miércoles, 25 de diciembre de 2013

NOVEDADES

Bueno, antes de nada y dado que estamos en la época propicia del año, lo primero que me gustaría desearos a tod@s es una muy Feliz Navidad y unas Felices Fiestas.
Y ya que estoy puesta, un muy ¡Feliz Año Nuevo y un próspero 2014!
Segundo punto importante del día:
¡¡SOY ESCRITORA!!
Es decir, que me han publicado un libro.
No en papel (ya me gustaría) pero menos da una piedra y yo ya lo tengo publicado en formato digital; que son pocos los que pueden decir eso. Y por esa misma razón, me siento súper orgullosa de mí misma.
Aquí os dejo la entrada donde lo podeis descargar; por si os apetece:
http://ediciones-frutilla.blogspot.com.ar/2013/12/publicacion36.html
Pero no solo eso, sino que tengo un acuerdo con la editorial para publicar todos y cada uno de los libros que componen la serie de Amigas Duquesas, así que... ¡¡bien por mí!!
De hecho, recién acabo de enviar la historia de Sarah Parker y Doble H...
La mala noticia para todos es que esas historias no van a poder publicarse al menos enteras en el blog... so... sorry. Y ese ha sido el motivo por el cual también he de borrar algunos capítulos de Amor a golpes...
No os preocupéis que os haré saber de mis avances..
Y ahora sí que sí, me he propuesto empezar por tercera vez (a la tercera va la vencida dicen) la historia de Verónica; la primera de la serie.  Creo que el motivo por el cual me bloqueaba era por la personalidad de ella, así que la voy a cambiar y la voy a hacer algo más femme fatale; mezcla de seductora e inocente, y también habrá algunas apaiciones de la tía Ludovica, aunque sea en forma de frases hechas, proverbios italianos o consejos que Verónica irá diciendo a lo largo de libro.
Eso sí, aviso de que habrá capítulos que no sufran grandes cambios sustanciales.
Eso es todo por mi parte

sábado, 7 de diciembre de 2013

Capítulo 9: JJ

CAPÍTULO IX
Un trato
Si hay trato, amigos pueden ser el perro y el gato.
Refrán
Tal y como sospechaba, Edward Proud Harper Júnior; su esposo en otras palabras, regresó. En ese punto no estaba sorprendida.
Sin embargo, sí que lo hizo con las maneras en que su nuevo encuentro se produjo. O mejor dicho, estaba en aras de producirse.
Para empezar, al contrario que la primera vez le había avisado. Pero no el mismo día, con lo cual solo tendría unas horas para acicalarse y preparar unas circunstancias lo más acogedoras y a la vez, lo más hostiles, posibles.
No. Esta vez le avisó con varios días de adelanto. E incluso le envió un lacayo anunciándolo con todo lujo de detalles.
Además, en esta segunda visita, las horas que había escogido eran mucho más tardías. Concretamente, justo antes de su hora de cenar.
Una serie de interrogantes se le planteaban al calor del tiempo seleccionado. ¿Había escogido la hora a propósito o se trataba tan solo de una pésima casualidad? Y en el caso de que lo hubiera hecho a propósito ¿cómo demonios había sido él la hora exacta a la que ella solía cenar habitualmente?
¿Era esta la manera que tenía para empezar a advertirle que su maldad no conocía límites y que no iba a tener piedad con ella por haberle ocultado la existencia de la casa y de su prometido?
¿Tan pronto?
¿Ni siquiera iba a concederle la oportunidad de cenar tranquila y a gusto?
Parecía que no porque, estaba segura de que, si la reunión se zanjaba tanto de forma razonable como de manera desfavorable, el apetito desaparecería fruto de su estado de nerviosismo y tensión. Justo tal y como había sucedido esa misma mañana. De hecho, solo había podido ingerir líquidos en el transcurso del día. Acción para nada favorable o de ayuda a su vejiga; quien solía empequeñecerse durante sus estados de nerviosismo extremo y, como consecuencia, se multiplicaban sus visitas al excusado en períodos cortos de tiempo.
Justo lo que más necesitaba que le ocurriese hoy.
Aunque, por otra parte, si bien no podía controlar su vejiga, sí que podía controlar el resto de circunstancias que rodeaban a este encuentro. En ese aspecto estaba mucho mejor preparada.
No era por presumir pero, pocas cosas que dijese podrían sorprenderla en este encuentro; se había preparado a conciencia ojeando algunos libros de leyes que David le había proporcionado de manera muy amable y muy solicita.
Y en caso de que esta primera estrategia no resultase exitosa también estaría protegida.
¿Por qué?
Porque le había pedido a su prometido que estuviera allí con ella para proporcionarle apoyo moral.
Obviamente no iba a estar junto a ella durante el transcurso de toda la conversación y eso no era debido a que fuera perfectamente capaz de defenderse y plantar cara a su marido; pues lo era.
El problema radicaba precisamente en que su prometido desconocía precisamente ese pequeño detalle acerca de su estado sentimental y, como consecuencia, también desconocía que, a no ser que deshiciera ese entuerto, su segunda boda jamás podría llevarse a cabo.
Por este motivo y porque no estaba muy segura de cómo o por dónde podían ir los derroteros de su conversación o si de acabarían de manera más o menos violenta, la mejor opción posible era pedirle que estuviera allí con ella... perfectamente escondido tras una puerta en la estancia contigua a donde se produciría tan amistosa reunión a la espera de que necesitase de su ayuda e intervención en algún punto de la misma. Hecho para el cual ya habían acordado una clase y una contraseña de emergencia.
Por quincuagésima vez ese final de tarde miró el reloj para cerciorarse de la hora que era y de lo lento que transcurría el tiempo cuanto más rápido quería o deseaba que algo sucediese.
“Tranquila…” se dijo para tranquilizarse mientras suspiraba, por muy irónico y redundante que esto le pareciese. “No tienes nada por lo que estar preocupada porque lo has preparado todo a conciencia” añadió. “No hay nada que escape a tu control” concluyó y se aseguró, concentrada y absorta en sus pensamientos.
-          ¿Seguro? – le preguntó Junior situado frente a ella y mirándola con interés. Además de que parecía que le había leído si bien no la mente, sí al menos la expresión del rostro.
Jezabel dio un respingo a la vez que abrió mucho los ojos debido a la sorpresa mayúscula que le supuso encontrar allí a Edward; pues aunque lo esperaba, no lo hacía de forma tan repentina.
De esta manera, con tan súbita aparición, todo su plan se fue al traste y comprobó, no sin cierto fastidio,  que para nada estaba preparada.
No estaba preparada para su presencia allí sin ser avisada o que éste fue anunciado, lo cual le llevaba a la segunda falta de preparación; que también podía ser considerada una pequeña traición por parte del señor Chambers hacia su persona; ya que nunca había permitido la entrada a nadie ajeno a la casa sin anunciárselo primero.
Hasta ahora.
¿Sería posible que Edward le hubiera caído en gracia con solo una visita a su propiedad?
No estaba preparada para su presencia allí, tampoco para la traición del señor Chambers pero sobre todo, no estaba preparada de ninguna de las maneras para su reacción al verlo allí.
Parecía que una parte de su mente, al igual que había hecho su mayordomo, la había abandonado y se había posicionado de manera favorable hacia su esposo.
La realidad es que es estaba devastadoramente atractivo vestido de etiqueta esa tarde noche. Y al pensar en etiqueta, una parte de su mente se puso alerta y desconfió acerca del lugar exacto hacia dónde podía ir vestido de esa manera. E incluso, sintió una punzada de dolor, envidia y celos cuando decidió no llevarla con ella donde quiera que fuese.
