajustaba el largo de su falda. Y ésta era la siguiente (en
idioma coloquial no cockney): “Siempre que te veas fabulosa con lo que llevas
puesto, tu confianza en ti misma aumentará y nada podrá salirte mal”.
Y ahí es donde
radicaba precisamente el problema: que con toda su ropa de trabajo se veía
fabulosa y por eso le costaba un mundo decidirse acerca de cuál la vestimenta
más indicada. Como agravante además, tampoco podía contar con la ayuda de Eden
en este sentido (porque era la única del apartamento que la había visto de esta
guisa y no se escandalizaría) ya que, se había tomado especialmente en serio su
nuevo trabajo en la pastelería de miss Anchor llegando la primera y saliendo la
última; probablemente porque era la propia miss Anchor para quien trabajaba.
Consecuencia de esto, aún no había llegado.
“¡Al infierno con
todo!” exclamó mentalmente, recordándose con estas palabras que era una
pecadora.
Al final decidió
meter la mano en la ingente mole de prendas de vestir que había desperdigadas
por toda su cama y el corsé que sacara al azar sería el que se pondría esa
noche.
El ganador resultó
ser su corsé grisáceo tornasol violeta de terciopelo (al menos sería
calentito) en cuyo centro a modo de
franja y punto de fuga y por el borde superior que (apenas) le cubría los senos
tenía plumas de oca cosidas a mano salpicadas de cantidades ínfimas de
purpurina, las cuales la hacían brillar a la luz de las velas, faroles o en
definitiva, cualquier tipo de luz.
Estrambótico e
inusual.
Esos eran los dos
adjetivos que mejor lo calificaban. Aparte de inadecuado, por supuesto. Pero
inadecuadas eran todas sus prendas, así que este adjetivo definitorio no lo
calificaba de manera individual y exclusiva.
Desde luego que si de
ella hubiera dependido su elección inicial, éste no hubiera resultado elegido.
No obstante, siguió el consejo y la orden sugerida de Lavinie y se lo probó. A
partir de entonces, su perspectiva acerca de él, se modificó por completo y lo
situó como el primero de su lista.
A tan animalado
corsé, le acompañaban como adornos del atuendo completo sus labios pintados en
esta ocasión de rosa claro (el carmín no casaba hoy de ninguna de las maneras),
una falda con cancán que le llegaba por encima de los tobillos; revelando con
ello mucha más carne de la pierna de la que debería.
¡Por encima de los
tobillos!
Eso sí que era
atrevido.
Dicha falda poseía
además, un cancán desproporcionado en opinión de quien la llevaba puesta, con
dos consecuencias nefastas para Sarah: el primero, que le multiplicaba como
efecto óptico el tamaño de su trasero (parte muy querida y adorada por aquellos
lares) y el segundo, que con el balanceo de las faldas y las capas de enaguas
que llevaba debajo para evitar sufrir la congelación total de sus piernas por
las finísimas medias que se las cubrían, éstas se elevaban y revelaban aún más
piel de esta corta parte de su anatomía. Estaba confeccionada con tela un tono
más oscuro que el de su corsé y que al final de la misma llevaba una cenefa también
de plumas; las cuales estaban cosidas a imitación de flores encadenadas.
Por suerte para
ella, la tragedia y el escándalo de los tobillos descubiertos quedaba
enmascarado gracias a unos botines de ante negro con un tacón de aguja de diez
centímetros; los cuales, cierto, le hacían parecer mucho más alta pero también
convertían una actividad tan rutinaria y habitual como caminar en una tarea
harto complicada; transformado sus sólidas y robustas (entendiéndose sólidas y
robustas como sinónimas de cortas y gruesas) extremidades inferiores en barras
de mantequilla derritiéndose por momentos.
De esta guisa fue
cómo se encontró con Eden en las escaleras.
Una Eden, quien pese
agotada por tantas horas de continuado trabajo, salió de su estado de
aletargamiento apurando las últimas fuerzas que le quedaban para reaccionar
ante semejante visión repentina.
Una Eden que era
expresiva en exceso con los ojos y con el resto de su rostro en general y que
abrió mucho los ojos y le dedicó una mirada llena de envidia tras la inspección
exhaustiva de su vestuario ya que sin duda ella sí se pondría esta ropa. Para
su matrimonio incluso si se lo permitían.
No obstante, pese a
la expresividad que la caracterizaba, también a veces (escasísimas ocasiones)
sabía contenerse y por ello, conocedora de la hora de brujas que era, se limitó
a aplaudir de forma apenas audible y a sonreír hasta que le dolieron los
músculos de su cara para manifestar el agrado que le provocaba la ropa que su
amiga llevaba puesta para ir donde ella no sabía acompañada nuevamente del
gigantón de Marc; a quien había visto esperándola en la calle.
Se despidieron
agitando las manos y cada una continuó su opuesto camino esa noche.
Pero si Sarah creía
que a ese frío gesto se iba a limitar la
despedida de Eden, no conocía en nada a su mejor amiga. En efecto, en cuanto
ésta llegó a su apartamento y Sarah plantó sus pies en la calle dando sus
primeros tambaleantes e inseguros pasos, Eden abrió la ventana y apoyándose
sobre el alféizar le silbó antes de gritarle:
-
¡Pimpollo!
–
Y cuando Sarah se
giró para devolverle la sonrisa, pudo observar cómo ésta se reía de manera
silenciosa (lo adivinó por los movimientos espasmódicos de su cuerpo) mientras
comía unas nueces; los frutos secos que daba el tiempo.
Quizás porque ya no
era la primera vez que lo visitase o porque sus nervios habían disminuido de
forma considerable desde la última (y única) vez que lo visitó pero lo cierto
es que The Eye no le sorprendió ni le pareció tan amenazante.
Nada de lo que allí
sucedía.
Los gritos no le
parecían ensordecedores o estruendosos, no reprobaba el comportamiento disoluto
de las mujeres; quienes habían tenido la opción de salvar su alma según su
criterio y los olores procedentes de las orinas, los vómitos y cualquier otro
líquido o contenido semisólido que albergaran los cuerpos en el interior no le
producían náuseas o arcadas sino que eran uno más de los detalles que
integraban el aspecto tan peculiar de este recinto.
Sin embargo, había
cosas que no habían cambiado, pero que sin duda lo harían con el paso del
tiempo: aún atraía las miradas lujuriosas y lascivas de los hombres por mucho
que Marc se colocara detrás de ella e intentara cubrirla. Y también esas
miradas iban acompañadas en la mayoría de los casos de pellizcos o intentos nada
disimulados o discretos de caricias hacia su trasero. No obstante, algo sí que
había cambiado en este punto y todo gracias a la falda y a sus enaguas triples:
eran tan gruesas y grandes que cuando los hombres creían estar rozando su parte
trasera lo que en realidad acariciaban eran un trozo de tela que se curvaba
ligeramente; pues esa parte de su cuerpo se encontraba numerosos centímetros
por debajo.
Era una chica
preparada e inteligente.
Una cosa que sí que
cambió de forma radical con respecto a su visita anterior fue que en esta
ocasión se dirigieron directamente a las primeras filas; sin importarle a Sarah
ni el qué dirán ni su reputación al respecto; pues al fin y al cabo nadie la
conocía allí y estaba allí por trabajo. No el trabajo que todo el mundo pensaba
debido a su aspecto pero trabajo al fin y a al cabo.
De forma inesperada
un gladiolo rojo apareció ante sus ojos y ella se vio incapaz de rechazarlo;
sobre todo por la persona que se la entregaba: un niño rubio de enormes ojos
azules que llevaba escritas y reflejadas en ellos y en la frente las palabras
picardía y travesura. Cuando lo tuvo entre sus dedos, el mensajero misterioso
le señaló hacia atrás para que identificara a su remitente.
“Otra cosa que no ha
cambiado y que parece que nunca va cambiar” pensó mientras suspiraba y se
mordía el labio inferior al descubrir quién era su admirador secreto.
O mejor dicho, no
tan secreto, ya que éste no era ni más ni menos que Albert Branches; el “juez”
(aunque dudaba mucho de su imparcialidad) y recaudador de apuestas de la noche,
quien la miraba expectante y ansioso a la espera de su reacción.
