CAPÍTULO XXIII
Las
chicas buenas se vuelven malas
Si existía algo que
fastidiase profundamente a Henry, incluso más que lo interrumpiesen cuando
estaba realizando cualquier tipo de actividad o pensamiento que requiriese su
total y completa atención era que la gente no supiese diferenciar el momento
exacto en que estaba dentro del horario de trabajo y cuándo no.
Obviamente, cuando
estaba boxeando NO estaba dentro de su horario de trabajo. Más bien, se
encontraba dentro de tiempo libre. Porque podría parecer lo contrario al
proporcionarle unos buenos ingresos económicos y por ser el campeón de peso
medio de boxeo británico pero el boxeo para él era un hobbie.
Un pasatiempo.
Nada más.
“¿Es que creen que
por ser doctor no tengo un horario establecido y fijo de trabajo?” se preguntó
enfadado.
Al parecer, eso era
precisamente lo que habían pensado hoy.
Porque esa noche,
dos de las prostitutas de la calle Doorthmay se habían presentado de manera
imprevista en The Eye y habían provocado que pusiese fin de forma brusca y
precipitada al combate cuando Mary le levantó la falda en público a Molly y le
enseñó un gran y sangrante corte en la pierna que, para ser sinceros no había
tenido muy buena pinta desde el principio.
Encima tenían que
ser precisamente esas dos prostitutas; Mary y Molly de la calle Doorthmay. Dos mujeres a las que conocía desde que
regresó a Londres tras su experiencia europea y a las que veía prácticamente a
diario al realizar sus actividades profesionales muy cerca de su calle, su casa
y su consulta.
¿Cómo iba a negarse?
Por eso mismo, no le
importó concluir con una par de golpes rápidos, rotundos e inesperados para Ben
Johnson, el combate. De todas formas, ni lo había disfrutado ni estaba
concentrado al cien por cien en él. De hecho, a punto había estado de decirle
que no al combate, como ya había hecho
en ocasiones anteriores pero, precisamente ese fue el motivo que le llevó a
acabar aceptando. Además, que necesitaba el dinero para vivir y sobre todo,
malcriar a sus sobrinas. En resumen y al fin y al cabo, la aparición de las
mujeres le había venido bien incluso porque lo mejor en esas ocasiones era
ponerle fin cuanto antes y ahorrarse pérdidas de tiempo innecesarias.
Eso sí, esta vez y
sin que sirviera como tónica de precedentes le hizo saber y partícipe a Albert
con un gesto (apenas perceptible para la inmensa mayoría de los allí presentes
pero perfectamente comprensible entre ambos pues formaba parte de su código
comunicativo desarrollado a través de los años y otorgado por su estrecha
amistad y confianza) de que hoy no era el día más indicado para que realizase
la vuelta de honor y el triunfo.
Había cosas más
importantes.
Cosas como una vida
que salvar.
Apenas lo nombró
ganador del mismo y aprovechando el desorden y tumulto que creó el público allí
presente, se camufló entre la multitud y salió corriendo hacia los camerinos
para atender a Molly.
Al llegar allí sus
peores presagios se confirmaron y la herida era bastante más grave de lo que le
había parecido desde lejos. Además de tener unas dimensiones considerables, era
profunda. Tan profunda que a punto había estado de seccionarle la arteria
femoral. Y si esto hubiera sido, a esas alturas Molly probablemente ya habría
estado muerta. Afortunadamente, ninguna vena o arteria importante había sufrido
daños importantes; tal y como había pensado al ver cómo manaba sangre de dicha
parte de su anatomía. La explicación a que manase tanta sangre se debía a la
profundidad del desgarro de la carne de su muslo inferior. Una parte del cuerpo
que solía ser más gruesa y tener más carne en las mujeres que en los hombres y
carecía de otro hueso que no fuese el fémur.
Henry estaba
enfadado con ambas. Siempre les decía que debían ser cuidadosas a la hora de
elegir a sus clientes e incluso les había propuesto a ambas en varias ocasiones
que llevasen algún tipo de protección (entendiéndose protección como cualquier
tipo de arma blanca o pequeña pistola) para defenderse en caso de ataque
indeseado o para remarcar de forma rotunda y entendible una negativa rotunda.
Pero ellas siempre hacían caso omiso.
Aquí estaban las
consecuencias.
Según Mary, el
infractor y agresor de Molly no era uno de sus clientes habituales, sino un marinero
de carácter irascible y voluble con un acento extranjero bastante marcado.
Henry suspiró y se
armó de paciencia, conocedor de lo que se le venía encima.
Para su suerte,
Molly no era una paciente especialmente tranquila o calmada y encima, tampoco
soportaba muy bien el dolor. Lo sabía porque no era la primera vez que le
vendaba o le cosía alguna que otra pequeña herida que se había hecho. Si ya
entonces gritaba y gemía como si la estuvieran maltratando o infringiendo una
muerte terriblemente violenta, no quería ni pensar en cómo iba a comportarse a
continuación, cuando tenía que las dos partes de su muslo interior por hiladas
a diferentes medidas de centímetros.
Debido a esto, no
pensó.
Simplemente ordenó a
Mary que fuese fuera y ordenase a Flick que le proporcionase la botella de
whisky menos destilada y de peor calidad de todas las que hubiese en The Eye.
La necesitaba
borracha.
Y cuanto antes
mejor.
Mary cumplió con la
orden de manera casi instantánea y pese a que en ningún momento Henry le ordenó
que se marchase del camerino porque su presencia le perturbaría y le molestaría
(lo cual hoy no sería así, pues de hecho le hubiera venido bastante bien que
estuviera junto a Molly para tranquilizarla), decidió permanecer fuera
esperando a que terminase de coserla; pues tenía la certeza de que acabaría
desmayada si permanecía allí dentro.
Atraída como las
abejas a la miel, en cuanto Molly olió el whisky se apoderó de la botella y
comenzó a beber directamente de la botella como si estuviera deshidratada y se
tratase de agua en vez de una bebida alcohólica.
Fue tan rápido y tanta
la cantidad de líquido que ingirió que Henry creyó que en breves instantes
acabaría durmiéndose como una bendita y le permitiría trabajar con ella,
causándole el menor dolor posible.
Se equivocaba.
Había olvidado que
Molly tenía varias fases dentro de su estado de embriaguez y especialmente que,
la primera era una fase extremadamente violenta. Y por eso, en cuanto fue capaz
de quitarle la botella de las manos (a la que se había agarrado como si le
fuera la vida en ello) comenzó su comportamiento agresivo y violento, lleno se
aspavientos y bruscos movimientos de brazos y (lo que era para peor para su
salud) de piernas.
Así fue, como de
repente, Henry se vio inmerso en un segundo “combate” esa noche. Una pelea que
en este caso, tenía como objetivo único evitar que el corte se hiciera más
grande y que Molly por tanto, continuase perdiendo sangre.
¿Cómo impedir esto?
Fácil. Presionando
con las manos o cualquiera de sus enguantados dedos la herida abierta.
Fácil… a priori
porque en cuanto le rozaba o tocaba mínimamente, Molly gritaba y se desgañitaba
gimiendo de dolor. El problema era que Molly tenía una única manera de gemir y
por tanto, cualquier persona que estuviera fuera y la escuchara pensaría que
estarían haciendo el amor apasionadamente cuando nada que ver.
Molly continuó
gritando sin parar aún bastante tiempo más para total incredulidad, enfado y
dolor craneal y auditivo de Henry; quien no entendía cómo era posible que
pudiese tener voz después del sobresfuerzo al que la estaba sometiendo.
Estaba a punto de
darse por vencido y hacer entrar obligada a Mary para que la tranquilizase y
consiguiera que se callase cuando recordó uno de los trucos que el pastor
Albert Branches le había enseñado si quería conseguir la total sumisión y
obedecimiento de las prostitutas: silbarles como si se tratase de ovejas. Lo
cierto es que no le convencía la probabilidad de éxito de esta acción pero…no
perdía nada por intentarlo.
