CAPÍTULO XXI
Abre los ojos
Por segunda vez en
muy poco tiempo, Sarah se encontró con tres trabajos; cuatro, si incluías el de
la entrega de los escritos de Christina Thousand Eyes de la iglesia en Tower
Hamlets. Pero, como tenía que ir a diario a dicha zona de la ciudad, ya que
nunca sabía con anterioridad en qué zona de la ciudad Henry sería requerido,
ese trabajo lo consideraba más un favor.
Y por segunda vez,
había sido ella misma quien se había ofrecido voluntaria para la realización de
los mismos.
No obstante, aunque
existían bastantes diferencias entre una y otra ocasión, la principal era que
esta vez estaba encantada con la posibilidad de realizarlo.
Y todo era culpa de
Henry.
Un Henry al que veía
desde otra óptica muy diferente desde que se le confesó y al que defendería con
uñas y dientes si fuera necesario. El mismo Henry que sabía diferenciar
perfectamente cuándo estaban trabajando y cuándo siendo más amigos que
compañeros de trabajo para tratarla de manera diferente, aunque nunca
faltándole al respeto.
El mismo Henry al
que ella consideraba como un héroe en su fuero interno y por el cual sentía una
profunda admiración y sí ¿por qué no decirlo? Una cierta atracción física.
Claro que, como bien decía Eden ¿cómo no sentirla si el chico estaba de muy
buen ver?
Obviamente, nada de
esto se lo habían comentado en alguna de sus múltiples conversaciones al calor
de la chimenea de la casa de Henry. Especialmente lo del héroe. Ahora lamentaba
profundamente haberle comparado con Hércules o haberse burlado de él por ser
noble. La única excusa que podía servirle de “consuelo” es que entonces no lo
conocía tan profundamente como lo hacía ahora como para saber exactamente qué
palabras o tono debía utilizar en su presencia.
Por eso, el tema
héroe y heroicidad estaban más que descartados.
Máxime cuando él no
se consideraba un héroe. Es más, tenía una imagen de sí mismo bastante baja y
por más que había intentado cambiarla y modificársela con palabras de apoyo,
ánimo y cariño, continuaba en su mundo de sombras.
Al parecer, lo que
ella pudiera decirle tenía poco efecto en él. Todo lo contrario que en ella, a
quien todas y cada una de sus palabras de aliento o felicitación acerca de la
buena realización como su ayudante “médico” le inspiraban y provocaban que
ganase mucha más autoestima y confianza en sí misma. No porque fueran
comentarios positivos o piropos, sino porque estaban pronunciados con tanta
veracidad a la par que cariño, que ella realmente pensaba que tenía un talento
especial para la práctica de la medicina.
Lo cual viniendo de
un experto como él, era todo un honor. Durante el poco tiempo que llevaba
acompañándole en sus consultas había aprendido multitud de cosas y nunca dejaba
de sorprenderle el empeño y el ahínco con el que trataba a todos. Por igual y
sin distinciones. Además, Henry parecía ser el doctor llamado y empleado para
los casos más graves, pues ninguna de las intervenciones para las que había
sido requerido podían calificarse de simples o sencillas.
Doctor urgencias le
llamaba para burlarse de él.
A lo que Henry
respondía con la creación de un nuevo mote hacia su persona; la cródica.
Acrónimo resultante de combinar las palabras cronista y médica; sus dos
ocupaciones actuales. Quizás un nombre algo siniestro al sonido pero, un mote
del gremio al fin y al cabo. Y como tal, no iba a ser ella quien se lo
rechazase.
Sarah se sentía
feliz aunque durmiese algún tiempo menos. No podía hacerlo, dado que era tal su
grado de expectación e inquietud acerca de qué le depararía el día junto a
Henry que, sin necesidad de reloj o persona encargada de despertarla, lo hacía.
Su reloj cerebral así lo ordenaba. Y aunque sonara bastante mal, no sentía
ningún tipo de remordimiento al no colaborar en las tareas domésticas del
bloque de apartamentos de miss Anchor.
Butch tuvo razón en
parte cuando sugirió que formaban un buen equipo. Y digo en parte ya que, en
opinión de la propia Sarah no formaban un buen equipo, eran el mejor equipo.
El equipo Harper y
Parker.
Quizás sí que iba a
tener que tomarle la palabra a Heny y formar juntos una sociedad estable y
duradera…
Estaba claro que su
amiga Sarah Parker le ocultaba cosas o bien había encontrados otros quehaceres
en los que entretener su tiempo porque si no no era posible que, se olvidara de
contestar las notas, misivas y demás cartas varias que le había enviado en todo
este tiempo, desde la última vez que estuvo en su casa ni que en las otras seis
veces anteriores que casualmente “se había dejado caer” por su zona, ella no se
encontraba en su apartamento.
Algo le ocultaba.
Y Penélope Crawford,
la cual quizás no era una mujer con un sentido periodístico o cronístico muy
desarrollado pero sí muy curiosa, estaba decidida a averiguar qué estaba
ocurriendo.
Por “suerte” para
ella, a la séptima fue la vencida y esa mañana (puede que también influida por
las horas tan tempranas que eran) ella sí que se encontraba en casa y por tanto
(más bien por fin) pudo acceder al interior del bloque de apartamentos del
número 40 de la calle Orange regentado por miss Anchor.
Lo cierto es que
tenía un gran interés el interior del bloque de apartamentos donde Sarah vivía
desde que ella misma se lo indicó. A Penélope le hubiera encantado pasear y sí
¿para qué negarlo? Fisgonear mínimamente en dicha estancia, pero no pudo ver
cumplidos sus deseos.
¿Por qué?
No lo sabía muy
bien; quizá fuera su ausencia de estatura (lo cual sin duda conllevaría a que
Sarah la había mencionado alguna vez que otra), la riqueza de la tela con la
que estaba confeccionada su vestido o su sempiterno, enorme y plumífero
complemento a la hora de vestir, conocido como sombrero; el cual se había
convertido en su seña de identidad (aunque ahora muchas mujeres y especialmente
jovencitas se encargaban de copiárselo) la hubiese delatado allí. Puede que
incluso hubiera sido la alargada sombra de ideal de belleza masculino de su
marido; cuyo matrimonio hoy, aún y pese a haber transcurrido casi cuatro años,
aún era tema recurrente de incredulidad entre la alta y la baja sociedad.