Esta noche Sarah
decidió seguirle el juego y respondió al beso que le lanzó en el aire con una
sonrisa y un saludo militar realizado con dos dedos aparte de aceptar su
gladiolo. Pero estaba muy equivocado y la menospreciaba enormemente al
considerarla estúpida e ignorante si pensaba que iba a aceptar tener un
encuentro sexual con él; pues era lo que dicha flor significaba en el lenguaje
oculto de las flores.[1]
Afortunadamente,
gracias a Penélope; su principal fuente de sabiduría y conocimiento, ella se
había leído un libro al respecto y conocía al detalle qué era lo que
significaba cada una de las flores y los pequeños matices que podían
representar los colores.
De hecho, un hombre
que intentara seducirla y conquistarla gracias a las flores, lo iba a tener
bastante complicado ya que, aunque era una mujer bastante romántica (vena
potenciada sobre todo gracias a las historias de amor tan bonitas y de final
feliz que habían ocurrido a su alrededor), las flores no eran un regalo que le
gustasen especialmente. Es más, ella solo había aceptado la flor como gesto de
buena educación porque lo que hacía falta para conquistarla a ella eran otro tipo
de detalles y sobre todo, por el estomago.
Con dulces
especialmente.
“Chocolate…” pensó
babeando.
Nuevamente, el
silencio poco a poco se fue adueñando del recinto, esta vez sin que Albert
tuviera que llamar a la calma o rogar silencio y tanto Sarah como Marc
volvieron sus cabezas hacia el desvencijado escenario donde estaba sentado en
esta ocasión Albert.
Un Albert que había
cambiado su atuendo para esta ocasión: su casaca imitaba a las chaquetas de los
uniformes militares británicos pero de tiempo atrás. De gala en este caso, pues
era roja; solo que los botones, borlas y demás añadidos no eran de oro. Ni
siquiera eran dorados. En su lugar eran de color negro; pero aún así
contrastaban enormemente con el color predominante de la prenda. También
llevaba un pañuelo anudado en el estilo aún imperante del bello Beau y además
en esta ocasión se había colocado un sombrero de ala ancha; muy similar al de
los mosqueteros o a los de los soldados de los tercios de los ejércitos de
Felipe II (en este caso mucho menos probable que ésta hubiera sido la opción
escogida, debido a la evidente rivalidad existente entre ambas coronas en el
siglo XVII) con una pluma de color blanco enorme. Lo que no había cambiado nada
era que hoy también se había pintado la raya de los ojos de color negro y de
una manera bastante exagerada.
Sarah pensaba cuando
lo descubrió disfrazado de semejante manera que solo le faltaban el parche, un
aro, un loro y una extremidad de madera para parecerse a la imagen mental que
ella tenía del único pirata literario sobre el cual ella había tenido la
ocasión de leer: el capitán Long John Silver de La Isla del Tesoro, la novela
escrita por Robert Louis Stevenson[2].
Sintiéndose el
centro de todas las miradas, tal y como era su deseo, Albert continúo sentado durante
un momento más, disfrutando al máximo ese instante en el que él y solo él era
el único que atraía el centro de todas las miradas, pues en el mismo instante
en el que los boxeadores comenzaban a golpearse, se volvía invisible a ojos de
los demás. Mucho tenía que amañar un combate o tomar un sinfín de injustas
decisiones para que nuevamente las miradas recayesen sobre él… para mal.
“Ahora es cuando
presenta a los luchadores” dijo Sarah mentalmente esbozando una sonrisa de
anticipación.
De forma sorpresiva
para ella, Albert no dijo nada acerca de los luchadores. Al menos de momento.
-
Último
aviso a rezagados, lerdos, borrachos, drogados o retrasados mentales –
dijo, sacando una campana de uno de los
bolsillos internos de su chaqueta y agitándola con fuerza. – Este es vuestro
último aviso para realizar vuestras apuestas a favor de uno u otro luchador –
anunció. - ¡Último aviso! – repitió, gritando. – Así que si alguno se atreve a
hacerlo es aquí y ahora – añadió, guardando silencio y oteando el horizonte de
personas en busca de una mano alzada que así lo indicara. - ¿No? – preguntó
receloso. - ¿Seguros? – añadió. – Muy bien – dijo, dando una palmada. – Vuestro
momento ha pasado estúpidos – explicó. – No digáis que no os avisé y advertí
hasta el último momento – incidió. – Y a quien diga lo contrario, que sepa que
es un mentiroso y espero que le salgan ladillas en los pelos de su inservible
verga – maldijo. – Aunque… - dijo, elevando el dedo índice. – Mi opinión en
este aspecto puede variar considerablemente si me dan unos buenos alicientes –
advirtió, con un brillo malicioso en la mirada a la par que realizaba una
pantomima explicativa de cuáles eran esos dos motivos: dos buenas tetas.
Hecho esto y
conocedor de que se había granjeado el favor del público masculino y de buena
parte del femenino; el cual, ya le había mostrado sus encantos sin pudor y más
de una vez vistas su reacciones a Albert, éste se echó a reír como un maníaco
mientras caminaba dando enormes zancadas e imitaba la forma de caminar de un
desfile militar elevando su pierna sorprendentemente ágil hasta la altura de su
hombro; mostrando a cada paso fuerte que daba lo frágil e inestable que era el
mohoso escenario; el cual tambaleaba de forma ostentosa con casa nuevo paso que
daba.
-
¡Ya
basta! – grito, deteniendo su marcha justo en el cetro del mismo con los brazos
extendidos exigiendo un silencio al público, el cual sólo él rompía. – Es el
turno de que todos me conozcáis – anunció. – O mejor dicho, de que me
reconozcáis – apostilló, guiñando el ojo derecho al público; aunque Sarah pudo
jurar que era única y exclusivamente para ella. – Me llamo Albert Branches –
explicó, descubriéndose la cabeza como si hubiese alguien realmente importante
entre el público por quien mereciese la pena realizar esa acción síntoma de
respeto. – Y hoy seré nuevamente el juez de este combate. Además de que soy el
dueño de este sitio que abarrotáis con vuestra presencia a diario y el amante
oculto con el que no paráis de fornicar en sueños, señoras – explicó, con una
sonrisa pícara. – Sin embargo, sé que no solo habéis venido a tan sexy y
atrayente hombre esta noche – dijo, con cierto tono teatral de lástima. – Sino
que además también queréis ver un combate de boxeo, así que dejaré mi baile
erótico para más tarde – dijo desabrochándose un par de botones de su camisa
para incentivar y crear expectación hacia su persona entre el público femenino
– y me centraré en el segundo acto más importante de hoy. Y calzándose de nuevo
el sombrero, gritó: - ¡Sed bienvenidos al baño de sangre de esta noche! –
exclamó. - ¡Y hoy nunca mejor dicho! – añadió, con una risita no muy fuerte que
Sarah no entendió. – En vista de lo sucedido el otro día, nada de tocar a los
luchadores, nada de ayudas, nada de trampas y mucho menos ¡nada de tocar a los
luchadores! – exclamó con tono serio Albert ahora.
“¿Será posible que a
Doble H no le guste que lo soben y violen en público?” se preguntó Sarah
divertida.
-
Os lo
digo a vosotros – dijo señalando a los hombres, ceñudo. – Y sobre todo a
vosotras señoras – añadió, mirando a la zona donde más concentración de mujeres
prostitutas había (que era justo al lado de donde Sarah se hallaba) –Así que si
queréis comportaros como unas zorras, ya sabéis donde podéis hacerlo y sino, yo
mismo estaré encantado de mostrároslo de una patada en el culo… ¡en la puta
calle! – exclamó, señalándola.
Tanto Sarah como el
resto del público permanecieron en silencio, por lo que las palabras Puta calle
continuaron resonando varias veces después de que las hubiera pronunciado
Albert. Nadie jamás lo había visto tan enfadado y recalcando tanto acerca de la
seguridad para con los luchadores pero Albert tenía sus motivos: con la misma
facilidad con la que se acercaban a ellos las prostitutas, cualquier hombre
celoso, rival o simplemente muy perjudicado podría hacer lo mismo y herirles de
forma leve o grave e incluso de forma mortal. Atrayendo consecuentemente a los
8 de Bow Street hacia su anfiteatro y hacia su persona, siendo perfectamente
consciente de que no gozaba de su simpatía por la actividad a la que se
dedicaba y de que estaban deseosos de ponerles las manos encima. Además de la
inexorable y triste pérdida que supondría para todos los que eran de la zona.
