miércoles, 25 de diciembre de 2013

NOVEDADES

Bueno, antes de nada y dado que estamos en la época propicia del año, lo primero que me gustaría desearos a tod@s es una muy Feliz Navidad y unas Felices Fiestas.
Y ya que estoy puesta, un muy ¡Feliz Año Nuevo y un próspero 2014!
Segundo punto importante del día:
¡¡SOY ESCRITORA!!
Es decir, que me han publicado un libro.
No en papel (ya me gustaría) pero menos da una piedra y yo ya lo tengo publicado en formato digital; que son pocos los que pueden decir eso. Y por esa misma razón, me siento súper orgullosa de mí misma.
Aquí os dejo la entrada donde lo podeis descargar; por si os apetece:
http://ediciones-frutilla.blogspot.com.ar/2013/12/publicacion36.html
Pero no solo eso, sino que tengo un acuerdo con la editorial para publicar todos y cada uno de los libros que componen la serie de Amigas Duquesas, así que... ¡¡bien por mí!!
De hecho, recién acabo de enviar la historia de Sarah Parker y Doble H...
La mala noticia para todos es que esas historias no van a poder publicarse al menos enteras en el blog... so... sorry. Y ese ha sido el motivo por el cual también he de borrar algunos capítulos de Amor a golpes...
No os preocupéis que os haré saber de mis avances..
Y ahora sí que sí, me he propuesto empezar por tercera vez (a la tercera va la vencida dicen) la historia de Verónica; la primera de la serie.  Creo que el motivo por el cual me bloqueaba era por la personalidad de ella, así que la voy a cambiar y la voy a hacer algo más femme fatale; mezcla de seductora e inocente, y también habrá algunas apaiciones de la tía Ludovica, aunque sea en forma de frases hechas, proverbios italianos o consejos que Verónica irá diciendo a lo largo de libro.
Eso sí, aviso de que habrá capítulos que no sufran grandes cambios sustanciales.
Eso es todo por mi parte

sábado, 7 de diciembre de 2013

Capítulo 9: JJ

CAPÍTULO IX
Un trato
Si hay trato, amigos pueden ser el perro y el gato.
Refrán
Tal y como sospechaba, Edward Proud Harper Júnior; su esposo en otras palabras, regresó. En ese punto no estaba sorprendida.
Sin embargo, sí que lo hizo con las maneras en que su nuevo encuentro se produjo. O mejor dicho, estaba en aras de producirse.
Para empezar, al contrario que la primera vez le había avisado. Pero no el mismo día, con lo cual solo tendría unas horas para acicalarse y preparar unas circunstancias lo más acogedoras y a la vez, lo más hostiles, posibles.
No. Esta vez le avisó con varios días de adelanto. E incluso le envió un lacayo anunciándolo con todo lujo de detalles.
Además, en esta segunda visita, las horas que había escogido eran mucho más tardías. Concretamente, justo antes de su hora de cenar.
Una serie de interrogantes se le planteaban al calor del tiempo seleccionado. ¿Había escogido la hora a propósito o se trataba tan solo de una pésima casualidad? Y en el caso de que lo hubiera hecho a propósito ¿cómo demonios había sido él la hora exacta a la que ella solía cenar habitualmente?
¿Era esta la manera que tenía para empezar a advertirle que su maldad no conocía límites y que no iba a tener piedad con ella por haberle ocultado la existencia de la casa y de su prometido?
¿Tan pronto?
¿Ni siquiera iba a concederle la oportunidad de cenar tranquila y a gusto?
Parecía que no porque, estaba segura de que, si la reunión se zanjaba tanto de forma razonable como de manera desfavorable, el apetito desaparecería fruto de su estado de nerviosismo y tensión. Justo tal y como había sucedido esa misma mañana. De hecho, solo había podido ingerir líquidos en el transcurso del día. Acción para nada favorable o de ayuda a su vejiga; quien solía empequeñecerse durante sus estados de nerviosismo extremo y, como consecuencia, se multiplicaban sus visitas al excusado en períodos cortos de tiempo.
Justo lo que más necesitaba que le ocurriese hoy.
Aunque, por otra parte, si bien no podía controlar su vejiga, sí que podía controlar el resto de circunstancias que rodeaban a este encuentro. En ese aspecto estaba mucho mejor preparada.
No era por presumir pero, pocas cosas que dijese podrían sorprenderla en este encuentro; se había preparado a conciencia ojeando algunos libros de leyes que David le había proporcionado de manera muy amable y muy solicita.
Y en caso de que esta primera estrategia no resultase exitosa también estaría protegida.
¿Por qué?
Porque le había pedido a su prometido que estuviera allí con ella para proporcionarle apoyo moral.
Obviamente no iba a estar junto a ella durante el transcurso de toda la conversación y eso no era debido a que fuera perfectamente capaz de defenderse y plantar cara a su marido; pues lo era.
El problema radicaba precisamente en que su prometido desconocía precisamente ese pequeño detalle acerca de su estado sentimental y, como consecuencia, también desconocía que, a no ser que deshiciera ese entuerto, su segunda boda jamás podría llevarse a cabo.
Por este motivo y porque no estaba muy segura de cómo o por dónde podían ir los derroteros de su conversación o si de acabarían de manera más o menos violenta, la mejor opción posible era pedirle que estuviera allí con ella... perfectamente escondido tras una puerta en la estancia contigua a donde se produciría tan amistosa reunión a la espera de que necesitase de su ayuda e intervención en algún punto de la misma. Hecho para el cual ya habían acordado una clase y una contraseña de emergencia.
