CAPÍTULO X
El
evento en casa de los Crawford
Tres días después de
su última vista a los bajos fondos representados en el anfiteatro The Eye, Srah
Parker podía decir que su vida había regresado a la normalidad.
En su mayor parte.
¿El motivo?
Penélope había
finalizado su período de “cuarentena” (recuperación) tras el parto y por tanto,
regresado a su antiguo puesto como correctora de los artículos de Christina
Thousand Eyes y por tanto, Sarah solo tenía que encargarse de entregarlos en la
capilla para que la persona designada por el editor se lo entregase en mano,
ayudar en todo lo posible a la buena manutención y funcionamiento del bloque de
apartamentos de miss Anchor y concentrar buena parte de sus esfuerzos en la
conquista de Christian Crawford.
Un último aspecto en
el cual parecía avanzar tan lento que en muchas ocasiones le daba la sensación
de que no se había movido siquiera.
¡Ah!
Y por supuesto, ser
la cronista deportiva encubierta de The
Chronichle, pues al final el editor también dio el visto bueno a la publicación
del artículo que redactó acerca del combate entre Doble H y Butch.
Muy pronto se
produciría el nacimiento de George Iron Pounches
Y ahí radicaba
precisamente el problema; en el pronto.
Pronto era un
adverbio de tiempo un tanto ambiguo, confuso e impreciso en opinión de Sarah
pues no concretaba en absoluto el momento exacto en el que se lo publicaría. Y
tampoco podía ser transcurrido un largo período de tiempo, ya que los combates
de boxeo de dicho anfiteatro, pese a los desvencijado y sensación de abandono
del anfiteatro se producían día sí y día también.
“Pronto” se repetía
ella mentalmente una y otra vez para calmar sus nervios y su estado
especialmente sensible e irritable en lo que a tratar temas relacionados del
periódico.
De hecho, durante
los tres días posteriores a su último combate, Sarah se convirtió de manera
oficial en la mascota de su edificio porque ella, cual perro en la mañana o en
la tarde era la encargada voluntariamente de ir a la puerta a recoger el
diario. E incluso gruñía sacando dientes a toda aquella insensata y loca que se
atrevía a intentar siquiera echarle un vistazo antes de que ella lo hubiera
inspeccionado primero.
Afortunadamente,
para calmar sus desbocados nervios y para prevenir la salud de sus compañeras
inquilinas de Orange Street, Sarah encontró una distracción en la lectura. En
la lectura de uno de los apartados específicos del periódicos y novedosos (como
pronto sería su sección). Dicho apartado se correspondía con la publicación de
un capítulo o medio (dependiendo del grado de intensidad e interés de los
acontecimientos que en él hubieran sucedido) de la novela romántica de una
escritora (o escritor, dado que podía escribir bajo un pseudónimo) llamada
Lauren Sunbright.
Por otra parte,
Sarah agradeció enormemente este pequeño y breve descanso y distanciamiento de
los bajos fondos y de Doble H.
Un Doble H cuya
imagen y recuerdo la asaltaban continuamente; aunque de manera muy especial e
intensa durante sus sueños. Unos sueños
(más bien pesadillas) donde rememoraba su último encuentro. Encuentro hasta la
fecha donde más cerca había estado de exigirle respuestas acerca de la noche de
su beso. Noche que por otra parte, ella estaba empeñada en olvidar, tarea que
parecía harto difícil cuando éste no dejaba de perseguirla para hablar con ella
acerca de tan fatídica fecha.
Hasta ahora había
tenido mucha suerte y había conseguido escapar de él por los pelos. (En
realidad, por Marc) Pero algo muy dentro de ella le decía que la próxima vez
que se lo encontrara no iba a tener tanta suerte y tendrían que hablar sí o sí.
De ahí también el estado de nerviosismo continuo en el que se hallaba,
conocedora de antemano que en cualquier momento le llegaría la notificación de
Christian en la que le informaría de la hora del próximo combate allí. (Hora
que sería también la de su sentencia de muerte).
Era por eso, por lo
que cualquier distracción a modo de evento o divertimento era bien recibido y
más que bienvenido para ayudarla a olvidarse (al menos durante el tiempo que
éste durase) de todos los acontecimientos futuros adversos que se le
avecinaban.
¿Todos?
En realidad todos
no.
Había uno
especialmente en el que no se sentía nada cómoda y ese era la reunión y acto
social donde los miembros de la aristocracia británica estuviesen involucrados
en mayor o menor medida.
Justo el tipo de
evento en el cual ella estaba presente hoy.
Y es que hoy, los
duques de Silversword, también conocidos como William y Penélope Crawford
presentaban de manera oficial a su hija “recién nacida” Aurora a sus amigos.
Una soberana tontería en opinión de la invitada de menor rango social a la
fiesta.
Muy en su fuero
interno, Sarah creía que en realidad lo que se estaba celebrando era la
liberación de Penélope del período de reclusión al que su marido William “el
carcelero” la había tenido sometida enmascarándolo bajo ese otro motivo.
A ella les gustaba
imaginarlos y compararlos con el mito de Hades y Perséfone, solo que en esta
versión del mito las estaciones se habían visto terriblemente modificadas y
Penélope/Proserpina regresaba al mundo de los vivos entrado el mes de
noviembre. Obviamente, esta historia quedaba para ella. Más en las horas del
día, (“Día” se dijo mentalmente) en las
que se estaba celebrando.
