jueves, 31 de enero de 2013

Capítulo 2 Me robaste el corazón: Ocio y tiempo libre

Bueno, lo prometido es deuda.
Aunque primero os pongo una sorpresa: Como bien sabíais si me habíais preguntado últimamente, he tenido muchas (muchísimas en realidad) dificultades a la hora de ponerle título a esta historia.
Sé que normalmente el título es lo último que se pone pero costa historia sentía que le faltaba algo sino se lo poía ya.
Pues bien, las musas hoy han estado generosas conmigo y me lo han concedido.
Se titula Me robaste el corazón y va muy acorde a la sinopsis del libro.
Personalmente (y no es porque se haya ocurrido) me gusta mucho.
El segundo motivo por el cual quería saber el título era por esto:



¡SÍIIIII! ¡SORPRESA! ¡ESTA ES LA PORTADA OFICIALÍSIMA!

Tampoco es porque la haya hecho yo pero... Me piace molto!
Y ahora, sin más... que me lío, me lío y no lo pongo: Segundo capítulo. Enjoy!

Y infierno se desató.
Literalmente.
Pero ya no solo porque una ola de frío sin precedentes azotaba Londres; que también.
Yo me refiero al infierno personal de Thon.
¿Por qué?
Porque efectivamente, su hermano Henry tenía razón: su brazo no estaba recuperado del todo. Así se lo confirmó el doctor Thompson; sino que además sus peores temores y pesadillas se hicieron realidad y le concedieron vacaciones.
En realidad, el término correcto que utilizaron fue período de retiro y descanso pero ése no era sino una enorme retahíla y cantidad de palabras con las que intentaron enmascarar la palabra vacaciones sabiendo de antemano lo poco que le gustaba.
¿Qué hacía un hombre que habitualmente apenas si tenía tiempo para comer o charlar de algún tema insustancial con su familia o conocidos cuando de repente no tenía que hacer nada?
Algunos se hubieran deprimido, eso seguro.
No fue el caso de Anthony, pues él hizo de todo… antes de deprimirse por supuesto.
Aunque sin duda, de todas las ideas absurdas y disparatadas que dicho estado le había llevado a cometer, la que sin duda se llevaba la palma y ganaba con un amplísimo margen de distancia a las demás fue hacerse caso de su cuñada Sarah.
Parecía ser que la pequeña mujer con complejo de periodista (ya que decía escribir en un periódico aunque él nunca había leído nada escrito y firmado por su mano); en contra de lo que le sucedía al resto de  mujeres tenía mucho tiempo libre durante su maternidad y por eso, en la siguiente visita a la consulta de su médico decidió ayudarle ofreciéndole la solución definitiva a su hastío: le propuso realizar hobbies.
¡Hobbies!
¡Él!
Un absurdo.
No obstante, sus niveles de aburrimiento alcanzaron tales cotas que, sin que Henry lo supiera (pues eso hubiera sido aceptar y reconocer su fracaso después de tan vehementes negativas delante de él) aceptó seguir sus indicaciones y sugerencias.
La primera de las mismas consistió en ir de pesca. O más bien aprender (intentar) a pescar pues él nunca había ido de pesca de joven.
Tampoco fue de pesca siendo un adulto, pues precisamente el día que escogió para ir de pesca fue el día que empezó el temporal.
Sarah lo arregló rápidamente modificando levemente su plan inicial sugiriendo que pescase en el pequeño estanque a modo de compluvium que la familia Harper tenía en su jardín trasero.
Pero no era lo mismo.
Primero, porque resultó que los peces que compró amañados para su pesca eran bastante grandes y llamativos para tan pequeño receptáculo. Segundo, porque estos mismos peces parecían ser los más estúpidos de cuantos tipos de peces existían en el mundo ya que, por mucho que tuvieran el cebo delante jamás picaban (cabe reseñar a este respecto y sacar una lanza a favor de los peces y plantear la posible teoría de que Anthony no hubiera colocado bien el cebo…)  y tercero, se centró tanto en la consecución del objetivo de pescar un pez que se olvidó de todo lo demás.
Y cuando digo todo lo demás me refiero a la alimentación y a la bebida, básicos para una buena subsistencia y sobre todo a las prendas de abrigo. Un olvido que a punto estuvo de costarle un buen resfriado.
Y todo el mundo sabe lo que conlleva un buen catarro: dificultades para respirar por la nariz, dolores de cabeza, moqueo continuo, ojos llorosos, mal humor, escozor en los alrededores de la nariz y en la zona del bigote, cansancio continuo y voz gangosa. Síntomas que en casos muy extremos o graves, añadían y exigían un período de reposo en cama.
¡Justo lo que le hacía falta a Anthony Harper!
Afortunadamente para él y, para todos los que estaban a su alrededor, la cosa no pasó a mayores y sólo fue un simulacro de constipado.
Anthony creyó que con el fracaso estrepitoso de su primer intento por acercarle al maravilloso mundo del ocio y tiempo libre, Sarah se habría dado por vencida y habría tirado la toalla. Pero se equivocó. La mujer era obstinada como el demonio y le propuso un sinfín de nuevas distracciones que realizar en el interior de su propia residencia; algunas de las cuales practicó solo para contentarla y otras cuantas las rechazó de pleno.
Una de las que rechazó sin lugar a dudas en cuanto se la propuso fue la costura. O punto, como quisiera llamarse.
¿Estaba de broma?
¡Eso era una cosa de mujeres!
¿Qué sería lo siguiente, tomar el té a diario?
Además, aunque hubiese mostrado un mínimo interés en aprender a realizar dicha actividad no podía hacerla porque funcionaba a medias y solo tenía un brazo útil.
Lo cierto es que Sarah no se había detenido bastante a pensar en el hobbie que le había propuesto a Anthony pues continuaba regodeándose y echándose en cara aún el fracaso de su plan de aprender a pescar. De hecho, solo fue realmente consciente de la tontería que acababa de decir y de la metedura de para que acababa de realizar cuando observó la cara de asesino pérfido con la que su cuñado le miró.
Nuevamente abochornada, decidió desaparecer de su vista un par de días para dejar que se calmara y recuperase la impresión ¿favorable? que tenía de ella. Por otra parte, ella necesitaba tiempo para pensar en nuevas ideas y no favorecer que su marido empezara a sospechar motivos por los que pasaba tanto tiempo fuera de casa.
Pero en ningún momento se dio por vencida. Eso seguro.
Era absolutamente imposible que Anthony no tuviera hobbies: todas las personas tenían uno al menos. Y el trabajo no contaba como uno.
Anthony tenía un hobbie, solo que no sabía cuál era y eso era todo. Pero ella no iba a darse por vencida y acabaría por encontrárselo.
La segunda actividad que le propuso fue una que combinaba inteligencia y para la cual sólo era necesario un brazo: el ajedrez. A priori era perfecto.
A posteriori otro fracaso porque Sarah descubrió que: uno, no era tan mala jugadora como creía y dos, Anthony tenía un pésimo mal perder.
Viendo su reacción, ni siquiera le planteó algún juego de cartas.
Las tornas cambiaron con su tercera proposición.
No estuvo muy segura de planteárselo dado que desconocía todos y cada uno de sus gustos, aún así se arriesgó y le propuso que iniciase la lectura de algún libro que le escogiera. De la temática que le gustase, no importaba. Lo único a destacar era si lo haría y la actitud que tomaría con respecto a ello.
De entrada y, para su total sorpresa, la reacción no fue mala. Al contrario, fue la sugerencia que mejor acató. No puede decirse que lo hiciera con entusiasmo puesto que la reacción de su rostro fue una ligera sonrisa, pero ese gesto ya fue mucho más que en el resto de ocasiones.
A Anthony le gustaba leer.
Claro que le gustaba leer.
Además, no eran necesarios los dos brazos en perfectas condiciones para llevarlo a cabo y su salud no corría grave peligro ya que podía hacerlo junto al calor del fuego de la chimenea.
El problema en este caso derivaba de la temática por la que sentía preferencia. Una temática únicamente: la de misterios y asesinatos. ¡Qué raro!
Y ¿qué era lo que pasaba cuando leía obras de esta temática como La piedra lunar o El misterio de Edwin Drood pese a estar inconclusa?
Pues que se metía de tal forma en las historias que él mismo deseaba darles solución. Cuando ya por fin caía en la cuenta de que eran obras de ficción era demasiado tarde y sus ganas de volver a su trabajo regresaban, con mayor intensidad que antes si cabe y debía abandonar la lectura. Claro que, de todos los hobbies (excéntricos o no) el de leer era el único que le agradaba e incluso le proporcionaba cierta satisfacción y por eso, retomar la lectura en el punto donde lo dejó para más tarde, repetir las mismas sensaciones y darlo de lado entrando así en un círculo y una espiral autodestructiva de la que parecía poco probable no salir enfadado otra vez.
Con todo el dolor de su corazón, tuvo que dejar de lado esta afición.
Sarah siguió sin darse por vencida y recurrió a su última baza: la familia. Y dentro de la familia, aquellos miembros que tampoco tenían gran cosa que hacer durante el día.
¿Las mujeres? ¿Edward junior?
¡No!
Sus sobrinos.
Esas pequeñas personitas que por edad (puesto que Penélope, la mayor sólo tenía tres años) no podían realizar casi ninguna acción y necesitaban atención permanente y vigilancia continua de un adulto. Perfecto para alguien en la situación de Anthony.
O eso creyó, ya que esta nueva proposición en realidad también podría haberse incluido y enfocado desde la perspectiva de Grey y haberlo considerado un experimento científico porque el único resultado confirmable del todo en dicha situación fue la ausencia de instinto paternal e inutilidad absoluta de Anthony en el cuidado de niños pequeños.
Simplemente, no encajaban ni encontraban el tema en común del que partir.
Pero eso Anthony ya lo sabía.
Si apenas tenía capacidad de trato con las personas adultas ¿cómo demonios iba a tratar con personas que para empezar, ni siquiera eran capaces de comunicarse con palabras?
