CAPÍTULO XXVI
Somos
pareja
Henry era un hombre
enamorado.
Corrección,
profundamente enamorado.
Y tampoco tenía duda
alguna con respecto a los sentimientos de Sarah hacia él pero… eso no quería
decir que las albergase acerca de su relación con ella.
Relación,
Ahí estaba.
La palabra que le
provocaba esas dudas y que creaba negros nubarrones en el despejado, soleado y
primaveral horizonte que compartían.
Sí, era cierto que
habían hablado mucho, se habían besado y hecho muchos arrumacos. E incluso,
estaba bien seguro de que si él no hubiera sido la cabeza pensante y parte
racional de del dúo (que no pareja, pues aún no lo sabía) deteniéndose justo en
el momento culminante, a estas alturas ya hubiesen hecho el amor.
Varias docenas de
veces.
Pero no habían
definido su status.
¿Tenían una
relación?
¿Eran una pareja?
Precisamente hoy,
día en había tenido más dudas al respecto, iba a preguntárselo justo antes del
combate para tranquilizar sus ya de por sí descentrados nervios.
¿Descentrados?
Sí, porque Sarah
llegaba tarde; lo cual le preocupaba y a su vez le fastidiaba porque tendrían
que dejar para más tarde una conversación que él por su parte consideraba
importante como tema a tratar y por tanto ahora tendrían que dejar para después
del combate.
“¿Dónde demonios se
habría metido?” se preguntó ceñudo. “¡Si ella siempre era puntual!” exclamó.
Decidió no esperar
mucho más tiempo comiéndose la cabeza y esperarla fuera para evitar aún más
tiempo de retraso. Justo cuando abría la puerta, Sarah; quien había venido a
toda carrera desde su casa iba a llamar a la puerta y era tal el impulso y la
velocidad que llevaba que, cuando Henry abrió la puerta de manera inesperada a
punto estuvo de caer de bruces en el suelo.
No lo hizo porque
Henry estuvo rápido de reflejos y lo evitó.
-
Lo
siento – dijo sin aliento y antes de que éste comenzara a echarle la bronca.
-
Lo
siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento –
repitió, una vez el aire consiguió llegarle bien a sus pulmones y por tanto, su
cerebro pudo funcionar a la perfección.
-
¿Sabes
que llegamos tarde ya por tu culpa? – le preguntó enfadado.
-
Soy
perfectamente consciente de ello – explicó Sarah con tono de solemnidad; el cual
le quedó ridículo; todo sea dicho.
-
Espero
que tengas una muy buena excusa – le advirtió.
-
¿Y mi
beso? – preguntó ella, poniendo tono y gesto triste. Pero ante la expresión
ceñuda y grave que tenía en el rostro Henry, Sarah añadió: - La hay -. Suspiró
y exhaló todo el aire de una sentada para decir con voz de soñadora enamorada:
- Lady Delia y el marqués… -
-
¿Lady
Delia y el marqués? – repitió ceñudo, mientras intentaba recordar la existencia
de alguna Lady Delia en la sociedad o que hubiese escuchado de boca de Rosamund
o Joseph alguna noticia relacionada con el romance o la próxima boda de un
marqués.
-
Lauren
Sunbright – terminó por confesar pasado un instante algo avergonzada.
-
¿Lauren
Sunbright? – preguntó él, incapaz de creer las palabras de Saarah. - ¿Tú
también? – añadió. - ¡Pero bueno! – exclamó, elevando los brazos como señal de
protesta. - ¿Qué tiene esa pequeñaja del demonio que os tiene a todas conquistadas?
– preguntó, otra vez enfadado.
-
Es que
escribe… - respondió ella, soñadora y suspirando recordando nuevamente el
tierno final del último folletín que había escrito en el periódico y que la
había dejado anhelante por saber más y también algo avergonzada porque el motivo
de su tardanza era que había quedado atrapada por la historia desde el
principio, olvidando todo lo demás.
-
¡Eso! –
exclamó bufando. - ¡Encima tú súbele el ego! – añadió. – Menos mal que no
llegará a enterarse de esto porque si se lo contase… - musitó para sí,
imaginándose la reacción que podría tener.
-
¿Cómo? –
preguntó ella confusa. - ¿Es que conoces
a Lauren Sunbright? – preguntó, bastante sorprendida.
-
Para mi
desgracia, sí – se lamentó. – Yo conozco a esa pequeña oveja del demonio –
añadió, mordiéndose la lengua.
