CAPÍTULO XIV
¿Cumpleaños
feliz?
“He muerto” pensó Sarah cuando recuperó la consciencia (que no abrió
los ojos) en lo que creía que era la mañana después a su noche de cumpleaños.
Se movió mínimamente y sintió tanto cansancio que ni siquiera llegó a concluir
esta acción y por tanto, decidió continuar en su posición.
“¿Qué pasó anoche?” se preguntó mientras intentaba recordar algo de lo
sucedido de forma inútil; pues su mente era a esas horas una hoja en blanco a
la espera de ser rellenada de recuerdos. “Está claro; he muerto” se repitió al
comprobar que pasados unos instantes, ninguna imagen venía a su mente.
Solo entonces comenzó a parpadear muy despacio (porque incluso sentía
dolor en los párpados) e ir abriendo poco a poco los ojos para acostumbrarlos a
la luz que pudiera o no haber esa mañana de noviembre en su cuarto y sobre
todo; para enfocar bien los objetos una vez los hubiera abierto del todo.
Cuando todo concluyó, a Sarah le daba la sensación de que le estallaba
la cabeza de tanto como le dolía. Por eso, y tras llegar a la conclusión de que
la escasa luz que iluminaba su estancia en ese momento era más una molesta
enfermedad que un remedio para sus dolores decidió cerrar los ojos de la misma
manera que los había abierto.
Fue ahí, cuando realizaba esta acción, el momento exacto en que se dio
cuenta de que la pintura o el papel de las paredes no se correspondían con los
que había en las paredes de su bloque de apartamentos de Orange Street y
tampoco con los de Eden, el resto de chicas o el de la propia miss Anchor. De
hecho, no se parecía a ninguna decoración de las paredes de las que hubiese
había visto antes.
Y por tanto, ahí comenzó realmente su preocupación y el inicio de su
estado de nerviosismo. Estados que debían sumarse al de confusión imperante.
“Una noche loca” fue el primer recuerdo que vino a su mente esa mañana.
“¿Noche loca?” se preguntó, confusa.
Acto seguido comenzó a recordar pequeños fogonazos de algunas de las
cosas que habían ocurrido la noche anterior: ella llorando a la salida del
club. El atractivo desconocido moreno que se le acercó preocupado. Ella
montándose en el carruaje. Ambos riendo y bebiendo dentro de un club y…
“Perder la virginidad antes de cumplir los veintiochos años” recordó,
en tan oportuno momento.
No podía ser cierto.
Ella no podía haber tenido una noche tan loca como había pensado
durante tantas ocasiones en las horas pasadas del día anterior. Básicamente
porque era del tipo de personas que siempre hablaba mucho pero que nunca
realizaba ni ejecutaba nada a la hora de la verdad.
Una cobarde.
Pero estaba encantada con su personalidad.
Además, dada su mala suerte vital, era mucho más probable que hubiera
muerto y que este lugar de tan horrible decoración fuese la estancia que le
había tocado en el inferno. Y que los dolores que sentía en todas y cada una de
las partes de su cuerpo no fuesen sino la manifestación física del castigo que
Satanás había destinado para ella por haber muerto borracha. Puede que incluso
se hubiera decidido vengar de ella otorgándole un estado de resaca continua
para toda la eternidad.
Sí.
Estaba muerta.
El atractivo desconocido de anoche no era sino uno de los diablos
menores secuaces del Demonio encargado de llevársela al infierno en su carruaje
demoníaco y oscuro y el recuerdo que tenían de ambos brindando no era sino la
celebración de su defunción en la antesala del Averno; la cual tenía
sorprendentemente, apariencia de club inglés.
Ahora tenía todo mucho más sentido.
E incluso podía explicarse por qué había tanto humo allí dentro.
“Estoy muerta y no en casa de cualquier desconocido” volvió a decirse
Sarah, mucho más tranquila por sus averiguaciones, antes de acurrucarse y
frotar la cabeza y la mejilla sobre su almohada como tanto le gustaba hacer.
En ese momento, fue consciente de lo dura e incómoda que era su
almohada en el infierno. Una almohada que probablemente fuera la causante de
que le doliese tanto la cabeza pero no le quedó más remedio que resignarse y
olvidarse de la idea de quejarse ante el Demonio por este objeto. Pues estaba segura
de que como se enfadase por su comentario podía hacer que la calidad de la
almohada fuese aún peor.
Resignada por estas peculiares circunstancias y conteniendo un quejido
de dolor al volver a mover sus clavículas, decidió posar la mano suavemente sobre
su respaldo y dejar de pensar para volver a conciliar el sueño.
Lo hizo y…
Al pasar los dedos comprobó que si esa su almohada, tenía la textura
más extraña e inusual de todas sobre las que había apoyado su cabeza. No por su
dureza y robustez; que también, sino porque al pasar los dedos sobre ella y
palparla se dio cuenta de que su textura era exactamente igual a la de una piel
humana.
“¿Piel humana?” se preguntó, indecisa e insegura; aumentando sus
nervios por segunda vez en esa ¿mañana?
Decidió comprobarlo antes de entrar en pánico absoluto y en esta
segunda aventura en vez de posar dos dedos de forma ligera e imperceptible,
posó toda su mano y apretó (aunque tampoco lo hizo muy fuerte) lo suficiente
como para ser consciente de que su almohada estaba formada por piel humana.
Inmediatamente abrió los ojos y miró hacia el suelo en busca de algo de
sosiego y de aclaración y ordenación de ideas. Horrizada descubrió que tampoco
conocía el suelo (lo cual era lógico pues no conocía las paredes) y sobre todo,
que estaba sentada sobre la pierna de… ¡un hombre! ¡O una mujer! ¡De alguien que vestía pantalones!
“Perder la virginidad antes de cumplir los veintiocho años” volvió a
resonar en su mente y Sarah realmente estaba comenzando a odiar ese tercer
punto de su lista. Punto que, por otra parte, a lo mejor ya tenía que tachar al
haberlo realizado; aunque no recordaba nada de eso.
“Ay Dios” dijo tapándose el rostro con la mano, de tan avergonzada como
se sentía consigo misma. “¡Ay Dios! ¡Ay Dios! ¡Ay Dios! ¡Ay Dios! ¡Ay Dios! ¡Ay
Dios! ¡AyDios! ¡Ay Dios! ¡Ay Dios! ¡Ay Dios! ¡Ay Dios!” exclamó ya en estado de
pánico total. “Pero ¿cómo has podido ser tan estúpida?” se preguntó, enfadada
consigo misma. “¿Cómo se te ocurre llevar tu noche loca hasta las últimas consecuencias?”
añadió, incrédula aún por haber sido capaz de haberlo hecho. “¿Cómo te acuestas
con un desconocido del que ni siquiera recuerdas el nombre?” se reprochó.
“Andrew Fitzroy” le respondió al momento otra parte de su cerebro.
