lunes, 26 de agosto de 2013

Capítulo 9 De toda la vida

CAPÍTULO  X
De grabados y gracias
Del arte se despliega ante tus pies
Para escuchar lo que he dicho entre lágrimas.
Enséñame cómo agradecerte.
Enséñame cómo ver el sentido de mi vida en los años futuros
Y a sentir que el amor perdura en la vida que se desvanece.
Elizabeth Barrett Browning (18-18) “Doy gracias a todos

¡BUENOS DÍAS LONDRES!
Aunque quizás no sean tan buenos como aparentan.
¿Lo habéis adivinado?
Efectivamente, estoy de mal humor.
¿El motivo? Una persona. O mejor dicho, una mujer.
¿Alguno de vosotros no sabe quién es la señorita Verónica Rossi?
Me extrañaría, porque esta chica se ha vuelto tan popular en apenas tan poco tiempo que es tema de conversación recurrente en los bajos fondos londinenses. Aunque tampoco debería sorprenderme este hecho, pues no hace más que seguir la estela que inició  su madre; Francesca Rossi, la renombrada actriz de teatro[1], décadas atrás.
De tal palo tal astilla.
Pero no solo los bajos fondos han caído bajo el embrujo de esos ojos reptiloides; también la corte está bajo su efecto; donde la señorita Rossi se ha convertido en la “chica de moda”.
Literalmente.
Desde su retorno a tierras británicas, la moda ha retrocedido y se ha trasladado a otro país: les informo que ahora mismo vivimos en pleno siglo XVIII francés.
Vuelven a llevarse las faldas amplias con aparatosos armatostes bajo ellas y los corsés tan apretados que apenas te dejan respirar imitando su estilo en la manera de vestir. Hecho que demuestra el poco cerebro que tienen hoy día las jovencitas debutantes y, en general, todas las mujeres, ya que son pocas las originales que se atreven a ser ellas mismas y diferentes a las demás. Claro que, no todas son las afortunadas a las que este tipo de atuendos les sientan bien: el caso más paradigmático sin lugar a dudas es el de la señorita Penélope Storm; que parecía más un chorizo blanco embutido a presión que una persona.
Sin embargo, ha sido un error el hecho de intentar implantar la moda al estilo de la reina María Antonieta.  ¿Debo recordar cómo acabó? ¡Viva la Revolución Francesa!
¿Debo recordar también que hace muy poco terminó nuestra guerra frente a un hombre bajito y gordo francés? ¿Realmente queremos rendirle homenaje de esta manera? Al menos yo no. ¡Despertad por el amor de Dios!
Al menos, lo único que me consuela con esto es que se ha demostrado que Verónica Rossi no es perfecta. Nos ha engañado tras esa capa de perfección, dechado de virtudes y conocimiento al dedillo de todos los protocolos habidos y por haber de las cortes reales europeas.
Ya me daba a mí en el olfato que no era todo lo que relucía en esa chica. Pero no es de extrañar con semejante historia truculenta familiar: ¡BASTARDA!
¿No sería fantástico que continuara con la tradición familiar y se viera envuelta en un asunto escandaloso?¿Que de repente se volviera loca y quisiera reclamar su título; enfrentándose por ello con su familia inglesa? ¿Que se pelease en público con alguna de las damas porque uno de nuestros libertinos le prestase excesiva y exclusiva atención? ¿O incluso un hombre casado?
O incluso mejor ¿que a imitación de su famosa madre fuese descubierta en pleno fornicio?
Queridos lectores, rezad para que eso suceda porque esta cronista estará más que encantada de contároslo todo al detalle.
Aviso a los varones Gold: vigilad muy de cerca la joyita que tenéis en casa.
Atentamente,
Christina Thousand Eyes.
Verónica no había estado preocupada. Al menos hasta el artículo de Christina Thousand Eyes.
Artículo que había reabierto viejas heridas y había minado su escasa confianza en sí misma.
Resultaba irónico que un escrito de una desconocida hubiese hecho el trabajo que ella presuponía que haría su familia en la cena formal a la que la habían invitado. Pero lo había hecho y gracias a ello, decidió no asistir al baile de la noche anterior.
Sin embargo, sabía que sus anfitrionas no le permitirían negarse a asistir al evento; a no ser que estuviera moribunda. Y dudaba mucho que aún así se lo permitieran.
Estaban enfadadas con ella. O mejor dicho, con la atención que ella provocaba; aunque ésta no fuera voluntaria.
No era tonta y había observado que, desde su llegada, cada vez eran más las mujeres que decidían imitarla en su manera de vestirla. Incluso aunque fuera incómoda para ellas, su estilo barroco estaba de moda y eso era lo único que contaba. Y sí, era cierto que ella había animado a alguna de sus amigas a ponerse corsés, pero no para burlarse de ellas intencionadamente n hacer que parecieran un chorizo blanco andante. Pues de hecho, conociendo que el cuerpo de Penélope y el suyo propio eran tan distintos, había optado por sugerirle unos modelos mucho menos rígidos que los suyos. Y lo mismo había sucedido con Rosamund; a quien había recomendado un corsé ajustado en la zona de sus abundantes senos para ayudarle en su sujeción y algo más suelto en la zona abdominal. Por último, también quiso intentarlo con Katherine; con quien, por similitudes físicas, era con la que más corsés podía compartir, pero ella se negó rotundamente y le hizo patente de inmediato su ofensa a su madre. Ambas desde entonces parecían repelerlas.
Además, habían hecho patente y habían trasladado su enfado y ofensa a Jeremy; quien, desde que le llenaron el vestíbulo con flores de todo tipo, tomó la resolución de marcharse de su casa porque “necesitaba concentración para sus discursos parlamentarios”.
Concentración.
Si, claro.
Parecían olvidar de nuevo que no era tonta y que aunque hubiera pasado mucho tiempo en el Piamonte italiano y se considerase piamontesa por los cuatro costados, también había vivido en Inglaterra y en ningún momento había olvidado si inglés. Por eso, sabía que Jeremy era un político pésimo y que no había nacido con un don para la oratoria por mucho que lo intentara. Además, no estaba ciega y las miradas y gestos faciales que le dedicaba cada vez que se convertía en el centro de su atención, no eran precisamente de amabilidad.
“Estoy deseando llegar al baile para divertirme algo…” pensó, con un suspiro en la soledad de su habitación mientras se miraba en el espejo.

Jeremy Gold era un cobarde.
Y era perfectamente consciente de eso.
También era un pésimo mentiroso y quizás fuera ese otro de los motivos por los cuales su carrera política era tan desastrosa. Nadie en su casa se había creído que había regresado a su hogar conyugal en busca de concentración e inspiración para enfrentarse nuevamente dialécticamente a su padre en el parlamento; ya que si realmente hubiera querido hacerlo, su pequeña casa de los horrores no sería el lugar más idóneo para este propósito.
La realidad era que había huido de la casa familiar por Verónica.
Su continua presencia alrededor estaba afectando a sus sentidos más de lo que la cordura y la buena conducta permitirían. Por primera vez, conocía el significado de la frase resistir a la tentación. Verónica era su tentación, su fruta prohibida y él no estaba seguro de ser capaz de resistirse a ello.
No cuando vestía como vestía y se comportaba de forma tan amistosa, abierta y amable con todos los hombres asistentes a los eventos sociales; dándoles esperanzas de futuras conquistas cuando estaba prometida con Dante Filippi. La tensión por su parte se había vuelto tan insoportable que la mitad de las veces quería tenerla bajo él en su cama y la otra estrangularla por la combinación de amabilidad e inocencia que lo volvía loco; como al resto de los hombres. A veces incluso quería realizar ambas.
Su resolución fue poner distancia de por medio para no sucumbir, así como la no asistencia a cualquier evento donde supiera que estaba invitada. Su plan había funcionado bastante bien, hasta que había leído la viperina columna de Christina Thousand Eyes.
Nunca le habían gustado los cotilleos no corrillos llenos de sentimentalismos y puras invenciones pero ahora mucho menos. Esa mujer la atacaba directamente de forma ruin después de haber rebuscado en su pasado familiar. No le extrañaría nada que tras la verdadera identidad de Christina Thousand  Eyes se escondiera alguna persona relacionada con los Meadows; pues bajo esa falsa capa de amabilidad que parecían mostrar ahora hacia Verónica se escondían unas mentes retorcidas y unos corazones faltos de amor. Pronto lo descubriría, pues estaba decidido a descubrir quién era la deslenguada escritora.
Había algo que debía agradecerle sin embargo a la susodicha; gracias a esa columna se había dado cuenta de lo solitaria que Verónica se hallaba en Gran Bretaña. De hecho, solo contaba con la protección de sus tres amigas. Y aunque una se comportara y actuase como un militar (y arrastrase con solo abrir la boca a sus hermanos) no tenía a ningún hombre que velase por ella. Con su padre no podía contar desde luego, influenciado por el enfado de las reinas de su casa y Graham era demasiado joven y desconocido para ella como para erigirse como su defensor.
Por tanto, no le quedaba de otra que ser él.
Era su amigo y, desde ahora también sería su protector y defensor en Inglaterra hasta la llegada de su prometido. Se lo debía por la amabilidad mostrada en las cartas que le escribió desde tan lejos preocupándose por él y ofreciendo su ayuda desinteresada para cualquier cosa que necesitase.
En cuanto al deseo y la lujuria que despertaban en él…no debía preocuparse.
Era un hombre hecho y derecho de treinta y cuatro años, no de quince. Sabría controlar sus impulsos sexuales. Más ahora que sus peces eran una realidad faunística, reunidos en la pecera de su habitación. Y si no, la solución era bien sencilla: buscaría a una mujer con la que desfogarse.
No sería la primera vez que lo hiciese.