Aunque en realidad,
tampoco eran tan mala idea pues el conocer a la pequeña Aurora no era más que
la excusa encarnada para que las cuatro amigas desde la infancia se reunieran y
compartieran risas y charlas.
Máxime cuando
Katherine embarazadísima en su octavo mes de gestación se encontraba en la
ciudad; pues había viajado desde su inmenso castillo de las Highlands escocesas
hasta Londres para pasar las navidades con su familia y sobre todo para que la
señora Potter la atendiera en el parto, dado que era la única de las cuatro con
la que no había tenido ese “placer”.
Sin embargo, no
había venido en su viaje; en el trayecto la acompañaron su marido, Evan MacReed
y su pequeño hijo Bruce, de poco menos de un año quien no se separaba de las
faldas de su mamá (cuando no estaba en brazos de su altísimo papá), temeroso de
volver a caerse al suelo de culo al dar sus primeros pasos de manera
independiente.
Sarah se quedó
completamente alucinada ante el cambio tan espectacular que se había producido
en esta mujer en tan poco tiempo. Un cambio tanto físico como psíquico siendo
el primero mucho más evidente que el segundo, ya que bastaba con mirarla hoy,
con su cabello rubio platino cortado a media melena; peinado completamente
alejado de cualquier estilo de moda o manera de vestir y su vestido al modo
escocés, confeccionado únicamente con pura lana escocesa, de color rojo con
rayas verticales y horizontales en color verde, las cuales se transformaban en
cuadrados en el punto exacto donde interseccionaban. Colores representativos de
clan Crawford escocés[1] en un clarísimo homenaje a
los anfitriones del acto.
¿Cómo sabía tanto
Sarah acerca de tartanes y de clanes escoceses cuando no había puesto nunca un
pie más allá de Tower Helmets?
No por los libros,
siendo la excepción esta ocasión.
Fue la propio
Katherine quien se lo contó cuando se acercó personalmente a saludarla con el
pequeño Bruce en brazos.
Sí.
Para total
incredulidad de Sarah Parker, quien apenas fue capaz de pronunciar más allá de
monosílabos en todo el tiempo que duró su conversación (quedando como una tonta
a ojos de Katherine), fue Katherine quien se dirigió a ella, se mostró
interesada en su vida y la trató de forma amable, atenta y considerada. Algo
rotundamente impensable un año atrás, cuando ésta aún era la incomparable y se
mostraba frívola, caprichosa e ignoraba deliberadamente la presencia de todos
aquellos que no eran de su condición social.
Ese podía ser
considerado como el segundo buen motivo por el cual había merecido la pena
asistir a la presentación de Aurora.
De hecho, Sarah se
pensó muy y mucho la posibilidad de asistir o de declinar su invitación al
evento ya que en su opinión existían numerosos argumentos negativos que podían
ser utilizados como excusa para no asistir.
Concentrados en tres
principalmente:
-
El
primero de ellos resultaba evidente y ya lo había manifestado y discutido con
la anfitriona en numerosas ocasiones: no eran del mismo status social. Penélope
era noble y ella era… bueno, mejor no decir en que estamento debía incluirse y
dentro del mismo estamento en qué grupo cerrado. Bastaba simplemente con echar
un vistazo (que no comparar) a la diferencia de calidad con la que estaban
confeccionadas sus trajes; para Lops personalizadas y para ella… se los hacía
ella misma con tela comprada al pormayor (barata). No obstante, Penélope hacía
oídos sordos de sus argumentaciones e incluso para que la excusa de las prendas
no fuera válida, desde que se habían conocido en todos sus cumpleaños le había
regalado un vestido de la misma calidad que las que ella utilizaba. De hecho,
era uno de ellos el que llevaba puesto ahora misma; de terciopelo color ocre y
escote cuadrado con puntillas en el
borde de tul.
-
El
segundo resumía perfectamente su opinión acerca de la naturaleza de este evento
y también se lo había comunicado con anterioridad a los anfitriones. ¿Por qué
iba a venir ella a un evento cuyo propósito único y final era conocer a Aurora
cuando ella ya la conocía de más y de sobra? Pero ¡si incluso había sido su
niñera! Nuevamente Penélope ignoró sus protestas e incluso esgrimió su
argumento negativo para revocarlo y utilizándolo en su provecho, argumentando
que precisamente porque ya la conocía previamente y había ejercido de niñera
con ella debía estar presente; pues su relación con la pequeña era más estrecha
y cercana que la del resto de invitados y amigos.
-
Y el
tercero de todos, aunque en realidad era el principal (y los otros dos no eran
más que meros complementos circunstanciales de acompañamiento para intentar
concederle más peso a su encarecida negativa) era porque Rosamund Appleton iba
a estar presente.
Rosamund Appleton.
Su enemiga declarada
públicamente.
Compartir tan
“reducido” espacio (y no es que la mansión londinense de los Crawford se
caracterizase precisamente por sus reducidas dimensiones) cerrado desde luego
era tentar a la suerte y arriesgar su pellejo ya que sabía que tarde o temprano
acabaría vengándose de una manera u otra de ella por permanecer callada y fiel
al plan de Penélope.
Y ahí radicaba
precisamente el problema y era el motivo de su pánico y miedo extremo hacia
ella: en el desconocimiento hacia el cómo y el cuándo.
