lunes, 20 de mayo de 2013

Amor a golpes Capítulo 29


CAPÍTULO XXIX
Golpe final
Apenas llevaban caminando veinte pasos (y Henry bastante enfadado, según pudo comprobar Sarah por la presión que ejercía sobre su mano) cuando les pareció escuchar a ambos que llamaron a Henry. Sin embargo, fue tan lejano que bien podía haber sido perfectamente otra cosa o cualquier otro Henry y por eso, continuaron caminando.
-          ¡Henry! – escucharon esta vez mucho más cerca y de manera mucho más audible; pues había roto el silencio imperante en las calles londinenses a esas horas. Pero, como en la vez anterior continuaron caminando.
El frío que hacía a esas horas no invitaba precisamente a detenerse para charlar.
-          ¡Henry! – escucharon una tercera vez.
Y esta vez sí que tuvieron que detenerse porque, a medida que las fueron escuchando y sobre todo, en esa tercera ocasión, la voz les sonó tremendamente familiar.
Tan familiar como pertenecía a Albert; quien se reveló de manera inesperada frente a ellos tras callejear y varios intentos infructuosos de llamar su atención de manera normal.
-          ¡Henry! – exclamó por cuarta vez y esta vez, sin aliento apenas.
-          ¡Mierda Albert! – exclamó sobresaltado. – Me has asustado – añadió, poco después.
-          ¿Albert? – preguntó Sarah extrañada.
-          ¡Hola Sarah! – la saludó, extremadamente contento. - ¡Feliz cumpleaños! – añadió.
-          ¿Cumpleaños? – preguntó extrañada. – Mi cumpleaños fue hace casi un mes – explicó.
-          Nochebuena quería decir – informó. – Navidad – concluyó.
Ahí fue donde Sarah se dio cuenta de que estaba bebido.
No demasiado porque pensaba con bastante lucidez, pese a que estaba desorientado pero su sonrisa era demasiado amplia para lo que solía acostumbrar y su nivel de equilibrio no era muy bueno que digamos tampoco.
-          Albert ¿dónde está Eden? –preguntó preocupada por su amiga y sobre todo, por el estado en el que pudiera hallarse visto el de su acompañante.
-          ¿Eden? –preguntó, intentando focalizar su atención en ella mientras intentaba recordar a quién se refería. La pareja fue consciente del momento exacto en que lo hizo debido a la expresión de sorpresa mayúscula y de culpabilidad que grabó en su rostro. - ¡Eden! – exclamó, para hacerlo aún más evidente. - ¡Lo olvidé! – confesó y reconoció.
-          ¿Lo olvidaste? – preguntó bastante enfadada e incrédula por este hecho. - ¿Cómo te olvidaste de ella? – añadió, ofendida poniéndose en su lugar. - ¡Te lleva esperando para cenar toda la noche! – exclamó, a punto de abofetearle. Pero Henry la apartó de allí.
-          ¡Tranquila Sarah! – exclamó Albert poniendo cara de inocencia y levantando las manos por ello. – Me perdonará – dijo, con firmeza. – Más después de todo el dinero que he gastado esta noche y sobre todo, en donde pienso invertirlo – añadió.
-          Más te vale – dijo, amenazándole con los ojos entrecerrados.
-          ¿Qué quieres Albert? – exigió saber Henry con prestanza e impaciencia porque no quería estar allí de ninguna de las maneras ni quería que Sarah estuviera tampoco.
-          ¿No se supone que estas fechas son para estar felices? – preguntó mordaz. – Porque tienes una cara de ser violado por un hombre que… - añadió.
-          Albert… - le advirtió.
-          ¡Está bien, está bien! – exclamó con una sonrisa. – Te tengo un negocio – anunció.
-          ¿Negocio? – preguntó Henry, receloso.
-          Un combate – rectificó. – Pero no un combate más – advirtió. – Es el combate – aclaró, imitando la manera de actuar que ponía cuando estaba subido encima del escenario de The Eye. - ¿Te suena James Burke[1]? – le preguntó, echando a andar pasándole el brazo por encima y provocando que soltara a Sarah; quien por otra parte no perdió detalle de la conversación. Henry negó con la cabeza. - ¡Bah! – exclamó sacando la lengua con desprecio. – Tampoco tiene por qué sonarte porque está empezando ahora y se entrena alrededor del río Támesis – explicó, como si nada. – No obstante, tú sí que le suenas a él – anunció. – De hecho, ha ido varias veces a verte pelear a The Eye y quiere un combate especial contigo – informó.
-          ¿Especial? – preguntó, dudoso Henry.
-          Especial como que no contará como derrota o victoria en cada una de vuestras carreras pugilísticas y especial en el sentido en el que todo vale – explicó.
-          No – dijo Henry simplemente, para sorpresa y desilusión mayúsculas de Albert.
-          ¿No? – repitió boquiabierto. - ¿Cómo que no? – preguntó.
-          Como que no, Albert – repitió de manera brusca.
-          Pero… ¡ganaremos un montón de libras! – explicó, desesperado. Tan desesperado porque él ya había dado el sí al boxeador antes de contar con su opinión.
-          Creo que he ganado el suficiente dinero durante todos los años que llevo boxeando como para vivir de manera holgada – explicó, condescendiente pues era un dato que conocía también.
-          Pero… - volvió a titubear. - ¿Y tu prestigio? – le preguntó. - ¿No me dirás que le tienes miedo porque es más alto y pesa más que tú[2]? – le preguntó para picarle y que acabase aceptando el reto.
En esta ocasión, Henry miró a Sarah antes de responder:
-          No es la primera ni será la última vez que me enfrento con boxeadores que son más altos y fuertes que yo, pero esa vez no voy a pelear en un combate en el cual tú ya me habías apuntado antes de siquiera contar conmigo y mi opinión porque seguramente, vuelvas a andar escaso de dinero gracias a tu gusto excesivo por jugar a las cartas; el cual ha sido sin duda el motivo por el cual has dejado plantada a tu novia en una fecha tan señalada como esta – le reprochó. – Te recuerdo Albert que yo ya tengo un empleo y es el de ejercer la medicina, el cual me proporciona un salario y me da muchas satisfacciones – añadió. – El boxeo no es más que un entretenimiento en mi vida – explicó. – Cierto que soy el campeón de pesos medios de Gran Bretaña, pero no porque dedicase especial empeño a ello – aseguró. – Así que, como es un hobbie y la grandeza de los entretenimientos es que se pueden ejercer cuando se quieran, mi respuesta en este caso es un no – repitió. – Apáñatelas como puedas Albert y feliz Navidad – concluyó, antes de agarrar de la mano a Sarah nuevamente y volver a echar a andar; aún más disgustado que antes si cabe.


Había un motivo por el cual Henry Harper había permanecido en silencio, críptico e incluso podría decirse que hosco y antipático durante todo el camino: estaba enfadado. No con Sarah, sino con la situación en general que les había tocado vivir esa noche. Y además, tampoco era un hombre al que le gustase provocar escándalos (Al menos, de manera voluntaria o iniciados por él; al contrario que casi todos los miembros de su familia). Por eso, esperó a que tanto Sarah como él estuvieran en el interior de su casa y algo calentitos gracias al calor de la hoguera para tratar el tema y mantener la conversación que según su criterio, era imperante que mantuvieran.
No obstante, no pudo hacerlo de inicio porque en cuanto Sarah entró en calor y su temperatura corporal fue lo suficientemente alta como para realizar acciones cotidianas y habituales, se levantó y abrazó con fuerza a Henry; descolocándolo.
-          Gracias – le dijo, apretándole contra ella.
Quizás era una creída y era mucho presuponer pero, una parte de ella no pudo evitar pensar que la negativa a participar en una nueva pelea y sobre todo, mucho más peligrosa que las anteriores por carecer de reglas, se había debido en parte a ella.
No era que ella quisiese que dejara de pelear y participar en los combates de boxeo, porque no era quien y además, gracias a eso era como se habían conocido pero… no iba a ser capaz de soportar la angustia y los nervios ante un enfrentamiento de ese tipo. Y desde luego que ni por todo el oro del mundo, sería ella la encargada de transmitirlo para el The Chronichle.
Sarah solo quería que las cosas continuaran como habían sido hasta ese momento, donde el boxeo solo era un entretenimiento en la vida de Henry y nada más. Y por ello, le agradecía tan sabia decisión.
Firmes eran las intenciones de Henry con respecto a lo siguiente que iba a suceder esa noche pero… en cuanto Sarah le abrazaba o estaba a una cercanía mucho más reducida (y peligrosa para su cordura) de la habitual establecida, se olvidaba de todo lo que había a su alrededor.
Por eso, solo tras varias rondas de carraspeos y de obligaciones y órdenes mentales, Henry consiguió apartarla de su lado con dulzura y delicadeza y habló:
-          Voy a darte tus regalos de Navidad y luego, te acompañaré a casa de Miss Anchor –
-          ¿Cómo? – preguntó Sarah incrédula ante lo que acababa de oír.
-          ¿Qué os pasa a todos esta noche? – preguntó él. - ¿Sufrís de sordera conjunta en Navidad? – añadió, irónico. – Te doy tus regalos y nos marchamos – repitió, sentenciando la situación.
-          Pero… pero… pero… - titubeó Sarah, dando inicio a un intento de protesta por su parte.
-          No hay peros que valgan – le interrumpió él.
-          ¡Claro que hay peros! – protestó Sarah indignada. - ¡Yo tengo un pero! Y es ¡perfectamente válido! – aseguró, elevando la voz. - ¡No quiero irme! – le hizo saber, enfurruñada, cruzándose de brazos y dando un fuerte pisotón en el suelo para manifestar su enfado.
-          No siempre se puede tener lo que se tiene – dijo condescendiente. – Y tú te marcharás – aseguró.
Dicha esa frase, Henry ignoró las protesta y la retahíla de comentarios de Sarah; quien caminaba justo detrás de él y los soltaba sobre su oreja levantándole un ligero dolor de cabeza y algo de mareo porque era tan rápida su pronunciación que apenas entendía una palabra con claridad.
Esta cómica e hilarante situación se repitió hasta el momento exacto en que Henry sacó el regalo de Navidad de Sarah del interior del armario de su habitación, provocando que frenara sus pasos de inmediato, se callase y que lo mirase con extrañeza y algo de miedo al ver sus dimensiones.
-          ¿Qué es eso? – preguntó, señalado a la caja.
-          Bienvenida a tu Boxing Day – dijo burlón[3]. Y al ver que a Sarah parecía no hacerle gracia, explicó fingiendo inocencia: - Es tu caja de Navidad - La que tiene tus regalos – agregó.
-          Es 24 Henry, no Navidad – explicó. - ¿Pretendes compararnos con la familia real?[4] – le preguntó, horrorizada.
-          Es bastante más tarde de las doce del día 24 Park – aseguró Henry. – No estamos incumpliendo ninguna ley o norma no establecida porque ya es Navidad – aseguró.
En ese momento, Sarah se sintió algo estúpida porque era lógico y cierto que Henry llevaba razón y sobre todo; algo avergonzada porque el tamaño de su regalo de cumpleaños era bastante menor que el de la caja que Henry le había preparado; pese a que le rogó encarecidamente que o le comprase más regalos de Navidad pues ya había sido más que suficiente conocer a Lauren Sunbright y sobre todo, el enorme desembolso monetario que tuvo que hacer para sus regalos de cumpleaños; sucedido apenas casi un mes atrás.
Por otra parte, también existía la posibilidad de que la caja estuviera llena de elementos de relleno que no fueran regalos destinados a ella. Claro que, conociendo a Henry y su excesivo detallismo con ella, esa era la posibilidad más remota.
Como Sarah parecía decidida a abrir la caja por su propia voluntad e iniciativa, a Henry no le quedó más remedio que hacerlo a él… para sacer otra caja aún más pequeña; esta vez abierta.
-          Te burlas de mí – dijo, desganada al descubrir la otra caja.
-          Mete la mano – le pidió él, ignorando su disgusto en ascenso.
-          Me parece que no – respondió ella, negando con la cabeza.
-          Mete la mano – insistió.