-
No te
creo – musitó ella.
-
No me
creas – rebatió él, encogiéndose de hombros. – Pero ¿por qué iba a inventarme
yo que la conozco? – le preguntó, suspicaz.
-
¿Para
ganar fama? – le preguntó dubitativa y con una sonrisa que camuflase la
estupidez que acababa de sugerir. Henry negó con la cabeza. - ¿De qué la
conoces? – quiso saber.
-
Digamos
que… tuvimos asuntos comunes en el pasado – explicó, enigmático.
-
¿Asuntos
comunes? – preguntó ella. - ¿Qué clase de asuntos comunes?- exigió saber, ahora
preocupada.
-
Shhh –
añadió, aún más misterioso que antes. – Un hombre debe tener sus secretos –
explicó.
-
No sé si
odiarte o no por frases como esa – le echó en cara. – Pero desde luego ¡qué
envidia me das al conocerla personalmente! – se quejó.
-
Si
quieres la invito un día y la conoces – sugirió.
-
No eres todopoderoso
Henry – respondió ella. – No puedes hacer que las personas viajen desde donde
quiera que estén o vivan con tu sola sugerencia o un chasquido de tus dedos –
le acusó.
-
No
puedo, pero si a ti te hace ilusión, ten por seguro que podría conseguirlo –
aseguró antes de, ahora sí darle su beso de buenas noches plasmando en él toda
la preocupación que había sentido por su tardanza y demostrándole también
cuánto la había echado de menos.
-
¿No…? –
inició titubeante. - ¿No… llegamos tarde? – preguntó Sarah, atontada y afectada
por el beso parpadeando de forma lenta y pausada.
-
Tienes
razón – dijo asintiendo de forma imperceptible y depositando un suave beso en
su frente. – Vamos – añadió mientras se ponía la chaqueta.
En ese momento,
Henry fue consciente de Sarah.
O mejor dicho, del
aspecto y atuendo físico que Sarah llevaba esa noche.
-
¿Qué es
eso? – le preguntó señalando exactamente a su corsé. Un corsé que en esta
ocasión era verde con motivos brocados en negro; se abrochaba en la parte
delantera y llevaba tirantes para rematar en un escote en – V. Mucho más
discreto de los que solía llevar habitualmente, para resguardarse del frío y
sobre todo, regalo de Christian.
-
¿Esto? –
preguntó ella al seguir la dirección que indicaba su mirada. – Ropa – añadió,
encogiéndose de hombros.
-
¿Ropa? –
preguntó, irónico. - ¡Vas desnuda! – exclamó horrorizado.
-
¡No voy
desnuda! – protestó, enfatizando su gesto negando con la cabeza. – Si fuera
desnuda sería la primera en notarlo ¿no crees? – le preguntó burlona. – Además,
sabes que soy bastante vergonzosa y lo poco que me gusta exhibir mi cuerpo
porque sí, creo que sería perfectamente consciente de cuándo estoy mostrando
más carne de la que debería – explicó con paciencia.
-
En mi
opinión, ahora estás mostrando mucha más carne de la que deberías – respondió él
utilizando sus propias palabras. - ¿Dónde está tu abrigo? – preguntó, mirando a
todas partes.
-
Lo
olvidé – explicó ella agachando la cabeza avergonzada. Y desde esa posición,
añadió: - Las prisas… -
-
Pues
desde luego así no vas a salir a la calle – agregó enfadado.
-
¿Por
qué? – preguntó ella. - ¿Es que no te gusta? – añadió, mirando a su corsé y
dudando ahora acerca de su buen criterio a la hora de vestir.
-
¡Claro
que me gusta! – exclamó Henry ofendido. – Me gusta mucho – añadió. – Me encanta
– aseguró, plantándose frente a ella. – Si pudiera y fuese por mí solo
vestirías con corsés cuando estuvieras conmigo a solas – explicó. – A solas –
repitió. – En casa – concluyó, celoso.
-
Pues
antes te gustaba que fuese así vestida a verte pelear – se quejó ella.
-
Antes –
repitió él. – Cuando apenas te conocía y pese a que tenía sentimientos por ti,
no estaba seguro de si algún día estaríamos juntos – explicó. – Pero ahora que
lo estamos, no me agrada la idea de que te pasees vestida de esa guisa delante
de otros hombres y por eso… - dijo, dándole un empujón que la introdujo en su
habitación y cerrando la puerta; encerrándola. – No vas a salir de ahí hasta
que te cambies de ropa – anunció.