Por quincuagésima vez ese final de tarde miró el reloj para cerciorarse de la hora que era y de lo lento que transcurría el tiempo cuanto más rápido quería o deseaba que algo sucediese.
“Tranquila…” se dijo para tranquilizarse mientras suspiraba, por muy irónico y redundante que esto le pareciese. “No tienes nada por lo que estar preocupada porque lo has preparado todo a conciencia” añadió. “No hay nada que escape a tu control” concluyó y se aseguró, concentrada y absorta en sus pensamientos.
-          ¿Seguro? – le preguntó Junior situado frente a ella y mirándola con interés. Además de que parecía que le había leído si bien no la mente, sí al menos la expresión del rostro.
Jezabel dio un respingo a la vez que abrió mucho los ojos debido a la sorpresa mayúscula que le supuso encontrar allí a Edward; pues aunque lo esperaba, no lo hacía de forma tan repentina.
De esta manera, con tan súbita aparición, todo su plan se fue al traste y comprobó, no sin cierto fastidio,  que para nada estaba preparada.
No estaba preparada para su presencia allí sin ser avisada o que éste fue anunciado, lo cual le llevaba a la segunda falta de preparación; que también podía ser considerada una pequeña traición por parte del señor Chambers hacia su persona; ya que nunca había permitido la entrada a nadie ajeno a la casa sin anunciárselo primero.
Hasta ahora.
¿Sería posible que Edward le hubiera caído en gracia con solo una visita a su propiedad?
No estaba preparada para su presencia allí, tampoco para la traición del señor Chambers pero sobre todo, no estaba preparada de ninguna de las maneras para su reacción al verlo allí.
Parecía que una parte de su mente, al igual que había hecho su mayordomo, la había abandonado y se había posicionado de manera favorable hacia su esposo.
La realidad es que es estaba devastadoramente atractivo vestido de etiqueta esa tarde noche. Y al pensar en etiqueta, una parte de su mente se puso alerta y desconfió acerca del lugar exacto hacia dónde podía ir vestido de esa manera. E incluso, sintió una punzada de dolor, envidia y celos cuando decidió no llevarla con ella donde quiera que fuese.
Lo irónico de la situación para ella es que nunca había considerado como potenciales candidatos poseedores de atractivo. Y con ello no quería decir que fuera una de esas personas que discriminaba al resto por su aspecto físico; al contrario: era la menos indicada para hacerlo, dado su aspecto actual. Lo que ella siempre había imaginado debido a su color de cabello castaño y a su tez blanca era que, quien mejor podría complementarle era un rubio de tez algo bronceada (justo como David) y no un pelirrojo de piel aún más blanca que la suya si cabe.
Sin embargo, hay estaban ellos para romper estadísticas. O incluso los duques de Whitecross; Katherine y Evan McReed; una rubia y un pelirrojo, perfectamente compatibles físicamente entre sí.
Júnior aprovechó el momento de abstracción y abandono mental de su esposa para acercarse a ella y darle un beso en la mejilla; sabedor de su falta de reacción por este mismo motivo.
Efectivamente.
Solo pareció reaccionar y salir de su ensimismamiento cuando sintió el roce de sus labios en sus mejillas. Y una vez reubicada en la realidad retrocedió horrorizada; para su total satisfacción por otra.
-          Mi muy querida… - inició la segunda parte de su saludo con una reverencia.
-          ¡Shhhhh! – le interrumpió ella.
Edward ignoró esta interrupción y volvió a repetir acción.
Carraspeó y volvió a decir mientras enfatizada y ejecutaba una reverencia aún más pronunciada (imitando a David).
-          Mi muy querida… -
-          ¡Shhhhh! – volvió a interrumpirle Jezabel de manera aún más evidente. Quiso hacerlo de manera tan evidente la necesariedad del silencio en ese momento por parte de Júnior que, apretó la mandíbula hasta que le dolió y pequeños escupitajos de saliva salieron despedidos de su boca hacia todas direcciones.
-          ¿Se puede saber por qué me mandas a callar? – le preguntó él ofuscado, por no decir enfadado. – Escogí esta precisamente esta hora para no perturbar tu sueño – añadió con ironía.
-          No puedes decir esa palabra hoy – explicó ella.
Júnior enarcó una ceja de desconcierto.
-          ¿Qué palabra? – preguntó, aunque no salió tono interrogativo de su boca.
-          Esposa – susurró.
-          Lamentablemente para ti, aunque he venido precisamente para solucionar eso hoy, aún a riesgo de llegar tarde a una cena en la que me van a cortar el cuello por este retraso, eres mi… - respondió.
-          ¡Shhhhhh! – dijo una tercera vez Jezabel. Y ante el disgusto evidente de Júnior, se vio obligada a añadir entre susurros: - Está aquí y puede oírte -.
La añadidura, en teoría explicativa y aclaratoria, no cumplió su función en ese caso porque, en ese momento exacto, y por primera vez desde que hizo su gran aparición triunfal (que su esposa se había perdido) Júnior estaba perdido en la conversación y la situación.
En teoría había alguien más allí con ellos. Y por ello, se dispuso a buscarlo girando sobre sí mismo. Al no hallar a nadie a simple vista, su confusión y desconcierto se incrementaron y por ello, completó la vuelta para exigirle a su esposa una explicación algo más detallada.
-          Disculpa pero… ¿quién dices que está aquí? – le preguntó, con mucho tono de burla no disimulado.
-          David – dijo, señalando la puerta.
Las ganas de diversión de Júnior desaparecieron en el momento en que escuchó esas palabras. Era imposible que fueran ciertas.