-
Y ahora
es el turno de las presentaciones… - explicó Albert cambiando su expresión
desde la seriedad y solemnidad más absolutas a la sonrisa más deslumbrante que
alguna vez pudo esbozar. – Creo que todos conocemos a nuestro primer luchador –
añadió.
“Doble H” pensó
Sarah con total certeza.
-
El más
sanguinario carnicero de estos lares – explicó, antes de echarse a reír con la
complicidad de todo el público allí presente, exceptuando Sarah por supuesto
quien frunció el entrecejo ante esta adición de información.
“Desde luego que ese
no es Doble H” pensó ella. “Entonces ¿a quién se refiere?” se preguntó.
-
Porque
sabe hacer crujir huesos y chorrear sangre como nadie, porque domina el manejo
del hacha y de cualquier tipo de cuchillo como ninguno, porque sus embutidos
son los de mejor calidad de todo Londres por muy mala imagen que dé su local y
sobre todo, porque es el único que sabe partir un cabecero de ternera en filete
del mismo grosor en toda Gran Bretaña señoras, señores y sexualmente
indefinidos y confusos pónganse en pie para recibir a nuestro primer luchador
de esta noche – explicó, antes de tomarse un minuto de descanso para tomar aire
y gritar: - ¡En la esquina derecha Harold “Butch” Matthews! – antes de romper a aplaudir con entusiasmo sin
dejar de sonreír.
“¿Butch?” se
preguntó Sarah ceñuda. “¿Un carnicero?” añadió en el mismo estado de conmoción.
“¿Doble H va a pelear hoy contra un carnicero?” añadió, algo desilusionada.
“¿Es que ya no hay boxeadores contra los que pueda pelear para que yo pueda
escribir un buen artículo?” concluyó, ahora enfadada.
Sin embargo, poco le
duró su enfado.
Exactamente hasta el
instante en que fue consciente de que la multitud aún silbaba y aplaudía
jaleando su nombre. O más bien su mote.
“Vaya, vaya, vaya”
se dijo, sorprendida. “Otro luchador que se tiene ganado el cariño del público”
añadió. “A ver cómo sales parado esta noche, Doble H” concluyó, lanzando este
reto mental al aire del recinto impregnado de malos olores.
Curiosa de forma
repentina, estiró el cuello para ver cómo era físicamente el popular rival de
esa noche del luchador estrella del anfiteatro.
Sin más dilación,
“Butch” entró en la arena con una leve carrera sin dejar de sonreír y saludando
al público; agradeciéndole de este modo sus muestras de cariño. Gracias a esto,
Sarah por fin pudo verle por primera vez y confirmar algunos de los tópicos que
había formado en su cabeza acerca de los boxeadores.
En efecto, Butch
también era calvo.
Solo que esta vez no
lo era porque sufriese alopecia; lo era porque se rapaba. Así al menos lo
indicaba el rastro negro como si de una mancha permanente se tratase, que
cubría toda su cabeza.
Eso sí, que no
tuviese ni un pelo de tonto no quería decir que ese mismo vello no estuviese
presente en otras zonas de su cara. Es decir, que tenía patillas y un enorme y
largo bigote marrón bastante similar al del padre de Rosamund Harper.
No obstante, sí que
había diferencias con respecto a Gary Johnson, Butch era mucho más alto, mucho
más peludo y sobre todo, estaba mucho mejor musculado tanto en brazos como el
abdomen.
“Un rival mucho más
difícil que el anterior” pensó Sarah, no sin cierta satisfacción.
Cuando Butch se
situó en su esquina correspondiente, todas las miradas regresaron y se
volvieron nuevamente hacia Albert; quien en esta ocasión se hallaba en una de
las esquinas del escenario abstraído y
mirando ceñudo hacia el público. Pasado un instante y como si hubiera salido de
un trance, parpadeó al menos unas diez veces seguidas antes de salir corriendo
hacia la otra punta del escenario; el cual crujía y soltaba serrín con cada una
de sus pisadas. En esa otra esquina se detuvo y repitió posición, añadiéndole
además el gesto de situar su mano en forma de – C alrededor de su oído para
poder escuchar con mayor claridad el imperceptible sonido a ojos del resto.
-
¿No lo
oís? – preguntó por fin, volviendo en sí y dirigiéndose al gran público. –
Comienzan los chorreos – añadió, riendo cual maniaco. – Porque sí queridos
amigos, la culpa del aspecto húmedo y mohoso en contra de lo que pudiera
parecer – dijo, golpeando con un fuerza con la pierna derecha el escenario; el
cual nuevamente volvió a crujir y levantando una de las tablas que lo
conformaban, capturándola por el extremo que se elevó. – No es culpa mía –
explicó. Y señalando con dicha tabla hacia la zona de las prostitutas: - La
culpa es toda vuestra – las acusó. – Vuestra y de vuestros fluidos corporales,
sobre todo vaginales cada vez que lo veis – añadió. – Pero yo no tengo la culpa
de vuestra total ceguera para diferenciar carne de primera – dijo, señalándose
y pavoneándose meneando el trasero. – Con desechos – añadió, señalando al lugar
por donde tenía que hacer su gran aparición Doble H. – No obstante, no seré yo
quien os prive de vuestro momento de goce – explicó, levantando las manos. –
Así que… padres, oculten a sus hijas, maridos, guarden a sus mujeres y putas…
abrid las piernas porque en la esquina derecha, se situará el dolor de ovarios
más grande de todo el Imperio Británico… ¡el señor Skin HH Skull! – gritó,
elevando la tabla al techo antes de señalar su esquina.
Por segunda vez en
pocos días, Sarah observó cómo Doble H salía a la arena, caminado de forma
tranquila y pausada; como si fuera una actividad que llevara haciendo bastante
tiempo. Esta vez además, pudo apreciar que caminaba mirando al suelo; muy
concentrado en el suelo que pisaba y los pasos que estaba dando.
Desde luego que
Sarah no estaba chorreando; tal y como aseguraba Albert pero, no pudo evitar
que los latidos de su corazón se acelerasen al verlo en toda su expresión de
masculinidad y que se sintiera repentinamente insegura acerca del atuendo que
había escogido para esa noche. Atuendo transformado en demasiado llamativo en
su opinión. Y lo menos que quería y deseaba ella que Doble H se desconcentrase
y perdiera un combate importante por su culpa.
Con esta premisa en
su mente, retrocedió con un paso para ocultarse algo más entre la multitud que
se había acumulado en la primera fila al ver cómo salía al encuentro de Butch
para iniciar el combate.
Fue justo en ese
momento cuando descubrió que estaba quieto habiendo recorrido solo un cuarto de
su camino ya que se había quedado enganchado con algo. Ese algo no era ni más
ni menos que el extremo de un colgante de tres vueltas con pequeñas
cadenas rematadas en forma de flor; una
de las cuales “casualmente” era lo que se había enganchado en la parte trasera
de las calzas de Doble H.
Éste al darse cuenta
de la situación, intentó deshacer el nudo y desengancharse. Sin embargo, sus
vendas, las cuales eran una ventaja a la hora de pelear se habían convertido en
un enorme obstáculo para realizar esta acción. Frustrado por su incapacidad
para resolver este problema, decidió cambiar de estrategia y elegir la solución
más rápida y efectiva: comenzó a tirar de la cadena para romperla. Pero tampoco
funcionó esta solución porque a más tiraba para desembarazarse de ella, más
acercaba a la señorita Rose de la calle Dorset de Whitechapel[3] a las cuerdas que
separaban la arena de las gradas; con el consecuente riesgo y peligro de expulsión del anfiteatro que ello
conllevaba para ella.
Incapaz de permitir
esto por mucho que hubiera realizado esta acción a propósito, ya que
prácticamente era una vecina y además le había revisado sus zonas íntimas para
evitar y vigilar que no contrajese enfermedades de tipo sexual, bufó y resopló
antes de acortar la distancia que los separaba caminando él hacia las gradas.