Resignada, Sarah hizo lo que le pidió y descubrió que en el interior del pequeño contenedor había dos cosas al menos; un paquete de cumpleaños, según comprobó con el crujido del papel que le envolvía y… algo más pequeño de forma cilíndrica y desconcertante para el buen funcionamiento de su mente; que fue el que se decidió finalmente a sacar. Cuando lo hizo descubrió que la forma cilíndrica que había palpado en el interior de la caja se correspondía con un tubo cilíndrico dividido en tres partes.
-          ¿Y esto? – preguntó ella, desconcertada.
-          Eso es tu petardo de Navidad[5] - explicó. – Y ahora vamos a tirar para ver quién de los dos se queda con los regalos del interior de la caja – explicó.
Siguiendo indicaciones de Henry, junto realizaron esta típica tradición navideña y agarraron un extremo del petardo. Henry contó hasta tres y cada uno tiró hacia un lado. Obviamente, y como el objetivo era que Sarah pasase una Navidad inolvidable, apenas ejerció esfuerzo y presión y por tanto, ella resultó ganadora al llevarse el trozo más grande.
Lo que ella desconocía era que al tirar y romperse, el petardo hacía un ruido seco gracias a la pequeña cantidad de pólvora que llevaban en su interior. Sarah se asustó y tiró el petardo por encima de su cabeza como si de un animal peligroso se tratase, provocando con este hecho que las escasas cintas de tela de las que estaba relleno cayesen sobre su cabeza.
Otra cosa que aterrizó sobre sus manos fue un pequeño trozo de papel; el cual bastante curiosa por saber de qué se trataba abrió al instante:
Where do Kings keep their armies?
In their sleevies![6]
Era un chiste.
Y era tan malo, que no le quedó más remedio que reírse por compromiso; provocando que Henry sonriese a su vez.
-          Los primeros objetivos del petardo; que te asustases y rieses se han conseguido – dijo. – Ahora… falta conseguir tu bienestar… - añadió, mientras rebuscaba en el interior de la caja y sacaba una pequeña corona doblada hecha en papel y se la colocaba sobre la cabeza a Sarah. – Así te conviertes en una princesa por derecho esta noche y… - dijo, sacando el regalo de la caja y depositándoselo con suavidad sobre las manos, concluyó: - Como tal y tú misma dijiste antes, puedes abrir tus regalos de Navidad antes que nadie -.
Sarah se sentó sobre la cama y comenzó a desenvolver el regalo que Henry le había comprado. Cuando terminó, lo agarró con fuerza entre las manos y lo elevó para poder observarlo mejor; descubriendo con ello todos y cada uno de los detalles de la muñeca de trapo vestida como ella y que llevaba un estetoscopio colgado al cuello y un ejemplar en miniatura de The Chronichle abierto por la sección de Deportes.
-          Dijiste que nunca habías tenido una Navidad – explicó. – Por eso creí que lo más adecuado era empezar por el principio y el principio en este caso es una muñeca – añadió.
A Sarah, su representación de sí misma le encantó. Le gustó tanto que no pudo evitar que dos lágrimas de agradecimiento resbalaran por sus mejillas. Henry no podía haber acertad más con este regalo porque su ilusión desde pequeña había sido tener una muñeca de trapo a la que abrazar y cuidar como si de una hija suya se tratase. No obstante, eran tan caras y quedaban tan lejos de su alcance que nunca pudo tener una…hasta esa noche gracias a él. Podía parecer anacrónico y ser considerado como una tontería o un síntoma de locura visto y analizado desde fuera pero… a ella no le importó.
Estaba encantada con su pequeña Henrietta.
Sonrió y dio un beso en los labios a Henry antes de decir:
-          Me toca –
Y escabullirse delante de sus narices y escapar de sus brazos antes de que le diese tiempo a reaccionar; impidiendo que fuera a por su regalo de Navidad. Apenas un instante después regresó y, como él había hecho antes, depositó su paquete encima de sus manos; ignorando su cara de enfado en grado sumo.
-          Te dije que no me compraras nada – le recordó con el ceño fruncido.
-          ¿No te parece perfecto entonces la buena pareja que hacemos? – le preguntó ella divertida. – Los dos igual de desobedientes – añadió.
Con igual lentitud que Sarah antes Henry abrió su regalo, pero no por querer ser delicado y no romper demasiado el papel de regalo que lo envolvía, sino porque le gustaba recrearse mientras maldecía una y otra vez la estupidez de la acción de Sarah. Aún así, acabó por terminar de desenvolverlo y no pufo evitar abrir la boca sobremanera por la sorpresa mayúscula que le provocó el regalo que contenía.
-          ¡Guau! – exclamó para enfatizarlo aún más. - ¿Me has…? – inició inseguro. - ¿Me has comprado una chaqueta? – consiguió preguntar.
-          No – dijo negando con la cabeza. – Me he comprado una chaqueta – añadió, arrebatándosela de las manos, para su desilusión. – Pero he hecho que te arreglen y cosan la tuya – concluyó, entregándole su chaqueta con las dos H bordadas con hilos de plata en mucho mejor estado de cómo se la entregó la primera vez que se la prestó
-          Gracias – dijo él besándola nuevamente en los labios. – Es mi chaqueta de suerte – explicó. – Y hablando de chaquetas… - inició. – Ponte y estrena la tuya porque nos vamos – concluyó, poniéndose en pie para colocársela por encima.
-          ¿Otra vez vamos a empezar? – preguntó ella enfadada.
-          No vamos a empezar porque no hay nada que iniciar – explicó él, tranquilamente. – Ya nos hemos dado los regalos de Navidad y tal y como te he explicado antes, nos vamos para que puedas descansar y pasar una buena noche en el bloque de apartamentos de miss Anchor – concluyó.
-          Pero yo no quiero irme y dejarte aquí solo en una noche como ésta – explicó ella con deje lastimero.
-          ¿Es que no entiendes que todo está mal? – preguntó, exasperado y bufando mientras volvía a sentarse en la cama frente a ella para hacerle entender su punto de vista.
-          ¿Qué todo está mal? – preguntó ella sin entender.
Henry suspiró y explicó:
-          Mi intención era que pasases una noche de Nochebuena típica, tranquila y como Dios manda para que te llevases recuerdos agradables y pudieses recordarla durante toda tu vida. – Pero está claro que estando a mi lado y con el trabajo que tengo eso es imposible y en su lugar esta noche se ha convertido en algo para olvidar – se quejó y protestó.
-          ¿Qué tonterías estás diciendo Henry? – preguntó ella sin entender. – Pero ¡claro que será una noche que jamás voy a olvidar! – exclamó. - ¡Y para bien! – apostilló, para despejar dudas. Henry la miró extrañado y sin comprender muy bien el significado de esa retahíla de palabras; por lo que Sarah se lo explicó con todo lujo de detalles: - He probado y degustado la cena más deliciosa y sustanciosa de toda mi vida, he conocido al único de tus hermanos al que probablemente le caiga bien, he recibido una muñeca como regalo de Navidad cumpliendo así uno de mis sueños de niña y…he salvado una vida esta noche – enumeró. – Si esto no es una noche perfecta e inolvidable, no sé qué podría ser – dejó caer. – Créeme Henry cuando te digo que no hay nada que pueda mejorarla – aseguró antes de besarle en los labios para intentar acallar sus ganas de réplica con esa acción.
No funcionó porque enseguida dijo, horrorizado:
-          Pero… ¡has tenido que besar a mi hermano! –
-          ¿Por salvar su vida? – rebatió, con tono interrogativo. – Con gusto lo haría – aseguró. – Y no una, sino mil veces más – concluyó, con firmeza.
-          Y… ¡vas sin ropa interior! – le acusó.
-          Un mal menor comparado con el resultado – dijo, para quitarle importancia.
-          ¡Apenas llevas ropa! – exclamó, señalando lo evidente. - ¡Podrías caer enferma! – añadió, preocupado.
-          Henry por favor, no me mates antes de morirme – le pidió. – Preocúpate de mi salud cuando esté realmente enferma – rectificó sus palabras antes el gesto de horror que reflejó la cara de su novio. – Además, ¿no es una suerte que seas médico? – le preguntó dubitativa, con una sonrisa forzada para quitarle importancia al giro que estaba tomando la conversación.
-          No – gruñó. – No me gusta que vayas de esa manera porque distingo perfectamente tus pezones erectos por el frío debajo de la poca ropa que llevas y está causando estragos en mi cerebro – confesó, con la voz algo ronca al final de la frase mientras agachaba la cabeza y evitaba mirarle más.
Sarah miró hacia sus pechos y comprobó avergonzada cómo, el frío que sentía en la calle y sobre todo ahora, el cambio brusco de temperatura hacia el calor del interior del salón de Henry habían hecho que éste se manifestase no solo en el más que seguro rubor de sus mejillas, sino, como bien había dicho Henry en esa precisa parte de su anatomía.
Al igual que él, también agachó la cabeza y permaneció en silencio. Cuando lo hizo, miró sin querer a la pierna de su novio y descubrió con extrañeza y un ligero grado de satisfacción, lo abultada y perfectamente distinguible pese a la ropa que también tenía él esa parte de su anatomía.
Y una idea tentadora cruzó por su mente.
-          Henry… - inició con voz temerosa.
-          No lo digas – le advirtió él, señalándola con el dedo índice y a punto de metérselo en el ojo al no querer mirarla a la cara.
-          ¿Recuerdas que antes te dije que no habría nada que pudiera hacer esta noche más perfecta? – le preguntó. – Te mentí – añadió.
-          La intervención de Junior te ha afectado a la cabeza y no sabes lo que estás diciendo – le dijo él, mirándole a la cara e intentando refrenar su deseo por ella.
-          Te deseo – dijo ella y llevó la mano de él justo a su pecho para que notase cómo se estremecía ante su contacto y el ritmo de  los latidos de su corazón se disparaban por este hecho.
-          Park… - le advirtió él, casi sin resistencia.
-          Esta noche soy una princesa ¿recuerdas? – le preguntó divertida, utilizando sus palabras. - ¿Quieres hacer de ésta una noche inolvidable? – le retó, aguantando la mirada.
-          Park – dijo con un suspiro y la voz nuevamente ronca de deseo. – Sabes tan bien como yo que te estoy rechazando a propósito porque te quiero y te respeto pero… esta noche no soy muy dueño de mí y esta es tu última oportunidad para negarte porque una vez que empiece no me detendré hasta hacerte el amor y tenerte en cuerpo y alma – le advirtió sin dejar de mirarle a los ojos y estudiando las reacciones que se iban manifestando en su rostro a medida que pronunciaba estas palabras.
-          Bien – dijo ella tranquilamente y esbozando apenas una sonrisa. – Hazme el amor, Henry Harper – añadió, antes de inclinarse sobre él para besarle en los labios y con esta acción, concederle todo el permiso que él necesitaba.
Con estas palabras, la parte racional de cerebro de Henry dejó de funcionar y la que se movía por impulsos y pasiones (la cual era también la que le gobernaba en sus combates de boxeo) tomó posesión de la situación.
Poco tardó Henry en conseguir tumbar a Sarah sobre el mullido colchón de su cama mientras devoraba su boca con hambrientos besos de necesidad.
Sabía que estaba yendo demasiado deprisa y que estaba siendo demasiado brusco concediéndole apenas escasos instantes paa tomar bocanadas de aire entre beso y beso pero…no pensaba.
La deseaba demasiado.
Eran más de tres meses de deseo y necesidad por ella desde aquella primera erección que tuvo al verla la noche en que la conocía.
La quería desnuda bajo él cuanto antes y el resto no importaba.
Además, parecía que a Sarah tampoco le importaba demasiado esta mínima brusquedad; a juzgar por los mínimos gemidos que escapaban de su boca. Precisamente fue uno de esos gemidos el que le dio el espaldarazo a Henry para comenzar a desnudarla.
Por ello, y pese a que estaba tumbada bajo él y con la espalda apoyada por completo en el colchón, consiguió aventurar dos dedos con los que comenzó a desabrocharle los botones de la parte trasera del vestido. Una acción que le llevó mucho más tiempo del esperado, sobre todo porque toda su concentración quedaba reducida a cenizas cuando escuchaba las súplicas pidiendo más y los gimoteos de Sarah.
Aún así y no obstante, vio cumplido su propósito y por ello, detuvo su oleada frenética, urgente y eufórica para degustar y saborear este instante. Momento que sin duda quedaría grabado para siempre en su memoria.