Lo irónico de la situación para ella es que nunca había considerado como potenciales candidatos poseedores de atractivo. Y con ello no quería decir que fuera una de esas personas que discriminaba al resto por su aspecto físico; al contrario: era la menos indicada para hacerlo, dado su aspecto actual. Lo que ella siempre había imaginado debido a su color de cabello castaño y a su tez blanca era que, quien mejor podría complementarle era un rubio de tez algo bronceada (justo como David) y no un pelirrojo de piel aún más blanca que la suya si cabe.
Sin embargo, hay estaban ellos para romper estadísticas. O incluso los duques de Whitecross; Katherine y Evan McReed; una rubia y un pelirrojo, perfectamente compatibles físicamente entre sí.
Júnior aprovechó el momento de abstracción y abandono mental de su esposa para acercarse a ella y darle un beso en la mejilla; sabedor de su falta de reacción por este mismo motivo.
Efectivamente.
Solo pareció reaccionar y salir de su ensimismamiento cuando sintió el roce de sus labios en sus mejillas. Y una vez reubicada en la realidad retrocedió horrorizada; para su total satisfacción por otra.
-          Mi muy querida… - inició la segunda parte de su saludo con una reverencia.
-          ¡Shhhhh! – le interrumpió ella.
Edward ignoró esta interrupción y volvió a repetir acción.
Carraspeó y volvió a decir mientras enfatizada y ejecutaba una reverencia aún más pronunciada (imitando a David).
-          Mi muy querida… -
-          ¡Shhhhh! – volvió a interrumpirle Jezabel de manera aún más evidente. Quiso hacerlo de manera tan evidente la necesariedad del silencio en ese momento por parte de Júnior que, apretó la mandíbula hasta que le dolió y pequeños escupitajos de saliva salieron despedidos de su boca hacia todas direcciones.
-          ¿Se puede saber por qué me mandas a callar? – le preguntó él ofuscado, por no decir enfadado. – Escogí esta precisamente esta hora para no perturbar tu sueño – añadió con ironía.
-          No puedes decir esa palabra hoy – explicó ella.
Júnior enarcó una ceja de desconcierto.
-          ¿Qué palabra? – preguntó, aunque no salió tono interrogativo de su boca.
-          Esposa – susurró.
-          Lamentablemente para ti, aunque he venido precisamente para solucionar eso hoy, aún a riesgo de llegar tarde a una cena en la que me van a cortar el cuello por este retraso, eres mi… - respondió.
-          ¡Shhhhhh! – dijo una tercera vez Jezabel. Y ante el disgusto evidente de Júnior, se vio obligada a añadir entre susurros: - Está aquí y puede oírte -.
La añadidura, en teoría explicativa y aclaratoria, no cumplió su función en ese caso porque, en ese momento exacto, y por primera vez desde que hizo su gran aparición triunfal (que su esposa se había perdido) Júnior estaba perdido en la conversación y la situación.
En teoría había alguien más allí con ellos. Y por ello, se dispuso a buscarlo girando sobre sí mismo. Al no hallar a nadie a simple vista, su confusión y desconcierto se incrementaron y por ello, completó la vuelta para exigirle a su esposa una explicación algo más detallada.
-          Disculpa pero… ¿quién dices que está aquí? – le preguntó, con mucho tono de burla no disimulado.
-          David – dijo, señalando la puerta.
Las ganas de diversión de Júnior desaparecieron en el momento en que escuchó esas palabras. Era imposible que fueran ciertas.
De ninguna manera.
Era demasiado estúpido como para que fuera cierto.
Desconfiado e incrédulo porque consideraba a su mujer mucho más inteligente que esa disparatada idea que acababa de reconocerle, encaminó sus pasos de forma silenciosa (y a esto ayudó mucho la insistencia del señor Chambers para que se quitara las botas al entrar en la casa) aunque no por ello menos decidida, hacia la puerta que, en teoría era la entrada y a la vez la única salida del escondite de David.  Con mucho cuidado y delicadeza pegó su oído a la madera de la puerta y…
Escuchó un suspiro de aburrimiento acompañado de un posterior bostezo. Acciones que confirmaban la sinceridad de las palabras de Jezabel sin ningún género de dudas.  En defensa de David debía decir que sin duda había cumplido órdenes y mandatos de su prometida pero él, tenía un oído muy fino y desarrollado. De hecho, entre sus amigos y conocidos  incluso había quienes estaban convencido que estaba mucho más cercano al de los animales que al de los propios seres humanos.
De ahí, que no era una buena idea mantener conversaciones en susurros si él estaba presente. A su vez, esta “habilidad” también era la responsable de que se enterara en más de una ocasión de datos innecesarios e indeseados para su persona.
Superada la estupefacción inicial, volvió sobre sus pasos y encaró a sus pasos.
-          No te conozco lo suficiente pero aún así me arriesgaré a pensar que eres inteligente, así que no me queda de otra que pensar… ¿es que te has vuelto completamente loca? – preguntó enfadado, y por eso le fue inevitable elevar el tono de voz. - ¿Es que te has vuelto completamente loca? – repitió, siseando acercándose a ella. - ¿Cómo se te ocurre invitar a tu prometido a una conversación donde el tema único y principal a tratar precisamente es el de tu matri…? – y ahí se detuvo porque fue consciente de que, nuevamente estaba elevando su tono de voz. - ¿Matrimonio? – repitió, en voz baja. - ¡Un matrimonio del que no tiene ni idea! – exclamó, mientras señalaba la puerta, y aunque habló en voz baja, tanto la expresión de su rostro, como la modulación de su voz, manifestaban su enfado.
Jezabel agachó la cabeza para ocultar su vergüenza y su enfado consigo misma: Edward tenía razón, invitar a David como método de protección, había sido una completa estupidez.
Pero ya estaba hecho y de nada servía lamentarse ya, así que por eso, decidió informarle los motivos por los que lo había hecho.
-          Necesitaba ayuda y protección porque no sabía muy bien cuáles iban a ser tus intenciones conmigo esta noche – dijo, mientras tragaba saliva.
-          ¿Me tienes miedo Jezabel? – le preguntó Júnior con tono intimidatorio, incapaz de dejar escapar una sonrisa de satisfacción por el descubrimiento.
-          ¡Yo que voy a tenerte miedo! – exclamó ella, algo incómoda por la cercanía de él.
-          ¡Ah! – exclamó cayendo en la cuenta mientras asentía. – Entonces es lo otro – añadió, focalizándose en su expresión de confusión.
-          ¿Lo otro? – se preguntó frunciendo el entrecejo. - ¿Qué es lo otro? – quiso saber.
-          Tenías miedo de que aprovechara nuestra soledad para intentar seducirte y consumar nuestro matri…- inició. – Nuestra peculiar situación actual de una forma en la cual ambos pudiéramos acordarnos de lo sucedido – explicó. 
No existían palabras para explicar el grado de indignación de Jezabel cuando escuchó las palabras de su marido y por dentro, su mente comenzó a bullir. Incluso sentía cómo la sangre comenzaba a calentársele. Claro que, si esperaba que la conversación terminase ahí, estaba muy equivocado.
Sin embargo, y aunque no hubiera habido cosa que más le hubiera gustado hacer en el mundo, no pudo darle réplica porque Júnior volvió a hablar:
-          No sé por qué clase de animal salvaje me has tomado pero… soy perfectamente capaz de controlarme – explicó, con toda la serenidad del mundo. “Recientemente” añadió, de manera mental con rotundidad. “Más o menos” concluyó, de manera mucho más dubitativa. – Por otra parte, he de advertirte que eso que tú te imaginabas que sucedería hoy solo ocurrirá cuando tú me lo pidas y no antes – agregó.
-          Puedes estar tranquilo entonces, porque nunca vas a tener que realizar ese esfuerzo – replicó ella, poniendo especial énfasis en la palabra esfuerzo.