De ninguna manera.
Era demasiado estúpido como para que fuera cierto.
Desconfiado e incrédulo porque consideraba a su mujer mucho más inteligente que esa disparatada idea que acababa de reconocerle, encaminó sus pasos de forma silenciosa (y a esto ayudó mucho la insistencia del señor Chambers para que se quitara las botas al entrar en la casa) aunque no por ello menos decidida, hacia la puerta que, en teoría era la entrada y a la vez la única salida del escondite de David.  Con mucho cuidado y delicadeza pegó su oído a la madera de la puerta y…
Escuchó un suspiro de aburrimiento acompañado de un posterior bostezo. Acciones que confirmaban la sinceridad de las palabras de Jezabel sin ningún género de dudas.  En defensa de David debía decir que sin duda había cumplido órdenes y mandatos de su prometida pero él, tenía un oído muy fino y desarrollado. De hecho, entre sus amigos y conocidos  incluso había quienes estaban convencido que estaba mucho más cercano al de los animales que al de los propios seres humanos.
De ahí, que no era una buena idea mantener conversaciones en susurros si él estaba presente. A su vez, esta “habilidad” también era la responsable de que se enterara en más de una ocasión de datos innecesarios e indeseados para su persona.
Superada la estupefacción inicial, volvió sobre sus pasos y encaró a sus pasos.
-          No te conozco lo suficiente pero aún así me arriesgaré a pensar que eres inteligente, así que no me queda de otra que pensar… ¿es que te has vuelto completamente loca? – preguntó enfadado, y por eso le fue inevitable elevar el tono de voz. - ¿Es que te has vuelto completamente loca? – repitió, siseando acercándose a ella. - ¿Cómo se te ocurre invitar a tu prometido a una conversación donde el tema único y principal a tratar precisamente es el de tu matri…? – y ahí se detuvo porque fue consciente de que, nuevamente estaba elevando su tono de voz. - ¿Matrimonio? – repitió, en voz baja. - ¡Un matrimonio del que no tiene ni idea! – exclamó, mientras señalaba la puerta, y aunque habló en voz baja, tanto la expresión de su rostro, como la modulación de su voz, manifestaban su enfado.
Jezabel agachó la cabeza para ocultar su vergüenza y su enfado consigo misma: Edward tenía razón, invitar a David como método de protección, había sido una completa estupidez.
Pero ya estaba hecho y de nada servía lamentarse ya, así que por eso, decidió informarle los motivos por los que lo había hecho.
-          Necesitaba ayuda y protección porque no sabía muy bien cuáles iban a ser tus intenciones conmigo esta noche – dijo, mientras tragaba saliva.
-          ¿Me tienes miedo Jezabel? – le preguntó Júnior con tono intimidatorio, incapaz de dejar escapar una sonrisa de satisfacción por el descubrimiento.
-          ¡Yo que voy a tenerte miedo! – exclamó ella, algo incómoda por la cercanía de él.
-          ¡Ah! – exclamó cayendo en la cuenta mientras asentía. – Entonces es lo otro – añadió, focalizándose en su expresión de confusión.
-          ¿Lo otro? – se preguntó frunciendo el entrecejo. - ¿Qué es lo otro? – quiso saber.
-          Tenías miedo de que aprovechara nuestra soledad para intentar seducirte y consumar nuestro matri…- inició. – Nuestra peculiar situación actual de una forma en la cual ambos pudiéramos acordarnos de lo sucedido – explicó. 
No existían palabras para explicar el grado de indignación de Jezabel cuando escuchó las palabras de su marido y por dentro, su mente comenzó a bullir. Incluso sentía cómo la sangre comenzaba a calentársele. Claro que, si esperaba que la conversación terminase ahí, estaba muy equivocado.
Sin embargo, y aunque no hubiera habido cosa que más le hubiera gustado hacer en el mundo, no pudo darle réplica porque Júnior volvió a hablar:
-          No sé por qué clase de animal salvaje me has tomado pero… soy perfectamente capaz de controlarme – explicó, con toda la serenidad del mundo. “Recientemente” añadió, de manera mental con rotundidad. “Más o menos” concluyó, de manera mucho más dubitativa. – Por otra parte, he de advertirte que eso que tú te imaginabas que sucedería hoy solo ocurrirá cuando tú me lo pidas y no antes – agregó.
-          Puedes estar tranquilo entonces, porque nunca vas a tener que realizar ese esfuerzo – replicó ella, poniendo especial énfasis en la palabra esfuerzo.
-          Nunca es una palabra demasiado vehemente y que indica demasiado tiempo ¿no te parece? – le preguntó divertido. Jezabel gruñó en respuesta mientras lanzaba fuego por los ojos. Nuevamente, se dispuso a darle réplica pero, por segunda vez en la conversación, su marido volvió a adelantársele. – Y aunque ya sabes que eres preciosa, lamentablemente hoy por problemas de agenda, no puedo comprometerme a satisfacerte de ese modo – explicó, con resignación. - ¿Qué? – preguntó. - ¿No pensarás que estas galas son única y exclusivamente para venir a verte a ti? – preguntó, señalándose. – Confieso que, como buen marido – inició. – ¡Ups! – se lamentó sin mucho arrepentimiento. – Confieso que así debería ser pero… mis galas de hoy son para otra mujer – confesó.
Jezabel odió al instante sin ser capaz de controlarse a la mujer destinataria de la atención y las galas de las que presumía Júnior y al mismo tiempo, se horrorizó ante la idea de que su marido pudiera estar siéndole infiel, ahora que era perfectamente consciente de que era un hombre casado. Sin ser consciente todas esas emociones se manifestaban su rostro y Júnior, que no perdía detalle de ella, emitió una franca risotada.
