miércoles, 12 de diciembre de 2012

La ciudad de la bruma

Londres.
Siglo XIX.
Misterio.
¿Qué mas se le puede pedir con estos ingredientes?

¡Pues una novela con muy buena pinta!

martes, 4 de diciembre de 2012

AURORA


Eran las siete de la mañana del cinco de septiembre de 1820 y por tanto, aún no había amanecido. Lo cual significaba que la inmensa mayoría de las personas estaban durmiendo todavía, aunque también era cierto que una buena parte de la población londinense (la que tenía que trabajar) se despertaría dentro de muy poco tiempo.
No obstante, ése no era el caso de William Crawford; quien dormía plácidamente dando suaves ronquidos en intervalos temporales bastante grandes.
Y ese tampoco era el caso de su Penélope Crawford; su esposa, quien desde que había contraído matrimonio con el duque de Silversword, había adquirido el “mal” hábito de no madrugar y remolonear en la cama hasta por lo menos las nueve de la mañana y por tanto, como aún no era su hora de despertarse, dormía casi tan profundamente como su marido.
De hecho, deberían estar durmiendo abrazados, como venían haciéndolo habitualmente desde que se casaron. No obstante, dadas las circunstancias especiales en las que la duquesa se encontraba, no era mejor idea del mundo.
Circunstancias especiales que no eran otras que un nuevo embarazo. Puntualizando y siendo más concreto, un avanzadísimo estado de gestación. Tan avanzado como que estaba de nueve meses.
Circunstancias que además eran un añadido en opinión de William para que su esposa permaneciese más tiempo en la cama y descansase el mayor tiempo posible.
Orden que él mismo se encargaba de que cumpliese sin rechistar debido a los recuerdos de su parto anterior (y que era el único motivo y tema de sus pesadillas).
De ahí que no se tomase demasiado bien ni reaccionase con excesivo entusiasmo cuando su esposa le comunicó la noticia de que iban a ser padres nuevamente: tenía pánico de que la situación se repitiese y Penélope se reencontrase a las puertas de la muerte por un parto difícil.
Sin embargo, la futura mamá tenía la impresión de que esta vez iba a ser diferente. De hecho, había bastantes indicios e indicadores de que así sería:
-          Para empezar, al contrario que la vez anterior, esta vez si que sabía cuál iba a ser el sexo del bebé: una niña.
Así se lo confirmó primero la germinación del trigo antes que la cebada cuando compró las semillas pertinentes y lo reafirmaron el resto de métodos que utilizó en su embarazo anterior y que le habían resultado fallidos (claro que la vez anterior esperaba gemelos, de ahí la falta de resultados o las respuestas contradictorias).
-          Otro indicador de que sería diferente fue el absolutamente horrible primer trimestre de embarazo que había sufrido, con náuseas, mareos y pequeñas bajadas de azúcar casi a diario (ausentes en el primero) y que le impedían abandonar su casa durante la primera mitad del día; corrigiendo los artículos de Christina en el hogar familiar y usurpando sin ningún tipo de reparo el despacho de su marido.
-          Y por último, el tercer indicador diferencial entre uno y otro fue el apetito voraz que se le había despertado, con el cual había entrado en una especie de círculo vicioso durante los tres primeros meses de embarazo puesto que a más vomitaba, más ganas de comer e ingerir nuevos alimentos tenía.
Motivo por el cual esta vez no quiso conocer el número total de libras que había ganado con este nuevo embarazo y que servía a su vez como otras de las diferencias comparativas con el embarazo anterior.
Por todo ello, la futura mamá sabía que este embarazo iba a ser diferente y su parto de iba a desarrollar sin problemas. Estaba casi segura al cien por cien.
De hecho, no había refutado su presentimiento porque no tenía pruebas científicas lo suficiente poderosas en lo que ha credibilidad y refutación se refería; ya que sino, lo hubiera hecho.
La hasta entonces completamente dormida Penélope se despertó repentinamente en cuanto notó un pinchazo por la zona de la vejiga y sintió una imperiosa y repentina necesidad de ir al baño.
Necesidad que era otra de las desventajas de estar embarazada: que se pasaba la mitad del día yendo al baño; sobre todo en los dos últimos meses, pues creía y se veía incapaz de controlar sus esfínteres miccionales diarios.
Por este motivo se levantó de la cama suavemente para no despertar a William (alarmista en exceso) y muy despacio ya que era tal el tamaño de su barriga que su velocidad de movimientos y reacciones había disminuido considerablemente.
Misma barrgiga contenedora de su hija a la que le habló entre susurros para que su marido no notase la diferencia de grosor (aumentado) del colchón en cuanto hubiese abandonado la cama matrimonial.
Por suerte o lo hizo y, de puntillas se dirigió al cuarto de baño…
William se despertó en cuanto fue lo suficientemente consciente (dentro de su estado  medio somnoliento) de la conjunción de dos factores de miedo y alarma:
-          El primero de ellos fue cuando fue a tocar la espalda de Penélope para sentir el contacto de su esposa junto a él y recordarle con este simple y nimio gesto que debía permanecer en la cama puesto que aún no había amanecido (así lo confirmaba que no había comenzado a entrar la luz por la ventana).
Contacto que, por otra parte era el único seguro y recomendado por el doctor y permitido por la susodicha; especialmente sensible en cuanto al tema del contacto físico matrimonial y rotundamente negada a dormir abrazados ya que así el sería plenamente consciente de la dimensión total y real de su tripa.
Y eso era lo único que ella no quería que conociese, pues ya bastante acomplejada por ello estaba ya ella por los dos.
-          Y el segundo se produjo cuando agarró las sábanas para arroparse (ya que no había sido consciente de que estaba desarropado hasta la cintura hasta que sintió una ráfaga de aire que hizo que el vello de sus brazos y su pecho de pusiese de punta (unos más evidentes que otros) y sintió una mancha de líquido muy reciente en ella.
El primer pensamiento que se le vino a la cabeza fue que sus hijos habían vuelto a hacerles una visita nocturna silenciosa para dejarles ese “recuerdo” y “regalito” en la cama de sus padres para hacerles patente que estaban aprendiendo a desenvolverse a vivir sin compresas, pero que no les había dado tiempo a llegar al orinal de su baño.
Aunque también cabía la posibilidad bastante real de que lo hubieran hecho a propósito, ya que si por algo se caracterizaba el carácter y comportamiento de los pequeños gemelos Crawford era por no ser nada angelical.
Sin embargo, hoy le dio el presentimiento de que no había sido por eso, así que se levantó de la cama, se puso una bata (porque dormía desnudo todo el año) y se dirigió al cuarto de baño, bostezando y restregándose los ojos durante todo el camino.
Sus sospechas se confirmaron cuando comenzó a ver las primeras y pequeñas gotas de sangre justo en la entrada del habitáculo y cómo esas gotas incrementaban su tamaño y se convertían en un reguero al entrar en él.
“No” pensó angustiado. “Otra vez no” se repitió.
-           ¡Penélope! – gritó angustiado mientras miraba alternativamente y de forma bastante rápida a todos lados (aunque por ello sin centrar la vista el tiempo suficiente en ningún lugar en particular) sin verla. - ¡Penél…! – volvió a gritar.
-           ¡Shhh! – ordenó ella de manera muy suave.
Y entonces la vio.
Dentro de la bañera.
Con el camisón lleno de sangre en la zona de su bajo vientre.
Camisón cortado de manera brusca y artesanal pasando de su largo habitual hasta entonces por los tobillos a por debajo de las rodillas y  lo que era más importante…
Con un bebé en sus brazos completamente limpio.
-          Enhorabuena señor Crawford, acaba de ser papá nuevamente – le dijo sonriente y dándole un beso en la cabeza a la pequeña entre sus brazos.
William intentó de todas las maneras posibles que el impacto de esta noticia no se le notase o, que se notase lo menos posible, pero fue en vano, ya que en cuanto vio cómo la niña miraba en su dirección comenzó a señalarlas temblando primero la parte superior de su cuerpo como una de las gelatinas que tanto le gustaban de postre y después, temblor extendido al resto del cuerpo.
Temblor que provocó que las piernas le flaqueasen y que cayese de culo justo sobre el charco de sangre más grande que había en el suelo del cuarto de baño.
-          William ¿estás bien? – le preguntó Penélope preocupada. Asintió imperceptiblemente y a duras penas. – Estás blanco y parece que en cualquier momento te marearás o expulsarás toda la bilis que contiene tu estómago, ya que al ser las horas que son, no creo que haya mucho más que agua dentro de él – añadió.
