martes, 29 de octubre de 2013

Capitulo 7: JJ

CAPÍTULO VII
Una casa en Fulham
Para hacer de una casa un hogar, se necesita mucho vivir en ella.
Edgar Albert Guest.
Definitivamente, Edward Junior se había precipitado y mucho cuando estableció de forma tan tajante que daría con su recién descubierta (y aún más reciente desaparecida) esposa.
Quizás se dejó llevar por la autoridad que le transmitió la orden de Anthony o quizás fuera el entusiasmo y la felicidad del momento gracias a la noticia que acababa de darle a todos los miembros de su familia y por la cual se había ganado sino su confianza, sí su respeto.
Pero era ahora cuando se arrepentía porque no daba con ella en ningún sitio.
Y lo que era peor para sus intereses, por más que lo intentaba y forzaba o sometía a su cerebro y a su mente a intensivas y agotadoras jornadas de ejercicios recordatorios, era incapaz de recordar absolutamente nada.
Nada.
Ni de la noche en que la conoció (y que se casó con ella) ni, lógicamente o a su vez, gracias a esta tabula rasa de esta zona de su cerebro era bastante improbable (por no repetir de nuevo el adjetivo imposible) que recordara algún detalle o información mínima sobre qué tipo de cosas le gustaba hacer, comer o beber incluso para que le sirvieran de guía y orientación y de este modo, realizar una búsqueda más específica.
Eso por no hablar nuevamente de la presión no disimulada a la que le tenía sometido el resto de miembros de su familia desde el día que pronunció tan fatídico día. Unos Harper que estaban deseosos; o incluso mejor, desesperados podría decirse sin riesgo o temor a equivocarse, por conocerla y someterla por supuesto al tercer grado de ingreso en la familia que todo nuevo miembro Harper había sufrido.
Incluso Anthony; quien no solía sentir curiosidad por ningún tema o tópico familiar se había contagiado de ese espíritu en esta ocasión. Claro que, también existía otra posible explicación a su ofrecimiento de ayuda y recursos disponibles por parte de los ocho de Bow Street para encontrar a Jezabel lo antes posible. Esa no era otra que, nuevamente, el orgullo familiar y la idea grabada a fuego en su mente de que una familia, cual su antigua hermandad de compañeros de trabajo, era más fuerte cuanto más unida permanecía.
Ahora faltaba un miembro y por tanto, la unidad estaba rota. O en otras palabras, la familia no estaba completamente unida.
Traducido a su vocabulario, esto no venía sino a significar:
“¡Encuéntrala cuanto antes!”
El panorama no era nada halagador o halagüeño, sin embargo, afortunadamente para él, no todo estaba perdido.
Aunque esta cambio de panorama llevase implícito otra acción y pensamiento que no era otro más que la asunción de la derrota y la claudicación de su afamada y definitoria cabezonería Harper para recurrir nuevamente a su amigo Andrew;  la cabeza pensante y memoria prodigiosa del trío.
Ese mismo mejor amigo Andrew con el cual no se hablaba desde una semana.
Gracias  a Dios (entendiéndose por Dios a cualquier tipo de divinidad a la que el susodicho profesase culto porque dudaba que fuera cristiano en cualquiera de sus ramas y escisiones) y mucho más, a su espíritu artístico lleno de libertad y por qué no decirlo, de pasividad y pasotismo, Andrew nunca había sido rencoroso y había aceptado reunirse con él. Puede que también porque no sospechaba o tenía un ligera idea de cuál era el motivo por el cual lo había hecho llamar.
¿El lugar indicado para su reencuentro?
El de siempre; para no perder antiguas y buenas costumbres:
La taberna “La Alcahueta, la Alpargata y la Algarroba”.
Y para no perder, la vieja (aunque ésta no era tan buena) costumbre, Andrew llegaba tarde.
Muy tarde para lo que él solía retrasarse habitualmente, que no eran diez minutos sino que se acercaba más a la media hora.
Finalmente, cuando su inquietud se estaba tornando en preocupación real, quiso la divina (o profana) providencia que finalmente, se dignase a aparecer. Y como no podía ser de otra manera, con un look y un atuendo completamente distinto al de la semana anterior.
Ya no solo porque en esta ocasión apareciese vestido; muy vestido de hecho, pues solía andar siempre más bien ligero de ropa para “favorecer su espíritu creativo y para evitar que las musas le constriñesen tanto que acabasen por matar su creatividad” decía.
En esta segunda ocasión la diferencia tampoco hacía referencia al color de su cabello, que ya no era rojo (una de sus modas pasajeras) sino su color marrón oscuro habitual y original. En este caso, lo llamativo de su atuendo eran los complementos que lo acompañaban y que no eran ni más ni menos que: un sombrero de chistera y… ¿unas lentes con los cristales tintados?
Ya no el hecho de que estuviesen tintadas; que también, sino… ¿lentes?
¿Andrew?
¿Desde cuándo necesitaba Andrew lentes para ver?
Él, Edward; quien era su amigo desde la infancia y por consiguiente, el más antiguo, jamás había sabido de su necesidad y obligatoriedad de llevar lentes para poder ver y apreciar mejor las cosas.
Solo quedaban dos opciones por tanto para explicar este atuendo: bien era otra de sus modas pasajeras o bien, las llevaba desde hacía mucho tiempo pero se le había olvidado mencionárselo; como tantas y tantas cosas que en su opinión eran importantes de comentar de vez en cuando. Cosas tales como un matrimonio celebrado ocho años atrás en Gretna Green donde él había sido el novio.
En cualquier caso, estaba a punto de descubrir a qué era debido ese look porque en menos tiempo del que creyó en un principio; Andrew se materializó justo frente a él.
Quizás sí que iba a ser cierto que realmente las lentes formaban parte de su vida cotidiana desde hacía bastante tiempo…
-          Buenos días – le saludó con una enorme sonrisa y una ligerísima inclinación de la chistera.
Durante un segundo, Junior creyó firmemente en la posibilidad de que apareciese un conejo en la cabeza de Andrew y explicaría así el motivo por el cual llevaba ese día precisa y específicamente ese tipo de sombrero en particular. Cuando esto no sucedió, pudo concentrarse en el segundo llamativo elemento de su rostro y le preguntó en respuesta a su saludo:
-          ¿Lentes? – 
Fue incapaz de resistirse a preguntárselo o dejarlo pasar.
 Sabía que era de buena educación responder a su saludo; no lo hizo porque la confianza entre ambos era tal que resultaba innecesaria. Otra posibilidad para un inicio de conversación razonable entre ambos sería recordarle (o más bien, echarle la bronca) acerca de su tardanza. Tampoco lo hizo porque esta misma conversación la habían tenido tantas veces que ya aburría; y no solo a Andrew, también a él. Así que parecía que finalmente, terminó por considerar que, quizás no estaba tan mal su elección de la pregunta como inicio (poco frecuente eso sí) de una conversación.
-          Lentes – repitió Andrew con un enérgico asentimiento de la cabeza que a punto estuvo de provocar que se la cayese la chistera. – Para protegerme del sol – añadió y explicó.
-          Andrew… está lloviendo – dijo Junior, señalando un hecho que por otra parte era evidente y que también era la causa y el motivo principal por el cual estaba resguardado bajo el alféizar de una de las ventanas que sobresalía demasiado en la calle. Sin embargo, aunque era obvio, volvió a comprobarlo estirando el brazo para sentir cómo las gotas de lluvia caían sobre la palma de su mano.
-          Lo sé – aseguró Andrew. - ¿Por qué crees que llevo ropas impermeables sino? – le preguntó. – Completamente seco – añadió, agitándose cual perro. - ¡Dios bendiga a la futura duquesa de Dunfield y no solo por los abundantes atributos físicos que le concedió! – exclamó con teatralidad y elevando las manos al cielo.
-          ¿Por qué llevas esas lentes? – quiso saber, ignorando las payasadas de su amigo.
-          Para verte mejor… - respondió con tono tétrico y repitiendo exactamente las mismas palabras que se mencionaban en el cuento de Caperucita Roja; conocedor y sabedor de lo poco que le gustaba a su amigo este cuento de tantas veces como había tenido que leérselo a sus sobrinos.
-          Son femeninas – estableció e interrumpió de raíz cualquier tipo de desviación en la conversación hacia los cuentos populares.
-          ¿Cómo lo sabes? – preguntó Andrew, frunciendo el ceño. Y no muy bien terminó de preguntarlo, cuando recordó el affaire de Junior con una de las trabajadoras de miss Brocuhet; quien llevaba gafas para poder hilar y coser mejor. - ¿Y? – preguntó para cambiar de tema mientras se encogía de hombros.
-          ¿Y? – preguntó ceñudo Junior. - ¿Y? – repitió, pronunciando la conjunción varias octavas más agudas . – Y… - dijo una tercera vez poniendo especial énfasis en la nueva pronunciación de la conjunción. – Que aunque lleves el pelo casi tan largo como una mujer y a veces vistas con túnicas que bien parecen vestidos, no tengo ninguna duda acerca la certeza de que eres un hombre – terminó. – Así que ¿quién te la dio como prenda de vuestro amor? – preguntó con tono serio, aunque fue inevitable que acabara por sonreír de manera irónica ante el destino de la pobre infeliz.
-          No la conoces – respondió Andrew.