-          Es mi hermana – dijo, posando una mano sobre su hombro. – Tenemos cena familiar en su casa – explicó. – No tienes por qué ponerte celosa – la tranquilizó.
-          ¡Yo no estoy celosa! – exclamó ofendida de veras y al momento por esa acusación; como si con esa reacción, negase la evidencia de los mismos, por otra parte.
-          De acuerdo entonces… - concedió él. – Estás enfadada porque no te invité – añadió. – Pero no te preocupes – agregó al instante. – Ya les conocerás más adelante – aseguró. – Al fin y al cabo, están todos ansiosos por conocerte, querida – concluyó, pronunciando con demasiado énfasis la palabra querida.
-          Ya basta – ordenó ella de manera tajante.
-          ¿Qué pasa, querida? – preguntó Junior, divertido, haciendo caso omiso a sus palabras.
-          Deja de hacer eso – le advirtió.
-          ¿Hacer qué? – preguntó Júnior fingiéndose ignorante y encogiendo los hombros.
-          De llamarme querida – explicó ella.
-          Creía que las palabras prohibidas aquí eran matrimonio o esposa – dijo, desconcertado.
-          ¡Shhhh! – ordenó y le regañó ella nuevamente. – Lo siguen estando – añadió.
-          Creo que me he perdido – confesó él.
-          No te conozco lo suficiente pero te considero inteligente – dijo Jezabel utilizando sus propias palabras. – Y sé que me estás mintiendo y utilizando a propósito ese tono – volvió a advertir.
-          ¿Para qué iba a querer yo hacer eso? – preguntó él burlón e inocente.
-          ¡Para burlarte de David! – acabó estallado ella.
-          ¿Para qué iba a querer yo burlarme de él? – preguntó. – Pero ¡si es perfecto! – exclamó.
-          Edward… - le amenazó mordiéndose la lengua.
-          Hablo en serio – aseguró.  Jezabel no le creyó y le miró con escepticismo. Júnior carraspeó y dijo, con tono solemne: - Tu prometido David es tan perfecto que hasta yo siento deseos de casarme con él -.  Acto seguido, incapaz de seguir la farsa por más tiempo, rompió a reír a carcajadas, confirmando a Jezabel con esa acción que tenía razón  y despejando también, las dudas que a ésta le habían surgido acerca de su comportamiento y actitud para con ella. – Y hablando de bodas… ¿qué te parece si hablamos de la nuestra? – preguntó, con repentina urgencia, tras mirar el reloj y maldecir por lo tarde que era.
-          Shhhh – volvió a reprenderle ella.
-          ¡Deja de mandarme callar que no te estoy diciendo que la celebremos! – exclamó, ofuscado. – Vengo a proponerte de hecho todo lo contrario – añadió, enigmático.
-          ¿Cómo? – preguntó ella confusa.
-          ¡Vaya! – exclamó él, fingiendo sorpresa. – Parece que no solo soy el que aporta economía y las propiedades al matrimonio – dijo, mientras admiraba su casa y comprobaba la solidez de sus muros. – También aporto inteligencia – añadió, mordaz. Sin embargo, cuando vio la cara de pocos amigos que Jezabel tenía ese momento, cambió de tema: - Te propongo un trato – anunció.
-          Un trato – repitió Jezabel de manera automática.
-           Si un trato – dijo Júnior mientras asentía.
-           Un trato – volvió a decir Jezabel mientras asentía de forma casi imperceptible.
-          Un tratado, convenio o contrato entre estados o gobiernos e incluso en ferias de ganados – explicó Júnior. Su esposa le miró con la ceja enarcada y desconcertada. - Es la definición de trato – explicó él. - ¿Estás segura de que sabes lo que es? – preguntó, cauteloso.
-          He sabido de sobra lo que es un trato desde la primera vez que lo has mencionado – farfulló ella, ofendida porque la considerase una estúpida. - Lo que quiero es que me lo expliques de inmediato – ordenó.
-          Desde luego sí que sabes cómo quitarle la magia al momento – dijo, con horror apenas disimulado. - ¡Había preparado un discurso incluso! – protestó. – Y te recuerdo  que aquí el único que tiene prisa porque llega tarde a una cena familiar soy yo, querida – concluyó. Y solo cuando terminó de pronunciar la última palabra de su frase se dio cuenta del error que había cometido y por ello, decidió enmendarlo agregando una de sus sonrisas más encantadoras. Sonrisa que, en esta ocasión no le resultó cómo esperaba y acabó pareciéndose más a una mueca compungida de dolor que a una sonrisa encantadora real.
-          ¿Qué quieres? – preguntó ella, tajante y borde.
-          ¿Ansiosa por mí Jezi? – preguntó él, nuevamente burlón.
-          ¡Oh sí!  - exclamó. – ¡Desespero por ti! – añadió. Y aunque intentó que sonase de la misma manera irónica que la primera exclamación, fui incapaz de hacerlo y, de forma inesperada, la situación y la conversación dio un giro inesperado e incómodo para ambas partes.- Al grano Edward – gruñó, antes de cruzarse de brazos a la espera de más información.
-          Los dos queremos la disolución de este matrimonio – estableció. Y solo tras comprobar y observar que Jezabel, sorprendentemente no iba a darle réplica, continuó: - Bien, tras mucho devanarme los sesos he decidido que, si quieres que elimine por completo cualquier rastro o retazo de nuestra unión nupcial deberás darme a cambio una parte de aquello que más estoy perdiendo desde que te conozco – explicó.