Lo primero que Jeremy quiso hacer al entrar en el salón abarrotado de nobles de los Richfull fue ir a disculparse con Verónica e informarle de sus intenciones; pero no pudo hacerlo. No porque el círculo de admiradores que tuviese a su alrededor fuese tan grande; el cual estaba seguro que así sería, sino porque su hermana hecha un basilisco se apareció ante él y le impedía realizar cualquier tipo de movimiento.
-          ¡Caramba Jeremy! – exclamó, fingiendo sorpresa. - ¡Dichosos los ojos! – añadió, con ironía.
-          Ahórrate los sermones Katherine por favor – le pidió con desgana. – Soy tu hermano mayor – añadió como recordatorio.
-          ¿Adivina qué pasa? – le preguntó.
-          Sabes que nunca fui bueno en ningún tipo de juego de adivinanzas, así que nos ahorraré tiempo a ti y a mí y seré yo el que te pregunte ¿qué pasa? – preguntó.
-          ¿Has visto cómo van vestidas las mujeres esta noche? – le preguntó enfadada.
-          No – respondió él, inocente. – Acabo de llegar – le recordó el hecho que, por otra parte era obvio.
-          No te burles de mí – le advirtió ella. – Pues llevan ¡corsés! – exclamó indignada apenas cinco segundos después de haber estado vigilante con él.
-          Ahm – dijo él, impasible. – Que… ¿tragedia? – se atrevió a preguntar.
-          ¡Para mí sí imbécil! – exclamó ella, enfadada porque le daba la sensación de que su hermano no le estaba concediendo a este asunto la importancia y prioridad que debía. - ¿Tú sabes quién lleva corsés? – le preguntó.
-          Esa pregunta sí que me la sé – respondió él burlón y elevando el dedo índice como si estuvieran en un juego de ruegos y preguntas. –Y antes de que su hermana volviera a abrir la boca para decirle alguna cosa hiriente, añadió: - Verónica -.
-          Exacto, Verónica – repitió ella con un asentimiento de la cabeza. - ¿Y sabes lo que eso significa? – volvió a preguntarle. Pese a su madurez, Jeremy se sentía en esos momentos como en sus años de estudiante universitario en la mitad de un examen que no se había estudiado y por eso, avergonzado, volvió a negar con la cabeza. - ¡Qué ignorante eres para ser tan mayor! – le regañó ella. – Lo que significa es que Verónica está implantando una nueva moda en la forma de vestir y eso es inaceptable porque ella no es la incomparable – explicó. - ¡Yo soy la incomparable! – exclamó, o más bien, casi gritó. – Y por tanto ¡debería ser a mí a quien las mujeres imitaran! – concluyó, enfadada.
-          Pero ¿tú no vistes igual que el resto de las chicas? – preguntó, mientras echaba un vistazo a su alrededor deteniéndose en los vestidos de las damas sin entender muy bien a qué se debía el grado tan alto de enfado que había alcanzado su hermana pequeña esa noche.
Y por esa pregunta inocente, pero reflejo de su ignorancia, se ganó una bofetada de su hermana. Bofetada que protestó y de la que se quejó.
Cansado de jugar al juego de las adivinanzas estilísticas, Jeremy expresó su verdadera opinión acerca de tan insulso tema para él. – Además, ¿qué más dará lo que cada una lleve puesto? – le preguntó. – Mientras estén cómodas y se sientan guapas y a gusto consigo mismas, a mí me da igual – añadió.
-          ¿Ah sí? – le preguntó ella, retándole. – Espera a ver cómo viene vestida hoy Verónica y luego me dices lo mismo – añadió, antes de agarrarle por el brazo y tirar de él, caminando con firmeza y rapidez pese a que el salón estaba abarrotado de personas esa noche.
“Increíble” pensó Rosamund molesta mientras intentaba abrirse paso y esquivaba a cualquier miembro de la población masculina allí presente esa noche.
Lo cierto era que las palabras que había pronunciado la noche del regreso de Verónica acerca de buscarse un marido no habían sido ciertas. Ella no buscaba un marido, pero eso no quería decir los hombres solteros de Gran Bretaña estuvieran de acuerdo con su firme pensamiento; aunque fuera extremadamente clara (e incluso borde o soez) con respecto a este tema. Cada temporada tenía al menos un par de atentos pretendientes. E incluso había recibido proposiciones de matrimonio.
Proposiciones como la de esta noche.; la cual había tenido que repetir hasta en cinco ocasiones para que al botarate le quedase claro el concepto de negación ante una pregunta formulada.
No entendía.
No entendía por qué esta situación se repetía año tras año y temporada tras temporada. No tenía una conversación agradable y aunque tenía un rostro simétrico y bonito, era más alta que la mayoría de las mujeres; lo cual le restaba atractivo y eso sin hablar de sus prontos y carácter agresivo, similar al de muchos hombres, así que no era una candidata idónea al puesto de esposa. Así que ¿por qué?
Tenía varias teorías al respecto sin embargo:
·         La primera de ellas era tan solo una sensación personal; parecía que su “caza” se había convertido en un asunto primordial entre los aristócratas británicos y que habían realizado apuestas por ver quién era el afortunado que consiguiera  llevarla hasta el altar y exhibirla públicamente como su trofeo.
·         La segunda más que una teoría era una certeza. O mejor dicho, eran dos protuberancias físicas peculiares que poseía. Efectivamente, se refería a sus senos. Senos que eran el único rasgo femenino apreciable a simple vista de su feminidad y que estaban en consonancia y proporción al resto del tamaño de su cuerpo.
Sí, eran grandes. Y la causa de su vergüenza, ya que por más que intentaba ocultarlas o camuflarlas, no lo conseguía. Y tampoco los vestidos que se confeccionaban en esa época estaban diseñados pensando en mujeres como ella; de ahí que utilizase los corsés sugeridos por Ronnie. Sujeción era su actual palabra predilecta.
Pero aunque ahora las tuviese siempre en su sitio; éstas continuaban ejerciendo como foco de atracción no deseada para los hombres; los cuales, atraídos como las abejas a la miel, se transformaban en sus solícitos pretendientes pensando de forma equivocada que ella era solo un cuerpo carente de cerebro a la que tratar como mujer objeto. De hecho, dicho pensamiento era típico de las dos tipologías de pretendientes que solía tener; militares o botarates que se excitaban con excesiva facilidad.
 De ninguna de las maneras a ambos.
¿Tanto les costaba entender que ella no iba a casarse nunca y que en realidad pasaría sus días de vejez junto a su amiga Penélope en su pabellón de caza de Gloucestershire; donde serían conocidas como las matronas a las que impresionar por parte de las jovencitas y a las que los críos tendrían que evitar gracias a las historias que ellas mismas se encargarían de propagar sobre sus excéntricas costumbres?
Romperían el pacto creado hace diez años con respecto a contraer matrimonio con un duque pero ¿y qué? Si de las cuatro, la primera que daría un paso al frente en el altar ya lo estaba  incumpliendo al escoger a un conde ¿qué importaba que ella, la creadora del mismo también lo hiciese? Al fin y al cabo, las cuatro sabían y continuaban sabiéndolo que, si realmente había alguna con posibilidades de cumplimiento del mismo, esa era Katherine. Así que, cuando Katherine se casara con el duque ese que ella creía perfecto para él, el pacto quedaría realizado.
Además ¿por qué tenía que ser ella la primera en contraer matrimonio de sus hermanos? ¿Sólo por ser la única mujer? Pues de eso nada. Tenía dos hermanos mayores que ella y un hermano gemelo (aunque Júnior también podría entrar en el mercado matrimonial pese a su juventud) que eran unos candidatos tan perfectamente válidos como ella para casarse; sino más.
“¡Dios!” protestó. “Cómo deseo dejar de ser la marquesa de Harper…” añadió.
Ese era el propósito y motivo por el cual asistía a los eventos de la temporada. En realidad era el primero: la búsqueda de una mujer para sus hermanos; especialmente para Anthony, el primogénito porque si él se casaba, su consorte heredaría el título del que ella estaba deseosa de dejar de ostentar, aunque gracias al carácter y al enamoramiento que éste sentía por su trabajo, sabía de sobra que era una tarea bastante complicada.
El segundo era pasar todos los días más tiempo junto a sus amigas; a quienes más que amigas consideraba sus hermanas. Sin embargo, esta noche ni uno ni otro de sus objetivos se estaba llevando a cabo ya que por más vueltas que daba alrededor del salón de baile no conseguía dar con ellas.
“¿Dónde demonios se habrán metido ahora?” se preguntó, aumentando su grado de enfado al no dar con ninguna de ellas tras dos vueltas completas al mismo.
Fue en la tercera vuelta, quizás porque fue prestando mucha más atención a los rostros de las personas y a los detalles que se amontonaban en el salón, cuando fue consciente del lugar exacto donde estaba Verónica.
Corrección, fue consciente de la situación tan particular en la que se encontraba su amiga. Una Verónica que se encontraba rodeada de hombres. Desde su posición, lejana a la de ella, parecía que el número exacto y total de hombres a su alrededor era de ¿diez? ¿Diez hombres? ¡Madre del amor hermoso!
Efectivamente.
Diez era el número total de hombres que rodeaban por completo a Verónica y que averiguó tras contarlos desde la lejanía. De hecho, había reconocido a su amiga por los adornos barrocos de su falda; típicos de ella y de nadie más, no porque realmente la hubiese visto con sus ojos.
Diez hombres que la miraban de manera muy hambrienta y maneras muy malintencionadas mientras ella, todo sonrisas y buena educación, permanecía ajena al tipo de pensamientos que surcaban por la mente de estos “seres”.
“Esto no le va a gustar nada a Katherine…” pensó mientras negaba con la cabeza y enfilaba sus pasos hacia el corro con el fin de evitar la tragedia antes de que sucediese. Además,  sintió una corazonada que le informaba de la mala espina que le provocaba esa circunstancia tan particular. Gracias a ello, por primera vez agradeció el gentío en el salón de baile de los Richfull esa noche pues le permitió acercarse a ellos de manera sigilosa y sin ser vista…