Estaba clarísimo: él no estaba hecho para ser padre; como su hermana Rosamund.
Bien pensado, ella no era un buen modelo a seguir. Al menos su hermana actual; la casada porque ella predicaba y se llenaba la boca con la frase de su negativa rotunda con respecto a la maternidad y a día de hoy era madre de dos preciosas niñas y acababa de comunicarles la noticia de un nuevo embarazo.  Por tanto, debía olvidarse de Rosamund como referente vital en este aspecto y buscarse a  otro.
Claro que… ¿no había una frase popular que decía nunca digas nunca?
No debía mostrase tan intransigente y vehemente con respecto a este tema porque debido al más mínimo descuido podía convertirse en padre.  Quizás en algún momento de su futuro bastante lejano su opinión a este respecto sería bastante distinta e incluso, se dedicaría de forma concienzuda a buscar una esposa con la que traer niños al mundo.
Pero no ahora.
En este momento su única y última prioridad era su trabajo.
Punto y final.
Por tanto, ¿qué iba a hacer sin un hobbie específico que practicar y sin un trabajo al que acudir por obligación médica?
Deprimirse.
Después de deprimirse durante una semana completa. Acción de la que también acabó cansándose (con lo cual confirmaba que era un ser de lo más inconstante) decidió volver a investigar.
Pero no a los malhechores, pues lo tenía prohibido.
Se dedicó a investigar a aquellas personas que estaban mucho más cerca de él y que resultaron ser ni más ni menos que sus hermanos.
Especialmente a dos de ellos (básicamente porque eran los únicos que continuaban viviendo en la residencia Harper): Edward junior y a su propio gemelo, Joseph.
Mientras lo hacía, llegó a la conclusión de que apenas sabía nada acerca de ellos y viceversa; lo cual dificultaba enormemente la creación de lazos y la unión familiar. Por eso, se propuso averiguar y descubrir más acerca de ellos y (hasta tales límites llegaba su aburrimiento) darles a conocer ciertos aspectos de su vida.
Comenzó su intento de acercamiento con el menor de todos, Edward junior.
Con él, estaban claros los motivos de su ausencia de relación: la diferencia de edad y sobre todo, la incompatibilidad de horarios. Despejado el motivo principal de la ecuación, se propuso pasar una semana entera haciendo las mismas cosas y viviendo exactamente del mismo modo que su hermano menor.
No aguantó ni tres días.
El ritmo de vida de junior era frenético y le fue imposible seguirlo. Quizás era porque ya estaba demasiado mayor para ese ajetreo… Aunque también tuvo mucho que ver en su abandono prematuro el tipo de actividades y los lugares que frecuentaba.
Las actividades de Edward junior en un día normal eran: dormir hasta pasada (y bastante) la hora de comer, arreglarse, vestirse, cenar poco, irse de juerga a timbas o demás clubes de caballeros, meterse en peleas o duelos, ejecutarlos y… fornicar. Fornicar varias veces a lo largo de la noche y no siempre con la misma mujer. En consecuencia, los lugares que frecuentaban no gozaban de demasiada buena fama dentro de la ciudad; al igual que las personas que solían ir allí. Muchas de las cuales él había detenido personalmente, lo cual era una paradoja.
Así que ¿cómo iba a ir a divertirse en semejante ambiente?
¡Era ir provocando y meterse en la boca del lobo!
No.
De ninguna manera.
Descartado Junior, todas sus esperanzas e ilusiones se volvieron, giraron y enfocaron hacia Joseph; su gemelo.
Era otra creencia popular reconocida universalmente el dicho y el pensamiento de que los hermanos gemelos tenían una conexión mental especial y más poderosa que entre personas que no lo eran.
Bien, pues ambos eran la excepción que confirmaba la regla (si era posible considerarla como tal). La había visto entre Rosamund y Henry; a quienes en numerosas ocasiones no les hacía falta abrir la boca para saber qué era lo que uno y otro debían hacer pero ¿ellos? ¡Si apenas cruzaban palabra a lo largo del día!
¿Cómo iban a tener una conexión? si prácticamente eran ¡dos desconocidos!
Decidió averiguar si la la tenían o no siguiéndole.
El problema en este caso era que Joseph era extremadamente sigiloso y escurridizo; lo cual no hizo otra cosa que aumentar la curiosidad acerca de su enigmática persona.
¿Adónde se dirigía cada mañana tan temprano?
Y especialmente en esos días, con un tiempo tan horrible.
Su mente, hasta ahora engarrotada, nuevamente volvió a funcionar y comenzó a divagar y elaborar teorías acerca de su persona.
Todas giraban acerca de una única persona. O más bien, personaje: Sthealthy Owl.
El famoso ladrón, hoy ya figura legendaria en el imaginario y colectivo de la población (especialmente la del Soho) que robaba a algunos miembros destacados de la aristocracia londinense y el cual, hasta la fecha, era su único caso fallido.
Sthealthy Owl; quien una vez estuvo frente a sus narices pero se le escurrió de las manos. Era una persona solitaria, silenciosa, enigmática, sigilosa y escurridiza.
Justo como Joseph.
Pero era imposible que Joseph fuera Sthealthy Owl ¿verdad?
Porque si resultaba serlo al final, sería el culmen de la burla hacia su persona. Al fin y al cabo, habría tenido todo el tiempo a su mejor enemigo en casa y nunca había sido consciente de ese hecho.
Principalmente por eso decidió aventurarse en el escondite secreto de su hermano. Escondite que parecía sacado de una novela gótica de ficción pues tenía que cruzar una iglesia situada casi al final de la ciudad, sortear el obstáculo que suponía contorsionarse bajo el altar mayor, descender una empinada escalera de caracol y… dar con la solución a un acertijo (que era la contraseña) para poder acceder al interior.
Bastante satisfecho consigo mismo por haber realizado todas esas actividades sólo con un brazo útil, entró en el recinto de un salto que hizo notar su presencia.
Emergiendo de las tinieblas a la luz esperó encontrar el clásico escondite secreto de malhechor con sus rufianes y las enormes cantidades de botines y riquezas acumuladas por los años apiladas a ambos lados de la misma hasta llegar hasta el techo.
Una imagen la de su mente bastante novelesca. Cierto.
Pero sólo había leído una novela de aventuras en toda su vida (El conde Montecristo) y ésta le había marcado para siempre.
Su decepción fue inmensa cuando no solo no vio nada de lo que su mente había elucubrado sino que lo había allí abajo era prácticamente todo lo contrario. Concretamente lo que allí había era una gran cantidad de velas y una enorme máquina impresora vigilada atentamente por Joseph.
Más tarde, sería el propio Joseph quien le explicó que él era el editor del periódico de mayor tirada de todo Londres; The Chronichle y que el motivo por el cual se editaba desde ese lugar correspondía a un expreso deseo de sus colaboradores, quienes deseaban permanecer en el anonimato.
Se acabó el misterio.
El gran secreto de su hermano “solo” era un periódico.
Nada ilegal.
Y encima, en un periódico se llevaban a cabo tareas que él no podía realizar según su actual condición. Tareas como escribir (algo que por otra parte, nunca se le dio demasiado bien) o presionar a los anónimos colaboradores.
Su gozo en un pozo.
En un pozo depresivo, concretamente.
Su ataque de depresión fue más grave en esta ocasión, pues estuvo varios días en la cama y no salió de su estancia para nada en absoluto. Fue en mitad de ese ataque cuando su padre, hasta entonces ausente de Londres por estar visitando las tierras del ducado de Harper, situado en el condado de Shropshire, regresó. Sus hermanos creían que dormía, pero estaban muy equivocados.
Era incapaz de dormir. Al menos de dormir muchas horas al día.
Estaba habituado a su horario de Bow Street.
Por otra parte, tampoco podía (ni quería) pasarse todo el día en la cama. Así que se levantó, se vistió, desayunó y como estaba nevando hacía mucho frío, echó a andar por el interior de su casa.
Y de esa manera, una acción que se inició de forma involuntaria y sin pensar se convirtió en una rutina para Anthony; quien no dejaba de caminar y vagar por los pasillos y las estancias de su casa como si de una figura fantasmagórica se tratase; poniendo los pelos de punta y tensando los nervios de propios y extraños.
Tres semanas fue el tiempo total que Edward Harper aguantó tan extraño comportamiento de su hijo mayor. En el límite de su paciencia, lo llamó e hizo pasar a su despacho de la única manera con la que sabría que no le opondría resistencia: el del ejército.
-          -¿Cuánto tiempo piensas seguir así para que podamos considerar a Harper Manor como una casa encantada? – le preguntó, enfadado.
Anthony miró a su padre ceñudo; quien continuó manifestando su enfado con él.
-          - Cuando hacía un tiempo de mil demonios pasaba pero ahora que hace bueno deberías salir a la calle – añadió. – Necesitas que te dé el aire y tomar algo de sol – le informó. – Siempre tuviste el tono de piel más bronceado que el resto de la familia pero gracias a tu encierro voluntario estás adquiriendo un tono blanco lechoso que te da aspecto de moribundo… - dejó caer.
-        -   ¿Salir a la calle papá? – preguntó, mientras miraba por la ventana y obsrevaba como poco a poco los últimos rayos de sol se iban escondiendo. - ¡Mírame! – le pidió, señalando su brazo vendado. - ¿Qué quieres que haga en la calle? – le preguntó, también enfadado ahora.
-          - Anthony no estás muerto – le recordó. – Mínimo puedes hacer lo que aquí: pasear. El resto ya… es cosa tuya – añadió.
-         -  Si solo voy a pasear en la calle aquí estoy bien, gracias – replicó.
-          - ¡Eres tan testarudo como tu…! – exclamó, apretando la mandíbula.
-          - ¿Cómo tú papá? – preguntó acercándose a él. - ¿Era eso lo que ibas a decir? – añadió.
Edward Harper calló porque su hijo mayor tenía razón. La cabezonería extrema era algo que habían heredado todos sus hijos gracias a él. Ese punto lo había ganado.