“¿Cómo se te ocurre acostarte con Andrew Fitzroy?” se preguntó,
enfadada con la retahíla de reproches. “¡Ni siquiera sabes si tiene o no la
sífilis!” exclamó. Y Sarah rezó porque eso no fuese cierto. “¿Tan desesperada
estaba por cumplirlo como para elegirlo a él?” se preguntó, confusa. “Puestos a
ello podría habérselo pedido a alguien de confianza…” añadió. “¡Como
Christian!” exclamó. “¡O como Henry!” concluyó, gruñendo.
-
¿Quieres
hacer el favor de callarte? – le preguntó a modo de protesta una enfadada voz
masculina, aunque algo ronca.
Al escuchar esa voz, Sarah sintió un escalofrío. Y pese a que le
costaba horrores moverse fruto del estado de entumecimiento y dolor que sentía
en todos los músculos de su cuerpo, estiró la espalda mientras abrió tanto los
ojos que a punto estuvieron de salírsele de sus órbitas, se mordió los labios,
contuvo el aliento y adquirió una rigidez corporal que bien podía plantar
batalla a las de una estatua.
El hombre se había despertado.
-
¿Sabes
que piensas tan alto que hasta yo soy capaz de escuchar lo que pasa por tu
mente? – le preguntó, algo menos ronco y enfadado, antes de moverse para
reajustar los huesos de su cuerpo; que crujieron por esta acción.
Cuando Sarah volvió a escuchar la voz del desconocido, se relajó y
expulsó el aire de forma sonora, muy aliviada porque el desconocido no
resultaba serlo. Ergo, ella conocía esa voz y al dueño de la misma.
-
¿Hen…? –
titubeó mientras giraba temerosa la cabeza en su dirección por si se había
equivocado de hombre. - ¿Henry? – preguntó, concluyendo la pregunta que había
iniciado ella misma momentos antes mirando y elevando la cabeza hacia él.
-
Buenos
días – le respondió él mientras se frotaba un ojo con la parte inferior de su
mano y bostezaba antes de resoplar y añadir con una sonrisa cargada de ironía:
- Por decir algo – antes de lanzar una mirada hacia su vestido; instando con
esta acción a que ella hiciese lo mismo.
Sarah se separó de Henry, se levantó de encima de su pierna (gesto que
el agradeció enormemente con un gemido, pues así pudo estirarla y conseguir que
la sangre volviese a fluir por ella) y ejecutó la orden que Henry le dio con la
mirada y descendió su vista hacia el vestido.
¡Maldición!
¡Estaba todo lleno de manchas de diferentes tamaños y colores!
Manchas que por la pinta reseca que tenían iban a resultar
tremendamente difíciles de quitar.
“¿Cómo demonios había pasado del blanco más impoluto al color mierda en
el setenta y cinco por ciento de la tela?” se preguntó, confusa y otra vez
incapaz de responderse. “Sabía que ir de blanco no había sido una buena idea”
se lamentó.
-
¿Qué
demonios cenaste anoche? – le preguntó intentando desentrañar y descubrir a qué
comidan pertenecían los escasos grumos y restos sólidos de la vomitera de Sarah
de anoche. – Porque está más que claro lo que bebiste – le reprochó; provocando
que Sarah bajase la cabeza avergonzada dejando que su cabello (el cual no
recordaba llevarlo así anoche) le ocultase el rostro - ¿Te duele la cabeza? – le
preguntó comprensivo. Sarah asintió, ondeando el cabello con esta respuesta. –
Vamos – dijo, ofreciéndole la mano justo delante de su rostro; traspasando su
cabello. – Sé algo que hará que te sientas mejor – aseguró.
Sarah agarró la mano que Henry le ofrecía e intentó ponerse en pie con
todas sus fuerzas e imprimiendo todo el impulso a su zona inferior. Sin
embargo, era tal su estado de entumecimiento y debilidad que fue incapaz de
sostener su propio peso; tambaleó y acabó cayendo al suelo dando un culazo.
-
Mmm… -
titubeó. – Creo que es mejor que nos quedemos aquí – añadió, intentando hacer olvidar
a Henry que tenía el mismo nivel de estabilidad de u niño que estaba
aprendiendo a caminar y daba sus primeros pasos.
-
Puedo
llevarte en brazos si quieres – sugirió. – No sería la primera vez – añadió.
-
¿Cómo? –
preguntó ella, insegura de haber entendido bien sus palabras.
“¿Me has llevado en brazos?” se preguntó. “¿Cuándo me has llevado en
brazos?” se preguntó a voces, exigiendo a su mente que le proporcionase la
respuesta.
-
No te
acuerdas de nada ¿verdad? – volvió a preguntar comprensivo, aunque conteniendo
a duras penas su risa, viendo la expresión desamparada de su cara.
Sarah volvió a negar con la cabeza. Pero esta vez, Henry comprobó que
era tal su estado de desorientación y confusión, mientras miraba fija hacia
todas partes con la mirada perdida en busca de algo que le resultase
mínimamente familiar y con lágrimas a punto de salir de sus ojos.
-
¿Podrías…?
– inició. - ¿Podrías explicármelo tú, por favor? – le preguntó amable y
desesperada.
-
¿Realmente
quieres que te aburra con el relato de otra de mis historietas? – le preguntó
él, con cierto tono burlón mientras se sentaba frente a ella con las piernas
cruzadas.
-
Sí –
dijo Sarah rompiendo a llorar mientras asentía con la cabeza.
Ver a Sarah llorar por voluntad propia delante de él fue algo que pilló
desprevenido a Henry. Un Henry quien, incapaz de verla en ese estado, le pasó
su camisa (la cual estaba arrugada en el suelo y aún húmeda de haber servido
como paño para atenuar el dolor de cabeza del día siguiente de Sarah) para que
la utilizase en esta ocasión como pañuelo.
-
Anoche
te emborrachaste – estableció. Afirmando con sus palabras la única certeza que
Sarah tenía. – No sé cómo, cuándo ni con quién pero cuando yo di contigo en
Almack’s – añadió.
“¿Almack’s?” se preguntó Sarah confusa enarcando una ceja.
-
El club
donde estuviste anoche – explicó Henry, respondiendo a su pregunta mental. –
Cuando yo di contigo en Almack’s estabas en un avanzado estado de embriaguez –
repitió. – Acompañando a Andrew Fitzroy – apostilló, cambiando su tono de voz
al del disgusto.
“¿Andrew Fitzroy?” se preguntó, nuevamente confusa. “Yo no conozco a
ningún…” añadió. “¡Ah!” exclamó, recordando. “El atractivo desconocido moreno”
explicó.