-          Doy gracias a Dios de manera infinita por el instante en que decidió abandonar el retiro que se había autoimpuesto en el lugar de las solteronas y decidió concedernos el honor y regalo de su presencia y compañía – fijo uno de los nobles, mientras le besaba la mano y posaba sus labios durante más tiempo del permitido por las normas sociales de protocolo.
-          Muchas gracias milord, es usted muy amable – respondió ella con una sonsrisa franca.
-          Es en serio, señorito – dijo otro.
-          Es usted la visión más espectacular de todo el salón con su vestido morado y los bordados dorados – añadió un tercero.
-          Muchas gracias – respondió Verónica, nuevamente sonriendo.
-          Una visión divina y celestial – dijo otro hombre al que en esta ocasión Rosamund no pudo verle el rostro pero al que también quiso golpear.
-          ¡Una Madonna! – exclamó un quinto, besándole la otra mano.
-          ¿Qué Madonna? – preguntó un sexto, ofendido. - ¡Una Venus! – propuso.
-          ¡La Venus de Boticelli! – propuso un séptimo.
Verónica intentó comportarse de manera educada y correcta; tal y como le habían enseñado frente al acosos sin cuartel de tantos hombres. Además de que, por otra parte, le gustaba que la halagasen pues unos halagos y palabras bonitas con las que subir tu autoestima nunca estaban de más en su opinión. Por eso, se había limitado a asentir, sonreír y a agradecer los cumplidos de forma breve. Pero cuando escuchó los enfervorecidos comentarios sobre su persona, fue incapaz de contenerse y comenzó a reírse a carcajadas; a su manera tan particular e identificativa.
-          Agradezco sobremanera comentarios y halagos tan positivos, señores – inició, aún con pequeños ataques de risa. – Pero lo lamento, no puedo compararme con la Venus de Boticelli; principalmente porque ella es una pintura y yo estoy viva además de que vivimos en centurias diferentes y no coincidentes – explicó. - Por último, considero que la bella Simonetta es mucho más bella que yo – concluyó, completamente convencida de esto último; al contrario que su nutrido grupo de seguidores.
-          ¡Vaya, vaya, vaya! – exclamó una voz masculina al fondo del círculo que se convirtió de la nada en el centro de atención y provocó que tanto Verónica, como la oculta Rosamund y el resto de los hombres se girasen en su dirección para intentar conocer su identidad. – Parece que tenemos una mujer entendida en arte en la sala – añadió Martin Richfull; el hijo de los anfitriones mientras se acercaba hasta Verónica y se situaba junto a ella sin pedir permiso a nadie.
“¿Martin Richfull?” se preguntó Rosamund sintiendo repugnancia hacia su persona de manera instantánea. “¿De dónde demonios ha salido Martin Richfull?” se preguntó ahora molesta y, mucho más preocupada por el cariz que iba tomando esta situación.
-          Lamento contradecirle milord, pero no soy ninguna entendida en arte – mintió, porque lo cierto era que sí que entendía algo sobre arte debido a la pequeña colección que su tía tenía en su palacio piamontés. – Es solo que tuve el placer de observar el fresco en persona durante una visita que realicé a Florencia años atrás – explicó. – Aunque os he de confesar que una persona muy interesada en el arte – confesó mordiéndose el labio y sintiendo algo de remordimientos por haberle mentido.
-          ¿Ah sí? – preguntó Martin Richfull interesado en el tema, plantando una sonrisa malintencionada en el rostro. - ¿Os gusta el arte? – quiso saber. Verónica asintió, pensando que este hombre o tenía cierto grado de estupidez o estaba sordo, pues acababa de decirlo. - ¿Qué tipo de arte? – preguntó, como quien no quiere la cosa.
-          Todo tipo de arte señor – respondió. Y por si no le había quedado claro el significado de su frase, agregó: - Pintura, escultura y arquitectura –
-          Pintura ¿eh? – volvió a preguntar con la misma sonrisa siniestra de antes.  – Y decidme algo ¿os gustan los grabados? – quiso saber.
-          ¿Grabados? – preguntó Verónica con el ceño fruncido, interesada por primera vez en la conversación.
“¿Grabados?” se preguntó Rosamund horrorizada. “Verónica por tu madre ¡miente y di que no!” exclamó mentalmente mientras intentaba llamar su atención haciendo aspavientos con los brazos.
-          Grabados – repitió Martin Richfull. - ¿Os gustan? – repitió.
“¡No!” gritó Rosamund de forma mental mientras intentaba abrirse camino hasta llegar a la posición de Verónica; pisando y clavando los codos a toda persona que se interpusiera en su camino.
-          Como un tipo de pintura que es, me gustan los grabados – dijo, cansada de la conversación de borregos que estaba manteniendo con el desconocido incorporado a última hora. Lo que le sorprendió fue que su respuesta provocó que los ojos de los hombres que le habían acompañado casi desde el inicio de la fiesta se iluminaran hasta el punto de centellear y que todos estuvieran a punto de babear.
-          Fantástico – dijo con una risotada. – Fantástico – repitió en voz mucho más baja. - ¿Sabéis milady que yo también soy un gran aficionado al arte? – le preguntó.
-          No lo sabía porque os acabo de conocer – respondió Verónica siendo borde sin pretenderlo.
-          Martin Richfull, milady. Coleccionista de arte y amante de los grabados por encima de toda manifestación artística no real, para serviros – se presentó ejecutando una reverencia. – De hecho, poseo una completa selección de grabados en mi biblioteca – le informó. - ¿Os gustaría admirarlos? – le preguntó.
-          ¿Perdón? – preguntó Verónica volviendo a centrarse en la conversación, bastante incómoda al sentir la mirada fija de todos los hombres en ella.
-          Que si os gustaría visitar la colección de grabados de mi biblioteca – repitió él, con un cierto tono de ansiedad en su voz.
-          ¿Ahora? – preguntó Verónica sorprendida. – Pero ¡sois el hijo de los anfitriones milord! – exclamó, escandalizada. – Eso no estaría nada bien – añadió, negando con la cabeza.
-          Precisamente por eso milady – asintió Martin Richfull. – Tengo ventaja – susurró, guiñándole un ojo con complicidad. - ¿Venís? – preguntó por tercera vez, ofreciéndole su mano para guiarla.
Ronnie dudó un instante.
Había algo en la manera en la que le miraba y sonreía ese hombre que no terminaba de convencerla. No obstante…
No obstante, hacía tanto tiempo que no observaba y contemplaba con sus ojos una obra de arte que lo echaba de menos. De hecho, era una de las cosas que más cosas echaba de menos desde su llegada a Londres: la posibilidad de planificar y realizar una excursión sola (o acompañada de Penélope; otra apasionada del arte) para observar y contemplar colecciones públicas o privadas que… acabó por aceptar la mano que el señor Richfull le ofrecía; guiada por un repentino y doloroso ataque de nostalgia.
Incluso, si la fortuna estaba de su parte esa noche, incluso podía regalarle uno que colgar en la pared y que sirviera de decoración a su habitación de invitados.
Martin Richfull ya se veía disfrutando del pecaminoso cuerpo de su acompañante italiana en la biblioteca, cuando alguien se interpuso en su camino para romper y destruir de raíz todas sus posibles fantasías al respecto.
-           ¡Tú no vas a ninguna parte! - exclamó Rosamund furiosa mirando con odio a Martin Richfull y tirando de su amiga hacia ella.
-           ¡Rosamund! - exclamó Ronnie sorprendida por la aparición repentina de su amiga en escena. - ¿Qué tonterías dices? - le preguntó extrañada. -¡Claro que voy a ir! - replicó.
-          He dicho que no vas a ir y ¡no vas a ir! - repitió enfadada, tirando más fuerte y colocándola a su lado por fin.
-           Pp...p...ppero...- tartamudeó Verónica; incapaz de pronunciar bien las sílabas de tan enfadada como estaba.
-           Ni peros, ni peras ¡ni nada! - exclamó Rosamund a gritos y como si de su madre se tratase. - Lamento informarle señor Richfull de que la señorita Rossi está muy ocupada esta noche haciéndome compañía y le va a resultar imposible acompañarle a la biblioteca - dijo, mirándole con una sonrisa irónica.
-           La señorita ha manifestado en varias ocasiones su interés por el arte y su deseo de acompañarme - respondió Richfull con una sonrisa igual a la suya controlando su furia.
-           ¡Eso! - exclamó Ronnie para hacerse notar en la conversación, ya que ambos se miraban como si de un duelo a muerte se tratase y la ignoraban deliberadamente.
-           Pues si tanto interés tenéis en que Verónica vea vuestros grabados para que os dé su opinión acerca de ellos, podíais ir a la biblioteca a por ellos para que ella pueda verlos aquí sin necesidad de ausentarse del salón de baile - dijo Ronnie, sabiéndose ganadora del enfrentamiento con esta respuesta. – Ya sabe, sería una lástima y una falta de respeto enorme para sus múltiples admiradores aquí presentes.
Verónica abrió la boca para hablar, dispuesta a replicar nuevamente, pero pronto se dio cuenta de que la idea y sugerencia que su amiga había tenido era muy buena. E incluso la felicitó por ello.
-           Milord... ¿Podríais a por vuestros grabados a la biblioteca para que pueda disfrutar de sus contemplación en el salón de baile por favor? - le pidió utilizando su tono de rogativa que tan efectivo resultaba siempre e inmensamente feliz ante la perspectiva que se le presentaba.
-           Eh... sí – acabó claudicando Martin Richfull con fastidio. - Voy por ellos - anunció. - Ahora mismo vuelvo - dijo, girándose y confundiéndose entre la multitud.
-           ¡Gracias Rosie! - dijo Verónica. - ¡No sabes lo feliz que me haces! - dijo, estrechándola aún con más fuerza.
Pero Rosamund se soltó enseguida de su abrazo de forma brusca y la empujó, poniendo distancia entre ambas.
-           ¿Es que te has vuelto completamente loca? - le preguntó enfadada. - ¿Cómo se te ocurre decirle a ti que sí para ir a ver sus grabados a la biblioteca? - añadió.