Fue este motivo por el cual cuando comenzó a besarla por segunda vez, en esta ocasión lo hizo de forma mucho más lenta y suave, aunque no por ello menos pasional. Mientras sus lenguas jugueteaban y se enroscaban, disfrutando de la novedad de la exploración y saboreándose con lentitud; como se debe hacer con los buenos vinos. Henry con las manos temblorosas por la excitación pero sobre todo por el nerviosismo para que todo saliera perfecto, agarró la tela del cuello del vestido de Sarah y poco a poco comenzó a bajarlo.
No obstante, preocupado porque pudiese coger frío o que en cualquier momento se asustase por lo que iban a hacer, Henry decidió que la mejor manera de relajarla fue trazando un reguero de besos por las zonas de su cuerpo a medida que el vestido descendía.
Así, abandonó su exquisita y carnosa boca para detenerse y lamer con su lengua el lateral de su cuello, erizando con esta acción el escaso vello que Sarah tenía en esta zona de su anatomía. En realidad esto no era más que una estratagema para morder con suavidad la zona de su omóplato y dejarle una nueva marca esta vez no visible a ojos del público que le recordase este momento y esta noche cada vez que lo mirase.
Tras eso, bajó aún más el vestido y lo detuvo a propósito justo antes de llegar a la zona de sus pezones. Ahí se concentró en dejar un reguero de besos en el inicio de su canalillo y sobre todo trazando la línea de frontera entre su desnudez y sus vestiduras. Henry podría haberse pasado ahí toda la noche, sobre todo porque esa era justo la zona donde  Sarah se echaba perfume de canela, el cual pese a ser dulzón, lo encontraba sorprendentemente erógeno y enardecía sus sentidos.
-          Henry por favor… - suplicó Sarah.
No hizo falta que Sarah dijera nada más, Henry (algo más brusco que hasta entonces) descendió aún más el vestido de terciopelo de Sarah hasta salvar el escollo de sus pechos y situarlos justo por debajo de ellos. En ese momento, se incorporó ligeramente y sonrió con satisfacción ante la visión que tenía ante él; no ya por los senos de Sarah, los cuales por fin veía sin tela que lo obstaculizase, sino por la expresión ruborizada a la par que encantada que Sarah tenía en el rostro en ese momento.
Una expresión que aumentaría en breves porque Henry descendió y dirigió su boca con decisión hacia los senos y los enhiestos pezones de Sarah; los cuales se moría de ganas por saborear y deleitarse después de toda una noche evitando contemplarlos fijamente para que ella no se diera cuenta de su estado de semitransparencia y cuya contemplación le había dejado sin palabras y había superado sus expectativas con creces.
Sarah; quien no creía que el placer de sentir la mordedura de Henry marcándola como suya de manera privada, pudiese aumentar reprimía los gritos que morían por salir de su garganta y los convertía en gemidos. Eso sí, no dejó de retorcerse bajo el poderoso cuerpo de Henry, agarrándole con fuerza la cabeza y acercando su cabeza para que profundizase esta acción que no sabía por qué pero la estaba volviendo loca y sobre todo, para ser consciente en todo momento de la erección que tenía en la entrepierna y con la que la acción de rozarse contra ella.
-          Henry por favor – pidió suplicante para que continuarse descendiendo pues según descendía el hormigueo de su bajo vientre y la sensación cálida de esta zona aumentaban.
-          ¿Qué? – preguntó susurrante junto a su boca tras besarle en los labios, provocando que abriera los ojos y le mirase para ver su sonrisa lobuna. – Solo estoy siendo un caballero y saludando efusivamente a unos amigos a los que me moría de ganas de ver – dijo de forma inocente.
-          Henry… - repitió.
-          Me encanta escuchar cómo pronuncias mi nombre excitada – le dijo. – Pero no te preocupes, no dejaré que tengas tu primer orgasmo tan pronto – aseguró. – No al menos hasta que estés desnuda del todo  - le sususrró seductor.
Y estas palabras provocaron que Sarah enrojeciese hasta la punta de la nariz, antes de que volviera a perderse en el mundo del placer y las brumas cuando Henry retomó su actividad y regresó a sus pechos.
“Ella tiene razón” pensó con fastidio cuando apenas llevaba cinco minutos más de exploración intensiva del tronco superior.
Debía dejar sus senos y retomar más tarde su disfrute y degustación, como su de un buen vino se tratase porque estaba a punto de tener su primer orgasmo. Lo sentía, vistos y oídos los cada vez menores interludios entre gemidos gritos y súplicas. Y lo que era aún peor, él también estaba a punto de irse, sobre todo desde que en un arranque de audacia Sarah le hubiese aprisionado con las piernas para rozarse contra él con total libertad y ninguna impunidad.
El siguiente paso del descenso del vestido lo situó justo por debajo de su ombligo y ahí solo trazó el recorrido con su lengua haciendo eses. Después lo descendió hasta por debajo de sus caderas y en apenas un par de pasos rápidos, liberó sus piernas alzándolas por el hueco y lanzó el vestido a los pies de la cama.
-          ¿Ves como era buena idea que no llevase camisón como ropa interior? – le preguntó, sonriente.
-          ¿Ves como ha sido una buena idea que te diera los regalos en mi habitación? – rebatió él, sonriente y depositando un beso sobre su rizo mientras le acariciaba la cara interna de los muslos.
-          ¡Ay Dios! – exclamó Sarah sin fuerzas mientras entrecerraba los ojos y suspiraba mientras notaba cómo toda la tensión y las ganas de golpear a Henry con fuerza por no concluir lo que había empezado desparecían en ese momento, en el cual se  sentía en la gloria aunque no completamente satisfecha.
Henry había visto en numerosas ocasiones cómo las mujeres tenían orgasmos mientras compartían momentos de cama o simplemente se acostaban, pero ninguno le había impactado ni le había calado tan hondo como el que acababa de presenciar.
Quizás porque era la primera vez que contemplaba cómo la mujer que amaba se derretía con sus caricias o, quiso creer que había sido por la manera en que había visto cómo la contemplaba en su total, perfecta y celestial desnudez; carente de cicatrices, tatuajes o marcas que revelasen su condición humana.
Sarah era una obra de arte digna de ser contemplada.
Y él estaba seguro de que jamás se cansaría de contemplarle de esta manera.
Envalentonado por este pensamiento y deseoso de hacerle el amor con toda la ternura y delicadeza que ella merecía, Henry no tardó nada en desabrocharse y quitarse la camisa; para que los pantalones y las calzas siguieran su mismo camino y así estar igual de desnudo que Sarah.
Debió de hacerlo muy rápido porque cuando Sarah volvió a abrir los ojos para darle las gracias a Henry por proporcionarle el estado de embriaguez pese a no haber probado el alcohol en el que se hallaba en ese momento, se sorprendió bastante al verlo de esa manera.
Tanto, que se quedó boquiabierta y sin palabras mientras que se incorporaba sintiendo cómo nuevamente y poco a poco, la mera visión de un cuerpo tan musculoso y definido como el de Henry, volvía a excitarla. No obstante, no pudo evitar menospreciarse y avergonzarse de su propia figura al comparar uno y otro. Hasta tal grado, que una arruga surcó su frente mientras se decidía a atreverse o no por tocarle.
-          ¿No me digas que eres de esas mujeres a  las que debes decirle que son hermosas para creérselo? – preguntó dubitativo, aunque sonriente. Sarah agachó aún más la cabeza y dejó que el cabello le tapase el rostro. - ¡Eh! – dijo él, impidiendo que lo hiciese y elevándole nuevamente la cara. – No lo hagas Park porque eres hermosa – añadió. – Eres la mujer más guapa que he visto sobre la faz de la tierra y parte del territorio celestial porque te aseguro que para mí tú eres celestial – aseguró. – Celestial y divina – enfatizó.
-          Los ángeles no pueden tocar a los humanos – rebatió ella, envalentonada e inmensamente agradecida ante las palabras de Henry; que fueron un subidón en su autoestima.
-          Pues es lástima – se quejó. – Porque nada me gustaría más que me tocases – añadió. – Fíjate como estoy sin que tus manos se hayan acercado a mí – dijo, señalando su erección. – Imagina lo que hubiera pasado si me acariciases mínimamente – dejó caer, sabedor que había picado su curiosidad.
-          ¿P…puedo? – preguntó, temerosa y tragando saliva por los nervios, colocándose un mechón de cabello por detrás de la oreja.
-          Debes – aseguró él, llevando la mano a su pecho para que lo acariciase.
Y Sarah, apenas diestra en el arte de la seducción, se limitó a repetir las acciones que había realizado con anterioridad, trazando líneas con los dedos y surcando el relieve del tatuaje de cruz celta que Henry llevaba en su pecho.
-          Incluso puedes besarme también – susurró Henry mientras se dejaba hacer.
Sarah levantó la cabeza y asintió vigorosamente porque esa era una acción que le apetecía realizar. Así pues, sonriente dirigió sus labios hacia su pecho y…cualquier intento de beso seductor fue pura casualidad porque en realidad lo que sucedió fue que su beso se convirtió en un sonoro beso; mucho más parecido al del agradecimiento entre amigos que al de la seducción; como había previsto.
Un beso que había sido justo a la altura de la tetilla de Henry sí, pero que olvidó en el mismo instante en que fracasó su intento de seducción. A Henry ese intento de audacia por su parte le pareció adorable en su estrepitoso fracaso y de hecho, estaba conteniendo las ganas de reírse ante la situación. Sin embargo, se ayudó de todo su autocontrol para no hacerlo pues estaba realmente excitado y deseaba concluir lo que juntos habían empezado. Más ahora cuando se veía incapaz de detenerse.
Horrorizada y avergonzada a partes iguales pues era consciente de que su gesto le había dado risa a Henry, decidió apartar su cabeza de su torso y encararle. Con tan mala suerte que apoyó sus manos sobre los testículos; provocando gestos de dolor en él y de inclasificable sentimiento en su parte. Sobre todo cuando descubrió hipnotizaba cómo el pene de Henry reaccionó ante su toque y cuando descubrió que lo que salió de la boca de éste no había sido un gemido de dolor sino un grito estrangulado de deseo.
Deseo que seguía patente en la manera en la que le estaba mirando.
-          Me encantará descubrir tu faceta táctil pero…será otro día – aseguró.
-          Pero… - inició su protesta. Sin embargo, no pudo concluirla porque Henry la devoró con la boca y sin tocarla, volvió a tumbarla sobre el colchón mientras su mano ascendía el muslo, trazó la curva del trasero con dos dedos y alcanzó la cara interna del mismo hasta llegar a los húmedos y rizados pliegues de Sarah para introducir poco a poco, temeroso de herirla, un dedo. - ¡Dios! – exclamó gimiendo elevando la mirada al techo.
-          Dios… - consiguió decir Sarah con voz pesada una vez superó el momento de tensión provocado por ser perfectamente consciente de lo que Henry había hecho.
-          ¿Dios? – preguntó él, enarcando una ceja.
-          Sí… - dijo ella.
-          ¿Dios qué? – exigió saber mientras jugueteaba de nuevo con su lengua.
-          Más – pidió con los ojos cerrados y retorciéndose bajo él.
-          Estás tan excitada de nuevo – dijo, trazando un reguero de besos bajo su mandíbula. – Si lo hubiera sabido, no te hubiera hecho esperar tanto – aseguró antes de besarla nuevamente en los labios.
Un instante; eterno para Sarah, sucedió, y nada había sucedido.
“¿No se supone que este tipo de palabras son las que se dicen antes de prepararte para… eso?” se preguntó, confusa ante la escasez de conocimientos que tenía en ese ámbito de su vida.
-          Park, mírame – dijo Henry; quien estaba más nervioso y excitado que nunca en su vida.
Tras mucho dudarlo, Sarah alzó los ojos hacia él, pensando que ese sería el momento en que se negaría y le diría que no “por tenerle demasiado respeto”
“Pues si esa es tu excusa Henry Harper ¡vas listo!” exclamó Sarah decidida.  “Esta noche voy a hacer el amor contigo sí o sí” añadió.
Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió los azules ojos de Henry con una multitud de sentimientos reflejados en ellos: había decisión, pero también deseo, ternura y sobre todo ¿miedo?