De un respingo, William se acercó hasta la bañera:
-¿Es mía? – preguntó maravillado.
-           Creo que sí – respondió asintiendo.
-           ¿Está bien? – preguntó.
Penélope asintió.
-          ¿Y tú? – preguntó él, observando su rostro atentamente. - ¿Estás bien? – le preguntó. Sin embargo, no le dio ni tiempo ni opción a responderle ya que de forma compulsiva y nerviosa comenzó a palparle todo el cuerpo, a tocarle la frente mientras hacía lo propio con la suya para cerciorarse de que su temperatura corporal era la correcta y adecuada y sobre todo, lo que le causó más reparo y vergüenza a la recién estrenada por segunda vez en la maternidad, para mirarle exhaustivamente la zona de su cuerpo de donde acababa de salir su segunda hija, tercera en el cómputo global.
Acción para la cual tuvo que ponerse en pie, permitiendo que ella viera su enorme mancha roja en el trasero y se echara a reír suavemente.
Cuando William escuchó reírse a Penélope, se giró de forma instantánea con la ceja enarcada y lanzándole con este gesto la pregunta mental que se estaba formulando:
-          Señor duque, está usted todo manchado de sangre en la zona del culo – explicó ella aguantando la risa. William seguía sin entender el motivo de risa de su mujer. – Parece que acabaran de reventarle todas las hemorroides de su cuerpo – añadió, echándose a reír aunque la situación fuese realmente asquerosa si a alguien le daba por imaginar.
Hecho que había realizado precisamente William (y por tanto, no le parecía gracioso en absoluto) pero al final, la risa de su mujer acabó contagiándole y él hizo lo mismo.
-          Señora Crawford, al menos mi mancha es de sangre que no es mía y no estoy tan sucio como usted, que ni se sabe de qué es exactamente de lo que se ha manchado de tanta mierda como lleva encima – le respondió.
Ambos se echaron a reír a carcajadas (sobre todo porque cuando William cayó cerró la puerta del cuarto de baño y eso atenuaba bastante el posible ruido y revuelo que pudieran  haber causado a esas horas)
-          Estás perfectamente bien – dijo William maravillado mirando a su esposa lleno de amor y agradeciendo mentalmente que todo se hubiese desarrollado bien y sin ningún tipo de percance o circunstancia desfavorable en esta ocasión.
-          Ya te dije que era una chica fuerte – le respondió ella con una sonrisa de autosuficiencia.
-          Ahora te creo – dijo, besándola en los labios.
-          Will… - dijo ella cuando su beso concluyó. - ¿Podrías llamar a la señora Potter? – le pidió. – Es que necesito que venga a cortarme el cordón umbilical para que esta pequeña sea ya independiente del todo – explicó.
-          Claro – respondió dándole otro beso en los labios. – En cuanto me digas cómo se llama mi nueva hija – añadió.
-          ¡Will! – exclamó ella. – Esto es muy importante – recalcó.
-          Claro que sé que eso es importante – respondió él. – Estuve hablando de los detalles del proceso con el doctor Phillips – añadió para que le creyera. – Pero considero que también es muy importante el conocer cómo se llama mi nueva hija – replicó – Y no te atrevas a sugerir siquiera que no has pensado en un nombre para ella porque no te creo – le advirtió.
-          ¿En serio no vas a ir? – le preguntó Penélope, incrédula. William negó con la cabeza. – Pues gritaré – replicó, satisfecha.
-          Adelante – le instó. – Pero déjame recordarte que si gritas despertaras a nuestros pequeños monstruitos que ahora mismo duermen profundamente y ajenos a la situación que tú y yo estamos viviendo en este baño – añadió.
-          Y una vez despiertos, no hay quien los vuelva a dormir hasta la breve siesta de media tarde… - incidió. - ¡Con lo fácil que sería que yo me acercara a la habitación de la señora Potter y la despertase con suaves golpes en la puerta para que venga a cortarte el cordón umbilical silenciosamente….! – dejó caer.
-          Eso es juego sucio, milord – respondió ella bufando y con los ojos entrecerrado y una furia manifiesta saliendo de ellos (de hecho, le estaría señalando si pudiera en ese momento y si la niña no ocupase por completo sus dos brazos).
-          Todo vale en el amor y en la guerra – respondió él dándole un largo beso. – Y el juego sucio es mi favorito – añadió en susurros seductores con el rostro a pocos centímetros del suyo.
Penélope gruñó y bufó para hacer patente a su esposo con estos para nada femeninos, gestos que había claudicado; cosa que odiaba hacer sobremanera, por otra parte.
-          Está bien cabezota – dijo entre dientes. – Aurora – añadió.
-          ¿Aurora? – preguntó extrañado. - ¿Cómo la Bella Durmiente? – añadió, conocedor de este hecho porque se había vuelto un lector asiduo y continuo de cuentos infantiles de princesas desde que Penélope había tenido a Amanda.
-          Sí – dijo Penélope. – Pero no – añadió de inmediato, creando confusión a William. – Aurora, como la diosa romana del amanecer – explicó, recordándole su exquisitez de criterios a la hora de elegir nombres para sus hijos. – Y Aurora, justo como la hora en la que se produjo su nacimiento – apostilló.
William volvió a agacharse y antes de que su esposa volviera a abrir la boca, le agarró la cabeza de forma suave y esta vez sí, le dio un beso con todas las letras de la palabra.
Un beso que dejó a Penélope atontada y que a él le dio la capacidad suficiente de margen y maniobra para ponerse en pie y decirle a su esposa:
-          Voy a despertar a la señora Potter – No te muevas de aquí porque enseguida volvemos – le ordenó.
-          ¡Cómo si pudiera irme a correr o a montar a caballo por Hyde Park! – replicó Penélope entre susurros (pues Aurora se había dormido) con ironía.
Para sacar aún más de quicio a su esposa, William le lanzo un beso a su esposa antes de salir de cuarto de baño y cerrar la puerta sin llegar a encajarla mientras sonreía.
Cuando se giró, un potente rayo de sol atravesó el encapotado y lleno de nubes grises y negras anunciadoras de lluvia, iluminó la inmensa estancia que era el dormitorio matrimonial de los duques de Silversword y que le alcanzó justo en el centro de su pecho, provocando que sintiese el calor que éste emanaba.
Rayo de sol que fue tomado como una señal y un indicio inequívoco por William Crawford, creyente fiel de este tipo de coincidencias.
“Hoy va a ser día excelente” pensó.

martes, 27 de noviembre de 2012

Final de escena...


Cuando Jeremy salió al jardín en busca de Verónica ni se molestó en llamarla, ya que conocía de sobra que dicha acción provocaba justo el efecto contrario en ella.
En su lugar lo que hizo fue dar vueltas alrededor del mismo (puesto que no era demasiado grande) retrasando al máximo la velocidad de sus pasos y siendo lo más silencioso posible que la conjunción de sus botas, las hojas caídas de los árboles y la gravilla camuflada entre la hierba le permitían.
Su estrategia tuvo recompensa, ya que fue tan silencioso que le pareció escuchar unos sollozos ahogados y el sorber de mocos por la zona adecuada temporalmente (solo por esa noche con motivo del baile) para alojar las estatuas del interior del baile.
Solo al entrar al laberinto en lo que a disposición y colocación de las mismas se refiere, Jeremy se permitió caminar de manera normal, haciendo también patente su presencia allí a Verónica.
-          Es curioso como hay cosas que nunca cambian por mucho que pase el tiempo – dijo en voz alta. – Siempre escoges la estatua más fea para esconderte tras ella – añadió, apoyándose sobre lo que parecía una estatua de temática cotidiano campestre en la que una campesina intentaba apagar un incendio desatado sobre un montón de paja agitándose la falda.
Acción que le costó realizar, ya que durante un buen rato estuvo frente a la susodicha parpadeando compulsivamente e intentando pensar en qué lugar exacto de la casa estaba colocada semejante “obra de arte”.
Verónica contuvo un grito al escuchar las palabras y sobre todo, cómo se acercaba justo en su dirección.
“¿Cómo me ha encontrado?” se preguntó. “¿Es que me huele?” añadió. “¿No entiende que quiero estar sola?” bufó, limpiándose las nuevas lágrimas que cayeron de sus ojos. “A lo mejor si me estoy totalmente quieta y silenciosa me deja en paz” pensó.
Y dejó de respirar, pensando que tenía un oído tan fino que ése era uno de los motivos por los que había dado con ella.