Para su completa
incredulidad el truco funcionó a las mil maravillas. Tan bien le fue que, en cuanto
terminó de silbarle, una Molly en estado de trance dirigió sus ojos hacia él
con la mirada perdida y… cayó rendida sobre el banco que había improvisado de
camilla.
Después de eso, todo
fue como la seda y sin ningún tipo de complicación.
Ya tenía experiencia
en este tipo de lides y heridas. No quería parecer presuntuoso pero, parecían
que se habían convertido en su especialidad y a medida que más realizaba,
conseguía que las inevitables cicatrices que quedaban en sus pacientes fueran
más pequeñas.
Incluso, ya era
capaz el tiempo aproximado que una operación de este tipo le iba a ocupar.
Siempre solía cumplirlo y cuando no, apenas tenía un corto margen temporal de
error.
En este caso no erró
en sus cálculos y acabó en el tiempo que había estimado; unos cuarenta y cinco
minutos. Lo que realmente le había retrasado y provocado que se le hiciera muy
tarde era toda la parafernalia anterior.
“Precisamente esta
noche, cuando no tenía tiempo que perder” se lamentó.
Salió del camerino y
dejó a Molly al cuidado de Mary mientras él se dirigía hacia la zona de la
arena y del público repitiéndose una y otra vez esa frase.
Cualquier persona
que hubiese podido leerle la mente en ese momento, lo hubiera acusado con toda
la razón de pesado y cansino pero él tenía razón. De todas las noches que tenía
el calendario, tenía que ser precisamente esta en la que una urgencia le
retrasaba sobremanera.
Justo la noche en
que Sarah cumplía veintiocho años.
Bien era cierto que
hacía dos días que no tenía contacto alguno con ella. Una condición que él
mismo se había autoimpuesto. No obstante y en su defensa debía alegar que había
muy buenas razones para no querer hacerlo: la primera y principal era que
estaba muy enfadado y dolido con ella y las palabras que había pronunciado
sobre ambos y de ninguna de las maneras quería ponerse agresivo de forma verbal
con ella si se la encontraba. Hecho que hubiera sucedido si se la hubiera
encontrado en el transcurso de los dos días anteriores.
No.
Necesitaba tiempo
para pensar, aclararse y relajarse, que era lo que había sucedido ya. Ahora
pasado un tiempo, en frío y con la mente calmada lo veía todo mucho más nítido
y desde otra perspectiva: ella ya había hecho su elección y había tomado su
decisión y a él no le quedó más remedio que aceptarla; que no compartirla. Además
de que no podía obligar a nadie a quererle o a gustarle. No después de todo lo
que le había sucedido en la vida. Eso sería ya el colmo del patetismo y la
ausencia más total y absoluta del amor propio. Ambos sentimientos de los cuales
él aún conservaba una mínima parte.
El actuar de manera
contraria a esto lo único que manifestaba era una actitud inmadura e
irresponsable; características ambas que no era definitorias de su persona.
Había priorizado.
Y era mucho mejor
ser su amigo a carecer de contacto alguno con ella.
Él quería su
felicidad y si su felicidad consistía en estar junto a Pitágoras, el
contribuiría a la formación de tan peculiar pareja. Por mucho que eso le
destrozase por dentro.
Eso sí, para
evitarse aún más sufrimiento y dolor, sus visitas, reuniones y conversaciones
solo se ceñirían en torno al tema de pugilismo y por tanto, se verían
recortadas temporalmente de manera considerable.
En ningún caso Sarah
iba a continuar siendo su ayudante en el ejercicio de la medicina. Disfrutaba
demasiado en su compañía y se hacía falsas ilusiones amorosas y románticas
cuanto más tiempo permanecía junto a ella.
No.
Solo hablarían de
boxeo durante una media hora al día. Añadiendo a esos treinta minutos, los
intervalos temporales de los días de sus combates de boxeo en los que
irremediablemente se vería, pues él participaba y ella era la encargada de
escribir sobre él.
Volverían a ser
compañeros “periodísticos” en muy poco tiempo
Echaba de menos a su
amiga; si es que continuaba siéndolo y no se había muerto, fruto de la
incomprensión ante su repentino cambio de comportamiento. En tal caso, si no
era su amiga ya, pensaba recuperarla esta noche cuando le llevase los regalos
de cumpleaños que le había comprado.
Eran tan magníficos,
adecuados y perfectos para ella que conseguiría que le gustase cumplir años.
Por eso era
imperante que se los entregase esta noche y antes que nadie. Sobre todo cuando
había escuchado a Eden y a sus intenciones de hacerlo también hoy. De ahí que
fuese terriblemente inoportuna la operación e intervención quirúrgica que había
realizado esta noche.
“No importa” pensó
con decisión. “Esta noche será el momento en que le dé los regalos” añadió. “En
cuanto cobre el dinero de mi combate” dijo, poco después.
El dinero siempre
era necesario. Pero hoy más que nunca, sobre todo después del desembolso
monetario que se había gastado en Sarah y cuando las fiestas navideñas estaban
a menos de un mes.
Con estos
pensamientos en la cabeza encaminó sus pasos hacia donde estaba Albert jugando
una partida de cartas para exigirle el pago y poner punto y final a su estancia
allí esa noche. Tenía muchas más cosas que hacer y más importantes que hacer
fuera del recinto esa noche.
Por segunda vez esa
noche sus planes de ir a entregarle los regalos de cumpleaños a Sarah y ser el
primero en hacerlo se vieron saboteados.
Efectivamente,
habían surgido nuevos problemas: había mucho menos dinero que el número de
apuestas anotadas en el libro de cuentas de Flick para esa noche.
Esos problemas en
esta ocasión se encarnaban y personificaban en Alan Borsth.
Alan Borsth,
camarero en Almack’s y un compañero habitual en las timbas y partidas de cartas
varias de Albert.
“Alan Borsth” se
dijo Henry con fastidio.
Lo cierto es que ya
habían tenido problemas relacionados con el dinero y donde él había estado involucrado antes. Si bien no era un moroso
propiamente dicho, sí que era un hombre al que le costaba desprenderse de sus
pertenencias. Sobre todo si éstas eran económicas.
Según las palabras
de Albert, había apostado el dinero que había ganado de su apuesta en el
combate y pese a haber perdido su mano de cartas, se lo había llevado consigo
aprovechando un descuido suyo y del resto de jugadores de la partida Una jugada que ya había practicado de forma
exitosa en ocasiones anteriores.
Una jugada de vuelta
a las andadas para la cual había escogido esa noche.
Justo esa noche.
“Mala elección”
pensó Henry, arrugando la frente.
Alan iba listo si
pensaba que iba a salirse con la suya.
Desconocía por
completo que Henry ya había tomado la firme resolución de ir él mismo en
persona a Almack’s a exigirle el pago de su dinero.
Con esa idea fija,
se despidió de Albert y se dirigió presuroso hacia allí.
-
Elll
alllcoooholll eszzszs unnna coszzsza muuuy mmmmala – dijo Sarah, nuevamente
borracha. Aunque lo cierto es que su borrachera nunca la había abandonado del
todo. – Tú – inició señalando no sabía muy bien dónde ni a quién, dado que todo
se movía trazando círculos a su alrededor. - …Nnnno lo prgr… pgrguebes nunnnca
Alan Bo…Bro…Bre…Brrr ¡Cammmarrrero! – exclamó. - ¡Otro! – pidió alzando el
vaso.
Obediente, Alan
Borsth, su camarero de esa noche corrió a llenarle el vaso de whisky hasta la
mitad. Hasta la mitad porque era un vaso de beber vino y no de chupito como los
que se había tomado al inicio de la noche junto a Eden.