-
Pero
¿qué? – se preguntó Sarah confusa e incrédula. - ¡Henry! – exclamó, echando a
correr hacia la puerta mientras giraba el manilla. Pero no podía hacerlo porque
estaba bloqueada. - ¡Henry! – repitió aún más fuerte mientras golpeaba la
puerta en esta segunda ocasión. -
¡Ábreme la puerta ahora mismo! – exigió.
-
No hasta
que cumplas lo que te digo – respondió él desde el otro lado de la puerta.
-
¡Henry
no seas crío y ábreme la puerta! – volvió a exigir. – Vamos a llegar tarde como
tú no querías que pasara – le advirtió, sin elevar la voz aunque no por ello menos firme.
-
El
combate no empezará hasta que los dos luchadores estén ahí presentes y yo soy
un luchador – respondió. – Me esperarán – aseguró.
Sarah bufó, gruñó e
incluso dio una patada a la puerta para manifestar su enfado hacia Henry y su
extrema cabezonería antes de ponerse a buscar algún objeto por la habitación
con el que intentar forzar la cerradura (pese a que no sabía hacerlo) mirar por la ventana para cerciorarse de que
no había mucha altura y que podría escaparse bien trepando por la pared o bien
dando un salto.
Ambas soluciones
fracasaron. Sobre todo la última porque descubrió que la ventana de Henry tenía
rejas. La protesta y un nuevo gruñido fueron las primeras reacciones
instantáneas de Sarah ante el descubrimiento, aunque luego descubrió que era
perfectamente razonable su colocación ahí porque éste no era el barrio más
seguro de Londres y los robos y asaltos, al igual que en el Soho, estaban a la
orden del día.
Volvió a la puerta
para intentar un segundo amago de escape. Esta vez con palabras dulces.
-
Sabes
que estás siendo un inmaduro y un cabezón ¿verdad? – le preguntó.
-
Puedes
llamarme todo lo que quieras pero no vas a salir de ahí hasta que te cubras –
replicó.
-
No
entiendo en absoluto tu razonamiento – explicó ella, harta.
-
¿No? –
preguntó sorprendido. – Pues es bien sencillo – añadió. - ¿Es que quieres
matarme? – añadió. – Porque si vas vestida así es lo que conseguirás – aseguró.
– No solo voy a tener que obligar a mi cerebro a que borre la visión libidinosa
de verte vestida de semejante manera para concentrarse en el combate y en
golpear al adversario, pero no voy a poder hacerlo porque tú estarás allí
vestida así y paseándote delante de hombres hambrientos de hembra – explicó. –
Con lo cual adiós a mi concentración al combate y ¿sabes qué es lo que pasa
cuando me desconcentro en los combates? – le preguntó. – Que me golpean –
explicó. – Tú misma has sido de lo sucedido cuando apareciste en The Eye la
primera vez – agregó, recordándole esos momentos. – Me hiciste perder la
concentración cuando ni siquiera recordaba haberte conocido ¿te imaginas lo que
puede suceder ahora que no quiero despegarme de ti? – le preguntó, intentando
hacerle ver su posición. - ¿Quieres que pierda? – le preguntó. - ¿Quieres arruinar
mi carrera deportiva? – volvió a preguntar para crearle mala conciencia y sentimiento
de culpabilidad; aunque por otra parte él tenía razón y eso podía llegar a
suceder.
Sus palabras
funcionaron e hicieron mella en Sarah.
Claro que no quería
que perdiese ninguno de sus combates o poner fin a su carrera deportiva. ¡Todo
lo conrario! Quería que ganase todos y cada uno de los combates en los que
pelease y sobre todo, que alcanzase la suficiente fama y renombre en Londres y
toda Gran Bretaña como para que un día su familia leyese alguno de sus
artículos y picados por la curiosidad o henchidos de orgullo ante el reputado
luchador viniesen a ver pelear a Skin HH Skull en directo y descubriesen que
éste no era ni más ni menos que Henry; quien era un luchadr y alguien de quien
estar my orgulloso y de que por fin recuperase algo de lo que en su opinión
nunca debió ser despojado; su segundo nombre Honorius.
Él debía volver a
llamarse Honorius porque en su modesta o humilde opinión, no había hombre en
todo el mundo más honorable que Henry Harper.
Por eso Sarah
arrepentida, la siguiente vez que habló en la conversación lo hizo con la
cabeza gacha y la espalda apoyada en la puerta, diciendo sin pensar después de
haber buscado también un trozo de tela que pudiera servirle de chal o pañuelo
con el que cubrirse:
-
Pues
como no quieras que me ponga una de tus camisas… - dejó caer.