No lo sabía pero, la
realidad era que el tiempo que duró completamente sola en dicho lugar fue más
bien poco. Enseguida aparecieron una a una las compañeras de vivienda de Sarah
para presentarse ante ella y ofrecerle asiento, bebida y comida. Tres cosas que
no le quedó más remedio que aceptar al final cuando fue la propia dueña y
propietaria del lugar quien se lo ofreció.
Cuando por fin se
sentó en el salón que tenían destinado para las visitas, nuevamente estuvieron
a punto de darse de tortas por ser las encargadas de retirarle los guantes, el
paraguas y el sombrero, pues era una falta de respeto y educación estar en un
sitio cerrado y con techo con él puesto en la cabeza. Antes no le hubiese
importado hacerlo, pero ahora era duquesa y, modelo de comportamiento a seguir.
Por tanto, no le quedó más remedio que hacerlo y entregárselo a una de las
ansiosas y expectantes mujeres que se concentraban en torno a su persona. En
este caso, la afortunada resultó ser la señorita Eden; quien se le había
presentado como la mejor amiga de Sarah
a la que concedió un nuevo método de entretenimiento consistente en
soplar y observar el movimiento ondulante y pendular de las plumas de su
sombrero mientras caminaba.
El motivo de sus
visitas se debía a la emulación. Pero no la emulación en el sentido de la hora
de vestir, actuar o comportarse. No. De hecho, Sarah siempre había tenido su
propio estilo y manera de vestir, los cuales casaban perfectamente con su
carácter. La emulación en la que Penélope pensaba era la que hacía referencia era
a la emulación vital. O en otras palabras, casi desde que la conocía le había
dicho que la edad límite que ella consideraría como adecuada ara el matrimonio
eran los veintiocho años. Veintiocho años. Los mismos que ella tenía cuando
ella contrajo matrimonio con William.
Sarah ahora tenía
veintisiete y faltaban apenas dos días para que cruzase el umbral de su fecha
límite autoimpuesta. Por tanto, debía estar bastante deprimida, frustrada y con
un humor de perros, ya no solo por cumplir un año más (hecho que tampoco le
hacía mucha gracia) sino por la ausencia de no haber visto cumplido sus planes.
Por eso había venido; para reconfortarla y tranquilizarla, pues estaba segura
de que había un hombre especialmente para ella.
Quizás mucho más
cerca de lo que ella pensaba.
Sorpresa fue la
primera reacción de Sarah cuando Eden le informó de que tenía una visita
esperándola abajo.
Sorpresa mayúscula
en realidad.
Pero no por el hecho
de que tuviese una visita a esas horas de la mañana, pues de hecho, conocía
perfectamente la identidad de su visitante, sino por el atuendo de Eden cuando
fue a decírselo.
Siendo francos, el
atuendo de Eden no era especialmente diferente al que solía llevar el resto del
año. Con la única excepción del enorme sombrero que llevaba en la cabeza. Un
complemento que le servía como nueva distracción y entretenimiento esa mañana.
Sarah desconocía dónde lo había encontrado o cómo había dado con él, pero
estaba claro que estaba encantada con su nuevo “juguete” ya que, cuando no le
estaba soplando las numerosas plumas que tenía, perdía el tiempo frente al
espejo probando poses y diferentes posturas (siempre sacando morritos) para
asegurarse cuál era la posición más adecuada, acertada y correcta que le
confería un aspecto más seductor.
Quizás estuviera
siendo testigo de excepción del inicio de un cambio en el estilo y la manera de
vestir de su mejor amiga. Un estilo que esperaba que fuera pasajero ya que, si
por algo era posible caracterizar a Eden era por la rebeldía e indomabilidad de
su cabello. Cabello que, por ese motivo se recogía siempre en unos
favorecedores moños que despejaban su infantil y dulce rostro cubierto de
pecas. Moños, no sombreros.
Puede que quizás
otro tipo de sombrero fuese mucho más adecuado a su rostro pero este, tan
penelopiano por otra parte, no le favorecería en absoluto.
Nada de nada en su
opinión.
Y estaba casi segura
de que a Henry tampoco en cuanto la viese de esa guisa. No obstante, había una
diferencia abismal entre Henry y ella: en cuanto éste se lo comentara, Eden se
lo quitaría y puede que fuese más que probable que acabase quemándolo en la
chimenea. Ella no era partidaria de tirar la ropa porque sí, mucho menos cuando
podía ser utilizada aún, pero en este caso no podía esperar a que lo hiciese. Y
por ello, descendió las escaleras en dirección al salón.
“Henry” pensó con
una sonrisa en los labios. “El impaciente Henry” añadió, aún más sonriente y
lanzando un hondo suspiro.
Su visita a esas
horas tan tempranas del día.
Al parecer, esa
mañana, las urgencias y consultas médicas varias no podían esperar en el Soho;
las cuales eran el motivo por el cual se había pasado a por ella en su bloque
de apartamentos y no había esperado a que ella fuese a casa de él, rompiendo la
dinámica rutinaria que ambos habían establecido desde hacía poco tiempo atrás.
Y encima, como se
había ganado la confianza tanto del portero como de la señora Anchor y del
resto de las chicas, se paseaba por este edificio como Pedro por su casa y
actuaba como si fuera el gallo de tan particular corral de gallinas.
Ya estaba
imaginándose la escena que se desarrollaba en el salón a la espera de que ella
llegase: seguro que Henry estaría rodeado del resto de chicas, quien se
estarían comportando como sus divinas adoratrices ante una más que evidente
incomodidad y agobio de él, bastante impaciente por su tardanza.
“¡Pobre!” pensó,
incapaz de aguantar una risita. “Debería inventarse algún tipo de enamoramiento
o compromiso con una mujer” añadió. “Así se evitaría sin duda situaciones de
este tipo” añadió, antes de volver a sonreír y entrar en el salón.