-          Nunca es una palabra demasiado vehemente y que indica demasiado tiempo ¿no te parece? – le preguntó divertido. Jezabel gruñó en respuesta mientras lanzaba fuego por los ojos. Nuevamente, se dispuso a darle réplica pero, por segunda vez en la conversación, su marido volvió a adelantársele. – Y aunque ya sabes que eres preciosa, lamentablemente hoy por problemas de agenda, no puedo comprometerme a satisfacerte de ese modo – explicó, con resignación. - ¿Qué? – preguntó. - ¿No pensarás que estas galas son única y exclusivamente para venir a verte a ti? – preguntó, señalándose. – Confieso que, como buen marido – inició. – ¡Ups! – se lamentó sin mucho arrepentimiento. – Confieso que así debería ser pero… mis galas de hoy son para otra mujer – confesó.
Jezabel odió al instante sin ser capaz de controlarse a la mujer destinataria de la atención y las galas de las que presumía Júnior y al mismo tiempo, se horrorizó ante la idea de que su marido pudiera estar siéndole infiel, ahora que era perfectamente consciente de que era un hombre casado. Sin ser consciente todas esas emociones se manifestaban su rostro y Júnior, que no perdía detalle de ella, emitió una franca risotada.
-          Es mi hermana – dijo, posando una mano sobre su hombro. – Tenemos cena familiar en su casa – explicó. – No tienes por qué ponerte celosa – la tranquilizó.
-          ¡Yo no estoy celosa! – exclamó ofendida de veras y al momento por esa acusación; como si con esa reacción, negase la evidencia de los mismos, por otra parte.
-          De acuerdo entonces… - concedió él. – Estás enfadada porque no te invité – añadió. – Pero no te preocupes – agregó al instante. – Ya les conocerás más adelante – aseguró. – Al fin y al cabo, están todos ansiosos por conocerte, querida – concluyó, pronunciando con demasiado énfasis la palabra querida.
-          Ya basta – ordenó ella de manera tajante.
-          ¿Qué pasa, querida? – preguntó Junior, divertido, haciendo caso omiso a sus palabras.
-          Deja de hacer eso – le advirtió.
-          ¿Hacer qué? – preguntó Júnior fingiéndose ignorante y encogiendo los hombros.
-          De llamarme querida – explicó ella.
-          Creía que las palabras prohibidas aquí eran matrimonio o esposa – dijo, desconcertado.
-          ¡Shhhh! – ordenó y le regañó ella nuevamente. – Lo siguen estando – añadió.
-          Creo que me he perdido – confesó él.
-          No te conozco lo suficiente pero te considero inteligente – dijo Jezabel utilizando sus propias palabras. – Y sé que me estás mintiendo y utilizando a propósito ese tono – volvió a advertir.
-          ¿Para qué iba a querer yo hacer eso? – preguntó él burlón e inocente.
-          ¡Para burlarte de David! – acabó estallado ella.
-          ¿Para qué iba a querer yo burlarme de él? – preguntó. – Pero ¡si es perfecto! – exclamó.
-          Edward… - le amenazó mordiéndose la lengua.
-          Hablo en serio – aseguró.  Jezabel no le creyó y le miró con escepticismo. Júnior carraspeó y dijo, con tono solemne: - Tu prometido David es tan perfecto que hasta yo siento deseos de casarme con él -.  Acto seguido, incapaz de seguir la farsa por más tiempo, rompió a reír a carcajadas, confirmando a Jezabel con esa acción que tenía razón  y despejando también, las dudas que a ésta le habían surgido acerca de su comportamiento y actitud para con ella. – Y hablando de bodas… ¿qué te parece si hablamos de la nuestra? – preguntó, con repentina urgencia, tras mirar el reloj y maldecir por lo tarde que era.
-          Shhhh – volvió a reprenderle ella.
-          ¡Deja de mandarme callar que no te estoy diciendo que la celebremos! – exclamó, ofuscado. – Vengo a proponerte de hecho todo lo contrario – añadió, enigmático.
-          ¿Cómo? – preguntó ella confusa.
-          ¡Vaya! – exclamó él, fingiendo sorpresa. – Parece que no solo soy el que aporta economía y las propiedades al matrimonio – dijo, mientras admiraba su casa y comprobaba la solidez de sus muros. – También aporto inteligencia – añadió, mordaz. Sin embargo, cuando vio la cara de pocos amigos que Jezabel tenía ese momento, cambió de tema: - Te propongo un trato – anunció.
-          Un trato – repitió Jezabel de manera automática.
-           Si un trato – dijo Júnior mientras asentía.
-           Un trato – volvió a decir Jezabel mientras asentía de forma casi imperceptible.
-          Un tratado, convenio o contrato entre estados o gobiernos e incluso en ferias de ganados – explicó Júnior. Su esposa le miró con la ceja enarcada y desconcertada. - Es la definición de trato – explicó él. - ¿Estás segura de que sabes lo que es? – preguntó, cauteloso.
-          He sabido de sobra lo que es un trato desde la primera vez que lo has mencionado – farfulló ella, ofendida porque la considerase una estúpida. - Lo que quiero es que me lo expliques de inmediato – ordenó.
-          Desde luego sí que sabes cómo quitarle la magia al momento – dijo, con horror apenas disimulado. - ¡Había preparado un discurso incluso! – protestó. – Y te recuerdo  que aquí el único que tiene prisa porque llega tarde a una cena familiar soy yo, querida – concluyó. Y solo cuando terminó de pronunciar la última palabra de su frase se dio cuenta del error que había cometido y por ello, decidió enmendarlo agregando una de sus sonrisas más encantadoras. Sonrisa que, en esta ocasión no le resultó cómo esperaba y acabó pareciéndose más a una mueca compungida de dolor que a una sonrisa encantadora real.
-          ¿Qué quieres? – preguntó ella, tajante y borde.
-          ¿Ansiosa por mí Jezi? – preguntó él, nuevamente burlón.
-          ¡Oh sí!  - exclamó. – ¡Desespero por ti! – añadió. Y aunque intentó que sonase de la misma manera irónica que la primera exclamación, fui incapaz de hacerlo y, de forma inesperada, la situación y la conversación dio un giro inesperado e incómodo para ambas partes.- Al grano Edward – gruñó, antes de cruzarse de brazos a la espera de más información.
-          Los dos queremos la disolución de este matrimonio – estableció. Y solo tras comprobar y observar que Jezabel, sorprendentemente no iba a darle réplica, continuó: - Bien, tras mucho devanarme los sesos he decidido que, si quieres que elimine por completo cualquier rastro o retazo de nuestra unión nupcial deberás darme a cambio una parte de aquello que más estoy perdiendo desde que te conozco – explicó.
El primer pensamiento de Jezabel, y eso que no se consideraba una persona codiciosa o materialista, fue en el dinero. Claro que, su razonamiento, por otra parte no era descabellado ya que, desde hacía ocho años, ella había empleado en su nombre una buena suma de dinero en la decoración de la casa y en su propio abastecimiento. Hubiera dicho o pensado en la casa, sino hubiera sido porque mencionó las palabras una parte y era una absoluta y soberana tontería que le exigiese una parte de la casa cuando también podía quedársela entera.
-          Tu tiempo – añadió Júnior, observando la confusión en el rostro de Jezabel. Y disfrutando con antelación del gesto que ella iba a poner al escuchar esas palabras.
-          ¿Mi tiempo? – ladró ella. E inmediatamente después se arrepintió de su pronto y se tapó las manos con la boca. - ¿Qué quieres decir con eso? – añadió.
-          Precisamente eso – explicó él. – A cambio de la disolución por siempre de nuestro matrimonio, lo único que pido a cambio es que pases cierto tiempo conmigo – añadió.
-          ¿Cuánto tiempo? – preguntó ella, recelosa.
-          Un mes – respondió. Poco tiempo fue el que Jezabel sopesó las opciones y, presta comenzó a asentir. Pero justo cuando iba a terminar de confesárselo de manera oral, Júnior levantó el dedo índice y agregó: - ¡Ah! – exclamó. – Olvidé mencionar que sería viviendo juntos bajo este mismo techo – concluyó, con una sonrisa de anticipación ante su reacción.