-
¿Camisas?
– se preguntó Henry. - ¡Eso es! – exclamó, chasqueando los dedos y abriendo la
puerta de inmediato.
Por segunda vez en
la noche y gracias a puertas que se le abrían en el momento más inesperado
posible para ella, Sarah estuvo a punto de caer al suelo. También, por segunda
vez en la noche aterrizó en los brazos de Henry; solo que esta vez lo hizo de
espaldas.
-
¡Mi querida
Park! – exclamó tras erguirla y plantarla firmemente en el suelo. - ¡Eres una
genio! – añadió, antes de besarla con suavidad en los labios.
-
¿Una
genio? – preguntó, confusa y perdida por ambas acciones tan seguidas.
-
Una
genio – repitió él antes de ponerle su chaqueta de la suerte; esa de la que
siempre se desprendía antes de cada combate, que dejaba tirada en el graderío
porque se le olvidaba llevársela con él al “camerino” donde se concienciaba y
mentalizaba para cada nuevo combate y por tanto, por la cual siempre sentía
miedo a que se la robaran.
-
¿Y esto?
– preguntó, extrañada y sintiéndose ridícula al llevar puesta una prenda que
obviamente le quedaba al menos tres tallas más grande.
-
Tengo un
nuevo trabajo para ti, Park – anunció. – Ahora, además de ser la cronista
deportiva de The Chronichle serás la encargada de vigilar que nadie me robe la
chaqueta – explicó. – Y para asegurarte de que esto suceda ¿qué mejor manera
que llevándola puesta tú? – le preguntó, sonriente ante lo perfecto que era su
plan. Sobre todo porque mataba dos pájaros de un tiro con él.
-
Henry…
esto es ridículo – protestó señalándose con ambas manos para hacerle ver a él
también que su chaqueta no le quedaba nada bien.
Pero Henry en ningún
momento vio lo que era un hecho Es más, se dirigió hacia ella y la besó con
pasión, antes de decirle asombrado:
-
¡Vaya! –
exclamó y suspiró hondamente. - ¿Quién iba a pensar que una prenda
confeccionada a medida podría quedarle mejor incluso a otra persona? – le preguntó,
frotando su nariz contra la de ella, antes de besarla otra vez en los labios.
Sarah estaba
plenamente convencida de lo mal que le sentaba en concreto dicha prenda de
vestir. No obstante, después de ser consciente, ver y sentir las reacciones de
Henry al verla con ella, ya no estaba tan segura de que dicha prenda fuera tan
de su desagrado.
Por ello, lo dejó
estar y quitarle al menos una preocupación en su vida, antes de que esta vez sí
y al menos con media hora de retraso más, marcharan juntos y de la mano a The
Eye.
Una vez en The Eye,
Henry se comportó de manera diferente que otras veces y en vez de ir
directamente a los camerinos para desconectar de todo y todos, reflexionar,
concentrarse y sobre todo, relajarse de los nervios y la tensión que le
provocaba un nuevo combate hasta el momento en que anunciaran su nombre
deportivo, en esta ocasión se dirigió directamente hacia Albert y le exigió que
en ningún momento perdiese de vista a su “prima” con mucho más énfasis y deje
amenzante que en todas sus visitas anteriores. El problema para él, era que
Albert en realidad, solo podía echarle un ojo desde la lejanía porque según sus
propias normas quedaba prohibida la entrada y el acceso a cualquier mujer a su
zona de privilegio: el podio alto de madera desde donde anunciaba y veía todo
(aunque para ser sinceros, Henry estaba tranquilo con eso pues tampoco se fiaba
al cien por cien de la capacidad de resistencia y soporte de una madera en tan
mal estado de conversación como la de dicha estructura) y por tanto, cualquier
hombre podía herir o propasarse con Sarah antes de que a él o a su propio amigo
le diese tiempo a intervenir e interrumpir tal acción sacrílega.
Decidió no continuar
con dicho hilo de pensamientos para no angustiarse, pues si lo hacía acabaría
por no pelear. Y ya había dicho que no a cuatro combates anteriores. Se lo
debía a Albert.
Nada malo pasaría y
todo transcurriría con la más absoluta normalidad.
Suspiró e intentó
tranquilizarse.
Si tan solo supiera
de los propios labios de Srah que eran pareja…
Pero ya habría
tiempo para eso más adelante esa noche
Aunque realmente, si
quería saberlo, primero tenía que ganar un combate.