-          - Quizás fui demasiado duro y exigente contigo de niño al recalcarte continuamente que debías ser un hombre fuerte y centrado y sugerirte que buscaras un empleo para curtirte… - se dijo para sí en voz alta.
-          - No lo fuiste papá – le cortó, apretándole el hombro. – Al contrario, gracias – añadió. – Me gusta mucho mi trabajo – concluyó, con una sonrisa de satisfacción.
-        -   Ese es el precisamente el problema Anthony – dijo, apesadumbrado. – Que te gusta tanto tu trabajo que solo – dijo, alargando las –o de esta palabra te gusta ser uno de los ocho de Bow Street. Nada más – añadió. – Apenas conozco amigos tuyos  jamás he oído hablar de tus escarceos amorosos y eso no debería ser así – añadió con firmeza. – No quiero que llegues a los límites de Edward pero qué menos que algún comentario sobre ti ¿no te parece?. Es lo mínimo que se exige para un marqués – concluyó.
-          - ¡Yo no soy marqués! – exclamó.
-          - Pero lo serás – replicó él. – Cuando yo muera te convertirás en el próximo marqués de Harper y desde ese momento, el marquesado pasará a ser tu único deber y obligación personal – añadió. – Y, o mucho cambian las cosas o vas a ser un marqués pésimo – se lamentó. – Deberíamos habernos centrado en el marquesado y no tanto en Bow Street – concluyó, mirándole directamente a los ojos. – Afortunadamente, aún estamos a tiempo – murmuró.
-          - ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó Anthony extrañado temiendo la idea o plan que su padre había elucubrado.
-          - Vamos a recuperar el tiempo perdido en ese aspecto – informó. – Vas a ir a Clun a conocer y a hacerte cargo personalmente de nuestras propiedades – añadió.
-          - ¿Qué?- gritó. – No pienso moverme de aquí – añadió, enfurruñado y con los brazos cruzados.
-          - Pero ¡por supuesto que irás! – replicó su padre igual de molesto que el hijo. – Además ¿cuánto hace que vas a Clun? – le preguntó con sorna. - ¿Es que tienes algo mejor que hacer? – añadió, sabiendo de antemano la respuesta.
“Punto para mí” pensó con satisfacción.
Anthony sabía porque conocía a su padre y sobre todo, por la mirada de superioridad que le estaba lanzando en ese mismo momento que tendría batallar duro si quería hacer cambiar de opinión a su padre. En su opinión podía ser ambas cosas a la vez sin problemas. Difícil pero no imposible. En cuanto a lo de ir a Clun….
 ¿Clun?
¡Si eso era un lugar apartado y aislado del mundo!
¿Por qué pensaba sino que no iba desde que tenía unos quince años? Él era un hombre de ciudad ¿Cómo demonios quería su padre que fuese allí? ¿Es que pensaba que la vida campestre iba a ser beneficiosa para él? Pues estaba muy equivocado.
No iría.
No señor.
-          - Pero dejemos Clun a un lado de momento – dijo, quitándole importancia al propio tema que él había iniciado momentos antes. – Es momento ahora de tener la conversación que tú y yo deberíamos haber tenido hace tiempo – añadió, indicándole con gestos que se acercara y se sentara cerca de él.
Anthony, atónito e inseguro sobre lo que podría pasar, obedeció y se sentó junto a su padre arrastrando los pies.
-          - No saltaremos el tema de la iniciación sexual porque… tu ya lo has experimentado ¿verdad? – le preguntó.
-          - ¡Papá! – exclamó, indignado y horrorizado ante su, de repente, excesivamente cotilla, progenitor. Bufó – Por supuesto que me he iniciado – dijo altivo. - Tengo treinta y cinco años. Si a esta edad no me he iniciado no sé yo qué podría esperarse de mí – protestó entre dientes.
-          - Muy bien muy bien hijo – le felicitó lord Harper asintiendo. – Entonces ¿cuándo piensas darme nietos? – le preguntó.
-          - ¡Lo sabía! -  exclamó enfadado poniéndose en pie y haciendo aspaviento con un brazo. – ¡Sabía que esta conversación iría dirigida al matrimonio y a los hijos! – añadió, acusándole con el dedo.
-          - ¡Eh! – exclamó ofendido levantando las manos en señal de inocencia. – En ningún momento te he sugerido que te cases – apostilló. – Quiero pruebas – añadió. – Pruebas – repitió. – Quiero nietos – aclaró. – Y cuando digo nietos digo nietos varones – recalcó. – Nietos varones tuyos – concluyó. – Adoro a las niñas y al pequeño Victor pero tú serás mi heredero y por eso quiero un heredero tuyo – concluyó.
-          - ¿Quieres que me ponga ahora? – le preguntó con sorna ante tanta insistencia.
-          - No te atrevas a burlarte de tu padre – le advirtió. – Y sí, ahora es tan buen momento como cualquier otro – añadió, dejándole descolocado.
-          - ¿Estás insinuando que…? – preguntó incrédulo.
-          - Me da igual con quien lo tengas, solo asegúrate que es tuyo – respondió. – Con eso me basta – añadió.
-          - ¡Pero bueno! – volvió a exclamar enfadado. - ¡Qué obsesión tenéis todos en esta familia con que me vaya de prostitutas! – añadió, golpeando el pie con el suelo, aunque sus intenciones eran golpear la pared con el puño; todo sea dicho.
-          - ¿Qué pasa? – preguntó lord Harper. - ¿Qué tienes tú en contra de las prostitutas? – quiso saber.
-          - Papá, soy el jefe de los ocho de Bow Street – explicó. – Simplemente no puedo ir de burdel en burdel – añadió, con los dientes apretados.
-        -   No entiendo a qué bien tanta reticencia – dijo, como si nada. – Al fin y al cabo, las prostitutas no djan de prestar un servicio a la comunidad masculina a un módico precio – añadió, con leves gestos de la cabeza.
A Anthony se le desencajó la mandíbula de tanto como abrió la boca por la información proporcionada por su padre.
-          - ¿M…me estás diciendo que tú…? – preguntó, señalándole sin dejar de cerrar la boca. - ¡No! ¡Olvídalo! – exclamo, negando con la cabeza y con las manos, no quiero saberlo – recalcó varias veces.
-          - Deberías probar – le recomendó. – De hecho, me han dicho que el salón de Miss Naughty es el mejor en ese campo – le informó, instándole con la mirada.
-          He dicho que no voy a ir a ningún prostíbulo – dijo, entre dientes, conteniendo las ganas de gritar que tenía. – Ni ahora ni nunca – añadió, para dejarlo bien claro.
-          - ¿Te gustan las mujeres? – preguntó ahora su padre.
Si a duras penas había conseguido cerrar la boca e intentado no imaginar a su padre retozando con otras mujeres, al escuchar la nueva pregunta que salió de su boca. Le descolocó por completo.
-          - ¡Claro que me gustan las mujeres! – exclamó.
-          - Hijo, no sé… - dijo, con un encogimiento de hombros. – Como en Bow Street sois todos hombres… - añadió. – Yo te querría igual y seguirías siendo mi hijo – le aseguró, llevándose la mano en el pecho a modo de juramento. – Pero… sería mucho más difícil encontrar a una mujer para que se case contigo – concluyó, pensativo.
-        -   Papá – dijo, agitando la mano hacia un lado y hacia el otro para sacarle de su ensimismamiento. – Me gustan las mujeres – añadió. – Mucho – concluyó, para despejar dudas.
Un tremendo suspiro que agitó los pelos de su bigote salió de los orificios nasales de lord Harper; quien dijo para explicar a su hijo su anterior intervención.
-          Bow Street en los más parecido al ejército en la ciudad que tenemos y te aseguro que en tiempos de guerra he visto de todo entre los miembros de los batallones -La cara de sorpresa y repulsión que puso Anthony ante esa información fue impagable a ojos de Anthony. – Y entonces ¿por qué no te casas? – le preguntó contrariado.
¿Cómo explicarle cómo era su vida? ¿Cómo decirle que apenas tenía relaciones sociales ni amigos sin que sintiera lástima por él? Decidió contarle una verdad a medias: - Porque creo, papá, que no existe la mujer adecuada para mí -.
-          -  ¡Tonterías! – replicó al momento su padre, indignado. – Siempre la hay – le dijo, con voz firme. – Mírame a mi por ejemplo. O mira a Rosie… ¡nadie hubiera pensado que estaría felizmente casada debido al difícil carácter que tiene! – añadió. – La hay – repitió. – Puede que incluso ya la hayas conocido – le informó, misterioso.
-         -  Creo que no papá – dijo él, sabiendo perfectamente de qué estaba hablando (dado que le atañía personalmente) – Y quizás sea entonces ese el problema, que mis niveles de exigencia a la hora de encontrar a una mujer sean tan elevados que puede que no exista – le dijo.
-      -     Ve a Clun – le dijo su padre. – Puede que la mujer que a ti te haga falta no sea una chica de ciudad – explicó. – Quizás tu mujer indicada sea una alegre chica de campo – dijo, imitando el acento campestre.
-         -  ¡No por Dios! – exclamó horrorizado.
-        -   ¿Qué pierdes por intentarlo? – le retó. – Nunca lo sabrás si lo pruebas – le hizo saber.
-          Por última vez y para que quede claro para siempre: no voy a ir a Clun – dijo con tono firme y seguro. - Ya me has sugerido antes que fuera y te he dicho que no, me lo dices ahora y te digo que no y probablemente me lo dirás mañana y mi respuesta seguirá siendo la misma: no – repitió. - ¿Ya? – le preguntó.
-          En realidad Anthony eso de que te lo he sugerido… - dejó caer. – Lo cierto es que ahora mismo te están haciendo el equipaje – le informó. – Sales mañana a primera hora – añadió, poniéndose en pie y saliendo de la habitación mientras escuchaba a su hijo refunfuñar y maldecir su estupidez por haber caído en su estúpido plan como una presa en una tela de araña otra vez sin ser consciente de ello.
Al día siguiente, desde la penumbra de su habitación lord Harper observó la partida de su hijo mayor hacia tierras de Shropshire. Mientras lo hacía, se permitió esbozar una sonrisa y murmurar junto a la cristales de la ventana:
-       -    Disfruta del viaje, Anthony. Estoy seguro de que no te arrepentirás… -