-          Bromeas – estableció ella, muy serena, para total desolación de Júnior; quien esperaba una explosión de carácter y palabras malsonantes.
-          En absoluto – dijo él, mientras negaba con la cabeza de manera pausada.
-          Pero, pero, pero… - comenzó a tartamudear por el nerviosismo. Suspiró, y algo más serena, añadió: - Puedes pedirme dinero, la casa o cualquier otra cosa que se te antoje ¿por qué precisamente quieres esto? – preguntó.
-          Porque, tal y como tú has dicho, esto es lo que se me ha antojado – respondió él de manera simple. – En realidad, es que soy un envidioso – explicó, pasado un instante que a Jezabel se le hizo eterno. – Veo a diario, la convivencia y dicha conyugal de mis hermanos y, paradójicamente yo, que soy el que más tiempo casado de todos ellos, no he pasado ni un solo día compartido que recuerde con mi esposa, así que ahora que tengo la oportunidad, no pienso desaprovecharla – añadió.
-          Será si yo acepto – puntualizó ella.
-          Sé sincera Jezabel… ¿estás segura de que no quieres disfrutar de mi grata compañía y de nuestra mutua dicha conyugal por tan corto período de tiempo? – le preguntó.
-          ¿Sinceramente? – preguntó con acritud. – No – respondió.
-          Tus palabras me duelen sobremanera – dijo, llevándose la mano al pecho, con excesiva teatralidad. – Vamos… ¿no tienes ni una pizca de interés? – le preguntó de nuevo.
-          No – masculló ella.
-          ¿Ni siquiera aunque eso significa que puedas quedártelo todo después? – volvió a preguntar, sonriendo nuevamente porque sabía que, esas palabras, la dejarían completamente descolocada.
-          ¿Cómo todo? – preguntó frunciendo el entrecejo.
-          Todo – repitió él. – La casa será entera para ti y tanto tú, tu futuro marido y tu prole la disfrutaréis por generaciones – aseguró.
-          Pero… - inició ella.
-          ¿Pero? – peguntó sin entender.
-          Seguro que hay algo a cambio de tan desventajoso trato – explicó ella. - ¿qué ganas tú a cambio? – quiso saber.
-          Información para un experimento – respondió él. Y en el mismo momento en que vio la reacción de Jezabel a sus palabras, se arrepintió de haberlas escogido. -¡No te estoy llamando experimento ni nada por el estilo! – exclamó. – Así que no te enfades – pidió.  – Lo que yo gano a cambio con esta experiencia es conocimiento porque si, sobrevivo y salgo indemne de esta convivencia contigo quien, pese a que eres mi esposa, eres una completa desconocida, creo que seré capaz y estaré preparado para repetir experiencia y compartir convivencia y vida con otra señorita -  explicó.
-          Con esto… ¿estás queriendo decirme qué…?- preguntó, insegura.
-          Que necesito práctica y entrenamiento para convivir en pareja antes de casarme - - informó él. “Y para demostrarme a mí mismo que puedo superar la tentación y que corro un riesgo menor de recaída” añadió mentalmente. – No es por presionarte querida… - dijo, dándole palmaditas de condescendía en el hombro. – Pero… todo depende de ti – concluyó.
-          ¿Es que te casas? – rugió ella, incapaz de refrenarse y horrorizada ante la posibilidad de que Edward se casara con otra mujer.
-          ¿Qué pasa? – preguntó él, pareciendo estar enfadado. - ¿Es que solo tú puedes contraer nupcias? – añadió.
-          ¡No! – exclamó ella.
-          ¿No qué? – preguntó divertido al ver su confusión.  - ¿No lo sabías? – le preguntó él, sorprendido en grado sumo. - ¿Hace cuánto que no lees una columna de Christina Thousand Eyes? – añadió interesado en conocer esta respuesta en particular de su ronda de preguntas. – Porque fue ella la que informó a todas las señoritas solteras de mi intención de casarme, incluso antes de que las tuviera realmente – añadió.
-          No me parece una buena idea… - se inventó, respondiendo sobre la marcha.
-          Al menos la mujer a la que elija por esposa sabrá desde el principio cuáles serán mis intenciones con ella y eso ya es mucho más que lo que nuestro querido y perfecto David hizo contigo – respondió, enfadado.
-          ¡Dios mío David! – murmuró. - ¡No puedo aceptar tu trato! – exclamó. Y ante la incomprensión de él, agregó: - ¿Qué dirá David? – preguntó,  con horror.
-          Yo creo que no debes preocuparte por el divino y perfecto David – dijo con ironía. – En cuanto sepa cuál es el trato que te ofrezco será él mismo quien nos encierra con llave bajo el mismo techo – añadió, granjeándose una mirada de furia por estas palabras.
-          No puedo aceptar tu trato – dijo de nuevo.
-          Mi chollo querrás decir – le corrigió él.
-          ¿Qué dirán mi madre y mis hermanas si se enteran de esto? – preguntó ella.
-          ¡Ah! – exclamó él, cayendo en la cuenta. – Mi suegra… - añadió para sí, aunque en voz alta. – ¿Hablamos de esa misma madre que te menospreciaba y se metía contigo? – preguntó, nuevamente enfadado y, en consecuencia, elevando el tono de voz. - Algún día me gustaría conocerla – concluyó, focalizándose en ella, quien negó con la cabeza encarecidamente esta posibilidad.
-          Ya no es así – puntualizó ella. Él la miró dudando acerca de esa posibilidad porque sabía por experiencia propia que las personas no cambiaban así por así de un día para otro sin un buen motivo para ello. – Admito que nuestra relación madre e hija no es la mejor del mundo pero… está mucho más tranquila y confía en mí mucho más desde que estoy comprometida con David – explicó. – Tanto es así, que se ha ido a la campiña a pasar un tiempo junto a mis hermanas y me ha dejado a mí al cargo de todo lo relacionado con lo del enlace – concluyó, satisfecha y optimista consigo misma por este hecho.
-          Alto – dijo Júnior. - ¿Has dicho que tu madre está fuera del entorno londinense ahora mismo? – preguntó. Jezabel asintió. – Entonces no tienes de qué preocuparte en este sentido y puedes vivir conmigo un mes sin temer a represalias por su parte – añadió.
-          ¿Te has vuelto loco? – le preguntó ella. – Habladurías y rumores malintencionados son los que más rápido viajan – explicó. – Y en cuanto escuchase el primero de ellos, tomaría la primera diligencia y se presentaría en mi puerta exigiendo explicaciones ¿Qué pasaría entonces eh? – le preguntó, encarándose con él.
-          Pues que por fin conocería a parte de mi encantadora familia política – respondió él, nuevamente irónico. – Y ¿qué si viene? – le preguntó, encogiéndose de hombros. – Puedo volver a presentarme como el abogado de la familia Harper – sugirió.
-          A mamá no le gustan los abogados – confesó ella apesadumbrada.
-          ¡Tanto mejor! – exclamó, disfrutando ante la perspectiva de posibilidad de encuentro con su suegra; un encuentro en el cual él no sería demasiado agradable, por otra parte.
-          ¿No te preocupa lo  que pueda pensar de ti? – preguntó ella, asombrada e incrédula.