Por si tenía algún tipo de duda acerca de esto, Sarah asintió de forma casi imperceptible y esa fue la señal que Henry necesitó para descender la cabeza mientras sus labios volvían nuevamente a los de ella.
Justo después su cuerpo se tensó ligeramente hasta empujar muy lentamente para penetrarla muy despacio, intentando causarle el menor dolor posible.
Sarah sintió….incomodidad al sentirlo la primera vez dentro de ella. Sin embargo, cuando se retiró y volvió a penetrarla de nuevo, sintió dolor pese  a que también fue lento pero seguro y por ello se mordió los labios y volvió a cerrar los ojos.
-          Mírame, Park – repitió con suavidad y su voz le pareció a Sarah como una tierna caricia. Por eso, obedeció.
Con esta acción silenciosa, Sarah había depositado toda su confianza en él y no pensaba defraudarla o decepcionarla por él. Decidido, entrelazó sus diez dedos con los de ella y le dijo:
-          Te juro por mi vida que nunca jamás te haré daño a propósito – antes de besarla en los labios mientras volvía a penetrarla.
“A la tercera va la vencida” pensó Sarah, maravillada ante la embriagadora sensación que estaba sintiendo en ese momento e incapaz de soltar un pequeño gritito de placer.
Totalmente relajada, y sintiendo que ardía por dentro, los movimientos de ambos cuerpos fueron haciéndose más rítmicos y ambos, repentinamente ansiosos el uno del otro e incapaces de saciarse de esta nueva sensación.
-          Te quiero Park – dijo Henry mientras la besaba y trazaba caminos con sus labios por el cuello, deteniéndose justo en la marca que antes le había hecho mientras ella arqueaba la espalda para facilitarle mucho más las cosas.
-          Te quiero… - suspiró ella también. – Henry – añadió. Y cuando pronunció su nombre, Henry incrementó la velocidad de sus movimientos hasta que se volvieron más rígidos, antes de penetrarla por última vez y dejarse ir en su interior mientras gemía y se estremecía sobre ella.
Tras unos minutos de intenso silencio en los que aprovecharon para taparse con las sábanas y mantas, se relajasen y que sus respiraciones se volviesen más lentas, Henry se revolvió ligeramente y comenzó a tantear con la mano el suelo de la zona de la cama en la que se había tumbado hasta que dio con lo que andaba buscando.
Después, indicó con un gesto de la mano a Sarah que se levantara.
Una Sarah que, extrañada siguió sus instrucciones y se alzó. Eso sí, se tapó los senos con la sábana. Una cosa es que acabaran de hacer el amor y le hubiesen encantado especialmente es aparte de su anatomía y otra cosa es que los mostrase libremente sin venir a cuento.
-          Me encanta que seas tímida pese a que acabo de verte desnuda y me encante tu cuerpo – dijo, besándole el pelo; muy orgulloso de ella ante su ingenuidad. Acto seguido, agarró su bufanda y la enrolló alrededor de su cuello.
-          Henry pero ¿qué? – preguntó sin entender.
-          No pienso dejar que caigas enferma o que pases frío esta noche – aseguró él.
-          ¿Crees que voy a pasar frío esta noche con el calor que emana tu cuerpo? – preguntó ella, incrédula.
-          Prefiero no arriesgarme – agregó para tener la conciencia más tranquila antes de agarrarla por el brazo y tumbarla junto a él en la cama.
-          Buenas noches Henry – dijo ella, sonriente.
-          Park… - inició dubitativo. - ¿Sabes que significa esto? – le preguntó.
-          ¿Qué quieres decir? – preguntó alzando el rostro hacia él.
-          Eres la primera mujer con la que he deseado hacer el amor – explicó. – Soy tuyo – añadió, besando los nudillos de su mano.
-          Henry, eres el primer y único hombre con el que he hecho el amor – respondió ella a su declaración. – Yo también soy tuya – añadió, antes de volver a cerrar los ojos y dormir; repentinamente exhausta.
Solo tras escuchar sus palabras, Henry la imitó y apoyó la cabeza sobre la almohada. Eso sí, con el rostro girado hacia Sarah. Pero no fue hasta que se cercioró que estaba completamente dormida, cuando se relajó por completo, la abrazó y atrajo hacia él por debajo de las sábanas y cerró los ojos; permitiéndose soñar por una noche en lo maravillosa que era su vida.
Justo en el preciso instante en que Henry cerraba los ojos, venía al mundo la pequeña Noelle MacReed; segundo vástago del matrimonio formado por Evan y Katherine MacReed; los duques de Blairgwyn.



[1] Personaje histórico real.
[2] Medía 1’88 metros frente al 1’80 de Henry y pesaba 91 kilos frente a los 81 de Henry.
[3] Boxing Day: O día de las cajas. Es una tradición típica navideña británica que tiene lugar el día después de Navidad por lo que su mención aquí en una Nota de la Autora en licencia artística y se remonta a la Edad Media, cuando los nobles entregaban a sus siervos cajas con comida y frutas.
[4] Dato histórico real; la familia real británica siempre abre sus regalos de Navidad el día de Nochebuena y no el de Navidad, como el resto de personas.
[5] Petardo de Navidad: Una de las tradiciones típicas navideñas británicas son los petardos de Navidad. Tubos cilíndricos con forma de caramelo que se colocan uno por comensal en las mesas británicas. Al principio o al final de la comida se forma un círculo y todos los comensales deben tener agarrado un extremo en cada mano y tirar tras contar tres. Los crackers se rompen con un sonido seco debido a la pequeña parte de pólvora que contienen y cae el contenido de su interior: una corona de papel, un chiste malísimo o un regalo.
[6] Traducción: ¿Dónde guardan los reyes sus ejércitos?/ En sus mangasiiiiiis
Explicación: La palabra ejércitos suena exactamente igual que la palabra brazos, solo que ésta se dice con una –i larga entre la -m y la –s.
Por tanto, si continuamos con la misma dinámica durante en chiste; el plural de –sleeves  (mangas) debería ser –sleevies; quedando de la siguiente manera:
-          ¿Dónde guardan los reyes su brazosis? – En sus mangasiisss

jueves, 16 de mayo de 2013

Amor a golpes capítulo 28

CAPÍTILO XXVIII
Nochebuena
Al igual que sucedía con su cumpleaños, a Sarah Parker no solían entusiasmarle las fiestas navideñas. Pero esta vez tenía una excusa perfectamente comprensible a cualquiera que se interesase por conocerla: dado que nunca había tenido padres (al menos que recordase con total claridad) no había podido disfrutar de una cena de Nochebuena íntima o familiar.
Ni siquiera cuando se trasladó a vivir al bloque de apartamentos de miss Anchor había podido hacerlo; básicamente porque en esas fechas solían tener el triple de trabajo que en todo el año. Y dado que no cerraban el día de Navidad (no podían permitirse ese lujo), las únicas noches de Nochebuena que Sarah recordaba eran como una noche más; bueno, diferentes en el sentido de que arrastraba un intenso dolor de espalda y un agotamiento absoluto durante los tres días siguientes y que desayunaban galletas con forma de muñequito de jengibre mientras daban cabezazos en la cocina de la pastelería de miss Anchor. Y por tanto, se pasaban buena tarde del día de Navidad durmiendo y se olvidaban de la entrega de regalos hasta el día de Año Nuevo.
Así que para las chicas de miss Anchor, realmente la Navidad se celebraba el día uno de enero.
Quizás ese fuera el motivo de que todas anduvieran tan despistadas siempre en lo que al día del año se refería…
Ese era el motivo de la negativa inicial a pasar una Nochebuena a como lo había hecho durante Henry se lo propuso. De entrada, se sorprendió que le propusiera a ella pasar una noche tan especial y familiar en vez de con sus parientes. Acto seguido se negó encarecidamente y en un soberano no rotundo a que escogiera ese momento, día y lugar precisos para presentársela a la familia. Aún no estaba preparada para enfrentarse a Rosamund. Y probablemente no lo estaría nunca.
No obstante, a Henry  no le quedó más remedio que explicarle que desde hacía seis años él no era invitado a las cenas familiares y cenaba solo. Eso cuando cenaba, ya que las urgencias y los casos en barrios tan peligrosos como aquellos parecían no descansar nunca. Es más, se multiplicaban en noches como esa.
Henry era un solitario como ella en fiestas tan señaladas como las que eran e inexplicablemente, le encantaba el ambiente navideño que se respiraba en las calles de Londres.
Eso le dio que reflexionar y decidió que daría su brazo a torcer y que compartiría una noche familiar de Nochebuena si miss Anchor le concedía permiso para no ayudarla; por supuesto. En tal caso, tendría su primera cena de San Valentín el 25 de diciembre. Y ella estaría aún más perdida dentro de la cronología del calendario.
No hizo falta ni siquiera que se lo plantease. Ella misma se lo sugirió un par de días antes del propio día de Nochebuena. Para su sorpresa mayúscula, cuando pensó que nuevamente Henry se le había adelantado  y había dado cosas por supuestas sin contar con ella, miss Anchor le comentó que había pensado que como Eden y ella eran las más jóvenes del lugar y como Eden había recibido la visita inesperada de su primo paterno, el también sacerdote Albert para invitarla a cenar con él en la parroquia, lo más lógico y justo era que ahora que su primo Henry por fin había dado con ella, tras años de infructuosa búsqueda, cenase con su familia en las fechas más indicadas para hacerlo.
La primera reacción de Sarah fue la incredulidad; a la que más tarde se le unió la risa, seguidamente se indignó por la cara dura de Eden y Albert al copiarles la mentira de los primos (aunque lo de la parroquia y lo del cura fuesen ciertos) y por último, maldijo lo crédula, confiada y tonta de tan buena que podía llegar a ser miss Anchor.
No le gustaba que se burlasen de quien ella consideraba y quería como una madre.
De ninguna de las maneras.
Y después de todo ese torrente de emociones, se sintió feliz y…bastante curiosa acerca de lo que sucedería en una noche de Nochebuena habitual
Tan curiosa, relajada y feliz ante la nueva perspectiva que se le iba a plantear al respecto el día 24, que no fue hasta que vio a Eden cargada con bolsas llenas de comida y avituallamientos varios ese mismo día, no se acordó de las cosas que tenía que comprar.
A ver, no era que se le hubiera olvidado que en la noche de Nochebuena se entregaban e intercambiaban regalos (aunque ella había pedido encarecido a Henry que no le regalase nada más). De hecho, en cuanto la dejó en la puerta de su bloque de apartamentos el día en que conoció a Lauren Sunbright, fue corriendo a comprárselo (o más bien, a encargárselo). Pero en ningún momento pensó en el resto de cosas que tenía que haber comprado. Objetos como comida por ejemplo.
Y tampoco Henry se había encargado de recordárselo en ninguno de los instantes en que había estado a su lado atendiendo urgencias con él. Temiendo que también lo hubiera olvidado por un sobreexceso de trabajo, salió corriendo hacia su casa para informarle de su peculiar y más que probable situación nocturna cuando se lo encontró en su carrera cargado con bolsas de la compra y ella se sintió bastante estúpida por más que intentó disimularlo.
Así pues, con las mismas, y solo tras asegurarse de que había comprado algunos alimentos que le gustaban para la cena y de que estaban bien provistos (y por tanto no tendría que comprar nada) regresó a su casa.
Quizás fuera ese el motivo; la ausencia de cargar con otro paquete que no fuera el del regalo de Henry el que provocase que llegase a su casa y consultorio antes de la hora a la que habían quedado para cenar; a las ocho. Mucho más tarde de la hora de cenar habitual de ambos, pero lo habían decidido y establecido así previniendo unas consultas vespertinas de última hora.
Conocedora de que Henry nunca escuchaba la primera vez que llamaban a la puerta, repitió acción tres veces sin disminuir la intensidad de sus golpes en ninguna ocasión; es más, las incrementó. Como siempre, a la tercera fue la vencida.
Se abrió la puerta y…
Sarah elevó la cabeza a la misma que vez que descendía los escalones hacia atrás sin mirar al suelo.
Era cierto que había un hombre en la puerta.
Un hombre que era rubio.
Un hombre que era rubio y con ojos azules.
Un hombre rubio, de ojos azules que aunque atractivo no era Henry.