En ese preciso instante, Rosamund vio a los hermanos Gold entrar en su campo de visión y bufando y echando humo por las orejas se encaminó hacia ellos, que no la habían visto todavía porque parecían estar discutiendo. Eso sí, prefirió no llevar consigo a Verónica, ya que iba a decir algunos comentarios que podrían herir su sensibilidad auditiva femenina.
Por ello, dirigió su mirada hacia el círculo de admiradores que la habían rodeado y que aún permanecían en el mismo sitio, como si de estatuas a tamaño real se tratasen e intentando disimular (de mala manera, todo sea dicho) que sus miradas estaban focalizadas en ellas.
Estatuas o borregos humanos según su consideración. Y como si de verdaderos borregos se tratase, les silbó e hizo un gesto de cabeza para que volvieran a rodear a Verónica, advirtiéndoles eso sí con la mirada y su dedo índice inquisitorial que se arrepentirían si alguno intentaba realizar una jugada similar a la de lord Richfull. En realidad, no hacía falta que hubiera realizado esto último ya que había aterrorizado anteriormente a estos hombres y sabía a ciencia cierta que, en comparación con el hijo de los anfitriones, eran inofensivos y mansos cual corderitos.
-          Justo las dos personas a las que quería encontrar – les saludó Rosamund mordiéndose la zona interior de sus carrillos para esbozar un inicio de sonrisa enigmática.
Por el tono de voz empleado y la manera tan suave en que se estaba comportando, Jeremy sabía que la pelirroja estaba enfadada y que, probablemente sería él quien acabaría por tener toda la culpa de la situación, aunque esto no fuera cierto. Con lo cual se preparó a conciencia para lo peor.
-          Decidme algo ¿alguno de los dos sabe el significado de la palabra anfitrión? – les preguntó, refrenando las ganas que tenía de explotar.
-          Me temo que te has confundido Carrotie, nosotros no somos Penélope; el pequeño diccionario parlante y caminante que tienes por amiga para proporcionarte el significado de las palabras – respondió Jeremy con ironía.
-          Cuida tus palabras y lávate la boca antes de hablar de mi amiga – le amenazó Rosamund entornando los ojos y crujiendo la mandíbula. No obstante y aunque se moría de ganas, lo dejó pasar y añadió: - Yo os diré lo que no es un correcto anfitrión: vosotros dos – dijo esto último señalándolos a ambos.
-          ¿Por qué dices eso? – preguntó Katherine, comenzando a enfadarse ante tal acusación.
-          ¿Alguno de vosotros dos puede decirme dónde está vuestra invitada? – les volvió a  preguntar.
-          Claro – respondió de inmediato Katherine. – Está… - añadió, oteando el horizonte de nuevo por todo el salón con la esperanza de encontrarla esta vez, ya que desde que se encontró con su hermano no había conseguido dar con ella.
-          Está… arrebatadora con ese vestido morado de satén – dijo Jeremy, completamente hipnotizado por el atuendo de Verónica de esa noche. Sus palabras causaron extrañeza y silencio en las mujeres situadas a su alrededor y Jeremy quiso que se lo tragase la tierra al haber pronunciado sus pensamientos en voz alta. - ¿Qué? – preguntó borde, a la defensiva. – Soy un hombre y tengo ojos – añadió. – Además, sabéis que hablo de ella como si fuera mi hermana pequeña – mintió antes de decidir cerrar la boca, con la sensación de que a más abría la boca, más metía la pata. – Está allí enfrente, perfectamente flanqueada por diez hombres – concluyó sonriente.
-          ¿Diez? – gritó Katherine dando un paso al frente para contar las cabezas masculinas.
-          ¡Premio para el abuelete! – exclamó con ironía Rosamund aunque masculló por lo bajo un capullo perfectamente audible para él. – Claro que está ahí enfrente; yo misma la puse ahí donde la ves – explicó.
-          ¿Te has vuelto completamente loca? – le preguntó girándose y encarándose con ella. –Pero tú ¿cómo la dejas a merced de diez hombres? – exigió saber.
-          Te aseguro que esta opción es la menos mala de las que se le han plantado a Ronnie esta noche – le informó. – Pero bueno carcamal ¿cómo es que no la has instruido en las artes de seducción? – le preguntó, enfadada e incapaz de creer que fuera tan estúpido o vago como para no haberlo hecho todavía.
Jeremy se atragantó sin estar bebiendo nada en ese momento al escuchar la sugerencia en forma de exigencia en forma de pregunta de labios de Rosamund. De hecho, le dio un ataque de tos tan fuerte que era incapaz de parar por sí mismo.
“¿Tanto se me nota?” se preguntó avergonzado de sí mismo mientras se palpaba el rostro en busca de las zonas con más temperatura corporal y por consiguiente, un color rosáceo más intenso; pruebas que delatarían sus impuros pensamientos al mismo tiempo que  Katherine le daba golpes en la espalda para detener la tos. “¿Acabo de escuchar lo que creo que acabo de escuchar?” se preguntó nuevamente. “¿Carrotie me ha dicho que por qué no he seducido a Ronnie? No. Imposible” negó, vehemente. “¿Me ha dado permiso para hacerlo?” repitió con gesto extraño.
-           ¿No me has oído? – le preguntó chasqueando los dedos para llamar su atención. - ¿Por qué no lo has hecho? – quiso saber. – Es tu obligación como “libertino” que eres – le acusó, burlándose a su vez de su supuesto título de conquistador.
“Parece que sí que me ha dado permiso” pensó Jeremy incrédulo por la revelación.
-          Tú mismo eres un hombre con dos ojos útiles y te has dado cuenta de cómo destace en apenas un vistazo, así que ¿por qué no la estabais acompañando en este evento social, tal y como exige el protocolo? – preguntó, pronunciando son especial énfasis la última palabra mientras miraba directamente a Katherine; informándole con su mirada de que se estaba burlando de la bediencia ciega que le prestaban a éste.
-          Porque parece estar pasándoselo muy bien ella sola sin nosotros – dejo caer entre dientes. – Está muy bien acompañada por esos diez hombres – añadió, celosa de la atención que provocaba.
-          Oh sí, se lo está pasando genial – replicó ella. – Aunque podría estar pasándoselo mucho mejor en la biblioteca de lord Richfull mirando su colección de grabados – añadió, a la espera de reacciones; que no tardaron en aparecer.
-          Katherine contuvo un grito de horror tapándose la boca con las manos. Solo entonces preguntó: - ¿Qué?-
-           ¿Qué? – se le escapó a Jeremy en forma de grito mirado con reprobación en dirección a Verónica, dirigiéndose hacia donde ella estaba seguido muy cerca por las dos mujeres. Él detuvo su marcha solo cuando estuvo justo en el centro del círculo y dejó pasar un par de minutos para dejar que su fama de violento y agresivo los atemorizase antes de ordenar: - Fuera -.
Muchos de los hombres desaparecieron solo con verlo situarse en el centro del círculo, otros huyeron cuando pronunció esa orden. Sin embargo, hubo un par de ellos (valientes o locos) que continuaron en sus lugares; los cuales eran casualmente los más cercanos a Verónica. Por tanto, no le quedó más remedio que acercarse hasta ellos y recordarles a escasos centímetros de sus rostros: - He dicho fuera – Y esta vez sí, ambos desaparecieron y él se quedó ahora justo frente a Verónica; quien tragó saliva ante la expresión amenazante  que tenía en su rostro.
-          ¿Qué locura es esa que Rosamund cuenta de que pensabas ir a la biblioteca de Richfull para ver sus grabados? – preguntó, conteniendo su enfado por si la posibilidad resultaba ser cierta.
-          Jeremy… hola – le saludó ella rehuyendo su mirada, atemorizada porque parecía aún más mayor, peligroso (y atractivo) cuando resultaba amenazador. – Lo que dice Rosamund es cierto – añadió algo más recompuesta. – Resulta que lord Richfull junior es un apasionado del arte como yo y se propuso voluntario para enseñarme su colección de grabados particular – explicó.
-          ¿Y tú te ofreciste a acompañarlo? – preguntó, alucinando. Ella asintió. - ¿Te has vuelto loca? – le preguntó. - ¿Qué clase de idea estúpida ha surcado por tu cabeza para que quisieras aceptar una cosa así? – añadió, elevando la voz de manera involuntaria.
-          Ni se te ocurra gritar, amenazar y atemorizar a mi amiga en mi presencia abuelete – le advirtió por segunda vez en la noche. – Además, tranquilízate porque afortunadamente para todos, yo SÍ que estaba pendiente de Verónica y actué a tiempo de evitar la tragedia – añadió.
-          ¿Dónde está? – exigió saber Jeremy, brusco. - ¿Dónde está Richfull, Carrotie? – repitió. - ¡Voy a matarlo! – gritó. – Se le van a quitar las ganas de enseñar grabados en bibliotecas de que termine con él – dijo entre dientes y apretando la mandíbula; aún así no pudo evitar gritar mientras hablaba.
-          Jeremy, lo estás haciendo estupendamente si lo que buscas es que dejemos de llamar la atención en el salón y pasar desapercibidos entre la multitud – le recriminó con ironía su hermana.
-          ¿Queréis dejar de comportaros todos como críos por Dios? – pidió Verónica abochornada por el comportamiento de los de su alrededor. – Además, no sé a qué viene tanto alboroto ¡tan solo eran unos simples grabados! – exclamó, inocente. - ¿Qué hay de malo en que viese unos grabados? – preguntó, expectante.
-          ¿Se lo explicas tú o se lo digo yo, Adonis? – le preguntó Rosamund impaciente e irónica al pronunciar la última palabra de su pregunta.
Jeremy inspiró aire antes de agacharse y susurrarle cuál era el significado real de la palabra grabados en determinados contextos. Pero una vez en esa posición se bloqueó. Las palabras no se atrevían a salir de su boca y lo único que expulsaba era su aliento que, movía los pelos de su bigote y hacían cosquillas a Verónica; quien, para evitar volver a reírse a carcajadas se movía de maneras muy extrañas y podían dar la sensación a cualquier espectador recién incorporado al salón que estaban haciendo cosas poco decentes en público.
Bien fuera la inspiración repentina o el pisotón que Rosamund le dio para que espabilase pero, al final Jeremy comenzó a hablar. Eso sí, de manera muy similar y parecida a sus desastrosas intervenciones parlamentarias.
-          Esto… - titubeó. – Verás… - añadió. – Lo que Rosamund… lo que Richfull… lo que yo quiero decir… - bufó y se giró en la dirección contraria para suspirar y pensar en la mejor manera de decírselo sin que se escandalizara. Carraspeó y aclaró sus ideas y dijo finalmente – Cuando Richfull hablaba de grabados en realidad no hablaba de grabados –.
Rosamund; que había leído los labios de Jeremy (y por tanto había entendido la última de frase) hizo un gesto de desesperación e incredulidad antes de comenzar a aplaudir la estupidez de frase ilustrativa que acababa de decir. Verónica ignoró el gesto de su amiga y continuó concentrada en la última frase. Frase que por más que repetía, no entendía; quizás porque era una frase hecha inglesa y ella ahora solo entendía las del italiano.
Por eso, con el ceño fruncido se giró y buscó la expresión de Jeremy para que la ayudara a entender. 
Con el rostro de Verónica a escasos centímetros del suyo, Jeremy rememoró inmediatamente el primer beso que se habían dado y le costó verdaderos esfuerzos refrenar a sus impulsos para repetir la acción. No obstante, dado que no estaban en el lugar indicado, tenían público hostil en las primeras filas y la mujer a la que quería besar había estado a punto de protagonizar un escándalo público sin ni siquiera ser consciente de ello, desechó ese hilo de pensamientos sacudiendo la cabeza y le dijo, mirándola a los ojos:

-           Verónica… los grabados son una de las tantas palabras que componen el lenguaje cifrado de los libertinos y que son utilizadas en el juego de la seducción – explicó. – Así que… Lo que Richfull dijo… - se rascó la frente y rectificó. – Cuando Richfull te propuso que le acompañases a la biblioteca para mostrarte sus grabados lo que realmente quería proponerte era… -
-           ¿Sí? – le preguntó asintiendo a la espera del final de la frase.
-          Lo que realmente te estaba proponiendo era… que te acostases con él – concluyó.

A Verónica le costó comprender el significado de la última frase. La repitió mentalmente varias veces hasta que la procesó y asimiló su significado completo.
Entonces…
-           ¿¿¡¡QUÉ??!! – preguntó con un grito tan fuerte que llamó la atención sobre ellos. De hecho, pronunció esta frase tan corta de forma tan repentina que un pequeño escupitajo con saliva salió de su boca disparado hacia el ojo y la mejilla de Jeremy. -  ¡Ay Dios! – exclamó avergonzada. - ¡Fue sin querer! – explicó. - ¡Lo siento! – se disculpó. - ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! – repitió mientras le limpiaba la saliva con la mano.
-             ¡Está bien! – dijo él dando un paso hacia atrás frotándose el ojo y abriéndolo  lentamente varias veces para reacomodarse a la capacidad de visionado. – Estoy bien, no te preocupes – le aseguró.
-           ¿Qué? – preguntó Verónica mucho más bajito.
-           Que estoy bien – repitió Jeremy.
-          No me refiero a eso – dijo Véronica. – Lo entendí perfectamente y salta a la vista tu perfecto estado físico, yo hablo de… lo otro – acabó la frase con un susurro.
-            Si Verónica, lo que realmente quería Richfull era lo que acabo de decirte – repitió.
-          ¿Es eso cierto? – les preguntó de forma muy seria (y esperando que no fuera cierto) a sus amigas para corroborar la respuesta de Jeremy.