domingo, 27 de enero de 2013

Capítulo 1 Me robaste el corazón: Unas vacaciones

- ¡Ay! - gritó, protestando por el dolor.
- ¡Estate quieto! - fue la orden de réplica.
- ¡Au! - volvió a gritar más fuerte que antes.
- Para - le advirtió él.
- ¡Me estás haciendo daño! - exclamó a voces, recriminándoselo.
- No - negó el hombre frente a él de forma tranquila. - El único que se está haciendo daño aquí eres tú - le regañó, señalándole.
Pero el paciente testarudo y protestón no le estaba prestando atención. Estaba mucho más concentrado en deshacer el nudo que le impedía liberarse y abandonar de una buena vez, por todas y para siempre aquella consulta médica del demonio.
Había sido una mala idea.
No.
Una pésima idea acudir a esta consulta de nuevo.
Pero claro, tuvo que seguir el consejo de su padre y cambiar a su médico de toda la vida por este novato.
¿Desde cuándo le hacía él caso a su padre?
Puede que aún fuera de los pocos hermanos Harper que continuara viviendo en la residencia familiar pero ¡por Dios! ¡Era el primogénito! ¡El futuro duque de Harper!
Y lo más importante de todo ¡era el jefe de los 8 de Bow Street!
¡El responsable y encargado máximo de la seguridad de todo Londres!
¿Cómo había dejado convencerse y ser engañado tan fácilmente?
¿Qué importaba que su nuevo médico fuera ni más ni menos que su hermano pequeño Henry?
¡Él debía tener su propio criterio!
Y con todo, aquí estaba.
En su consulta. Heredera a su vez de la anterior consulta del hoy felizmente retirado doctor Phillips.
"¡Por fin!" exclamó aliviado al verse libre de sus amarras, realizando un gesto de triunfo elevando el brazo con el puño cerrado.
No obstante, poco tiempo pudo permanecer en esa posición ya que, al momento se escuchó un crujido leve que provocó que su brazo cayera como un plomo y se golpease con la silla que estaba justo al lado se la camilla y que antes había utilizado para ayudarse.
- Te lo mereces - replicó Henry, orgulloso y con los brazos cruzados.
- ¿Que me lo merezco? - preguntó Anthony sorprendido. - ¿Qué me lo merezco? - volvió a preguntar elevando el tono de voz. - ¡Me habías atado! - dijo, lanzándole el pañuelo con su mano buena.
- ¿Qué esperabas que hiciera si no hacías otra cosa que retorcerte como una serpiente y quejarte como un bebé? - le preguntó. - Recuérdame que la próxima vez te amordace - le pidió.
- ¡Ah no! - protestó. - De eso nada - añadió. - No habrá una próxima vez - estableció, poniéndose en pie y encaminándose hacia la puerta. Una puerta que abrió (o más bien intentó) abrir con el brazo lesionado, con el consecuente fracaso y los nuevos gestos y gritos de dolor.
- ¡Mira que eres cabezota! ¿eh? - le dijo, pero no como una pregunta sino como una afirmación mientras se acercaba a él.
Ya que, si algo tenía en común todos los hermanos Harper pese a sus enormes diferencias físicas eran su extrema cabezonería y un marcado afán de privacidad acerca de su vida privada.
El propio Henry cumplía con esos requisitos; especialmente con el último ya que de hecho, no fue hasta el año pasado cuando reveló a su familia cómo se ganaba la vida boxeando y que poseía dos carreras universitarias (medicina y derecho) gracias a los ingresos procedentes de las apuestas en torno a él.
En realidad, no le quedó más remedio que hacerlo cuando su hoy esposa Sarah llevó a toda su familia al que fue su último combate en The Circle para que le vieran en acción; provocando la sorpresa mayúscula de todos y que Anthony estuviera a punto de detenerle y meterle en prisión por ganar dinero procedente de las apuestas ilegales.
- Dime al menos buenas noticias - advirtió con un tono muy exigente en su voz.
- La buena noticia es que estás curando bien - inició Henry. - La mala... - titubeó. - Es que aún no estás recuperado del todo y por tanto no puedes volver a trabajar todavía - añadió.
- ¿¡Qué?! - gritó más alto que todos sus anteriores quejas y manifestaciones de dolor a altos decibelios. -Sabía que no era una buena idea venir aquí a que eme examinaras - se quejó. - Pero no... como te has convertido en el favorito de papá, Honorius - dijo, poniendo especial énfasis en su segundo nombre; recuperado con todo el honor (y nunca mejor dicho) tras dicho combate - tenía que venir aquí - se quejó. - Pero ¿sabes que te digo? - le preguntó. - Que nunca más - informó. - Me voy a buscar otro médico que sí sepa ejercer la medicina - concluyó, poniéndose en pie e intentando colocarse de forma correcta la bufanda alrededor del cuello. Tarea harto difícil de realizar con una sola mano.
Henry sabía que su hermano mayor no estaba enfadado con él directamente sino únicamente con la situación actual que estaba viviendo en ese momento, así que no hizo caso a sus intentos de comentarios ofensivos y le respondió de la siguiente manera:
- Adelante. Ve- le instó. - Pero todos te van a decir lo mismo que yo - incidió con tono autosuficiente. - Y te agradeceré enormemente que no vuelvas por aquí porque sin duda eres el peor paciente que he tenido - le informó. - No sé qué haces aquí si tan mal médico soy - le hizo ver. - Entiendo lo de la primera consulta para que te sacara la bala del hombro porque te dispararon a dos calles de aquí pero ¿esta? - le preguntó.
- Has venido porque has querido no porque papá sea uno de mis pacientes - le informó. - Además, él está ahora mismo en Clun ocupándose de las tierras del ducado y nunca jamás se hubiera enterado por mi boca de tu traición familiar al consultar a otro especialista - aseguró. - Admite hermanito, que pese a todo, te fías de mi criterio - concluyó.
Anthony analizó una a una las palabras que su hermano le había dicho y admitió con enorme fastidio que tenía razón. Por mucho que protestara y fueses un paciente difícil se fiaba de su criterio y había depositado todas sus esperanzas en él para que le curase. Al fin y al cabo, le había sacado la bala del hombro sin apenas esfuerzo pese a que se había alojado en muy mal sitio y le había dejado una cicatriz de no más de cinco centímetros.
Eso dejaba entrever que era un experto en su campo.
Otra cosa es que se lo reconociera públicamente.
- ¡Mierda! - exclamó con fastidio pensando en la perspectiva de retrasar nuevamente su reincorporación al trabajo golpeando con fuerza la pared con el puño. Un puño que pertenecía a su brazo lesionado; el cual por arte de magia había recuperado momentáneamente su capacidad de movimiento. - ¡Mierda! - volvió a gritar con gestos de dolor en el rostro; pues había olvidado ese vital detalle.
- ¡Hala!- exclamó Henry con fastidio. - ¡Mira lo que has hecho! - le recriminó. - Se te han saltado los puntos - le informó. - Después de todo el trabajo que me ha costado cosértelos debido a tus continuos movimientos espasmódicos - se quejó con un suspiro. - Déjame ver - dijo, acercándose.
- ¿Qué? - preguntó Anthony con un hilo se voz. - ¿Los puntos... los puntos... han saltado? - preguntó tartamudeando.
"¡Horror!" pensó Anthony.
Eso sólo podía significar una cosa: sangre.
"Sangre" se repitió mentalmente con asco.
No quería mirar hacia su hombro izquierdo.
No quería mirar.
Incluso se lo ordenó mentalmente utilizando y empleando el mismo tono de voz que empleaba con los delincuentes más peligrosos en los interrogatorios con el que los atemorizaba y les hacía confesar hasta el más íntimo de sus pecados.
Pero ese tono de voz que funcionaba con el resto del mundo no tenía el más mínimo efecto en él.
Por eso, su mirada; traicionera poco a poco se fue deslizando hacia el lado izquierdo de su cuerpo donde... efectivamente, ahí estaba. La sangre.
Bien es cierto que no iba a morirse desangrado porque apenas manaba un hilillo de esa parte de su cuerpo. Aún así, esa mínima cantidad visionada provocó y tuvo su efecto inmediato en el resto de su organismo:rápidamente comenzó a sentirse mal, con el estómago revuelto y sintiendo náuseas, gotas de sudor frío perlaron su frente y sobre todo, la habitación comenzó a moverse y todo el contenido de su interior (incluyendo personas) se multiplicó por dos.
- ¡Ay Dios! - exclamó débil. - Creo... creo...que me estoy mareando - añadió, mientras le flaquearon las piernas, estando a punto de caer al suelo redondo.
No cayó porque Henry, conociendo a su hermano y adelantándose a lo que iba a pasar se pasó su brazo lesionado por detrás del cuello y le agarró por la cintura.
- Necesitas tumbarte - estableció-
Y por primera vez en todo lo que había durado la visita a su consulta, Anthony no protestó, se quejó o ladró. Solo obedeció y se dejó llevar.
Acompasando el ritmo de sus pasos al del peso muerto que ahora mismo era su hermano, Henry lo llevó de nuevo hacia la camilla y le ayudó a tumbarse sobre ello (esta vez sin atarle, de momento) y mojó un paño con agua fría que depositó suavemente sobre su frente.
-¿Me vas a dejar que te vende ahora? - le preguntó. - Aunque podría hacerlo de todas formas debido a tu incapacidad - le informó.
Anthony claudicó y asintió de forma casi imperceptible antes de decirle: - Te odio ¿sabes? -
- ¿Por tolerar la sangre? - le preguntó mientras le cosía nuevamente los puntos bajo otra oleadas de quejidos y gestos de dolor. Gestos que pararon un instante para volver a asentir a su hermano. - Bueno... sería un poco irónico que un boxeador y un médico fuera intolerante a la visión de la sangre - explicó. - Casi tan intolerante como que lo sea un... - inició.
- No te atrevas a terminar la frase - le amenazó Anthony señalándole con el dedo. O eso creía porque en ningún momento abrió los ojos y por tanto, desconocía la posición e ubicación exacta de su habitación.
Como no le gustó en absoluto la vuelta a las andadas y al comportamiento de paciente tiránico anterior, esta vez sí, Henry le apretó a propósito la herida; con la consecuente iracunda reacción de su hermano
- ¿Qué está pasando aquí? - preguntó Sarah preocupada y completamente sorprendida del espectáculo que vio: a su marido agarrando las muñecas de su cuñado mientras este pataleaba al aire y se retorcía como un pequeño roedor al que acababan de coger por la cola para intentar golpear a su hermano pequeño.
Al escuchar el sonido de una voz femenina. O mejor dicho de esa voz femenina, ambos hombres detuvieron lo que estaban haciendo: Henry se recompuso y Anthony se incorporó con un movimiento tan brusco que el paño que había sobrevivdo a la batalla salió disparado hacia delante.
El problema para él es que aún no estaba completamente recuperado del mareo cuando lo hizo así que poco tiempo permaneció sentado de manera erguida en la camilla. El tiempo justo para saludar a su cuñada antes de caer redondo otra vez sobre ella.
Rápidamente,mientras su marido le agarraba de los pies y se los elevaba, Sarah comenzó a echarle aire con lo más parecido a un abanico que pudo encontrar en la consulta:
- Sarah ¿qué haces aquí? - le preguntó Henry, visiblemente enfadado; aunque preocupado a partes iguales.
- Escuché voces y vine a ver si necesitabas ayuda - explicó ella, simple. - Y es obvio que la necesitas - añadió, señalando con la mirada a su hermano mareado.
- ¿ Y el bebé? - le preguntó.
- El bebé está dormido profundamente y con Eden vigilándole así que no te preocupes - respondió ella. - Y a ti ¿qué te pasa Anthony? - le preguntó.
- Sangre - respondió el.