No obstante, hubo un momento en que medio amoratada por esta acción, no le quedó más remedio que volver a respirar. Lo hizo tan bruscamente que le dio un ataque de tos y le proporcionó a Jeremy el lugar exacto de su ubicación.
“¡Genial!” pensó con fastidio.
El ataque de tos provocó que (el recientemente autonombrado protector) Jeremy iniciase la vuelta para situarse junto a ella,pero se detuvo cuando Verónica le ordenó justamente lo contrario.
-          Quédate donde estás – ordenó con voz nasal.
-          ¿Estás bien? – le preguntó preocupado.
-          Estoy bien – repitió ella.
-          No – respondió él. – No lo estás – añadió. – Estás llorando – señaló lo obvio. - ¡Y seguro que no tienes pañuelo donde sonarte el torrente de mocos que brota de tu nariz! – exclamó burlón.
“¿Quién se cree que es?” se preguntó Verónica ofendida. “¿El hombre más inteligente del mundo?” añadió, enfadada. “Seguro que no tienes pañuelo con el que sonarte” le remedó, sacándole la lengua. “¡Claro que lo tengo, listillo!” exclamó. “Está justo en el bolsillo de…” inició, buscando entre las capas de su abultada falda.
Y solo entonces se acordó que este era el único de sus vestidos sin bolsillos ocultos y que sí que había traído un pañuelo.
Un pañuelo que estaba en su bolso de noche.
Bolso de noche que en estos momentos tenía Rosamund.
-¡Fantástico! – exclamó entre dientes señalando al cielo con el pulgar levantado agradeciendo la maravillosa velada que estaba pasando.
No le quedaba más remedio que sonarse los mocos en la falda o en las mangas de su vestido (ya que iba sin guantes) y no sabía cuál era la mejor opción ya que con el color claro que llevaba esa noche, el rastro de sus mocos se iba a notar fuera donde fuera el lugar en el que se los había sonado
Gruñó y pidió un poco de compasión a los seres de ahí arriba hacia su persona.
Parece que le escucharon porque  de la nada apareció un pañuelo ante sus ojos
Bueno, de la nada no.
De la chaqueta de Jeremy Gold.
Al menos así lo indicaban sus iniciales bordadas en hilo de oro (¡cómo no!) en una de las esquinas del mismo.
De inmediato, Verónica le dio uso y comenzó a sonarse los mocos.
Se lo sonó.
Y se lo sonó.
Y siguió sonándoselos durante un buen rato. Tanto, que Jeremy perdió la cuenta del tiempo exacto que había transcurrido.
-          ¿Ya? – preguntó, cansado y aburrido de esperar.
-          Sí – dijo ella sonándose los últimos restos. – Ya – añadió. – Gracias -.¡Te dije que te quedaras donde estabas antes! – le regañó
-          De nada – le respondió él, con una sonrisa. - ¿Qué se le va a hacer? – preguntó. – Soy un desobediente – añadió.
-          Ya lo veo – gruñó ella.
-          Por cierto déjame felicitarte por tu gusto artístico, primero los grabados y ahora esta “bellísima” escultura – dijo, irónico. – Es excelente – añadió, comprobando con horror cómo la estatua no tenía un remate liso en la parte posterior sino que también estaba labrada. Y por tanto, ahí estaban también las enaguas y los pololos con puntillitas de la mujer.
-          No te burles de mí – le pidió con voz gangosa. – No sabía lo de los grabados y aunque te parezca increíble, no escogí esta escultura por su belleza o buena manufactura – añadió. – Lo hice por utilidad – explicó.
-          ¡Ah! Claro – respondió, asintiendo y comprendiendo. – Si hay algo que caracteriza a esta estatua es su utilidad, sí señor – añadió.
-          ¡No tonto! – exclamó con tono infantil sonriendo. – Necesitaba una estatua que fuera lo suficiente grande para esconderme totalmente – explicó. –Ya que por si no habías sido consciente, mi falda tiene bastante cuerpo – añadió, agitándolas de manera leve.
-          Soy consciente, soy consciente – dijo él. – Especialmente cuando venimos en el carruaje y gracias a tu falda siempre estoy pegado junto a la puertecilla – añadió. – De lo que no soy consciente es del por qué has venido a esconderte aquí. ¡Ni que hubieras hecho algo malo! – exclamó.
-          No lo he hecho, pero he estado a punto de hacerlo – respondió ella.
-          Verónica… - dijo, agachándose junto a ella. – Tú no sabías el otro significado de los grabados, no tienes la culpa de nada – aseveró.
-          ¡Soy una estúpida! – exclamó, rompiendo a llorar nuevamente. – ¡Volví a confiar en ellas y me han vuelto a engañar! – exclamó. - ¿Cómo pude olvidar la declaración de bastardía? – se preguntó en voz alta, mientras se llamaba estúpida mentalmente.
-          ¿A qué te refieres? – le preguntó Jeremy sin entender.
Verónica, parpadeó varias veces (y con este gesto cayeron nuevas lágrimas de sus ojos) con el ceño fruncido antes de recordar.
-          ¡Oh! Claro, tú no lo sabes porque en ese momento estabas casado… - dijo.
-          ¿Qué quieres decir con ese “estabas casado”? – preguntó enfadado.
-          ¡Nada, nada! – exclamó. - ¡No te enfades! – le pidió. – Si no es nada malo, quiero decir que en aquel entonces estabas recién casado y tan enamorado que no eras consciente de lo que pasaba a tu alrededor – dijo. – Ya sabes, por los efluvios amorosos – añadió.
“¡Para lo que me sirvió después!” exclamó mentalmente mientras se lamentaba de la estupidez que había cometido al casarse con Rebecca.
-          ¿Que fue…? – quiso saber.
-          Bueno… a la familia de mi padre nunca le gustó mi madre por su profesión y por eso, desde el anuncio de su compromiso comenzaron a verter comentarios falsos y no muy agradables acerca del comportamiento y el estilo de vida de mi madre. Aún así, mi padre se casó con ella. Pero, cuando falleció, aprovecharon el estado de depresión en el que se encontraba mi padre para conseguir que él firmara una declaración de bastardía – explicó. – Con esto, consiguieron un doble objetivo: asegurarse de que la herencia de los Meadows no pasaba a mí, su única heredera directa y desvincular para siempre a nuestra familia de tan ilustre apellido título – concluyó.  
“¡Juventud, divino tesoro!” exclamó, irónico. “¿De verdad estaba tan centrado que no fui consciente de eso?” se preguntó mientras intentaba recordar esos hechos. “¿Cómo podía ser tan estúpido?” se regañó.
-          Ahora parece que con mi regreso, tanto mi abuela como mi tía se vuelven a sentir amenazadas y por eso, vierten exactamente el mismo tipo de comentarios que dijeron sobre mi madre haciendo creer a la gente que soy una mujer de vida disoluta y ligera de cascos – dijo. – Consecuencia: Atraigo a hombres sobrecargados de lujuria como el azúcar a las moscas y como no tengo idea de nada en este terreno… se aprovechan de mí – añadió, resignada. – Jeremy… ¿tengo pinta de eso? – le preguntó.
-          ¿De puta? – preguntó para cerciorarse.
-          ¡No digas palabrotas! – le regañó.
-          ¿De prostituta? –volvió  preguntar, tras bufar al no entender que se enfadara por pronunciar la palabra puta (pues al fin y al cabo era una palabra más recogida y aceptada en el diccionario) - ¡No! – negó vehemente con la cabeza. – De lo único que tienes pinta ahora mismo es de que has salido al jardín a llorar de tan roja e hinchada como tienes la cara – añadió.
-          ¿Qué? – preguntó, sorprendida mientras se palpaba el rostro y comprobaba cómo, efectivamente su cara estaba hinchada por el llanto.
-          Pareces un tomate relleno – le dijo, divertido
-          ¡Muchas gracias por ayudarme! – exclamó Verónica. - ¡Eres único dando ánimos y subiendo el autoestima recordándome que estoy hecha un desastre! – añadió irónica, llorando nuevamente. (y poniéndose más roja) “¡Odio llorar!” exclamó enfadada Verónica consigo misma.
-          ¡Pero si solo era un comentario divertido para animarte! – se defendió él.
-          ¡Pues deja de compararme siempre con comida! – exclamó sollozando.
-          ¿Y yo qué culpa tengo de que siempre que estás a mi alrededor me recuerdes a algún alimento por cómo vas vestida? – le preguntó. “Y porque siempre me dan ganas de saborearte….Umm…” pensó, nuevamente fantaseando. “Tub, Andjugs, Water, Frozen. Tub, Andjugs, Water, Frozen” repitió hasta que la imagen de sus peces se abrió paso en su mente.