Y por ello, decidió
emplearse a fondo.
Bien es cierto que
el combate de esta noche no era su prioridad ni con mucho y por ello, no tenía
mucho interés en la pelea. No obstante no podía decepcionar a las personas que,
inexplicablemente para él lo veían como a un héroe o un modelo vital a seguir;
como el primogénito de Butch, a quien descubrió entre las primeras filas cuando
se hallaba en mitad de la arena justo antes de que diera inicio a la pelea.
Mismo chico que aprovechó la afluencia de gente para esconderse entre la
multitud, temeroso de que Henry fuese con el cuento a contárselo a su padre.
Además de por ellas
personas, quería hacerlo por sí mismo y por Sarah
Por el dinero que
esto le reportaba y el cual podría destinar a su futuro juntos para demostrarle
que era un hombre de valía y que si al final se quedaba con él para siempre,
nada le faltaría y siempre estaría buscando el método y la forma de hacerla más
feliz.
“Sarah” pensó e
inevitablemente la buscó con la mirada entre la gente.
No le fue difícil
dar con ella.
Ahí estaba; en la
tercera fila más o menos (dado que en días como éste donde siempre había una
enorme afluencia de público, el riguroso orden que se marcaba desde el inicio
pronto quedaba deshecho), visiblemente nerviosa y mordiéndose las uñas mientras
elevaba los ojos al cielo para ¿rezar?
Sarah estaba
nerviosa.
Sí, no podía evitarlo.
Si ya se ponía
nerviosa antes de venir a verlo sin que tuviesen ningún tipo de relación más
allá de la amistad, ¿cómo no iba a estarlo cuando ahora se había dado cuenta de
que estaba enamorada de él?
Estaba preocupada y
nerviosa, en ambos casos por su culpa.
Deseaba que su
atuendo o apariencia de esta noche no llamase nada la atención y así resultase
desapercibida para los hombres (tal y como ella había querido siempre desde la
primera vez que vino aquí acompañada de Marc) y sobre todo, rogaba porque Henry
volviese a sus inicios y no dejase que el contrincante le tocase ni un pelo.
¿Por qué no empezaba
ya el combate?
La espera la estaba
matando.
¿Es que no entendían
que cuanto empezase antes Henry podía machacarlo y juntos podían regresar a sus
casas? ¿Aunque fueran diferentes?
En ese momento,
sintió una mirada fija sobre ella y atraída como cuando olía tan recién hecho o
dulces, Sarah buscó con la mirada de dónde procedía esa magnética atracción que
reclamaba su atención: no le fue difícil dar con ella. Es más sabía exactamente
de dónde procedía.
Henry.
Un Henry que estaba
en el centro de la arena pero que la mirada con el ceño fruncido de forma casi
tan imperceptible que por un momento pensó que solo ella había sido consciente
del hecho. Un Henry del cual sabía a qué se debía esta expresión en concreto:
se había dado cuenta de su intranquilidad y nerviosismo y el cual por eso
mismo, para calmarla (o puede que incluso para calmarle a él también le guiñó
un ojo y le dedicó especialmente una de esas sonrisas que le provocaban que le
flaqueasen las rodillas).
Sin tiempo para
recuperarse o recobrar fuerzas, instantes después Sarah fue consciente de cómo
daba comienzo el combate.
Pero si apenas fue
consciente del inicio, mucho menos lo fue del final ya que, ante el temor de
que Henry pudiese ser realmente herido de gravedad se encogió y se abstrajo de
todo y todos cuanto le rodeaban.
Únicamente fue
consciente de que éste había llegado a su fin cuando de manera involuntaria
miró hacia Albert; en las alturas y se dio cuenta de que éste levantaba el
pañuelo blanco en alto.
El blanco.
El color que
representaba a Henry.
Aunque realmente fue
consciente de que el combate había llegado a su fin y a su vez, recobró la consciencia de dónde se hallaba fue
en el instante en que miró al frente y vio a un Henry sudoroso aunque sin daño
alguno frente a ella.
Frente a ella.
Lo cual solo podía
significar por tanto que había decidido declinar y rechazar a propósito su
vuelta triunfal solo por ir a verla para asegurase de que nada le había pasado
y a su vez, para hacerle patente de que no debía estar preocupada porque nada
le había sucedido.