-          Andrew… - le advirtió. Y con esas palabras le recordó que era bastante improbable que no la conociese ya que directa o indirectamente, entre ambos habían conocido (entendiéndose conocido como sinónimo de beneficiado) a buena parte del sector femenino londinense y sus alrededores. Otra cosa es que la recordara o recordara haberla conocido; hecho bastante improbable.
-          No la conozco ni yo… - añadió, como si de una cancioncilla se tratase.
El cerebro de Junior se detuvo llegado a este punto. Había dos opciones por las cuales Andrew no conocía a la persona poseedora de las lentes de cristales tintados que continuaba llevando puestas incluso ahora e incluso con él, sabiendo perfectamente que se trataba de una falta de educación.
1.      La primera era que Andrew también hubiese bebido o ingerido alguna sustancia de esas que él solía consumir antes bastante a menudo, que le hubiera llevado a olvidar lo que había hecho el día, la noche, la semana o cuando se hubiera producido el encuentro con la persona de las lentes. Bastante improbable, gracias a los antecedentes que había, estaba y probablemente continuaría comprobando.
2.      La segunda, mucho más propia y habitual en él, es que las hubiera robado o, según sus propias palabras, “tomado prestadas por tiempo indefinido”. Precisamente, ese era el motivo por el cual no le hacía ni pizca de gracia y así se lo hizo saber de inmediato:
-          ¿Te has encontrado unas lentes en la calle y has decidido quedártelas? – le preguntó sin alzar el tono de voz aunque echaba fuego interno por su boca.
Andrew suspiró.
-          Nos voy a ahorrar tiempo a ambos decidiendo no responder a esa pregunta – respondió.
-          Pero ¿tú eres subnormal o solo tonto? – preguntó golpeando su chistera y provocando que ésta cayese al suelo; aunque no demasiado lejos de ambos. Antes de que protestara, añadió: - Eres un maestro del detalle idiota, ¿cómo piensas conservar la vista utilizando cosas que no son hechas o están específicamente adaptadas  a tus ojos? – le preguntó muy enfadado. – Además, ¡unas lentes nada menos! –exclamó. - ¿No podías elegir algo menos lujoso? – le preguntó con ironía. - ¿Qué pasa si alguien las reconoce y las reclama como suyas? – añadió.
-          Por eso las tinté, listillo – rebatió y se defendió él, sin mucha credibilidad todo sea dicho.
-          Tienes una pinta ridícula – estableció Junior con desagrado.- Incluso aún peor que cuando decidiste parecerte a un pirata caribeño – añadió, a modo de inciso.
-          Un pirata… - pensó y rememoró Andrew sobre el tiempo en que, hacía un par de años decidió imitar el estilo y la manera de vestir de los piratas y corsarios que navegaban por el Caribe tanto como cuando estaban en el barco como cuando visitaban los ambientes cortesanos, gracias al retrato que vio de uno de ellos y recordó con algo de añoranza que, de todos los cambios de imagen que había utilizado a lo largo de su vida, ése sin duda había sido su favorito.
Le hubiese gustado recrearse algún tiempo más en tan gratos recuerdos y las inolvidables situaciones y estrambóticas aventuras que dicha estrafalaria manera de vestir le reportó pero Junior interrumpió esa posibilidad de forma abrupta cuando, agarró una de las partes del abrigo de su amigo con bastante asco y repugnancia y le preguntó:
-          ¿De dónde lo has sacado? –
-          Un tipo por ahí lo regalaba – explicó. – Lo vi, estaba en buenas condiciones y me lo quedé – añadió, sin concederle la mayor de las importancias.
-          Supongo que el tipo que las regalaba estaba vivo porque pareces alguien recién salido del ataúd con ese atuendo, tus lentes tintadas y la cara blanca de no haber dormido – añadió. Andrew iba a replicar e informarle acerca de los motivos por los cuales no había podido dormir esa noche y por ello abrió la boca, pero Junior volvió a adelantarse y le dijo: - No quiero saber el por qué de tu aspecto actual – añadió.
Como bien he dicho antes, Andrew iba a protestar pero las réprobas palabras de su amigo se convirtieron sin que él supiera en todo un halago hacia su persona y cambiaron completamente la perspectiva y consideración que él tenía hacia su atuendo.
-          ¿Quieres decir que parezco un vampiro? – preguntó extremadamente sorprendido mientras se miraba una y otra vez, sin ser capaz de creérselo todavía. - ¡Me encanta! – gritó, pasado un rato antes de besarle en ambas mejillas. – Lo voy a convertir en mi nuevo tema pictórico – decidió muy seguro de sí mismo. – La noche y sus criaturas mitológicas – añadió, mientras en su mente se desarrollaban ya algunas de las pinturas que iba a realizar y las criaturas mitológicas que en ellas iban a aparecer. Criaturas entre las que se incluía el vampiro, por supuesto.
Sabía de más y de sobra que esta nueva serie de pinturas no iban a ser incluidas ni colgadas en las paredes de la Academia pero ya se había hecho a la idea de que nunca jamás iba a conseguir su objetivo por lo que… ya pintaría lo que su mente le indicase y se guiaría por los dictados de su imaginación y creatividad; sin pensar en si era clásico o no o seguía o no las normas o los dictados artísticos de la época.
Sin embargo, eso no quería decir que en ningún momento perdiese la esperanza de que algunas de sus pinturas fuesen incluidas en el catálogo y en consecuencia, colgadas en las paredes de dicha institución. Y ya no solo por lo que esto reportaba: es decir, popularidad, gloria, fama (aunque sorprendente para él, a la aristocracia solían gustarle bastante sus pinturas pese a no haber sido declaradas canónicas en ninguna parte. Puede que ese fuera otro de los motivos por los cuales, a los miembros de la Academia no les gustase demasiado) y la posibilidad de que sus obras fueran estudiadas por las generaciones posteriores. Sus aspiraciones eran mucho más directas en lo que al tiempo se refiere: quería buscar y encontrar un patrocinador y sobre todo, ganar el suficiente dinero como para no tener que vivir en su estudio de Bloomsbury y comenzar a vivir de una manera más o menos digna y decente para así presentarse y revelarse ante su padre y recriminarle públicamente que no hubiera creído en él ni en su talento cuando le anunció su intención de hacer de la pintura su medio económico vital. Mismo motivo por el cual hubo de marcharse de su casa, ya que lo echó de la misma.
-          Sabes que te lo he dicho a mala intención ¿verdad? – le preguntó Junior para asegurarse.
-          Sí Junior – dijo él, algo cansado. – Pero sabes tan bien como yo que mis cambios de vestimenta y atuendo, no se deben solo a mi gusto por lo excéntrico, también es por algo más: mi queridísimo padre el conde de Essex del Sur, quien aún no me ha desheredado y nombrado sucesor a alguno de sus yernos y por tanto, sigo siendo el candidato a ocupar el puesto como siguiente conde; hecho que no sucederá porque no pienso regresar a semejante nido de víboras – añadió. – No puedo, ni quiero arriesgarme a que me reconozcan y me lleven de vuelta al redil, así que si tengo que vestir de manera ridícula y cambiar de atuendo constantemente para que esto suceda antes de que tenga que mudarme de país, no dudes que lo haré – aseguró. – No sufras amigo mío, que con este último cambio de indumentaria parece que lo de no reconocerme funciona a la perfección así que estaré mucho tiempo en Londres dándote el coñazo – le informó. Junior bufó de incredulidad. - ¡Lo juro! – exclamó. – Ayer mismo me encontré con Jezabel yendo vestido de esta guisa y no solo se llevó un susto de muerte al verme sino que ni siquiera me reconoció – añadió, tremendamente satisfecho y orgulloso.
Junior estuvo asintiendo durante todo el tiempo que duró el discurso de su amigo pero no solo porque Andrew tuviese la razón, que en este caso (y en todos los anteriores) así era sino porque, precisamente eran tantos los años que hacía que lo conocía y a su vez, tantas las veces que se lo había repetido que se lo sabía de memoria y le aburría sobremanera.
O al menos eso hizo hasta que el nombre de Jezabel salió a relucir al final de la misma.
-          ¿Has dicho Jezabel? - -preguntó con el ceño fruncido e incapaz de creer lo que acababa de escuchar.
-          Sí – respondió Andrew.
-          ¿Estamos hablando de mi Jezabel y no de la mujer bíblica? – preguntó para asegurarse con mucha impaciencia y premura repentina.
-          ¿Hay una Jezabel en la Biblia? – preguntó Andrew sorprendido en grado sumo; confirmando así que mencionaban a la Jezabel correcta.
-          ¡Claro! – exclamó Junior casi ofendido por la ignorancia de su amigo. Y estaba casi porque hacía apenas una semana que él también lo había descubierto. Aún así, omitió a propósito este dato y no pudo dejar pasar la ocasión de incluir este pequeño ataque de pedantería ante su amigo. Ataque que olvidó pronto para centrarse en lo importante de la conversación: - ¿Viste a Jezabel? – preguntó, casi ansioso. Andrew respondió afirmativamente. - ¿Dónde? – preguntó, o casi gruñó.
-          En la calle – respondió Andrew escueto e inocente.
-          ¡Gracias Andrew por ser lo más aclaratorio posible! – exclamó con ironía. - ¿Fue un encuentro planeado o se debió a la casualidad? – quiso saber, desconfiando.