Lo cierto es que
después de varios tragos de más de whisky le había encontrado el gusto a esta
bebida alcohólica. Al menos ya le había encontrado el sabor. No sabía muy bien
a qué era lo que le sabía pero ya no le quemaba la garganta cuando se lo
tragaba e incluso podía jurar que le dejaba cierto regusto dulce pasado un
instante desde que lo bebía. O quizás era producto de su imaginación y se lo
estaba inventando porque lo que realmente ocurría era que había ingerido tantos
vasos de este líquido ambarino de forma tan automática ya, que el líquido cruzaba por su garganta y
pasaba sin pena ni gloria hasta llegar a su estómago.
En consecuencia,
estaba borracha. Y ella era perfectamente consciente de este hecho. Pero se
sentía feliz porque este era uno de los objetivos de su noche loca: beber hasta
perder el sentido. El segundo, que esa noche tenía el nombre de Andrew Fitzroy,
se encontraba a unos 20 metros de ella charlando con un grupo de caballeros. O
eso le parecía a ella, porque era tan espesa la capa de humo instalada entre
ambos que no estaba completamente de asegurar esa afirmación. Hasta lo de ahora
se estaba comportando con ella como un perfecto caballero. Y dado que además
también era muy atractivo…aún no estaba descartado como el punto número tres de su lista.
Había numerosas
características diferenciadoras entre Almack’s y el resto de clubes existentes
en Londres que le conferían una categoría especial dentro de los mismos:
1. La primera de todas era que tenías que pagar
una cantidad monetaria si querías acceder al interior del mismo. Esto no era
nuevo ni diferenciador del resto de clubes de la alta sociedad británica, solo
que Henry lo había olvidado. Solo después de pagar el acceso (tres libras),
recordó que él mismo era miembro de uno de sus clubes; el Brook’s y de que su
padre era el encargado de pagarles a todos sus hijos varones las 1225 libras
anuales[1] que suponía su membresía.
También recordaba por qué lo había olvidado: porque el alcohol que se vendía en
dicho club no tenía nada que envidiarle en lo que a calidad se refiere al que
Molly había ingerido esa noche y porque él no era mucho de ese tipo de
entretenimientos. Demasiado elitista para su gusto.
2. La segunda característica, esta ya sí que
diferenciadora del resto era que era el club más antiguo de Londres (1765) que
permitía la entrada a hombres y mujeres por igual una vez que éstos hubieran
pagado su entrada correspondiente. Un escándalo para muchos miembros de la alta
sociedad. Especialmente para los más conservadores, entre los que se encontraban
su propio padre y su hermano mayor, Anthony.
3. Y la
tercera característica (por enumerar algunas de ellas) era que fruto de esa
mezcla de sexos en dicho local, muchos pensaban que se celebraban orgías y otra
clase de entretenimientos sexuales de grupo con los cuales las personas
participantes irían al infierno. Entretenidas sí, pero al infierno. Además, a
esas prácticas sexuales conjuntas salvajes (las cuales Henry no veía por ningún
lado) debían añadirse otra serie de actividades contribuyentes a crear mala
reputación; sobre todo femenina. Actividades como fumar.
Así era, otra de las
actividades que se permitía realizar en el interior de Almack’s sin
restricciones era fumar. Y por eso, tanto mujeres como hombres fumabas sin
remordimientos o pudor al respecto. De hecho, en su opinión de médico, fumaban
tan en exceso que no sería bueno para su salud.
El tabaco y la
enorme capa de humo que se había creado dentro del local (más espesa incluso
que las cerradas nieblas otoñales junto al Támesis en las que apenas
distinguías lo que tenías a más allá de un palmo de tu nariz) fueron las
causantes de que a Henry comenzaran a llorar y picarle los ojos apenas llevaba
dos minutos dentro del local. Por esto mismo, no le quedó más remedio que
entornar los ojos e imitar la posición de los fareros cuando oteaban al
horizonte para apreciar algún indicio de un barco e intentar focalizar su
mirada para intentar distinguir la silueta de Alan Borsth de entre todas las
allí presentes.
“¡Al carajo!”
exclamó al comprobar que pasado un rato en esta posición, no distinguió nada ni
hizo ningún progreso. “Seguro que tiene que estar en la barra” añadió. Hacia
allí encaminó sus pasos con firmeza a la par que agitaba su mano justo por
delante de la nariz para intentar inhalar y respirar algo de aire limpio dentro
de tan humeante y contaminado ambiente.
Caminaba firmemente
hacia la barra.
Incluso tenía
pensado al mínimo detalle su plan de acción para amenazarle y conseguir de una
manera rápida y eficaz que le devolviese el dinero.
No obstante, esta no
era su noche en lo que a planificación se refería porque apenas le quedaban
pocos pasos para alcanzar la barra donde ahora sí que tenía perfectamente
localizado e identificado a Alan cuando lo vio.
O mejor dicho.
La vio.
Una visión
pecaminosamente celestial.
Y no solo porque
hubiese tanto humo allí dentro que bien hubieran podido crearse nubes sino por
la persona que era la que estaba allí sentada.
Un ángel.
Un ángel melancólico
y triste.
Su ángel melancólico
y triste.
Sarah.
“¿Sarah?” se preguntó
incapaz de creer lo que sus ojos estaban viendo en ese momento. “Sarah” se
respondió a su vez, una vez seguro de que no estaba teniendo alucinaciones por
exceso de inhalación de humo de tabaco.
Lo cierto es que
había tardado en reconocerla y creer que era ella. No solo por el espectacular
cambio físico, de vestuario, maquillaje y peinado que esa noche experimentaba;
que también. No. El motivo por el cual no había sido capaz de ubicarla era por
el cambio psíquico y mental que también estaba experimentando.
También estaba
diferente en este aspecto.
Se la veía ausente y
melancólica y triste como ya había mencionado antes. Emociones que eran
diametralmente opuestas y contrarias a las que solían caracterizarle. Quizás
ella no fuera muy consciente del aluvión de emociones que surcaban por su
rostro y su expresión de perfil, pero desde su posición, cercana y lejana a la
vez, Henry era perfectamente consciente de ello.
Dicha situación era
el paradigma y el ejemplo más claro de cuál era su situación con ella ahora
mismo y, probablemente durante el resto de su vida: la distancia que los
separaba (apenas cinco pasos) era lo suficiente cerca como para permitir una
relación de amistad y confianza íntima entre ambos. Sin sobrepasar los límites
porque esos mismos cinco pasos eran una distancia lo suficientemente lejana
como para que ambos pudieran mantener una relación amorosa; que era lo que él
quería en realidad. Y el humo era obviamente la representación gaseosa de la
ceguera de ella ante los más que evidentes sentimientos de él hacia su persona.
“¿Qué haces aquí,
Sarah?” se preguntó Henry mentalmente.
Y como si Sarah
hubiese escuchado la pregunta que Henry se había formulado de manera mental,
ésta le proporcionó la respuesta. Una respuesta que, por otro lado era bastante
lógica siendo éste el lugar que era: cogió el vaso de whisky de la barra y
bebió un trago del mismo, antes de depositarlo vacío sobre la barra.
Henry siguió el
movimiento del brazo durante toda la acción y solo entonces descubrió, perplejo
que no era lo único que Sarah había depositado sobre la barra: también
descansaban allí sus botas de tacón.
Volvió a mirarlas
atentamente antes de que, de forma irremediable llevase su mirada hacia sus
calentitos pero carentes de cualquier tipo de altura, zapatos y le dolió el
mero hecho de realizar tan odiosa comparación entre uno y otro. Henry incluso
pudo jurar que sintió dolor en la zona de su tobillo donde tenía la quemadura.
¿Cómo era posible de
caminar con esos tacones? Estaba claro que era incapaz de aguantar toda la
noche con ellos, vistas las pruebas pero aún así… ¿no eran demasiado? ¿Alguien
se había detenidamente a observar el tamaño y las dimensiones exactas de esos
tacones? Obviamente no.
Estaba claro que
debía hablar con Albert para prohibirle la entrada y el acceso a Sarah al
interior de The Eye si llevaba esas botas como calzado. En The Eye la entrada
de armas de manera clandestina era motivo inmediato de expulsión irrevocable y
él estaba segura que los finos y afilados tacones bien podían ser utilizados perfectamente
como arma blanca en una pelea y causar heridas graves.