El primer pensamiento de Jezabel, y eso que no se consideraba una persona codiciosa o materialista, fue en el dinero. Claro que, su razonamiento, por otra parte no era descabellado ya que, desde hacía ocho años, ella había empleado en su nombre una buena suma de dinero en la decoración de la casa y en su propio abastecimiento. Hubiera dicho o pensado en la casa, sino hubiera sido porque mencionó las palabras una parte y era una absoluta y soberana tontería que le exigiese una parte de la casa cuando también podía quedársela entera.
-          Tu tiempo – añadió Júnior, observando la confusión en el rostro de Jezabel. Y disfrutando con antelación del gesto que ella iba a poner al escuchar esas palabras.
-          ¿Mi tiempo? – ladró ella. E inmediatamente después se arrepintió de su pronto y se tapó las manos con la boca. - ¿Qué quieres decir con eso? – añadió.
-          Precisamente eso – explicó él. – A cambio de la disolución por siempre de nuestro matrimonio, lo único que pido a cambio es que pases cierto tiempo conmigo – añadió.
-          ¿Cuánto tiempo? – preguntó ella, recelosa.
-          Un mes – respondió. Poco tiempo fue el que Jezabel sopesó las opciones y, presta comenzó a asentir. Pero justo cuando iba a terminar de confesárselo de manera oral, Júnior levantó el dedo índice y agregó: - ¡Ah! – exclamó. – Olvidé mencionar que sería viviendo juntos bajo este mismo techo – concluyó, con una sonrisa de anticipación ante su reacción.
-          Bromeas – estableció ella, muy serena, para total desolación de Júnior; quien esperaba una explosión de carácter y palabras malsonantes.
-          En absoluto – dijo él, mientras negaba con la cabeza de manera pausada.
-          Pero, pero, pero… - comenzó a tartamudear por el nerviosismo. Suspiró, y algo más serena, añadió: - Puedes pedirme dinero, la casa o cualquier otra cosa que se te antoje ¿por qué precisamente quieres esto? – preguntó.
-          Porque, tal y como tú has dicho, esto es lo que se me ha antojado – respondió él de manera simple. – En realidad, es que soy un envidioso – explicó, pasado un instante que a Jezabel se le hizo eterno. – Veo a diario, la convivencia y dicha conyugal de mis hermanos y, paradójicamente yo, que soy el que más tiempo casado de todos ellos, no he pasado ni un solo día compartido que recuerde con mi esposa, así que ahora que tengo la oportunidad, no pienso desaprovecharla – añadió.
-          Será si yo acepto – puntualizó ella.
-          Sé sincera Jezabel… ¿estás segura de que no quieres disfrutar de mi grata compañía y de nuestra mutua dicha conyugal por tan corto período de tiempo? – le preguntó.
-          ¿Sinceramente? – preguntó con acritud. – No – respondió.
-          Tus palabras me duelen sobremanera – dijo, llevándose la mano al pecho, con excesiva teatralidad. – Vamos… ¿no tienes ni una pizca de interés? – le preguntó de nuevo.
-          No – masculló ella.
-          ¿Ni siquiera aunque eso significa que puedas quedártelo todo después? – volvió a preguntar, sonriendo nuevamente porque sabía que, esas palabras, la dejarían completamente descolocada.
-          ¿Cómo todo? – preguntó frunciendo el entrecejo.
-          Todo – repitió él. – La casa será entera para ti y tanto tú, tu futuro marido y tu prole la disfrutaréis por generaciones – aseguró.
-          Pero… - inició ella.
-          ¿Pero? – peguntó sin entender.
-          Seguro que hay algo a cambio de tan desventajoso trato – explicó ella. - ¿qué ganas tú a cambio? – quiso saber.
-          Información para un experimento – respondió él. Y en el mismo momento en que vio la reacción de Jezabel a sus palabras, se arrepintió de haberlas escogido. -¡No te estoy llamando experimento ni nada por el estilo! – exclamó. – Así que no te enfades – pidió.  – Lo que yo gano a cambio con esta experiencia es conocimiento porque si, sobrevivo y salgo indemne de esta convivencia contigo quien, pese a que eres mi esposa, eres una completa desconocida, creo que seré capaz y estaré preparado para repetir experiencia y compartir convivencia y vida con otra señorita -  explicó.
-          Con esto… ¿estás queriendo decirme qué…?- preguntó, insegura.
-          Que necesito práctica y entrenamiento para convivir en pareja antes de casarme - - informó él. “Y para demostrarme a mí mismo que puedo superar la tentación y que corro un riesgo menor de recaída” añadió mentalmente. – No es por presionarte querida… - dijo, dándole palmaditas de condescendía en el hombro. – Pero… todo depende de ti – concluyó.
-          ¿Es que te casas? – rugió ella, incapaz de refrenarse y horrorizada ante la posibilidad de que Edward se casara con otra mujer.
-          ¿Qué pasa? – preguntó él, pareciendo estar enfadado. - ¿Es que solo tú puedes contraer nupcias? – añadió.
-          ¡No! – exclamó ella.
-          ¿No qué? – preguntó divertido al ver su confusión.  - ¿No lo sabías? – le preguntó él, sorprendido en grado sumo. - ¿Hace cuánto que no lees una columna de Christina Thousand Eyes? – añadió interesado en conocer esta respuesta en particular de su ronda de preguntas. – Porque fue ella la que informó a todas las señoritas solteras de mi intención de casarme, incluso antes de que las tuviera realmente – añadió.
-          No me parece una buena idea… - se inventó, respondiendo sobre la marcha.