-          Fue la más azarosa de las casualidades – respondió.
-          O sea, que no sabes dónde vive – aclaró.
-          Pues no – respondió Andrew.
-          ¿Cuánto tiempo dices que estuvisteis hablando mi mujer y tú? – quiso saber.
-          Mmmm… no sé, creo que en torno a una hora más o menos – explicó.
-          Y ¿me puedes explicar de qué demonios estuvisteis hablando los dos durante tanto tiempo? – volvió a gruñir.
-          Pues después de que volviese a respirar con normalidad, se recuperase del susto que le provocó mi aspecto y quedase convencida de que realmente era yo el pintor que le confirmó que estaba casada contigo; hecho que me costó bastante realizar por otra parte- incidió. – De lo de siempre – añadió. – Intenté convencerla de que posara para mí – explicó.
-          Mi mujer no va a posar para ti – respondió Junior apretando la mandíbula y con un tono de posesividad que no debería tener hacia ella; pues al fin y al cabo apenas hacía tiempo que la conocía.
-          Ya lo sé – se burló Andrew. – En eso la tienes muy bien enseñada – le acusó y se burló de él.
-          Yo no le he enseñado nada – se defendió él. – Todo el mundo sabe lo que pasa en los entresijos del mundo de los artistas – explicó.  – Y en ese mundo de infidelidades y cornamentas, mi querido amigo parece que tú eres el rey – concluyó.
-          No sé si sentirme halagado u ofendido por tus palabras – musitó. - Pero en cualquier caso, gracias – agregó. – Aunque ambos sabemos que la culpa no es solo mía – dejó caer.
-          Admito que tu facilidad de convicción y persuasión también me ha sido bastante útil a la hora de engrosar mujeres en mi lista de amantes, pero no olvides que poseo un encanto natural – le recordó Junior, alardeando de pasadas conquistas.
-          Yo continuaba hablando de mí – explicó él, atusándose el pelo en un gesto de coquetería. – Sabes que yo solo he mantenido relaciones sexuales con aquellas de mis modelos que  son prostitutas… -
-          La inmensa mayoría – interrumpió Junior para expresar su opinión y el dato real.
-          O con aquellas mujeres casadas tremendamente insatisfechas sexualmente en sus matrimonios y que llevaban escrito en la frente su necesidad de satisfacción – concluyó. – Y por eso querido amigo, no intentaría nada con Jezabel en la vida; por muy guapa que esté ahora en su versión mejorada – explicó.
Junior no entendió muy bien qué quiso decir exactamente con lo de la versión mejorada  de Jezabel y por eso, nuevamente puso cara de desentendimiento. Sin embargo, por segunda vez, hubo un malentendido entre ambos amigos y Andrew le proporcionó una respuesta que no quería saber.
-          Yo nunca me involucraría ni intentaría seducir a la mujer de un amigo – recordó.
-          ¿Seguro? – preguntó él, sabiendo que era mentira.
Andrew puso cara de culpabilidad y de inmediato, ambos recordaron aquellas ocasiones en que éste había sido el amante escogido por algunas de las mujeres de sus compañeros en el ejército y cómo, para bien o para mal, Junior siempre había sido la persona que los había descubierto in fraganti.
-          De acuerdo, yo nunca me involucraría ni intentaría seducir a tu mujer – aseguró, en tono casi cercano a un juramento. Con esas palabras, Junior se dio por satisfecho y quedó mucho más contento, por lo que sonrió. – Pero no vas a poder evitar de ninguna de las maneras que la piropee o le diga cosas bonitas – añadió para el total horror y estupor de Júnior; quien volvió a mirarle réprobo. - ¡Relájate hombre! – sugirió. – Te conozco lo suficiente como dar fe por ti y jugármela acerca de que nunca dejarás insatisfecha a Jezabel en esos aspectos, así que tranquilo; no tienes que preocuparte por eso tampoco – añadió. – Y ahora menos que nunca debes de estarlo ¿eh? – le preguntó guiñándole el ojo con complicidad y clavándole el codo por debajo de las costillas.
-          ¿Eh? – preguntó nuevamente sin entender.
-          ¿Vas a volverte tímido ahora conmigo Junior? – preguntó. - ¿En serio? – añadió sorprendido, echándoselo en cara. Junior, más perdido en una conversación con Andrew que nunca antes en su vida, calló. – Está bien – aceptó, dándose por vencido. – Si no quieres contarme las intimidades de cama de tu matrimonio porque es privado, tienes todo el derecho del mundo a negarte, pero creía que éramos amigos – le echó en cara dándole la espalda. Sin embargo, al segundo se giró y volvió a decirle: - Tú y yo nunca habíamos tenido esta serie de problemas así que todo es culpa de tu matrimonio. ¡Qué asco das siendo un hombre casado! – se quejó.
Junior, estupefacto, no podía hacer otra cosa que callar.
Callar y aguantarse las enormes ganas de reírse ante la ironía de su situación.
Lo primero por lo que tenía unas ganas inmensas de reír era sin duda porque Andrew estaba herido de que no quisiera compartir sus “hazañas amorosas conyugales de vida matrimonial” con él. Pero no solo estaba herido, sino que sus palabras también encerraban unos tremendos celos y muy probablemente algo de envidia hacia él; lo cual solo podía significar una cosa ¿sufría de una mala racha en sus hazañas amorosas?
Sería algo inaudito y a su vez, digno de ver, pero tampoco sería nada ciertamente imposible.
Y lo segundo irónico; y quizás aquello que más ganas de reír le producía era que, de forma opuesta a lo que su amigo creía, carecía de vida amorosa o hazañas de este tipo de las que presumir; sobre todo y muy especialmente las que le relacionaban con Jezabel.
-          Vamos… - inició nuevamente. – Acabas de rencontrarte con tu mujer y es normal que estéis ahí todo el día metidos en faena... – Ante la mirada que le lanzó Edward al respecto, no quedó más remedio que modificase sus palabras hasta el punto de que sonaran algo mejor. - No te pido detalles pero solo una breve información de cómo se porta una chica tan guapa – añadió. – Y  hablando de chicas guapas… – dijo mientras se giraba para observar mejor a la mujer morena que había pasado junto a ellos. Carraspeo y cuando ésta aún no estaba lo suficientemente lejos de ambos y por tanto, el hombre que la acompañaba perfectamente podía volver y darles una tunda o incluso peor, retarles a duelo, gritó a pleno pulmón (aunque por fortuna gracias a la lluvia, la calle estaba casi desierta): - ¡Guapa! – Y hasta aquí todo normal.  De hecho, solo se ganó un codazo de Junior para llamarle la atención. El problema vino después, cuando añadió: - ¡Con ese culo, te dejaba entrar a cagar en mi casa! -.
-          ¿Te has vuelto loco? – preguntó, alucinando Junior. - ¿Es que quieres que nos maten hoy? – añadió, ante las carcajadas de impasibilidad de Andrew; quien encontraba todo eso la mar de divertido. Sin embargo, dejó de reír de manera abrupta cuando, como era lógico y razonable, al acompañante de la mujer no le gustó nada que se dirigiesen de ese modo a la señora que estaba caminando junto a él y volviese sobre sus pasos con intenciones nada pacíficas a juzgar por la expresión que tenía grabada en el rostro.
-          Anda ¡tira, tira! – exclamó Junior dando empujones a Andrew mientras lo introducía en el interior de la taberna. – No vaya a ser que tu cerebro se empape y cale tanto que al final hasta dejes de pensar y pintar – añadió, regañándole.
Pronto, ambos amigos estuvieron sentados en una de las mesas y después de que Andrew soltara la siguiente lindez a la camarera: “Mujer… con esas tetas que tienes con una me arrullo y con la otra me acabo de criar”. Frase y comentario nuevamente soez (no escarmentaba) que nuevamente disgustó a Júnior pero que al parecer, encantó a la mujer quien le puso las tetas a ambos lados de la cara, le estrujó con ellas y tras soltarle y dedicarle una sonrisa, Andrew fue atendido antes que ninguno de los que estaban allí.
Sabedor de que su amigo Junior estaba picado con él por su actitud y de que además era una de las personas con más facilidad de hacer enfadar de todas las que había conocido, le dedicó la jarra de cerveza y acto seguido, le dio un largo sorbo.
Obviamente, Junior tenía cosas que decir al respecto, y bastantes, pero no podía hacerlo porque había un enorme revuelo en la dichosa taberna. Una taberna que además olía a alcohol, a suciedad, a mierda y a sudor masculino. Lo más raro de todo es que no se había dado cuenta hasta ahora de lo desagradables que podían llegar a ser este tipo de mezclas para su pituitaria.
Tal era el revuelo en el lugar que no podía echarle la bronca que se merecía. Y mucho más, temía que en el momento exacto en que alzara la voz, la taberna de forma repentina entrase en un silencio sepulcral y todo el mundo se enteraría de su discusión y lo que es peor, que aunque llevasen siendo clientes habituales y en numerosas ocasiones habían entrado o abandonado el local en compañía femenina, pensasen que estaban involucrados sentimentalmente.
Así que esperó pacientemente y en silencio.