-          En absoluto – reconoció él. – Seguro que cuando le cuente los motivos por los cuales estoy compartiendo casa contigo pensará que soy un perfecto hijo de puta sin sentimientos al que solo le importa su trabajo y no tiene en cuenta las circunstancias personales o los sentimientos de aquellas personas con las que se enfrenta porque soy un maldito egoísta que solo pienso en el dinero que cobraré cuando mi caso termine y con el cual me estoy comprando un billete directo al infierno – añadió, aunque casi podría decirse que recitó. Jezabel le miró boquiabierta e incluso, quedó tan afectada que hubo de retroceder varios pasos para mirarle desde otra perspectiva.  Tenía razón; salvo con la única excepción de que su madre nunca utilizaba palabrotas, el resto de su discurso bien podría haber salido de su boca. – No es la primera vez que oigo eso acerca de los abogados – explicó, recordando la única ocasión en la que lo había escuchado; y que para más inri, había ido dedicado a su hermano Henry, quien no era precisamente egoísta. – Y no te preocupes por mí, seré tan bueno y convincente en mi papel que hasta tú, a quien en ocasiones no caigo precisamente bien te preguntarás por qué no acabé siendo parte del elenco de una compañía teatral – aseguró. - ¿Y bien? – preguntó pasados unos instantes. - ¿Hay trato? – quiso saber, ofreciéndole su mano como gesto para sellarlo.
-          No puedo – respondió ella por tercera vez.
-          Joder… - maldijo entre dientes y con impaciencia al mirar lo tarde que era ya y se recriminaba ser tan estúpido al pensar que la convencería fácilmente. - Antes no protestabas tanto – le echó en cara. - ¿Se puede saber por qué ahora no puedes? – preguntó, resoplando para no gritar.
-          ¡Porque me pides un mes de mi tiempo! – exclamó ella, olvidándose de su prometido oculto.
-          ¿Y? – preguntó él, sin entender.
-          ¿Tienes alguna idea de la fecha exacta en la que me caso? – le preguntó ella, aunque sabía que era una pérdida de tiempo el hacerlo porque, seguramente habría mirado la invitación de boda que David le dio y en ese pequeño trozo de papel aparecía la información con todo lujo de detalles. Para su total sorpresa, Júnior negó con la cabeza. En otras palabras, había hecho lo que, por otra parte harían los nobles: se había guardado la invitación de boda sin ni siquiera echarle un vistazo y al llegar a su casa se la habría dado al mayordomo; quien sería el encargado de recordarle la fecha del mismo y de sugerirle que confirmase o no la asistencia. Estaba furiosa y, ¿por qué no decirlo? Algo humillada. – Es en mes y medio – dijo, y en su rostro manifestó todo su enfado contra él.
-          ¿Y a qué vienen tantos impedimentos entonces? – quiso saber él. – Te viene como anillo al dedo – añadió. – Y nunca mejor dicho – le dijo guiñándole un ojo con gesto pícaro. -  Terminamos nuestro arreglo y te quedan dos semanas libres  completas para organizarlo todo – le explicó su plan. -  O… ¿es que no eres capaz de hacerlo? – le preguntó para picarla.
-          ¡Por supuesto que sí! – exclamó ella, obviamente picada ante el reto lanzado por Júnior con sus palabras. Además de que por otra parte era cierto.
-          Entonces no tienes motivos para decir que no a lo que te estoy proponiendo – estableció él. – Pero por si te queda alguna duda o mínimo resquicio al que agarrarte para decirme que no, te informaré de que, aunque pienses todo lo contrario sobre mí, soy una buena persona para compartir vivienda porque no te voy a mantener ocupada las veinticuatro horas del día pendiente de mí, así que durante ese mes podrás seguir haciendo tus cosas de novia, sean cuales sean y yo podré continuar realizando mis asuntos – explicó.
Jezabel quiso preguntarle acerca de cuáles eran esos asuntos que le mantendrían ocupado porque, sí que había leído las columnas de Christina Thousand Eyes (otra cosa bien distinta era que hubiera prestado más o menos atención a las intenciones nupciales del benjamín de los Harper) y en ellas, la columnista no era precisamente amable con él. Es más, vago, aprovechado y ocioso solían ser los adjetivos que más a menudo utilizaba para describirle.
Sin embargo, sus intentos se vieron frustrados de raíz cuando Júnior se puso en pie de manera repentina y anunció sus intenciones de marcharse porque era terriblemente tarde. Así como Jezabel, no era la única persona frustrada en esa habitación; él también lo estaba porque había pensado que todo sería muy sencillo y que no pasaría mucho tiempo intentando convencer a su esposa para que aceptase el ventajoso trato que le proponía. En su lugar, no solo no había sucedido nada como lo había supuesto, sino que además de haber desperdiciado un tiempo precioso con su palabrería inútil, no había conseguido el objetivo por el cual había decidido desviarse en su trayecto hacia Savile Row; la residencia de los Appleton y lugar donde vivía su única hermana.
Con todo, y pese a que gran parte de la culpa era suya por haber salido de casa con retraso del hogar familiar, no iba a pasar más tiempo intentando convencerla de que el trato era lo mejor para ambos. Estaba exhausto mentalmente y se le habían acabado las excusas y recursos a utilizar así que, se marchaba. Por otra parte, tampoco quería presionarla o forzarla demasiado para que aceptase su propuesta si no estaba completamente convencida de ello. Por eso, era mejor marcharse y dejarla a solas con sus pensamientos (aunque eso no era completamente cierto en este caso dado que el prometido perfecto y oculto David se encontraba tras alguna de esas puertas).
Además, no sabía por qué, pero su intención le decía que había sembrado la sombra de la duda en ella de manera muy profunda y por tanto, todas esas negativas repetidas y excusas no hacían más que ocultar sus verdaderas ganas de aceptar la proposición. Bien, otro motivo para marcharse. Utilizando un símil militar; Una retirada a tiempo era una victoria y él en este caso, así creía que lo sería.
-          ¿Es que te vas? – preguntó ella, desesperada. Sabía que era una pregunta estúida porque Edward encaminaba ya sus pasos hacia la puerta pero… aún así, fueron las palabras que salieron de su boca. Sin embargo, no era eso lo que le abochornaba, lo que era peor para los dos es que ambos habían sido perfectamente consciente del tono de desesperación que tenía su voz. – Parecía… parecía… - tartamudeó. – Creía que estabas muy interesado en conocer la respuesta hoy – añadió, inventándose las palabras sobre la marcha.
-          Y así es – reconocío. – Pero creo que en este caso, eres tú la más interesada en la toma de decisión ya que, al fin y al cabo, mi matrimonio puede retrasarse algún tiempo más, al contrario que el de otros… - dejó caer, aunque las palabras iban específica y clarísimamente dedicadas a ella. - No puedo permitirme el lujo de esperarte toda la vida para conocer la respuesta, así que lo mejor será que me vaya y, cuando hayáis sopesado las opciones me deis una respuesta – añadió, abriendo la puerta y saliendo de la habitación. No obstante, pasado un instante, regresó sobre sus pasos, entró de nuevo en la habitación y apostilló: - Os aconsejo que os deis premura mi querida dama porque, como bien habéis dicho tan solo tenéis un mes y medio hasta vuestra boda y yo creo que a nadie le gustará saber el día de la ceremonia que habéis contraído matrimonio antes y de que por tanto, el nuevo es inviable de realiza ¿no os parece? – preguntó, sonriendo con malicia antes de dejar a una Jezabel aterrorizada por su devenir y sola en el lugar.
Pero, ese no fue el último intento infructuoso de Júnior por abandonar porque en esa segunda ocasión, fue David quien se lo impidió. Un David que apareció de manera repentina justo frente a él y que fue el causante de que realizase una acción que no realizaba en mucho tiempo: gritar del susto.
Fue tan potente su grito (quizá debido al tiempo transcurrido) que, contagió su miedo a Jezabel; quien corrió muy asustada hasta el lugar de dónde provenía el mismo y cuando llegó al mismo (el pasillo) detuvo su carrera de forma brusca y precipitada; no solo porque había alcanzado su lugar de destino sino porque, la propia escena que estaba presenciando en ese momento provocó que su propio miedo alcanzase cotas insospechadas y que quedase paralizada a una distancia prudencial
-          ¡Joder! – exclamó Júnior asustado dando un brinco mientras intentaba volver a respirar con tranquilidad y normalidad.- ¡David! – añadió, enfadado; aunque, cuando vio la expresión en su rostro (nada agradable), decidió añadir una sonrisa de circunstancias.