Y Sarah se echó a reír a carcajadas.
Consecuentemente dejó de abanicarle. Pero ya era innecesario porque del enfado que sintió al descubrir a su cuñada; una mujer de poco más de un metro sesenta riéndose de él, se le pasó el mareo inmediatamente.
De hecho, se incorporó y esperó, mirándole fijamente e interrogativo a que terminara su risa; hecho que sucedió mucho tiempo después.
- ¡Lo siento, lo siento!- se disculpó de manera falsa. - Pero ¡Anthony! Mides más de metro ochenta... Y eres el jefe de los ocho de Bow Street ¿cómo te pueden dar miedo y asco la sangre? - le preguntó, burlándose de él.
- Ratas - respondió él, mirándole de forma retadora.
- Ratas - repitió ella, aún con los restos de su última carcajadas. - ¿Ratas? - preguntó preocupada mirando a su alrededor. - ¡Ratas! - gritó de forma aguda y por tanto más fuerte que su cuñado.- ¿Dónde? ¿dónde? ¿dónde? - peguntó de forma compulsiva y nerviosa subiéndose y cambiando de lugar por uno cada vez más alto a medida que lo preguntaba.
Al final, acabó cogida en brazos de Henry, quien le respondió:
- No hay ratas Sarah. Anthony solo lo ha dicho para burlarse de ti como tú has hecho con él -.
- No es gracioso - le dijo ella sacándole la lengua y mirándolo con todo el ojo que podía transmitirle al tenerlos entrecerrados.
- Ojo por ojo... - inició Anthony, sonriente.
- Yo no tengo la culpa de que estés amargado por no poder trabajar desde que te dispararon - replicó Sarah al instante. Y justo en el momento en que concluyó su frase se dio cuenta de que había metido la pata hasta el fondo al pronunciarla.
Con cara de sorpresa mayúscula y mucho arrepentimiento saltó de los brazos de Henry se tapó la boca con ambas manos intentó disimular, hacer como si la situación nunca hubiese sucedido y rezó para que Anthony no la hubiera escuchado ya que podía llevarla a la cárcel por desacato a la autoridad. Aunque era obvio que sí que la había escuchado; pues estaba junto a su oído prácticamente cuando pronunció esas palabras.
"¡Genial Sarah!" se felicitó mentalmente. "¿Por qué siempre metes la pata diciendo lo primero que se te pasa por la mente sólo con tu familia política?" se preguntó de forma retórica y regañó mentalmente mientras recordaba su ya histórico rapapolvo a lord Edward Harper (rapapolvo que siempre le recordaban con el único propósito de avergonzarla).
- ¿Qué te pasa? - preguntó con una intentando borrar de su memoria su comentario anterior. Acto seguido y sin darle tiempo a responder, se giró hacia su marido y le preguntó preocupada: - ¿Algo va mal? -.
- Al contrario - dijo vehemente. -Todo va bien. Su herida está cicatrizando bien y en poco tiempo recuperará la movilidad total del brazo - informó, tranquilizándola.
- La cuestión es que ¡yo no tengo tiempo! - gruñó. - ¡Ya debería estar curado! -añadió.
- Pero es que da la casualidad de que no eres un semidiós, Thon sino solo un simple mortal - replicó él, fingiendo lástima. - Y como humano que eres te recuperas a la velocidad a la que toda persona normal lo haría - le dijo.
- Yo vine a verte para que me firmaras el alta - dijo, rechinando los dientes y apretando la mandíbula  para contener su enfado.
- ¿Bromeas?-preguntó sorprendido. - ¡No pienso darte el alta! - negó vehemente.
- ¡Eres mi hermano! - dijo amenazante.
- Y también soy médico - replicó. - E hice un juramento hipocrático por el cual mi objetivo siempre será el bienestar de mis pacientes - añadió.
- ¡Por eso mismo! - exclamó Anthony intentando hacerle ver su postura. - Mi bienestar será que me des el alta para que pueda volver a trabajar mañana - añadió.
- No - negó Henry alargando la  pronunciación de la -o para ver si así era Anthony ahora quien entendía la situación.
- Aguafiestas - le respondió entre dientes. - Me las pagarás - añadió amenazante cruzándose de brazos, siseando del dolor.
- ¿Cómo quieres que te dé el alta y mienta calificándote como apto para trabajar cuando no puedes estar ni dos minutos sin quejarte por el dolor? - le preguntó.
Nuevamente Henry tenía razón y una persona normal y razonable asumiría que no tenía razón, le pediría disculpas y acataría y cumpliría con el tratamiento que éste le mandara sin rechistar.
Una personal normal, no Anthony Harper.
Anthony Harper era tan testarudo que no daría nunca jamás su brazo a torcer y moriría defendiendo su opinión como la única válida y correcta; por muy inverosímil o indefendible que fuera.
En este caso, si tenía que defender hasta su último aliento y hacer creer a cualquiera que se le pusiera por delante que estaba bien pese a que apenas podía mover el brazo, era lo que tocaba.
- ¿Sabes lo que va a pasar cuando me presente mañana por la mañana en la sede de Bow Street? - le preguntó a Henry.
- ¿Qué te mandarán a casa para que te recuperes completamente? - aventuró Henry.
- Sí, eso también pero ¡le darán mi puesto a otro! - exclamó horrorizado.
- Solo será temporalmente - le consoló Sarah con palmaditas en la espalda.
- ¡Le darán mi puesto a Edwards! - exclamó aún más horrorizado que antes.
- ¿Quién es Edwards? - preguntó Sarah. - ¿y qué pasa porque tenga él tu puesto? - quiso saber.
- ¡No pueden darle mi puesto a Edwards! - negó, vehemente.
- ¿Por qué no pueden darle tu puesto a Edwards? - inquirió Henry.
- ¡Porque es un viejo! - exclamó Anthony.
- ¿Y? - le preguntó sin comprender. - Edwards era el jefe antes que tú así que no veo por qué es tan malo que te sustituya temporalmente - dijo Henry.
- No está bien de la cabeza - dijo Anthony en voz baja, temeroso a que pudiera oírle tocándose la frente e imitando gestos de locura.
- Te escogió como su ayudante frente a todos los aspirantes y te propuso como su sucesor en el puesto de jefe de Bow Street pese a que te empecinaste en que ibas a atrapar a Sthealthy Owl y fracasaste rotundamente, yo creo que tan mal de la cabeza no debe estar... - dejó caer Henry.
Anthony bufó desesperado. Por tercera vez y sin que sirviera de precedentes (esperaba) Henry tenía razón otra vez.
- ¡Anímate! - dijo Sarah sonriendo y apretándole la mano. Mano que pertenecía a su brazo lesionado y en el cual causó otro nuevo pinchazo de dolor. Provocando como consecuencia que este le mirara furibundo pero que, relajase la expresión de su rostro al comprobar cómo con los ojos muy abiertos y una expresión de arrepentimiento en el rostro, Sarah le pedía disculpas silenciosamente. - Míralo por el lado positivo, puedes tomarte un descanso - añadió.
- ¿Tomarme un descanso? - le preguntó sin entender.
- Bueno, un período de inactividad - rectificó Sarah.
- ¿Período de inactividad? - preguntó Anthony con la ceja levantada.
- Ya sabes... un período de tiempo donde te dedicas a comer, descansar, a tus pasatiempos... - enumeró Sarah. Pero al ver que la expresión de confusión y falta de entendimiento de Anthony aumentaba dijo con un hilo de voz y una sonrisa dubitativa esperando una mala reacción: - ¿Vacaciones? -
- ¿Vacaciones? - bramó Anthony como si llevara al mismísimo Satanás dentro poniéndose en pie. - ¿Has dicho vacaciones? - volvió a preguntar.
Tn fuerte y tan de repente se puso en pie frente a Sarah que ésta, aterrorizada por el tono de voz que había empleado su cuñado dio un respingo y salió a correr, escondiendose tras su marido sin dejar de temblar.
- Anthony, relájate - le pidió mientras hacía lo propio consigo mismo, refrenando las enormes ganas que había sentido de golpear de nuevo a alguien tras un año de inactividad.
Nadie se metía con Sarah.
Nadie.
Ni siquiera su esposa.
- ¿Tú has escuchado la tontería que ha dicho? - le preguntó indignado.
- ¡Eh! - le advirtió para que se callara. - Lo que Sarah ha dicho no es ninguna tontería - añadió. - De hecho, es la frase más inteligente que he escuchado en esta habitación en todo el día - concluyó.
- ¿De verdad? - preguntó una incrédula Sarah.
- De verdad - le aseguró Henry, dándole un beso en la mejilla a modo de agradecimiento y para calmar su estado de nerviosismo. - Es tan buena que de hecho, voy a incluirla en el informe médico - añadió, tomando su pluma.
- No te atreverás - le amenazó.
- Mira lo desobediente que soy - le retó.
Anthony lo intentó, pero por mucho que corrió y forcejeó con su hermano pequeño acabó perdiendo esta "batalla". Lo achacó sin duda a su flojera corporal por la recuperación del balazo porque intentaba autoconvencerse de que si hubiera estado en plenas condiciones otro gallo hubiera cantado...
- Aquí tienes - le dijo Henry, entregándole el papel con una enorme sonrisa de satisfacción en el rostro.
- ¿Vacaciones? - le preguntó escéptico al verlo escrito en el papel.
Sabía de sobra que su hermano lo había escrito ya que besaba y babeaba el suelo por el que pisaba Sarah (cosa que le asqueaba sobremanera) pero hasta que no lo vio y comprobó con sus propios ojos en aquel escrito oficial no acabó de creérselo.
- Vacaciones - repitió Henry, asintiendo vigorosamente. - Será lo mejor para ti - le aseguró.
- ¿Lo mejor para mí? - le preguntó incrédulo. - ¡Y unas narices! - añadió enfadado arrugando el papel.
- Eh... te recomendaría que tuvieras cuidado con el papel - le dijo Henry. - Al fin y al cabo es el informe que debes entregar un Bow Street mañana - le recordó con cierta.
- ¡Me trae sin cuidado lo que le ocurra al papel! - exclamó, arrugándolo más delante de sus narices. - No voy a tomarme vacaciones - estableció.
- No es eso lo que pone en tu informe médico... - dejó caer.
- ¡La delincuencia no se toma vacaciones en esta ciudad! - exclamó enfadado.
- Cierto - le concedió Henry. - Pero para detener a los malhechores ya están los ocho de Bow Street - añadió.
- ¡Yo pertenezco a los ocho de Bow Street! - dijo Anthony con orgullo golpeándose en el pecho con su mano no lesionada.
- Lo sé Anthony. Tú y otros siete conformais los ocho de Bow Street - dijo Henry. - O-tros sie-te - repitió sílaba por sílaba para grabárselo en el cerebro. - Otros siete y tú formáis los ocho de Bow Street y sois los héroes contemporáneos - volvió a decir, añadiendo las últimas palabras con una clara intencionalidad aduladora. - Pero lamentablemente y por el espacio de tiempo que duren tus vacaciones van a tener que ser sólo siete magníficos hombre los encargados y garantes del orden londinenses - añadió Henry mientras acompañaba a su hermano Anthony hasta la puerta de salida, agotado mentalmente y sin paciencia hasta la extrema cabezonería y obtusidad absoluta de su hermano mayor.
- Sabes que voy a romper este informe en cuanto esté a un par de casas de aquí - le informó Anthony en las escaleras de la calle que daban acceso a su casa.
- Hazlo - le ordenó Henry. - Pero no olvides que el resto de los chicos saben que ahora yo soy tu médico - le recordó. - No tiene más que venir a la consulta para que yo les repita palabra por palabra, frase por frase, coma por coma y punto por punto el informe que tienes ahí escrito - concluyó antes de dar un sonoro portazo, apoyarse sobre el quicio de la puerta y suspirar de forma muy sonora mientras abrazaba a su esposa; cuyo olor a melocotones ya le estaba reconfortando algo y devolviéndole parte de sus energía perdidas y sin dejar de pensar que si todos los pacientes que iba a tener ese día eran como Anthony, probablemente él también necesitara de unas vacaciones.