Podían llamarla
cobarde (que lo era), pero no estúpida y tampoco iba a tentar a la suerte,
conocedora de que la Fortuna no estaba de su parte nunca.
Por otra parte, solo
había un argumento favorable y positivo (antes de su llegada) para su
asistencia a dicho evento. Y este se materializaba en la persona de Penélope;
una mujer que pese a que le había caído mal desde el mismo momento en que la
vio pues erróneamente creyó que tenía interés por su Christian; sobre todo
porque éste último nunca le aclaró la naturaleza de su relación con ella e
incluso jugaba a confundirla, nunca le había fallado y en ocasiones se había
convertido en su paño de lágrimas y frustraciones ante sus nulos resultados en
la conquista de Christian. Incluso se habían hechos favores mutuos y habían
compartido aventuras juntas.
Por todo ello… se lo
debía.
Y como buena mujer
de palabra que era, ahí estaba; en el salón dispuesto para ello “disfrutando”
del evento.
Sola.
Pero sola no por
elección propia.
Es más, en un
arranque de locura había tomado la iniciativa en lo que su avance romántico con
Christian y había ido a visitarle a propósito antes del inicio del mismo para
pedirle (más bien dejarle caer de manera muy evidente) que fueran juntos a casa
de los duques en lo que sería una especie de primer encuentro en público juntos
compartiendo un paseo desde Saint James Street a Oxford Street.
Eran apenas quince
minutos, pero era un comienzo y no estaba nada mal como primera “cita” a solas
cuyo tema principal no fuera el trabajo.
No obstante,
Christian rehusó el ofrecimiento de manera muy educada y ella acabó viniendo
sola. Pese a que le había rechazado no estaba enfadada con él.
¿Cómo iba a hacerlo?
Es más, debía
disculparle pues desde que su mentor; el señor Gauss, se había puesto en
contacto con él nuevamente, estaba excesivamente sobrecargado de trabajo
investigador matemático.
Incluso a la larga
acabó siendo una ventaja porque ella quería esconderse y no estar en ningún
momento ante la presencia de Rosamund y si Christian hubiera ido con ella no
hubiera podido cumplir y realizar su propósito ya que según le habían
explicado, debía permanecer junto a su invitado según dictaban las normas de
protocolo.
Así que gracias a la
ausencia de Christian ella podía campar a sus ancas y permanecer lo más alejada
posible de Rosamund; quien aún no había aparecido pero que no tardaría en hacer
su gran aparición triunfal, sobre todo porque su marido ya llevaba aquí un buen
rato.
¿Qué mejor forma
existía de permanecer escondida y apartada del lugar donde se estaba
desarrollando la acción principal?
Exacto.
Reuniéndote con
aquellas personas que tenían tan pocas ganas de estar allí como ella y que
incluso habían puesto sus pies en dio sitio apenas unos minutos.
Unas personas que en
este caso (y que demostraba cuán bajo tenía que poner su listón motivada por el
miedo) eran los pequeños gemelos Amanda y John Crawford, de tres años y pocos
meses.
No es que Sarah no
quisiese a los gemelos; que los adoraba y consentía como si se tratara de su
propia tía carnal solo que…si comparabas la edad de sus acompañantes actuales
con la de los otros, la situación se tornaba en cómico-patética para ella.
Además, desde que
tenían una hermanita pequeña (o “ser” como ellos la llamaban) su comportamiento
ya de por sí revoltoso y travieso se había multiplicado por ocho; movidos por
los celos y deseosos de volver a ser nuevamente el centro de atención.
Sarah demostró su
ingenuidad y candidez (así como un punto
de grande de locura) cuando decidió presentarse voluntaria como vigilante y
garante del buen comportamiento de los niños; causando alegría tanto a adultos
como a los más jóvenes de la casa. Sobre todo y especialmente a Amanda, sin
duda la cabecilla y líder del pequeño grupo; quien esbozó una sonrisa maliciosa
mientras su pequeño cerebro inventaba nuevas de diversión… a su costa.
De hecho, había sido
idea de la propia Amanda plantear como juego de entretenimiento el escondite en
su chapurreo lingüístico y en su momento a Sarah le pareció una idea esplendida.
En su momento.
Sin embargo, cuando
llevaba más de media hora buscándolos bastante preocupada por toda la casa (de
la cual maldijo su compleja disposición pese a las reformas), ya no se lo
parecía tanto.
“¿Dónde demonios se
habrán metido esos dos?” se preguntó bastante enfadada tras un nuevo intento
infructuoso de dar con ellos mientras caminaba por el pasillo.
Fue ahí.
Justo en esa posición
cuando fue consciente de él por primera vez.
¿De qué?
Del delicioso olor a
dulces recién horneados que provenía de la cocina; habitación situada no muy
lejos de ese punto debido a la intensidad con la que lo recibía.
Dulces.
“Mmmm….” Se relamió
y babeó mentalmente. “Dulces…” añadió.
Y su especialmente
golosa imaginación comenzó a imaginarse la gran variedad de dulces diferentes
que la cocinera de los Crawford podía elaborar para satisfacer las exigencias y
gustos tan diferentes de los invitados a la fiesta.
Tan intenso era el
aroma que se metió en su nariz y en su cerebro hasta tal punto que olvidó lo
demás. Olvidó incluso el motivo por el cual estaba plantada en el medio del
pasillo e, hipnotizada encaminó sus pasos hacia la cocina; su paraíso particular.