-          Hola Proud – le saludo él. – Amigo – añadió, aunque esta última palabra la pronunció con evidente desgana y asco.
-          ¿Qué pasa amigo? – le preguntó él a modo de saludo cortés y utilizando esa palabra que tanto le gustaba usar a él de coletilla para volver a ganarse su confianza y amistad.
-          Quiero que sepáis que aunque lo habéis intentado – dijo, y en ese momento, Junior se dio cuenta de la presencia de Jezabel en la situación, pues hasta entonces, su grado de susto había sido tal que no se había ubicado por completo. – No he podido evitar parte de la conversación que habéis mantenido – añadió y confesó.
Jezabel creyó morir en ese instante al menos de tres causas distintas: vergüenza por saberse descubierta y por no saber controlar su tono de voz, arrepentimiento (si es que realmente se podía morir de ese sentimiento) por no haber sido total y completamente sincera con David cuando tuvo la oportunidad. Y sobre todo, creyó morir de miedo ante la reacción de David al conocer sus nuevas y especiales circunstancias.
“Adiós boda, hola señora Harper de por vida” pensó, con lamentación.
Júnior quiso confortar a Jezabel cando vio el caudal de sentimientos que se reflejó en su rostro pero, al instante lo desechó. Es más, de hecho creyó que eso iba a venirles bien a ambos porque dependiendo de la reacción que tuviera, así despertaría y vería con sus ojos el tipo real de persona que David era. O incluso, si reaccionaba de manera positiva, él podría su propia opinión e incluso, podría ayudarle a convencer a Jezabel a que hiciera lo correcta.
-          Solo tengo una cosa que decir al respecto – anunció, cruzándose de brazos y mirándolos con gesto severo.
Jezabel agachó la cabeza y cerró los ojos (o mejor dicho, los apretó) para no ver el desastre que se avecinaba. Junior por el contrario, aguantó su mirada y esperó con impaciencia a escuchar qué era lo que David tenía que decir al respecto.
Un David que sorprendió a propios y extraños cuando, en vez de mostrarse solícito y feliz con la noticia del trato; lo cual significaría que estaba de parte de Júnior en la situación o, estallar de furia y comenzar a soltar gritos e improperios como un poseso endemoniado (lo cual confirmaría las sospechas de Jezabel) lo que hizo fue arrodillarse y tomar las manos de Júnior. Un Júnior quien, desconcertado en grado sumo por esta acción, retrocedió dando un pequeño salto e intentó zafarse del agarre de David; cosa que le fue imposible.
Jezabel no quería mirar la escena que estaría sucediendo ante sus ojos, aunque por otra parte se estaba muriendo de ganas de hacerlo. Así de fuerte se mantuvo al menos, hasta que escuchó decir a su prometido la palabra gracias. En ese momento sí que se permitió mirar hacia lo que estaba sucediendo y ante sus ojos vio que estaba sucediendo una escena bastante hilarante e inesperada; la cual sin duda, jamás se hubiera imaginado que sucedería.
-          ¿Gracias? – preguntó Júnior, incapaz de creerse que acabara de escuchar esa palabra y mientras maldecía por lo bajo su incapacidad para soltarse de David; quien era más fuerte de lo que parecía.
-          Gracias – repitió él, apretando aún más sus manos.
-          ¿Por qué? – gritó Júnior y exigió saber.
-          Por sacar la cara por Jezabel frente a los Harper hasta el punto de conseguir un trato tremendamente fácil y ventajoso para ella si quisiera hacerse con la propiedad de la casa – explicó.
El color volvió a los rostros de los miembros del matrimonio quienes respiraron de manera honda y sonora y suspiraron de la misma manera al unísono. Era cierto que David había escuchado parte de su conversación, pero no había captado la más importante por lo que, de momento, su secreto estaba a salvo y si, Jezabel aceptaba, el trato podía llevarse a cabo sin levantar sospechas.
-          Gracias – volvió a decir David besándole en esta segunda ocasión ambas manos.
-          Mi querida Jezabel… ¿me lo parece a mí o tu prometido me está rindiendo vasallaje? – le preguntó Júnior conteniendo las ganas de reír, bien fuera por la comicidad de la situación, por la incredulidad de que ese hecho estuviera pasándole a él o por causa de su nerviosismo contenido.
Jezabel miró alternativamente al menos cinco veces la sonrisa y la cara de su marido y la posición de su prometido en esta situación antes de maldecir para sí.
Con esta situación, no le quedaba de otra que aceptar el trato que Edward le había propuesto, ahora con más razón y motivo si cabe, ya que David sabía de su existencia.
Era una mala idea.
Era una pésima idea.
E iba a arrepentirse si aceptaba durante toda su vida.

Y esas frases precisamente fueron las que no dejaron de resonar en su mente (y a las cuales hizo caso omiso) mientras se escuchaba a sí misma, aceptando tan diabólica propuesta 

lunes, 11 de noviembre de 2013

Capítulo 8: JJ - El prometido perfecto

CAPÍTULO VIII
El prometido perfecto
Con seguridad, cuando trates de causarle buena impresión a alguien, cometerás alguna estupidez.
Anónimo.
Ahí estaba.
El motivo por el cual su vida era tan complicada ahora mismo y a su vez, la causa que explicaba que el momento que Edward Junior había escogido para regresar de entre los muertos y proclamarse como su esposo no podía ser peor: su prometido.
Sí, estaba prometida a otro hombre y sí, eso implicaba una nueva boda.
Un enlace que además en su caso iba a producirse en un relativo corto período de tiempo: apenas dos meses.
Lo tenía calculado y previsto todo al milímetro.
O al menos, así había sido hasta que descubrió que su supuesto difunto esposo continuaba con vida y por tanto, ella no estaba viuda sino casada. Ahora bien ¿cómo iba a casarse una mujer cuando ya estaba casada con otro?
Esa era la asignatura pendiente o la ecuación que despejar y resolver en toda esta situación.
Ya no solo tenía que lidiar con un molesto recién redescubierto esposo sino que además, debía hacerse a la idea y pensar cuál sería la posible reacción de su prometido cuando descubriera su nueva situación sentimental. Y sobre todo, si querría seguir adelante con los planes de boda entre ambos una vez estuviera al tanto.
En su defensa debía argumentar que desconocía su situación de indisponibilidad para el matrimonio, ya que de lo contrario ni hubiera alentado el coqueteo ni ella misma hubiera dado pie al flirteo nada disimulado que había existido entre ellos desde el mismo momento en que se conocieron.
Dicho pensamiento podría servir de ayuda y consuelo para algunos, no para ella y quizás esa era la razón por la cual la frase o el pensamiento del emperador filósofo Marco Aurelio “La que se casa muchas veces, no se casa; es una adúltera dentro de la ley” no se dejaba de repetírsele una y otra vez.
Una adúltera dentro de la ley: eso es lo que era ella.
No le gustaba ni cómo sonaba pero no por ello era menos cierto.
Miró a la razón y causa de su adulterio (su esposo) y descubrió, no sin cierto asombro, que no la estaba mirando a ella sino que permanecía abstraído en su mundo y sus pensamientos. Quiso continuar enfadada con él por su obstinación y empecinamiento en permanecer en el dormitorio conyugal para darle la bienvenida. Sin duda para provocarle. O a ella. O a ambos.
Pero ya no podía hacer nada, puesto que se había subido y sentado en su cama y como si de unas cadenas invisibles se tratase, no había nadie divino o humano que lo moviese de allí.
Prometida era la palabra que resonaba en la cabeza de Edward una y otra vez; quizás con el propósito y la idea fija de que a base de repeticiones, acabaría por asimilarla y la impresión y el enorme impacto que le había causado desaparecerían finalmente.