Y cuando por fin parecía que iba a poder desahogarse y decirle todo lo que llevaba guardado dentro, Andrew se le adelantó y le dijo con la palma extendida justo frente a su cara:
-          Sé lo que me vas a decir -  le advirtió. – Que me paso de la raya y te avergüenzas de mí por mi comportamiento pero no lo dices en serio ¿verdad? – le preguntó. Ante la ausencia de respuesta afirmativa o negativa por parte de Junior, Andrew dolido hasta el extremo le preguntó a voces- ¿Te avergüenzas de mí? – Y mientras lo hacía, se puso en pie tan repentinamente que su desvencijada silla cayó al suelo y afortunadamente sobrevivió al impacto de la caída y no se rompió.
Efectivamente.
Aquello que se había empeñado en que no sucediera de ninguna de las maneras, estaba pasando: las miradas de todos los allí presentes se habían focalizado en ellos dos.
-          Siéntate por lo que más quieras – musitó entre dientes sintiendo vergüenza ajena mientras sentía cómo poco a poco se iba poniendo más y más colorado en la zona de los mofletes y maldecía por ello su mala suerte al ser pelirrojo; pues se notaba más.
-          ¡Ah vale! – exclamó Andrew mucho más relajado mientras cogía la silla y se sentaba. – Ya entiendo lo que pasa – añadió.
“Pues estaría muy bien que lo explicaras” sugirió mentalmente.
-          Aún no me has perdonado que interrumpiera tu primera noche de bodas hará ocho años – le acusó. Y tas un nuevo silencio de captura de atención, añadió – Pues déjame decirte que esta vez has sido tú quien me ha llamado, yo no quería saber de ti para nada al menos hasta otra semana más – se defendió él y a su vez le acusó.
-          ¿Noche de bodas? – preguntó con la ceja enarcada. - ¿De qué demonios estás hablando ahora? – añadió.
-          ¡Ay madre! – exclamó mientras se levantaba y a su vez se dejaba caer sobre la silla como si de un peso muerto se tratase. La silla a su vez le respondió con un crujido  que indicaba su frágil y delicado estado de salud. - ¿Tampoco te acuerdas de eso? – le preguntó mientras acortaba la distancia que los separaba boquiabierto.
-          No me acordaba de la boda, dudo mucho que recordase lo que sucedió después – respondió irónico. Y enfadado, cabe reseñar.
-          Bien – dijo, aclarándose la voz Andrew y dispuesto de nuevo a ser quien rellenara los huecos de la vacía mente gracias al alcohol de su mejor amigo. – Os casasteis y tanto el cura como yo, éramos conscientes de que ibais a consumar el matrimonio pese a vuestro deplorable estado físico – Más que nada, porque erais incapaces de apartar las manos el uno del otro durante la ceremonia – apostilló.
Por segunda vez en la situación, Junior sintió vergüenza; en este caso propia y en consecuencia enrojeció aún más que en la primera ocasión, cabe decir.
-          Y efectivamente, nuestras sospechas se confirmaron, aunque solo yo fui testigo casi directo de ello – añadió. Júnior pensó lo peor al escuchar esta frase de su amigo y cuando Andrew se dio cuenta de una posible segunda lectura de sus palabras, se apresuró a explicar: - No estuve presente en tan carnal y apasionado momento, tranquilo – dijo, tocándole el hombro. – Puedes respirar y dejar de ser el elemento vegetal de la conversación –añadió. – Solo os oí desde fuera y, para ahorrarte más momentos incómodos hasta que al final te conviertas en un tomate, te diré que no erais especialmente discretos o silenciosos – concluyó.
Las palabras no consiguieron en efecto deseado y Junior volvió a ponerse colorado. Pero su curiosidad y sus ganas de conocer más no decrecieron sino que aumentaron, por lo que instó a Andrew para que continuara:
-          Sé que se deben dar al menos dos días de cortesía ininterrumpida a las parejas gracias a mis hermanas pero… entonces sucedió lo que sucedió – se lamentó.
-          ¿Qué? – preguntó. - ¿Qué sucedió? – quiso saber, realmente ansioso por conocer el final de la historia y como si él no hubiese sido el protagonista de la misma.
-          Recibí una carta – explicó. – O mejor dicho, recibimos porque la tuya también la abrí – corrigió. - ¿Recuerdas a Royston? – preguntó.
-          ¿El futuro vizconde? – preguntó Junior para confirmar sus sospechas. – Claro – añadió.
No podría olvidarlo aunque quisiera, ya que su relación tampoco era de las mejores existentes entre dos miembros de la aristocracia. En otras palabras, se llevaban bastante mal. Y lo peor para él, es que no recordaba por qué o si él era el principal responsable de esta situación.
-          Y ¿recuerdas algo de Royston de aquella época? – preguntó otra vez. Junior emitió ruidos con la boca mientras intentaba pensar y recordar hechos que ocurrieran en aquellos días. Evidentemente, sin ningún resultado. – A ver, te ayudo – añadió. – Hechos militares – explicó con tono clarificador. Por segunda vez lo intentó pero… su mente ni hilaba ni asociaba y por tanto, no arrojaba recuerdos de esa época. - ¡Grrr! – protestó, por no decir alguna barbaridad más grande. - ¡Por el amor de Dios! ¡Los dos bebíamos la misma mierda y nos poníamos hasta el culo! – exclamó. - ¿Cómo es posible que no te acuerdes de nada? – le preguntó, visiblemente enfadado. Júnior respondió de la única manera que se le ocurrió en esas circunstancias: se encogió de hombros, pero sin sentir remordimientos o vergüenza alguna por esto. – Royston fue el primero de nuestro pelotón que fue condecorado como héroe de guerra – terminó por decir.
-          Ahm – dijo con un asentimiento y fingiendo que entendía la situación, aunque no recordaba que esto hubiera sucedido nunca.
-          Por casualidad, no recordarás el año en lo que esto sucedió ¿verdad? – volvió a preguntar Andrew. Y antes de que Junior comenzara a pensar, o mejor dicho, a perder más tiempo para ambos, Andrew le proporcionó la respuesta: - Justo el día después de tu precipitada boda -. – La carta de hecho, era una orden para que nos presentáramos en Londres de inmediato y por eso, tuve que entrar en vuestro lecho nupcial aunque yo mejor lo hubiera llamado los restos del naufragio, soportar tu hedor a alcohol, vómito y sudor para despertarte, tolerar tus protestas y contenerme con todas mis ganas para no devolverte las hostias que diste mientras te lavaba porque ¡oh sí! querido amigo, no tienes secretos para mí y eras incapaz de sostenerte en pie por ti mismo, hasta que por fin más o menos te recobraste - Aunque ahora veo que no estabas tan bien como parecías – comentó para sí. - Sobre todo por el desayuno que te pagué – le echó en cara. – Y cuando te anuncié la noticia, aparte de casi querer matarme primero, más tarde entendiste que  el propio regente quien te lo ordenaba  y, bastante disgustado, acataste la decisión – continuó, sorprendiendo bastante con estas últimas palabras a Junior, quien solía tener una naturaleza bastante desobediente y al que solían importarle bastante poco las órdenes y comentarios de los demás.
-          Intentaste despertar a Jezabel para informarle de la situación pero la mujer estaba muy dormida después de la cogorza y la movida noche que tuvo que tener, así que fue imposible hacerlo, por lo que le escribiste una nota de despedida y le dejaste su copia del certificado matrimonial y tú te llevaste la otra porque según tus palabras textuales “este tipo de cosas no se deben olvidar” – dijo éstas últimas palabras con especial énfasis. - Antes de marcharnos de allí y asistir a la ceremonia – concluyó. -¡Un momento! – exclamó, golpeando el brazo de Junior pasado un instante. - ¡Ya sé dónde puedes tener tu copia de la licencia matrimonial y por qué no te acordabas de ella! – añadió.
-          ¿Dónde, señor inteligente? – preguntó con algo de pedantería, porque se había pasado buena parte de la semana en la búsqueda del dichoso papel (para total desesperación de sus trabajadores personales)  y no lo había hallado en ninguna parte.
-          En el uniforme militar que tienes guardado en tu casa – respondió Andrew completamente en serio.
En ese punto de la conversación, Junior que había aguantado o intentado con todas su fuerzas permanecer impasible, no pudo hacerlo y se rindió. ¿Cómo? Echándose a reír a carcajadas. Cuando terminó, o ésta le permitió hablar, explicó el por qué:
-          ¡Yo no tengo mi uniforme militar de gala en casa! – exclamó. Era cierto, estaba en la casa de Anthony en Clun y existían oderosos motivos por los cuales permanecía allí oculto. Y ante la cara de duda que puso Andrew, no le quedó más remedio que añadir: - Soy quien tiene la talla más similar a Rosamund, ¿crees que si ese uniforme hubiera estado allí no me lo hubiera robado para hacerse ella su chaqueta? – le preguntó. Andrew asintió, pues era una respuesta muy razonable. - ¿Ves? – le preguntó para hurgar en la herida. – Por eso mismo se la pidió a mi padre – añadió.
-          Pero yo no me refiero a tu casa familiar, yo te hablo de tu otra casa – replicó.
-          ¿Eh? – preguntó.