Cuando Penélope vio
a Sarah, para su total sorpresa no la encontró malhumorada, deprimida o
frustrada. De hecho, sus sentimientos bien podían calificarse como totalmente
opuestos a los que ella se había imaginado: estaba cansada (así lo manifestaban
sus mal disimuladas ojeras) pero risueña, relajada y feliz.
Algo que la
desconcertó y pilló completamente por sorpresa.
“¿Es que acaso ha
olvidado la cercanía de su cumpleaños?” se preguntó con recelo mientras la
escudriñaba y analizaba sin perder detalle (o al menos lo intentaba, ya que no
llevaba puestas las gafas). “No” añadió con firmeza pasado un instante. “Tiene
que ser otra cosa” estableció. “Pero ¿qué?” se preguntó, mientras comenzaba a
elucubrar.
Si el desconcierto y
sorpresa de Penélope fueron considerables al observar el estado de Sarah cuando
entró en el salón, el grado de intensidad de ambos que la otra parte implicada
en la situación sintió al encontrarse allí a su amiga Penélope no fueron mucho
menores. Además, en este otro punto debió añadir la desilusión por no hallar
allí a Henry.
-
¿Penélope?
– preguntó aún incrédula, aunque era soberana estupidez pues era bastante obvio
que era ella.
-
La misma
que viste y calza – respondió ella. - ¿A qué viene esa cara de sorpresa? – le
preguntó. - ¿Es que acaso esperabas a otra persona? – quiso saber, curiosa y
sin perder ni un solo detalle de las reacciones impulsivas y apenas
imperceptibles de su cuerpo, sobre todo ahora que estaba mucho más cerca de
ella.
-
Ehh… no
– titubeó ella, sentándose justo enfrente. “Sí” reconoció con fastidio. - Solo
que me sorprende tu visita aquí y a estas horas – añadió, siendo cierta esta
segunda parte de su intervención.
-
¿Te
sorprende verme aquí? – le preguntó Penélope enarcando una ceja. - ¡Me
sorprende a mí encontrarte aquí! – añadió. – Hija mía, estás tan ocupada
últimamente que pronto habrá que pedirte audiencia para poder hablar contigo
como se hace con el Regente – le regañó.
-
Lo
siento – se disculpó.
-
¿Dónde
demonios te metes o qué demonios haces que ocupa todo tu tiempo como para ni
siquiera responder a mis notas? – le preguntó.
-
Bueno,
ya sabes… - inició. – Este Henry que mantiene muy ocupada – añadió
despreocupadamente con una enorme sonrisa y los ojos cerrados al evocar todos y
cada uno de los momentos médicos y de amistad que había compartido con él
durante los últimos días y que habían ocupado casi por completo todas las horas
que tenía un día.
Solo después y tras
abrir los ojos fue realmente consciente de lo que acababa de decir y de que,
había delatado en parte alguna información que había permanecido en secreto
para el resto de sus conocidos de la vida de Henry.
-
Has
dicho Henry – estableció, que no preguntó Penélope.
-
No –
mintió, negando con vehemencia Sarah. – He dicho Christian – añadió, engrosando
su mentira.
-
Sarah –
dijo, Penélope evidenciando lo obvio. – Puede que esté medio ciega pero no soy
sorda – añadió. – Y tú has dicho Henry – le acusó. – Además de que tampoco
estás sentada tan lejos de mí como para que existan unas interferencias
auditivas tan enormes entre ambas que me impidan escuchar de forma nítida y
cristalina lo que acabas de de decir – añadió, con condescendencia. - ¿Quién es
Henry? – preguntó.
-
Henry –
repitió, risueña. Y suspiró antes de añadir nuevamente feliz y sonriente: -
Henry es… -
No hizo falta que
Sarah concluyese la frase para que Penélope conociese cuál era la identidad
real de ese Henry. Ya lo sabía: era Henry Harper.
Supo desde que los
encontró juntos en su mansión semanas atrás que ellos dos tenían algún tipo de
relación de amistad. O que al menos, tenían una gran confianza el uno con el
otro.
En ese sentido, no
estaba sorprendida. Al contrario, le parecía muy bien que por fin Henry tuviera
alguna mujer mínimamente decente aparte de su hermana y ella misma a su
alrededor. No. Lo que realmente le
sorprendía en grado sumo y por lo cual estaba boquiabierta era por la forma en
la que Sarah hablaba de él: soñadora, llena de orgullo, algo ruborizada y sobre
todo, feliz.
Penélope, que había
tenido el placer de conocerla durante seis años ya y que por tanto tenía ya el
suficiente grado de amistad íntima como para que ambas fueran consideradas
amigas; compartiendo secretos por ello, jamás había visto a Sarah hablar y
comportarse de esa manera al mencionar el nombre de un hombre en una
conversación.
Ni siquiera de
Christian, el hombre del que estaba enamorada.
Un hecho, afirmación
y aseveración del cual ella ya no estaba tan segura.
De hecho, cualquiera
que la conociese mínimamente y también cualquier persona ajena a su vida que la
observase con mucho interés podía comprobar cómo Sarah hablaba de Henry Harper
como…como si estuviera enamorada de él.
¿Estaba Sarah
enamorada de Henry Harper?
Y sobre todo ¿era
consciente de lo evidente que esto era a ojos de los demás?
-
¿Henry…Harper?
– preguntó, fingiendo inseguridad ante su pregunta enarcando una ceja para
intentar hacerlo más creíble.
-
Claro –
respondió ella con firmeza, como si fuera lo más evidente del mundo y no
existiera ningún otro Henry por ahí.
-
¿Qué se
supone que haces tú con Henry Harper que te mantiene tan ocupada? – quiso saber
curiosa. – Se supone que es un medio maleante sin oficio ni beneficio – añadió,
utilizando algunas de las frases con las que Christian le definía en cualquier
acto social.
-
¡Henry
no es ningún medio maleante! – exclamó. - ¡Es mi héroe! – añadió. - ¡Es un
héroe! – rectificó al instante, rezando porque Penélope no tuviese el oído
avizor por el detalle personal que se le acababa de escapar aunque no por ello
disminuyó la firmeza con la que lo había pronunciado ni se sentó en el sillón.
Ahí estaba la
confirmación que Penélope necesitaba, aunque fuera en forma de desliz
lingüístico.