Sin embargo, eso no quería significar ni significaba que ésta continuase repitiéndose en su cabeza; como si de una broma cruel se tratase.
“Está prometida” se dijo. Se lamentó. O incluso podría decirse que se volvió a burlar de sí mismo  y de su sino su antiguo yo.  “Apenas acabas de encontrarla y ya vas a perderla” rió su otro yo
-          Prometida – murmuró en apenas un susurro.
Ahora lo entendía todo.
De ahí las exacerbadas quejas, maldiciones y protestas ante el descubrimiento de su “nuevo” (o mejor dicho, antiguo) status civil y religioso: una mujer ya casada, no puede contraer nupcias nuevamente. Al menos no en Gran Bretaña, ni en ninguna otra parte de Imperio Británico que él conociese.
Su reencuentro y reaparición le habían trastocado por completo los planes y seguramente, el resto de la vida, que ya había visualizado en su futuro más próximo, pero así era la vida… ¡qué se le iba a hacer!
“Un momento” se dijo, mientras se repetía el plan para comprenderlo por completo. “Si ella tampoco desea estar casada contigo…” añadió.
Pero no había oraciones de posibilidad que valiesen. Dicho de otra manera, debía quitarle el si a esa oración de inmediato.
Ella tampoco quería estar casada con él. De la misma manera que él tampoco quería estar casado con ella. Y encima ella estaba prometida con otro hombre. La solución por tanto era sencilla, lógica y rápida ¿no?
Sí y no.
Sí porque gracias a la que parecía ser la única opinión común y coincidente de ambos hasta ahora en un tema, ambos podrían poner punto y final a su matrimonio fantasma y relatarlo como una anécdota e historia curiosa cuando fueran viejos. Pero no a sus nietos. A sus nietos no porque eso significaba hijos en común. Y él no quería hijos con Jezabel, quería disolver su matrimonio cuanto antes.
Y no porque no quería que su matrimonio acabase de esta manera. Estaba claro que quería que acabase pero no así y no de este modo. Debía ser él quien decidiese poner poner punto y final al mismo y no que éste se produjese porque su esposa le había reemplazado en tan poco (aunque en realidad, ocho años era tiempo más que suficiente y sobre todo, aceptable cara a la sociedad para contraer nuevas nupcias) tiempo.
Por tanto, no.
De eso nada.
Se separarían y pondrían punto y final a tan improcedente acción realizada en sus años de juventud sólo cuando él así lo creyera conveniente.
Y solo por eso, sentimientos encontrados se manifestaban en su rostro y su mente mientras esperaba la que se suponía que sería la gran entrada triunfal de su rival.
Dichos sentimientos no eran otros que curiosidad por saber cómo era su rival y sobre todo, inexplicablemente, antagonismo (por no decir antipatía) hacia él.
El primer sentimiento era del todo razonable porque, todo el mundo sentía curiosidad en el momento en que iba a conocer a nuevas personas y sobre todo, sino le habían dicho nada al respecto con anterioridad.
Era el segundo el que realmente le preocupada y extrañaba a partes iguales porque él nunca había odiado “Odiado no, sentido antipatía” se corrigió inmediatamente de manera mental, a nadie sin conocerlo primero. Así como tampoco se había fiado de los comentarios (muchas veces perniciosos) del resto de personas sobre una en particular y mucho menos, se había fiado de las primeras impresiones porque hubiera sido demasiado hipócrita por su parte. Más en sus años y comportamiento de alocada y desenfrenada juventud (y buena parte de su madurez también).
Por eso mismo, no terminaba de comprender por qué ahora y precisamente por qué con él.
“Porque es el prometido de Jezabel” se respondió a sí mismo como si fuese el primer y en consecuencia el mejor alumno de su clase.
Jezabel.
Volvió a fijar su mirada en ella y descubrió que aunque quieta y estática, se revolvía nerviosa en su lugar. Así al menos lo indicaba el movimiento circular de sus manos; con las cuales parecía estar enrollando un hilo alrededor de ambas que acabaría por inmovilizarlas, porque se mordía el labio inferior y porque sus ojos no dejaban de posarse por todos y cada uno de los objetos presentes a simple vista; aunque estos dos últimos síntomas bien podrían ser considerados como gestos de impaciencia o quizás de preocupación porque, podría ser que su antiguo uniforme militar de gala no hubiera sido lo único que olvidó en su casa. Bien pudo olvidar alguna otra cosa y esta sí que podría ser mucho más indecente e inapropiada para una mujer. Y en consecuencia, bastante más difícil de explicar.
Deseó que esto no hubiera pasado porque él tampoco sabría muy bien cómo iba a ayudarle a explicarlo. Y lo peor de todo era que las historias nunca se le habían dado especial o particularmente bien. Tanto era así que sus sobrinos le habían asignado en una no solemne ceremonia el título de peor cuentacuentos de la familia.
Título otorgado por niños. De muy corta edad, pero no por ello estúpidos o menos selectivos. A su juicio y opinión, era un dato a tener en cuenta…
En cualquier caso, no hubo mucho tiempo de preparación más porque, justo en ese momento, se encontraron tres golpes en la puerta que provocaron sendos respingos y sobresaltos en el matrimonio.
“¿Llama a la puerta?” se preguntó extrañado. “¿Quién demonios llama a la puerta para pedir permiso de entrada cuando sabe de sobra que ya ha sido anunciado?” añadió, contribuyendo a aumentar la mala imagen que ya de por sí tenía del pretendiente, dado que aún desconocía su nombre.
-          Adelante – dijo Jezabel dándole permiso para acceder al interior del dormitorio y solo después de dedicarle una mirada de advertencia y amenaza que él ni siquiera se tomó como algo serio.
“Muy pronto lo sabré” añadió mientras asentía y recolocaba su postura desde lo alto del colchón donde había decidido sentarse a esperarle.
La puerta se abrió por fin y, gracias a ello, Júnior pudo ponerle rostro y cuerpo a su rival. Y para su total y completa frustración (y también su fastidio) hubo de reconocer que si él fuera mujer o uno de esos hombres que se sienten atraídos por otros hombres, sin duda se hubiera fijado en el actual prometido de Jezabel porque, físicamente hablando, no estaba nada mal.
Era alto, rubio, de ojos negros, nariz aguileña y labios sarnosos. Además, tenía los hombros anchos y caminaba con una gracia, actitud y porte aristocráticos, por lo que no cabía duda acerca de cuál era su origen y posición social. El problema para él era que, solo por su aspecto físico no lo recordaba como tal y dado que tampoco sabía su nombre, no podría asegurar si lo había conocido antes en alguna ocasión y las circunstancias que habían podido rodear su encuentro o encuentros previos.
-          ¡Jezabel querida! – exclamó resoplando de alivio mientras se acercaba a ellos. – Dudaba si venir o no y créeme que me he pasado un buen rato esperando y analizando en la puerta de tu casa acerca de si llamar o no – aseguró. – Pero…no he podido resistirme – confesó. – Llevaba demasiado tiempo sin verte – concluyó, justo en el mismo momento en que se situó frente a ella.
Jezabel no pudo evitar sonreír y sí, también sonrojarse un poco ante las palabras de David, su prometido. Era un hombre extremadamente formal y bien educado y esa era una cualidad y actitud a tomar muy en cuenta para un futuro marido en su opinión.
-          David… solo hace un día que no nos vemos – le regañó ella con una sonrisa y, según opinión y criterio de Júnior una mirada de persona no muy enamorada. – Solo hace un día que no me ves – le recordó.
-          No – le contradijo él. – 20 horas y treinta y ocho minutos para ser completamente exactos – añadió, mientras echaba un ojo a su reloj de bolsillo, lo cerraba, lo guardaba, hincaba una rodilla en el suelo, le agarraba la mano, se la besaba y, finalmente, le entregaba el ramo de flores.