-          Ya sabes hombre – inició. – La casa que tienes solo para… - y no acabó la frase porque nuevamente fue consciente de los problemas de falta de memoria de su amigo por el alcohol. - ¡Bah! – protestó. – No sé por qué me molesto si lo has olvidado todo – refunfuñó. – Querido amigo, déjame ser el primero en comunicarte que tienes una casa en propiedad en el exclusivo barrio de Fulham y que es tuya por entero gracias a que se la ganaste a Royston a las cartas la noche en que lo condecoraron – explicó.
-          ¿Es en serio? – preguntó Junior no muy convencido.
-          Totalmente – aseguró Andrew. – De hecho, recuerdo que incluso estuvimos en ella para visitar tu adquisición – añadió. Esta información creó y causó esperanzas y expectativas en Junior; que le miró sonriente. – No me mires así Junior porque ambos íbamos perjudicados y a veces, hasta yo no estoy muy seguro de las ubicaciones de los lugares yendo sobrio, así que no me preguntes si recuerdo dónde estaba situado exactamente – le advirtió.
Esas mismas esperanzas e ilusiones que tan fugazmente habían aparecido, se desvanecieron con exactamente la misma facilidad. Desilusionado y decepcionado, comenzó a pensar en voz alta:
-          Una casa en Fulham – se dijo. – Una casa en Fulham – se repitió. – Una casa en Fulham – dijo, una tercera vez. - ¿Y para qué querría yo una casa en Fulham? – se preguntó extrañado, aunque de forma inevitable, miró hacia su amigo quien, a su vez, le devolvió la mirada enarcando la ceja. - ¡Ah sí! – exclamó, como si recordase todo de repente. – Por las putas – se respondió, mientras asentía.
Quizás fuera ese el motivo de la inquina de lord Royston hacia su persona…
Desde luego, era perfectamente comprensible que estuviera enfadado con él por ese motivo; él también lo estaría si en el día en que se celebraba y conmemoraba su mayor gloria personal perdía la propiedad que más recientemente había adquirido.
Así que, después de todo, no había perdido su uniforme de gala militar tal y como siempre había creído…
En cierto modo era un alivio; pues confirmaba que no tenía tanta mala cabeza como creía en un principio pero en otro…ya no le era válido para nada, porque cuando lo necesitó, es decir, para su propia ceremonia de condecoración y la de alguno de sus compañeros de pelotón así como para las bodas de sus respectivos hermanos no lo tuvo y hubo de comprarse por tanto otro sustitutorio (hecho que disgustó sobremanera a su padre; ya no solo por haber perdido algo, hecho que denotaba inmadurez, sino por lo que había perdido precisamente).
Claro que, si en su momento hubiera sabido que era propietario de una vivienda particular, hubiera ido a buscar allí para dar con aquello que más urgentemente estaba buscando.
Un momento.
“Aquello que más urgentemente estás buscando” se dijo.
¿Podría ser?
¿Y si se estaba repitiendo la situación y ahora también aquello que más urgentemente estaba buscando se escondía; o mejor dicho, estaba resguardado en dicha propiedad de Fulham?
Tenía sentido.
Tenía mucho sentido; sobre todo porque en esta ocasión, como en aquella, ahí tampoco había mirado.
Se puso en pie de una manera tan decidida y repentina que Andrew se sobresaltó enormemente y por primera vez en toda la conversación, la chistera que llevaba puesta en el interior (y con la cual había ignorado las normas de protocolo al respecto) cayó al suelo y éste hubo de agacharse para recogerla.
-          Un día – dijo, señalándole con el dedo índice mientras caminaba y se iba chocando con las mesas, personas y mesoneras que encontraba a su paso. – Vamos a tener que quedar y me vas a recordar una a una todas y cada una de las cosas que dije o hice durante mis habituales y rutinarios estados de embriaguez – terminó. Y en todo momento, el tono de voz que utilizó se situó a mitad de camino entre la advertencia y la amenaza.
-          La que me espera entonces – protestó cubriéndose el rostro con la chistera. Al menos así lo hizo hasta que se dio cuenta de que Junior se había levantado de la mesa para abandonar el local y no para ir al baño de caballeros. - .¿Adónde vas? – le preguntó extrañado y girándose sobre sí mismo.
-          A mi casa – respondió él con tono tranquilo aunque a la par burlón y cómplice mientras estaba alcanzando ya la puerta de salida.
-          ¡Eh Junior! – gritó provocando que éste detuviera su marcha y que nuevamente, volvieran a ser el centro de atención del local abarrotado de gente. – Estoy muy orgulloso de ti – añadió.
-          ¿Por qué? – preguntó él extrañado.
-          ¿Es que no te das cuenta? – le preguntó señalando lo evidente. Junior negó con la cabeza porque no entendía de que iba la situación. - Hemos estado todo el tiempo en una taberna rodeado de alcohol y gente que bebe y no has sentido necesidad alguna de probarlo – explicó -  Eres grande amigo, no como tu mote indica – añadió, sacando la lengua y guiñando un ojo. -  Y mucho más fuerte de lo que aparentas, jodío – concluyó.
-          Andrew… ¿tú te crees que con lo complicada que es mi vida últimamente me voy a fijar en minucias de este tipo? - le preguntó él, sonriendo pues sus palabras eran completamente ciertas.
-           Hombre, no me desmontes la estrategia… - se quejó, dejando caer los brazos en señal de protesta. - Mi ayuda ha tenido algo que contribuir sin duda…-añadió, con tono infantil.
En respuesta al pequeño berrinche de su amigo, Junior le arrojó una guinea y salió corriendo de allí en busca de un carruaje que le llevara lo más pronto posible a su casa.

Junior no supo decir cuánto tiempo exacto transcurrió entre su desplazamiento de un lugar a otro. Primero, porque no llevaba reloj que se lo indicase y segundo porque aunque solo hubieran transcurrido quince minutos, su eterna y nada dulce espera, se le estaba haciendo interminable.
Además, una vez en el barrio de Fulham debía dar con el lugar exacto donde vivía su esposa. La fortuna estuvo de su parte gracias al nombre tan original que ésta tenía, pues dudaba que hubiera muchas mujeres con ese nombre; máxime en esta zona. De otro modo, hubiera tenido aún problemas más serios y graves en dar con ella; especialmente porque no sabía cómo se llamaba actualmente. Y cuando decía llamaba se refería al apellido que estaba utilizando actualmente ¿continuaría utilizando el O’ Donovan de soltera que sin duda manifestaba antepasados irlandeses o había adoptado como suyo el Harper familiar?
Una vez más dio gracias por la acertada decisión de sus padres de llamarla como la mujer bíblica (aunque también estaba seguro de que era el nombre de algún personaje de una de tantas mitologías y culturas orientales) cuando preguntó por la señora Jezabel a secas a la primera persona que vio en la calle y éste le indicó el camino a seguir para llegar a la casa de la señora Jezabel Harper; la joven viuda de Edward Harper.
No hizo falta más.
De hecho, ni tan siquiera en muchas de sus pesquisas había tenido la suerte de dar con todo a la primera.
Viéndolo todo desde otra perspectiva, fue silbando hasta la dirección que le habían indicado y que no era otra que el número 49 de Atalanta Street.
Pero no fue silbando hasta el lugar porque estuviese contento ante el cambio de su devenir; o puede que no solo silbase por eso. El principal motivo por el que silbaba era para aplacar su inquietud y nerviosismo imperantes acerca de la idea preconcebida que tenía acerca de cómo sería su casa.
Temía y mucho cómo pudiera ser, sobre todo gracias al estado de embriaguez en el que la adquirió. ¿Por qué? Porque a él, cuando estaba bastante perjudicado por el alcohol, lo que más le llamaba la atención era todo aquello que tuviera colores.
Y cuanto más chillones o brillantes, mejor.
Del mismo modo que el azúcar atraía a las moscas.
Por eso, en su mente no dejaban de aparecer fachadas de casas pintadas en color azul fuerte, amarillo, verde, naranja o incluso, rosa fucsia; su particular talón de Aquiles. Y si este barrio, tal y como sospechaba, era un barrio de prostitutas y libertinaje[1], éstos colores no servirían para llamar la atención, sino que al contrario, estarían a la orden del día o a la vuelta de las esquinas.
Su preocupación fue disminuyendo, así como a la vez, su extrañeza fue aumentando cuando no solo no apreciaba la presencia de estos colores en ninguna de las fachadas de las casas del barrio (casas que al contrario, parecían bastante elegantes) sino que además, para ser un barrio de prostitutas; la presencia de las mismas brillaba por su ausencia.
Bueno, no por su ausencia total, que haberlas las había.
Pero para nada tenían aspecto de prostitutas callejeras. Todo lo contrario, por la forma y manera sofisticada en la que estaban peinadas, vestidas y maquilladas, bien podría asegurarse que eran prostitutas de lujo, amantes oficiales o incluso, esposas de acaudalados caballeros, dado que había visto alianzas matrimoniales en sendos dedos anulares de algunos de ellos.
No era el primero y probablemente no sería el único caso de este tipo de matrimonios, pero él no dejaba de sorprenderse al respecto.
Y mientras reflexionaba sobre este tipo de matrimonios y sobre el suyo propio, no estuvo muy seguro por qué o qué fue exactamente el motivo para que sucediese pero recordó de repente que sí, era cierto que Fulham había sido una zona de libertinaje y prostitución… en el siglo XVIII.
Ahora esa misma mala fama para una zona específica de Londres se correspondía con el Soho.