                                                                                   ***
"¡Será imbécil!" exclamó Anthony muy enfadado mentalmente. "¡Me ha cerrado con la puerta en las narices!" añadió.
- Vacaciones - dijo con tono despectivo. - ¡Qué idea tan estúpida! - exclamó, guardándose el papel en el bolsillo de la chaqueta. - ¡Menuda pérdida de tiempo! - exclamó.
"¿Quién quiere vacaciones?" se  preguntó enfadado mientras caminaba por la calle con el brazo vendado e inmóvil gracias a un pañuelo de seda azul atado detrás del cuello; captando la atención de los viandantes.
"¿Por qué me mira la gente?" se preguntaba. "Ni que nunca hubieran visto a un hombre con el brazo vendado" añadió.

Lo dejó pasar exactamente quince minutos.
Pasado ese tiempo de cortesía, hartó se deshizo del pañuelo con movimientos bruscos que acarrearon más dolor, gritos y maldiciones varias saliendo de su boca y oraciones silenciosas porque no se le hubieran vuelto a saltar los puntos.
"¡Ya está bien!" gritó mentalmente.  "Voy a hacer lo que debía hacer hecho desde el principio añadió, con tono firme. "Voy a consultar con el doctor Thompson; mi médico de toda la vida" estableció.
- Vacaciones - dijo entre dientes y por segunda vez en el día con tono despectivo. - Se congelará el infierno antes de que me tome vacaciones - añadió con toda la potencia y firmeza de su voz antes de aporrear la puerta del doctor Thompson varias veces seguidas.


viernes, 25 de enero de 2013

Sinopsis Me robaste el corazón


UN ROBO… Y SOLO UNA PERSONA CAPAZ DE RESOLVERLO…
Anthony Harper no tenía otra idea en la cabeza que el descanso autoimpuesto que le habían recomendado donde dejaba de ser temporalmente el jefe de los ocho de Bow Street desde que fuera tiroteado en una de las calles del Soho inglés.Descanso durante el cual su padre le ordenó la visita y reconocimiento de las propiedades familiares que algún día serían suyas en el condado de Shropshire; un  condado a priori tranquilo y apartado y por tanto, lo más adecuado para su descanso.
            Lo que no esperaba encontrar un día en su visita al pequeño pueblecito de Clun era un alboroto tan grande a causa del robo de una joyas de la mujer del alcalde y sobre todo, a la ruda, descarada, sabelotodo y extremadamente preciosa Zhetta Caerphilly; quien vive justo en la casa colindante.
            Desde el mismo momento que se sabe en el pueblo cuál era su ocupación en Londres, todo el pueblo; incluyendo al alcalde (escopeta en mano) le pide que lo resuelva.
Anthony accede ya que a priori parece el caso más fácil de resolver de toda su carrera.
No obstante, las cosas no son tan fáciles como parecen y a medida que se adentra en el caso y profundiza en la investigación se da cuenta de que buena parte del pueblo tiene motivos para robar y fastidiar al matrimonio que los gobierna.
Ahora tiene dos retos por delante:
-          Descubrir quién es el ladrón de joyas y los motivos por qué lo hizo.
-          Resistirse a los encantos de su vecina mostrándose disciplinado, antipático y distante con ella.
Pero ¿cómo hacerlo cuando a medida que la va conociendo esta pequeña mujercita, que lo llama impedido, que no deja de revolotear a su alrededor ofreciéndole su ayuda sin que se lo pidan y que parece dotada con dones naturales para cualquier tipo de tarea manual lo va conquistando día a día con sus sonrisas francas y se va adentrando en su hasta ahora inexplorado corazón? 