No se quedó
decepcionada cuando abrió la puerta con lo que vio encima de la mesa en
pequeñas bandejas de plata: creyó estar muerta.
¡Era la concina más
colorida y apetecible de todas en las que había estado! Porque mirase donde
mirase había pequeños dulces de todo tipo: bombones, tartaletas, croissants,
pastelitos… ¡y todos rellenos, que era lo mejor! ¡Incluso algunos llevaban
frutas encima!
A simple vista,
distinguió merengue ¿o nata?, fresa, plátano ¿o limón?, crema…y sobre todo, sin
lugar a dudas su favorito… el chocolate en todas su variedades.
Pensando que era
demasiado bonito para ser real, Sarah decidió acercarse para dar buena fe de
ello y comenzó a dar vueltas alrededor de la mesa donde todos estaban expuestos
como si del escaparate de una pastelería se tratase, concentrando todas sus
energías en reprimir la enorme tentación que suponía para ella no tocarlos y
probarlos; dando así rienda suelta al pecado de la gula que llevaba en su
interior, el cual bramaba, rugía y peleaba con todos los medios a su alcance
por salir.
Era una durísima
prueba para su fortaleza mental y…
Sarah era demasiado
débil como para soportarla. Incapaz de resistirlo, probó uno de esos delicados
manjares. En realidad, no fue solo uno ya que decidió atacar a la bandeja de
los bombones (porque era de los que más cantidad había) y si comía solo uno, el
pequeño hueco abandonado y solitario sería el punto de fuga de toda la bandeja.
Solución: decidió
comerse una fila entera pues así no saldría tanto de ojo. Fila que equivalía
exactamente a una cantidad de ocho bombones, los cuales se comió de dos bocados
de forma atropellada por temor a ser descubierta y sin ningún tipo de
remordimiento por tan reprobable acción Consecuencia de su premura; acabó con
la cara manchada por churretes de chocolate, al igual que los que los niños
pequeños tenían cuando aprendían a comer
por su cuenta.
Y fue precisamente
un niño pequeño quien le descubrió de esta guisa.
Mejor dicho, una
niña pequeña.
Amanda.
Una Amanda a la que
Sarah descubrió boquiabierta por su manera de comer y engullir en la puerta de
la cocina, justo en el momento en que tenía los ocho bombones en la boca (con
la consecuente multiplicación del tamaño de sus mofletes).
Sintiéndose
descubierta y tremendamente avergonzada por el pésimo ejemplo que le estaba
dando a los niños, Sarah abrió mucho los ojos y comenzó a masticar y tragar
como las personas normales lo hacían habitualmente. Es decir, mucho más
lentamente. Provocando con ello la sonrisa de la niña.
-
¡Te
pillé! – gritó Sarah señalándola, sonriente a su vez.
-
¡On! –
fue la respuesta de Amanda señalando la parte inferior de la mesa.
“¿On?” se preguntó
Sarah ceñuda. “¿Qué se supone que significa la “palabra” On?” añadió, frustrada
ante su incapaz de transcribir y traducir el lenguaje infantil al adulto.
Entonces cayó.
“¡On!” exclamó.
“¡John!” añadió inmediatamente su traducción al idioma adulto. “¡Pues claro,
John!” se repitió. “¡Si son gemelos!” se recalcó. “¡Siempre van juntos a todos
lados!” concluyó, con una sonrisa tranquilizadora en su rostro aún manchado de
chocolate ya que por fin había dado con los niños; poniendo punto y final al
nada divertido juego del escondite.
Se agachó para
comprobar que Amanda no le hubiera mentido y, efectivamente, ahí estaba el
pequeño John con el incipiente cabello melífero, al igual que su mama.
-
Cazado –
le dijo, sonriente e indicándole con la mano que se acercara a ella pues no
llegaba con el brazo al extremo de la mesa donde estaba situado.
No obstante, el niño
la entendió mal porque también agitó la mano compulsivamente y abrió la boca para
decirle con una sonrisa que marcaba sus hoyuelos:
-
¡Hola!
-.
Justo después, Sarah
sintió que le tocaban el hombro a su espalda. No podía ser otra persona que
Amanda, cansada de estar fuera de la situación, por lo que Sarah giró el rostro
para ver qué quería y…fue incapaz de ver nada ya que en el mismo instante en
que volteó su rostro, la niña impactó unas tartaletas (las cuales ignoraba cómo
había conseguido hacerse con ellas) en él.
-
¡Amanda!
– gritó y gruñó al mismo tiempo mientras se apartaba los restos de alimentos
con ambos dedos índices con el propósito de ver lo que tenía enfrente. –
¡Mandy! – volvió a gruñir, conocedora del desagrado que le provocaba a la niña
que le acortaran su nombre intentando capturarla para darle un buen azote en el
culo que sin duda la calmaría.
No obstante, no fue
lo suficientemente rápida y para cuando quiso alargar el brazo, Amanda ya había
echado a correr en dirección a la puerta. La única opción que le quedaba era
capturar a John como rehén para atraer a su gemela y capturarla a ella también
y darles a ambos el castigo que merecían. Sin embargo, de nuevo fracasó al
intentarlo con John; quien gateó lo poco que le restaba de la mesa y se unió a
su hermana en la puerta de la cocina.