-
Y
protagonizando un pequeño espectáculo de divertimento masculino gracias a tu
atuendo y a tu estado – agregó. Sarah abrió mucho los ojos mientras se
avergonzaba y alarmada, se creía incapaz de que ella hubiera podido realizar
alguna acción de ese tipo. - ¡Oh! – exclamó al ver la expresión que tenía ahora
en el rostro. – Tranquila, no estabas bailando desnuda sobre la barra o
cantando junto al cuarteto en el escenario – explicó. – Tu manera de llamar la
atención se debía más… al vestuario que habías decidido llevar – concluyó. Y
tanto el color como la tranquilidad volvieron al rostro de Sarah. – Al menos en
un principio – apostilló. Sarah le miró ceñuda y a Henry no le quedó más
remedio que informarle de lo que había sucedido a continuación: - Porque desde
que me viste aparecer allí, sí que comenzaste a protagonizar el espectáculo
propiamente dicho con tus gritos y aspavientos, convirtiéndonos en el centro de
atención e incluso consiguiendo que tu compañero de divertimentos – Y dijo esto
último con evidente desprecio hacia él. – Volviera a centrar su atención en ti,
después de haberte dejado de lado para ir a fanfarronear y divertirse con sus
otros amigotes – explicó.
-
¿Yo hice
eso? – preguntó dubitativa, mordiéndose el labio y realmente arrepentida.
-
¡Oh! –
exclamó otra vez. – Pero hay más – aseguró. – Lamento informarte de que ambos
tenemos prohibida la entrada de por vida en Almack’s – explicó.
-
¿Por
qué? – preguntó sorprendida.
-
Digamos
que… gracias a tu cabezonería, no me quedó más remedio que sacarte de allí como
si fueras un cerdo que fuera a vender en una feria de ganado, quitando de en
medio a todos los obstáculos objetos y humanos que se me pusieron en medio –
explicó.
-
¿Golpeaste
a Andrew Fitzroy? – pregunto, boquiabierta.
-
Por tu
culpa – le acusó, señalándola con el dedo índice.
-
Lo
siento – dijo, roja como un tomate y realmente arrepentida de que, como él
decía, le hubieran expulsado de por vida de uno de los clubes aristocráticos de
más renombre.
-
No te
preocupes – aseguró él. – Nunca iba a ese sitio, así que tampoco me pierdo
tanto – explicó con un encogimiento de hombros. - ¿Estás lista para abandonar
mi baño? – le preguntó, pasado un instante al observar que tenía mejor color y
expresión en la cara.
-
¿Tu
baño? – preguntó, mientras intentaba ponerse en pie nuevamente y esta vez sí
que conseguía permanecer apoyada firmemente en el suelo.
-
Estamos
en mi casa Park – explicó. - ¿Dónde creías que te iba a llevar sino? – le
preguntó sonriente y seductor mientras echaba a caminar con el torso desnudo
delante de ella. – Vamos – le instó. – Puedes traer mi camisa que ahora usas
como gasa aquí también – añadió, con cierto tono burlón, insinuando que era una
niña pequeña.
-
¿Tu
camisa? – preguntó confusa al entrar en el salón frotándose la frente y mirando
con extrañeza al trapo que llevaba en las manos.
Apenas puso un pie en él y ya notó el cambio de temperatura entre un
lugar y otro. Por ello, agradeció infinitamente a Henry que hubiese encendido
la chimenea.
Henry asintió a su pregunta y ella la estiró; descubriendo cómo,
efectivamente, lo que ella había utilizado como trapo y pañuelo no eran tales
cosas sino que en realidad, era una de las camisas de Henry.
-
¡Ay Dios
mío, tu camisa! – exclamó horrorizada y arrepentida de haberla puesto perdida
con sus lágrimas y el maquillaje; entre otras cosas.
-
Prefiero
que esté mojada y arrugada a que esté igual de sucia que tu vestido – explicó
para quitarle hierro a la situación.
-
Henry
¿por qué vas sin camisa tú? – le preguntó. - ¿Es que acaso no tienes más? –
añadió con fastidio. Aunque una parte de su cerebro; la más pasional y dominada
por el deseo se había quedado hipnotizada y aplaudía encantada la decisión de
que Henry permaneciese caminando con el torso desnudo y mostrando sus bíceps y
abdominales.
-
Dado que
anoche decidiste pegarte a mi pecho como una sanguijuela – inició,
respondiéndole de manera tan borde al tono con el que le había hecho la última
pregunta y que no le había gustado en absoluto. No obstante calló y rectificó a
mitad de frase porque fue consciente no había sido la elección más adecuada de
palabras. Especialmente en su estado actual de hipersensibilidad y confusión. –
Ancohe no querías despegarte de mí – explicó. – No querías y no lo hiciste –
añadió. – Y dado que parecías tan cómoda, relajada y tranquila mientras te
acunaba entre mis brazos mientras te contaba historias que te ayudaran a
dormir, además de que no sabía a ciencia cierta cuándo ibas a parar de vomitar…
decidí que era lo más seguro, limpio e higiénico para mí – concluyó.
-
Tengo
una pregunta – anunció.
-
¿Solo
una? – le peguntó irónico y burlón, lanzándole otra de sus sonrisas seductoras
que tan nerviosa y alterada le ponían.
-
Mírame –
le pidió, trazando un círculo con la mano delante de su arruinado vestido. – Si
estoy sucia como una puerca después de haber estado vomitando toda la noche
¿Por qué mi pelo está impecable y… - olfateó uno des mechones. - … sin el
peculiar olor a jugos gástricos que hoy es mi seña de identidad? – concluyó.
-
Fácil –
respondió él, satisfecho y orgulloso. –
Porque fui yo quien te sujetó la cabeza e impidió que tu pelo se te ensuciara –
explicó. – También te quité el maquillaje del rostro antes de que empezara el
gran desastre – quiso aclarar y señalando como ella el encorsetado vestido.
-
Tú… -
dijo, como apenas un hilo de voz y señalándole con el dedo índice. - ¿Me has
estado agarrando la cabeza para evitar que me ensuciara el pelo todo el tiempo?
– preguntó abrumada y sorprendida por su sacrificio y altruismo.
-
No lo
hice mal ¿cierto? – preguntó, guiñándole el ojo.
-
Pero eso
es…- inició. – Eso es… - repitió con titubeos mientras buscaba las palabras más
adecuadas y que mejor definieran los sentimientos de agradecimiento que sentía
por él en ese momento.
-
¿Asqueroso?
– se atrevió a preguntar él, interrumpiendo su intervención. – Sí – añadió.
-
¡Precioso!
– exclamó, asqueada de la resaca; pues había disminuido bastante el numeroso
léxico que se ufanaba de conocer, pero soltando alguna lagrimilla ante el
gesto. - ¡Muy pocas personas hubieran hecho eso por mí! – añadió. De hecho,
solo una persona vino a su mente al pensar en esa posibilidad: Eden.
-
Bueno –
dijo él, entregándole nuevamente la camisa para que limpiase sus lágrimas. -
Estoy seguro de que tu hubieras hecho lo mismo por mí – añadió, aunque sabía
que era mentira. No solo porque Sarah nunca lo haría, sino porque él jamás
bebía hasta perder el sentido y vomitar (al menos de forma voluntaria y sin
drogas de por medio). Tenía referentes demasiado cercanos en su casa como para
encima provocarlos él también. – Además, te lo merecías. Era tu cumpleaños –
explicó. – Hablando de eso… - inició mientras se agachaba hasta quedar a su
altura y mirar a los ojos mientras decía: - Feliz cumpleaños, Park -.
Acto seguido, se inclinó sobre ella.