Y pese a que no era Henry, su cara le sonaba muchísimo y le era sorprendentemente familiar.
Ahora bien ¿quién era?
Por si acaso y para asegurarse de que no se había equivocado, miró el lateral de la fachada de la casa de Henry y comprobó que efectivamente, era el hogar y que ahí estaba la cruz roja que había hecho pintar para ayudar a las personas a identificarla y que no se confundieran de vivienda; tal y como le había sucedido a ella tantas y tantas veces en ocasiones anteriores.
-          No te has confundido Sarah – le dijo el desconocido. Sarah al escuchar su nombre, le miró con extrañeza y frunció el entrecejo: - Porque eres Sarah ¿verdad? – le preguntó, dubitativo.
La aludida asintió mientras pensaba confusa cómo era posible que ese hombre conociese su nombre cuando nunca habían hablado. Y entonces, una posibilidad remota al principio, aunque aumentando progresivamente y sobre todo cuando miró al interior de la casa de Henry.
Henry.
“¿Henry?” se preguntó confusa. “¿Es posible que Henry por fin se acuerde de mi nombre y me haya presentado con él en público a alguno de sus conocidos?” añadió, inmensamente feliz, aplaudiendo a rabiar mentalmente y esbozando una sonrisa de oreja a oreja en el rostro.
-          ¿Cómo lo sabes? – preguntó, alucinada.
-          ¡Oh no! – exclamó agitando la mano como si la saludase aunque en realidad estaba negándolo con este hecho. – No es que Henry me haya dicho cómo te llamas, lo he averiguado yo mismo – explicó. Sarah enarcó una ceja porque ahora sí que no tenía nada claro. Bueno sí, que este chico conocía a Henry. – Verás Henry me explicó que esta tarde vendría a cenar con él una chica que era su novia y que se llamaba no se qué empezando por la S – explicó - El nombre más extraño que había escuchado nunca – aclaró. – Parker, pero que siempre te llamaba Park y entonces recordé la regla de los nombres de Henry – concluyó.
-          ¿Henry tiene una regla de nombres? – preguntó ella.
-          Sí – respondió. – En realidad no es una regla, es un problema serio – explicó, preocupando a Sarah. – Es capaz de acordarse de los nombres de las personas a las que conoce sin ser de la familia y por eso se inventa nombres o motes que solo él utiliza – concluyó.
“Tiene sentido” pensó Sarah mientras asentía y entendía mucho mejor por qué esa extraña fijación de llamar Pitágoras a Christian cuando su nombre original era mucho más sencillo.
-          Aplicando esa regla al contrario, tu nombre debía ser uno de los más simples y no te ofendas por lo de simple porque quiero decir con eso que es de los más fáciles de recordar, que hubiera con la –s – continuó. – No hizo falta pensar mucho más para darse cuenta de que tu nombre era Sarah – concluyó su argumentación bastante satisfecho entre los aplausos de Sarah. – Así que… por favor, no te ofendas si continuamente está cambiándote de nombre porque no lo hace a propósito, le sale innato y además, tarde o temprano acabará llamándote por el original – aseguró. Sarah no estaba muy convencida de esto último e involuntariamente tuvo que reflejársele en el rostro porque a Joseph no le quedó más remedio que añadir: - No sé si conoces a Penélope Crawford…  - inició. Sarah asintió y él explicó algo más relajado ante la plena convicción de que ahora sí que le creería: - Henry estuvo llamando durante cuatro años Atalanta[1] a Penélope, pese a que sabía perfectamente cuál era su nombre –
-          ¿Atalanta? – preguntó extrañada Sarah mientras pensaba que no debía ser por parecido físico o de carácter. - ¿Por qué? – quiso saber.
-          Porque le sonaba a griego y era muy rimbombante – se inventó. - ¡Qué sé yo! – exclamó, encogiéndose de hombros. – Sin embargo, un buen día comenzó a llamarle Penélope y desde entonces no ha vuelto a equivocarse con ella – le contó. – Ten paciencia – volvió a pedirle.
Sarah asintió, aunque no pudo evitar desilusionarse ante la idea de que Henry no supiese su nombre y sobre todo, que tardara tanto tiempo en asociar nombre real con las personas que los ostentaban. No le resultaba nada agradable la perspectiva de esperar cuatro años y que estuvieran casados para que un día la llamase por su nombre. Esperaría un par de meses y comenzaría a meterle presión de manera nada sutil para que lo recordase.
“Un par de meses y no más” se recalcó con decisión, mentalmente.
-          ¡Madre mía! – exclamó el hombre en voz alta. – Pero ¿dónde están mis modales? – se preguntó en voz alta. – Si se entera Henry de que te he tenido esperando en la puerta tanto tiempo, me mata con uno de sus puños de boxeador – añadió. – Pasa, pasa – dijo, invitándola a entrar con gestos de las manos.
Ahora Sarah le miró insegura y nuevamente confusa.
¿Cómo sabía que Henry era boxeador cuando en teoría era un secreto?
¿Por qué la invitaba a pasar dentro como si del anfitrión se tratase?
Y lo más importante de todo ¿quién era?
-          ¡Uy! – exclamó soltando una risita. – Y luego digo yo de la cabeza de Henry cuando se me olvida presentarme… - dejó caer. – Soy Joseph, el hermano mayor de Henry – dijo, tendiéndole la mano.
“¿Joseph?” se preguntó con arrugas surcándole la frente. “¿Hermano de Henry?” añadió. “Pero… ¿cuántos hermanos tiene?” añadió, confusa.
Conocía personalmente a Henry por supuesto, a Rosamund por desgracia y había oído hablar del rebelde Junior y del autoritario jefe de los ocho de Bow Street Anthony pero ¿Joseph? ¡Nunca en su vida había escuchado hablar de Joseph!
-          Un hermano del que no habías oído hablar dada la expresión de tu rostro ahora mismo – añadió, mirándola. Sarah respondió negando con la cabeza, avergonzada. - ¡No te avergüences! Suele pasar – explicó, tomándola de la mano y obligándola a subir los escalones. – Soy el gemelo de Anthony; el primogénito de los Harper y el todopoderoso jefe de los ocho de Bow Street – añadió, con especial rin tin tin esta frase e imitando el gesto que su hermano realizaba al pronunciar esas palabras.
“¿Gemelos?” se preguntó. “¿Otra pareja de gemelos?” añadió, aún más confusa. “Pero… si no se parecen en nada físicamente” añadió. “¿No se supone que los gemelos eran idénticos?”  quiso saber.
-          Somos gemelos pero no idénticos, ni física ni psicológicamente – explicó. - ¡Gracias  Dios! – exclamó aliviado.
-          ¿Te ayudo en algo? – preguntó Sarah servicial y solícita.
-          ¡No! –exclamó. – Tranquila y siéntate – le ordenó. – Henry ya lo tenía todo dispuesto antes de que llegaras. Supongo que no hará falta que te diga que está atendiendo una urgencia de última hora ¿verdad? – le preguntó.  Sarah negó con la cabeza.- Así que he reducido el fuego del horno para que el pavo no esté chamuscado cuando regrese – explicó.
-          ¿Pavo? – preguntó, sorprendida porque el pavo no era especialmente barato. Y menos en esas fechas.
-          Es que Henry te quiere y no ha escatimado en gastos – explicó, mostrándole la decoración típicamente navideña con las velas, el muérdago y el acebo, las cintas rojas, el árbol con los regalos… Muestras de amor que debían haber costado una fortuna para conseguir su felicidad.
Sarah miró avergonzada hacia su regalo y lo consideró indigno ante tales muestras de amor. Eso sí, conocedora de que le sería útil y le gustaría lo apretó más contra ella.
-          En cierto modo es bueno que no esté porque así podemos ir conociéndonos mejor tú y yo, cuñadita – dijo sonriente y, la última palabra a mitad de camino entre el cariño y la burla. – Aunque en cierto modo, me siento bastante culpable por haber arruinado vuestros planes románticos para esta noche – añadió, al ser consciente de que el despliegue de medios respondía a un objetivo claramente romántico.
-          No has arruinado nada – mintió Sarah, condescendiente sin ser muy convincente en su argumento.
-          Henry me dijo que siempre intentabas sacar lo positivo de todas las cosas pues…¡quédate con esto! – exclamó. - ¡Vas a cenar con los dos hermanos desheredados Harper! – añadió, burlón.
-          ¿Desheredados? – preguntó, sentándose y tomando el vaso de té que le ofreció. - ¿Es que a ti también que ha tachado tu segundo nombre? – quiso saber. “¡Qué obsesión tiene este hombre por tachar nombres!” protestó, enfadada porque este hermano Harper también le había caído bien.
-          No – refunfuñó. – Pero ¡ojalá lo haga! – pidió elevando sus ojos al cielo. – De hecho, estoy haciendo méritos para que se anime a hacerlo y éste es mi último paso – explicó.
-          Eres consciente que no entiendo lo que dices en la mayoría de las ocasiones ¿verdad? – le preguntó. Y él asintió con una enorme sonrisa. - ¿Tan feo es como para qué quieras deshacerte de él? – quiso saber, comprensiva.
-          ¡Cómo se nota que solo tienes un nombre y te toca apechugar con él para siempre! – exclamó, riendo divertido y con algo de envidia por lo corriente del mismo. Suspiró y se presentó: – Mi nombre completo es  Joseph Achilinus -.
-          ¿Achilinus? – preguntó Sarah porque nunca había escuchad un nombre como ese antes.
-          Feo ¿verdad? – le preguntó, resignado. Sarah evitó dar su respuesta a sabiendas de lo desagradable que le parecía. – Si te preguntas de dónde viene, es el nombre de un santo[2] y hace referencia también al filósofos escolástico Tomás de Aquino[3], cuyas lecturas fueron las favoritas de mi madre en el embarazo – añadió. – No obstante si aún así continúa pareciéndote feo,  multiplícale el desdén inicial cuando descubrí que ese nombre no iba destinado para mí en un principio.
-          ¿Es que tus padres no supieron que iban a tener gemelos hasta el momento de tu nacimiento? – preguntó, confusa.
-          Exactamente Sarah – dijo asintiendo. - ¡Si ya dice Henry que eres muy inteligente! – exclamó.
-          ¿Henry dice eso? – preguntó colorada.
-          Sí, continuamente – explicó. – Pero volvamos a lo que no ocupa para que conozcas más en profundidad a tu futura familia política, mis pares creyeron que tendrían un único hijo varón: Anthony y por tanto iba a llamarse en un principio Anthony Achilinus Harper, iniciando así una dinámica de repetición de letras en los dos nombres de cada hijo. No obstante, nací yo con él di al traste con la dinámica y ahora sólo Henry cumple con el objetivo ya que el resto se llaman como sentimientos que enaltecen; excepto yo nuevamente – dijo con acritud.
-          ¿Por qué venir hoy aquí servirá para tener méritos y tachar tu segundo nombre? – pregunto Sarah.
-          Porque yo fui el único que protestó cuando no invitaron a Henry a la cena de hoy – explicó. – Bueno, Rosamund también – rectificó. – Pero ella es la niña de los ojos de papá. Simplemente no puede decir que no a la cena y tiene que estar allí por obligación – aclaró. – Eso sí, te aconsejo que si vas a pasar la noche con él, te marches pasada la hora del desayuno si no quieres que te descubra allí porque seguramente tengamos una comida navideña en su casa a la que nos invitará llevándonos a rastras – le advirtió.
-          ¿Solo vosotros dos? – preguntó ella enfadada. - ¿Y el otro dúo? – quiso saber.
-          Nuestra familia es muy especial desde que nuestra madre murió – explicó.
-          ¿Cómo era vuestra madre? – quiso saber para ver si coincidía con la imagen mental (escasa por otra parte debido a la falta de información de Henry) que se había creado de lady Clearance Sybill.