Una vez allí, se
desenganchó el collar gracias a sus cadenas y le lanzó una mirada de
advertencia para que no volviera a hacerlo, ella sacó morritos y retrocedió,
fingiendo arrepentimiento, provocando que Doble H sonriera y se acercara para
entregárselo en mano. Ese fue el momento escogido por Rose para, agarrarse a
las cuerdas y lanzarse de manera apasionada sobre su boca y enroscar su lengua
con la de él.
Sarah suspiró,
resignada mientras se mordía el labio inferior y reprobaba la acción de manera
mucho menos puritana, a la par que alababa el ingenio de la prostituta para
evitar infringir la norma impuesta por Albert mientras pensaba en lo típica que
era esta reacción femenina.
El recinto
permaneció tan silencioso que los carraspeos y tamborileos de dedos sobre la
tabla de Albert fueron perfectamente audibles en cualquier rincón de The Eye.
También para los participantes; quienes pusieron fin a su beso al instante y a
la par elevaron su mirada hacia él; quien los miraba ceñudo, con los ojos
entrecerrados e inyectados en sangre por la furia y bastante enfadado con ambos
porque habían encontrado una manera con la que saltarse su norma y por tanto,
no podía expulsar a Rose de allí.
Ignorando
deliberadamente el gesto de su mejor amigo, Doble H; quien no olvidó en ningún
momento sus modales de perfecto caballero, realizó una reverencia justo frente
a Rose y caminó hacia el centro de la arena para chocar los puños y compartir
una sonrisa cómplice con Butch; quien expulsó una risotada ante la comicidad de
la situación antes de comenzar de una vez por todas (para inmensa alegría de
Albert) el combate de boxeo de esa noche.
Otra de las
diferencias con respecto a s combate anterior y una enorme ventaja para Sarah
fue que al colocarse en primera fila, no perdió detalle del combate de inicio y
pudo observar cómo la manera de pelear de ambos luchadores era diametralmente
opuesta: mientras que la de Butch consistía básicamente en permanecer estático
mientras recibía los golpes y esperaba su oportunidad para golpear a Doble H cada
vez que éste se acercaba, Doble H se comportaba como un animal nervioso y
encadenado; es decir, no paraba quieto ni un momento. Por eso entendía que los
hombres se volvieran locos y aplaudiesen a rabiar su manera de pelear, ya que
de lo contrario todo sería realmente tedioso. En cambio, gracias a sus
movimientos continuos alrededor del
objetivo y a sus agachadas y bloqueos de los golpes del contrario, disparaba la
adrenalina del público ansioso y curioso por saber si en algún momento iba a
fallar y ser el objeto de algún impacto.
Una adrenalina de la
cual también era presa Sarah Parker; nerviosa y preocupada a partes iguales por
la seguridad del luchador al que encontró en la calle. Aún así, su estado no
alcanzó las cotas de alarma de su combate de debut como comentarista y por eso,
recelosa miró la manera de luchar de Doble H para recordar de inmediato que
éste no era el iniciador de esta manera de pelear y que ella había leído antes
sobre ella cuando se estaba documentando para ser George Iron Pounches.
En efecto, esta
manera de pelear ya la había utilizado Daniel Mendoza[4]; un boxeador anciano y ya
retirado profesionalmente.
“¿Sería posible que
Doble H hubiera conocido a Dan Mendoza y hubiera aprendido de él su manera de
pelear?” se preguntó. “Imposible” se respondió a continuación.
¿Por qué no?
Porque era conocido
para todo aquel que leyese la prensa deportiva que pese a que entre sus
intenciones estuvo la de formar una escuela de boxeo y fundar su propio
anfiteatro, al quedarse en la ruina se convirtió en un viejo ermitaño,
maleducado y cascarrabias. Por tanto era absolutamente imposible que Doble H lo
hubiera convencido para que le diese lecciones de boxeo. Era mucho más
plausible que se hubiese leído su libro; por muy perfectos que fueran sus
movimientos.
Aunque la técnica de
Doble H era efectiva y muy depurada, ya que Butch aún no le había rozado, no
era infalible porque ya había pasado una ronda y estaban a mitad de la segunda
y éste no había puesto fin al combate. Sin duda, a eso también contribuía el
abismo de preparación física entre Gary Johnson y Butch.
“¿Otra vez ella?” se
preguntó Henry cuando visualizó nuevamente a su ángel salvador por el rabillo
del ojo antes de revolverse y darse la vuelta para comprobar si su vista no le
había fallado y confirmar que era ella.
Efectivamente, no se
había equivocado y la mujer morena era su ángel en la versión más infernal de
un ángel que él jamás había visto.
“¿Cómo se atreve a
salir a la calle con los pechos únicamente cubiertos por plumas?” se preguntó
enfadado. “¿Es que se ha vuelto completamente loca?” añadió, golpeando el
estómago de Butch con fuerza y cubriéndose tras eso para volver a moverse hacia
el lado contrario y comprobar cómo Albert no dejaba de lanzar ávidas miradas en
su dirección; lo cual le enfadó aún más.
“¿Por qué demonios
viene aquí?” se preguntó, gruñendo. “¿Es que quiere torturarme hasta que la
salude en público y le pida disculpas por vomitarle encima?” añadió, golpeando
nuevamente a Butch; quien se había convertido de repente en el receptor y
aliviador de su frustración y enfado. “Pues muy bien” pensó decidido. “Tus
deseos se van a ver concedidos” añadió con firmeza incrementando la potencia y
rapidez de sus golpes; esta vez dirigidos única y exclusivamente al rostro de
Butch con el firme propósito de atontarle lo suficiente para que fuera incapaz
de mantenerse en pie y con ello, poner punto y final a su combate de hoy; el
cual había prolongado algo más a posta, conocedor del enorme cariño y simpatía
que el carnicero del barrio evocaba entre el público.
A ojos de los
asistentes, podría parecer que los golpes de Doble H estaban realizados al azar
y que con cada uno de ellos, los movimientos de un Butch cada vez más atontado
y débil por la avalancha de golpes eran erráticos y azarosos. Sin embargo, eran
todo lo contrario: éstos formaban parte de un maléfico plan que había trazado
para matar dos pájaros de un tiro esa noche: dado que por reputación y sobre
todo, si quería mantener su Campeonato de Pesos Medianos necesitaba ganar ese
combate y también era imperante que mantuviera una conversación urgente con la
mujer desconocida ¿qué mejor manera de aunar ambos objetivos que concluir el
combate que junto a ella, en las cuerdas que separaban ambas partes del
anfiteatro?
Y eso fue
precisamente lo que hizo, cuando dio el golpe de gracia a Butch justo en el
centro del rostro. Un golpe que lo noqueó totalmente y que por tanto, provocó
que trastabillase hacia atrás y se hubiera golpeado contra el suelo sino llegó
a ser porque las cuerdas actuaron como paracaídas; manteniéndole inconsciente
sobre ellas.
Albert levantó la
mano derecha, haciendo patente al resto del público asistente que el combate
había llegado a su fin y que había sido Skin HH Skull el ganador; provocando
que la multitud estallase de júbilo en gritos, silbidos y aplausos para el
vencedor, creando de la nada un molesto ruido ensordecedor.
No obstante, había
dos personas en el anfiteatro que permanecían ajenas y ausentes al ruido que se
producía a su alrededor; éstas eran el propio Doble H y sobre todo, Sarah
Parker.
Una Sarah Parker que
había descubierto el propósito de Doble H cuando comenzó a orientar a Butch con
sus golpes justo en su dirección, con la firme intención seguramente de
concluirlo junto a ella para hablar con ella porque la había reconocido.
“Maldición” pensó
con fastidio.
Incapaz de moverse
ni un solo centímetros debido a la aglomeración en torno a ella para felicitar
personalmente con cualquier tipo de gesto al vencedor, a Sarah no le quedó más
remedio que adoptar como solución temporal (hasta que Marc la sacase de allí) la
inútil creencia de mantener quieta y rígida como una estatua y agachar la
mirada como si con esa acción resultase invisible de forma mágica para todos
los que estaban cerca de ella.