Sarah estaba
enamorada de Henry Harper, aunque no parecía aún muy dispuesta a admitir el
hecho; inexplicablemente.
No obstante, lo
primero era lo primero y en esta ocasión tocaba felicitarla por su nuevo estado
sentimental. Además, de que había hecho una excelente elección en su opinión. Henry
era un hombre de diez en su opinión. Y no solo porque fuera el hermano de su
mejor amiga. Un razonamiento y excusa sin ningún tipo de valor en su opinión,
ya que en numerosos casos y ocasiones, esos mismos hermanos habían sido los
encargados de hacerles la vida imposible durante su infancia. Ése no había sido
el caso de Henry; quien siempre había estado preocupado y vigilante por la
seguridad de su hermana gemela (algo bastante lógico por otra parte, pues
Rosamund era un pequeño diablillo que hacía buen honor a su cabello pelirrojo).
Además siempre se
había comportado con ella con respeto, cariño y amabilidad, aunque tras su
periplo europeo se había vuelto más retraído y reticente al trato con las
personas. Comportamiento que se volvió aún más sombrío y solitario cuando su
padre le echó de casa y le quitó su segundo nombre como forma de humillación
pública. Pese a todo, y aún a riesgo de ser vilipendiado y burlado por la
sociedad, nunca dejó de acudir a los eventos sociales para compartir un baile
con su hermana y…con ella. De hecho, era el único de los hermanos Harper que se
había atrevido (y con el que Penélope había adquirido tal grado de confianza) a
pedirle bailes e incluso a bailar varias piezas en los diferentes eventos
públicos; sin importarle las consecuencias ni el qué dirán.
Por ello, no podía
estar más contenta ante la perspectiva de que hubiese encontrado a la horma de
su zapato y a su compañera en los terrenos y sendas de Cupido en Sarah Parker.
Una Sarah a quien conocía desde hacía seis años y, pese a que habían tenido sus
más y sus menos (especialmente cuando ésta pensaba que tenía un interés
romántico en Christian; sin duda y hasta lo de ahora el pensamiento más absurdo
de cuantos había tenido), eran tan parecidas en el carácter que la consideraba
y quería como a otra de sus hermanas.
Sin lugar a dudas,
Penélope estaba a favor de esta relación y les ofrecería su apoyo y ayuda.
Otra cuestión,
bastante más delicada y peliaguda sería explicarle a su otra hermana de corazón
sin parentesco sanguíneo; Rosamund, la noticia de que su hermano gemelo y su
peor enemiga pública estaban enamorados.
“Cada cosa a su
tiempo” pensó, despejando esa idea de su mente y sacudiendo la cabeza.
-
¡Felicidades
Sarah! – dijo en su lugar, levantándose del sillón y abrazándola; para total
desconcierto de la otra parte implicada en la acción.
Tan desconcertaba se
hallaba Sarah por esta acción que el abrazo apenas duró unos segundos y fue
ella misma quien puso punto y final al mismo.
-
Pero
Penélope… - titubeó. – Mi cumpleaños no es hasta pasado mañana – añadió,
conocedora de antemano que dicha explicación era total y absolutamente
innecesaria para la memoria privilegiada de Penélope en lo que a fechas se
refería pero, igualmente ansiosa y deseosa por el transcurrir del tiempo hasta
tan señalada fecha.
A Sarah nunca le
había gustado cumplir años. Ni siquiera cuando era una niña pequeña y
permanecía en la casa de niños expósitos y a medida que los año fueron pasado y
ella creciendo, aumentaba su inquina y odio hacia ese día del calendario; sobre
todo desde que tuvo su primera menstruación y por tanto, ya era una mujer
fértil y dispuesta para contraer matrimonio y proporcionar hijos a su
matrimonio.
Por eso, la llegada
de tan señalada fecha, motivo de alegrías y fiestas para unos; que no para
ella, no era sino más que un recordatorio anual del transcurrir del tiempo, de
que se estaba haciendo más y más vieja y de que su propósito de contraer
nupcias y tener hijos propios se iba complicando y acercándose peligrosamente a
la barrera de lo inalcanzable.
Sin embargo, este
año y sin que sirviera de precedentes, Sarah sí que quería que llegase el día
de su cumpleaños. O más bien la noche.
¿El motivo?
En contra de lo que
pudiera parecer, éste no tenía nada que ver con la pérdida de su virginidad esa
noche o en las noches circundantes. Acción en la que estaba trabajando (aunque
con mucho menos ahínco que semanas atrás) todavía. Tampoco estaba relacionado
con la tarta o pasteles que Eden estaba preparándole de forma “secreta”. El
motivo que le provocaba deseo y ansiedad por la llegada de esa fecha era que
Henry le había dicho que iba a convertir de su noche de cumpleaños en una fecha
mágica e inolvidable.
Frase que conllevaba
sorpresas
A Sarah le gustaban
las sorpresas.
Lo que no le gustaba
era esperar por ellas.
Por eso, Henry solo
lo mencionó una sola vez e intentó mantenerla ocupada en otros asuntos para
evitar que se distrajera o mantuviera ociosa perdiendo el tiempo en ideas para
intentar desentrañar qué era lo que tenía pensado para ella esa noche.
-
No me
tomes por estúpida Sarah ni te atrevas a ofenderme sugiriendo que no recuerdo
con total precisión y exactitud cuándo es la fecha de tu cumpleaños – le advirtió
amenazante. – Yo hablo de tu relación con…Henry – añadió, finalmente.
-
¿Relación?
– preguntó sorprendida de su perspicacia.
-
Sí, la
relación que solo compartís ambos – repitió, de forma explicativa.
-
¿Cómo? –
preguntó sorprendida mientras se palpaba la cara con las manos en la búsqueda
de la aparición de alguna arruga o gesto que la hubiera delatado. - ¿Cómo sabes
que ayudo a Henry en el ejercicio de la med…- inició, aunque se detuvo justo a
tiempo como para o concluir la frase por completo y revelar uno de sus secretos.
- … en el ejercicio de sus múltiples actividades de vagancia? – concluyó,
mientras pensaba en lo estúpida que quedaba esa frase como conclusión de una
pregunta.