En ningún momento la intención de Henry fue besar a Sarah.
Bueno, en realidad sí que quiso besarla. Pero en la mejilla, justo como
hacía con su hermana, las amigas de su hermana o sus sobrinas cuando las
felicitaba por cualquier razón.
Sin embargo, Henry no contaba con la otra parte de la pareja al
realizar esta acción. Sarah que no entendió muy bien qué era lo que iba a hacer
Henry para felicitarla por su cumpleaños; con tan mala suerte (¿o no?) de que
giró la cabeza en su dirección en el mismo momento en que él se inclinaba para
besarle la mejilla. De tal modo que al final no fue el carrillo lo que Henry
acabó besando, sino sus labios.
Al principio, ninguno de los dos supo qué o no hacer fruto de la
sorpresa mayúscula que este contacto inesperado entre sus labios se hubiese
producido. De hecho, tan sorprendidos estaban que habían comenzado una
competición para ver quién de los dos tenía los ojos saliendo más de sus
órbitas. No obstante, tras este primer momento inicial, fue Henry quien tomó la
iniciativa.
Un Henry quien pensó que ahora que conocía la naturaleza de sus
sentimientos por él y la intensidad de los que ella sentía por Pitagoras y que
le había confesado que la quería cuando ella no había sido consciente, nunca
jamás se vería en otra tesitura, circunstancia o situación como esta para
besarla por última vez.
Y por ello decidió aprovecharlo volcando en ese beso la intensidad de
los sentimientos que tenía por ella
Cerró los ojos antes poner su mano por detrás del cuello de ella para
acercarla más a su boca y con la otra agarrarle la mandíbula porque no pensaba
ni quería dejar pasar la oportunidad que se le había presentado ni que ella
girase o apartase su rostro.
Dio un beso suave a sus labios y acto seguido se separó unos
centímetros.
Sarah quien, había cerrado los ojos en el mismo instante en que Henry
le había rozado los labios (cumpliendo una de sus peticiones de la noche
anterior, según recordó) abrió los ojos y la boca ligeramente para manifestarle
a Henry su sorpresa e indignación por la corta y nula intensidad del mismo
Ese fue el momento en que Henry aprovechó para besarla tal y como él
había deseado desde un principio. Se apoderó en un rápido movimiento de sus
labios por segunda vez y no tardó un momento en introducir la lengua en el
interior de su cavidad para saborear y degustar los restos de whisky que aún
permanecía. Por su parte Sarah gimió y levantó los brazos en señal de rendición
y satisfacción al conseguir lo que quería, antes de ser ahora ella quien posase
ambos brazos por detrás de su cuerpo, acercándole más en su dirección mientras
su inexperta lengua se acostumbraba y seguía el ritmo de las diestras lecciones
que Henry le estaba dando.
Un Henry que, seguro de que Sarah ya no iba a escapársele de sus brazos
cambió la posición de sus brazos y los cerró sobre su cintura para no caerse;
dado que no tenía la mejor posición de besar y por ello se inclinó hacia delante.
No obstante, Sarah entendió mal el gesto que él hizo y comenzó a ponerse de pie
encima del sillón; arrastrando a Henry hacia arriba con ella para así, en esa
cómoda posición para ambos (y a la misma altura) continuar besándose y
explorándose sin tener nada mejor que hacer en el mundo esa helada mañana de
noviembre.
“Eres la siguiente de la lista ¿no?” resonó en la mente de Sarah
mientras se hallaba entretenida en palpar y tocar el torso de Henry pese a que
tenía los ojos cerrados y disfrutando enormemente de la extraña sensación que
le producía tocar el relieve de las zonas donde tenía los tatuajes.
“Eres la siguiente de la lista ¿no?” volvió a escuchar, deteniendo su
participación en el beso.
Y entonces recordó absolutamente todo lo que había sucedido la noche
anterior.
Su visita a The Eye por cuestiones de trabajo, su conversación con la
mujer fuera de los camerinos, los gritos de placer de la mujer que estaba
dentro del camerino con Henry y su llanto desconsolado a la salida de The Eye
motivado por el abandono y el olvido de Henry hacia su persona y la celebración
especial que en teoría había preparado para ella por irse de prostitutas para
celebrar su victoria.
Abandono que había sido la causa de que aceptase la proposición de
Andrew para ir a Almack y allí comenzar a beber como si no hubiera un mañana
para olvidar el dolor que esto le estaba causando.
Así que, el estado actual de mal cuerpo en el que se hallaba ahora era
todo y únicamente responsabilidad de Henry Harper. Por mucho que hubiera intentado
ayudarle después como forma y método de compensación. No valía.
Todo era culpa de Henry y su plantón.
“Henry me abandonó y despreció la noche de mi cumpleaños” pensó.
En ese punto, toda la pasión que sintió mientras le estaba besando
continuó ahí, solo que transformado en ira y furia hacia el hombre que había
deseado con todo su ser hacía escasos momentos.
Estaba tan enfadada y furiosa con él, que lo apartó de ella de un
empujón. Acto seguido comenzó a gritarle las cuatro cosas que debía decirle:
-
¿Crees
que un beso por muy diestro que sea va a compensar todo el daño que hiciste
anoche? – le preguntó.
-
¿De qué
estás hablando? – le preguntó él, sin entender muy bien su pregunta.
Sabía que había corrido un riesgo muy grande por atreverse a besarla y
que se enfadaría con él por hacerlo, ya que él no era Christian y nunca jamás
sería como él. Lo que le desconcertaba del todo era la mención a la noche
anterior como causa de su molestia, cuando no había hecho otra cosa que
preocuparse por ella.
-
¡Te
olvidaste de mí! – le acusó, señalándole.
-
¡No me
olvide de ti! – le contradijo. – Desde que te conozco ¡he sido incapaz de
olvidarme de ti! – añadió, revelando con esa última frase más sentimientos de
los que debería.
-
¡Oh
vamos Henry! – exclamó descreída e irónica. – No hace falta que me mientas – le
pidió. – Estuve en The Eye anoche y te vi – añadió. – Te oí – rectificó,
inmediatamente.
-
¿Estuviste
anoche allí? – preguntó sorprendido. - ¿Cuándo? – quiso saber.
-
Anoche
peleabas ¿no? – le preguntó, a lo que él asintió. – Pues como cronista de The
Chronichle era mi deber y obligación estar allí ya que es el trabajo por el que
me pagan – le informó. – Sin embargo, la sorpresa no me la llevé porque no me
hubieras avisado personalmente de tu nuevo combate, tal y como me habías prometido
que harías – recalcó. – Lo dejé estar y pasar porque pensaba que estarías
ocupado en tus tareas médicas o quizás, inocente de mí, enfrascado en la
sorpresa de mi cumpleaños – añadió. – No obstante, lo que no me esperaba de
ninguna de las maneras fue que hubiese decidido dejarme de lado y abandonarme
en tan señalada fecha solo para irte a celebrar el triunfo por irte…¡de putas!
– gritó, pronunciando con asco y desprecio las dos últimas palabras de su frase
y solo tras pensarse mucho si debía decir la palabra malsonante o no.