Obviamente su
estrategia no funcionó y Doble H continuó frente a ella en silencio.
Pero si estaba en
silencio ¿cómo estaba tan segura de que no se había marchado?
Porque pese a que no
le estaba mirando fijamente a la cara, Sarah era perfectamente de la mirada
profunda e intensa que le estaba dedicando en exclusiva. Tan intensa y profunda
que provocaba que sintiera mariposas revoloteando en su estómago y que, en
consecuencia, la temperatura de su cuerpo subiera varios grados y se
manifestase en el rubor de sus mejillas.
Mas, si pensaba que
ella cedería y elevaría los ojos hacia él, estaba equivocado por completo.
Era él quien se
había acercado hacia allí con ganas e intenciones de hablar ¿no?
Pues que fuera él
quien abriese primero la boca.
“¿Por qué no levanta
los ojos y me mira?” se preguntó enfadado. “Pero… ¡si sabe perfectamente que
estoy delante suya!” protestó.
Henry quiso dejar en
nada la escasa distancia que los separaba y levantarle la barbilla; obligándole
a mirarle a la cara. No obstante, al igual que era perfectamente consciente de
su presencia ahí delante de ella, también lo era de una serie de
inconvenientes:
1. El primero era que, obviamente aunque él
fuera quien se saltara las reglas sería a la mujer a quien expulsarían de allí
para siempre. Y él no querían que la echaran de allí; al menos no todavía pues
tenían que hablar. Después podía desaparecer de su vida para siempre. Ya no le
importaría.
2. El segundo estaba muy relacionado con el
primero y era que él podía prever y controlar en todo momento lo que sucedería
de su parte, pero desconocía cómo iba a actuar y comportarse el otro lado de la
cuerda. Además, tenía un precedente bastante reciente con Rose y la cadena.
3. Los dos anteriores eran bastante obvios,
aunque sin duda el tercero era el que se llevaba la palma porque el tercer
inconveniente con el que Henry se encontraba a la hora de estrechar círculos y
crear relaciones con su salvadora medía cerca de dos metros y estaba situado
sólo dos pasos por detrás de ella siendo testigo de excepción de la situación y
aunque estaba seguro de que podría vencerlo, también conocía de antemano que
estas no eran las circunstancias más favorables para un nuevo combate;
inmediatamente detrás de otro.
Su mente bullía de
actividad, aunque nada estaba claro en ella.
¿Qué debía hacer?
“Actuar o no actuar;
esa es la cuestión” se planteó a imitación de las frases más célebres de la
obra de William Shakespeare.[5]
La providencia actuó
para poner punto y final a tan silenciosa y extraña situación; que a cada
minuto que pasaba ganaba curiosos adeptos.
¿Cómo lo hizo?
En forma de puñetazo
de Butch a Doble H como movimiento espasmódico donde concentró todas las
fuerzas que le fallaban. Y como debido a la diferencia de estatura entre ambos,
Doble H había encorvado ligeramente su espalda, éste le impactó. Pero no de
lleno en el rostro como respuesta al que él había recibido antes, no. En este
caso, el puñetazo impactó lateralmente en el pómulo de Doble H y alcanzó
también someramente la nariz de éste. No fue tan grave como el que Butch había
sufrido porque Doble H no había dejado de estar alerta en ningún momento pese a
fingir tranquilidad y vio con el rabillo del ojo el puño de Butch elevarse,
siendo lo suficientemente rápido de movimientos y reflejos para evitar mayores
desgracias.
Quien sí que no lo
vio venir de ninguna de las maneras fue Sarah Parker; de tan concentrada como
estaba en su propósito de conseguir ser invisible. No obstante, esta acción
desarrollada delante de sus narices y sobre todo, el pequeño hilillo de sangre
que manchó desde su cuello hasta la
mitad de su corsé (y con ello, a numerosas de las plumas bordadas que éste
tenía) fueron el estímulo para que levantara la cabeza y alzara la vista justo
en el momento en que Doble H recuperaba la posición que había perdido
momentáneamente.
Sus miradas se
encontraron y se miraron fijamente por primera vez, siendo ambos completamente
conscientes de ello y sin impedimentos como la bebida o las drogas de por
medio.
Había conexión entre
ambos.
Una conexión
silenciosa tan poderosa entre ambos que el mundo a su alrededor desapareció y
ambos continuaron mirándose a los ojos, escudriñándose, incapaz de apartar la
mirada el uno de otro.
Era como si
estuvieran atados por una cadena invisible que les impedía e inmovilizaba para
hacer otra cosa que no fuera mirarse detenidamente a los ojos; lo cual
provocaba escalofríos en la espalda de Sarah, pues nunca había sentido nada
parecido.
Ni siquiera la
primera vez que miró a la cara a Christian y reunió el valor suficiente para
hablar con él.
Henry fue el primero
en romper este “hechizo” cuando dijo:
-
Te he
manchado – antes de maldecir mentalmente su estupidez suprema por el patético
inicio de conversación que había escogido.
-
No sería
la primera vez – respondió ella, recordándole perfectamente que no había
olvidado su vomitona tras darle el beso y que por tanto, debía pedirle
disculpas.
“Al menos recuerda
el beso” se consoló mentalmente Henry antes de tragar saliva; conocedor de que
debía escoger muy bien las palabras de disculpa para tan inusual situación.
Quería pedirle
disculpas.
Es más, debía
hacerlo; pues al fin y al cabo era lo que dictaba la buena educación.
No obstante, esas no
fueron las palabras que salieron de su boca la siguiente vez que habló.
Repentinamente avergonzado porque se conociese tan patético y penoso episodio
de su vida, temeroso de perder su status de héroe entre el populacho o receloso
de que se burlasen y encogiesen su ego masculino, no supo muy bien cuál fue el
motivo pero en vez de una disculpa, lo siguiente que dijo; no sin antes echar un
buen vistazo escudriñador al corsé de Sarah (y mucho más aliviado de estar
equivocado en cuanto a cómo estaban cubiertos sus pechos):
-
Tu corsé
tienes las plumas de oca – Y añadió, acercándose a ella tras un instante de
silencio, bajando el volumen de su voz y cambiando su registro al de la
seducción: - Exactamente como las de la colcha de mi cama ¿sabes? – le
preguntó, añadiendo su sonrisa más seductora y fijando su mirada en su escote.
“¿Qué demonios estás
haciendo intentando seducirla, idiota?” se preguntó, muy enfadado y
escandalizado consigo mismo. “¡Ella no!” añadió. “¡Ella te salvó la vida!”
exclamó, incidiendo precisamente en este aspecto de su corta relación “¡Deberías
estar pidiéndole disculpas y no intentando seducirla invitándola a tu cama!” se
reprobó. “¿Y desde cuándo invitas tú a cualquiera a compartir tu cama?” se
preguntó, también alucinado ante su atrevimiento. “¡Levanta la vista ahora
mismo!” se ordenó.
Su hilo de
pensamientos se vio interrumpido de manera brusca cuando observó con atención,
cómo al contrario que hasta lo de ahora, la mujer se miró ceñuda hacia abajo y
recorrió con ella el rastro que su sangre había dejado tanto sobre su ropa como
sobre su piel.
-
¡Qué
lástima! – exclamó ella fingiendo pesadumbre. – Juraría por cómo gritaba y se
quejaba mientras era desplumado que era un ganso – respondió ella de forma
valiente y altanera, dejando muy claro con esta respuesta que no pensaba
achantarse ante él y permitir que la tomara el pelo públicamente mientras
fingía interés amoroso-sexual hacia ella solo por el mero hecho de compartir un
beso (casto y puro en comparación con los que ella había presenciado) y también
incrédula por su respuesta y comportamiento.
“¡Vaya!” exclamó
sorprendido. “La palomita tiene agallas” añadió, sorprendido y encantado de
sacarle por fin algo de ese carácter que mostró en su primer encuentro y que recordaba
de forma brumosa.
Si había una única
cosa que le gustaba a Henry de las mujeres aparte de que fueran hermosas era
que les gustase jugar y participar en sus juegos de seducción con comentarios
tan agudos y mordaces como los que él les lanzaba. Y normalmente, distinguía a
la perfección con qué tipo de mujer estaba permitido realizarlo y con cuáles lo
tenía terminantemente prohibido.