miércoles, 16 de enero de 2013

Conociendo a Panetonne


“¡Qué duro es tener una vida doble!” se quejó mentalmente una Penélope exhausta mientras se dirigía por segunda vez en la mañana a Hyde Park a toda carrera. “¡Jamás podré ser espía!” añadió como protesta.
Y no solo porque de vez en cuando y de manera fortuita se le acabaran escapando algunos secretos guardados (afortunadamente para ella, ninguno era de gran importancia) sino por el hecho de que el tener que estar yendo de un lado a otro continuamente y el tener organizada a la perfección una existencia en cada uno de los lugares donde tenías tu ámbito de acción, asegurándose de que nadie supiera de tu doble vida, debería dejar agotada en su opinión a la mayoría de las personas.
Lo decía ella; quien lo estaba sufriendo en sus propias carnes aunque en una escala mucho más reducida.
Todo era por culpa de Christian. O más bien de su alter ego, la famosísima y sempiterna Christina; quien parecía haberse vuelto irremediablemente dependiente hacia su persona y por tanto, bastante insegura e incapaz de publicar ni un solo escrito sin que antes hubiera pasado por sus manos.
Por otra parte, tenía razón. Se lo debía después de todos los acontecimientos pasados. Y por eso, no pudo negarse a prestarle su ayuda y colaboración cuando se lo pidió.
Tampoco tuvo opción, viéndolo desde otra perspectiva, ya que prácticamente la raptó de la velada musical de los Stewart para decírselo con no muy buenas palabras y un tono para nada agradable.
De ahí que incumpliendo la orden de Rosamund de ejercer de perro guardián por las mañanas mientras ella dormía, se escapó de Hyde Park y dejó a Verónica sin vigilancia durante un rato para cumplir con su obligación y ganarse su sueldo.
Lo que no esperaba de ninguna de las maneras era que la redacción y el estilo de Christina hubiera descendido hasta el nivel parvulario en tan corto espacio de tiempo y que, en consecuencia, dicha acción le fuese a robar tanto tiempo.
Sabía que Rosamund iba a estar enfadada con ella cuando se encontraran.
Muy enfadada.
La ventaja de tener una amiga de la infancia era que la conocía mucho mejor que la propia Rosamund en la mayoría de las ocasiones. Por eso, sabiendo de antemano su reacción y anticipándose a la misma, decidió cubrirse las espaldas e inventar una excusa lo más razonable y cuerda posible para salir airosa de la situación sin levantar sospechas.
Tal y como haría un espía.
O no.
Porque Penélope no estaba muy segura que los espías utilizasen las almendras garrapiñadas para salir airosos de una situación.
Almendras garrapiñadas.
Un fruto seco (aunque en este caso no mucho) que conocía que era el preferido por Verónica.
Una Verónica que desconocía que iba a resultar culpable de la situación sin haber abierto la boca en toda la mañana porque la excusa para salvarse de la quema de Rosamund consistía en que Penélope solo había salido del parque obedeciendo órdenes y satisfaciendo un antojo yendo a comprarle almendras.
Cierto era una excusa muy cotidiana y sin ningún tipo de sofisticación. Pero iba a ser la que le sacase las castañas del fuego esa media mañana.
Efectivamante.
Penélope no se equivocó con respecto a la cara y a la reacción de Rosamund cuando la vio aparecer en la entrada de Hyde Park con un saquito de tela de almendras garrapiñadas.
O bueno sí, porque para ser sinceros completamente, su reacción fue mitad de enfado mitad de sorpresa mayúscula. Segunda reacción producida porque era a Katherine a quien ella estaba esperando, no a Penélope en cualquier caso.
Cuando por fin apareció la tercera en discordia (no sin antes recibir la clásica reprimenda de tardanza por parte de Rosamund) juntas entraron en Hyde Park para conocer la urgencia por la cual les había citado (nuevamente he de precisar, sólo había convocado de manera urgente a Katherine pues en teoría Penélope estaba encargándose de ella y Rosamund siempre iba a acompañarlas una vez se había levantado).
La primera vuelta para dar con ella resultó ser un completo desastre, la segunda lo superó y no fue hasta la tercera cuando por fin consiguieron dar con ella.
Sin duda les había despistado total y absolutamente que se encontraba abstraída, sonriendo y hablando con un caballero. De hecho, fue gracias al tono de voz (más elevado que el que los británicos utilizaban habitualmente) por lo que descubrieron (en realidad fue Penélope quien lo hizo) que la mujer se trataba de Verónica.
¿Por qué? Porque ambos estaban hablando en italiano.
Intrigadas por la identidad del misterioso hombre desconocido, las tres se acercaron con los codos entrelazados intentando ser lo más sigilosas posibles.
Mientras lo hacían, tres eran las reacciones y pensamientos que se sucedían:
-          Enfado. Estado perteneciente a Rosamund por la desobediencia y rebeldía de Verónica, a la cual le había repetido hasta la saciedad que no se fiara del primer hombre que se acercara a ella con una sonrisa en el rostro y fingiese amabilidad (y más ahora), ya que ello siempre le había causado numerosos problemas, pero era una recomendación de la cual ella siempre hacía caso omiso.
-          Injusticia. Estado y queja correspondiente a Katherine. Aunque en este caso la envidia tampoco hubiera sido una mala elección, ya que la retahíla de pensamientos de la bulliciosa mente de Katherine sólo giraba en torno a las quejas acerca de que Verónica siempre atraía la atención y las miradas de los hombres atractivos (porque este hombre le parecía muy atractivo, aunque no lo distinguiese con claridad) cuando ése era un privilegio que le correspondía a ella por derecho propio por ser la incomparable.
-          Y por último, curiosidad. Científica por supuesto. Este estado por eliminación le correspondía ni más ni menos que a Penélope, quien en ningún momento dejó de fruncir su ceño ante la sorpresa que le causaba encontrar a un hombre que hablase en italiano con un perfecto acento.
También en este caso, la palabra concentración hubiese casado a la perfección porque ése era el otro estado imperante en Penélope; quien, después de pasar tanto tiempo sin practicar ese idioma temía haberlo olvidado. De ahí que su nivel de concentración fuera máximo. En otras palabras, no quería perderse ni un detalle.
Intentaron ser todo lo sigilosas que sus ropas les permitieron pero…al final fueron descubiertas en uno de los giros de cabeza de Verónica ya que habían olvidado esconderse al ir caminando (algo básico para el espionaje).
Cuando Verónica las descubrió no hubo siquiera un hámago de reproche. Al contrario. Parecía que las estaba esperando. Es por este motivo por el que cortó de raíz su conversación con el hombre y se adelantó para recibirlas.
Desconcertadas, las tres observaron con detenimiento cómo se acercaba hacia ellas… Poco duró su desconcierto no obstante.
Exactamente el tiempo que tardó el desconocido del traje color beige en dársela vuelta.
Ahí las reacciones se sucedieron.
Inevitablemente, las tres agrandaron mucho los ojos porque sus pupilas se dilataron; duplicando su tamaño habitual y, de forma plenamente consciente ya, aceleraron la marcha para acortar gran parte de la distancia que las separaba de él en apenas unos pasos quedando tan solo a diez metros.
Solo en esa cercanía, cada una reaccionó de manera distinta; aunque todas de manera muy positiva.
¿El motivo?
Ninguna quería desmerecer a los hombres conocidos y desconocidos de su entorno más cercano; especialmente Rosamund (cuyos hermanos eran considerados muy atractivos por una amplia mayoría femenina) pero…¡Era el hombre más atractivo que las tres habían tenido la dicha de ver desde tan cerca! Y además ¡existía una más que probable posibilidad de que lo fuesen a conocer!
Sonrieron ante una perspectiva tan favorable…
Y eso fue lo único que hicieron. Sonreír; ya que la presencia de este hombre las había dejado mudas, avergonzadas y babeantes.
¿Era para tanto?
Desde luego que sí.
Y no solo porque fuera el hombre más cercano al cuarteto; o porque prácticamente era la única representación masculina de todo el parque a esa hora (que también) sino por el propio físico privilegiado de tan bien parecido espécimen.
Era más alto que todas ellas (aunque para eso tampoco hacía falta mucho mérito; sobre todo en el caso de Penélope quien era la más bajita de las cuatro) pero, haciendo cálculos comparativos con la altura de Rosamund (que era la más alta) el amable desconocido debía medir en torno a 1’85 metros.
Lo único que sabían de él era que hablaba a la perfección el italiano. Pero eso no les aportaba mucha información relevante pues bien podría ser oriundo de Gran Bretaña o bien haber nacido en algunos de los muchos reinos en los que la península italiana estaba dividida.
Además, su manera de vestir tampoco les ayudaba nada a discernir cualquier atisbo de información sobre su identidad puesto que vestía completamente a la moda imperante marcada por Brummel: levita cruzada de color beige abotonada por cuatro botones negros. Al llevarla abierta pudieron entrever el chaleco enterizo acabado el cuello redondo alto (aunque no tan alto como el de la camisa blanca que sobresalía) que llevaba debajo. Dicho chaleco destacaba por su color negro, a juego con los botones de la chaqueta y los gemelos de la camisa blanca. Remataba el conjunto del tronco superior una corbata de tipo Ascot[1] color negro también.
El conjunto lo completaban unos pantalones largos entallados a la cintura y ajustados en sus muslos (informando de unas piernas más que bien torneadas) a juego con la levita, unas botas alemanas que le cubrían gran parte del gemelo.
Los únicos elementos de los que carecía tan detallado conjunto eran: el bastón (innecesario porque era un hombre joven y por tanto, no necesitaba de ningún elemento de apoyo para caminar), el sombrero de copa (no muy recomendable ya que pese a que estaban en verano, el día no había amanecido soleado; aunque el llearlo o no era siempre una elección personal) y los guantes (tampoco demasiado útiles debido a la estación del año en que se encontraban pero de uso obligatorio según cánones de moda… ¿sería un hombre de manos calientes, con todo lo que ello implicaba?).