-
¿Actividades
de vagancia? – preguntó, decepcionada y sorprendida con la ceja enarcada. -
¿Así llamáis en clave ahora a mantener una relación romántica? – añadió,
horrorizada por la pésima elección de palabras.
-
¿Relación
romántica? – preguntó ahora sorprendida. - ¿Quién mantiene una relación
romántica? – quiso saber curiosa. Penélope elevó ambas cejas a la vez para
explicar algo que parecía tan obvio que la hacía quedar como una estúpida. -
¿Yo? – gritó, autoseñalándose. - ¿Henry y yo? – añadió, aún más alto…
Antes de echarse a
reír a carcajadas por tan estúpida posibilidad que había planteado Penélope.
Ella y Henry pareja
y enamorados.
¡Sí claro! ¿Y qué
más? ¿Casados en tres meses?
Sarah volvió a reír.
A Penélope no le
hacía ni pizca de gracia que se rieran de ella. Su madre lo había hecho durante
toda su vida. Pero mucho menos le gustaba cuando era perfectamente consciente
de que tenía razón.
Sin embargo, por
deferencia ante su próxima efeméride, la cual podía haberle trastornado el
cerebro y sobre todo, por el cariño que sentía por ella, le permitió que
terminara de reírse para presentarle sus argumentos.
-
Sí,
Henry y tú – les señaló.
-
¡Eso es
estúpido! – rebatió ella de inmediato sin argumentos a su favor como añadidura.
-
¿Lo es? –
le preguntó ella de manera enigmática. - ¿Qué tipo de “relación” – inició realizando
comillas al pronunciar la última palabra de esa frase – mantenéis Henry y tú
según tu criterio? – quiso saber.
-
De
amistad – dijo, encogiendo los hombros y riéndose silenciosa nuevamente por
semejante estupidez.
-
¿Niegas
entonces que sientes algo por él? – exigió saber, detectivesca.
-
No niego
nada porque es cierto – respondió. – Siento un enorme cariño hacia él – añadió.
-
Cariño –
repitió Penélope mientras asentía y asimilaba e intentaba comprender el erróneo
comportamiento de su amiga. – Ya – dijo pasado un momento, sin creerla.
-
¡Es
cierto! – exclamó ella con aspavientos de las manos, intentando hacer que ella
le creyese con estos movimientos. – Solo somos amigos – añadió, mucho más
calmada. – Y además, yo no le intereso en ese aspecto – concluyó, con
superioridad
-
¿Y tú
realmente te crees lo que dices? – preguntó, ya enfadada ante su ceguera y
obcecación.
-
No solo
me lo creo sino que soy perfectamente consciente de ello porque soy yo quien lo
está viviendo en primera persona – respondió, borde.
-
¿Has
visto cómo actúas cuando hablas de él? – le preguntó, causando contrariedad en
Sarah. - ¿Tengo que recordarte que os he visto interactuando una sola vez? – le
preguntó, en un tono muy cercano al que utilizaba una madre cuando regañaba a
sus hijos por su mal comportamiento. – Una sola vez – repitió elevando el dedo
índice. – Una sola vez – dijo por tercera ocasión, acercándoselo al rostro – y me
ha bastado para darme cuenta de la química que existe entre vosotros –
concluyó.
-
Tú lo
has dicho – explicó. – Química – añadió. – Química – repitió – No amor o
romanticismo – concluyó.
-
Para tu
información, te diré que la química fue el preludio y precedente a la relación
entre William y yo – explicó, con los dientes apretados. – Y hablando de
relaciones ¿sabes cuál es la diferencia que creo que existe entre mi matrimonio
y lo que tú tienes con Henry y que te empeñas en negar con tanto ahínco? – le preguntó.
– El matrimonio – añadió, aturdiéndola por completo.
-
Te
equivocas – consiguió responder pasado un momento. – No hay ninguna química o
elación romántica entre Henry y yo – añadió. – No la hay y nunca la habrá, porque
te recuerdo que de quien yo estoy enamorada es de tu cuñado – estableció con
firmeza. – Yo jamás – apostilló. – Jamás – recalcó. – Podría estar involucrada
sentimentalmente con alguien como Henry Harper – explicó. - Eres inteligente,
así que no cometas el terrible error de confundir una sana relación de amistad
y compañerismo con una romántica historia de amor que incluya una boda y el felices
para siempre, porque no sucederá – concluyó, con acritud.
La última frase
pronunciada por Sarah dejó a Penélope estupefacta, con la boca abierta y en
silencio. Era incapaz de creer que Sarah; la romántica empedernida de Sarah
hubiera pronunciado una frase como esa con respecto al matrimonio y al amor.
Claro que, la culpa no era totalmente
suya. Christian y su indecisión a la hora de actuar y ocuparse de los
sentimientos que sabía que Sarah tenía hacia él, tenían bastante que ver.
Penélope se enfadó
mentalmente con su cuñado por su apatía.
Tanto tiempo
permanecieron en silencio que se escuchaba todo lo que sucedía en el bloque de
apartamentos: los ruidos procedentes de la cocina, las lejanas voces de dos
mujeres que discutían acerca de los complementos que una y otra debían ponerse
con sus respectivos vestidos y también escucharon; (o al menos eso les pareció)
escuchar el sonido cercano del ¡click! que hacía una puerta al encajarse en el
marco.
Recelosas, ambas
mujeres dirigieron sus miradas hacia la puerta y comprobaron con alivio que
todo era producto de su imaginación, pues la puerta estaba perfectamente
cerrada y encajada.
Se equivocaban.
“¡Mujeres!” bufó y protestó
Henry Harper enfadado, focalizando su frustración con una miembro del sexo
femenino y extendiéndolo al resto. “¿Quién las entendía?” se preguntó. “¿Tan
difícil y tan diferente era para ellas el concepto de la puntualidad?” concluyó
sus disertaciones mentales acerca del segundo sexo esa mañana.
Y lo más indignante
de todo era que había sido Sarah con su tardanza quien le había provocado su
estado actual. Una Sarah que nunca jamás llegaba tarde a ningún sitio, de ahí
su extrañeza y su preocupación.
Tanta, que acabó por
ser él quien recorrió la distancia que separaba ambas residencias y puso rumbo
al bloque de apartamentos de miss Anchor en el Soho.