-          Una copia exacta física de Rosamund – explicó, con orgullo y cariño. – Entenderás ahora por qué es la niña de nuestros ojos – añadió. – Eso sí, en cuanto a comportamiento… totalmente opuestas. Mi madre era una apasionada por la filosofía y bastante activa intelectualmente. También era muy discreta y estaba  llena de cariño, dulzura y amor que compartir por todas partes y las personas a su alrededor – describió. – No es justo que ese dolor del pecho se la llevase siendo ella tan joven y sobre todo, nosotros tan pequeños –protestó. - ¿Te das cuenta de que no nos verá casado a ninguno? – le preguntó.- Perdona mi nostalgia, serán estas fechas que me recuerdan más a ella porque le encantaba la Navidad – recordó. - ¿Qué me habías preguntado? – se preguntó él a su vez. - ¡Ah sí! – exclamó. – Cada uno de nosotros se concentró en una cosa como método de sobrellevar y superar lo mejor que pudo el fallecimiento de nuestra madre. Anthony se concentró en sus obligaciones como futuro heredero del marquesado y en mi opinión, trasladó la injusta opinión que tenía con la muerte de nuestra madre a todo lo que ocurría a su alrededor y por eso, creo yo que ahí empezó su idea obsesa y fija de formar parte de los ocho de Bow Street. Pero no me hagas mucho caso, solo es uno de los pálpitos que la conexión mental gemelar en teoría debemos tener. Rosamund se volvió aún más masculina, desobediente y rebelde de lo que ya era y por eso, no quedó de otra que internarla en la escuela para señoritas de miss Carpet si queríamos que encontrase un marido que la tolerase. En cuanto a Junior… ahí comenzó su declive y sus primeros coqueteos con el alcohol y el tabaco; los cuales robaba a mi padre pese a tener solo diez años – concluyó.
-          ¿Y Henry? – preguntó, preocupada.
-          Henry – dijo mientras suspiraba. – Henry fue quien peor lo pasó pues era sin duda el favorito de nuestra madre, o sino, el que más horas pasaba con ella y de la nada, por una y otra razón, las dos mujeres más importantes de su vida desaparecieron de su vista – explicó. – Por eso creo que se volcó con nuestra hermana y que ese sea el motivo por el cual estaba siempre cerca de Rosamund y se muestre tan protector con ella- agregó – Yo creo que ahí empezó su afán y su gusto por las peleas, en defenderla. ¡Y cómo a nuestra niña no le gusta meterse en líos…! – exclamó para sí. – Pero es comprensible ya que al fin y al cabo es la única mujer permanente en su vida – reflexionó Bueno, hasta ahora – rectificó, mirándola comprensivo y con orgullo.
-          ¿Por qué no habláis nunca de vuestra madre? – pregunto, sin entender. – Si yo la hubiera conocido y tuviese unos recuerdos tan agradables de ella, sin duda que la tendría continuamente en la boca – apostilló, incapaz de entender tan variopintas reacciones.
-          Porque somos los Harper, Sarah – explicó. – Y si algo nos caracteriza aparte de ser tozudos como mulas es nuestro comportamiento reservado y misterioso los unos con los otros – añadió. – Con todos menos conmigo, que soy el confesor y paño de lágrimas oficial de la familia – concluyó, no sin cierto desdén.
-          O sea que eres como el confesor de la familia – concluyó.
-          ¿No te parece un giro caprichoso del destino que al final acabe ejerciendo la función de manera oficial de aquello a lo que renuncié como segundón familiar? – le preguntó.
-          ¿Quieres decir que estuviste a punto de…? - inició, suspicaz.
-          De ser sacerdote – concluyó él, mientras asentía. – Tal y como mandaba mi posición de hijo segundón – añadió. – Lo cierto es que hubo un enorme malentendido en ese sentido porque yo fui el único que me volqué en los libros para superar la muerte de mi madre. O mejor dicho, me volqué en sus libros – explicó. – Y como ya te he dicho antes, era una mujer excepcionalmente inquieta y activa intelectualmente. Sobre todo en el campo de la religión y el pensamiento. - Si estuviera viva, seguro que sería filósofa a día de hoy – aseguró. – El problema era que lo que yo utilicé como una manera de estar más cerca de mi madre, mi padre lo entendió como una llamada espiritual y a punto estuvo de pagar mis estudios universitarios de teología – dijo, con horror. – Afortunadamente, logré escapar y no los realicé al final – explicó, bastante aliviado.
-          Deberías haberlo hecho – sugirió Henry; quien había escuchado únicamente la última parte de la conversación entre ambos. – Tienes aspecto de sacerdote – aseguró.
Sarah miró a Henry e inevitablemente una sonrisa tonta de enamorada acudió a su rostro. Después miró a Joseph y negó con la cabeza. No. El sacerdocio; vista la animadversión que sentía por esta profesión, no era la más indicada para él, pero sí que tenía paciencia y sabía escuchar… por tanto y en su opinión, si hubiera una profesión en la que fuera posible dar consejos importantes para que otras personas lo tomasen como tal, estaba segura de que sin duda, ésa sería la de Joseph.
Incluso pensó que podría incluírsele en el periódico.
Si su relación con Christian hubiera seguido como siempre, se lo hubiera planteado para que éste se lo comunicase al editor. Desde luego sería una idea bastante novedosa.
Henry, aunque agotado ante esta urgencia inesperada de última hora, pronto se deshizo de éste y se concentró en hacer feliz Sarah y conseguir que la primera celebración de Nochebuena como tal fuera perfecta. Por eso, la besó apasionadamente delante de su hermano (quien se avergonzó sobremanera al ser espectador de gestos como este) y de inmediato, se hizo con el control de su horno y de su casa; ordenando y diciendo a sus invitados qué era exactamente lo que tenían que hacer.
Gracias a esto, pronto los tres estuvieron sentados a la mesa comiendo y bebiendo ponche de huevo. Incluso Sarah lo hizo, pese a que sabía que tenía alcohol (una bebida que había prometido no volver a probar jamás de forma voluntaria y consciente). Eso sí, en mucha menor medida que los hombres que la acompañaban.
Mientras deleitaba sus sentidos del gusto y del olfato con cada uno de los bocados, Sarah maldecía mentalmente a Henry; quien parecía hacerlo todo bien. No solo era un gran médico y un excelente profesor, sino que también era un diestro boxeador. Tan diestro que era el campeón de peso medio de Gran Bretaña, sino que encima era un cocinero de primera clase. Sarah no era mala en este terreno, pero en las pocas ocasiones que había podido delante de los fogones y hornos, sus “sencillos” guisos no habían quedado ni la mitad de exquisitos que el pavo y las patatas asadas a las hierbas que éste había cocinado con ayuda mínima de Joseph.
Afortunadamente, era plenamente consciente de que las galletas de jengibre que iban a tomar como postre no las había amasado y preparado él. Sobre todo porque había estado presente cuando las encargó a miss Anchor. Y tampoco era el autor del té; pues  lo estaba preparando Joseph, permitiéndoles un escaso momento de intimidad romántica en el que entrelazaron los dedos de sus manos; porque si esto hubiera sucedido, sería el acabose como persona para Sarah; inútil e incapaz ante el dechado de virtudes por el que Henry se componía.
Precisamente cuando Joseph traía la bandeja con las galletas y los correspondientes vasos de té, la jarra de leche, el azucarero y las cucharillas fue cuando sonaron los primeros golpes en la puerta.
Unos golpes inesperados y que causaron extrañeza en las tres personas que se hallaban en la sala. Una extrañeza que fue en aumento cuando volvieron a escucharlos por segunda vez en golpes de tres.
Henry de inmediato pensó en otra urgencia que atender y Sarah también fue por esos derroteros. No obstante, Joseph dijo en voz alta divertido, cuando éste se dirigía a abrir la puerta:
-          Apuesto a que es Rosamund, quien se ha hartado ya de lo aburrida que ha debido de ser la cena en casa de papá y viene a llevarnos a rastras a Savile Row para festejar como se merece y emborracharnos allí para que mañana no tengamos ninguna excusa que ponerle que explique nuestra negativa -.
Su hermano se volvió hacia él, devolviéndole la sonrisa en un momento que implicaba una intimidad y conocimiento fraternal que era del todo desconocido para Sarah. Una Sarah que únicamente había pensado en la posibilidad de la urgencia y no en la de la visita de Rosamund pero que, por otra pare era bastante lógica y razonable que ésta se produjese y por tanto se quedó paralizada y con una expresión de horror mayúsculo cruzando su rostro.
“Dios, si estás disponible pese a que es la noche en que se produce tu nacimiento y en algo me aprecias o me tienes un cariño mínimo, por favor que no sea Rosamund y que no me descubra hoy aquí” rogó, rezó y deseó con todas su fuerzas.
Sarah tuvo suerte. 
O bueno, suerte a medias porque, efectivamente, no era Rosamund quien apareció en el interior de la casa de Henry pasado un momento de máxima tensión sino Molly; una de las prostitutas de la calle Doorthmay.
-          ¡Henry! – exclamó ella inmensamente aliviada por hallarlo en su hogar y no fuera de casa.
-          ¿Molly? – preguntó él, extrañado.
Y Sarah resopló de manera perfectamente audible, haciendo ver son este gesto lo poco agradable que le parecía esta visita; para tremendo divertimento e interés de Joseph, a quien le encantaba ver cómo se reflejaban los celos de maneras tan distintas entre las personas.
-          ¡Es tu…hermano! – exclamó, casi sin aire.
-          ¿Hermano? – preguntó Joseph, extrañado y nuevamente interesado en lo que decía la prostituta; solo que con otro cariz mientras se acercaba a ella seguido de Sarah.
-          ¿Qué hermano? – preguntó Henry, a quien de inmediato se le vino a la cabeza Anthony, quien era reacio en extremo a la práctica de la prostitución callejera en fechas tan señaladas y al que no le importaba en lo más mínimo las horas del día o las fechas del calendario para hacer cumplir la ley.
-          Tu hermano…- se detuvo para tomar aire nuevamente e intentar recordar su nombre también; cosa que no consiguió. – El pequeño – añadió, para aclarar y deseando que eso les sirviese de ayuda a ellos.
-          ¿Junior? – preguntó Joseph poniéndose a su altura y comenzando a echarle aire en el rostro para que se sosegase y serenase.
Molly asintió.
-          ¿Junior? – preguntó Henry alarmado. - ¿Qué le ha pasado a Junior? – quiso saber, preocupado aunque fastidiado porque sabía que no sería nada bueno.
-          Le han disparado – anunció, superando las expectativas de catástrofe de ambos hermanos Harper y Sarah; todo sea dicho.
-          ¿Quién? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué?– exigió saber Joseph, aumentando su grado de preocupación por su hermano con cada una de sus preguntas y Sarah calmaba su inquietud tocándole el hombro.
-          No sé con seguridad muy bien qué es lo que ha ocurrido porque no he sido testigo directo del disparo, pero no ha sido hace mucho – aseguró.
Mientras su novia y su hermano estaba ocupados intentando sonsacar a Molly la mayor cantidad de información aclaratoria posible, Henry en silencio, agarró su instrumental médico y se vistió adecuadamente para hacer frente al frío londinense de diciembre. Por este motivo, sorprendió a propios y extraños cuando, una vez listos y justo al lado de la puerta ordenó de manera tajante a Molly:
-          Indícame -.
Los tres se volvieron a él, y dieron un respingo por la sorpresa al encontrarlo de esa guisa. Por este motivo, al inicio les costó reaccionar pero una vez superaron el shock de esa visión, se pusieron en pie, dispuestos para acompañarle.
En ningún momento Henry quiso que tanto su hermano como, especialmente Sarah le acompañaran en la realización de su trabajo (por muy ayudante suya que la hubiera proclamado) sin embargo, sabía que si iniciaban esa conversación, acabarían discutiendo y perdiendo aún más tiempo del poco que ya de por sí tenían y por eso, se resignó y calló sus pensamientos para sustituirlos por otros mucho más apremiantes e indicándoles que se movieran con rapidez.
Orden que obedecieron y acataron al instante y que fue el motivo por el cual en menos de lo que cantaba un gallo, estuvieran esperándole en la calle para que cerrase la puerta.
-          Jodido Junior – maldijo Henry con los dientes apretados mientras cerraba la puerta tras de sí.


-          Jodido  Junior – repitió esta vez en un tono de voz perfectamente audible cuando llegó al lugar donde se hallaba y comprobaba que había perdido mucha sangre.
En cierto modo también se sintió orgulloso del comportamiento que su hermano había mostrado por el lugar en el que le habían encontrado; un lugar que inmediatamente evocó recuerdos (pocos, dado el estado en el que se hallaba) de la noche en que conoció a Sarah.