Henry prestó atención a todas y cada una de las palabras de Sarah
mientras que a su vez iba analizando el sentido y el significado de las mismas.
Por eso, comprendió qué era lo que había insinuado con su última oración. Y se
indignó.
Tanto, que a punto estuvo de ponerse violento.
-
¿Me
crees tan jodidamente hipócrita después de todo lo que he pasado como para
escoger irme de putas como entretenimiento después de ganar un combate? – le
gritó iracundo y a escasos centímetros de su rostro.
Sarah agachó la cabeza mientras reflexionaba acerca de la pregunta que
Henry acababa de formularle.
-
¡Contesta!
– exigió, agarrándole con fuerza el mentón y elevando su rostro hasta tenerlo a
la misma altura que la de él. Henry estuvo varios minutos esperando su
respuesta en silencio hasta que por fin, vio la duda reflejada en sus ojos.
Acto seguido retrocedió varios pasos, poniendo distancia entre ambos: - ¿Lo
crees? – preguntó, alucinando. - ¿Lo crees? – repitió a voces, dolido por su
falta de confianza. - ¿Tan poco me conoces? – le preguntó, abatido y
decepcionado. - ¿Estás ciega o qué demonios te ocurre en el cerebro Sarah? – le
preguntó, sumando a todas las emociones que sentía antes, nuevamente la del
enfado.
“No hay más ciego que quien no quiere ver y, en esta ocasión cielo, lo
estás cumpliendo a la perfección”
Las palabras que Penélope había
pronunciado días atrás, salieron a colación en su mente. Algo que no le gustó
en absoluto a Sarah y por lo que protestó. En este caso, con Henry, pues había
sido la segunda persona que había insinuado su ceguera total.
-
Estoy
bastante harta de que todo el mundo me compare con una persona que no puede ver
– advirtió. - ¡No estoy ciega! – gritó. - ¡No estoy ciega! – repitió alzando
los brazos. – Veo perfectamente y no necesito lentes para leer – indicó,
intentado hacerlo quedar claro a él y a todo el mundo.
-
En ese
caso tu ceguera es aún mayor – respondió él de manera enigmática. – Es
voluntaria y psíquica – añadió. - Y te niegas en redondo a ver o aceptar cosas
que son obvias para el resto del mundo – le acusó.
-
¿Cosas?
– le preguntó ella encarándose. - ¿Qué cosas? – gritó.
-
¡Cosas
como que yo jamás te haría eso porque estoy completamente enamorado de ti! –
gritó, confesando y abriéndole su corazón. -¡Joder! – maldijo, golpeando la
pared con el puño con fuerza sin importarle las tempranas horas que eran o que
esta acción pudiera despertar a su vecino; quien probablemente ya estaría
despierto gracias a las voces que estaban dando.
Arrepentido del error que había cometido al confesarle sus sentimientos
de una forma tan poco romántica y seguro que, bastante alejada de la
declaración de amor con que ella soñaba, se alejó aún enfadado dando grandes
zancadas, abrió un armario de mala manera y le tira el paquete que había en su
interior.
-
Aquí
tienes tu regalo de cumpleaños – explicó al ver el gesto de confusión en el
rostro de ella. – Ahora me marcho – anunció. – Tengo urgencias que atender y es
el trabajo por el que me pagan – concluyó, repitiendo a propósito con desprecio
las palabras que ella había utilizado momentos antes.
Acto seguido agarró el maletín de la puerta, se vistió con las prendas
que había en el perchero, enrolló su bufanda varias vueltas alrededor de su
cuello y se marchó dando un sonoro portazo que hizo retumbar todos los cuadros
que había colgados por las paredes y… uno a unos los huesos más grandes del
cuerpo de Sarah.
Una Sarah a la que le costó reaccionar y volver en sí después de haber
escuchado de boca del propio Henry y de cómo éste le arrojaba pese a su
desconfianza y maltrato hacia él, el regalo de cumpleaños que expresamente
había comprado para ella.
Miró al enorme paquete, dubitativa a la par que curiosa acerca de qué
era lo que debía hacer pues consideraba seriamente que no era merecedora de
ningún tipo de presente por su parte.
Al final, la curiosidad pudo con ella y…rompió a llorar cuando
descubrió maravillada qué era lo que este contenía:
Un vestido.
Un vestido hecho a medida, exactamente idéntico al que ella llevaba el
día en que ejerció como su ayudante médica y que se manchó con la sangre del
bebé de Butch.
Solo cuando lo sacó de la caja y lo estiró completamente (cerciorándose
de que, efectivamente estaba hecho exclusivamente para ella) se dio cuenta de
el paquete incluía además una nota. Nota que decía lo siguiente:
¡Ey Park!
¡Feliz cumpleaños!
Soy un hombre de palabra y tal y como te prometí, aquí está el vestido
que te estropeé. Espero que te des cuenta de que no perdí detalle del mismo y
lo encargué expreso para ti con todo lujo y exactitud de detalles.
Bueno… exactamente igual no.
El color burdeos ha sido idea mía.
Te conozco lo suficiente como para creer que te sentará bien.
Besitos de merengue,
Henry.
Tras la lectura de
esa nota, la oscuridad total y más
absoluta se abatió sobre ella.
Muerta en vida.
Catatónica.
Dolida en lo más
profundo de su corazón.
Así era como Sarah
se sentía mientras caminaba arrastrando los pies, durante el camino de regreso
a su casa; el bloque de apartamentos situado en el número cuarenta de la calle
Orange.
Un camino que solo
realizó cuando se sintió con las
suficientes fuerzas y cuando calmó en algo el pésimo estado anímico que sintió
tras la marcha de Henry y la entrega de su regalo de cumpleaños.
Mismo camino que
había decidido emprender transcurridas varias horas cuando se dio cuenta y fue
consciente de que Henry no iba a regresar y hablar con ella.
“Henry…” pensó con
un suspiro.
¡Cuánto lo sentía
por Henry!
Era una mujer
tremendamente estúpida al no haberle concedido el beneficio de la duda. Tenía
razón. ¿Cómo se le había ocurrido si quiera pensar que él escogería las
prostitutas como método de diversión? ¿Cómo había dudado de su palabra después
de la confianza que le había otorgado?
Era una idiota.
Y solo por su culpa,
lo había perdido para siempre.
Justo ahora que lo
sentía más cercano a ella que nunca.
Se había puesto su
vestido.
Ya no solo por
cambiarse las sucias ropas de vómito que llevaba la noche anterior. En
realidad, eso no le importaba. Era tal su estado de desolación que poco le
importaba lo que la gente pudiera pensar o murmurar de esa guisa caminando por
la calle a esas horas.
Lo había hecho
porque le pareció la manera más adecuada y conveniente de pedirle disculpas
(aunque él no la viera) y para mostrarle su enorme agradecimiento por el
innecesario presente. Sí ¿y por qué no? Con la vana esperanza de lucirse
delante de él si se lo encontraba por las calles que se abrían y se cruzaban en
su trayecto desde Tower Hamlets al Soho.