Rosamund aún se reía del momento escupitajo volador (por el cual felicitó mentalmente a la excelente puntería y precisión de Verónica) cuando ésta les preguntó. De inmediato buscó a Katherine con la mirada y juntas asintieron a la vez.

“¡Oh Dios mío!” exclamó horrorizada mientras retrocedía y se alejaba de sus amigos llevándose las manos a la cara por la vergüenza.
Caminó hacia atrás con pasos pequeños y lentos. Mientras lo hacía recuerdos nada desagradables vinieron a su mente: el artículo de Christina Thousand Eyes donde se le llamaba más que insinuaba de todo y sobre todo, la situación de la que había sido protagonista esa noche; la cual vista desde otra perspectiva adquirió un nuevo significado .Ahora entendía las miradas de interés y las sonrisas interesadas de todos los hombres cuando aceptó gustosa y de buena gana el ofrecimiento de lord Richfull. Y también comprendió el “extraño” tono que él había utilizado a lo largo de toda la conversación con ella.

De inmediato volvió al artículo de Christina y percibió que había demasiado detallismo en su redacción. O dicho de otra manera, no había recurrido a los comentarios populares transmitidos de una a otra generación sino que parecía haber recurrido a fuentes directas. Ahora bien, ¿quién querría hacerle daño a ella si era una recién llegada? Comenzó a mirar recelosa y suspicaz a los invitados maduros del salón de baile en busca de posibles candidatos.
Los primeros sospechosos fueron los anfitriones; quienes por edad serían de la misma quinta de su padre. Sabía por las cartas que su madre envió a su tía Ludovica y que esta conservaba como si de un tesoro se tratase que en su juventud había tenido numerosos hombres interesados en ella. ¿Pudo ser lord Richfull uno de ellos?
La investigación llegó a su fin cuando fijó su mirada en sus tías María y Magdalena; las cuales pese a tener nombres de santas no estaban inspiradas por su bondad, ya que, alzaron las copas de champán que tenían en ese momento en las manos y brindaron a su salud; despejando y declarándose culpables con ese gesto.

“Me han engañado” pensó incrédula. “Me han engañado como a una tonta” añadió, aún afectada por el descubrimiento. “¡A saber qué habrán dicho de mi madre y de mí durante todos estos años para que los hombres actúen así al verme!” exclamó furiosa recordando lo sucedido hacía ocho años. “Pero ¡si yo no les he hecho nada!” protestó. “¿Qué pasará por sus cabezas para que realmente me vean así?” se preguntó mirándose. Y en ese momento, todo el lujo del vestido y las joyas que portaba se transformó en una carga demasiado pesada que no podía soportar y de la cual estaba deseosa de deshacerse. Ahora sentía asco y menosprecio por sí misma. Tanto, que las lágrimas estaban  a punto de derramarse de sus ojos.
-          Debo irme – anunció ya llorando, antes de salir corriendo hacia los jardines para evitar alguien más la viera de esta guisa; incumpliendo dos normas de protocolo con esta salida tan poco triunfal.
Mudos, los tres observaron cómo sin venir a cuento, Verónica se echaba a llorar y desaparecía de su vista a una velocidad vertiginosa. El instinto protector y maternal de Rosamund y que ella tanto se empeñaba en mantener oculto se disparó de inmediato y se dispuso a salir corriendo presurosa tras ella. No obstante, su carrera se vio interrumpida porque Jeremy se había puesto justo delante de ella.
-          ¿Qué dem…? – inició.
-          No – dijo con firmeza. – No – repitió mirándola a los ojos para remarcárselo. -Yo iré – informó. – Quedaos aquí- les advirtió a ambas antes de girarse y echar a caminar tranquilamente (para evitar comentarios malintencionados) exactamente en la misma dirección que Ronnie. Antes de hacerlo no obstante, a propósito paseó por el lado de las tías de Verónica, amenazándoles con la mirada y gruñéndolas; a lo que ambas mujeres reaccionaron dando un respingo y desapareciendo del salón; huyendo despavoridas como si hubieran visto una aparición demoníaca.

“Mira tú por dónde, por una vez mi fama sombría ha servido para algo” pensó, incapaz de sonreír. “Punto para el equipo Verónica” añadió.
Como el jardín de los Richfull era bastante grande, Jeremy continuó pensando en los acontecimientos de los que había sido testigo esa noche y sus sospechas se habían confirmado:  Verónica estaba completamente perdida en el funcionamiento interno de la corte británica donde nada es lo que parece y todos es un juego de apariencias y por tanto, necesitaba de un guía y protector que la orientase. Y dado que no había otro hombre al que ella pudiera considerar su amigo (y desde luego, no la iba a dejar en manos de alguno de los hermanos Harper) parecía que había llegado su momento. Él sería el encargado de instruirla, orientarla y defenderla.
No iba a consentir ni permitir una nueva burla, escándalo o situación mínimamente licenciosa en su presencia. Se desataría el Apocalipsis antes de que eso sucediera de nuevo.
Y no importaba que tuviera que poner en riesgo su salud debido a su calenturienta mente,  el número de veces que tuviera que mencionar mentalmente a sus peces y baños de agua fría que tuviera tomar al día. Él iba a ser su protector, su guía y su amigo
 Y punto.
Justo en el centro del jardín, Jeremy se detuvo y recordó la manera de actuar de Verónica en situaciones similares. Una imagen vino a su mente. Por eso, ni se molestó en desperdiciar saliva y tiempo llamándola: ya sabía dónde se había escondido.
Pero como ella desconocía de su buena memoria en lo que a recuerdos dode ella era protagonista y lo que quería era tomarla por sorpresa, retrasó lo más que pudo la velocidad de sus pasos, siendo lo más silencioso posible que la conjunción de sus botas, las hojas caídas de los árboles y la gravilla camuflada entre la hierba le permitían.
Su estrategia tuvo recompensa: apenas caminó siete pasos en la dirección correcta cuando escuchó unos sollozos ahogados y el sorber de mocos de una persona procedentes de la zona del jardín que servía temporalmente como almacén temporal para las estatuas que, habitualmente “decoraban” dicho jardín.

-                    Es curioso como hay cosas que nunca cambian por mucho que pase el tiempo – dijo en voz alta para manifestarle su presencia allí. – Siempre escoges la estatua más fea para esconderte tras ella – añadió, apoyándose sobre lo que parecía una estatua de temática cotidiana campestre en la que una campesina intentaba apagar un incendio desatado sobre un montón de paja agitándose la falda. Acción que le costó realizar, ya que durante un buen rato estuvo frente a la susodicha parpadeando compulsivamente e intentando pensar en qué lugar exacto de la casa estaba colocada semejante “obra de arte”.

Verónica contuvo un grito al escuchar las palabras de Jeremy y sobre todo, cómo se acercaba justo en su dirección.
“¿Cómo me ha encontrado?” se preguntó. “¿Es que me huele?” añadió oliendo su vestido; muy especialmente por la zona de sus axilas. “¿No entiende que quiero estar sola?” bufó, limpiándose las nuevas lágrimas que cayeron de sus ojos. “A lo mejor si me estoy totalmente quieta y silenciosa me deja en paz” pensó. Y dejó de respirar, pensando que Jeremy tenía un oído tan fino que ése era uno de los motivos por los que había dado con ella. No obstante, hubo un momento en que medio amoratada por esta acción, no le quedó más remedio que volver a respirar. Lo hizo tan bruscamente que le dio un ataque de tos y le proporcionó a Jeremy el lugar exacto de su ubicación.
“¡Genial!” pensó con fastidio.
El ataque de tos provocó que (el recientemente autonombrado protector) Jeremy iniciase la vuelta para situarse junto a ella, pero se detuvo cuando Verónica le ordenó justamente lo contrario.
-            Quédate donde estás – ordenó con voz nasal.
-           ¿Estás bien? – le preguntó preocupado.
-          Estoy bien – mintió ella.
 No – respondió él. – No lo estás – añadió. – Estás llorando – señaló lo obvio. - ¡Y seguro que no tienes pañuelo donde sonarte el torrente de mocos que brota de tu nariz! – exclamó burlón.
“¿Quién se cree que es?” se preguntó Verónica ofendida. “¿El hombre más inteligente del mundo?” añadió, enfadada. “Seguro que no tienes pañuelo con el que sonarte” le remedó, sacándole la lengua. “¡Claro que lo tengo, listillo!” exclamó. “Está justo en el bolsillo de…” inició, buscando entre las capas de su abultada falda.