Un lugar donde era
muy bien recibido desde que se granjeó el favor del encargado de otorgar y
denegar el acceso al interior y sobre todo, de la dueña y propietaria del
mismo. Una señora Anchor que, o mucho cambiaba o acabaría por provocar que se
pusiera gordo de tan exquisitos guisos que le preparaba; sabedora y conocedora
de su propia boca de que los dulces (su especialidad) no le sentaban
especialmente bien.
Era afortunado al
tener una más o menos estrecha relación con las “altas instancias” del lugar. Y
por tan suculentos platos bien merecía el rato de acoso al que se veía sometido
por parte de las inquilinas cada vez que ponía un pie en el interior del mismo.
Acoso que no le traía muy buenos y gratos recuerdos pero que eran tolerables y
soportables al no rayar en la obsesión hacia su persona.
Por su cercanía y conocimientos
de ambas poderosas personas, no tuvo ningún tipo de problema en acceder al
interior del recinto; el cual sorprendentemente pese a las horas que eran estaba
en silencio. No en un silencio absoluto o sepulcral, pero sí bastante
silencioso en lo que a la escala de ausencia de ruidos se refería.
Mejor.
Así podría ir
directamente a buscar a Sarah sin entretenerse mucho tiempo, pues tenían muchas
cosas que hacer juntos hoy. No es que no le gustase ir de visita allí, pues le
encantaba. Pero no sabía cuándo decir que no exactamente sin resultar
maleducado y en consecuencia, podía permanecer horas y horas perdiendo el
tiempo manteniendo conversaciones insustanciales y por las cuales no tenía
ningún tipo de interés rodeado de mujeres.
Además, con esto
podría comprobar que no estaba enferma; ya que esa sería otra posibilidad
perfectamente razonable que explicara su tardanza esa mañana de noviembre.
“No está enferma” se
dijo.
Lo supo y fue
consciente de ello cuando dio dos silenciosos y sigilosos pasos por el suelo de
madera y escuchó la inconfundible voz de Sarah; quien estaba gritando al
parecer, procedente del salón que tenía especialmente destinado a la recepción
de visitas. Y en esos momentos, Sarah tenía una visita.
Una visita conocida
por él también al parecer, ya que reconoció al instante a quién pertenecía la
segunda voz que estaba en el salón “charlando” en un tono más elevado de lo
normal y habitual con Sarah. Dicha voz era la de Penélope Crawford, duquesa de
Silversword, la mejor amiga de su hermana y a quien conocía desde la infancia
por este motivo.
Atraído y curioso acerca
de cuál podría ser el tema de la conversación que estaban manteniendo de manera
y forma tan acalorada ambas mujeres, que no solían comportarse provocando
escándalos, sino que todo lo contrario, podrían pasar perfectamente la una
junto a la otra como personificaciones de la discreción, Henry se acercó a la
puerta del salón.
Solo cuando estuvo
frente a la puerta comprendió por qué escuchaba todo con tanta claridad desde
el recibidor del vestíbulo: la puerta no estaba cerrada completamente. Tenía un
pequeño resquicio que provocaba que el aire y todos los sonidos que fluyeran en
él, se escaparan de allí.
Henry miró la puerta
y su resquicio.
Lo hizo una. Dos. E
incluso tres veces.
Y en las tres ocasiones
se produjo un intenso debate interno y mental acerca de qué era lo más adecuado
y conveniente a realizar en esas ocasiones. O en otras palabras ¿debía o no
debía escuchar tras la puerta una conversación privada?
Obviamente y tras
una reñida competición, ganó el lado curioso, malo y perverso de su cerebro. Y
por ello, empujó levemente la puerta hasta que pudo asomar la cabeza por ella y
escuchar sin ningún tipo de impedimento tan trascendente conversación.
Ojalá nunca lo
hubiera hecho.
Porque para su completa
mala suerte y su desgracia, Henry llegó justo a tiempo de escuchar las últimas
frases que Sarah había pronunciado en la conversación. Ésas donde afirmaba que
estaba enamorada de Christian Crawford, donde afirmaba bastante rotunda que
jamás de los jamases podría estar involucrada sentimentalmente con alguien como
él.
Inmediatamente apartó
la cabeza de la puerta y, como si quemara tanto que se tratara de las puertas
del Infierno, retrocedió a trompicones. Estando a punto de caerse en varias
ocasiones debido al fuerte impacto y mella que las palabras de Sarah habían
hecho en él.
Que estaba enamorada
de Christian era algo que ya sabía de sobra. No obstante, eso no era un
impedimento u obstáculo insalvable como para conquistarle y hacer que se
enamorase de él.
Hasta ese momento,
por supuesto.
Ahí Henry Harper fue
consciente de manera muy dura y cruel de que alguien como Sarah jamás querría
estar involucrada sentimentalmente con alguien como él por culpa de su pasado.
Era lógico y
perfectamente comprensible. ¿Quién querría estar al lado de un desertor del
ejército y de un hombre que había sido puto por necesidad?
“Nadie” se dijo
devastado. “No eres bueno para nadie” se repitió una y otra y otra vez,
invadido por la melancolía mientras lamentaba y se reía de su estupidez por
haberse permitido o intentar creer siquiera que algún día podría tener acceso a
la felicidad.
“Imbécil” añadió,
firmemente decidido a golpear a la pared tan fuerte como para abrir un agujero
tan enorme como el que él sentía tener en el centro del pecho en esos momentos.
Ahí reaccionó.
Con el puño a
escasos milímetros de la pared empapelada, focalizó su mirada y se dio cuenta
de que no estaba en su casa sino el bloque de apartamentos de miss Anchor. Un
lugar que, obviamente no era su casa y el cual por lógica no podía comenzar a
destrozar así porque sí.
Un lugar también en
el cual, repentinamente no quería estar más. Sobre todo ahora, después de ser
consciente de lo que era.
A riesgo de ser
descubierto y sin ánimo, autocontrol ni fortaleza mental como para soportar
otra de esas conversaciones o compartir siquiera estancia con Sarah, Henry
decidió que lo mejor y más adecuado era marcharse de allí de la misma forma
sigilosa en la que entró.
Por segunda vez,
volvió sus ojos hacia la puerta del salón.