No ocurrió.
Cuando se quiso dar
cuenta, se encontró delante de la puerta principal del bloque de apartamentos y
con el encargado de permitir el acceso o no a los visitantes dormido
profundamente y roncando en la entrada.
Dado que no quería
despertarle, entró de la manera más silenciosa posible que pudo. Y ya en el
interior rezó por no encontrarse con nadie en el camino hacia su apartamento.
No estaba de humor.
No estaba para el
mundo.
No tuvo suerte,
porque en el rellano de los apartamentos que ambas compartían se encontraba
Eden dando cabezazos a la espera de su regreso. Sarah intentó repetir
estrategia pero…al pisar, el suelo de la madera crujió lo suficiente como para
despertar a su amiga.
-
¿Sarah?
– preguntó, parpadeando insegura. Sarah se giró en su dirección para indicar
que, efectivamente, tenía razón y era ella la aparición fantasmal que había en
el vestíbulo a unas horas tan tempranas. - ¡Por Dios Sarah! – exclamó
preocupada a la par que aliviada. – Cuando te dije que te divirtieras, no pensé
que lo tomases tan al pie de la letra como para pasar toda la noche fuera – la regañó.
En ese momento fue
consciente del aspecto que tenía su amiga: con unas marcadas ojeras, un color
blanquecino del rostro y los ojos enrojecidos e hinchados de tanto llorar. Y
dio un respingo antes las abismales diferencias entre el aspecto que tenía
cuando salió a cuando regresó.
-
Pero ¿tú
de dónde sales? – le preguntó. ¿Del
mismísimo infierno? – añadió.
“Algo así” respondió
Sarah mientras inclinaba la cabeza.
-
¡Anímate
mujer! – exclamó ella con una sonrisa que le retó a imitar. Imitación que Sarah
no realizó, por supuesto. - ¡Es tu cumpleaños! – añadió, gritando y dando
botes.
“Yupi” pensó Sarah
sin ningún tipo de emoción positiva al respecto y plantando una sonrisa en el
rostro que no pudo expresarla de otra manera a como se sentía en ese momento:
fingida y forzada.
-
¡Hija! –
protestó. – Si esta va ser la
manifestación de felicidad que pongas cada vez que cumplas años… no me va a quedar
más remedio que casarme cuanto antes y marcharme de aquí para no volver a verla
– añadió, intentando que se riera; cosa que no consiguió. - ¿Has decidido no
abrir la boca a partir de ahora por algún motivo en particular? – quiso saber.
“Sí” pensó Sarah
mientras asentía.
-
¡Ancianas!
– bufó Eden, arrugando la nariz. - ¿Quién las entiende? – se preguntó. – Por
suerte para ti, sé exactamente qué es lo que puede animarte – explicó,
chasqueando los dedos de una mano y sacando de por detrás de ella una pequeña
tarta de merengue y chocolate y virutas de fresa por encima con dos velas de
madera (una con forma de dos y la segunda con forma de interrogación, para
evitar crear mayores depresiones en la mujer que cumplía años). - ¡Voilá! –
exclamó ella, orgullosa de su creación.
No obstante, cambió
al instante su expresión. Especialmente al observar el gesto de desagrado en el
rostro de su amiga; confusa y bastante segura de que esto no era debido a su
tarta pues eran sus sabores favoritos.
Pero Eden se
equivocaba, la culpable única del gesto compungido y de desagrado en el rostro
de Sarah era su tarta. Pero no porque no le gustase o no tuviera pinta de ser
bastante apetecible; que lo era y tenía sino porque en el mismo instante en que
su nariz olfateó el olor a dulce que ésta emanaba, su estómago resonó y se
contrajo de tal manera que Sarah creyó que iba a vomitar encima (no sabía qué,
pues al parecer había expulsado de dentro hasta su primera comida) y poner
perdida a su amiga.
-
Mejor
descartamos la tarta y lo dejamos para después – dijo Eden, leyendo el rostro
de su amiga y adivinando sus indeseadas e incontrolables decisiones. – Pero hay
algo a lo que no te puedes negar y que siempre está presente en todos los
cumpleaños – añadió.
-
¡Más
alcohol no Eden, por Dios! – rogó al sentir una nueva contracción de su
estómago; más intensa incluso que la producida y provocada por la tarta.
-
¡Si
hablas! – exclamó sorprendida. - ¿Alcohol? – preguntó, frunciendo el entrecejo.
- ¡No! – negó exclamando vehemente. – Pero ¿por qué clase de borracha y persona
con problemas con el alcohol me tomas? – le preguntó enfadada mientras quería
que se la tragara la tierra, ya que hoy no era el día más indicado para hacer
suposiciones sobre las personas más allegadas a ella. – Yo hablo de tus
regalos, tonta – explicó. – Porque… sí que querrás tus regalos ¿no? - preguntó. Sarah asintió. – Regalos como ese
magnífico vestido que ahora llevas y que ya me contarás de dónde lo has sacado
o quién te lo ha regalado – dejó caer antes de agarrarla de la mano y dirigirla
hacia su propio apartamento.
-
Comenzaron a llegar desde que te marchaste
anoche y, como no llegabas nunca, no me quedó más remedio que hacerme pasar por
ti y aceptarlos en tu nombre si querías tenerlos a todos aquí una vez regresases
– indicó. – Déjame decirte que aunque no te lo parezca estoy verde de envidia
de la mala por la cantidad de regalos – explicó. – Y que por suerte, tienes un
montón de gente que te quiere – concluyó señalando a su cama.
“Más de la que te
piensas” pensó amargamente al recordar la declaración de amor de Henry.
Después, siguió la
dirección del brazo de su amiga y se quedó gratamente sorprendida, enrojecida
por la vergüenza e incrédula al descubrir que la cama de su amiga estaba
cubierta de regalos. Al parecer, todos destinados a ella.
Pese a que no tenía
gana alguna ni sentía curiosidad por abrir los regalos debido a los malos
recuerdos que le producían y evocaban la ocasión anterior en que había
realizado esta misma acción, decidió complacer a su amiga y abrirlos. Aunque
solo fuera para quitárselo de encima de su cama y que ella pudiera dormir.
Así, uno a uno fue
desempaquetando todos y cada uno de los presentes que allí había mientras
agradecía mentalmente (pues era lo que podía hacer de momento; ya habría tiempo
y ocasiones más adelante para los agradecimiento en persona) a todas y cada una
de las personas que se habían acordado de ella en su día y le habían regalado
algún pequeño presente:
·
De
Penélope y todos los Crawford en general recibió dos libros de Jane Austen para
“que se le hiciera más dulce y menos la eterna la espera de nuevas entrega de
los folletines de Lauren Sunbright”
·
Bueno de
todos no, ya que los gemelos y diablillos Crawford; Amanda y John habían
decidido realizar sus propios regalos artesanales consistentes en su
autorretrato con la cara manchada de chocolate del día en que presentaron a su
hermana Aurora en sociedad y otro en el que le recordaban otro de sus momentos
“memorables y agradables”: cuando aterrizó en la fuente de Saint James Park por
salir corriendo a perseguirles para regañarle por haber pegado a otros niños.