Definitivamente,
esos tacones estaban más que prohibidos. Por el bien común y el suyo propio. Lo
menos que él quería era que acabase teniendo un esguince o alguna otra lesión
en esa zona, como una rotura.
Aprovechó la
circunstancia favorable de permanecer casi en la penumbra e ignorado por ella
para echar un vistazo pormenorizado al atuendo que ella llevaba esa noche;
trazando una línea descendiente.
Lo primero que le
llamó era el contraste que los colores blanco y negro del ¿vestido encorsetado?
que llevaba esa noche ejercían sobre su piel.
“Un contraste
fascinante, por otra parte” pensó, dando su aprobación al vestuario.
No obstante, su
aprobación desapareció instantáneamente cuando descubrió la parte inferior del
mismo: para empezar llevaba encaje.
Encaje.
Un tipo de tela que
implicaba de forma implícita y de por sí, algún tipo de transparencia.
¡Transparencias!
¡Y su vestido apenas
le llegaba por las rodillas además de que es taba mostrando los pies al haberse
quitado las botas!
Su preocupación y
ansiedad desaparecieron cuando hizo desaparecer el banco de humo que se había
creado justo delante de sus ojos agitando muy rápido la mano y se cercioró de
que Sarah tenía tapadas y bien cubiertas las piernas y de que por tanto, no
estaba mostrando más carne y piel de la que debía.
No obstante, ambas
regresaron con la velocidad de una urgencia cuando descubrió el por qué estaban
tapadas. O mejor con qué: con unos pantalones.
¡Unos pantalones!
¡Unos pantalones de
cuero encima!
¡Como si el vestido
que llevaba hoy no fuese lo suficientemente insinuante y provocador, encima se
ponía unos pantalones de cuero que seguramente debían ajustarse a la redondeada
curva de su trasero!
¡Genial!
¿Qué demonios hacía
Sarah llevando unos pantalones?
Pantalones que por
otra parte eran una prenda masculina.
¡Masculina!
¡Únicamente
masculina!
¡Él era un hombre y
como tal llevaba pantalones!
Su furia e
indignación contra su provocativo ángel ascendió. Y alcanzó sus cotas máximas
cuando fue consciente de que era el centro de atención de todos los hombres situados
alrededor de la barra, de que permanecía
ajena a todo esto; pues estaba completamente concentrada en su solitario mundo.
Un mundo donde al
parecer no faltaban los vasos llenos de whisky, al parecer y según pudo
comprobar al darse cuenta de que nuevamente estaba bebiendo de su vaso. Vaso
que él mismo había visto cómo dejaba vacío sobre la barra y el cual por tanto,
solo podía significar que, durante algún punto y momento de su análisis había
pedido otro vaso. Y se lo habían servido.
“Basta” pensó con
firmeza mientras miraba y era consciente del estado de embriaguez en el que se
hallaba. Manifestado sobre todo en los coloretes que ocupaban todas sus
mejillas.
Tenía perfectamente
ubicado y localizado a Alan Borsth en una esquina de la barra.
No obstante, su
ajuste de cuentas pendiente (y nunca mejor dicho) debía esperar.
Ahora tenía otra
prioridad.
Su prioridad era
Sarah.
Como siempre, desde
que la había conocido.
-
Buenas
noches – dijo educado una vez se situó a su lado, marcando su territorio y
alejando al resto de posibles moscones con la realización de esta acción.
“¡Henry!” exclamó su
mente, brincando de alegría y trasladando esa felicidad a su rostro con una enorme
(quizás más grande de lo habitual) sonrisa.
Aunque
inmediatamente se reprobó y reprochó sus pensamientos, enfadándose bastante
consigo misma por este motivo.
¿Por qué, de todas
las posibles alucinaciones o imágenes que su cerebro podía desarrollar tenía
que escoger precisamente a Henry Harper?
Bufó de indignación.
Incluso, creyendo
que desaparecería de su vista para siempre como el humo cuando era más molesto
de lo habitual, Sarah se agarró con toda la fuerza de su mano a la barra y
trazó un círculo (que manifestó a ojos de Henry que era incapaz de mantenerse
erguida por sí misma y que por eso se había sentado) en el taburete y comenzó a
agitar la otra a una velocidad constante.
“No desaparece”
pensó frustrada y exhalando el aire por sus orificios nasales de manera
perfectamente audible antes de reintentarlo incrementando la velocidad y
aumentando el tamaño del abanico que realizaba su mano cada vez que la agitaba;
frunciendo el ceño y mordiéndose la lengua también para traspasarle toda la
fuerza de su interior.
Fue en uno de sus
aleteos compulsivos cuando tocó el brazo que Henry había apoyado a su vez en la
barra ante el más que posible acto de intervención que tendría que realizar si
quería evitar que Sarah se cayese del lugar donde se hallaba sentada. Ella
parecía no darse cuenta pero a más “fuerza” y velocidad intentaba imprimir al
movimiento de sus manos, más separaba su trasero y su espalda del asiento y del
respaldo respectivamente. Si a eso le sumabas los movimientos circulares y
tambaleantes que también realizaba fruto del esfuerzo, era bastante probable
que eso sucediese.
“Más vale prevenir
que curar” pensó, a la espera de intervención.
La primera vez que
le tocó, Sarah creyó que también había sido fruto de su fructífera imaginación
combinada y aliada con su borrachera nocturna. Hecho que también sucedió la
segunda y la tercera. No obstante, en la cuarta ocasión (que ya había sido a
propósito) las dudas comenzaron a parecer y éstas desaparecieron en la quinta
cuando, directamente le golpeó de forma suave con el dorso de la mano y
comprobó que el Henry que creía producto de su imaginación, en realidad no lo
era.
Todo lo contrario,
era real.
Muy real.
Y estaba justo
delante de ella, mirándole bastante enfadado.
-
Tú… -
musitó elevando el rostro hacia él mientras tragaba saliva y parpadeaba de
forma compulsiva; manifestando con este gesto su nerviosismo e incapaz de
evitar que los ojos le brillasen por su presencia allí. –Tú – repitió echando
el cuerpo hacia atrás y manifestando todo el enfado y desagrado que su
presencia allí esa noche le provocaba.
-
Yo –
dijo – el de manera seductora. - ¿Qué haces aquí? – quiso saber.
-
Beberrrr
– dijo, agarrando el vaso y llevándoselo a la boca. Enfadándose al instante
cuando se dio cuenta de que estaba vacío y de que había hecho el ridículo con
esta acción ante Henry. Por lo que pidió otro. – Ca… cccaa…mmma..ggre…rrro –
llamó a Alan Borsth. Y cuando captó su atención, levantó y agitó su vaso vació,
indicándole que le trajese otro lleno.
-
¿No
crees que ya has bebido demasiado? – le preguntó de forma amable e intentando
crearle una conciencia y un sentido común que sabía que tenía, pero que esta
noche habían desaparecido.
-
Nnnop –
dijo negando con la cabeza. – Essszztoy
cc…ccc…cccell….cellle…celllleebbbb….ccceelllleeebbbbrrrr…cellleebbbrrannndo mi
cccummplleeeañosszsss – explicó.
-
Y por lo
que veo te lo estás pasando muy bien – dejó caer.
-
Ssssip –
dijo asintiendo de manera tan vehemente que a punto estuvo de dar con su frente
en la barra. Pero como no lo hizo, golpeó tres veces ésta con la mano para
meterle prisa al camarero; necesitaba ese líquido que había perder la memoria
para olvidar el daño que Henry le había causado con su rechazo.
Bajo presión, Alan
Borsth no funcionaba. Aún así, intentaba realizar su trabajo lo mejor que
podía, pero esta noche le había tocado una de las barras con más afluencia a él
solo; lo cual por otra parte era tremendamente injusto. No obstante, y dado que
no quería ser llamado a la atención en público por no satisfacer a tiempo a los
clientes, sobre todo hoy que las jefas rondaban por el local, en cuanto la
joven y atractiva señorita ebria terminó de dar su tercer golpe en la barra; él
ya había puesto el vaso lleno de whisky a su lado.