Acciones que lo
honraban y le hacían ser más Honorius a sus ojos y que, irremediablemente le
hacían hincharse de vanidad femenina y avergonzarse ante la perspectiva de que
su enamoramiento hacia él fuese demasiado obvio.
Durante un instante
silencioso, todo lo que estuvo a su alrededor desapareció de sus vistas y sus
oídos y solo quedaron en su mundo ellos dos, observándose fijamente sin hacer
nada, leyéndose la mente y disfrutando de la conexión y química que ambos compartían.
Acto seguido y aún
sin decir ni una sola palabra, se fundieron en un intenso y cálido abrazo sin
que a Sarah le importase en lo más mínimo que él estuviera sudado y que pudiera
mancharle a su vez. Es más, le encantó la sensación de aspirar el olor a
adrenalina descargada que exudaba y el sabor salado de sus mejillas sonrosadas
le pareció cuanto menos revelador y excitante. Una sorpresa bastante agradable
en todo caso.
Superado el momento
de calma y tranquilidad, ambos, olvidando que estaban en un lugar público se
besaron de forma apasionada buscando sus bocas y sus lenguas de frenesí como la
otra forma de asegurarse mutuamente de que todo estaba bien y que no tenían nada
más por lo que temer.
Fue en mitad del
beso cuando Henry recordó la pregunta que llevaba barruntando desde hacía
varios días pero que hoy le había asaltado sin piedad y por ello, detuvo el beso
justo en la mitad (para total
frustración y fastidio de Sarah) y le preguntó, ansioso e inseguro:
-
Somos
pareja ¿verdad? –
-
Yo diría
que con esto, no cabe ningún género de dudas de que somos una pareja, Henry –
respondió ella, segura a la par que divertida por el estado de nerviosismo en
que lo notaba justo en ese instante.
Y por si le quedaba
algún género de dudas, Sarah volvió a besarle de manera aún más profunda y
apasionada; aferrándose a él con los brazos y piernas cruzados sobre su cuello
y el final de su espalda respectivamente. Eso sí, dejando que el cabello (que
esta noche llevaba suelto a propósito) ocultase el rostro de ambos mientras lo
hacía, deseosos de tener algún tipo de intimidad pese a lo público del gesto.
De esta manera fue
cómo Sarah quiso despejar cualquier atisbo de duda sobre el tema y grabárselo
en su mente de una buena vez.
Mientras saboreaba
de nuevo la boca de Sarah; de la cual parecía no cansarse desde que descubrió
todo su sabor y mientras giraba con ella en brazos continuando su interminable ronda
de besos, Henry a la vez reflexionaba con las pocas neuronas que aún
permanecían en su cerebro.
Había saboreado en
incontables ocasiones las mieles del éxito y había vencido todos y cada uno de
los combates que aquí se habían organizado aquí, creyendo que con éstos había
alcanzado el triunfo.
Ahora se daba cuenta
y era consciente de que había estado muy equivocado.
El verdadero triunfo
de su vida era el que tenía actualmente entre las manos agarrado con fuerza y
firmeza y se llamaba Sarah Parker.
Me gusta!! Me gusta!! Me gusta!! :) Me ha encantado el momento celos, cuando le deja su chaqueta favorita y el momento confirmacion tras el combate con bessazo!!
ResponderEliminarAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIISSSSSSSSSSSSS Q BONITOOOOOOOOOOOOOOOO MAADRE AAIIS Q ME LOS COMO AAIIS (DE MI CUERPO NO PUEDEN SALIR YA MAS CORAZONES DE ENAMORADA Q PULULAN POR LA HABITACION) AAAAIIIIIISSS ME ENCANTAAAAAAAAAAAAAAAAAAA ME LOS COMO ME LOS COMO Y SOBRE TODO ESOS CELOS DE HH XQ SOLO QUIERE Q SE VISTA ASI PARA EL Y LA PREOCUPACION DE Q OTROS LA TOQUEN Y DE Q LE PASE ALGO AAIIS MADRE Q PRECIOSIDAD Q ROMANTICO MAADRE NO PUEDO NO PUEDO ES Q YA CHOCHITA PERDIDA AAIIS Q BONITO
ResponderEliminarESO SI ERES MALIGNA HASTA CON SARAH E LAUREN SUNBRIGHT MALIGNA MIRA Q DEJARLA A MEDIAS CON EL RELATO DEL FOLLETIN COMO A NOSOTRAS CON LA Hª ESTA Q TU GRADO DE MALIGNIDAD SUPREMA NO CONOCE LIMITES JAJAJ
HE DICHO