Después la abrazó y, como buen protector y amigo, permitió que se desahogara contra su pecho sin emitir ni un solo comentario o queja porque estuviera empapándole su chaqueta y su camisa.
Solo cuando terminó y se estaba nuevamente sonando los mocos dijo:
-          Voy a dejarte un par de cosas claras: la primera de todas, no me gusta que te eches a llorar porque te pones absolutamente espantosa y tú no eres fea para nada. Dos, ahora mismo pareces un tomate relleno, pero eres el tomate relleno más apetecible que me he encontrado en toda mi vida y eso, teniendo en cuenta que es una de mis comidas favoritas y que soy el niño mimado de mi madre y por tanto, me lo cocinarán tantas veces como pida no debes considerarlo como un insulto, sino como todo lo contrario y tres, ni se te ocurra plantearte una posible comparación con mujeres de vida disoluta y protagonistas continuas de numerosos escándalos porque eso sería un absurdo – le advirtió. – Nadie pensaría de ti nada escandaloso – subrayó.
-          ¿Ah no? – preguntó Verónica.
-          No – repitió él, firme. – Incluso ahora, cuando tú y yo llevamos más tiempo del permitido hablando a solas y alejados del bullicio y por tanto, nuestro comportamiento daría pie a rumores escandalosos, estoy seguro de que nadie está diciendo nada malo de ti ahí dentro – añadió.
-          ¿Qué? – preguntó ella, falta de aire y presa del pánico. - ¿Qué esto… - preguntó señalándose – también es motivo de comentarios maliciosos? – terminó. – ¡Genial! – maldijo entre dientes y se tapó la cara con las manos por la vergüenza.
-          Si, pero tranquila – dijo, retirándole las manos y levantándole la barbilla para obligar a mirarle. – No es por ti, es por mí – añadió, señalándose. – Soy un libertino – añadió, sonriendo de manera seductora.
-          ¡Oh Dios mío! – exclamó Verónica cayendo en la cuenta. – Debes volver al salón de baile inmediatamente – ordenó. - ¡Te estoy estropeando la noche! – exclamó, disculpándose de inmediato.
-          Solo volveré al salón si tú lo haces primero – respondió él. – Y en cuanto a lo otro… no me estás estropeando la noche en absoluto – añadió. – Es más, puedo asegurarte que he pasado noches arremolinado entre las faldas de mujeres más feas y más grandes que esta – dijo, tocando el culo de la estatua mientras rememoraba con auténtica vergüenza el episodio en que una más que fornida tabernera de Southampton se encaprichó de él gracias a los comentarios del novato de William Crawford.
Verónica le miró interrogativa, aunque sin ninguna gana de conocer la historia.
-          Lo que quiero decir con esto, Ronnie es que nadie puede acusarte ni reprocharte nada en tu comportamiento desde que llegaste porque eres perfecta – le dijo. – Absolutamente perfecta – recalcó. – Y si tú permites que comentarios como los de esas dos doña nadie te afecten es que no eres tan fuerte como realmente pienso que eres – le acusó. – Así que no me decepciones – añadió, acusándola y pidiéndoselo seriamente.
-          Esas dos doña nadie como tú dices son mi familia – respondió Verónica.
-          No – negó. – No lo son, porque si lo fueran  no insinuarían cosas tan espantosas como esa – añadió. – Y te lo digo yo, que pronuncio muchas palabrotas a lo largo del día -. Pero no debes preocuparte más por ellas – le aseguró. – Situaciones como esta no volverán a repetirse -.
-          ¿Ah no? – le preguntó. -¿Y tú cómo lo sabes? -.
-          No lo permitiré – respondió. Y entonces recordó que había olvidado mencionarle la buena nueva.- Por cierto, te informo que desde el mismo momento en que abandonaste llorando el salón de baile acepté el ofrecimiento de Katherine y me convertí en tu protector – anunció.
-          ¿Mi protector? – le preguntó parpadeando, sin querer entender lo que quería decir (con todas las implicaciones y colateralidades que eso conllevaba).
-          Tu protector y tu guía para que no vuelvas a meterte en líos y ser la protagonista involuntaria de escándalos – añadió.
-          Gracias Jeremy – dijo Verónica.
-          De nada Ronnie – le respondió él. – ¡Si no me cuesta! – exclamó.
-          Lo digo en serio – repitió ella muy seria. – Gracias por ser mi amigo, mi guía y… mi protector – rió. – Pero sobre todo gracias por convertir una noche espantosa que trajo de vuelta mis demonios personales en una noche muy muy agradable en tu compañía – le dijo. – Gracias de verdad – repitió, apretándole la mano.
El sentir el más nimio contacto de Verónica provocó que nuevamente comenzara a imaginarse haciendo cosas nada inocentes con ella, por eso le dijo:
-          Verónica… creo que deberías volver al salón –
-          Sí – dijo ella asintiendo y poniéndose en pie, sacudiéndose las hojas enganchadas en la falda de su vestido de la misma manera que la mujer de la estatua (aunque sin enseñar nada); provocándole otra sonrisa.
-          Jeremy… - titubeó tras terminar de acomodarse.  - Sé que te lo he dicho millones de veces antes pero… creo que deberías afeitarte la barba – dijo Verónica.
-          ¿Otra vez? – le preguntó, reprobatorio. - ¿Cuántas veces quieres que te diga que no pienso afeitarme? – añadió enfadado. ¿Por qué esta vez? – quiso saber, suspirando pasado un rato.
-          Porque así no me pincharía cuando hiciera cosas como esta – dijo agachándose, y dándole un largo y sonoro beso en la mejilla. - ¿Lo ves? – le preguntó ya retirada, mostrándole un pelo de su barba. – Si te afeitaras me evitaría comerme tus pelos cuando quisiera agradecerte las cosas con un beso en la mejilla – explicó.
“Pues dámelos en la boca entonces” replicó su mente. “¡Shhhh!” se ordenó.
-          Lo pensaré – dijo suspirando.
-          Y ya puestos podías añadir también un poco de color a tu vestuario porque ir siempre vestido de negro… - comenzó a parlotear y a hablar de forma muy rápida.
-          Ronnie… - le advirtió.
-          Sí – dijo, levantando las manos. – lo sé, lo sé. Me estoy pasando de la raya – añadió, reconociendo su culpabilidad. – Ya me voy, ya me voy y te dejo solo con tus pensamientos – dijo comenzando a caminar en dirección a la casa.
Como no quería ver cómo se alejaba ya que significaba una nueva oportunidad perdida con ella, Jeremy cerró los ojos.
Ojos  que se abrieron de golpe en cuanto escucharon el crujir de unas ramas entre la maleza y que se volvieron a cerrar cuando vieron cómo un enorme bulto se abalanzaba justamente en su dirección para caer en su regazo.
“¿Qué demonios?”pensó reabriéndolos.
Cuando lo hizo descubrió que el “bulto” de su regazo no era ni más ni menos que Verónica; quien le miraba y sonreía feliz.
-          ¿Sabes? – le preguntó. – He pensado que no me importa que lleves barba y me pinche cuando te dé besos en la mejilla como agradecimiento – dijo, dándole uno. - ¿Lo ves? – le preguntó. – Ni una sola queja – añadió, sonriente antes de darle otro sonoro y duradero beso en la mejilla contraria. – Gracias Jeremy, de verdad – repitió sincera, apretándole la mano como la vez anterior. – Y ahora me voy de verdad – dijo, saltando de su regazo. – No sea que vayan a creer que tú y yo somos amantes… - dejó caer con tono burlón sonriéndole de manera pícara y guiñándole antes de echar a correr por donde había venido.
Esta vez Jeremy sí que observó cómo Verónica se alejaba del banco corriendo.
De hecho, observó la escena completa: cómo continuó corriendo hasta que llegó a la entrada del salón de baile, punto justo en el que se detuvo de manera muy brusca (estando a punto de caerse, pues incluso dio un ligero resbalón), cómo en la puerta del salón dio se sacudió ligeramente la cabeza y los hombros y se recompuso el peinado aprovechando el cristal de la puerta a modo de espejo, cómo se bajaba al menos cuatro dedos el escote de su vestido y se recomponía el corsé (gestos que no le gustaron en absoluto) y cómo plantaba la mejor se sus sonrisas antes de reaparecer en el salón de baile.