La mujer que tenía
frente a él obviamente debía incluirse dentro del segundo grupo. Sin embargo,
sería la noche o ese golpe que Butch le había propinado pero lo olvidó en esta
ocasión y por eso, respondió lo siguiente:
-
Si antes
me volvía loco esa prenda, no puedes imaginarte cómo me gusta ahora -. Sarah
enarcó una ceja y miró con escepticismo de nuevo a su corsé. – Pareces una
paloma – le dijo él, sonriéndola y nuevamente con voz seductora. –
La Sarah Parker de
día hubiera aceptado el “cumplido” por mucho que le desagradase en su interior,
hubiera agachado la cabeza y hubiera permanecido en silencio sin replicar.
Esa era la Sarah
Parker de día.
Sin embargo, era de
la noche y como tal, tenía licencia para actuar de forma diametralmente opuesta
a como se comportaba durante el día y por tanto, podía hacer y decir lo que le viniera
en gana sin tener en cuenta el qué dirán o las personas que le rodeaban.
Y por eso no iba a
permanecer callada ante una palabra tan ofensiva a sus oídos, por ello se
sintió tremendamente orgullosa de sí misma cuando replicó a Doble H con las
siguientes palabras:
-
Si
pichona es el mayor cumplido que sale de tu boca para seducir y conquistar, no
entiendo cómo tienes tanto éxito con las mujeres -.
Henry abrió la boca
tanto por la sorpresa mayúscula que le causó esta réplica y con la firme
intención de silenciarla fuese como fuese. No obstante, Albert se le adelantó:
-
¡K.O! –
gritó, encantado antes de echarse a reír a carcajada limpia y levantar el
pañuelo que llevaba en su mano derecha y que había pasado a representar a Sarah
en el combate dialéctico que ambos habían mantenido.
Aturdido por el
noqueo mental que acababa de recibir, Henry solo reaccionó cuando escuchó
hablar a Marc:
-
Hora de
irnos – estableció.
Y cogiendo a Sarah
por las ataduras superiores del corsé, la levantó en el aire con dos dedos de
la mano como si de una marioneta de trapo se tratase y le dio una vuelta
completa hasta situarla en la dirección de la puerta de salida.
-
¡Espera!
– gritó Henry, saltando la cuerda cuando ambos ya habían comenzado a andar. -
¡Espera! – volvió a gritar, persiguiéndoles abriéndose paso a codazos y a duras
penas entre la multitud. – No… no quise decir eso – se disculpó. - ¡Joder,
espera! – gritó una tercera vez. - ¡Tenemos que hablar! – añadió. - ¡Dime al
menos cómo te llamas! – pidió.
Fue en vano.
Sobre todo porque
unos de sus codazos fue malinterpretado como una petición para que lo elevasen
porque quería celebrar su triunfo con una vuelta al anfiteatro subido en los
hombros de algunos asistentes, tal y como había sucedido en el combate
anterior. Petición no pronunciada pero aún así concedida.
Fue subido en los
hombros e iniciando ya el recorrido cuando intentó por última vez ponerse en
contacto con la mujer misteriosa y apenas conocida e intentar sonsacarle algún
tipo de información, preguntándole girando la cabeza en su dirección a la
espera de una respuesta por su parte:
-
¿Por qué
vienes? -.
Esta vez sí que hubo
una respuesta por parte de Sarah: volvió la cabeza en su dirección por detrás
del inmenso cuerpo de Marc y le dedicó el mismo saludo que a Albert, en este
caso para despedirse.
Veinte minutos
después, de los cuales los cinco últimos los había dedicado al hallazgo de su
chaqueta entre el polvo y la suciedad, un Henry algo más recompuesto se dirigió
hacia donde Albert se hallaba para cobrar su sueldo de esta noche.
-
Mi sitio
– dijo, levantando al hombre que estaba sentado justo enfrente de su amigo agarrándolo
por la solapa de la chaqueta y depositándolo de mala manera en el suelo antes
de sentarse él en su lugar. - ¿Otra vez jugando a las cartas? – le preguntó
frunciendo el ceño ante la periodicidad cada vez mayor con la que su amigo
jugaba a las cartas.
-
La vida
y la fortuna son dos mujeres que me aman de manera voluble – respondió de
manera enigmática y excesivamente teatral llevando su mano a la frente, como si
de un actor de tragedias shakesperianas se tratase.
-
¿Es esa
la nueva frase que utilizas para dar pena y conseguir seducir a las mujeres? –
le preguntó burlón Henry.
-
Amigos –
anunció Albert con un suspiro apilando sus cartas y mostrándolas. – La partida ha acabado – añadió,
consiguiendo que el resto de los hombres entados allí sentados se levantaran y
se marcharan. Solo después de que éstos se hallaban a una distancia prudencial
para no escuchar su conversación, focalizó toda su atención en Henry y le
sonrió de forma maliciosa: - ¿Qué? – le preguntó. - ¿Te paseas con el pecho
descubierto para intentar seducirme a mí después de tu estrepitoso fracaso? –
añadió con una seca carcajada antes de sacarle la lengua.
-
¿Qué
tonterías estás diciendo? – le preguntó mientras resoplaba.
-
¡Oh,
vamos Henry! – exclamó él guardando la baraja. - ¡No me tomes por estúpido! –
añadió. – Es obvio que la presencia de esa chica en The Eyes es importante para
ti y te afecta – explicó.
-
No es
importante para mí – negó inmediatamente. – Y su presencia no me afecta en
absoluto – apostilló. – Es más, ella no es nadie para mí – añadió para
enfatizar su desentendimiento hacia la mujer desconocida.
-
Ya –
dijo Albert asintiendo con la cabeza sin creerle un ápice. – Y por eso las dos
veces que ha estado aquí te has distraído hasta tal punto que tus oponentes te
han golpeado – añadió, lanzándole un paño húmedo para que se lo colocara donde
Butch le había golpeado e impidiese la hinchazón. – Cuando nunca hasta ahora te
habían rozado siquiera – concluyó, manifestando su disgusto en el énfasis que
le puso a esta última frase.
-
No
necesito que me recuerdes mi trayectoria profesional, muchas gracias – le respondió
Henry irónico. – Aún sigo siendo el campeón – apostilló con orgullo.
-
Aunque…
- inició Albert, ignorando su última frase. – También cabe la posibilidad de
que estés haciendo viejo… - dejó caer, sabiendo que tocaría uno de los puntos
débiles de su amigo.
-
¿¡Qué?! –
le preguntó Henry furioso. Tan furioso que se levantó y apoyó las dos manos en
la mesa que les separaba antes de añadir: - Yo no estoy viejo – explicó. – Y cuando
tú quieras puedo demostrártelo en la arena – le retó, mucho más seguro y
preparado para un segundo combate en el día tras haber descansado unos minutos.
-
Entonces
es por la chica – dijo Albert.
-
No es
por…– siseó Henry.
-
¡Eh! –
le interrumpió Albert. – Tranquilo – añadió, con una sonrisa y levantando las
manos para apaciguarlo. – Yo también me distraería en tu situación porque…¡vaya
con los modelitos que se gasta! – exclamó resoplando y babeando al recordarlos.
-
Ten
mucho con lo que dices – le amenazó Henry con los dientes apretados por la furia,
señalándole con el dedo índice para hacer su amenaza más peligrosa y muy
enfadado con su amigo por los pensamientos que estaba desarrollando en su mente
con la mujer que le había salvado la vida semanas atrás.
-
¡Oh
vamos Hen! – exclamó. – Ahora me dirás que ni siquiera te has fijado en ellos,
cuando ambos sabemos que no es cierto – añadió. – Apuesto a que tienes una
erección tan grande como tu dolor de huevos ahora mismo por no haber podido
tirártela esta noche – concluyó, cómplice.
Esta vez Henry no
respondió con palabras.