-          Al menos la mujer a la que elija por esposa sabrá desde el principio cuáles serán mis intenciones con ella y eso ya es mucho más que lo que nuestro querido y perfecto David hizo contigo – respondió, enfadado.
-          ¡Dios mío David! – murmuró. - ¡No puedo aceptar tu trato! – exclamó. Y ante la incomprensión de él, agregó: - ¿Qué dirá David? – preguntó,  con horror.
-          Yo creo que no debes preocuparte por el divino y perfecto David – dijo con ironía. – En cuanto sepa cuál es el trato que te ofrezco será él mismo quien nos encierra con llave bajo el mismo techo – añadió, granjeándose una mirada de furia por estas palabras.
-          No puedo aceptar tu trato – dijo de nuevo.
-          Mi chollo querrás decir – le corrigió él.
-          ¿Qué dirán mi madre y mis hermanas si se enteran de esto? – preguntó ella.
-          ¡Ah! – exclamó él, cayendo en la cuenta. – Mi suegra… - añadió para sí, aunque en voz alta. – ¿Hablamos de esa misma madre que te menospreciaba y se metía contigo? – preguntó, nuevamente enfadado y, en consecuencia, elevando el tono de voz. - Algún día me gustaría conocerla – concluyó, focalizándose en ella, quien negó con la cabeza encarecidamente esta posibilidad.
-          Ya no es así – puntualizó ella. Él la miró dudando acerca de esa posibilidad porque sabía por experiencia propia que las personas no cambiaban así por así de un día para otro sin un buen motivo para ello. – Admito que nuestra relación madre e hija no es la mejor del mundo pero… está mucho más tranquila y confía en mí mucho más desde que estoy comprometida con David – explicó. – Tanto es así, que se ha ido a la campiña a pasar un tiempo junto a mis hermanas y me ha dejado a mí al cargo de todo lo relacionado con lo del enlace – concluyó, satisfecha y optimista consigo misma por este hecho.
-          Alto – dijo Júnior. - ¿Has dicho que tu madre está fuera del entorno londinense ahora mismo? – preguntó. Jezabel asintió. – Entonces no tienes de qué preocuparte en este sentido y puedes vivir conmigo un mes sin temer a represalias por su parte – añadió.
-          ¿Te has vuelto loco? – le preguntó ella. – Habladurías y rumores malintencionados son los que más rápido viajan – explicó. – Y en cuanto escuchase el primero de ellos, tomaría la primera diligencia y se presentaría en mi puerta exigiendo explicaciones ¿Qué pasaría entonces eh? – le preguntó, encarándose con él.
-          Pues que por fin conocería a parte de mi encantadora familia política – respondió él, nuevamente irónico. – Y ¿qué si viene? – le preguntó, encogiéndose de hombros. – Puedo volver a presentarme como el abogado de la familia Harper – sugirió.
-          A mamá no le gustan los abogados – confesó ella apesadumbrada.
-          ¡Tanto mejor! – exclamó, disfrutando ante la perspectiva de posibilidad de encuentro con su suegra; un encuentro en el cual él no sería demasiado agradable, por otra parte.
-          ¿No te preocupa lo  que pueda pensar de ti? – preguntó ella, asombrada e incrédula.
-          En absoluto – reconoció él. – Seguro que cuando le cuente los motivos por los cuales estoy compartiendo casa contigo pensará que soy un perfecto hijo de puta sin sentimientos al que solo le importa su trabajo y no tiene en cuenta las circunstancias personales o los sentimientos de aquellas personas con las que se enfrenta porque soy un maldito egoísta que solo pienso en el dinero que cobraré cuando mi caso termine y con el cual me estoy comprando un billete directo al infierno – añadió, aunque casi podría decirse que recitó. Jezabel le miró boquiabierta e incluso, quedó tan afectada que hubo de retroceder varios pasos para mirarle desde otra perspectiva.  Tenía razón; salvo con la única excepción de que su madre nunca utilizaba palabrotas, el resto de su discurso bien podría haber salido de su boca. – No es la primera vez que oigo eso acerca de los abogados – explicó, recordando la única ocasión en la que lo había escuchado; y que para más inri, había ido dedicado a su hermano Henry, quien no era precisamente egoísta. – Y no te preocupes por mí, seré tan bueno y convincente en mi papel que hasta tú, a quien en ocasiones no caigo precisamente bien te preguntarás por qué no acabé siendo parte del elenco de una compañía teatral – aseguró. - ¿Y bien? – preguntó pasados unos instantes. - ¿Hay trato? – quiso saber, ofreciéndole su mano como gesto para sellarlo.
-          No puedo – respondió ella por tercera vez.
-          Joder… - maldijo entre dientes y con impaciencia al mirar lo tarde que era ya y se recriminaba ser tan estúpido al pensar que la convencería fácilmente. - Antes no protestabas tanto – le echó en cara. - ¿Se puede saber por qué ahora no puedes? – preguntó, resoplando para no gritar.
-          ¡Porque me pides un mes de mi tiempo! – exclamó ella, olvidándose de su prometido oculto.
-          ¿Y? – preguntó él, sin entender.
-          ¿Tienes alguna idea de la fecha exacta en la que me caso? – le preguntó ella, aunque sabía que era una pérdida de tiempo el hacerlo porque, seguramente habría mirado la invitación de boda que David le dio y en ese pequeño trozo de papel aparecía la información con todo lujo de detalles. Para su total sorpresa, Júnior negó con la cabeza. En otras palabras, había hecho lo que, por otra parte harían los nobles: se había guardado la invitación de boda sin ni siquiera echarle un vistazo y al llegar a su casa se la habría dado al mayordomo; quien sería el encargado de recordarle la fecha del mismo y de sugerirle que confirmase o no la asistencia. Estaba furiosa y, ¿por qué no decirlo? Algo humillada. – Es en mes y medio – dijo, y en su rostro manifestó todo su enfado contra él.