Le sonrió, para
tranquilizarla y tranquilizarse a su vez cuando se dio cuenta de que en ese
momento era el centro de atención de una de las propietarias y… se llevó el
susto más grande de su vida cuando vio quién acompañaba a la mujer en esos
momentos.
-
¡Henry!
– exclamó.
-
Alan –
le devolvió él, el saludo.
-
Henry –
repitió, algo más calmado en apariencia aunque temblaba por dentro ante la
reacción que podía tener si se negaba a entregarle el dinero; dinero que por
otra parte era suyo pero que a él sin duda le hacía más falta ahora. Ese era el
motivo por el cual se lo había llevado de The Eye, con la convicción firme y
segura de que jamás iría a pedírselo en persona y ganaría tiempo para hacerse
con él y devolvérselo en persona.
Sin embargo, con su
presencia allí esa noche tendría que devolvérselo. Y bien tendría que ponerse a
rezar si no quería llevarse un puñetazo por ladrón.
-
¿Tú
porrr qué errrres fffammossszo en toddassszs paarrrtesszs? – le preguntó Sarah
indignada.
Henry ignoró la
pregunta de Sarah. En su lugar, agarró el vaso de whisky que Alan le había traído
y se bebió su contenido de un trago; maldiciendo su horrible sabor.
-
Ottrrro
– pidió Sarah.
Alan miró dubitativo
a Henry y a Sarah antes de actuar. Optó por lo que era lo más sensato; que en
esta ocasión era complacer a la dama, pues era quien pagaba.
En cuanto volvió a
poner el segundo vaso, la acción se repitió y Henry adelantándose a los lentos
movimientos de Sarah (debido sobre todo a su estado de embriaguez), cogió el
vaso se lo bebió de un trago.
-
¡Eh! –
protestó, golpeándole en el brazo.
-
No vas a
servirle ni un solo vaso de whisky más a esta mujer de aquí – dijo amenazante y
señalando a Sarah; aún con el vaso vacío en la mano. – En cuanto a mí, quiero
mi dinero – añadió. – Ya – añadió, para conferirle un tono de urgencia. Y por
si no lo había entendido, golpeó tres veces la barra con la mano a imitación
del resto de los clientes; pues parecía que era la clave esa noche para meterle
prisa.
-
¿QQQqquiénnn
ttte crrreees qqquuee errressszs? – le preguntó muy enfadada y poniéndose en
pie encima del taburete mientras se balanceaba ligeramente hacia delante y
hacia atrás.
-
Tú misma
me los has dicho hace un momento, Park. Un hombre famoso – explicó, burlándose
de ella. – Además, es tu fiesta de cumpleaños y parece que para estar invitado
hay que ponerse a tono con el alcohol, si encima eres tú quien me suministra el
alcohol gratis ¿cómo voy a negarme? – le preguntó.
-
¡Yyyyo
nnno ttte essztoy ddando nnaddda! – exclamó. – Esszs mmmi cummmpleañññossz y
ttuuu nnno essszztasszs innnvvvittado – añadió intentando parecer firme.
-
¿En
serio Park? – le preguntó. – Pero… ¡si fue idea mía que lo celebraras! –
exclamó, risueño. – Yo creo que sí que debería estar invitado, ya solo por el
ser la cabeza pensante – añadió.
-
Annnnteszzzs
– rebatió ella. – Annnntttesssz – repitió. – Errrrrassszzz – añadió, para
quedárselo más claro. – Yyya no – determinó. – Mmmi fiesszzta, mmmmiissszs
innvvvittadossz, mmmiiii allccoooooollll y mmmmiii cueeerrrpppo – explicó. – ¡Y
mmmiii cuerrrpppo quierrre allccooooooollll! – exclamó elevando el puño.
-
Pues yo
creo que mañana no vas a tener el mejor cuerpo posible para dar la bienvenida a
los veintiocho, querida – le dijo, con tono condescendiente.
Tono que enfureció y
provocó que gruñese de forma perfectamente audible antes de abalanzarse sobre
él para intentar hacerse con su vaso vacío. El problema es que calculó mal las
distancias y tropezó con la barra de madera donde tenía apoyado su pie;
cayendo.
O más bien a punto
de caer porque un Henry bastante más rápido de reflejos que ella, reaccionó
justo a tiempo para evitar que cayera y en vez de eso, aterrizó entre sus
brazos.
-
Cuidado
Park – le advirtió con voz suave, estrechándola más fuerte contra él ya que
temblaba de miedo por la perspectiva real de que podía haberse caído y hacerse
bastante daño. – Si sigues este ritmo, no vas a llegar a los veintinueve –
añadió divertido, aunque incapaz de evitar que un deje de seducción se le
escapase al final de la frase. Sarah levantó la cabeza hacia él y sin darse
cuenta muy bien de lo que estaba haciendo, pegó su nariz contra la de él para
mirarle fijamente a los ojos y pensar qué debía decirle para agradecérselo. –
Felicidades por cierto – añadió él. - ¿Quieres que te dé mi regalo ahora? – le
preguntó. Y esta vez no había ningún género de duda del marcado acento de
seducción que denotaba su pregunta.
Eso al menos fue lo
que creyó Sarah.
“¡Sí!” gritó
mentalmente, como si se tratase de una más de las seguidores enfervorecidas y
enloquecidas hormonalmente de Skin HH Skull.
No había ningún tipo
de dudas o rastro siquiera que pudiera indicar o llevar a algún error.
Henry Harper iba a
besarla de nuevo.
Y Sarah Parker;
aunque borracha y dolida con él, no quería otra cosa como regalo de cumpleaños.
Cerró los ojos a la
espera de tan ansiado momento e inspiró el olor a masculinidad y jabón que este
desprendía. Y si no, contaría cinco segundos y sería ella misma quien lo
hiciese.
Cinco segundos.
Cuatro.
Tres.
Dos.
Uno.
-
¿Qué
está pasando aquí? – preguntó una voz masculina recién incorporada a la
conversación; rompiendo toda la posible magia que el momento pudiera contener.
Henry dirigió la
mirada hacia el lugar desde donde procedía esa voz.
Fue una pura
formalidad, dado que conocía perfectamente a quien pertenecía.
Efectivamente, sus
sospechas se confirmaron cuando descubrió a menos de tres pasos de ambos a
Andrew Fitzroy; hijo de lord Mapplesfield.
Andrew Fitzroy; uno
de los libertinos más reputados, atractivos y de peor reputación de los que
conformaban la camada de los “cachorros de la guerra”; como así se les conocía
en los ambientes sociales aristocráticos.
Obviamente, con
dicha carta de presentación, era uno de los amigos más íntimos y cercanos de su
hermano pequeño Junior.
Hermano que a su
vez, y también Andrew, tenían la misma edad que Sarah.
En opinión de Henry,
Andrew era el más ególatra y presumido de los cuatro “cachorros” pues se
llenaba la boca afirmando a viva voz que su linaje descendía desde tiempos de
Ricardo III; el rey jorobado. Añadía además que su antepasado era ni más ni
menos que uno de los múltiples bastardos que tuvo este rey.
Lo cual podía ser o
no cierto porque, si los nobles tuvieran que creer, hacer caso y considerar
como bastardos reales a todos aquellos que se llamasen Fitzroy, no habría libro
de protocolo que soportase tantas formalidades hacia su persona. Henry no
dudaba de que alguna de estas familias descendiese directamente de los
bastardos reales, pero había que tener muy presente que tras la Revolución
Gloriosa, muchos opositores al rey Guillermo habían cambiado sus apellidos
originales al de Fitzroy como una manera de hacer pública su nueva condición de
súbditos y por tanto, de su fidelidad al nuevo monarca. Y a Henry le daba que,
por el carácter que todos los miembros masculinos de esa familia compartían,
éstos Fitzroy eran del segundo tipo.