·
De miss
Anchor un perfume de rosas blancas, según rezaba en el bote de cristal.
·
El resto
de inquilinas del bloque de apartamentos aunaron el presupuesto para regalarle
un par de guantes de piel de cabra y un conjunto de diferentes cintas para el
cabello de colores bien distintos, aunque curiosamente, todos combinaban con el
burdeos que ella llevaba puesto en esos momentos.
·
Y Eden
le regaló una caja de galletas de nata y azúcar de las que tanto le
gustaban, así como un marcapáginas (que
podría utilizar con los libros de Penélope) y una bufanda de seda (pero aún
así, bastante calentita) con la que resguardarse su delicada garganta del frío
invernal londinense.
Estaban presentes
todos los que la querían.
¿Todos?
Bueno, todos no.
Faltaba Christian.
Sarah dirigió su
mirada entonces hacia los dos únicos regalos que no había abierto y que estaban
unidos por una cuerda.
Regalos que, por
pura lógica y eliminación debían proceder de Christian.
“¿Qué me habrá
regalado?” se preguntó curiosa, aunque ya de por sí sorprendida por el
despliegue de medios económicos que había gastado en ella al comprarle dos
regalos. ¿Quizás intentaba compensar con esto sus anteriores despistes y
olvidos en fechas importantes y relevantes?
Abrió el primero de
los paquetes y por el contenido que había en su interior, algo en su fuero
interno le dijo que no había sido Christian quien se los había enviado. Era una
pluma estilográfica[1]
de acero, parecía que bañada en oro y plata y con las iniciales SP grabadas en
letras eduardianas.
Solo había una
persona a la que le había manifestado de broma sus enormes deseos de parecerse
a Penélope y escribir con ella en pluma estilográfica y no en la pluma
corriente con el tintero; objetos que por otra parte utilizaban como método de
escritura la inmensa mayoría de la población letrada.
Ese alguien era
Henry.
“¡Henry!” exclamó
antes de agarrar el segundo paquete y abrirlo, rompiendo sin cuidado o tacto el
papel que lo envolvía, al contrario que como había hecho con el resto de
paquetes y regalos.
Sus sospechas se
confirmaron cuando sacó el contenido del segundo paquete: un foneidoscopio.
Un foneidoscopio.
Objeto que solo
podían utilizar aquellas personas que habían hecho de la medicina su actividad
profesional.
Personas como Henry.
“Henry” pensó con un
hondo suspiro mientras intentaba contener lo más que podía las lágrimas delante
de su amiga; pues prefería llorar y derrumbarse en la intimidad.
-
Tiene
una nota – indicó Eden, agachándola para recogerla del suelo y abrirla sin que
Sarah le hubiese dado permiso. – Tienes las manos ocupadas – se defendió, ante
una posible acusación por este hecho. - ¿Quieres que te la lea? – preguntó.
“No” respondió
mentalmente de inmediato.
Tenía muy malos
precedentes con las notas que procedían de él.
Aunque por otra
parte…
Por otra parte sí
que quería saber qué era lo que le había escrito y sobre todo por qué le había
regalado dos objetos tan diferentes como exclusivos y caros.
Y Eden leyó:
¡Ey Park!
¡Sorpresa!
¡Feliz cumpleaños nuevamente!
Seguro que no te lo esperabas después del vestido; el cual seguro que
llevas puesto ahora mismo ¿me equivoco? No, seguro que no. Mi ego no me lo
permitiría.
Como bien sabes, sobre todo porque he sido yo quien te lo he dicho,
cada persona es dueña de su destino y puede llegar a ser lo que realmente desea
en la vida si realmente lucha por ello y le dedica todo su empeño.
Tú querida Park, eres una privilegiada.
No solo tienes talento natural para la escritura y narrativa en general
(lo cual es cierto aunque no te lo haya dicho nunca y jamás volveré a repetirlo
en tu presencia) sino que además un instinto innato para la práctica de la
medicina; lo cual te convierte en una persona muy especial.
Sin embargo, creo que debería escoger una de las dos opciones donde
destacas y dejar la otra como divertimento; tal y como hago yo pues no está
nada bien restregar tantos talentos de forma pública al populacho.
Tienes el destino en tus manos ahora mismo.
Ahora bien ¿qué escoges?
¿La escritura o la medicina?
Tu amigo cercano,
Doble H.
En esta segunda nota con mi nombre oculto para vitar que alguien la
intercepte y descubra mi identidad real. Si Eden, eso va por ti.
-
¿Si Eden
eso va por ti? – preguntó la aludida, enfadada. - ¿Quién se cree este Doble H
que es para hablar así de mí? – añadió, poniendo el grito en el cielo. - ¿Quién
es Doble H? – exigió saber de inmediato, mirando ceñuda y amenazante a Sarah.
O más bien, al hueco
donde debía haber estado el rostro de su amiga si ésta hubiera permanecido de
pie.
Pero lo cierto y el
hecho eran que Sarah no estaba de pie en el apartamento de Eden.
Las piernas le
habían flaqueado y había terminado por caer al suelo llorando amargamente;
causando que el gesto en el rostro de su amiga cambiase, pasando del enfado y
la indignación a la incomprensión y la preocupación más absoluta por su amiga.
Preocupación que
aumentaba y se incrementaba por momentos cuando, no respondía o decía cosas sin
sentido a la pregunta acerca de qué le ocurría.
En lugar de eso, por
cada pregunta que ella le formulaba ella apretaba con más fuerza y acercaba el
objeto que tenía entre las manos a su pecho; para sentirlo como una parte más
suya.
Sarah ausente y
lejana, escuchaba la voz de Eden como si estuviera a cientos de kilómetros de
ella. En realidad, no entendía ni una sola de las palabras que le estaba
diciendo, aunque por la voz sonaba preocupada.
Era para estarlo ante
tan inusual comportamiento por su parte y ella en su lugar lo hubiera hecho.
No obstante, no
podía detenerse a explicárselo con todo lujo de detalles ya que ella mismo
acababa de ser consciente del hecho y tener una revelación con el mismo. De
hecho, aún estaba afectada ante tan grandioso descubrimiento interno.
Ahí, en ese lugar y
justo en el momento en que Eden terminó de leer la segunda nota que Henry le
había enviado junto con el lote de regalos, Sarah Parker fue consciente del
hecho. Su ceguera había desaparecido y la realidad le golpeó de lleno dejándola
fuera de combate, utilizando símiles pugilísticos.
Ya no necesitaba una
nota para escoger su destino porque dicha elección al parecer ya la había
realizado hacía bastante tiempo sin que ella hubiera sido consciente. Pero
había sido hoy, el día de su cumpleaños cuando se había dado cuenta mientras
caía de culo al suelo, recibiéndolo y aceptándolo como su presente más valioso.
Mientras caía había
hecho su elección y había soltado la pluma estilográfica dejando que ésta, pese
a lo valiosa que era, resbalase y escapase de sus manos y por tanto se había
quedado con el foneidoscopio entre ellas.