Todo esto lo hizo sin dejar de tener una sonrisa en el rostro.
Y solo se giró y miró hacia delante cuando no vio ni un trozo de tela de su voluminosa falda sobresaliendo por el exterior de la puerta.
Instintivamente, sus ojos volvieron a mirar hacia la escultura de la campesina y su mente recordó cómo la había reconfortado allí. Imágenes que de inmediato fueron sustituidas por las de Verónica en su regazo y el descubrimiento de la agradable sensación que eso le provocaba.
“Olvídate de dormir esta noche, amiguito” le dijo su mente.
-          Tub – dijo en voz alta e inspiró aire. – Andjugs – repitió las acciones. -  Water – hizo una tercera vez. – Frozen - añadió finalmente, con un hondo suspiro.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Penélope y Grey Parte I


Hay una conversación y una confesión justo antes de esto, pero como hoy me siento generosa, os voy a poner parte de cómo se conocen Penélope y Grey.
-          Gracias respondió él. – Y tutéame Penélope porque yo no he dejado de hacer un instante – añadió.
“¡Maldición!” protestó Penélope. “Tenía la esperanza de que se hubiera olvidado de ese pequeño detalle” añadió, quejándose de su mala suerte. “A ver Penélope, eres inteligente… así que piensa ¿cómo se llama el duque de Greyford?” se preguntó mientras intentaba recordar.
-          Eh… prefiero que no milord – respondió para ganar tiempo de pensamientos.- Ya que soy bastante despistada y si os tomo familiaridad en privado al final acabaría por trataros con la misma confianza y familiaridad en público – confesó, siendo consciente de la enorme estupidez que acababa de inventarse por respuesta mientras se estrujaba la cabeza para intentar recordar el nombre de lord Greyford.
“Vamos….” Se animó. “¡Si seguro que lo has escuchado millones de veces en todas partes!” exclamó. “Recuérdalo” le ordenó a su cerebro.
“No lo sabe” pensó Greyford sonriendo. “Continuemos con la burla un rato” añadió.
-          ¿Te gusta mi nombre, Penélope? – le preguntó, serio.
-          Claro – afirmó rotunda de inmediato. – Es un nombre muy… bonito, corto, muy masculino – añadió, diciendo esto último con mucho énfasis. – Y un homenaje precioso a alguien muy famoso -.
-          Exactamente como el 80% de los nombres masculinos existentes – rebatió él. -¿Cómo me llamo? – volvió a preguntar mientras se acercaba más a ella.
-          - Eh…eh…eh…eh… - titubeó mientras miraba hacia todos lados y movía las manos de forma compulsiva; síntomas claros de su nerviosismo.
-          ¿No lo sabes? – le preguntó, entrecerrando los ojos.
-          ¡Claro que lo sé! – exclamó ella indignada. - ¿Cómo podéis siquiera dudarlo? – le preguntó.
“¿Eres idiota?” le preguntó su voz interior. “Pero ¿tú para qué le mientes?” añadió. “¡Si no sabes el nombre!” exclamó.
-          Pues dímelo, por favor – le pidió él amablemente.
-          ¿Vuestro nombre? – preguntó ella tragando saliva. Grey asintió.  – Pues vuestro nombre es…es…es… - añadió comenzando a titubear y a actuar como hacía escasos antes.
Tras un rato de titubeos y tartamudeos, Al final Penélope acabó por rendirse ante la evidencia y confesar la verdad, con bastante temor al más que probable enfado y ataque violento de lord Greyford.
-          Debería hacerlo milord, pero… no lo recuerdo – dijo con un hilillo de voz y bajando la mirada.
Lord Greyford se echó a reír ante la incredulidad de Penélope.
-          ¡Lo sabía! – exclamó y Penélope se confundió aún más en la situación que estaba viviendo. - ¡Lo sabía! – repitió él con expresión de triunfo. – Quizás no te has dado cuenta pero tienes un rostro muy expresivo – le dijo.
“¿Yo?”  se preguntó Penélope totalmente sorprendida por esta información, contraria a lo que ella creía.
-          ¿Gracias? – le preguntó ella dubitativa.
-          De nada – le respondió él sonriente. – Me llamo Mattheus – se presentó.- Mattheus Richard Kendrick Appleton – añadió.
-          Encantada de conocerte, Mattheus – respondió ella. – Penélope Ann Storm – añadió ella sonriente estrechándole la mano anteriormente ofrecida por él.
-          Aunque puedes llamarme Grey – apostilló.
La sonrisa de Penélope se borró de un plumazo, sus ojos duplicaron su tamaño de tanto como los abrió y su rostro adquirió un tono blanquecino.
“¿Grey?” se preguntó. “¿Ha dicho Grey?” volvió a preguntarse. “No es posible” pensó con horror. “De ninguna manera” añadió, negando vehemente. “Grey es nuestro mote secreto de chicas hacia él, ¡no puede saberlo!” exclamó enfadada.
Intentó parecer tranquila cuando volvió a hablar peros sus nervios eran unos cobardes y la traicionaron, provocando que volviera a tartamudear de manera notoria:
-          G..Gg..Grr…Grey?  - preguntó fingiendo cara de sorpresa mayúscula intentando disimular algo la situación y su metedura de pata bucal.
-          Si Grey – repitió. – No finjas cara de sorpresa porque ambos sabemos que tú y tus “amiguitas” – dijo esto con especial rin tin tín – me llamáis así cuando estáis las cuatro juntas – le advirtió, señalándola con el dedo índice.
“¿Qué?” gritó mentalmente. “Pero ¿cómo?” se preguntó para sí, confusa. “¿Nos espía?” volvió a preguntarse mientras se quitaba el flequillo de la frente para ver si con ese gesto conseguía “ver” la realidad con más claridad.
Pero no vio nada más claro
En absoluto.
Al contrario.
Su confusión aumentaba más y más a medida que los segundos pasaban.
Al final acabó tan confusa que volvió a rendirse por segunda vez en la mañana y resoplando, le preguntó:
-          ¿Cómo lo sabes? –
-          ¿Bromeas? – le preguntó él. ¿Grey? – recalcó, con las cejas levantadas mostrando lo evidente que resultaba. - ¡Si erais bastante obvias y para nada discretas cada vez que hablabais de mí! – las acusó. -¡Grey! – exclamó agarrando su chaqueta y sus pantalones grises para dejarlo aún más claro. – Y déjame decirte que estoy muy disgustado conmigo  señorita – añadió, caminando de un lado para otro sin dejar de mirarla fijamente ni un instante.
-          ¿Conmigo? –preguntó ella parpadeando muy seguido, con los ojos muy abiertos y la mano sobre el pecho. - ¿Y yo qué te he hecho? – quiso saber.
-          Contigo – repitió él muy serio. – Esperaba un apodo o mote de mofa mucho más elaborado por tu parte – volvió a decirle. - ¿Grey? – preguntó escéptico. - ¿En serio? – recalcó, decepcionado. -¿Por el color de mis trajes? – le preguntó una tercera vez con gesto de desprecio. - ¡Pfff…! ¡Por favor! – exclamó, quejándose.
-          ¡Pero si yo no te puse el mote! – se defendió ella, indignada por llevarse la culpa siendo inocente.
Pero Greyford no la escuchó y siguió con su retahíla de pensamientos encadenados.
-          Es como si yo a partir de ahora me dirigiese a tu amiga, la señorita Katherine Gold, como la “chica dorada” por su apellido – explicó. - ¿No te parecería muy obvio? – le preguntó.
-          ¡Fue ella quien te puso el mote! –acabó confesando, arrepintiéndose de inmediato de lo que acababa de decir. – Entre ella y Rosamund – añadió, tapándose la mano con ambas manos para evitar revelar más información de la cuenta ahora que la Caja de Pandora se había abierto.
“¿Rosamund?” se preguntó Lord Greydor absolutamente perplejo por la revelación. “¡Vaya!” exclamó. “Así que piensa en mí…” añadió, satisfecho.
Lord Greyford no acertaba a conocer el por qué (dado que no se conocían personalmente), pero esa mujer le caía especialmente bien.  Quizás porque era muy diferente al resto de mujeres de la nobleza y eso la hacía especialmente refrescante dentro de la monotonía aristocrática existente o quizás porque era la mujer menos mujer en su manera de actuar de cuantas había visto y conocido en su vida… ¿quién sabía? Pero le caía simpática.
-          Por favor, no les digas que yo te lo dije – le suplicó con las manos juntas. - ¡por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! – pidió.