Ahora bien, tenían
un pequeño problema.
Nada serio en
realidad pero… Andrew Fitzroy no se tomaba muy bien que le rechazasen o que le
robasen a la chica a la que había planeado seducir esa noche.
Henry maldijo su
estupidez por no haberse dado cuenta desde que la descubrió allí sentada y
bebiendo sola. ¿Cómo no reconoció el modus operandi de Andrew si siempre era el
mismo? Culpa de Sarah; quien le había abrumado y atontado de tan guapa y
arrebatadora como estaba esa noche.
Tendría que
habérsela llevado de allí; aunque hubiera estado en contra cuando pudo,
aprovechando la conversación tan entretenida que estaba manteniendo junto a
otros caballeros en vez de ponerse a charlar, tontear y por Dios, a punto de
volver a probar sus dulces labios otra vez; acción que se moría por realizar.
Ahora, por culpa de
esa belleza tan seductora; causa única y última de su distracción, iba a tener
que meterse en una pelea si quería llevársela de allí con él.
-
Andrew –
le saludó, apretando más a Sarah contra él; quien, para su tal sorpresa
agradable no protestó ni se revolvió sino que se dejó hacer.
-
Henry –
le devolvió el saludo. – Veo que conoces a Sarah – añadió serio, mirándola
fijamente hasta que ella le sonrió mínimamente.
-
Por
supuesto que la conozco – explicó Henry. – Y muy bien además – apostilló y
quiso aclarar.
-
Essszo
eszzz mmmmennntirrra – protestó Sarah, enfadada porque él sugiriese con esa
añadidura que ambos compartían una intimidad que no tenían. “Y jamás tendremos”
añadió, mentalmente con firmeza una vez pasó su estado de atontecimiento.
-
¡Oh
venga Park! – protestó él. – No me irás a decir que aún sigues molesta conmigo
– añadió.
-
¿Molesta?
– preguntó Andrew. – Y entonces lo entendió todo. - ¿Tú eres el hombre que ha
dejado abandonada a Sarah esta noche? – preguntó enfadado.
“¿Abandonada?” se
preguntó Henry con extrañeza mientras miraba fijamente a los ojos de Sarah en
busca de una respuesta en ellos.
¿Quién había dejado
abandonada a Sarah?
¿Un hombre había
dejado abandonada a Sarah?
¿Christian se había
olvidado de que el cumpleaños de Sarah era hoy y le había dado plantón?
“Maldito Pitágoras”
gruñó Henry, bastante enfadado con él y sintiendo unas ganas irrefrenables y
enormes de pegarle en cuanto le viese la próxima vez. Aunque a su gran enfado
debía añadir que Sarah también contribuía y bastante, porque seguro que
acabaría perdonándoselo y olvidándolo, clasificándolo como una anécdota
graciosa más en su relación.
Aún así, y sin que
Andrew hubiera sido consciente, le había proporcionado una pista y un hilo conductor
que, si le salía bien (y Sarah colaboraba, siguiéndole el juego) les haría
salir de allí sin tener que ensuciarse las manos por golpear a nadie.
-
¡Pero si
yo en ningún momento la he abandonado! – exclamó.
-
Ella me
dijo cuando me la encontré un hombre la había abandonado y dado plantón –
explicó Andrew.
-
¿Y te lo
creíste? – le preguntó enarcando una ceja. - ¡Por el amor de Dios Andrew! –
exclamó, rompiendo a reír. - ¿Quién sería tan idiota como para abandonar a una
criatura tan preciosa como ésta? – le preguntó. – Solo habíamos tenido una riña
de enamorados y en el calor de la discusión, no entendió bien la hora a la que
habíamos acordado para llegar aquí – explicó.
-
¿Habíais
quedado aquí? – preguntó boquiabierto.
-
¿No me
ves? – le preguntó, señalando lo obvio.
-
Pero… -
tartamudeó, confuso. –Pero… - añadió, tartamudeando y retrocediendo. – Pero… -
dijo una tercera vez, confuso y sin saber muy bien qué creer.
Henry ya saboreaba
en ese momento las mieles de la victoria.
Sin embargo, todo
había resultado demasiado sencillo para ser una situación en la que los dos
estuviesen entrometidos. Y por ello, para no perder costumbre y agregarle
vidilla a la misma, Sarah tuvo que abrir la boca.
-
Nnnno le
creassszzz –
-
Querida
Parker – inició, con un suspiro.
-
Nnno
ssooy tu querrrida – explicó firme. - ¡Y…nnno mmme llammmeszzs Parrrkerrr! –
exclamó, enfadada y albergando con esta reacción nuevas esperanzas en Andrew.
-
¿En
serio cariño? – volvió a preguntarle en tono seductor; derritiéndola
instantáneamente. - ¿No eres nada mío? – le susurró junto a su oído. - ¿Vas a
hacer que te muerda en público nuevamente para demostrárselo? – añadió,
plantando justo un beso en su yugular; disparándole el flujo sanguíneo y
acelerando los latidos de su corazón.
-
¿Sabes
qué Henry? – le preguntó. – Tengo dos opciones ahora mismo; creerte o no y
ahora mismo no te creo – añadió.
-
Me
importa una mierda si me crees o no – respondió borde Henry. “Lo importante
aquí es librarla a ella de tus garras” añadió.
-
Bésala –
dijo Andrew.
-
¿Cómo? –
preguntaron los dos al unísono y con idéntica expresión facial de sorpresa.
-
Bésala –
repitió. Y pasados unos segundos, añadió: - Si tan explosiva pareja dices que
sois, no te importará en lo más mínimo besarla en público y demostrarle tu amor
con ese gesto – apostilló. Bésala –
volvió a decir.
-
A mí no
me importa en lo más mínimo – dijo, negando con la cabeza antes de girarse en
dirección a Sarah y estrecharla entre sus brazos con firme intención de besarle
frente a todos grabada en su frente y sus ojos.
“¿Realmente va a besarme?”
se preguntó Sarah, con una mezcla de sentimientos; pues quería y deseaba a
partes iguales que lo hiciese. “¿Por obligación?” añadió, con deje lastimero.
“¡No!” gritó, mentalmente.
-
¡No! –
gritó esta vez en voz alta; causando sorpresa en los tres. - ¡No! – repitió,
pidiendo disculpas a Henry con la mirada antes de golpearle y retorcerse para
intentar liberarse.
-
La chica
ha tenido razón desde el principio – dijo Andrew. – Suéltala – ordenó
ofreciéndole la mano para que se marchase con él.
-
¡Que te
lo has creído! – exclamó, mirándole con desprecio.
-
¿No ves
que no quiere estar cerca de ti hoy? – le preguntó, al ver que nuevamente
intentaba liberarse de él. – Deja que venga conmigo y ya mañana discutís lo que
tengáis que discutir – añadió.
-
¡Oh sí!
– exclamó Henry con ironía. - ¿Me crees tan estúpido como para que piense que
solo vas a ofrecerle tu compañía y un hombro en el que llorar esta noche? – le
preguntó.
-
Ella no
quiere irse contigo – le advirtió Andrew; quien poco a poco perdía su
paciencia.
-
Es obvio
que está tan borracha hoy que no está en sus cabales y no sabe lo que quiere –
explicó Henry.
-
¡Nnno
quierro irme conntigggo! – exclamó, oportuna como siempre.
-
¡Cállate!
– exclamó Henry.
-
Ya la
has oído, suéltala – ordenó.
-
¿Qué
parte del no no entiendes Andrew? – le preguntó, exasperado ahora Henry.
-
La misma
parte que tú de su no, al parecer – rebatió Andrew. – Entrégamela – exigió.
-
No –
volvió a decir Henry. – Park es mía – añadió, con un marcado tono de
posesividad hacia su persona.
-
¡Yyyyo
nnnoo sszssoy tttuyyya! – protestó Sarah. - ¡Nnnno sssoy de nnnadddie! –
añadió. – Szzsssoyyy unnna mmmujjjjer auttt – inició.