Había escogido mal lugar para vivir al parecer porque ahora no era más que otro de los muchos barrios acomodados de clase media alta y que contaba con algún aristócrata venido a menos entres sus vecinos, que rodeada al Londres central.
Y de este modo, reprochándose a sí mismo su estupidez y su falta de atención en lecciones de historia de la ciudad donde vivía fue como Edward Harper Junior dio con el número cuarenta y ocho de Atalanta Street.
O lo que era lo que es lo mismo dicho en otras palabras: el lugar que se había comprado como su hogar.
Suspiró porque la fachada no era de color brillante, sino que era de color ocre claro; diferente al resto de viviendas de la calle, pero no discordante o chocante con el resto, lo cual estaba muy bien. Por otra parte, se sorprendió mucho consigo mismo acerca de las dimensiones que ésta tenía porque no era un semi palacete como el hogar comunal de los Harper pero tampoco era el cuchitril de estudio que Andrew tenía como vivienda; simplemente era normal y adecuado a una pareja que deseaba tener dos o tres hijos.
“Niños” pensó con asco.
No era que los odiase o les cayesen mal, pero ya tenía más que suficiente con la numerosa prole de sobrinos con los que el resto de sus hermanos honraba a la gloriosa patria británica. Además, nada bueno podía salir de un tipo como él y sus antecedentes en la facilidad para caer en vicios ilegales.
Mejor no arriesgarse.
Niños no.
Esposa… ¿sí? Pero niños, sin lugar a dudas no.
“¿Esposa sí?” se preguntó extrañado. “Ya veremos” añadió, antes de que llamase a la puerta en espera de que le abrieran la puerta.
Poco tiempo estuvo esperando (o quizás fue más ya que, carecía de reloj) pero al final, la puerta de su hogar se abrió. O mejor dicho, la abrieron.
Un hombre en concreto.
Hombre enjuto, de dientes que sobresalían ampliamente de su boca, enjuto, ojos saltones y calvo por buena parte de la zona central de su cabeza aunque con extensa mata de pelo en los laterales.
El mayordomo sin lugar a dudas, fácilmente identificable y reconocible por la manera en que vestía.
-          ¿Qué desea? – preguntó de forma arisca y prepotente; la antítesis a las buenas formas que en teoría debería utilizar un buen mayordomo.
-          Eh… bueno… esto… - titubeó mientras intentaba buscar las palabras y la forma más sencilla y eficaz con las que presentarse. - ¿Vive aquí la señora Jezabel Harper? – preguntó.
-          Sí, vive aquí la señora Jezabel Harper – respondió y explicó el mayordomo nuevamente con un aire de superioridad que no debería corresponderle ya que del mismo modo que era fácilmente reconocible como mayordomo, Edward era fácilmente reconocible como aristócrata.
-          ¿Sería posible visitarla ahora? – preguntó Edward continuando con el tono amable e ignorando las ganas que tenía de bajarle los humos al petulante mayordomo.
-          ¿Ahora? – preguntó el mayordomo incrédulo. Edward asintió con la cabeza. - ¿Y sin previo aviso? – volvió a preguntar, añadiendo esta vez una ceja enarcada como gesto de desprecio. – ¡Vas listo! – gorgoteó y rio a carcajadas en su cara ante la total indignación de Edward quien se estaba mordiendo la zona interna de su labio inferior para no pensar más tiempo del debido en propinarle una paliza al mayordomo repelente.
-          Sí  ahora – repitió, con una sonrisa falsa. – Me da la intuición de querrá verme – dejó caer con tono misterioso.
-          Pues va a ser que no – dijo el mayordomo negando con la cabeza pero sin que le faltara la sonrisa.
-          Te repito que a mí va a querer verme – volvió a decir con los dientes apretados y devolviéndole una sonrisa igual de falsa que la que él le mostraba.
-          Ya ya – dijo, mientras bostezaba. – Eso dicen todos – añadió. – Hasta luego – concluyó, mientras le cerraba la puerta.
-          ¡Escúchame bien calvorota! – exclamó Junior realmente enfadado e impidiendo que la puerta se cerrase por completo. – He recorrido un largo camino para venir hasta aquí hoy y no me voy a ir sin que tu señora me reciba – aseguró.
-          Si me dieran un chelín por cada vez que he escuchado esas palabras – se dijo el mayordomo a sí mismo aunque en voz alta. – Mire señor, no sé quién es, qué vende o a qué o quién representa pero no va a entrar en esta casa y menos a estas horas cuando la señora está durmiendo la siesta y todos hemos recibidos órdenes expresas de que no se la despierte o la moleste en este momento, ni siquiera por defunción de un familiar – explicó. – No voy a ser el primero que desobedezca una orden de la mujer que me paga y menos por un mequetrefe relamido como bien parece que es usted – concluyó, cerrando un poco más la puerta de su lado.
-          ¿Mequetrefe relamido? – repitió Edward confuso. - ¿Me estás llamando mequetrefe relamido a mí? – añadió, incrédulo. -¿Tienes la más mínima o ligera idea de con quién estás hablando imbécil? – volvió a preguntar mientras forcejeaba.
-          No – se burló él sacándole la lengua y sacudiendo la cabeza. - ¿Es que no te das cuenta de que no me importa? – le preguntó él a su vez, mientras también forcejeaba por cerrar la puerta.
-          ¡Anda y ve a despertar a tu señora! – ordenó Edward implacable en sus desprecio hacia el desobediente mayordomo.
-          ¿Por qué, eh? – se encaró. - ¿Es que acaso eres diferente al resto? – añadió. - ¿Quién te crees que eres tú para venir aquí de esa manera y comenzar a disponer de ese modo? – exigió saber.
Los esfuerzos de Edward por sacar de sus casillas al mayordomo para que éste perdiera fuerzas tuvieron su resultado y éste perdió fuelle en su resistencia, lo que le dio pie (nunca mejor dicho porque esa parte de su anatomía fue precisamente la que utilizó) para empujar, meter cadera y que la puerta terminase de abrirse de par en par gracias a la presión ejercida y también que el mayordomo cayese al suelo de culo.
-          Pues yo soy ni más ni menos que Edward Harper – se presentó con tono impasible mientras se ajustaba el nudo de la corbata mientras el grado máximo de pánico se reflejaba en el rostro del mayordomo. – Ve a despertar a tu señora – ordenó, con un casi imperceptible asentimiento de cabeza. – Estoy seguro de que no te dirá nada – instó con un susurro que podría manifestar complicidad, aunque en este caso no lo hacía.
Y por primera vez en toda la situación, el mayordomo acató la orden en silencio y de forma tan precipitada que trastabilló y a punto estuvo de caer varias veces mientras subía las escaleras.  
“Maldición” pensó Jezabel.
Nunca había sido de esas personas con un fácil o agradable despertar.
Es más, era bastante habitual que tuviese pesadillas o terrores nocturnos a diario; de ahí que no descansase bien por las noches y la necesariedad por tanto de sus siestas.
El problema para ella hoy, era que la pesadilla no era tal pesadilla y como tal, no se estaba produciendo en sus sueños o en su imaginación; sino que era real; muy real y además había sido la causa por la cual su mayordomo de confianza, el señor Chambers la había despertado: alguien identificado como Edward Harper estaba en la puerta esperándola y exigía (que no pedía o preguntaba) permiso para entrar.
Cuando se lo comentó (de forma bastante suave y timorata cabe reseñar) el señor Chambers puso gesto de extrañeza y asco pues pensaba que se trataba de una broma de (bastante) mal gusto ya que conocía de primera mano que ella era la viuda de Edward Harper. Por tanto, una vez estuvo despierta y se cercioró de que su seguridad por haber incumplido una de sus normas estaba totalmente a salvo, no dejó de despotricar y criticar acerca del hombre situado en la entrada que se autoproclamaba también como Edward Harper; quizás en busca de granjearse su favor.
El problema era que estaba equivocado y que esto no era una broma de mal gusto.
El hombre de la entrada era Edward Harper; su Edward Harper cabía puntualizar y… había dado con ella.
Una parte de ella lo esperaba, pero otra; quizás la más crédula deseaba que este hecho nunca sucediera. Esta misma parte reflejaba y manifestaba su parte más infantil e ignorante porque era bastante obvio que tarde o temprano daría con ella; era noble y tenía al alcance de su mano un sinfín de recursos. O bueno, sino un sinfín, si muchos más que ella y además, había descubierto en este tiempo transcurrido desde la última y única vez que se vieron que su hermano, el actual marqués de Harper, había sido jefe de los ocho de Bow Street ¿cómo no iba a dar con ella con semejante ayuda y caudal investigador de su parte?
De nada servía lamentarse y retrasar lo irretrasable.
Además, de que por otra parte nunca había sido una chica cobarde.
Por toda esa conjunción de factores, se quitó la manta que la estaba arropando en el sillón y se levantó, como si de una triunfadora se tratase, aunque más tarde se desperezase y bostezase de forma muy sonora, antes de mejorar su aspecto mínimamente lo mejor que pudo por la escasez de luz y se sentase nuevamente a esperar que entrase.
Una espera tensa y eterna que le estaba provocando escalofríos y sudores fríos por todo el cuerpo y un grado tal de nerviosismo que sus manos le temblaban tanto que no le quedó más remedio que dejar la taza de té frío que éstas sostenían en la mesita del té a fin de evitar un estropicio mayor en su persona. Aunque bien pudiera ser que la causa de estos temblores fuera el propio té, un estimulante que en nada le venía bien a su ya de por sí bastante estimulado cuerpo.