-          Tranquila Penélope –la calmó. -  Tú secreto está salvo conmigo – le aseguró.
-          Muchas gracias mil… - inició mucho más aliviada y con todo su color en el rostro. - ¿Cómo debo llamaros entonces? – preguntó desconcertada enarcando una ceja. - ¿Mattheus? ¿Robert? ¿Kendrick? ¿Ken? ¿Appleton? ¿Apple? ¿Manzano? – enumeró.
-          Llámame Grey – le respondió él.
-          Grey – repitió ella asintiendo y dando el visto bueno.“¿Tanta bronca para acabar llamándote igual que cuando estoy con mis amigas?” preguntó una Penélope a pequeña escala a voces, enfurruñada y con los brazos en jarra en su cabeza.

sábado, 24 de noviembre de 2012

De grabados...

" ¿Dónde demonios se han metido todas?" se preguntaba Rosamund iracunda mientras se paseaba por el abarrotado salón de baile a base de empujones y miradas de muy mala manera a los asistentes. "¿Dónde está Penélope?" se exigía saber.
La necesitaba.
Necesitaba de su inteligencia para que la ayudara con el nuevo asunto que se traía entre manos.
Asunto que no era otro que atrapar al ladrón que había robado ya en un par de casas nobiliarias y de cuya existencia ella se había enterado a base de escuchar conversaciones de su hermano Anthony con los otro siete miembros de los 8 de Bow Street en el despacho de su casa.
Gracias a esto ahora sabía que dicho ladrón se llamaba Sthealthy Owl.
Pero si quería atraparlo, conocía de sobra que ella sola no podría hacerlo; puesto que ella era la práctica. Y ninguna práctica  llegaba a buen puerto sin la teoría.
Pues bien, Penélope era su teoría.
De ahí la imperante necesidad de encontrarla...
De ahí su frustración y enfado. Puesto que llevaba ya dos vueltas completas al salón y no había dado con ella.
Fue en su tercera vuelta cuando se percató de Verónica.
Correción. De la actual situación en la que se encontraba Verónica.
Una Verónica que se encontraba rodeada de hombres. De lejos parecía que el número exacto de hombres a su alrededor era de... ¿diez?
"Esto no le va a gustar nada a Katherine..." pensó.
Efectivamente.
Diez era el número de hombres que la rodeaban. De hecho había reconocido a Verónica por su vestido barroco, no porque la hubiera visto.
Diez hombres que la rodeaban y la miraban de manera muy hambrienta y de unas maneras malintencionadas que no le gustaban en absoluto.
Siguiendo la corazonada y la mala espina que le provocaba esta situación, por primera vez agradeció el gentío y se acercó de manera sigilosa hacia el círculo...
- Agradezco infinitamente el instante en que decidió abandonar su autoretiro y concedernos el honor y gracia de su presencia, señorita Rossi -
-Muchas gracias milord, es usted muy amable - respondió ella amable.
- Es en serio señorita - dijo otro.
- Es usted la visión más espectacular de todo el salón con su vestido morado - dijo un tercero.
- Muchas gracias - respondió Verónica, sonriente.
- Una visión divina y celestial -
- ¡Una Madonna! -exclamó uno,besándole la mano.
- ¿Qué Madonna? - preguntó, otro ofendido. - ¡Una Venus! - replicó.
- ¡La Venus de Botticelli! - añadió otro.
 Verónica intentó mantener la compostura, tal y como dictaban las normas de protocolo durante toda la conversación. De ahí que hasta entonces se había limitado a asentir, sonreír y ser cortés con frases de agradecimiento breves pero, al escuchar los últimos comentarios enfervorecidos hacia su persona, fue incapaz de aguantarse más y se echó a reír a carcajadas.
- Agradezco comentarios y halagos tan positivos, señores - inició Verónica - Pero no puedo compararme con la Venus de Botticelli, principalmente porque ella es una pintura del siglo XV y es pelirroja y yo soy morena y estoy viva en el siglo XIX - explicó. - Además, considero que la bella Simonetta es mucho más guapa que yo - añadió, completamente convencida de este último hecho.
- ¡Vaya, vaya, vaya! - exclamó una voz masculina al fondo, que provocó que el corro se abriera y se giraran para descubrir quién era la persona que había hablado. - Parece que tenemos una entendida en arte aquí - respondió el señor Richfull mientras se acercaba con una sonrisa en los labios.
"¿Martin Richfull?" se preguntó Rosamund molesta escondida tras una columna. "¿Qué demonios hace ahí Martin Richfull?" quiso saber con la mosca detrás de la oreja, preocupada. "¿De dónde ha salido?" se preguntó. "¡Ahí no estaba hace un momento!" exclamó.
- ¡Quita! - exclamó enfadada dando un brusco empujón a la mujer que se estaba interponiendo entre ella y el círculo y que por tanto, le impedía ver con total claridad qué era lo que estaba sucediendo.
Al final, tuvo que acercarse aún más porque no entendía bien lo que estaba sucediendo.
¿Cómo lo hizo?
A codazos, obviamente.
- Lamento contradecirle señor Richfull pero no soy ninguna entendida en arte - dijo Verónica. - Es solo que si que tuve el placer de observar el fresco en persona durante un visita a Florencia  - explicó.
El círculo de hombres asintió a la vez, muy atentos a lo que Verónica decía.
- Aunque confieso que soy una gran interesada en el arte - añadió.
- ¿Ah sí? - preguntó Martin Richfull interesado con una sonrisa malintencionada en el rostro. -¿Os gusta el arte? - le preguntó.
Verónica asintió.
- ¿Qué tipo de arte? - quiso saber.
- Todo tipo de arte señor: arquitectura, escultura y pintura - explicó.
- Pintura ¿eh? - volvió a preguntar con la misma sonrisa siniestra de antes. Verónica volvió a asentir.
- Y decidme algo ¿también os gustan los grabados? -.
- ¿Grabados? - preguntó Verónica, frunciendo el ceño.
"¡¿Grabados?!" se preguntó Rosamund, horrorizada. "¡Di que no!" exigió Rosamund.
- Grabados - repitió el señor Richfull.- ¿Os gustan? - preguntó.
"¡No!" gritó Rosamund mentalmente mientras intentaba llegar abriéndose paso entre la multitud.
- Por supuesto milord - respondió Verónica, sonriendo. - Los grabados son una manifestación artística más y ya os he dicho que me encanta el arte - añadió.
Dicha frase provocó que los ojos de los diez hombres que la rodeaban (ahora once con la llegada de Martin Richfull) se iluminaran y que a punto estuvieran todos de babear; para total extrañeza de Ronnie.
- Fantástico - exclamó. - Fantástico - repitió en voz mucho más baja con una sonrisa en el rostro otra vez.
- ¿Sabéis milady que yo también soy un gran aficionado al arte? - le preguntó ahora.
- No - dijo negando con la cabeza. - No lo sabía - añadió.
- Pues lo soy - volvió a informarla. - Es más, los grabados son mi forma de pintura favorita - le hizo saber.
- Excelente elección señor - respondió Rosamund de manera amable.
- Poseo una extensa y completa colección en la biblioteca - le informó. - ¿Os gustaría verla?- le preguntó.
- ¿Perdón? - preguntó Verónica bastante incómoda por la manera en que los hombres la estaban mirando.
- ¿Os gustaría ver la colección de grabados que tengo en mi biblioteca? - le preguntó otra vez.
- ¿Ahora? - preguntó Verónica sorprendida. - ¿Y qué pasa con la fiesta? - le preguntó. - ¡Sois el hijo de los anfitriones milord! - le recordó.
- Precisamente por eso milady, mis padres están tan ocupados por la recepción de invitados que apenas echarán en falta mi ausencia temporal - le informó. - ¿Venís? - le preguntó pasado un rato ofreciéndole el codo.
Ronnie dudó un instante.
Había algo en el rostro y sobre todo en la manera en que la miraba y la sonreía que no acababa de convencerla. No obstante...
No obstante, hacía tanto tiempo que no observaba con sus propios ojos una obra de arte...
Lo echaba de menos.
Era una de las cosas que más echaba de menos del Piamonte: el poder ir con su tía de excursión para observar obras de arte.
Lamentablemente, la familia Gold no era muy proclive al conocimiento y disfrute de las artes.
Una verdadera lástima porque su vida en el Piamonte era plenamente artística y caracterizada por su continua asistencia a óperas, museos, ruinas, colecciones de arte y visitas a salones en las que asistía como oyente a interesantes discusiones sobre política o filosofía y a interesantes duelos poéticos.