En su lugar, abrió
las piernas y apretó las calzas, sueltas hasta ese momento contra la carne de
esa zona para demostrarle que estaba completamente equivocado mientras rezaba
mentalmente porque su amigo no prestase atención a esa parte de su anatomía y a
la par maldecía en numerosas ocasiones la amistad tan íntima que lo unía a
Albert fruto de la cual lo conocía mejor que nadie; pues sentía exactamente lo
que Albert había descrito de forma tan gráfica.
-
De
acuerdo – acabó concediendo Henry pasado un momento. – Es por la chica –
confesó, finalmente.
-
¡Lo
sabía! – exclamó Albert con una expresión de triunfo en el rostro y alzando los
puños. – Pícaro… - añadió.
-
Pero no
es por lo que piensas – le aclaró Henry.
-
¿Ah no? –
preguntó Albert con gesto de sorpresa despegando la espalda del respaldo de su
silla y acercándose a la mesa, picado por la curiosidad. – Entonces si no
quieres tener sexo con ella ¿cuál es el motivo de que te distraiga y de que su
presencia te afecte tanto? – le preguntó. - ¿Por qué la persigues tras todos
tus combates? – quiso saber. O más bien, exigió saber.
-
Porque…porque…porque…
- tartamudeó Henry nervioso. – Porque esa chica… - añadió.
-
¿Sí? –
preguntó Albert enarcando una ceja e instándole a acabar la frase.
-
Esa
chica es… esa chica es… - volvió a tartamudear Henry.
-
¿Esa
chica es…? – preguntó Albert a la espera de una respuesta convincente.
-
Porque
esa chica es mi prima Samantha – consiguió decir Henry decir de una sola vez,
inventándose la respuesta.
Si hubiera alguna
frase o noticia para describir revelación en el diccionario personal de Albert,
sin duda ésta sería la escogida. Tan impactado quedó por el anuncio que tuvo
que volver a recostarse sobre su silla.
-
Tu prima
– repitió varias veces en voz alta para grabárselo en la cabeza pues aún dudaba
bastante de la certeza de esta frase.
-
Sí – se limitaba
a asentir Henry a cada repetición de Albert.
-
¡Claro! –
dijo asintiendo con la cabeza y una enorme sonrisa lasciva en el rostro. – Tu prima
– añadió asintiendo y comprendiendo todo mucho mejor. – Cuanto más primo… más
me arrimo ¿eh? – le preguntó elevando las cejas tres veces.
-
¡No! –
gritó Henry (aunque mentalmente pensó que no le importaría ese tipo de contacto
con su “prima”) - ¡No, imbécil! – añadió, golpeándole.
-
¿Qué
prima sino? – quiso saber, extrañado.
-
Mi prima…Vera,
¡no te jode! – exclamó exasperado. - ¿Qué prima va a ser? – le preguntó
fingiendo enfadarse. - ¡La mía! – respondió.
-
Eso me
ha quedado bastante claro ya – aseguró Albert, ofendido por el chiste fácil. -
¿Desde cuándo tienes tú una prima? – preguntó, confuso rascándose la cabeza.
-
Desde el
mismo momento en que su madre y mi padre son hermanos – respondió,
sorprendentemente tranquilo ante la mentira que le estaba contando a su
hermano. – De toda la vida – incidió, recalcándolo con los ojos para hacérselo
más evidente.
-
¡Pero si
no os parecéis! – protestó Albert.
-
Los
primos no tienen por qué parecerse – explicó, hablando como si se estuviera
dirigiendo a un niño de cinco años. – Ella se parece a su rama familiar paterna
– añadió.
-
¿Y por
qué no he sabido yo de su existencia hasta hoy? – exigió saber enfurruñado y
cruzándose de brazos.
-
¡Uf! –
resopló. – Es una historia larga de contar – explicó Henry, repentinamente
solemne, carraspeando mientras se inventaba una historia no demasiado
disparatada y lo suficiente verosímil para que Albert acabara por creer su
argumentación. – Resumiendo; una enorme discusión familiar, una huida de casa
sin consentimiento paterno y una declaración de bastardía – concluyó, ante el
manifiesto interés de Albert.
-
¡Por eso
la persigues con tanto énfasis! – exclamó Albert, comprendiendo la historia. -
¡Porque no sabes el motivo de su aparición repentina ni el por qué ahora y cómo
ha conseguido dar contigo! – añadió, chasqueando los dedos y felicitándose por
su extremada inteligencia desperdiciada.
-
Ehh… -
dijo Henry.
-
¡A lo
mejor te trae buenas nuevas! – exclamó Albert poniéndose en pie con el dedo
índice levantado, excesivamente introducido en la historia. – O a lo mejor son
malas – añadió, descendiendo el tono de su voz, mirando a su amigo a los ojos y
apretándole la mano como gesto de una posible condolencia. Te odio – acabó por
decir retirando la mano y mirándole con los ojos entrecerrados.
-
¿Qué he hecho
yo ahora? – preguntó Henry sorprendido ante el cambio de actitud tan radical de
su amigo.
-
¡Tú no
has hecho nada! – explicó con mal gesto. – Es tu prima – explicó. Henry le miró
exigiendo más información. - ¡Joder! – protestó. - ¡Tienes una prima
jodidamente atractiva y deseable vestida para pecar y yo no puedo siquiera
intentar dar un paso en su dirección sin que tú me hayas descuartizado! –
añadió, con aspavientos para intentar hacerle ver su punto de vista. – En mi
caso tu también me odiarías ¿a que sí? – le preguntó.
-
Seguramente
– asintió, Henry. – No se te ocurra siquiera intentarlo – le amenazó,
utilizando la protesta de su amigo en su beneficio ya que él ni siquiera había
reparado en esa posibilidad.
-
¡Henry! –
exclamó, ofendido por la duda que vio reflejada en sus ojos.
-
Lo digo
muy en serio – recalcó. – Como yo me entere de que has mirado de mala manera o
has intentado poner un dedo sobre su piel… no te gustará saber lo que haría –
explicó, sorprendido incluso consigo mismo por la violencia de sus pensamientos
al imaginarse a su Ángel con otro hombre.
-
Por mi
parte no tiene absolutamente nada que temer – le aseguró con firmeza Albert
antes de añadir. – Tengo novia – anunció.
Henry se atragantó
con su propia saliva por la noticia.
-
¿Tú? –
preguntó enarcando una ceja como símbolo de incredulidad. - ¿Novia? – añadió,
levantando la otra a la misma altura para demostrarle hasta qué punto no le
creía ni una palabra. – Creo que te has confundido de persona a la hora de
contarle esa historieta – añadió negando con la cabeza. – Esas dos palabras no
casan en la misma frase – concluyó
-
¿Por qué
no? – preguntó con gesto contrariado. – Tengo mucho amor para dar y compartir
con el mundo ¿sabes? – le preguntó mordaz, sabiendo con total certeza que ese
era el tipo de información que Henry no estaba en absoluto interesado en
conocer.
-
De
acuerdo – dijo Henry, asintiendo. – Tienes novia – añadió, intentando asimilar
esa información. - ¿Qué prostituta es? – preguntó interesado. - ¿Dónde trabaja?
– añadió, curioso.
-
Para tu
información, no es prostituta – replicó, con tono infantil.
-
¿No? –
preguntó sorprendido. - ¿A qué se dedica entonces? – añadió. – Y lo que es más
importante de todo ¿por qué yo no sabía de su existencia hasta hoy? – preguntó,
reutilizando la pregunta formulada por él instantes antes.
-
¡Porque
sabía que te ibas a poner así de estúpido! – replicó. – Además, estamos
empezando – explicó más sereno. – Aún así ve despejando tu apretada agenda de
acontecimientos sociales de nobles porque ¡cualquier día te sorprendo
anunciando mi boda! – exclamó, lleno de felicidad.
Henry rió a
carcajadas ante el último comentario de su amigo, incapaz de imaginárselo de
ninguna de las maneras.
-
Albert,
Albert, Albert – dijo en tono condescendiente poniéndose en pie, agarrando el
saco de dinero ganado esa noche y situando su mano libre en el hombro de su
amigo. – Ambos sabemos que tus relaciones duran un suspiro a no ser que sean
con prostitutas – explicó y exhaló aire antes de añadir: - Me temo que tú y yo
no estamos hechos para mantener relaciones duraderas -.