-          ¿Y a qué vienen tantos impedimentos entonces? – quiso saber él. – Te viene como anillo al dedo – añadió. – Y nunca mejor dicho – le dijo guiñándole un ojo con gesto pícaro. -  Terminamos nuestro arreglo y te quedan dos semanas libres  completas para organizarlo todo – le explicó su plan. -  O… ¿es que no eres capaz de hacerlo? – le preguntó para picarla.
-          ¡Por supuesto que sí! – exclamó ella, obviamente picada ante el reto lanzado por Júnior con sus palabras. Además de que por otra parte era cierto.
-          Entonces no tienes motivos para decir que no a lo que te estoy proponiendo – estableció él. – Pero por si te queda alguna duda o mínimo resquicio al que agarrarte para decirme que no, te informaré de que, aunque pienses todo lo contrario sobre mí, soy una buena persona para compartir vivienda porque no te voy a mantener ocupada las veinticuatro horas del día pendiente de mí, así que durante ese mes podrás seguir haciendo tus cosas de novia, sean cuales sean y yo podré continuar realizando mis asuntos – explicó.
Jezabel quiso preguntarle acerca de cuáles eran esos asuntos que le mantendrían ocupado porque, sí que había leído las columnas de Christina Thousand Eyes (otra cosa bien distinta era que hubiera prestado más o menos atención a las intenciones nupciales del benjamín de los Harper) y en ellas, la columnista no era precisamente amable con él. Es más, vago, aprovechado y ocioso solían ser los adjetivos que más a menudo utilizaba para describirle.
Sin embargo, sus intentos se vieron frustrados de raíz cuando Júnior se puso en pie de manera repentina y anunció sus intenciones de marcharse porque era terriblemente tarde. Así como Jezabel, no era la única persona frustrada en esa habitación; él también lo estaba porque había pensado que todo sería muy sencillo y que no pasaría mucho tiempo intentando convencer a su esposa para que aceptase el ventajoso trato que le proponía. En su lugar, no solo no había sucedido nada como lo había supuesto, sino que además de haber desperdiciado un tiempo precioso con su palabrería inútil, no había conseguido el objetivo por el cual había decidido desviarse en su trayecto hacia Savile Row; la residencia de los Appleton y lugar donde vivía su única hermana.
Con todo, y pese a que gran parte de la culpa era suya por haber salido de casa con retraso del hogar familiar, no iba a pasar más tiempo intentando convencerla de que el trato era lo mejor para ambos. Estaba exhausto mentalmente y se le habían acabado las excusas y recursos a utilizar así que, se marchaba. Por otra parte, tampoco quería presionarla o forzarla demasiado para que aceptase su propuesta si no estaba completamente convencida de ello. Por eso, era mejor marcharse y dejarla a solas con sus pensamientos (aunque eso no era completamente cierto en este caso dado que el prometido perfecto y oculto David se encontraba tras alguna de esas puertas).
Además, no sabía por qué, pero su intención le decía que había sembrado la sombra de la duda en ella de manera muy profunda y por tanto, todas esas negativas repetidas y excusas no hacían más que ocultar sus verdaderas ganas de aceptar la proposición. Bien, otro motivo para marcharse. Utilizando un símil militar; Una retirada a tiempo era una victoria y él en este caso, así creía que lo sería.
-          ¿Es que te vas? – preguntó ella, desesperada. Sabía que era una pregunta estúida porque Edward encaminaba ya sus pasos hacia la puerta pero… aún así, fueron las palabras que salieron de su boca. Sin embargo, no era eso lo que le abochornaba, lo que era peor para los dos es que ambos habían sido perfectamente consciente del tono de desesperación que tenía su voz. – Parecía… parecía… - tartamudeó. – Creía que estabas muy interesado en conocer la respuesta hoy – añadió, inventándose las palabras sobre la marcha.
-          Y así es – reconocío. – Pero creo que en este caso, eres tú la más interesada en la toma de decisión ya que, al fin y al cabo, mi matrimonio puede retrasarse algún tiempo más, al contrario que el de otros… - dejó caer, aunque las palabras iban específica y clarísimamente dedicadas a ella. - No puedo permitirme el lujo de esperarte toda la vida para conocer la respuesta, así que lo mejor será que me vaya y, cuando hayáis sopesado las opciones me deis una respuesta – añadió, abriendo la puerta y saliendo de la habitación. No obstante, pasado un instante, regresó sobre sus pasos, entró de nuevo en la habitación y apostilló: - Os aconsejo que os deis premura mi querida dama porque, como bien habéis dicho tan solo tenéis un mes y medio hasta vuestra boda y yo creo que a nadie le gustará saber el día de la ceremonia que habéis contraído matrimonio antes y de que por tanto, el nuevo es inviable de realiza ¿no os parece? – preguntó, sonriendo con malicia antes de dejar a una Jezabel aterrorizada por su devenir y sola en el lugar.
Pero, ese no fue el último intento infructuoso de Júnior por abandonar porque en esa segunda ocasión, fue David quien se lo impidió. Un David que apareció de manera repentina justo frente a él y que fue el causante de que realizase una acción que no realizaba en mucho tiempo: gritar del susto.