Por suerte para ella, siempre le quedaba Penélope, fuente infinita de sabiduría y conocimientos.
Sintiendo un repentino y doloroso ataque de nostalgia y añoranza de su casa, Ronnie aceptó ir con el señor Richfull a la biblioteca para observar sus grabados.
Con suerte, ¡incluso podría conseguir que le regalase uno!.
Ya se encaminaba hacia la salida del salón, cuando cerró su mano con fuerza alrededor de su muñeca y tiró de ella justo en dirección contraria.
- ¡Tú no vas a ninguna parte! - exclamó Rosamund furiosa mirando con odio a Martin Richfull.
- ¡Rosamund! - exclamó Ronnie sorprendida por la aparición. - ¿Qué tonterías dices? - le preguntó. -¡Claro que voy a ir! - replicó.
- He dicho que no vas a ir y ¡no vas a ir! - repitió enfadada, tirando más fuerte y colocándola a su lado.
- Pp..p..ppero...- inicó Verónica.
- Ni peros, ni peras ¡ni nada! - exclamó Rosamund. - Lamento informarle señor Richfull de que la señorita Rossi está muy ocupada esta noche haciéndome compañía y le va a resultar imposible acompañarle a la biblioteca - dijo, mirándole con una sonrisa irónica.
- La señorita ha manifestado en varias ocasiones su interés por el arte y su deseo de acompañarme - respondió Richfull con una sonrisa igual a la suya controlando su furia.
- ¡Eso! - exclamó Ronnie para hacerse notar en la conversación, ya que ambos se miraban como si de un duelo a muerte se tratase.
- Pues si tanto interés tenéis en que Verónica vea vuestros grabados para que os dé su opinión acerca de ellos, podía ir a la biblioteca a por ellos para que ella pueda verlos aquí sin necesidad de ausentarse del salón de baile - dijo Ronnie, sabiéndose ganadora del enfrentamiento con esta respuesta.
Verónica abrió la boca para hablar, dispuesta a replicar nuevamente, pero pronto se dio cuenta de que la idea y sugerencia que su amiga había tenido era muy buena.
La felicitó por ello.
- ¡Caramba Rosamund! - exclamó sorprendida. - ¡Es una buenísima idea! -
- Ya ves Ronnie, esto de pasar tanto tiempo con Penélope hace que se me pegue su inteligencia... - le respondió sin dejar de mirar a lord Richfull fijamente.
- Milord...¿Podríais a por vuestros grabados a la biblioteca para que pueda disfrutar de sus contemplación en el salón de baile por favor? - le pidió, inmensamente feliz ante la perspectiva.
- Eh... sí - acabó diciendo con fastidio. - Voy por ellos - anunció. - Ahora mismo vuelvo - dijo, girándose y confundiéndose entre la multitud.
- ¡Gracias Rosie! - dijo Verónica. - ¡No sabes lo feliz que me haces! - dijo, estrechándola aún con más fuerza.
Pero Rosamund se soltó enseguida de su abrazo de forma brusca y la empujó, poniendo distancia entre ambas.
- ¿Es que te has vuelto completamente loca? - le preguntó enfadada. - ¿Cómo se te ocurre decirle a ti que sí para ir a ver sus grabados a la biblioteca? - añadió.
En ese preciso instante Rosamund vio a los hermanos Gold (que parecían discutir debido a los gestos de Katherine y a la cara de Jeremy), bufó y echando humo se encaminó a grandes y sonoras zancadas hacia ellos tirando de Verónica; quien era incapaz de oponerle resistencia, dada la fuerza que poseía.
- ¡Vosotros dos! - exclamó llamándoles la atención, consiguiendo que pararan. - ¿Se puede saber que clase de anfitriones de m...? - se mordió la legua para evitar decir la barbaridad que se le estaba pasando precisamente por la mente en ese momento. Suspiró y volvió a preguntar : - ¿Se puede saber qué clase de anfitriones sois? ¿Eh? -.
Ambos hermanos se miraron sin entender muy bien a qué se refería Rosamund.

-          ¿Por qué no la estabais acompañando en el evento tal y como manda el protocolo? – exigió saber mirando directamente a Katherine, la experta en estos asuntos.
-          Porque estaba muy bien acompañada por esos diez hombres – respondió desafiante.
-          Y tú carcamal… dijo descargando ahora su furia con Jeremy. - ¿Cómo es que no la has instruido en las artes de la seducción? – preguntó, casi a voces.
Jeremy casi se atraganta al escuchar esta exigencia en forma de pregunta (y eso que no estaba bebiendo nada en ese momento). De hecho, le dio un golpe de tos que era incapaz de parar y por ello, se puso rojo.
“¿Tanto se me nota?” se preguntó avergonzado mientras Katherine le daba golpes en la espalda para detener la tos. “¿Acabo de escuchar lo que creo que acabo de escuchar?” se preguntó nuevamente. “¿Carrotie me ha dicho que por qué no he seducido a Ronnie? No. Imposible” negó, vehemente. “¿Me ha dado permiso para hacerlo?” pensó con gesto extraño.
-          ¿No me has oído? – le preguntó chasqueando los dedos para llamar su atención. - ¿Por qué no lo has hecho? – quiso saber. – Es tu obligación como “libertino” que eres – le acusó.
“Parece que sí que me ha dado permiso” pensó Jeremy incrédulo por la revelación.
-          ¿Es que no ves como va vestida y las reacciones que provoca a su paso en los hombres? – volvió a preguntarle señalándola y, librándola al fin de su agarre en la conversación. Gesto que Verónica agradeció enormemente pues Rosamund realmente le había hecho daño en su ahora bastante dolorida muñeca.
Jeremy se echó a reír ante la estúpida pregunta de Rosamund. No obstante, visto el grado sumo de enfado que tenía y, para evitar en serio peligro la seguridad de su persona y librarse de un más que seguro golpe por su parte, decidió disimularlo en forma de otro ataque de tos repentino.
¿Qué no la había visto?
¿Qué no la había visto?
¿Hablaba en serio?
¡Pero si no hacía otra cosa que verla!
La veía en todas partes menos donde él más quería: en su cama.
“¿Cómo no voy a verla?” se preguntó indignado. “Con ese vestido de satén. Satén que seguramente se deslice limpiamente por su piel y podría dejarla desn…” pensaba imaginándoselo mordiéndose el labio y reprimiendo los gemidos. “Basta” se ordenó. “Es sufieciente” añadió. “Lo estás volviendo a hacer y no puedes” se regañó. “Recuerda quién es. Recuerda quién eres” se recordó. “Piensa en cosas neutras para bajarte el calentón” ordenó. “Piensa en animales. En animales tranquilos. En peces” añadió. “En tus peces” rectificó.
Y eso fue precisamente lo que Jeremy hizo.
Pensó en los cuatro peces que había adquirido recientemente como método de distracción y de los que nadie aparte del servicio conocía su existencia porque estaban en su habitación.
Pronunció sus nombres mentalmente:
“Tub” (Tina)
“Andjugs” ( y jarras)
“Water” (agua)
“Frozen” (congelada)
Lo hizo una.
Luego otra.
Y así tantas veces como fueron necesarias hasta que dejó de tener imágenes de alto contenido erótico protagonizadas por Verónica y él en su cama de dosel.
Solo entonces abrió los ojos orgulloso y satisfecho de sí mismo por haber vuelto a controlar sus impulsos; sonriendo por ello.
“¡Este hombre es tonto!” exclamó Rosamund indignada.
-          ¿Para qué querías que la acompañásemos? – le preguntó Katherine con el mismo tono de desdén que antes. – Parecía que se estaba divirtiendo bastante sin nosotros – dejó caer.
-          ¡Oh sí! – exclamó Rosamund asintiendo. – Se lo estaba pasando muy bien – añadió sin dejar de asentir. – Y mejor que se lo iba a pasar en la biblioteca de lord Richfull mirando sus grabados – anunció.
Katherine contuvo un grito de horror tapándose la boca con las manos. Solo entonces preguntó: - ¿Qué?-
-          ¿Qué? – se le escapó a Jeremy en forma de grito mirado con reprobación ahora a Verónica.
-          ¿Qué? – preguntó a su vez la aludida, aún sin entender nada.
-          Efectivamente – dijo Rosamund. – Nuestra amiga Verónica estaba a punto de marcharse a la biblioteca con lord Richfull para observar su extensa colección de grabados – les informó.