Y solo entonces se acordó que este era el único de sus vestidos sin bolsillos ocultos y que sí que había traído un pañuelo. Un pañuelo que estaba en su bolso de noche. Bolso de noche que en esos momentos tenía Rosamund.
-          ¡Fantástico! – exclamó entre dientes señalando al cielo con el pulgar levantado agradeciendo la maravillosa velada que estaba pasando. No le quedaba más remedio que sonarse los mocos en la falda o en las mangas de su vestido (ya que iba sin guantes) y no sabía cuál era la mejor opción ya que sus mocos siempre eran verdes y resaltarían al “combinarse” con el color morado de su vestido.

Gruñó y pidió un poco de compasión a los seres de ahí arriba hacia su persona. Parece que le escucharon porque  de la nada apareció un pañuelo ante sus ojos. Bueno, de la nada no. De la chaqueta de Jeremy Gold.
Al menos así lo indicaban sus iniciales bordadas en hilo de oro (¡cómo no!) en una de las esquinas del mismo.
De inmediato, Verónica le dio uso y comenzó a sonarse los mocos. Se lo sonó. Y se lo sonó. Y siguió sonándoselos durante un buen rato. Tanto, que Jeremy perdió la cuenta del tiempo exacto que había transcurrido.
-          ¿Ya? – preguntó, cansado y aburrido de esperar.
-           Sí – dijo ella sonándose los últimos restos. – Ya – añadió. – Gracias -.¡Te dije que te quedaras dónde estabas antes! – le regañó
De nada – le respondió él, con una sonrisa. - ¿Qué se le va a hacer? – preguntó. – Soy un desobediente – añadió, nuevamente burlón -  Por cierto déjame felicitarte por tu gusto artístico, primero los grabados y ahora esta “bellísima” escultura – dijo, irónico. – Es excelente – añadió, comprobando con horror cómo la estatua no tenía un remate liso en la parte posterior sino que también estaba labrada. Y por tanto, ahí estaban también las enaguas y los pololos con puntillitas de la mujer.
-          No te burles de mí – le pidió con voz gangosa. – No sabía lo de los grabados y aunque te parezca increíble, no escogí esta escultura por su belleza o buena manufactura – añadió. – Lo hice por utilidad – explicó.
-          ¡Ah! Claro – respondió, asintiendo y comprendiendo. – Si hay algo que caracteriza a esta estatua es su utilidad, sí señor – añadió.
-          ¡No tonto! – exclamó con tono infantil sonriendo. – Necesitaba una estatua que fuera lo suficiente grande para esconderme totalmente – explicó. –Ya que por si no habías sido consciente, mi falda tiene bastante cuerpo – añadió, agitándolas de manera leve.
-          Soy consciente, soy consciente – dijo él pidiéndole con las manos que detuviera de hacer ese gesto antes de que su mente comenzara a imaginar el tipo de ropa interior que llevaría esa noche. – De lo que no soy consciente es del por qué has venido a esconderte aquí. ¡Ni que hubieras hecho algo malo! – exclamó.
-          No lo he hecho, pero he estado a punto de hacerlo – respondió ella.
-          Verónica… - dijo, agachándose junto a ella. – Tú no sabías el otro significado de los grabados, no tienes la culpa de nada – aseveró.
-          ¡Soy una estúpida! – exclamó, rompiendo a llorar nuevamente. – ¡Volví a confiar en ellas y me han vuelto a engañar! – exclamó arrancando un enorme trozo de césped del jardín; con el que pagó su enfado.
-          Tranquila, he solucionado ese frente. Estoy seguro de que no volverán a atreverse a hacerte nada en público – le informó Jeremy recordando el terror que les había causado.
-           Tú no lo entiendes – le dijo ella. – Soy una bastarda – añadió. – Una amenaza nuevamente para mi familia; quienes no van a consentir que intente ser una Meadows y por tanto no dejarán de verter mismo tipo de comentarios que dijeron sobre mi madre para impedir la boda con mi padre hasta conseguir hacer creer a la gente que soy una mujer de vida disoluta y ligera de cascos – dijo. – Consecuencia: Atraeré a hombres sobrecargados de lujuria como el azúcar a las moscas y como no tengo idea de nada en este terreno… acabaré por fallar y se aprovecharán de mí – añadió, resignada. – A no ser… - inició.
-           A no ser ¿que qué? – preguntó Jeremy, temeroso ante la locura que pudo haber pasado por su mente en esos momentos.
-           Tienes que ayudarme Jeremy: voy a regresar al Piamonte – anunció.
-           ¿Te has vuelto loca? – gritó Jeremy poniéndose en pie. – ¡No puedes regresar! – exclamó. - ¡Apenas acabas de llegar! – añadió; preocupado por la perspectiva de no volver a verla.
-           ¿Y dejar que continúen insultándome  y que sin querer protagonice un escándalo? – rebatió ella. – No gracias – se respondió. – Una huida a tiempo evita muchas muertes – citó.
-           Huir es de cobardes – le respondió él, para picarla.
-           Yo no soy una cobarde – gruñó, enfadada.
-           ¡Y tampoco eres una puta! – exclamó él, intentando hacerle ver lo obvio.
-                 ¡No digas palabrotas! – le regañó, poniendo punto y final a la discusión.
-                Mira Verónica… de lo único que tienes pinta ahora mismo es de que has salido al jardín a llorar de tan roja e hinchada como tienes la cara – añadió.
-                 ¿Qué? – preguntó, horrorizada y preocupada por su coquetería mientras se palpaba el rostro y comprobaba cómo, efectivamente su cara estaba hinchada por el llanto.
-                 Pareces una berenjena rellena de tomate  – le dijo, divertido
-                ¡Muchas gracias por ayudarme! – exclamó Verónica. - ¡Eres único dando ánimos y subiendo el autoestima recordándome que estoy hecha un desastre! – añadió irónica, llorando nuevamente (y poniéndose más roja). – Es lo único que le faltaba a mi noche – farfulló. “¡Odio llorar!” pensó enfadada Verónica consigo misma.
-                ¡Pero si solo era un comentario divertido para animarte! – se defendió él.
-                ¡Pues deja de compararme siempre con comida! – exclamó sollozando.
-             ¿Y yo qué culpa tengo de que siempre que estás a mi alrededor me recuerdes a algún alimento por cómo vas vestida? – le preguntó. “Y porque siempre me dan ganas de saborearte….Umm…” pensó, nuevamente fantaseando. “Tub, Andjugs, Water, Frozen. Tub, Andjugs, Water, Frozen” repitió hasta que la imagen de sus peces se abrió paso en su mente. Cierto que no eran los nombres más habituales y comunes para unas mascotas, pero por sus significados (Jarras y Tinas de Agua Congelada) sí eran los más útiles