-
¡Venid
aquí, pequeños diablillos! – exclamó enfadada gateando por debajo de la mesa
ella también antes de ponerse en pie para perseguirlos. Sin embargo y como
venía siendo habitual en su vida, la providencia parecía estar en su contra y
calculó mal la distancia recorrida levantándose antes de tiempo con el
consecuente golpe en su cabeza.
Pese al intenso
dolor que sentía en su cabeza (pues la mesa era de roble macizo), no había
tiempo para lamentaciones, así que decidió ignorarlo y ponerse en pie para
salir corriendo tras los niños; quienes se habían escapado de su alcance y ya
habían iniciado su carrera y corrían como potros desbocados en una pradera sin
dejar de reír a carcajadas; contagiando involuntariamente su risa a Sarah.
“¿No querías
chocolate, Sarah?” se preguntó con ironía. “¡Pues toma dos tartaletas!” añadió
furiosa y bufando mientras corría y pensaba lo desafortunada que había sido la
elección del nombre de Amanda para la primogénita de los Crawford, ya que en su
opinión esa niña en absoluto había sido creada o estaba destinada a que se la
amara.
Todo lo contrario,
si le hubieran consultado y hubiera tenido algún tipo de voto decisivo o
influencia a la hora de la designación de su nombre ideal, ella hubiera
propuesto sin duda alguna el de Rosamund y no solo para devolverle el favor,
sino porque la pequeña parecía tenerle tanta inquina como la poderosa
pelirroja.
Justo al pasar por
delante de la puerta principal de la mansión, el timbre de la misma y Sarah
maldijo aún más su mala suerte ya que era la persona que en ese momento estaba
más cerca de la misma y por lo tanto, no sería de muy buena educación además de
una soberana tontería que no fuera otra más que ella la persona encargada de
abrir la puerta.
Incluso era más que
probable que el resto de invitados bien porque estuvieran disfrutando
enormemente de lo que a lo lejos parecía una velada bastante agradable o bien
porque se estuvieran encargando de abastecer y asegurarse de que no faltase de
nada, que no hubiese escuchado el sonido.
No le quedaba otro
remedio.
Debía ser ella sí o
sí quien abriese la puerta, aunque llevase la cara tan cubierta de chocolate
que su imagen provocase risa. Aunque también cabía la posibilidad de que debido
a esta misma gruesa capa de chocolate no se la reconociese.
Envalentonada por
este nuevo hilo de pensamientos y rezando con todas sus fuerzas y energías para
que así fuera o que al menos quien hubiese llamado a la puerta fuese Christian;
el cual al final había decidido dejarse caer un rato, Sarah abrió la puerta y
cerró los ojos con un mal presentimiento al respecto.
Efectivamente.
Su intuición y presentimientos nuevamente no le habían vuelto a fallar
y tal y como sospechó de inicio, quienes estaban detrás de la puerta según pudo
comprobar cuando abrió uno de sus ojos no eran ni más ni menos que… ¡Horror!
¡Rosamund Appleton!
Rosamund Appleton
llegaba tarde a la presentación de la
pequeña Aurora y era perfectamente consciente de ello, así como también lo era
de que no solía acostumbrar a ser ella la mujer por la cual tenían que esperar
para dar inicio a cualquier evento o situación. Más bien solía ser todo lo
contrario, ella solía estar allí la primera. Sobre todo porque en la inmensa mayoría
de las ocasiones era quien tramaba y elucubraba las distintas ideas y planes a
llevar a cabo.
En su defensa debía
decir aunque sonase a escusa muy trillada que esta vez no había sido culpa suya
porque la verdad era que no lo había sido.
El único culpable de
su retraso había sido su hermano Henry; quien repentinamente y sin contar en
ningún momento con ella se había presentado en su casa en el mismo momento en
que ella iba a abandonarla desconociendo totalmente el motivo y el por qué lo
había hecho.
Como castigo por ser
la causa única de su tardanza, Rosamund le obligó a que le acompañara a dicho
evento; conocedora de antemano de que quizás fuera Henry el poseedor de la
fortaleza física de los dos pero en lo que se refería a autoridad moral no
había nadie que le ganase a ella.
Obviamente Henry
protestó ante la obligación de su asistencia pero dejó de hacerlo en el mismo
instante en que llevó arrastrándole tirándole de las orejas en mitad de una
abarrotada calle de Savile Row.
“¿Por qué?” se
preguntaba a gritos mentalmente. “¿Por qué?” repitió, elevando sus brazos hacia
el cielo. “¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por
qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?” continuó. “¿Por qué tengo que ser yo quien
acabo pringado en todo lo que ocurre alrededor de la pelirroja?” se lamentaba y
preguntaba una y otra vez Henry mientras se replanteaba el incremento de su
mala suerte vital siempre que había un familiar pelirrojo cerca de él y
caminaba varios pasos por detrás de su hermana.
-
Cambia
esa cara – ordenó Rosamund sin girar la cabeza. – Y porque soy tu única hermana
además de tu favorita – añadió.
¿Cómo demonios sabía
exactamente lo que estaba pensando?” se preguntó Henry alucinado. “¿Por qué yo
no he desarrollado esa capacidad mental?” añadió, protestando airado.
50 metros más
adelante y ya resignado ante la idea de tener que asistir quisiera o no,
descartando la posibilidad de salir huyendo en dirección a su casa ya que
perdería a una hermana de por vida, Henry de muy mala gana decidió acompañarla
a casa de los Crawford.