Una puerta del salón
que él había abierto mucho más de cómo estaba cuando ambas mujeres iniciaron la
conversación y cuya apertura era perfectamente visible a ojos de cualquiera que
pasara por allí, estuviese dentro o fuera de la estancia.
No quería ser
malicioso pero cualquiera de las mujeres que allí vivían podía pensar y no sin
razón que el cambio de la puerta podía haber sido fruto de la extrema
curiosidad y el grado sumo de cotilleo de alguna de las inquilinas.
Él tampoco quería
ser el causante de una tremenda discusión entre todas y cada una de las
inquilinas del número cuarenta de Orange Street; las cuales, pese a que
aparentaban buenas relaciones cara a la galería, no eran el epítome del
compañerismo. Más bien, había más rencillas y odios internos entre ellas que
amistades reales y verdaderas. Había sido partícipe y testigo de una guerra y
rotunda y definitivamente no iba a provocar lo más parecido a una a menor
escala, así que por eso encaminó sus pasos hacia la puerta, agarró el pomo con
fuerza y tiró hacia él intentando ser lo más silencioso y cuidadoso posible.
Eso sí, para evitar
que se repitieran dolorosas situaciones similares a la que él había
protagonizado de manera secundaria e involuntaria, decidió también encajar la
puerta del todo; evitando así las escuchas de cualquier tipo desde el pasillo.
Intentó ser lo más
silencioso y sigiloso posible pero… no pudo evitar que la puerta hiciera un ¡click!
atenuado cuando la encajó definitiva. Sintió ese ¡click! como si le estuvieran
clavando una flecha y así se manifestó en los gestos de su rostro cuando lo
escuchó.
Por eso, o puede que quizás afectado y
aturdido todavía por las palabras de Sarah abandonó el lugar para dirigirse a
atender su primera urgencia médica situada no muy lejos de allí, convencido y
seguro de que el trabajo le distraería y le haría concentrarse con todas sus
fuerzas en otra cosa que no fuera el rechazo y el desprecio de Saraha hacia su
persona.
“He escuchado un
click. Estoy seguro” afirmó Penélope.
Y por eso, se
dirigió con paso firme a la puerta y la abrió sin titubear.
Cuando lo hizo, se
encontró con que el pasillo estaba vacío.
No contenta con la
visión que sus defectuosos ojos (pues iba sin lentes) le estaban
proporcionando, caminó tres pasos hacia el interior del pasillo sin dejar de
mirar en ningún momento hacia su izquierda, su derecha y manteniendo vigilante
su espalda; pues nunca se sabe de dónde puede salir el enemigo. Especialmente
cuando desconocía por completo la planimetría y disposición del lugar donde si
hallaba y sobre todo, si éste tenía o carecía de estancias o aperturas secretas
que daban acceso a estancias ocultas detrás de las paredes.
Al final, su
internada resulto ser bastante improductiva e infructuosa, pues no halló a
nadie allí.
Derrotada, aunque
con la sensación de desconfianza y recelo presente en su interior regresó al
salón. En esta segunda ocasión, no se situó justo delante de Sarah sino que
permaneció en la puerta, dado que no era capaz de permanecer en la misma
estancia de una persona tan obcecada y ciega a propósito de la realidad que le
rodeaba.
Iba a marcharse.
Pero eso no quería
decir que las palabras que le había dicho antes de salir al pasillo fuesen las
últimas en esa conversación.
Aún tenía algo que
decir:
-
Sarah,
es un dicho bastante popular y cierto que no hay más ciego que quien no quiere
ver y, en esta ocasión cielo, lo estás cumpliendo a la perfección – dijo. – Te
he comprado un regalo material de cumpleaños – añadió. – Pero déjame que te dé
uno inmaterial anticipado: - Estás cometiendo un grave error al no admitir tus
sentimientos por Henry – le reprochó con dureza. – No quieres darte cuenta pero
ahí fuera – dijo, señalando al exterior con el dedo índice - hay un hombre que
está profundamente enamorado de ti y que estará dispuesto a todo por estar
contigo. No te obceques en esperar la llegada del hombre equivocado cuando
tienes tu felicidad al alcance de tu mano – concluyó.
Y dicho esto, una
Penélope profundamente satisfecha y orgullosa de sí misma, abandonó el bloque
de apartamentos del número 40 de Orange Street en el Soho mientras maldecía y
gruñía mentalmente a la par que pensaba en lo interesante y fructífera que le había resultado esa primera visita.
Aviso, el título lo puse hace eones y ahora no me convence mucho. Lo cambiaré... estoy pensando...