Edward no se estaba demorando a propósito (o bueno, quizás sí un poco) pero en su defensa iba a presentar como argumentos; uno, lo profundamente impactado que le había dejado la revelación de que su esposa afirmaba de manera tan abierta que dormía la siesta.
Este hecho y acción, que tenía una pésima consideración social, no era practicado por las damas de gran cultura y alta posición social. Corrección, sí que era practicado, pero no se debía admitir tan abiertamente y mucho menos, hasta el punto de comunicárselo a sus empleados domésticos y que éstos lo utilizasen como excusa para dar largas a visitantes inesperados e indeseados como bien seguro era su caso.
Y segundo argumento a esgrimir, hacía ocho años más o menos desde la última vez que visitó esta casa; esta vez estaba sobrio y en teoría, todas sus funciones y capacidades cerebrales debían funcionar bien. Por tanto, debía y quería asegurarse de recordar todos los detalles posibles porque quizás, alguno de ellos le sirviese de ayuda y pista para recordar su visita anterior con el fin de dar con su antiguo uniforme militar de gala; el cual, no debía olvidar, se había convertido en el primer motivo y propósito por el cual había venido a la casa de Fulham.
Muy relacionado con este último argumento se situaba el tercero, que consistía básicamente en ver y observar con detalle y detenimiento todos y cada uno de los detalles de la decoración de la casa para aprovechar y que fueran éstos quienes, de manera silenciosa, le proporcionasen algún dato útil acerca del carácter de su esposa; quien había descendido a la segunda posición dentro de su escala de prioridades.
 De entrada y a primera impresión, parecía una mujer equilibrada y sobria; porque no había otra palabra más que sobria para definir la decoración de la casa. Quizás austera…
Esa decoración no casaba en nada con ella, al menos, no con la imagen nebulosa que él tenía de aquella mujer, quien era puro colorido (rosa fucsia nada menos). Y normalmente quien llevaba vivo colores era la expresión y el sinónimo de la alegría y no de la sobriedad o la austeridad. No obstante, era perfectamente entendible si se tomaban en cuenta sus circunstancias personales; estaba viuda en teoría y a ojos del mundo y por tanto, una viuda debía ser sobra y discreta. En ese punto, lo que sacaba en claro era que seguía las normas y convenciones sociales a rajatabla y que por tanto, si se diera el caso y las circunstancias adecuadas,  no iba a tener problemas ni pasar toda la velada preocupado acerca del comportamiento que tendría durante la misma tal y como le había sucedido a sus hermanos Anthony y Joseph y por tanto, podría llevarla junto a él a los numerosos actos y reuniones sociales a los que debía asistir por norma y regla, como “buen” aristócrata que era sin temor a murmullos y comentarios malintencionados o dañinos.
Un momento.
¿Llevarla junto a él a eventos y actos sociales?
¿No se estaba precipitando demasiado para ser una persona a la que este matrimonio le había caído como un jarro de agua helada por lo inesperado del mismo y que se estaba devanando los sesos en la búsqueda de una manera de disolverlo sin que la prensa ni nadie ajeno a su familia se hiciera eco del mismo?
“Basta de desvaríos o devaneos” pensó, infundiéndose valor.
Y entró en lo que supuso que era el salón de recibir visitas.
Y menciono el verbo suponer porque ese era el lugar que le había señalado el mayordomo (ahora mucho más amable con él) como el sitio donde Jezabel le estaba esperando.
Él no tenía mucha idea en convenciones sociales en el ambiente doméstico, pero tampoco hacía falta ser alguien que destacase por su inteligencia sobresaliente sobre el resto para suponer esto.
Y por ello, entró
Y saludó a su esposa.
Pero no de manera afectuosa o cariñosa; la propia de los matrimonios y los enamorados. Él en su lugar, utilizó su arma más potente y efectiva: la ironía.
-          ¿No te parece que hace un día excelente para reencontrarte con tu mujer desaparecida? –
Jezabel supo que estaba enfadado con ella antes incluso de que abriese la boca.
Se lo dijo su manera de caminar: lenta, pesada, forzada y exagerada
Y también el ceño apenas fruncido y la expresión adusta de su rostro.
Parecía peligroso.
Era amenazante con esa postura.
Pero lo más sorprendente de todo a sus ojos era que…¡le parecía tremendamente atractivo!
De inmediato borró ese hilo de pensamientos de su mente sacudiendo la cabeza y revolviendo con este gesto sus ya de por sí apenas contenidos cabellos en un moño bajo y flojo.
-          Bonita casa – añadió él, tras echar un vistazo con detenimiento a su alrededor y cerciorarse de que la decoración continuaba con la tónica del resto de habitaciones.
-          Gracias – respondió ella de manera educada neutral.
-          Muy apropiado que olvidaras mencionarla en nuestro anterior encuentro – le reprochó lleno de ironía.
“Quizás si debí mencionarlo antes de salir huyendo despavorida” se dijo a sí misma Jezabel con remordimientos por este hecho.
No lo hizo en su momento y más tarde pensó que tampoco iba a cargarse de remordimientos después porque tenía poderosas razones y argumentos a su favor para no haberlo hecho. Razones como por ejemplo, la saturación de datos, sensaciones y emociones que sintió ese día o, que en teoría, él debía conocer de la existencia de esa casa dado que era suya.
“Claro que, en teoría también debía conocer acerca de mi existencia y también lo había olvidado” se recordó.
Solo por eso, decidió no pedirle disculpas como había pensado la primera vez y en su lugar, le preguntó con recelo:
-          ¿A qué has venido? –
-          ¿No es evidente? – le preguntó Junior, una vez superada la estupefacción de comprobar que su esposa tenía más mal carácter del que su imagen dulce y angelical proyectaba, gracias sobre todo a los suaves rasgos de su cara.
Y entonces entendió por qué su amigo Andrew estaba tan pesado e incluso obsesionado con pintarla: en esa posición y lugar, con esa escasa iluminación desde su perspectiva y pese a que vestía totalmente de negro aún, era digna merecedora de un retrato del que solo él sería  el único destinatario.
No era amor lo que sintió, pero en ese preciso instante pudo entender algo mejor qué es lo que le llevó en su momento a iniciar una conversación y más tarde, derivar en un matrimonio precipitado con ella. Esa mujer, su esposa, era puro encanto natural y era una verdadera lástima que él no tuviera ni una sola pizca de dotes artísticas o creativas porque sería muy poco probable que la encontrara más encantadora que tal y como sus ojos la veían.
Sin embargo, una cosa era lo que pensase y otra cosa muy distinta era su prioridad y el motivo por el cual había ido allí a visitarla; además de para dar con ella, por supuesto.
-          He venido a por lo que es mío – añadió y anunció.
Tres fueron los sentimientos que cruzaron la mente y todos los sentidos de Jezabel cuando escuchó esas palabras salir de la boca de Junior. Cuatro si le añadías la creciente expectación que experimentó mientras esperaba a que añadiese y revelase el motivo que le había llevado hasta allí. O en otras palabras, a que respondiera a su pregunta.
Primero sintió miedo.
Miedo porque esas palabras venían a confirmar la primera suposición que se había hecho en cuanto lo vio entrar por la puerta: venía a por la casa, dado que era suya. Lo cual dejaba la siguiente pregunta en el aire ¿dónde iba a vivir ella ahora?
Después, y muy relacionado con el miedo sintió indignación conjuntada con unas ganas enormes de guerrear.
Indignación porque se creía que era el único con derecho a reclamar esa casa pero estaba muy equivocado porque probablemente, había olvidado que había firmado un papel en el que la dejaba como usufructuaria y copropietaria de la misma. Es decir, eran bienes conjuntos y gananciales del matrimonio y por tanto, esa casa era tan suya como de él, aunque hasta ahora solo ella le hubiera estado dando uso. Y puede que incluso eso, jugase a su favor.
No.
Ella llevaba mucho más tiempo aquí que él y conocía al detalle el funcionamiento de la misma así como todos sus detalles. De ninguna manera se iba a ir de esa casa sin pelear.
Estaba muy equivocado con ella si pensaba que era dócil y mansa solo porque su trabajo fuese el de institutriz, porque sabía ser discreta y paciente, pero también sabía esperar el momento para sacar las uñas. Y para este estaba más que lista.
Por último, la tercera de las emociones que sintió fue esperanza.
Y de las tres esa era la más dañina y perjudicial para ella.
¿El motivo?
Porque puede aquello que había venido a buscar no fuese la casa sino a ella.
A ella.
¡Oh Dios mío!
¿No sería rotundamente romántico?
El problema radicaba precisamente en ella, ya que, tal y como estaba estructurada su vida ahora mismo, este gesto de romanticismo espontáneo no tenía cabida en su vida actual. No obstante, y he aquí el gran dilema, es que tal y como había venido hoy y la estaba mirando en esos momentos, y pese a que no lo conocía en lo más mínimo, no estaba completamente segura de poder y querer decirle que no si se lo proponía de una manera más directa.
“Hay momentos en que uno debe ser más específico cuando habla” pensó Edward.