-
¡Que te
has creído tú que no! – le interrumpió Henry, harto cargándosela al hombro si
ningún tipo de esfuerzo antes de echar a andar.
Tres pasos dio antes
de que Andrew se interpusiera en su camino.
Lo cual no pudo ser
una elección peor porque la paciencia y la parte comunicativa del cerebro de
Henry ya se habían agotado y ahora solo quedaba campando a sus anchas su parte
irracional. Por eso, no pensó y solo actuó cuando le dio un único puñetazo en
la cara que sirvió para apartarlo de su camino y a su vez de explícita
advertencia al resto de los hombres allí presentes a los que se les hubiera
pasado por la cabeza intentar impedir que Sarah se fuera a casa con él esa
noche de que correrían la misma suerte si intentaban siquiera intentarlo.
-
No hace
faltas que llames a los de seguridad Alan para que me echen, yo mismo acabo de
autoexpulsarme para siempre – anunció, al ver las señas que le hacía a los fornidos
hombres que estaban situados en los puntos estratégicos del salón.
Iba a reemprender la
marcha en ese momento, pero entonces las vio: justo ahí encima de la barra,
donde habían permanecido todo este tiempo, ajenas a todo lo que había ocurrido
a su alrededor: las botas de tacón de Sarah. Conocedor gracias a Rosamund de la
importancia que las mujeres concedían a su calzado e ignorando la retahíla de
insultos, amenazas y palabras malsonantes que Sarah le estaba dedicando al
ignorar sus exigencias y órdenes de que la bajara de ahí; Henry volvió sobre
sus pasos y se dirigió nuevamente a Alan:
-
Toda
dama necesita de sus zapatos porque nunca se sabe cuándo el príncipe azul o su
héroe correspondiente puede llamar a su puerta – explicó.
Alan asintió
fingiendo haber entendido su explicación, aunque no había entendido ni una sola
palabra. Eso sí, temeros y algo aterrorizado por el ataque a Andrew y la
resolución con la que había actuado para impedir que nada malo le sucediera a
esa chica esa noche; Alan sacó el fajo de billetes que se había llevado de The
Eye y lo introdujo en el hueco para uno de los tobillos de una de las botas de
Sarah.
Ahora sí, con la
satisfacción del trabajo bien hecho y la agradable perspectiva de que Sarah
regresaba con él; Henry regresó a casa.
“¡Qué caminito!” se
quejó y protestó Henry, cerrando tras de sí la puerta de su casa con un leve
empujón del pie.
Si Molly, la
prostituta, se caracterizaba por una violencia extrema e injustificada en
estado de embriaguez, Sarah bien podía clasificarse como una borracha nerviosa
y espasmódica.
En otras palabras,
no paró quieta en todo lo largo que se le hizo el camino de vuelta.
¿Cómo era posible?
¡Si parecía que se
iba a desplomar de un momento a otro cuando la vio sentada en el taburete de Almack’s!
Le había engañado y
bien.
Tanto se movió y
retorció durante la caminata que, temeroso porque se cayese de sus hombros, a
Henry no le quedó más remedio que cambiarla de posición y llevarla durante
buena parte del paseo como si estuviera cogiendo a un bebé; lo cual era
ridículo viendo las dimensiones de Sarah que; si bien pequeña comparada con él,
era una gigante al hacer esta misma comparación entre ella y un bebé.
Afortunadamente para
su salud mental y para su dolorido cuerpo, ya estaban en casa.
Su casa.
Y como estaban en su
casa, tenían que cumplir sus normas.
Ahora había llegado
su turno y el momento en que Sarah le obedecerá sin rechistar.
Y no estaban en el
club ni en la calle y por tanto, sus horas salvajes de chica mala habían
llegado a su fin. Para siempre, si de él dependiese y estuviera en sus manos.
Miró a Sarah en sus
brazos, extrañado de que no se moviera y retorciera y comprobó, no sin asombro
que parecía que el cambio drástico de un lugar abarrotado de gente y bastante
bullicioso a uno mucho más silencioso, solitario y tranquilo, había tenido un
efecto pacificador en ella. Claro que, también podía deberse a que el alcohol
que había ingerido esa noche hubiese comenzado a hacerle efecto.
No estaba seguro
completamente.
Pero lo cierto es que
había pasado de retorcerse y comportarse como un animal salvaje enjaulado y
privado de su habitual libertad de repente a encogerse de frío para coger
dentro del hueco de medianas de dimensiones que sus brazos podían ofrecerle
como “cuna”, a apretarse contra é en busca de su calor corporal para así calmar
los tiritones de frío (pese a que tenía puesta s chaqueta) y a acurrucarse
contra su pecho, apoyando y situando la cabeza en distintas zonas para probar y
comprobar cuál era la mejor y más cómoda.
“Se está quedando
dormida” pensó Henry con una mezcla de horror y preocupación.
Sarah no podía
quedarse dormida.
Al menos no hasta
después de haber vomitado todo lo que había bebido, si mañana quería tener un
día de cumpleaños con un cuerpo mínimamente decente.
Desgraciada desafortunadamente, no tenían el suficiente
tiempo para que prepararle el remedio contra la resaca. Alarmado porque cuando
miró a Sarah, a ésta le costaba más permanecer con los ojos abiertos y porque
sus respiraciones se estaban haciendo más lentas y regulares, Henry se dirigió
rauda hacia su pequeña cocina y optó por la solución más rápida, efectiva y que
era la que más utilizaba cuando tenía que ser él quien “devolvía” a Junior al
hogar familiar Harper: el café.
Durante todo ese
corto trayecto (que realizó sin soltar a Sarah) agradeció una y mil veces su
testarudez Harper, que en este caso se había manifestado en un férrea fidelidad
a su gusto por el café, prefiriéndolo por encima de la moda de té para
desayunar; la cual tenía más adeptos según pasaba el tiempo e incluía a más
hombres entre sus filas.
En su jarra para el
café encontró que aún quedaba café suficiente para sus propósitos.
Café frío.
Tanto mejor.
Café, que si se
tomaba frío y solo (como Sarah estaba a punto de hacer) podía provocar diarrea
o, lo que era aún mejor para sus intereses e intenciones, unas ganas de vomitar
instantáneas.
Por eso, agarró la
jarra de café, se apoyó contra la pared para qué esta le ayudara a cargar con
el peso de Sarah (no porque estuviera gorda, sino porque ahora solo era un
brazo quien la soportaba) dado que no quería que se le cayese, separó y abrió
la boca de Sarah mínimamente para colocar ahí el borde de su jarra e,
inclinándola poco a poco comprobó como el líquido descendía y se deslizaba a
través de la garganta de la mujer.
Como sospechaba, y
sabía fruto de bastantes experiencias de este tiempo, poco fue el tiempo que el
café tardó en hacerle efecto a Sarah. Una Sarah que se incorporó de manera
inesperada y que por tanto, mandó bastante lejos su chaqueta. Además, durante
la realización de esta acción se atragantó y comenzó a toser; con tan mala
suerte que formó un reguero de manchas dispersas en la parte superior de su vestido blanco.
Erguida, aunque
sentada, Sarah puso esto de desagrado y sacó la lengua mientras expulsaba aire,
para a imitación de las serpientes buscaba algún olor o sabor agradable que
disimulase y disminuyese tan amargo regusto y sabor que había dentro de su
lengua y su garganta.
-
¡Puag! –
gritó, una vez terminó de toser antes de limpiarse los restos de saliva de la
cara con el brazo en un gesto no muy femenino. - ¡Henry! – gritó, enfadada y
sorprendente lúcida.
-
Hola –
le respondió, con gesto burlón elevando ambas cejas.
-
Te odio
– le dijo, mirándole furibunda tras haber salivado a propósito como una segunda
posible solución para quitarse tan mal sabor de boca.