ResponderEliminarAcepto ideas y/o sugerencias
Titulo: La curiosidad mato al gato// El consejo de una amiga// No es mas ciega que... la que ha Henry no ve XD
ResponderEliminarMe ha gustado mucho esta visita de Lops :D Y me ha dolido un montoooon que Henry escuchara eso, porque las palabras escuchadas fuera de contexto y sin todo lo que había pasado ahí... Pueden doler mucho!! Me han vuelto a dar ganas de abrazar a éste hombre yy.... Sarah!! Como puedes ser tan ciega???? Aiiiinssss... Ahora me quedo sin saber lo magica y bonita que Henry habría hecho su noche de cumpleaños :( Yo quiero a un hombre así de verdad!! <3
bueno bueno bueno tras leer esta tarde el capi: ME HA ENCANTADO EL CAPI NI SE TE OCURRA CAMBIAR NADA DE NADA EE ME OYES NADA JUM Q ME PONGO EN PLAN ESTEBANEITOR EE BUENO
ResponderEliminarA VER VISITILLA EXPLOSIVA DE LOPS Q ME ENCANTA ESTA MUJER LOVE POR ELLA MUCHO LOVE Y BUENO BUENO Q ES NOMBRARMELO Y AAAIIIS Q ME LO COMO AAIIS MI SUPREMO AAIIS Q ME SALE LOS CORAZONES POR LOS OJOS Y POR LOS POROS Y LAS BRAGAS SE ME CAEN CON EL Y A LA MAMA CREADORA AAIIS MAS WENO NO PUE ESTA EL SUPREMO JAJA
RETOMANDO LA VISITA DE LOPS INTERESANTE LO INTELIGENTE Q ES ESTA MUJER DIOS MIO YO NO TENGO LA CAPACIDAD DEDUCTORA DE ELLA NI MUCHO MENOS XQ COMO PUÑETAS SE HA DADO CUENTA TAN PRONTO Q SARITISIMA ESTABA COLADITA AUNQ ELLA NO LO SEPA DE MI HH BUENORRO¿? COMO SI SOLO LOS VIO UN MICRO SEGUNDO EN SU CASA ES Q ESTA CHICA ME MARAVILLA Y SORPRENDE CADA DIA MAS Y MAS Y DE HECHO MOMENTAZO HISTORICO CREO PORQ SARITISIMA LA HA DEJADO CALLADA CON SU PEAZO COMENTARIAZO Q INCLUSO HASTA YO ME HE QUEDADO FLIPADISIMA Y A CUADROS CUANDO HA AFIRMADO Q ENTRE HH Y ELLA NO HAY QUIMICA PERO A VER CHATINA SARA MIA Y XQ NO HAY MAYUSCULAS MAS GRANDES:
COMO NO VA A HABER QUIMICA ENTRE VOSOTROS Y HASTA EL MAS CIEGO DE LOS CIEGOS E INCLUSO YO Q SOY UNA PAZGUATA Q NO SE DA CUENTA DE LA MISA LA MEDIA PUEDE VER QUE ENTRE VOSOTROS SALTAN CHISPAS Y HAY CORTOCIRCUITOS DE LA QUIMICA Y ELECTRICIDAD Q DESPRENDEIS LOS DOS A VER CHATINA MIA Q HH MAS COLADITO POR TI NO PUEDE ESTAR GUAPITA A VER ABRE LOS OJOS CACHO BOBA Q A VECES ERES TONTA Y NO TE DAS CUENTA XQ ESTAS CHOCHA CON EL INNOMBRABLE AL Q LE PEGABA UNA BUENA PATADA EN EL CULO X GILI.... CAB... HIJO DE ... IMBECIL TONTO DEL CULO BOBO ASQUEROS INNOMBRABLE DE NUEVO Y COGIA A DOBLE H POR LOS MORROS Y LO LE SOLTABA Q HOMBRES COMO EL AMOS MAJA Q NO LOS HAY Y SI LOS HAY X DIOS LANZATE YAA X DIOS DAME CARNACA DE LA BUENA CHATA Q ME TIES Q ME SUBO POR LAS PAREDES Q SI NO ME PONGO EN PLAN CELESTINA Y LO APAÑAMOS RAPIDO EEE
MAS COSAS EDEN BUENO ESTOY A SUS PIES ESTA CHICA ES GENIAL ANDA Q EL ENTRETENIMIENTO Q TIENE CON LAS PLUMAS DEL SOMBRERO Q VAYA COSA LE HAN IDO A DAR ES Q ES GENIAL GENIAL GENIAL Y CURIOSIDAD TENGO POR LEER SU Hª YA PRONTITO EE JIJI
MAS COSAS LO DE HH ES EL CULMEN DE LA MALA SUERTE ME GUSTA LA SARA Q CON UÑAS Y DIENTES DEFIENDE A HH Y LE AYUDA Y CREA CON EL LA AMISTAD Q HAN FORJADO LOS DOS SALVO POR EL DETALLE DE Q LA TONTA NO SE DA CUENTA Q EL OTRO ESTA PILLADO POR ELLA HASTA LAS TRANCAS PERO EL POBRE EN EL MOMENTO DE SUSPENSE XQ HA SIDO MAGISTRAL CHAPO A TUS PIES EN PLAN SARA SE RETRASA VOY A BUSCARLA Y ESCUCHA FUERA DE CONTEXTO LO Q DICE LA OTRA Y EL OTRO SE DESMORONA Q CON ERI ESTOY ES Q ME DAN GANAS DE COGERLO Y A MIS PECHOS CONSOLARLE ES Q LA VIDA SE HA ENSAÑADO CON EL MUCHO MUCHO JOE EL POBRE MIO VAMOS EL Q PENSABA Q LA OTRA YA ESTABA MEDIO ENAMORISCADA DE EL Y LA ESCUCHA DECIR LO Q DIJO PUFF YO ME ARRANCARIA EL CORAZON DEL PECHO Q NO SE COMO EL NO LO HA HECHO YA EL POBRE CON TODO LO Q HA SUFRIDO PERO TAMBN ES Q LO HA ESCUCHADO TODO FUERA DE CONTEXTO Y PRESIENTO Q EL FOLLON Q SE VA A ARMAR VA A SER CHICO
Y CREO PRESIENTO Q ME VOY A QUEDAR CON LAS GANAS DE SABER Q ERA LO Q TENIA PREPADADO HH DE ESPECIAL PARA SARAH Q PRESIENTO Q HABRÍA HABIDO CARNACA DE LA BUENA PERO ME VOY A QUEDAR SIN ELLA LO PRESIENTO LO PRESIENTO JOOOO SARA BOBA Q ME DAN GANAS DE ZARANDEARLA PARA QUE SE DE CUENTA DE LAS COSAS JOOO
RESUMIENDO Q EL MOMENTO SUSPENSE ME HA ENCANTADO CHIN ES Q ME HE QUEDADO A CUADROS COMO LOPS ME HA DOLIDO EN EL ALMA LAS PALABRAS DE SARAH A HH Q LAS HE SENTIDO COMO MIAS Y HE SIDO SARAH TAMBN PRONUNCIANDOLAS ES Q CREO Q HE VIVIDO LOS MOMENTOS CLAVE DE LOS PERSONAJES TU DICES Q NO TE GUSTA A MI ME HA ENCANTADO ES Q HE ESTADO EN LOS 3 SITIOS A LA VEZ Y HE SIDO LOS 3 PERSONAJES Y NO ME ESPERABA ESTE CAPI TRANSITORIO PARA NADA HA SIDO UNA GRAN SORPRESA NO LO CAMBIES X NADA DE NADA CORRIGE SOLO LAS FALTAS ORTOGRAFICAS Q TENGAS Y YA EL RESTO ESTA PERFECTO
HE DICHO =)