Puede que esta
acción, nimia y sin importancia en apariencia no fuera importante para
cualquier otra persona que hubiera sido testigo de la misma. Como por ejemplo,
para Eden. Pero para ella había sido la que le había quitado la venda de los
ojos.
Estaba ciega y tanto
Penélope como Henry tenían razón: no quería ver lo que tenía justo frente a
ella.
Hasta hoy; que lo
había visto todo repentinamente claro.
Los regalos de Henry
eran un mensaje cifrado y simbólico, no de su destino laboral como ella había
creído en un principio, sino de su destino en general y tanto la estilográfica
como el foneidoscopio representaban a los dos únicos hombres que habían
mostrado algún tipo de interés hacia ella: Christian era la pluma estilográfica
y Henry era el foneidoscopio.
Al tener que elegir
qué era lo que quería salvar por haberse caído y haberse desprendido de la
pluma; arrojándola lejos de ella y agarrar el foneidoscopio y apretarlo contra
ella, había escogido.
Había dicho adiós a
Christian y hola al foneidoscopio.
El foneidoscopio.
Henry.
Había escogido a
Henry.
El problema era que
lo había hecho demasiado tarde.
¿Cómo iba a
explicarle esto a Eden y que lo entendiera?
¿Cómo iba a
explicarle que había perdido a Henry para siempre por no haberse dado cuenta a
tiempo de lo que todo el mundo parecía ser consciente menos ella?
“Soy una idiota”
pensó, maldiciendo mientras miraba y tocaba con suavidad el foneidoscopio. “Lo
siento Henry” se disculpó. “Perdóname” pidió. “Debes perdonarme porque yo también
estoy enamorada de ti” concluyó, confesando al menos de forma mental antes de
ocultar nuevamente el rostro entre sus manos y evaporarse con alguna de las
múltiples lágrimas que brotaban de sus ojos.
[1]
Invento de cuyos primeros restos preceden del siglo X pero que durante el siglo
XIX fue cuando comenzó a adquirir un desarrollo y progreso en búsqueda de una
pluma que fuese fiable y cuyos cartuchos de tinta no fuesen tan espesos que se
atascasen e impidieran el uso de la misma.
ADEMAS DE EL CONSABIDO MALOTA ERES UNA MALOTA MALVADA MALEFICA Q HOY SI Q ME HAS DEJADO A MEDIAS Y TAN A MEDIAS CON LOS OJOS ASI O.O COMO PLATOS Y CON LA MANDIBULA BUENO ESA LA HE PERDIDO POR EL CAMINO DE TAN EXPLOSIVO CAPITULO SORPRESIVO XQ HA SIDO UNA TOTAL Y ABSOLUTA SORPRESA CHATINA LA CUAL NO ME ESPERABA Y HAS ROTO TODOS MIS ESQUEMAS COSA Q HE DE FELICITARTE POR ELLO MI MADONNA PERSONAL
ResponderEliminarPERO CENTRANDOME EN EL MEOLLO DE LA CUESTION JOE Q PEAZO CAPI COMO LA COPA DE UN PINO NO SE DONDE HE PERDIDO LA MANDIBULA Y LOS OJOS CASI SE ME SALEN DE LAS ORBITAS SI CUANDO HA AMANECIDO SARAH EN BRAZOS DE HH O CUANDO SE HA DECLARADO SU AMOR A SARAH O CUANDO LE HA REGALADO EL VESTIDO Q PEAZO DE TALLE POR SU PARTE O SI CUANDO HA ESCOGIDO Y EL CACHARRO DE AUSCULTAR O CUANDO SE HA DADO CUENTA DE QUE ESTA ENAMORADO DE EL O EL PEAZO DE BESO Q X FINNN CARNACA DE LA BUENA DE LA Q ESTABA ESPERANDO Q CUANDO LO HE LEIDO HE PUESTO CADA DE BOBALICONA Y HE APLAUDIDO DIOOOSS NO ME LO ESPERABA PARA NADA DE NADA CHAAVAAL Q PEAZO DECLARACION ASI ALA ZAS EN TOA LA BOCAZA Q ME HE QUEDADO PEGADA A LA PANTALLA DEL ORDENADOR COSA MALISIMA Q TU NO VEAS CHICA TU NO VEAS MI MADRE Q MOMENTAZO EXPLOSIVO Y DIOS Q MOMENTAZO EL DE LOS REGALOS CUANDO LE HA DADO A ELEGIR Y LE HA ELEGIDO A EL MI MADRE HA SIDO BUAA CHAVAL MAS ABIERTA LA MANDIBULA NOO E NOOO JOE Y A CUADROS AUTENTICOS ME HE QUEDADO CUANDO LE HA DOLIDO Q DUDARA DE EL X CULPA DE LA GUARRA ESA DE LA MARY COMO LA ODIO DE VERAS POR MALA INFLIUENCIA JOE
JO QUIERO SABER Q PASA LUEGO CHIN PARA CUANDO EL PROXIMO XQ ME TIENES AHORA MISMO Q ME SUBO POR LAS PAREDES
ME HE QUEDADO FLIPADA CON LA NOTA DE LOS OTROS DOS PAQUETES FLIPADISIMA COMO SABIA O INTUIA Q IBA A LLEVAR EL VESTIDO A CUADROS ME HAS DEJADO A CUADROS
NO SE Q MAS DECIR ES Q ESTOY ATONITA ANTE LOS ACONTECIMIENTOS Q HAN PASADO AHORA MISMO Q NO SE Q MAS DECIR Q ME HAS DEJADO SIN PALABRAS Y SIN NADA MAS Q DECIR ME QUITO EL SOMBRERO ANTE TI Y TUS MUSAS Q ESTAN A TOPE CON LA COPE SI SEÑOR MII MADONNA PERSONAL
HE DICHO
XDXDXD hola??? que ahora tiene todo más sentido dice... menudas explicaciones se da esta mujer con resaca XD Mira cara antes el... "quieres callarte?!" O.o!!! Que estaba hablando en voz alta!!!! Madre de dioooos!! XDXD uyyyyy.... que accidente mas tonto!!!! Besssoooo seeeeehhhh!!!! :D:D:D "helada mañana de noviembre" siii... en esos momento es muuuyyy helada XD seguuurooooo XDXD ayyyyy momento declaracion... YO TAMBIEN TE QUIEROOOOO!!!!! <3<3<3 pero como esta tan ciega???? en serio, le pegaba a Sarah una paliza!!!! Y a la prostituta que le mintio otra!!! Que salta corriendo detras de el, que le doy dos ostias y la espabilo!!! Mira que yo soy lenta y puedo ser gilipollas, pero es que me supera!!!! Que bonito el regalo cooooñooo!!! Eyyyy... te voy a copiar la idea para mi proximo cumpleaños XD me lo como!!! este hombre vale millones!!!! como no le va a querer??? si es que... dios mio!!!! soy sarah y me pongo a buscar por todo Londres en modo loca on!! esta noche era el capitulo??? mas te vale!!! XD
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