Junior se encontraba en un callejón oscuro y cubierto de basura; con lo cual eso significaba que había intentado huir y que en ningún momento había buscado el enfrentamiento con su agresor.
El problema de tan correcta acción era que estaba en un lugar escasamente iluminado y sobre todo, que no podía moverlo de ahí ya que sería fatal para el paciente (pues debía hacerse a la idea de que era sólo un paciente más a salvar y olvidar sus lazos sanguíneos y el rango de parentesco que los unía); aunque era algo bastante difícil al verlo inmóvil en el suelo. No podía moverlo de ahí tampoco porque no sabía el grado de gravedad de sus heridas, pues no le había explorado.
La solución sobre la marcha que tuvo que tomar fue enviar a Molly y a Joseph a buscar el mayor número de faroles que pudieran conseguir en el mínimo período de tiempo posible con los que iluminarse e iniciar cuanto antes la intervención para extraerle la bala del interior del cuerpo.
Sarah en cambio permaneció a su lado, pues la necesitaría como ayudante.
Lo que Henry desconocía era que Sarah también permanecía a su lado porque se encontraba mal y bastante débil.
Se sentía mareada y le dolía terriblemente el pecho y la zona de su estómago. Es más, tenía la certeza de que iba a vomitar. Pero no por el desagradable y nauseabundo olor que la rodeaba; aunque pude que también eso influyera sino que era por la imprevista carrera y sobre todo, por su falta de fondo en la práctica del ejercicio físico.
Su mal estado era perfectamente visible para todo que se detuviese a observarle el rostro con detenimiento pero Henry estaba tan concentrado y preocupado (con toda la razón del mundo, por otra parte) en su hermano pequeño que no era consciente de los sudores que comenzaron a descender por los laterales de su frente. Viendo que sus “iluminadores” no llegaban, Sarah tomó la resolución de vomitar; seguro que eso le calmaría y esfumaría su actual mal estado corporal.
Eso sí, para hacerlo, se alejó y se agachó disimuladamente tras un gigantesco montón de basura apilado en el callejón. Una cosa es que el hermano de Henry apestara a mierda porque se había intentado camuflar con ella al intentar huir (cosa que no le dio muy buen resultado) y otra bastante distinta era que ella misma lo manchase con sus propios flujos estomacales. En cuanto se agachó, apenas abrió la boca y su interior se vació; intentando ser lo más silenciosa posible para no preocupar con algo que era tan nimio a Henry; que ya tenía bastante.
Una vez terminada, ya sin dolores y mucho más satisfecha consigo mismo (por lo que incluso sacudió las manos como si realmente de un trabajo duro, laborioso y sucio se hubiera tratado) se reincorporó y volvió junto a Henry rezando porque el olor de su propio vómito no hubiera impregnado sus ropas mucho más que el de la basura que les rodeaba. Un Henry que la miró extrañado (o eso le pareció dado que no lo veía) al ser consciente de su reaparición; acción que llevaba implícita una desaparición momentánea anterior de la que no se había percatado.
Curioso, quiso preguntarle de dónde demonios salía, pero no le dio tiempo porque justo en ese momento, aparecieron Molly y Joseph cargados con tres faroles cada uno; que permanecían sorprendentemente encendido pese al traqueteo al que les estaban sometiendo con la carrera frenética que ambos llevaban.
Pero no solo eso, Joseph también venía cargado de información al respecto de lo sucedido; lo cual también podía serle muy útil a la hora de tratar e intervenirle. Por eso, le pidió (aunque más bien exigió) que se lo contara mientras colocaban y disponían los faroles alrededor de la mitad del cuerpo de Junior a una distancia suficiente que permitiera una perfecta iluminación pero que no le resultase molesto por si tenía que moverse a su alrededor.
Gracias a la elocuencia de Joseph, todos se enteraron  de que a cena de Nochebuena en la residencia Harper había acabado mucho antes de lo esperado y de que por tanto, Junior había salido para festejar las fiestas a su manera: con sus amigos, alcohol, dinero y mujeres de por medio. Solo que esta noche no había podido realizar el circuito completo porque fue interrumpido de forma brusca y violenta al ser disparado.
Herido de bala por uno de los hombres que habían participado en la partida de cartas de esa noche, donde se habían apostado grandes sumas de dinero y en la cual Junior había resultado ganador tras una última ronda con el desconocido.
Un desconocido que no se tomó demasiado a bien su segundo puesto y que decidió tomarse la justicia por su mano, disparándole a la salid del club cuando Junior ya volvía a casa. Un Edward Harper que realmente temió por su vida y que utilizó las técnicas de supervivencia aprendidas durante el ejército para camuflarse y evitar morir hoy.
“Así será hermano” pensó Henry con firmeza mientras rasgaba su camisa para ver cómo había impactado la bala en su cuerpo y sobre todo, cerciorarse de que había salido.
Mala señal, pues no lo había hecho y eso solo complicaba y hacía aún más difíciles las cosas.
-          Escuchadme bien porque no lo pienso volver a repetir – dijo mientras comenzaba a sacar el instrumental de su maletín. – Necesito el silencio más total y absoluto para lo que voy a hacer ahora mismo así que no os quiero a ninguno de los tres cerca de mí – añadió. – Podéis permanecer a una distancia prudencial observando lo que hago, podéis regresar a casa o incluso podéis iros a fornicar si es lo que queréis – dijo esto último mirando a su hermano y a Molly.- Pero la decisión que toméis será irrevocable y ha de ser tomada de inmediato – explicó. – Ya – concluyó.
Los aludidos se miraron y permanecieron en silencio.
Por un instante, Molly miró con deseo a Joseph considerando seriamente la tercera posibilidad sugerida por Henry y le ofreció sus servicios de manera gratuita y evidente al enseñarle los pechos pero Joseph la miró con tal intensidad de repulsión y horror que, furibunda y frustrada, abandonó el lugar.
Ya solo quedaban dos. De los cuales Sarah fue la primera en hablar:
-          Estás loco y eres muy estúpido si piensas que me voy a quedar quieta y callada o marcharme a casa mientras intentas salvar a vida de tu hermano – le acusó, antes de obligarle a que le mirase a los ojos. – Voy a quedarme y a ayudarte a salvar a este paciente, como he venido haciendo desde hace algún tiempo – dijo con firmeza. – Además, de que vas a necesitar a alguien que te dé cordura y que no tenga parentesco o relación directa con él y que por tanto, tenga la cabeza fría en esta situación – aclaró. – Ese alguien soy yo – aseguró. – Y no hay nada que puedas hacer o decir para hacerme cambiar de opinión – concluyó, mientras se rasgaba parte de la tela del camisón largo que llevaba para utilizarla a modo de vendas para su cuñado.
-          En tal caso…creo que te debo un vestido nuevo – dijo, abrazándola y agradeciéndole con ese gesto que no le abandonase y le dejase solo.
Joseph carraspeó.
-          Yo también te ayudaría pero es obvio que tres son multitud y yo no tengo la amplitud de conocimientos médicos que poseéis los dos así que me quedaré y os ayudaré – estableció. – Desde la distancia – agregó, alejándose varios pasos de allí.
Aclarado el asunto, Henry se concentró en la operación de extracción de la bala del cuerpo de su hermano. Primero, rasgó aun más las ropas de su hermano, ayudado en esta ocasión por una pequeña navaja. Por otra parte, Sarah viendo que no dejaba de manar sangre del hombro de Junior tomó una decisión firme; y por ello, nuevamente regresó al enorme montón de restos de basura apilados (con mucho más cuidado además para no pisar sus propios restos) y se despojó a tirones completamente de su camisón.
Acto seguido, regresó para cumplir las órdenes de Henry y le entregó su prenda de vestir; la cual pese a estar destrozada en tirones era perfectamente reconocible y por la que se sonrojó y evitó mirarle durante los siguientes cinco minutos, como mínimo.
Juntos; como miembros del equipo Harper y Parker que eran; tras dejarlo con el abdomen descubierto, comprobaron lo que en jerga médica se conocen como los factores A, B, C, D y E; siguiendo el orden de las primeras letras del abecedario.
-          De entrada, la A; la correspondiente a las vías respiratorias estaba mal. Junior estaba inconsciente  y borracho. Por tanto, no les quedó más remedio que girar su cuerpo mínimamente para que su respiración fuera mucho más fácil. En esta primera gran comprobación, Henry pidió a Sarah primero que metiera los dedos en la boca de su hermano para intentar dar con su lengua pues temía que se la hubiera tragado. Tuvieron suerte y esto no había ocurrido. No obstante y para asegurarse de que esto no lo hiciese, enrolló una de las piezas de tela del camisón de Sarah y se la colocó en la boca.
-          Por el contrario la B; la correspondiente a la acción de respirar, no presentó ni planteó ningún tipo de problemas. Sobre todo cuando le colocaron de costal.
-          La C; correspondiente a la circulación de su sangre se encontraba a medio camino de las anteriores; continuaron presionando la herida para intentar cortar la hemorragia. Sin embargo, sabía que ésta no cesaría hasta la extracción de la bala. Pese a todo, Henry quería que intentase que manara lo menos posible y por eso, continuaba presionando. En esta tercera comprobación, lo que a Sarah le tocó hacer fue comprobar si Junior tenía pulso palpando primero su garganta y después su muñeca. En ambos casos fue afirmativo y hallado sin problemas; por lo que esto les tranquilizó algo.
-          La D según explicó Henry era la que hacía referencia a algún tipo de deformidad o discapacidad. No quería decir que se hubiera quedado tonto de repente o que le hubiera desaparecido algún miembro del cuerpo, sino que debían asegurarse de que al caer no se hubiera dislocado o fracturado ningún hueso y por tanto, éste estuviera fuera de su lugar habitual.
-          Y para finalizar, la E hacía referencia a la búsqueda de una herida abierta, no vista en el primer chequeo. En esta ocasión, este paso lo realizó únicamente Henry; pues a Sarah no le apetecía ni palpar ni aventurarse a descubrir lugares inexplorados de la anatomía de Junior como su trasero; bastante tenía ya con verle y tocarle un mínima arte de su torso en contra de su voluntad.
Una vez comprobado su “buen” estado dentro de la gravedad, Henry procedió a la extracción de la bala. Para la cual, advirtió a Sarah de que no mirase.
No dudaba de su tolerancia a la sangre; que no la tenía porque le había ayudado en la asistencia directa de numerosos partos y toda la pérdida sanguínea que ello conllevaba, pero nunca había visto una intervención quirúrgica y por tanto, quería asegurarse de que no se marease.
Cogió las pinzas del interior de su maletín y se acerco al orificio de bala en el hombro.
En realidad, estaba alojada en su escápula y más concretamente bastante lejos de los vasos neurovasculares que circulaban por esa zona; lo cual facilitaba sobremanera su extracción, pues era bastante accesible.
Aún así, para un mejor desarrollo de su intervención, practicó una incisión justo en la parte superior de su escápula izquierda con una navaja (aprovechó su estado de embriaguez para que no pudiera moverse) hasta llegar al punto exacto del músculo supraespinoso donde se había alojado la bala; la cual extrajo y una vez fuera del cuerpo de Junior, la elevó para verla con atención antes de arrojarla bastante lejos de allí e impactando con un restallido luminoso contra la pared cercana provocando que Joseph, saltase con júbilo elevando los brazos.
Hasta que…
-          ¿Henry? – preguntó dubitativa Sarah, provocando que le mirase. – Tu hermano Junior no respira – anunció.
-          ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó preocupado y borrando todo rastro de felicidad de su rostro.
-          Que no respira – repitió. – Lo hacía hasta hace un momento, pero  ahora no – explicó.
Henry maldijo entre dientes y saltó por encima del cuerpo de su hermano para comprobarlo por sí, mismo mientras rezaba para que las palabras de Sarah fueran erróneas. Obviamente no lo eran porque hasta una persona sin ningún tipo de conocimiento en medicina, sabía y era consciente de cuándo se respiraba y cuando no. En este caso, Junior no lo hacía y para su consternación, su temperatura corporal había comenzado a descender.
Eso solo podía significar una cosa: había entrado en shock.