No.
Lo que realmente causaba la inexistencia de reacción era el imponente físico.
Físico que entreveían e imaginaban gracias a su manera de vestir y que colmataba su rostro. Rostro que tenía un mentón prominente aunque curvo, una frente amplia pero dentro de las medidas de normalidad, unas cejas negras pobladas y apenas elevadas, unos desconcertantes ojos pequeños y almendrados de los que dudaban acerca de su color entre el marrón y el gris, una nariz poco aguileña, no respingona aunque sobresaliente y unos labios muy marcados de color melocotón cuyo grosor del labio inferior les estaban provocando una ganas irresistibles a las tres de besárselos para confirmar si eran tan suaves como parecían.
Además, debían añadir a los atractivos rasgos de su rostro una serie de detalles que lo hacían destacar para bien sobre el resto de los hombres allí presentes: el tono bronceado de su piel, sus patillas apenas destacadas, la barba negra de un par de días y sobre todo, su cabello negro como una oscura noche. Cabello corto, ondulado y despeinado de tal forma que parecía estar colocado de esa manera a propósito; con varios mechones cayendo por su frente.
En otras circunstancias y a otras personas, este aspecto, indicador clarísimo de un largo viaje  le hubieran conferido un aspecto de cansancio y le hubieran restado atractivo al poseedor. Pero en esta ocasión, eso no había sucedido. Al contrario, su aspecto fruto del viaje le conferían un aspecto terriblemente seductor  y un aire de peligrosidad poderosamente atractivo.
Es por eso que se entendieron comprensiblemente las reacciones inmediatamente posteriores a su silencio sepulcral: Katherine entró en una especie de trance y éxtasis donde no dejó de emitir sonoros suspiros y en el cual se le cayó un pequeño de baba en más de una ocasión, Rosamund continuaba en silencio boquiabierta, aunque daba la impresión de que en cualquier momento comenzaría a hablar por los apenas perceptibles movimientos de su mandíbula y Penélope… Bueno, Penélope tuvo su clásica reacción: se cayó de culo, literalmente.
Afortunadamente para sus amigas, desde que vieron por primera vez de cerca al atractivo desconocido, éstas se habían soltado de los codos, ya que si no hubiesen sido las tres las que hubieran caído al suelo arrastradas por el impulso y la fuerza de Penélope; situada en uno de los extremos de la fila. Con el consecuente abochornamiento que ello conllevaba. Vergüenza extrema de la cual únicamente fue protagonista Penélope; como siempre.
-          Chicas – dijo Verónica, provocando que por primera vez en mucho tiempo fijaran sus miradas en ella. – Quiero presentaros a… -
-          ¡Yo sé quien es! – gritó Katherine, interrumpiendo su frase.
-          ¿Lo sabes? – le preguntó extremadamente sorprendida, elevando las cejas.
-          ¡Claro! – respondió ofendida. - ¡Es un ángel! – añadió, señalándole con el dedo. - ¡Un ángel! – repitió más alto y mirándole directamente exhibiendo una de sus sonrisas de conquista que tanto éxito tenían entre los hombres británicos.
-          È vero – respondió Dante acercándose a Katherine hasta estar justo delante suya. – Sono un angelo. – añadió. – Dante Angelo Filippi dijo, haciendo una reverencia y mostrándole su sonrisa. Una sonrisa con la que las tres descubrieron la perfección de su dentadura; por si no fuera lo suficientemente perfecto ya.
-          Un momento… ¿has dicho Dante Filippi? – preguntó Rosamund, tras parpadear varias veces, intentando salir de su asombro y creyendo haber oído bien.
-          Sí  Rosamund – respondió él. – Sono Dante – repitió.
-          ¿R..R…R…? – tartamudeó ella. - ¿Tú como sabes cómo me llamo? –preguntó, enfadada consigo misma y avergonzada a partes iguales por haber mostrado debilidad ante un hombre.
-          Io so molti di voi – respondió Dante sonriendo y orgulloso realizando una reverencia cortés antes de besarle la mano; ganándose con este gesto a la reticente Rosamund, quien no sabía dónde mirar para ocultar su enrojecimiento.
Acto seguido y continuando con la ronda de presentaciones, se agachó para situarse a la altura de Penélope y decirle en un perfecto italiano:
-          Ciao – la saludó de forma muy sonriente.
Roja como un tomate, Penélope giró y agachó la cabeza con la esperanza de que se lo tomara a mal, se ofendiera, se levantara y pusiera distancia entre ambos. Así podría recuperar su tono de piel habitual y sobre todo, recuperar la normalidad en sus pulsaciones y respiraciones. Desafortunadamente para ella, ese no era su día de suerte (o bien, Dante era un hombre muy testarudo) porque él permaneció plantado allí aguantando el equilibrio y sin quejarse pese a lo incómoda de su posición.
-          Ci…ci…ci…ci ci ci… ciaaaaaoo – consiguió decir relajada al fin, tras una ola de tartamudeos.
-          Piacere Penélope – la saludó, besándole la mano y ofreciéndole su ayuda para ponerla en pie. Cosa que hizo de un leve tirón que no le supuso ningún esfuerzo. – Parla molto bene l’italiano – añadió.
-          Gra…gra… gra…gra…gra…grazie – dijo por fin de una vez pronunciando la palabra de forma muy similar a un estornudo, provocando una nueva sonrisa en el rostro de él.
-          Veo que ya parece innecesario pero… chicas, os presento a Dante Filippi – dijo Verónica, señalándole.
-          Hola – saludaron las tres a la vez completamente embobadas agitando su mano, en respuesta e imitación al saludo de él.
-          Un momento, un momento, un momento… - dijo Rosamund, acercándose y situándose entre ambos intentando poner en orden y aclarar sus ideas. – Necesito estar segura de una cosa – dijo, elevando el dedo índice. - ¿Este es Dante Filippi? – le preguntó. Verónica asintió. - ¿El de verdad? – quiso estar segura, aún escéptica. En esta ocasión, fue Dante quien respondió afirmativamente. – A ver… ¿estás queriendo decirme… – preguntó mirando directamente a Verónica. - … que este es tu prometido napolitano? – concluyó. Verónica volvió a asentir. - ¿¡El hombre con el que te vas a casar?! – preguntó, enfadada mientras pensaba en la injusticia de la que su amiga era protagonista.
-          Con el que me iba a casar – apuntilló Verónica. – Dante ya sabe todo y hemos decidido que no nos vamos a casar – explicó.
-          No quería advertírtelo pero… ¡te lo dije! – le reprochó Katherine.
-          ¿Eres consciente del error que cometiste? – continuó Rosamund enfadada. - ¡Mírale bien! – exclamó. - ¡Mira a Penélope! – añadió, señalándola. - ¡Si hasta ella está sexualmente excitada! – concluyó a voces, provocando que Penélope quisiera construir un agujero en el suelo y meterse en él.
-          Calma, calma – pidió Dante. Non farli arrosire per favore – rogó mirando a Penélope, quien se lo agradeció de forma silenciosa.
-          No sé lo que me has dicho – advirtió, señalando a Dante. – Pero es que mi amiga Verónica la pobrecita es ¡tonta! – explicó Rosamund. – Dante – señaló con una sonrisa asintiendo vigorosamente y con el pulgar hacia arriba. – Abuelete – añadió, negando de la misma manera y con el pulgar hacia abajo, añadiendo además arcadas debido al asco que le provocaba y para remarcar el tremendo error de su elección. – Dante – repitió acciones. – Abuelete – hizo otro tanto. – Dante, Abuelete – dijo una tercera vez.
Y así hasta al menos diez veces.
-          Bueno, vale ¡ya basta! – exclamó, gritando y dando un fuerte pisotón en el suelo para mostrar el grado de su enfado.
Lo exagerado de su reacción consiguió el propósito que perseguía, ya que todas callaron a la espera de una explicación razonable para su repentino ataque y pérdida de  paciencia; acciones ambas no muy habituales.
-          No pienso consentir que insultéis a Jeremy en mi presencia – aclaró, conteniendo su furia. - ¡Debería daros vergüenza! – les recriminó a las tres, aunque miraba directamente a Katherine.
Katherine, quien enseguida se dio por aludida, se apresuró a responderle para salvaguardarse y defenderse:
-          Es que Rosamund tiene razón – respondió. – Dejando a un lado que Jeremy es mi hermano, si yo hubiera estado en tu situación y conociera a los dos escogería a Dante sin duda – opinó.
-          ¿Ah sí? – preguntó ofendida. - ¿por qué si puede saberse? – añadió, entre dientes, enfadada.
-          ¡Pues porque es el hombre más atractivo que hemos visto nunca! – se le escapó a Penélope; quien, de inmediato se tapó la boca con una mano y la cara con su enorme sombrero de ala grande; horrorizada ante la espontaneidad, efusividad y vehemencia de su afirmación.
Decepcionada con las mujeres en general y con sus amigas en particular por venderse y sucumbir con mucha facilidad ante un hombre guapo y un par de ojos bonitos, Verónica retrocedió lanzando rayos por sus ojos.
Todo lo contrario que Dante, quien se acercó a las chicas con los brazos extendidos, se situó entre ellas y tras recolocarle a Penélope el sombrero, colocándoselo en el lugar que le correspondía (es decir, sobre su cabeza), se situó entre ellas, las estrechó, abrazándolas contra él y le dijo a Verónica en un clarísimo tono de burla esbozando la mejor de sus sonrisas de felicidad:
-          Sai? Amo a le tue amice – les dijo, besando una a una sus tres cabezas. – E io ho la senzacione che mi piacerà essere nella Gran Bretagna –
Verónica ni se molestó en responderle.
Se alejó bufando de allí.






[1] Una corbata ascot, o ascot, es una banda para el cuello estrecho, con amplias alas puntiagudas, tradicionalmente hechas de seda gris pálido con dibujos. Este lazo amplio, formal suele ser similar, doblada y sujeta con un alfiler o un alfiler de corbata. Por lo general se reservan para el uso con el vestido de mañana para bodas formales durante el día y se usa con un chaqué corte y pantalón gris a rayas. Este tipo de corbata vestido está hecho de un más grueso, tipo tejido de seda similar a un lazo moderno y es tradicionalmente ya sea gris o negro.El pañuelo es descendiente de la versión anterior de la corbata muy extendida en el siglo 19, sobre todo en la época de Beau Brummell, de lino almidonada y primorosamente atado alrededor del cuello