Aunque solo
realizaría la visita de cortesía.
Visita consistente
en saludar a los anfitriones y a su cuñado (no obstante, eran familia) de
manera más efusiva, cercana y cariñosa que al resto, conocer a la nueva hija;
la cual acababa de enterarse que se llamaba Aurora, beberse una copa de licor,
vino o champán a su salud, probar la comida y marcharse de allí lo antes
posible alegando cualquier excusa estúpida que involucrase a otro de sus
hermanos. Y en el caso en que Rosamund se pusiera especialmente severa y de
forma silenciosa le impusiera en contra de su voluntad un tiempo mínimo de
estancia de una hora siempre podía dedicarse a leer The Chronichle; el cual
había comprado antes de ir a casa de su hermana y que se había convertido en un
momento en su bien más preciado.
Caminaron todo el
trayecto en silencio hasta que a falta de un par de casas para llegar a la
mansión de los Crawford, Henry decidió hacerle patente su estado de ánimo y
opinión acerca de este secuestro:
-
Nunca
acabaré por entender cómo de una manera o de otra, al final soy yo siempre el
que te acompaña a este tipo de eventos – protestó. – Hay más hermanos Harper en
Londres ¿sabes? – le recordó, con una mueca en el rostro no demasiado exagerada
pues aún se resentía del puño que Butch le dio días atrás, intentando no
sisear.
-
Lo sé de
sobra, gracias – respondió con ironía. – La que no entiende aquí este tipo de
preguntas soy yo cuando sabes de sobra que tú eres mi hermano favorito –
añadió, fingiendo estar enfadada.
La pronunciación de
dicha frase hinchó de orgullo fraternal el pecho de Henry; quien repentinamente
redujo considerablemente el grado de enfado con su hermana gemela.
-
Además,
¿a quién pretendías que trajera sino? – le preguntó. - ¿A Junior? – añadió, con
gesto de horror. - ¡De ninguna manera! – negó vehemente. - ¡A saber qué
demonios estuvo haciendo anoche y la resaca que tendrá esta mañana! – añadió. -
¿O es que acaso pretendías que trajese al espía de Joseph? – volvió a
preguntar.
-
¿Espía?
– preguntó, frunciendo el entrecejo. - ¡Joseph no es un espía! – exclamó
negando con la cabeza, de manera mucho menos vehemente que la de su hermana y
perdiendo credibilidad pues estuvo a punto de echarse a reír.
-
¿Cómo
sabes que no es un espía? – rebatió ella con tono acusador y los ojos
entrecerrados mientras lo miraba fijamente a los ojos para intentar descubrir
si le estaba mintiendo. – Es tan celoso y mantiene su vida privada tan en
secreto que podría ser casi cualquier cosa – dejó caer. - ¡Incluso podría no
ser nuestro hermano! – exclamó.
-
Estás
exagerando y lo sabes ¿verdad? – le preguntó él con una sonrisa comprensiva. –
Quizás si estuviéramos hablando del físico de Anthony no te negaría tu parte de
razón, pero ¿Joseph? – le preguntó. - ¿Joseph? – repitió. - ¿Tan rubio como yo
y con numerosas similitudes físicas a papá? – incidió para hacerle caer de la
burra y ver lo inconsistentes que eran sus teorías. – Creo que no – se
respondió por los dos. – Cierto que es bastante celoso de su vida privada, pero
de ahí a que lo creas un espía o a que dudes de su pertenencia a la familia… -
dejó caer. – Solo es tímido – explicó. – Debes tener paciencia y esperar a que
con el tiempo acabe por abrirse completamente a ti como ya lo ha hacho conmigo
– concluyó, restregándole por la cara a su hermana que él había resultado
vencedor en esa particular competición fraternal.
-
Llevo
treinta años de mi vida dándole tiempo – explicó. – Yo creo que ya es hora de
que estrechemos lazos – añadió enfurruñada. – Y por otra parte, él no hubiera
podido venir conmigo – declaró. - ¿Quién habría accedido gustoso a cuidar de
Penélope y Verónica si no? – le preguntó, volteando la cabeza por primera vez
en su dirección en toda la conversación.
-
¿Anthony?
– le preguntó Henry dubitativo.
-
¡Uy! –
exclamó Rosamund fingiendo un dolor en el pecho. - ¡Anthony dice! – agregó, con
gesto de horror. – Preferiría ser encerrada nuevamente en la Torre a que
Anthony me hubiese acompañado o se hubiese encargado del cuidado de mis niñas –
afirmó, solemne. - ¡Qué ser tan aburrido y recto por Dios! – protestó, causando
la aparición de una sonrisa en el rostro de Henry; quien compartía opinión con
ella. – No te rías porque sabes tan bien como yo que tengo razón – le
advirtió. - Con esa cara de rancio
continua aburriría hasta al invitado más dicharachero y asustaría a las niñas –
explicó. - ¿Cómo puede ser hermano nuestro alguien que es tan serio y que no
solo sigue las normas a rajatabla sino que además es el encargado de que el
resto de la población las cumpla? – preguntó.
“Del mismo modo que
lo es alguien que se ocupa de incumplir el mayor número posible de esas mismas
normas a diario” respondió Henry mentalmente a su hermana ya que ésta era la
única manera en la que podía hacerlo, dado que desconocía bastantes datos del
comportamiento nocturno de Junior, aunque no iba muy desencaminada en alguno de
ellos.