Debía darse prisa en cerrarle la herida  si quería conseguir cuanto antes que alcanzase los niveles de normalidad recomendables. Pero si quería que esto sucediese, necesitaba que alguien le realizase la respiración boca a boca a su hermano para que su corazón volviese a latir.
“Alguien…” pensó mirando a su alrededor en busca de un posible ayudante.
Solo había dos personas que podían ejercer esa función hoy: o bien su hermano Joseph; quien había ejercido como aguador de la operación o Sarah; su ayudante.
Solo dos posibles ejecutores y ambos con igual número de pros y contras: los contra de Joseph eran que principalmente era su hermano y no podía obrar con objetividad y sobre todo, que carecía de experiencia en este ámbito. Y los de Sarah…Bueno, ella sí que tenía experiencia en ese ámbito pero… la única contra que tenía que ponerle a que fuera ella la ejecutora era… ¡que tenía que besar a su hermano!
Cierto que ese tipo de beso, no iba a tener nada que ver con los se habían dado pero aún así, la idea tampoco le entusiasmaba. Sin embargo, al final el raciocinio se impuso sobre sus celos injustificados. Eso sí, no puedo evitar que le sonase raro las palabras que pronunció:
-          Sarah, tienes que besar a Junior –
-          ¿Qué? –preguntó horrorizada,  casi graznando.
-          En realidad no tienes que besarlo – corrigió.
-          ¿En qué quedamos? – preguntó confusa. - ¿Lo beso o no? – quiso saber.
-          Tienes que hacerle la respiración boca a boca para que vuelva a respirar y de que su corazón bombee nuevamente – explicó, como médico. – Y para ello, necesito que alguien le insufle aire desde la boca mientras se lo hago – añadió. - ¿Estás lista? – le preguntó. Sarah asintió. – Muy bien, sigue mis indicaciones – concluyó.
Lo primero que hicieron fue utilizar otro trozo de tela para tapar la herida sin protección y después, tumbaron a Junior boca arriba y le elevaron la cabeza ligeramente. Solo ahí Henry explicó:
-          Tápale la nariz suavemente con tus dedos índice y pulgar y sella tu boca con la de él, insuflándole toda la cantidad de aire que puedas hasta que consigamos que eleve su pecho – ordenó.- Después cuenta hasta cinco y comprueba su pulso – añadió.
Sarah hizo lo que le pidió.
Una, dos, tres y hasta cuatro veces seguidas sin ningún resultado ni mejoría por parte de Junior. Entonces, no le quedó más remedio a Henry que intervenir y realizar la resucitación cardiopulmonar. Acción consistente en compresiones del tórax para conseguir que la sangre siguiera fluyendo hasta el corazón. Masaje que realizó el mismo número de veces que la respiración antes realizada por Sarah; también sin ningún resultado.
En ese momento, llevado por la desesperación y motivado por los pensamientos negativos que inundaban su mente, ordenó a Sarah que volviese a iniciar con sus respiraciones boca a boca mientras continuaba con el masaje cardiovascular.
En concreto, no supo cuánto fue el tiempo que juntos estuvieron realizando estas acciones, pero cuando ya casi habían perdido toda esperanza de recuperarle, fueron consciente de cómo el pecho de Junior se elevaba al hincharse de aire y acto seguido se incorporaba mientras tosía.
-          Pero ¿qué cojo…? – inició. Pero no le dio tiempo a concluir la frase porque giró  la cabeza y vomitó parte del alcohol que había ingerido esa noche. Cuando comenzó a recuperar algo del color de su piel (la cual ya era de por sí blanquecina), miró al frente y fue tumbado por un puño de Henry; dejándolo nuevamente inconsciente.
-          ¡Henry! – exclamó Sarah enfadada. - ¿Por qué has hecho eso? – le preguntó, mientras palpaba su rostro en búsqueda de algún síntoma de hematoma; el cual aún no había aparecido pero lo haría sin duda.
-          Lo necesito callado y quietecito para coserle – explicó con seriedad.
Sarah no volvió a abrir la boca en toda la conversación. Al contrario, agarró uno de los faroles y lo situó justo encima de la herida para iluminar bien a Henry mientras realizaba esta última fase de la cura.
Un Henry que tomó la aguja y el hilo para coser heridas (cuyo manojo nunca faltaba en el maletín, aumentando en vez de disminuir su tamaño en cada salida) e inició su tarea. Fue en este punto cuando un exhausto doctor Phillips hizo su entrada en la situación, colorado ante la falta de aire y teniendo serias dificultades para que el aire circulase con normalidad por sus pulmones; pues también era fumador.
-          ¡Caray! – exclamó, mientras observaba con atención y minuciosidad el trabajo de Henry. – Muy buen trabajo – felicitó.
-          Gracias – respondió Sarah en nombre de los dos, conocedora de que no había nada que distrajese a Henry de su labor; de tan concentrado como estaba a propósito en él.
Al doctor Phillips no le sorprendió hallar allí a Sarah pues gracias a Marc había escuchado rumores de que ahora hacía de ayudante de otro joven doctor de la zona de Tower Hamlets. De quien estaba realmente interesado en conocer su identidad era del hombre que acababa de concluir de coser la herida. No obstante, ahora el joven se hallaba inmerso en la preparación de un emplasto compuesto de bolsa de pastor, caléndula y guaraná; el cual situó sobre la herida del hombro.
Acto seguido se puso en pie y llamó a voces a Joseph; antes de entregarle dos pequeñas bolsas de cuero:
-          La más oscura contiene manzanilla – explicó. – Necesitará beber un par de ellas al día – añadió. – La más clara contiene avellanas; machácalas y mézclalas con lecha porque también es bueno para cicatrizar – concluyó.
“No solo es médico, sino que también tiene grandes conocimientos farmacéuticos” pensó maravillado mientras asentía
-          Doctor Phillips – le saludó Henry agitando la mano. – Le daría la mano pero está manchada de sangre y me gustaría lavármela primero – explicó mientras se agachaba y reprimía su gritó de queja ante las frías temperaturas del líquido.
-          ¡Henry Harper! – dijo, sin temor a ocultar su sorpresa.
Recordaba a este muchacho de cuando lo acusó de ser el padre del bebé de la señora Verónica Gold.
¿Quién iba a pensar por tan desafortunado encuentro que el chico también ejercía la medicina?
-          Encantado de volver a verle – dijo, esta vez sí ofreciéndole la mano. – Pero lamento decirle que su carrera ha sido en vano pues ya está recuperado, intervenido y consciente – explicó. – Bueno no – rectificó. – Pero lo estará pasado un rato – aseguró.
-          Estoy impresionado – dijo boquiabierto, una vez comprobó él mismo que, efectivamente, Henry llevaba toda la razón en sus palabras y que el paciente estaba inconsciente debido a un puñetazo y no por la bala o la fiebre que hubiese podido provocar la herida mal curada. – No sabía que ejercías la medicina – dejó caer.
-          Ni usted ni casi nadie – informó él, cómplice y divertido.
-          Pues deberías hacerlo público – exigió. – Tienes un talento real para la práctica de la medicina Henry – le felicitó. – Es más, con médicos como tú cerca yo podría jubilarme tranquilo – aseguró.
-          ¿Me está proponiendo que sea su ayudante? – preguntó divertido. – Porque si no recuerdo mal, usted ya tiene a Marc – dejó caer.
-          Hijo mío, si tú quisieras ser mi ayudante, Marc no sería más que un mal recuerdo de mi mala praxis docente – aseguró.
-          Deje que pase un tiempo, doctor Phillips y no diré que no a su propuesta – explicó, nuevamente apretando su mano; esta vez como despedida.
En ese momento, Junior tosió y les recordó a todos que aunque en bastante mal estado seguía vivo y estaba allí.
-          Tenemos un problema – anunció Sarah; convirtiéndose en el centro de las miradas de los hombres. - ¿Quién y cómo lleva a Junior acasa de los Harper? – quiso saber.
-          Yo lo haré – dijeron ambos hermanos Harper a la vez; sorprendiéndose por la coincidencia del momento en que lo dijeron.
-          Yo lo haré – repitió Joseph.
-          Y yo te acompañaré – apostilló Henry.
-          No creo que sea la mejor idea… - dejó caer Sarah.
-          Ella tiene razón – dijo Joseph. – Sabes que no eres bien recibido allí – le recordó. – Y lo vas a ser aún menos si apareces con Junior de esta guisa – añadió.
-          ¡Pero soy su doctor! – exclamó. – Yo le curé y debo interesarme por ver cómo pasa esta noche – informó.
-          Te recuerdo que aparte de mí nadie sabe eso y que sería muy raro e incómodo que decidieras de la nada pasar la noche en casa cuando hace años que abandonaste el hogar familiar – le informó. Y Henry maldijo de manera mental, porque sabía que Joseph tenía razón. – Yo lo haré – repitió comprensivo. – Y te aseguro que, si le ocurre lo más mínimo te haré llamar y juntos nos enfrentaremos a la terrible ira de lord Edward Harper – añadió, volviendo a poner tono de magnificencia para burlarse del cargo de su padre. – Con suerte y todo, esto sirve para que me tachen por fin el segundo nombre y pueda ser miembro de tu exclusivo club ahora sí de pleno derecho – concluyó, guiñando el ojo de manera cómplice a Sarah; sacándole una sonrisa.
-          ¿Cómo lo vas a llevar a casa? – le preguntó ella.
-          Alquilaré un carruaje – explicó. – No pienso cargar con el mochuelo todo el camino hasta allí andando – aseguró, firme.
-          Te ayudaremos entonces en eso – sentenció Henry.
Por “suerte” para ellos, el prostíbulo de Miss Naughty no quedaba lejos. Y no porque quisieran irse de prostitutas; que ahora era en lo que menos pensaban, sino porque en noches como esta, la afluencia de clientes del local se disparaba y muchos eran los que se acercaban allí andando. Pero también un buen número alquilaba carruajes como método de transporte y por eso, les costó bastante poco (especialmente cuando Sarah se insinuó sutilmente a uno de los cocheros; gremio que se segaba en rotundo a trasladar a heridos graves en ellos, debido sin duda a recuerdos desagradables) que un carruaje llevara la mansión Harper a dos de los tres hermanos pertenecientes a dicha familia.
Una vez montado en el carruaje y a punto de iniciar el trayecto a casa, Joseph se dirigió a la pareja:
-          Disfrutad de la noche vosotros que podéis – dijo, con una sonrisa. – Un placer conocerte hoy, cuñada Sarah – añadió lanzándole un beso.
Y juntos, el equipo Harper y Parker observaron cómo el carruaje se ponía en marcha hasta desaparecer y camuflarse con la negrura de la noche londinense antes de que ellos mismos iniciasen el trayecto de camino y regreso a casa, en silencio y sumidos en sus pensamientos; pero con las manos entrelazadas, sin ganas de separarse el uno del otro y con la firme creencia de que eran una pareja mucho más fuerte que hacía solo escasas horas.


[1] Atalanta: Heroína griega consagrada a Artemisa y con excelentes habilidades para la caza. Al estar consagrada a la diosa debía permanecer virgen. Máxime cuando un oráculo le predijo que el día que se casara acabaría convertida en animal. Por eso, retaba a todos sus pretendientes a una carrera en la que siempre les concedía ventaja pero al final, les vencía y acababa por matarlos. Hasta el día en que fue retada por Hipómenes, quien la derrotó gracias a las manzanas del jardín de las Hespérides que le regaló Afrodita y que é dejaba caer para que ésta se detuviese, hipnotizada por su magia.
La pareja acabó convertida en animales porque hicieron el amor en uno de los templos de Cibeles; quien montó en cólera y los transformó en los lenes que unció en su propio carro.
[2] Aquilino: Hay varios santos con ese nombre, aunque destacan dos: un norteafricano mártir hecho por los vándalos en siglo VI a. C (probablemente el escogido por Lord Haper para el segundo nombre de su vástago) y un monje eremita del siglo XI
[3] Santo Tomás de Aquino: Fue un teólogo y filósofo católico, máximo representante de la escolástica del siglo XIII y fundador de la escuela tomista de teología y filosofía. Es santo por la Iglesia Católica desde 1323, Doctor de la iglesia e 1567 y santo patrón de las universidades y centros de estudios católicos en 1880. Su trabajo  más conocido es la Suma Teológica, en el que pretende explicar de forma ordenada la doctrina católica.