Con sus propios impulsos y emociones controlados, la abrazó; permitiendo que se desahogara contra su pecho sin emitir ni un solo comentario o queja porque estuviera empapándole su chaqueta y su camisa. Solo cuando terminó y se estaba nuevamente sonando los mocos dijo:
-              Voy a dejarte varias cosas claras: la primera de todas, no me gusta que te eches a llorar porque te pones absolutamente espantosa y tú no eres fea para nada. Dos, ahora mismo pareces una berenjena rellena de tomate, pero eres la mezcla de hortalizas más apetecible que me he encontrado en toda mi vida,  tres: si huyeras ahora mismo le darías la razón a tus tías; quienes saborearían el triunfo de tu vida, cuando que yo sepa, nunca has sido una cobarde y cuatro: ni se te ocurra plantearte una posible comparación con mujeres de vida disoluta y protagonistas continuas de numerosos escándalos porque eso sería un absurdo – le advirtió. – Nadie pensaría de ti nada escandaloso – subrayó.
-          ¿Ah no? – preguntó Verónica.
-          No – repitió él, firme. – Incluso ahora, cuando tú y yo llevamos más tiempo del permitido hablando a solas y alejados del bullicio y por tanto, nuestro comportamiento daría pie a rumores escandalosos, estoy seguro de que nadie está diciendo nada malo de ti ahí dentro – añadió.
-            ¿Qué? – preguntó ella, falta de aire y presa del pánico. - ¿Que esto… - preguntó señalándose – también es motivo de comentarios maliciosos? – terminó. – ¡Genial! – maldijo entre dientes y se tapó la cara con las manos por la vergüenza.
-              Si, pero tranquila – dijo, retirándole las manos y levantándole la barbilla para obligar a mirarle. – No es por ti, es por mí – añadió, señalándose. – Soy un libertino – añadió, sonriendo de manera seductora. – Pero para que te hagas una idea de tu inocencia en el tema, incluso ahora, nadie pensaría una relación entre nosotros porque estás prometida y porque todo el mundo sabe que para mí eres como una hermana -.
-           Con mi suerte, lo dudo – dijo Verónica cruzándose de brazos. – Así que sea cierta o no esa posibilidad, debes volver al salón de baile inmediatamente – ordenó señalándole el camino de regreso.
-          Solo volveré al salón si me prometes que no huirás de Inglaterra y si tú lo haces primero – propuso él. – Y en cuanto a lo otro… no me estás estropeando la noche en absoluto – añadió.
 –     ¿Por qué tanto interés en pasar tiempo conmigo Jeremy? – le preguntó sin entender. – Te estoy estropeando la noche y seguro que frustrando la posibilidad de nuevas conquistas – añadió.
-                     Me gusta pasar tiempo contigo Verónica – explicó él. “Más de lo que debería” añadió mentalmente. – En cuanto a lo otro no debes preocuparte, puedo asegurarte que he pasado noches arremolinado entre las faldas de mujeres más feas y más grandes que esta – dijo, tocando el culo de la estatua mientras rememoraba con auténtica vergüenza el episodio en que una más que fornida tabernera de Southampton se encaprichó de él gracias a los comentarios del novato de William Crawford. Verónica le miró interrogativa, aunque sin ninguna gana de conocer la historia. -          Lo que quiero decir con esto, Ronnie es que nadie puede acusarte ni reprocharte nada en tu comportamiento desde que llegaste porque eres perfecta – le dijo. – Absolutamente perfecta – recalcó. – Y si tú permites que comentarios como los de esas dos doña nadie te afecten es que no eres tan fuerte como realmente pienso que eres – le acusó. – Así que no me decepciones – añadió, acusándola y pidiéndoselo seriamente.
-                       Esas dos doña nadie como tú dices son mi familia – respondió Verónica.
-                       No – negó. – No lo son, porque si lo fueran  no insinuarían cosas tan espantosas como esa – añadió. – Y te lo digo yo, que pronuncio muchas palabrotas a lo largo del día -. Pero no debes preocuparte más por ellas – le aseguró. – Situaciones como esta no volverán a repetirse -.
-          ¿Ah no? – le preguntó. -¿Y tú cómo lo sabes? -.
-          Tengo una corazonada…- dijo de manera enigmática y callándose su autodesignio para con ella, pues eso solo la pondría más nerviosa e insegura y acabaría provocando más situaciones de doble lectura e incomprensión como la de esa noche.
-          Gracias Jeremy – dijo Verónica.
-          De nada Ronnie – le respondió él. – ¡Si no me cuesta! – exclamó.
-          Lo digo en serio – repitió ella muy seria. – Gracias por volver a ser mi amigo y por aguantar sin protestar mi pinta de berenjena rellana de tomate – rió. – Pero sobre todo gracias por convertir una noche espantosa que trajo de vuelta mis demonios personales en una noche muy agradable en tu compañía – le dijo. – Gracias de verdad – repitió, apretándole la mano.
El sentir el más nimio contacto de Verónica provocó que nuevamente comenzara a imaginarse haciendo cosas nada inocentes con ella, por eso le dijo:
-          Verónica… creo que deberías volver al salón –
-          Sí – dijo ella asintiendo y poniéndose en pie, sacudiéndose las hojas enganchadas en la falda de su vestido de la misma manera que la mujer de la estatua (aunque sin enseñar nada); provocándole otra sonrisa. – Estoy preparada – anunció. -          Jeremy… - titubeó tras terminar de acomodarse.  - Sé que te lo he dicho millones de veces desde que he regresado pero… creo que deberías afeitarte la barba – dijo Verónica, mientras asentía.
-          ¿Otra vez? – le preguntó, cansado. - ¿Cuántas veces quieres que te diga que no pienso afeitarme? – añadió enfadado.-  ¿Por qué esta vez? – quiso saber, suspirando pasado un rato y solo tras darse cuenta de que no era el momento más adecuado para gritarle, dado su frágil estado anímico.
-          Porque así no me pincharía con ella cuando hiciera cosas como esta – dijo agachándose, y dándole un largo y sonoro beso en la mejilla. - ¿Lo ves? – le preguntó ya retirada, mostrándole un pelo de su barba. – Si te afeitaras me evitaría comerme tus pelos cuando quisiera agradecerte las cosas con un beso en la mejilla – explicó con una sonrisa inocente.

“Pues dámelos en la boca entonces” replicó su mente. “¡Shhhh!” se ordenó.

-          Lo pensaré – dijo suspirando, aunque ni siquiera entraba en sus planes.
-          Y ya puestos podías añadir también un poco de color a tu vestuario porque ir siempre vestido de negro… - comenzó a parlotear y a hablar de forma muy rápida.
-          Ronnie… - le advirtió.
-          Sí – dijo, levantando las manos. – lo sé, lo sé. Me estoy pasando de la raya – añadió, reconociendo su culpabilidad. – Ya me voy, ya me voy y te dejo solo con tus pensamientos – dijo comenzando a caminar en dirección a la casa.

Como no quería ver cómo se alejaba ya que significaba una nueva oportunidad perdida con ella, Jeremy cerró los ojos. Ojos  que se abrieron de golpe en cuanto escucharon el crujir de unas ramas entre la maleza y que se volvieron a cerrar cuando vieron cómo un enorme bulto se abalanzaba justamente en su dirección para caer en su regazo.

“¿Qué demonios?” pensó reabriéndolos, creyendo que los perros de los Richfull le habían confundido con un ladrón o visitante no autorizado.
Cuando lo hizo descubrió que el “bulto” de su regazo no era ni más ni menos que Verónica; quien le miraba y sonreía feliz.
-          ¿Sabes? – le preguntó. – He pensado que no me importa que lleves barba y me pinche cuando te dé besos en la mejilla como agradecimiento – dijo, dándole uno. - ¿Lo ves? – le preguntó. – Ni una sola queja – añadió, sonriente antes de darle otro sonoro y duradero beso en la mejilla contraria. – Gracias Jeremy, de verdad – repitió sincera, apretándole la mano como la vez anterior. – Y ahora me voy, lo juro – dijo, saltando de su regazo. – No sea que vayan a creer que tú y yo somos amantes… - dejó caer con tono burlón sonriéndole de manera pícara y guiñándole antes de echar a correr por donde había venido.
Esta vez Jeremy sí que observó cómo Verónica se alejaba del banco corriendo.
De hecho, observó la escena completa: cómo continuó corriendo hasta que llegó a la entrada del salón de baile, punto justo en el que se detuvo de manera muy brusca (estando a punto de caerse, pues incluso dio un ligero resbalón), cómo en la puerta del salón dio se sacudió ligeramente la cabeza y los hombros y se recompuso el peinado aprovechando el cristal de la puerta a modo de espejo, cómo se bajaba al menos cuatro dedos el escote de su vestido y se recomponía el corsé (gestos que no le gustaron en absoluto) y cómo plantaba la mejor se sus sonrisas antes de reaparecer en el salón de baile.
Todo esto lo hizo sin dejar de tener una sonrisa en el rostro.
Y solo se giró y miró hacia delante cuando no vio ni un trozo de tela de su voluminosa falda sobresaliendo por el exterior de la puerta.
Instintivamente, sus ojos volvieron a mirar hacia la escultura de la campesina y su mente recordó cómo la había reconfortado allí. Imágenes que de inmediato fueron sustituidas por las de Verónica en su regazo y el descubrimiento de la agradable sensación que eso le provocaba.

“Olvídate de dormir esta noche, amiguito” le dijo su mente.

-          Tub – dijo en voz alta e inspiró aire. – Andjugs – repitió las acciones. -  Water – hizo una tercera vez. – Frozen - añadió finalmente, con un hondo suspiro.





[1] Pese a que las primeras actrices habían aparecido tras la Restauración; es decir, en el siglo XVII, o de forma mucho más concreta, en el reinado de Carlos II de Inglaterra, la consideración social de éstas aún en el siglo XIX era escasa o nula. De hecho, en la mayoría de los casos, las actrices de teatro también eran prostitutas “de lujo” o “cortesanas”.
Por tanto, lo que Christian está sugiriendo es que tanto Francesca como Verónica podrían ejercer la profesión más antigua del mundo; de ahí la popularidad de ambas-