Ambos hermanos estuvieron mirando a Ronnie con una mezcla de horror y enfado hasta que Katherine se giró hacia su hermano para gritarle:
-          ¿Lo ves? – le preguntó. - ¿Qué acabo de decirte? – añadió. - ¡Tienes que ser su vigilante! – le ordenó señalándole. - ¡Mira lo que ha estado a punto de hacer! – añadió ahora mirando y señalando Verónica.
-          Tranquilidad – dijo Rosamund elevando las manos para llamar a la calma. – Afortunadamente para todos yo SÍ – dijo esto con especial énfasis – Estaba pendiente de Ronnie y lo impedí justo a tiempo – añadió, orgullosa.
-          ¿Dónde está? – exigió saber Jeremy, brusco. - ¿Dónde está Richfull, Carrotie? – añadió. - ¡Voy a matarlo! – exclamó. – Se le van a quitar las ganas de enseñar grabados en bibliotecas de que termine con él – dijo entre dientes apretando la mandíbula para que no lo escucharan.
Fracasó en esto último, al menos con Rosamund, pues esta le recriminó con tono burlón:
-          ¡Vaya! Ahora sí que nos interesa ser buenos anfitriones – dijo. – Pero ¿dónde estabas antes para impedir que fuera a ver los grabados? – le preguntó acercándose a él amenazante con los brazos en jarras.
-          Bueno, ¡basta! – exclamó Verónica hablando por primera vez en toda la situación. – Sabéis que no me gusta nada veros discutir – les regañó a Rosamund y Jeremy. – Además sabéis que me encanta el arte y ¡eran unos simples grabados por Dios! – dijo echándose a reír.- ¿Qué hay de malo en que fuese a ver unos grabados? – preguntó ignorante con los últimos rastros de la risa en su cara y una medio sonrisa en el rostro.
-          ¿Se lo explicas tú o se lo digo yo, Adonis? – le preguntó Rosamund irónica.
Jeremy suspiró, se acercó a Verónica, se agachó y comenzó a explicarle el significado real de los grabados.
A Verónica le hacían cosquillas tanto el aliento como la barba de Jeremy junto a su oído y por eso, reprimió el ataque de risa que amenazaba por comenzar otra vez.
“Es lo único bueno que tiene su barba” pensó distraída, riendo mentalmente. “¡Concéntrate!” se ordenó.
Y por eso, centró toda su concentración en las palabras de Jeremy.
-          Esto… - titubeó. – Verás… - añadió. – Lo que Rosamund… lo que Richfull… lo que yo quiero decir… - bufó y se giró en la dirección contraria para suspirar y pensar en la mejor manera de decírselo sin que se escandalizara (para total desesperación de Rosamund, observadora silenciosa, por increíble que parezca, de la escena) – Cuando Richfull hablaba de grabados en realidad no hablaba de grabados – dijo de una vez.
Rosamund; que había leído los labios de Jeremy (y por tanto había entendido la última de frase) hizo un gesto de desesperación e incredulidad antes de comenzar a aplaudir la estupidez que acababa de decir en su opinión.
Verónica ignoró el gesto de su amiga y continuó concentrada en la última frase.
Frase que por más que repetía, no entendía.
Por eso, con el ceño fruncido se giró y buscó la expresión de Jeremy para que la ayudara a entender. 
Con el rostro de Verónica a escasos centímetros del suyo, Jeremy rememoró inmediatamente el primer beso que se habían dado y le costó verdaderos esfuerzos refrenar a sus impulsos para repetir la acción. No obstante (dado que no estaban en el lugar indicado y tenía público, desechó ese hilo de pensamientos sacudiendo la cabeza y le dijo, mirándola a los ojos:
-          Verónica… - suspiró. – Los grabados son una de las tantas palabras que componen el lenguaje cifrado de los libertinos y que son utilizadas en el juego de la seducción – explicó. – Así que… Lo que Richfull dijo… - se rascó la frente y rectificó. – Cuando Richfull te propuso que le acompañases a la biblioteca para mostrarte sus grabados lo que realmente quería proponerte era… -
-          ¿Sí? – le preguntó asintiendo a la espera del final de la frase.
-          Lo que realmente te estaba proponiendo era… que te acostases con él – concluyó.
A Verónica le costó comprender el significado de la última frase.
La repitió mentalmente varias veces hasta que la procesó y asimiló su significado.
Entonces…
-          ¿¿¡¡QUÉ??!! – preguntó con un grito tan fuerte que llamó la atención sobre ellos. De hecho, pronunció esta frase tan corta de forma tan repentina que un pequeño escupitajo con saliva salió de su boca disparado hacia el ojo y la mejilla de Jeremy.
-          ¡Ay Dios! – exclamó avergonzada. - ¡Fue sin querer! – explicó. - ¡Lo siento! – se disculpó. - ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! – repitió mientras le limpiaba la saliva con la mano.
-          ¡Está bien! – dijo él dando un paso hacia atrás frotándose el ojo y abriéndolo  lentamente varias veces para reacomodarse a la capacidad de visionado. – Estoy bien, no te preocupes – le informó.
-          ¿Qué? – preguntó Verónica.
-          Que estoy bien – repitió Jeremy.
-          No me refiero a eso – dijo Véronica. – Lo entendí perfectamente, yo hablo de… lo otro – acabó la frase con un susurro.
-          Si Verónica, lo que realmente quería Richfull era lo que acabo de decirte – repitió.
-          ¿Es eso cierto? – les preguntó de forma muy seria (y esperando que no fuera cierto) a sus amigas para corroborar la respuesta de Jeremy.
Rosamund aún se reía del momento escupitajo volador (por el cual felicitó mentalmente a la excelente puntería y precisión de Verónica) cuando ésta les preguntó. De inmediato buscó a Katherine con la mirada y juntas asintieron a la vez.
“¡Oh Dios mío!” exclamó horrorizada mientras retrocedía y se alejaba de sus llevándose las manos a la cara por la vergüenza.
Caminó hacia atrás con pasos pequeños y lentos porque estaba recordando la situación que había vivido muy poco y entonces, al verlo desde otro punto de vista, todo cobró sentido.
Ahora entendía las miradas de interés y las sonrisas interesadas de todos los hombres cuando aceptó gustosa y de buena gana el ofrecimiento de lord Richfull. Y también comprendió el “extraño” tono que él había utilizado a lo largo de toda la conversación con ella.
Hizo cuentas mentales y…el padre de Martin Richfull tenía la misma edad que su madre. Miró hacia donde estaban sus tías y su abuela y éstas le  sonrieron con maldad y superioridad.
“Me han engañado” pensó con pesar. “Me han engañado como a una tonta” añadió.
“¡A saber qué habrán dicho de mi madre durante todos estos años!” exclamó furiosa recordando lo sucedido hacía ocho años. “¿Realmente me ven así?” se preguntó mirándose con asco y con las lágrimas a punto de derramarse de sus ojos.
-          ¡Lo siento! – exclamó ya llorando (incumpliendo esta norma de protocolo) antes de salir corriendo hacia los jardines para evitar alguien más la viera.
Mudos, los tres observaron cómo sin venir a cuento, Verónica se echaba a llorar y desaparecía de su vista a una velocidad vertiginosa.
El instinto protector y maternal de Rosamund se disparó de inmediato y se dispuso a salir corriendo presurosa tras ella. No obstante, su carrera se vio interrumpida porque Jeremy se había puesto justo delante de ella.
-          ¿Qué dem…? – inició.
-          No – dijo con firmeza. – No – repitió mirándola a los ojos para remarcárselo. – Yo iré – informó. – Quedaos aquí- les advirtió a ambas antes de girarse y echar a caminar tranquilamente (para evitar comentarios malintencionados) exactamente en la misma dirección que Ronnie.
Su hermana y Carrotie tenían razón
Verónica estaba muy perdida y desorientada en Londres.
Bastaba el ejemplo que acababa de vivir para darse cuenta y ser consciente de ello.
Necesitaba un guía y un protector que la orientase en el Londres actual en el que vivía.
Había llegado su momento.
Esos momentos y situaciones se iban a acabar.
Y él se iba a asegurar de ello personalmente.
Justo en ese momento, se comprometía a ejercer esa función a ojos de Ronnie, sus amigas y la sociedad en general.
Se congelaría el infierno antes que permitir que fuese protagonista de un escándalo o una nueva burla en su presencia.
No importaba que tuviera que poner en riesgo su salud debido a su calenturienta mente o el número de veces al día que tuviera que mencionar mentalmente a sus peces y baños de agua fría que tuviera tomar.
Él iba a ser su protector, su guía y su amigo
 Y punto.