Precisamente, según su opinión, ese parecía ser uno de esos momentos; sobre todo y a juzgar por la cantidad de expresiones diferentes que se reflejaban y surcaban el rostro de Jezabel. No quería perder más tiempo, por lo que preguntó:
-          ¿Dónde está mi uniforme militar de gala? –
Nuevas emociones volvieron a surcar el rostro de Jezabel en esta ocasión.
La primera sin duda alguna fue alivio porque de momento no pensaba reclamarle la casa.
“De momento” se recordó para no bajar la guardia.
La segunda nuevamente coincidió y fue indignación; pero consigo misma: ¿tanto miedo y expectación para esto? ¿Un simple traje?
Y por último, la tercera y más dolorosa fue la desilusión que sintió porque se había equivocado y, como era de esperar por otra parte, porque no la conocía de nada (y lo poco que conocía lo había olvidado) no había venido a reclamarla a ella como su esposa.
Era lo más fácil y sencillo según sus circunstancias, pero eso no quería decir que no le hubiera afectado.
Tan aturdida quedó al parecer que, olvidó la pregunta que él acababa de hacerle y no le quedó más remedio que preguntar de nuevo:
-          ¿Tu qué? –
-          Mi uniforme militar de gala – repitió con impaciencia. - ¿Lo has visto? – preguntó. - ¿Está aquí? – añadió. – Por favor, dime que eres de ese tipo de mujeres que guarda y almacena todo lo que encuentra a su paso pensando que puede darle un uso futuro aunque sabe de más y de sobra que será imposible que eso suceda – rogó y suplicó con las manos juntas, aunque no se puso de rodillas.
Jezabel no era del tipo de mujer que Junior acababa de describir, pero con ese objeto en particular sí que lo fue: ya que, fue lo primero que se encontró en las escaleras y sobre todo, porque supo que pertenecían a su esposo. Un esposo que era militar y al que por tanto, la mejor manera posible de honrar su memoria sería conservando su uniforme intacto en el armario de su habitación junto al resto de sus cosas.
-          Tu propósito se va a ver cumplido – anunció neutral mientras se ponía en pie. – Sígueme – añadió, antes de echar a caminar pasillo hacia delante sin volver la vista atrás en ningún momento, ya que no le cabían dudas de que la estaba siguiendo.
Durante todo el recorrido; el cual Junior realizó a una distancia prudencial de Jezabel, éste no dejó de preguntarse si se estaba burlando de él y sobre todo, a qué nuevo lugar inexplorado de su hogar le estaba llevando.
Ambas preguntas se resolvieron en el mismo instante en que ella abrió una nueva puerta que les introdujo en un dormitorio a juzgar por el mobiliario y acto seguido, sacó una llave con la que abrió una de las puertas del gigantesco armario que cubría toda la pared y empujó esta hasta el fondo revelando para ambos el contenido del interior del mismo.
Un contenido que no era otro que el de una excelsa cantidad de coloridos vestidos.
Vestidos.
O lo que es lo mismo, prendas y vestuario femenino.
“¿Me ha traído a su dormitorio?” se preguntó Junior mientras giraba sobre sí mismo y confirmaba, gracias a su fijación por los detalles de que, efectivamente así era. “¿Está loca?” se preguntó alarmado. “¿Es que no piensa en el que dirán?” añadió, enfadado. “¡Que todos piensan que sigue viuda!” quiso gritarle.
Su hilo de pensamientos quedó repentinamente roto cuando, algo cayó sobre él. O mejor expresado, cuando Jezabel le arrojó algo.
Un algo que no era otra cosa que su uniforme militar de gala.
Y en ese momento dejó de pensar en el que podrían decir. Más que nada porque salió corriendo en su dirección, uniforme al hombro, para estrecharla contra él mientras repetía incansablemente una retahíla de gracias y agradecimientos variados.
La soltó cuando descubrió lo tremendamente incómoda con esta situación de intimidad que él había creado sin querer antes de, frenético como nunca antes en su vida, comenzó a buscar y rebuscar de entre todos los bolsillos, rincones, huecos y recovecos posibles un posible escondite y lugar en el cual él, estando borracho, pudiera haber escondido su licencia matrimonial con el fin de que continuase siendo un secreto que él revelaría llegad el momento más oportuno y propicio.
Y dio con él.
Y con ella, dado que ambos estaban en el mismo sitio.
Un lugar que no era otro que un pequeño bolsillo interno a la altura del gemelo en sus pantalones y que en otras ocasiones había utilizado como escondite para introducir tabaco y sustancias prohibidas de otro tipo en el interior del campamento militar en época de conflicto, para consumo personal, compartir o vender.
Lo sacó y lo leyó.
No uno, dos o tres veces.
En realidad, no se podría decir con exactitud y a ciencia cierta el número de veces exactas que fueron porque su capacidad de lectura en esas circunstancias se multiplicó al menos por cinco.
Pero con todas y cada una se confirmó lo que ya sabía y sospechaba desde que lo vio doblado allí; era su licencia matrimonial.
Documento que confirmaba su estado civil de casado.
Pero no solo era un hombre casado sino que también tenía una casa completamente reformada y decorada en propiedad.
Sacudió la cabeza, repentinamente abrumado ante la obtención y posesión de tantas responsabilidades de persona adulta y madura juntas que él no deseaba precisamente en ese momento.
Aunque sin lugar a dudas, lo mejor de toda esta situación, era que se encontraba en posesión actual de los dos certificados de matrimonio que atestiguaban esta situación y por tanto, podía hacer lo que quisiera con ellos. Y entre esas posibilidades se encontraba la de la eliminación de los mismos.
Sería como si nunca hubieran estado casados durante estos ocho años.
En realidad, parecía que nunca habían estado casados durante estos ocho años pero ahora ¡no habría nada que lo confirmase!
En cuanto a la casa… ¡que Jezabel se quedase con la casa!
¿Para qué la quería él si al fin y al cabo se había acostumbrado a vivir bajo el amparo familiar y ejercía a la perfección el papel de eterno tío solterón?
¡Se la regalaba!
¡Y con un lazo incluido si quería también!
¡Podían volver a sus vidas anteriores!
¿No era maravilloso?
Debía serlo, porque a juzgar por la expresión que ella puso el día que se enteró de la notica, estaba tan poco entusiasmada como él.
Iba a volverse loca de alegría cuando le contara su plan.
Sin mediar palabra, volvió a abrazarla. E incluso esta vez, dio vueltas y giró con ella sin soltarla en ningún momento y haciendo caso omiso a sus demandas y explicaciones.
Finalmente, Jezabel terminó por contagiarse de la alegría reinante y sin saber muy bien por qué decidió devolverle los abrazos.
El júbilo del desconocimiento para Jezabel y del futuro devenir afortunado de Junior  los contagió de tal manera que, sin ser muy bien conscientes del cómo o de quién inició la cadena, acabaron besándose en los labios varias veces.
Precisamente fue en mitad de uno de esos besos el momento en que el mayordomo, el señor Chambers, entró en la habitación de Jezabel; la cual Junior no había reparado que era la del señor de la casa y por tanto, la del lecho conyugal.
-          ¡Oh! - fue lo primero que salió de su boca, casi mudo del asombro por tan excéntrico comportamiento por parte de su controlada e incluso podía decirse que rutinaria en el sentido de aburrida, señora. – Siento molestarla de nuevo señora Harper – inició.
“No por mucho más tiempo…” pensó Júnior, ebrio de felicidad y con una sonrisa de oreja a oreja.
-          Sé que estoy incumpliendo por segunda vez en el mismo día una de sus normas de convivencia básica pero… vengo a anunciarle que tiene otra visita – concluyó.
-          ¿Otra visita? – repitió extrañada. - ¿Quién podrá ser? – se preguntó en voz alta de manera retórica mientras miraba su reloj de bolsillo, aunque el señor Chambers lo entendió mal porque él fue el encargado de responder a su pregunta:
-          Es su prometido señora – anunció. – El señor Edmonson – añadió y aclaró.
-          ¿Pro…- inició Junior, pero se atragantó e hubo de tragar saliva para poder preguntar de forma completa y mirando de manera inquisitorial a Jezabel - ¿Prometido? –
-          Sí señor – respondió mientras asentía. – Y trae flores – añadió, advirtiéndole del calibre de su rival.
La actitud de Junior cambió radicalmente al enterarse de esta noticia… para mal. Soltó y puso distancia con Jezabel antes de que la ironía y el enfado fueran las emociones que lo dominasen por completo.
-          ¿Sabe qué mayordomo? – preguntó mientras se remangaba las mangas de la chaqueta y de la camisa y se alisaba algo las arrugas de los pantalones con bastante resolución. – No tenía pensado quedarme mucho tiempo pero… por favor, hazle pasar – pidió, como si ya hubiese ocupado de forma real el puesto de propietario y señor de la casa. – Estoy deseando conocer al prometido de la señora Harper – anunció con bastante tono de recochineo y amenaza explícita acerca de una nueva conversación pendiente con su al parecer adúltera esposa, mientras se sentaba en el borde de la cama. - ¿Tú no? – preguntó a modo de conclusión y  mirando directamente a Jezabel mientras esbozaba una sonrisa cargada de maliciosidad y para nada buenas intenciones.







[1] Así era, Fulham era una especie de Las Vegas a finales de la época moderna e inicios de la contemporánea.