-
Inexplicable
– murmuró Rosamund, autorespondiendo la pregunta que ella misma había lanzado
al aire.
-
Piensa
que alguien tiene que ejercer de padre de todos nosotros – respondió Henry a
modo de excusa.
-
¿Sabes
qué es lo que necesita para relajar la expresión tan severa de su rostro y
descubrir que hay más cosas en la vida aparte del trabajo y en definitiva, para
ser feliz? – le preguntó ella ignorando su estúpida respuesta anterior. Henry
abrió la boca para responderla, pero no le dio tiempo a hacerlo porque ella
misma apostilló: - Acostarse con una mujer urgentemente – añadió, con un
asentimiento de aclaración y énfasis.
-
Rosamund
Loyalty Appleton – dijo Henry deteniendo su marcha de manera brusca,
entrecerrando los ojos con suspicacia y
señalándola con el dedo, añadió: - No estarás sugiriendo lo que creo que
estás pensando ¿verdad? – le preguntó fingiendo estar escandalizado.
-
Efectivamente
– asintió ella con vehemencia. – Te estoy pidiendo que lleves a Anthony a un
local de prostitutas – añadió. - ¡Al de miss Naughty! – apostilló
inmediatamente.
En realidad,
Rosamund lo sugirió porque era el único local de prostitutas que conocía y que
había visitado personalmente cuatro años atrás, cuando estaba iniciando el
romance con su actual marido además de que también era una mujer fuerte y
franca que le caía especialmente bien. Por tanto, cuanto mayor beneficio e
incremento monetario pudiera proporcionarle, mejor que mejor.
-
¿Qué? –
gritó Henry más alto de lo que le hubiera gustado en un principio. - ¡No! –
exclamó.
-
¿Por qué
no? – protestó Rosamund.
-
¡Pues
porque no! – respondió él. – Además, para tu información hace bastante que no
frecuento ese tipo de establecimientos – añadió. “Otra cosa es que ellas me
asalten a mí” pensó.
Esta última frase
provocó que fuera ahora Rosamund quien riera, manifestando de este modo su
incredulidad con respecto al tema.
-
Henry
¡Por favor! – le pidió. - ¿Realmente esperas que me crea que tú… - dijo
señalándole. - …el más atractivo de todos los Harper y el rey de las féminas de
los bajos fondos lleva una larga temporada sin pisar un prostíbulo? – le
preguntó.
-
Por increíble
y extraño que te parezca así es – afirmó. En realidad, no hacía tanto tiempo ya
que la última vez fue cuando ejerció de acompañante de Junior precisamente en
ese local; pero su hermana no debía saberlo porque esta vez sí que no iba a
volver a ejercer de chaperón para que otro de sus hermanos satisficiera sus
deseos sexuales. – Así que búscate a otro porque yo no pienso ir ni llevarlo a
otro prostíbulo – añadió, con firmeza.
Rosamund bufó
exasperada.
-
¿Es que
no entiendes que no es ni por ti ni por mí sino por el bien común? – le preguntó.
– Si él es feliz, la familia es feliz, Londres es feliz y el Imperio Británico
en su totalidad también lo será – aclaró.
-
Pues
lamento ser el causante de tanta tristeza mundial pero mi respuesta es no –
repitió. – Si quieres que Anthony visite un prostíbulo le llevas tú de la
manita como buenos hermanos o a tirones de orejas como a tu gemelo pero yo no
voy a llevarle – añadió.
-
Eres un
egoísta ¿sabes? – le preguntó, decepcionada con Henry. - ¡Mira que no querer
llevar a tu hermano de pu…! – protestó.
Sin embargo, no
llegó a pronunciar la palabra entera porque Henry, rápido de reflejos (tan
rápido que su ejemplar The Chronichle se le cayó al suelo) y conocedor de cuán
deslenguada podía llegar a ser su hermana, le tapó la boca y le explicó:
-
Rosamund
Loyalty Appleton ¿no te da vergüenza? – le preguntó. - Estamos justo delante de
la puerta de la mansión de tu mejor amiga que está situada en una de las calles
comerciales con más fluctuación de personas y en plena hora de comer con el
abarrotamiento que esto supone ¿crees en serio que es el momento más oportuno
para tratar este tema? – añadió sin querer conocer la respuesta ya que
únicamente la estaba regañando en público.
Rosamund le mordió
los dedos para indicar que su respuesta era positiva antes de llamar a la
puerta; momento en el cual él la soltó.
-
A ver
don remilgos, tápate los ojos, no vaya a ser que te escandalices al ver como
saludo a mi marido – se burló de él.
Henry resopló y se
agachó para recoger las escasas hojas que componían el ejemplar pero que aún
así había salido una en cada dirección; concentrando toda su atención en la
correcta recolocación de las páginas no numeradas e ignorando deliberadamente a
su hermana.
-
Compórtate
Henry – le ordenó ella aunque no la estuviese mirando. – Las personas que están
ahí dentro son mis amigos y me caen bien – apostilló.
Aunque eso no era
realmente cierto del todo. Le caían bien casi todas las personas que sabía que
asistirían; incluida la ñoña y solterona de Patrice, la benjamina de las Storm.
La única excepción era por supuesto, Sarah Parker.