Henry no le concedió
importancia alguna a sus palabras. Es más, le respondió:
-
Ya me lo
agradecerás mañana cuando sientas el hambre suficiente como para poder comer un
trozo de tu pastel de cumpleaños y tengas las suficientes fuerzas como para
levantarte de la cama -.
Sarah bufó y dijo
unas palabras ininteligibles antes de cerrar los ojos y retornar a su posición
anterior, apoyando la cabeza en el pecho de Henry.
-
Henry –
dijo, con voz adormilada.
-
¿Sí? –
preguntó él preocupado y con la ligera sospecha de que iba a comenzar a vomitar
en cualquier momento.
-
Gracias
– respondió ella en voz muy bajita mientras frotaba su cabeza contra el pecho
de él; justo a la altura donde tenía tatuada su cruz celta.
-
Encantado
– dijo sonriente. - No hay de qué – añadió.
-
Henry –
repitió, aún más adormilada que escasos instantes antes.
-
¿Sí? –
volvió a preguntar él, creyendo que en esta ocasión le pediría una manta pues
era obvio que tenía frío; tenía la carne de gallina.
-
Mmmm –
refunfuñó. – Si te hubiera conocido antes… - suspiró. – Probablemente a estas
alturas, ya te querría – confesó antes de quedarse completamente dormida;
relajando la expresión en su rostro.
-
Una
lástima Park – se lamentó para sí. – Yo ya te quiero – susurró junto a su oído
antes de darle un beso en la frente y sentarse en el sillón más cercano que
había junto a su aseo.
Se había resignado
ya a que el 27 de noviembre no iba a dormir.
Debía estar
preparado para una noche que no había hecho más que comenzar…
Ves como estaba haciendo alguna cura!!?? Me he recordado a la noche en que yo me corte y tu me ayudaste chin... :) Me he reido con la etapa violenta producida por el alcohol XD Y me ha dado muuuchaaa pena el pobre Henry todo preocupado por el cumple de Sarah y saber que ella anda con el Alan, pq tiene que ser el...no cabe otra! Sigo leyendo... Pues al final no es Alan...
ResponderEliminarXDXDXDXD dios me meo!!!! Que cogorza tiene Sarah!!! Dios que escena!! Creyendo que es una ilusion XD Me la estoy imaginando haciendo alli aspavientos XD
Arrrggg!!! Pq los han tenido que interrumpir????? Me guuuustaaaaa, momento "a cuestas con ella" y el otro diciendole que la bese, toooontaaaaaa mas que tooooontaaaaa!! Que no te has dejado y te mueres de ganas!!!! Porqueeee??? Le dice que la quiereeee, pero pq lo hace cuando se ha dormido por dios!!?? Que mono y dulce que es esta HH <3<3
bueno pues despues de la lectura del capi procedo a realizar lo q viene siendo el comentario del mismo: ante todo quiero dejar claro y patente mi grado de indignacion q es el siguiente:
ResponderEliminarMALIGNAAAAA MALVADAAAA MALEFICAAA MALOTAAAA MALEVOLAAA MALAAA MALISIMAAA COMO TE ATREVES A DEJARME A MEDIAS CON EL FINAL DEL CAPI¿? COMO TE ATREVES MALEFICENCIA MALVADA EE COMO A VER CON LO INTERESANTE Q SE ESTABA PONIENDO LA COSA Y VAS TU ALE LO DEJAS AI ALA DEJANDOME CON LA MIEL EN LOS LABIOS CON GANAS DE SABER Q PASA LUEGO
PERO ROMPO UNA LANZA A TU FAVOR Y A FAVOR DE TUS MUSAS CONFIANDO EN Q PRONTO SABRE Q PASA PERO AHI QUEDA PLASMADA MI INDIGNACION DE HOY
BUENO BUENO CAPIULAZO Q ME HAS DEJADO HOY SUPREMA DE LAS SUPREMAS CHIN O DIOSA DE DIOSAS MUSA DE MUSAAS O TE GLORIFICAMOS AAIIISS Q MONISMO DE LA MUERTE ES ESTE HH MIO NUESTRO BENDITO Q LO COGIA Y ME LO COMIA CON PAPAS AAIIS Q TIERNO ROMANTICO Y Q YO QUIERO UNO ASI EN MI LIFE SR REYES MAGOS TOMAD NOTA EE Q QUIERO UN HH PARA REYES XQ MAS TIERNO CABALLEROSO NO SE PUEDE SER AAIIS EL MI POBRE LO MAL Q LO ESTA PASANDO PARA Q SARAH VEA LO MUCHISISISISISISISISISISISISISISISISISISISISISISISIISISISIISISISISISIMO Q LA QUIERE Y ELLA Q NO SE DA NI CUENTA DE ELLO LA MU TONTA Q NO LA HE ARRANCADO LA CABEZA DE CHURRO XQ LA MU TONTA NO HA DEJADO Q LA BESARA Y EL OTRO DESEANDO XQ UN POCO MAS Y CUANDO LA VIO CON EL VESTIDO Y NO SE LA COME DE CHURRO XQ CHATINO HH TE HAS QUEDADO AUTENTICAMENTE BABEANTE BOBO BABUINO Q YA QUISIERA YO Q ME HICIERAN ESO A MI DE COMERME CON LOS OJOS COMO LO HA HECHO EL CONTIGO PORQ CHATA SARAH LO TIENES CONTRA LAS CUERDAS NUNCA MEJOR DICHO EL POBRE NO PUEDE MAS A SABERSE LOS SUEÑOS EROTICO FESTIVOS Q HABRA TENIDO CONTIGO MAJA AMOS Q TIES A UN CABALLERO A TUS PIES Y TO CHOCA CON EL PITAGORIN INNOMBRABLE Q ME LO CARGO IDIOTA SUPREMO HERMANISIMO DE MI SUPREMO (AAIIISS Q ME LO COMO MAADRE Q WENO TA) XD YA ME HE PERDIDO EN LA DISERTACION Q ESTABA HACIENDO ESPERA Q RETOME AMOS Q TE HA INTENTADO BESAR Y TU TONTA DE LAAS NARICES Q SI TE COJO TE PEGO LE HAS DICHO Q NO Y LE HAAS DEJADO CON LAS GANAS AAIIS MAADRE Q CASI ME DA UN PATATUS Q TENGO UNAS GANAS DE CARNACA DE LA BUENA DE VOSOTROS DOS Q NO LO SABEIS VOSOTROS BN NI NA MAADRE MIA
HH CONMIGO BUENO HAS GANADO PUNTOS Q NO VEAS PRIMERO ANTE TODO UNA OLA O LO Q TU QUIERAS TE HAGO XQ ERES GENIAL EL MEJOR PRIMERO ME GUSTA Q DEFIENDAS A SARAH CON UÑAS Y DIENTES A ULTRANZA Y TE PEGUES CON QUIEN HAGA FALTA POR ELLA CHAPO A TUS PIES TE QUIERO O ALGUIEN COMO TU ASI EN MI VIDA DONDE ESTAS MAJO Y DOS MUY COMICO Q HAYA VUELTO POR LAS BOTAS DE SARAH Y HAYA AMEDRENTADO AL Q LE TENIA Q DAR EL DINERO JAJA ME MEO CON ESO GENIAL Y EL FINAL
AAIIIIIISS Q BONITO AAAIIIS (CORAZONES ME SALEN POR LOS OJOS SUSPIROS DE ENAMORADA BOBALICONA Y CARA DE TONTONA) AAIIIS Q ROMANTICO PERO BOBO NO SE LO DIGAS CUANDO ESTA DORMIDA SINOO CUANDO ESTA ELLA DESPIERTA XQ PEAZO PAPA SE HA PILLADO SARAH Q COMICA HA ESTADO PERO RETOMANDO BOBO NO SE LO SUSURRES Y DISELO CON UN PEAZO BESO Q LA DEJE SIN SENTIDO Y Q SE ENTERE BN LO Q LA QUIERES ANDAAA VEENGA HOMBRE
BUENO X MI PARTE NADA MAS HE DICHO