-
Habla
por ti, amigo – dijo con firmeza y especial
énfasis la última palabra de esa frase; quitando su manaza de su hombro.
-
Lo dices
como si realmente estuvieras interesado en esa mujer – dijo, riendo suavemente
de nuevo. – No soy capaz de imaginarte – añadió, conteniendo a duras penas una
nueva carcajada. Aún así lo hizo debido al gesto y expresión seria de su amigo.
-
No te
rías del mal del vecino porque el tuyo viene de camino – le replicó Albert.
-
¡Dios,
no! – exclamó Henry horrorizado ante el mero pensamiento dando un enorme brinco
y agitando las manos compulsivamente para negarlo también y enfatizar su
negativa. – Y dado que tú me has abandonado y te has pasado al bando de los
hombres comprometidos – le reprochó con tono cariñoso y una sonrisa con la que
expresaba la felicidad que sentía por la felicidad a su vez de su mejor amigo. –
Diré que no existe mujer en el mundo destinada con Doble H, el hombre sin honor
– añadió, realizando una reverencia antes de despedirse de su amigo y emprender
el camino de regreso a casa.
De lo que Henry no
fue consciente en ningún momento fue que se había despedido de Albert
exactamente de la misma manera en que Sarah Parker lo hizo con él.
[1]
El lenguaje de las flores comenzó en Constantinopla en el año 1600 pero no fue
hasta 1716 cuando María Wortley Montagu que había vivido un tiempo en Turquía
con su marido se lo llevo a Inglaterra, Pronto se despertó el interés por tan
curioso lenguaje y se extendió a otros lugares, como Francia, donde se escribió
un libro de nombre homónimo con 800 muestras florales, donde algunas de las
traducciones tuvieron que omitirse o bien limitadas solo al francés para no
ofender a la reina; dado que la época de máximo esplendor y publicación del
libro coincidió con el reinado de la reina Victoria.
[2]
Novela de aventuras publicada en 1883, por lo que obviamente su inclusión es
una licencia histórica.
[3]
Whitechapel: Es un barrio de clase baja situado en el municipio
londinense de Tower Hamlets fundado en el siglo XIV en el entorno a una capilla
consagrada a Santa María. Desde el siglo XVII hasta mediados del XIX fue el
lugar escogido para que numerosos indigentes y personas que habían realizado el
éxodo rural se instalasen en sus calles con la consecuente transformación en
suburbio y la aparición de problemas como el hacinamiento, la suciedad y la
pobreza; sobre todo en sus pequeñas y oscuras callejuelas ramificadas. Con
respecto a la calle Dorset, decir que fue calificada como la “peor calle de
Londres” en esta época.
[4]
Daniel Mendoza: También conocido
como Dan Mendoza (1764-1836) fue un
boxeador inglés sefardí, campeón de Inglaterra de 1792 a 1795. Es conocido por
ser el padre del boxeo científico consistente en la introducción de muchos
movimientos defensivos pues hasta entonces los boxeadores apenas se movían y
solo se limitaban a golpear. Él introdujo movimientos defensivos y alrededor de
sus oponentes, siempre buscando el bloque y el evitar resultar golpeado; lo que
le permitía la victoria sobre rivales muchos más altos y fuertes que su 1’70
metros y sus 75 kilos de peso. Fue el campeón de peso pesado número 16 desde
1792 a 1795 y es hasta la actualidad el único peso mediano ganador del
Campeonato mundial de Peso Pesado. En 1789 abrió su propia academia de boxeo y
escribió un libro titulado El arte del boxeo,
cuyas enseñanzas son a día de hoy las bases del boxeo actual. En 1795 luchó
contra John Jackson (10 años más joven, 10 centímetros más alto y 19 kilos más
pesado) por el campeonato en Essex; perdiendo el combate tras 9 rondas. Ese fue
el inicio de su declive y por tanto buscó nuevas fuentes de ingresos económicos
como la compra de un pub llamado Admiral Nelson, la participación en algunas
obras de teatro e incluso redactó sus memorias en 1808 (no publicadas hasta
1816). En 1820 hizo su última aparición pública como boxeador en el Bandstead
Dows peleando contra Tom Owen y perdiendo tras 12 rondas. Murió a los 72 años de edad en la ruina. En
1954 fue incluido en el Salón de la Fama del Boxeo.
[5]
Y perteneciente en concreto de Hamlet.
No tengo mucho que decir... la escena de la pelea siento decir que no consigue captar mi atencion del todo, sorry! :( luego el k.o mental me ha encantado y albert me sigue pareciendo enorme!! :) ah!! y me encantan los modelazos de Sarah no me extraña los estragos que causa xD
ResponderEliminarsiento que no consiga captar tu atención. Yo soy lo más histórica y fehaciente posible al recrearlo y sé de buena tinta (más que nada porque no dejan de repetirlo continuamente en el MUI) que los historiadores no suelen tener mucho tirón de ventas debido a su manera de escribir, así que es un lastre con el que estoy habituada a vivir... de todas formas, no es más que una marco ambiental donde se desarrolla la historia de Sarah y Doble H, que son mi prioridad...
EliminarI love Albert too porque permite sacar el lado más soez que hay dentro de mí, aunque también tiene sus cosillas y shhh! ya me callo que no voy a proporcionarte spoilers!
jajaja a mi me encanta Albert!! me acabas de romper O.o! llego a saber que por mi modo de escribir al final nunca acabaria la carrera y me habria ahorrado mucho... xD que mi estilo es diferente y si valgo para periodista. pd: eso no lo digo yo, me lo han dicho... :P de todos modos a mi me gusta mucho como escribes. creo que para las peleas igual deberias sentirlo como si fueras doble h. eso fijo que ayuda :)
Eliminarbueno bueno bueno chin chin PEEEEEEEEEAAAAAZOOOO CAPITULAZOO COMO SIEMPRE MALEFICA XQ LO CORTAS EN LO MEJOR EEE A VER DIME XQ ME DEJAS A MEDIAS COMO SIEMPRE Q ME DEJAS INSATISFECHA QUIERO MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS MUCHO MAAAAAAAAAS JAJAJAJA
ResponderEliminarPOR DONDE EMPIEZO: SARAH CHURRI SARITA SARITISA Q HH TE PONE CERDACA BICHA NO LO NIEGUES CARI Q TA TO TREMENDO Q LAS DOS LO SABEMOS BN CARI Q ESE CUERPO HA SIDO HECHO PARA EL PECADO CARI JAJAJA (CON PERMISO DE MI SUPREMO CLARO ESTA XD) Y ALBERT UN MONUMENTO YAA E YAAA Q TIO MAS GRANDE DESDE LUEEGO A ESTE ME LE PONES UN PROGRAMA DE TV Y SE FORRA UN PROGRAMA ESTILO SPLASH PERO DE BOXEO Y BUENO SE HACE UNA CASA DE ORO Y UN YATE DE ORO Y MUCHAS MAS COSAS DE ORO JAJAJA ANDA Q PICARUELO PICARON Q ES EL BICHO COMO SE METE CON HH DICIENDOLE Q LE PONE CERDACO PERDIO SARITISIMA SARITA SARAH JAJA
Y BUENO SARAH CHURRI CARI CUQUI DAME EL NUMERO DE TELEFONO DE LA MODISTA QUE QUIERO UN MODELITO NO UN MODELAZO DE LOS TUYOS CHURRI Q VAMOS COMO TIES AL NIÑO TONTO PERDIO X TUS HUESOS CHATA Q LO TIES BABEANTE BOBO BABUINO ASI Q CHURRI VISTETE ASI MAS VECES CARI CUQUI Q LOS PONES A TOS A 1OO A 1000 O A LO Q TE PROPONGAS PERO A HH ME LO ATRAPAS BN ATRAPAO ESE PA TI Q HAY MUCHA LAGARTA SUELTA Q TE LO QUIERE QUITAR EE ASI Q OTRO MODELITO DE LOS TUYOS Y PUEDES HACER CON EL LO Q QUIERAS CARI CHURRI CUQUI XD EN FIN QUIERRO MAAAAAAAAAAS CHIN ASI Q MUSAS INSPIRADLA EEEEE Q NO ME PUEDE DEJAR A MEDIAS XD