Una mujer por la
cual Penélope y ella habían tenido un pequeño rifirrafe al tratar el tema de su
invitación ya que según su opinión, ella no tenía por qué estar aquí ya que su
presencia la ofendía y desagradaba enormemente.
Sin embargo no todo
estaba perdido.
Sabía más que de
sobra del pánico que su presencia le provocaba, así que si era tan lista como
Penélope afirmaba quizás se pasara todo el evento escondida de ella y evitarían
coincidir en la misma sala. O incluso mejor, cabía la posibilidad también de
que hubiese tomado la decisión más ecuánime y al final hubiese optado por no
asistir.
Eso era al menos lo
que ella esperaba ya que no tenía ninguna gana de encontrársela cara a cara.
En ese preciso
instante y con Henry agachado detrás de ella recogiendo y ordenando papeles, la
puerta de la mansión de los Crawford se abrió y Rosamund pudo maldecir mientras
daba buena cuenta de que la Fortuna no estaba de su parte, le leía la mente y
que incluso disfrutaba riéndose de ella y pasando buenos ratos a su costa ya
que, si antes mencionaba que no quería vérselas con Sarah Parker, antes se
producía ese momento porque no era sino su principal enemiga pública la
encargada de franquearles el acceso.
[1] El clan Crawford escocés es verídico y aún
existe hoy día. Deriva su nombre de la
baronía de Crawford en Lanarkshire, Escocia. Razón por la cual se ha afirmado
que su origen es normando, aunque hay voces que aseguran que su ascendencia es
anglo-danesa. La historia reconoce como el fundador del clan a Thor Langus (el
Largo) un hombree poseedor de tierras en numerosas partes, entre las cuales se
incluye Northumbria. Fue precisamente por la conquista de sus tieras en dicha
zona a manos de Guillermo el Conquistador por lo que huyó a Escocia y se puso
bajo el servicio de Malcolm Canmore en
su enfrentamiento frente a Guillermo. Como recompensa, éste le concedió tierras
con la aprobación del rey Edgar en torno a Durham. Thor Longus desde entonces
es conocido como el poseedor de las tierras de Crawford. No obstante, fue su
nieto Galfrido el primero en adoptar Crawford como apellido. Su característico
tartán es relativamente moderno pues no hay menciones acerca de él hasta
después de 1739. De hecho aparece de manera oficial y reconocido como tal en el
Vestiarium Scotitum de 1842.
El capi se me hacía inmenso, así que no me ha quedado otro remedio que dividirlo... ¿El resultado? Un capítulo de transición (que sin duda no está entre mis prefes) en el cual os introduzco en el marco referencial de cómo se conocen...
ResponderEliminarjajajajajajajajajajajaja me meo desde luego los crios son geniales q propio el momento tartazo en la cara para vivir el momento mas bochornoso de su vida q aqui pienso yo luego existo xq cada vez q nos pasa algo bochornoso tenemos q tener la cara manchada de algo o cuando tenemos las mejores conversaciones o nos pasa algo estamos en pelotas x la vida¿¿¿?¿? es una cosa q no me explico pero bueno q alguien me resuelva la duda y BUENO BUENO BUENO PELEA DE GATAS MIAU MIAU JAJA SE VA A LIAR PARDA SEÑORES SAQUEN EL BARRO XQ TENEMOS PELEA DE CHICAS EN EL BARRO CON BIKINI HAGAN SUS APUESTAS SEÑORES A LA CHICA GANADORA PIPAS CHICLES CARAMELOS TOOOODO A UN EURO JAJAJA ANDA Q LA TONTA Q NO QUERIA IR A LA FIESTA JAAJAJAJAJA SE LO VA A PASAR PIPA CON ROSAMUND JAJA DESDE LUEGO DESEANDO Q VENGA EL SIGUIENTE CAPI JAJA Q GANITAS y bueno los crios lo dicho supremos soberbios una ola x ello oooooeee jaja me meo y bueno bueno bueno la conversacion de los dos bros vaya tela con rosamund chiiiica vaya tela como le dice con descaro q se lo lleve de farra a mi thon thon q el se mantiene casto y puro para zhetta q lo sabemos todas q no nos engañemos el piensa en zhetta aunq no sabe q la va a conocer y como thon thon esta ñam ñam pues q me vas a contar y bueno doble h tambn me lo como q gracia me ha hecho cuando la hermana no le cree cuando le dice q si no va a de p... jajaa me meo y lo llama remilgado a el a hh si ella supiera... no lo llamaba remilgado jajaja o mejor don remilgos jaja y me gustaria ver la cara de hh en los saludos de su sister con el mario jaja me gustaria jaja en fin ponme maaaaas xq has cortado el capi xqqqqq noooo eso no se hace malisimamente mala asi q ponme maaas q quiero maaas jaja
ResponderEliminarHombre casto y puro hasta dar con Zhetta... como que no Car... Sip, me encantan los gemelos y sobre todo Amanda; la que no está hecha para ser amada en opinión de Sarah...xD
EliminarAaaaarrrggggghhh, ahora cortas el capitulo???? cuando van a encontrarse???
ResponderEliminar¡¡¡Me encanta esta historia!!!! jajajaja
Esperando....
Y con respecto a ambas... pronto, pronto...De hoy no pasa que se encuentren
ResponderEliminarbiiiiiiiiiiiiiieeeeennn pues cuando vuelva de los 100 montaitos si publicas te leo y cuando vuelvas en ti despues del partido jaja
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