Fue tan potente su grito (quizá debido al tiempo transcurrido) que, contagió su miedo a Jezabel; quien corrió muy asustada hasta el lugar de dónde provenía el mismo y cuando llegó al mismo (el pasillo) detuvo su carrera de forma brusca y precipitada; no solo porque había alcanzado su lugar de destino sino porque, la propia escena que estaba presenciando en ese momento provocó que su propio miedo alcanzase cotas insospechadas y que quedase paralizada a una distancia prudencial
-          ¡Joder! – exclamó Júnior asustado dando un brinco mientras intentaba volver a respirar con tranquilidad y normalidad.- ¡David! – añadió, enfadado; aunque, cuando vio la expresión en su rostro (nada agradable), decidió añadir una sonrisa de circunstancias.
-          Hola Proud – le saludo él. – Amigo – añadió, aunque esta última palabra la pronunció con evidente desgana y asco.
-          ¿Qué pasa amigo? – le preguntó él a modo de saludo cortés y utilizando esa palabra que tanto le gustaba usar a él de coletilla para volver a ganarse su confianza y amistad.
-          Quiero que sepáis que aunque lo habéis intentado – dijo, y en ese momento, Junior se dio cuenta de la presencia de Jezabel en la situación, pues hasta entonces, su grado de susto había sido tal que no se había ubicado por completo. – No he podido evitar parte de la conversación que habéis mantenido – añadió y confesó.
Jezabel creyó morir en ese instante al menos de tres causas distintas: vergüenza por saberse descubierta y por no saber controlar su tono de voz, arrepentimiento (si es que realmente se podía morir de ese sentimiento) por no haber sido total y completamente sincera con David cuando tuvo la oportunidad. Y sobre todo, creyó morir de miedo ante la reacción de David al conocer sus nuevas y especiales circunstancias.
“Adiós boda, hola señora Harper de por vida” pensó, con lamentación.
Júnior quiso confortar a Jezabel cando vio el caudal de sentimientos que se reflejó en su rostro pero, al instante lo desechó. Es más, de hecho creyó que eso iba a venirles bien a ambos porque dependiendo de la reacción que tuviera, así despertaría y vería con sus ojos el tipo real de persona que David era. O incluso, si reaccionaba de manera positiva, él podría su propia opinión e incluso, podría ayudarle a convencer a Jezabel a que hiciera lo correcta.
-          Solo tengo una cosa que decir al respecto – anunció, cruzándose de brazos y mirándolos con gesto severo.
Jezabel agachó la cabeza y cerró los ojos (o mejor dicho, los apretó) para no ver el desastre que se avecinaba. Junior por el contrario, aguantó su mirada y esperó con impaciencia a escuchar qué era lo que David tenía que decir al respecto.
Un David que sorprendió a propios y extraños cuando, en vez de mostrarse solícito y feliz con la noticia del trato; lo cual significaría que estaba de parte de Júnior en la situación o, estallar de furia y comenzar a soltar gritos e improperios como un poseso endemoniado (lo cual confirmaría las sospechas de Jezabel) lo que hizo fue arrodillarse y tomar las manos de Júnior. Un Júnior quien, desconcertado en grado sumo por esta acción, retrocedió dando un pequeño salto e intentó zafarse del agarre de David; cosa que le fue imposible.
Jezabel no quería mirar la escena que estaría sucediendo ante sus ojos, aunque por otra parte se estaba muriendo de ganas de hacerlo. Así de fuerte se mantuvo al menos, hasta que escuchó decir a su prometido la palabra gracias. En ese momento sí que se permitió mirar hacia lo que estaba sucediendo y ante sus ojos vio que estaba sucediendo una escena bastante hilarante e inesperada; la cual sin duda, jamás se hubiera imaginado que sucedería.
-          ¿Gracias? – preguntó Júnior, incapaz de creerse que acabara de escuchar esa palabra y mientras maldecía por lo bajo su incapacidad para soltarse de David; quien era más fuerte de lo que parecía.
-          Gracias – repitió él, apretando aún más sus manos.
-          ¿Por qué? – gritó Júnior y exigió saber.
-          Por sacar la cara por Jezabel frente a los Harper hasta el punto de conseguir un trato tremendamente fácil y ventajoso para ella si quisiera hacerse con la propiedad de la casa – explicó.
El color volvió a los rostros de los miembros del matrimonio quienes respiraron de manera honda y sonora y suspiraron de la misma manera al unísono. Era cierto que David había escuchado parte de su conversación, pero no había captado la más importante por lo que, de momento, su secreto estaba a salvo y si, Jezabel aceptaba, el trato podía llevarse a cabo sin levantar sospechas.
-          Gracias – volvió a decir David besándole en esta segunda ocasión ambas manos.
-          Mi querida Jezabel… ¿me lo parece a mí o tu prometido me está rindiendo vasallaje? – le preguntó Júnior conteniendo las ganas de reír, bien fuera por la comicidad de la situación, por la incredulidad de que ese hecho estuviera pasándole a él o por causa de su nerviosismo contenido.
Jezabel miró alternativamente al menos cinco veces la sonrisa y la cara de su marido y la posición de su prometido en esta situación antes de maldecir para sí.
Con esta situación, no le quedaba de otra que aceptar el trato que Edward le había propuesto, ahora con más razón y motivo si cabe, ya que David sabía de su existencia.
Era una mala idea.
Era una pésima idea.
E iba a arrepentirse si aceptaba durante toda su vida.

Y esas frases precisamente fueron las que no dejaron de resonar en su mente (y a las cuales hizo caso omiso) mientras se escuchaba a sí misma, aceptando tan diabólica propuesta