“¡Por fin, David!” exclamó Junior mentalmente, bastante cansado de la teatralidad y lo relamido que era el prometido de su esposa. Aunque su asistencia como espectador mudo y silencioso a este reencuentro tuvo dos consecuencias positivas. O mejor dicho, una y media.
-           La primera de ellas, o mejor dicho, la media era que había descubierto cómo se llamaba el susodicho: David. Pero eso era como no saber nada ya que, a excepción de que era otro nombre bíblico, desconocía qué otra información útil podía obtener de ahí ya que seguramente, habría cientos y cientos de David sueltos por Gran Bretaña.
No.
Si realmente quería sacar algo en claro acerca de su identidad, necesitaba conocer su apellido.
-          Lo segundo que había descubierto había sido gracias al regalo que David le había raído a Jezabel. O en otras palabras, las flores.
Corrección: las flores silvestres.
Flores silvestres y por tanto, de ningún grupo, rama o familia específica.
Acción beneficiosa para él porque el hecho en sí no significada nada gracias al tipo de flores que había elegido ya que, de entre la amplísima gama de especies diferentes de la flora británica e importada, había escogido precisamente aquellas que no tenían ninguna segunda intención oculta y desconocida para el gran público o escondían un mensaje cifrado dentro del misterioso, complicado y enigmático lenguaje de las flores.
Sin embargo, para Júnior, lo más preocupante y aterrador de todas estas ideas sacadas mediante tan escueto análisis era que no tenía ni la más remota idea de cómo era tan experto en lenguaje de las flores; pasatiempo obviamente femenino.
Cuando iba a ponerse en serio a pensar acerca de esta duda que le corroía de estupor e incertidumbre, la pareja de la habitación llamó nuevamente su atención. O mejor dicho, el miembro femenino de la misma, porque se inclinó hacia delante y besó la mejilla de su prometida.
Si en ese momento, Junior  hubiera tenido que escoger una palabra del diccionario para describir el grado de intensidad y los sentimientos en sí que le recorrieron en el preciso instante en que fue observador de este gesto, no hubiera podido hacerlo ya que, a buen seguro, no existían aún.
En cualquier caso, sí que volvió a sentir un marcado instinto de posesividad hacia la que era su esposa de manera legal y en esta ocasión, mucho más fuerte y potente que en casos anteriores porque la única manera de contenerse para no levantarse de la cama donde estaba sentado y (como mínimo) abofetear al relamido de David fue apretando el puño en torno a la colcha de la misma.
Era perfectamente consciente de que a simple vista, esta acción como gesto de detención de intenciones no daba la impresión de ser muy poderosa pero para él fue perfectamente válida. Sobre todo, porque gracias a tan nimio gesto fue consciente de dónde se hallaba: un lugar que no era otro que uno de los dormitorios de su casa; aunque este detalle de propiedad era inapropiado e inadvertido para la inmensa mayoría de personas.
Había sido muy dado a liar escándalos y montar espectáculos cuando era un adicto al alcohol y otro tipo de sustancias. Sin embargo, ahora que estaba sobrio y en rehabilitación de sus adicciones, consideraba que aún era demasiado pronto para granjearse un enemigo. Lo que no pudo evitar de ninguna de las maneras fue que gruñera cual perro al que le habían quitado su comida y en consecuencia, de esta manera “involuntaria”, su presencia quedó revelada.
Cuando David descubrió que no estaban solos en la habitación, lo primero que sintió fue una enorme vergüenza propia y ajena. Aunque bien pensado, tampoco tenía por qué sentirse así ya que en ningún momento iba a traspasar los límites que, ninguno de ellos había mencionado de manera explícita pero que ambos conocían muy bien.
Sabía que Jezabel era viuda y que por tanto, no era inexperta en este tipo de lides, pero también sabía que tenía una reputación intachable y que era muy respetada en la comunidad por este motivo, así que no iba a ser él quien corrompiese tan idílica imagen de su prometida.
Por este motivo, con la satisfacción de que muy pronto vería cumplido sus objetivos vitales y por ello, sin permitirse el lujo de demostrar a la tercera persona allí presente arrepentimiento por semejante conato de manifestación de emociones y sensaciones y pérdida de control de sí mismo, se giró hacia él sin ningún tipo de expresividad y le dijo:
-          Le ruego me disculpe caballero por mi inapropiado comportamiento pero en ningún momento he sabido o he sido consciente de su presencia aquí -.
“¿Caballero?” se preguntó incrédulo Junior. “¿Caballero?” volvió a preguntarse, con la incredulidad por el tema incrementándose por segundos. “¿Realmente me ha llamado caballero?” se preguntó mientras miraba sus ropas y entonces comprendió que quizás sí que tenía sentido la manera en la que se había dirigido a él.
Tenía sentido, pero no por ello quería decir que fuera menos divertido para él.
“Caballero…” se repitió mientras asentía y esbozaba una ligera sonrisa. “Hace tanto que no me llaman así…” añadió.
Hacía tanto que no le llamaban así que ni se acordaba del momento preciso o exacto cuando se produjo. A ver, por supuesto que se acordaba de otras siuaciones problemáticas en las que se había referido a él como caballero, como por ejemplo aquellas en las que iba tan borracho y colocado de su otra sustancia favorita y montaba tales espectáculos en las fiestas, eventos o clubes que visitaba que no le quedaba de otra a alguno de los que habían organizado el acto allí presentes que decirle: “Caballero, no me queda más remedio que pedirle que se marche”. O esas otras ocasiones en las que había sido descubierto in fraganti con una mujer comprometida o casada por el prometido o marido de la susodicha en cuestión. Hombres a los que no solían gustarle lo que estaban viendo y que por ello mismo, se referían a sus mujeres directamente y obviando su presencia allí en un clarísimo tono de ironía para preguntarles: “¿Es que no me vas a presentar al caballero?”
Ese tipo de caballerescas ocasiones las recordaba en abundante cantidad y prístina calidad pero, que le llamaran caballero sin ningún tipo de doble intención y sin ningún tipo de tono especial en la voz, sí que hacía tiempo que no lo oía. De ahí su escepticismo e incredulidad la primera vez que lo oyó para dirigirse a él y… que esto le pareciese muy divertido.
Tan divertido de hecho, que hubo de contener con todas sus ganas las enormes ganas de reír a carcajadas que tenía. Al final y, para evitar males mayores, su conato de carcajada se quedó en eso, en un conato y como tal, el resultado fue que el sonido; o mejor dicho, en no sonido de su boca, fue lo más parecido jamás existido a un carraspeo sin tener flemas en la garganta que querer expulsar.
-          ¡Qué despiste por mi parte! - exclamó Jezabel golpeándose la frente con la mano antes de mirar de manera amenazante a Junior; advirtiéndole de este modo que permaneciera callado mientras ella hablaba. – Este es David Edmonson – dijo, mientras posaba la mano sobre su hombro. – Mi prometido – añadió poniendo especial énfasis en el pronombre posesivo – Además del futuro marqués de Bute[1] - conlcuyó.
“¿Marqués?” se preguntó, sorprendido. “Muy bien Jezi” añadió, mientras asentía con la cabeza y clavaba sus ojos en ella para que le leyera la mente y supiera que la estaba felicitando por su buen trabajo a la hora de encontrarle reemplazo y sustituto.
-          Y querido David, él es… - dijo, titubeante mientras pensaba qué decir y qué no acerca de su identidad; sobre todo porque ella tampoco sabía muy y mucho qué decir al respecto sobre él.
Y ahí estaba.
Su gran momento.
O bueno, quizás no su gran momento, pero sin duda era su momento en toda la conversación.
Instintivamente, buscó el rostro de Jezabel y en él se reflejaba una mezcla de hasta tres emociones distintas:
La manera de mirarle de forma interrogativa, la manera recelosa y sobre todo, destacaban en manera de mirarle el miedo y la vulnerabilidad provocados por la certeza de que, si quería justo en ese momento, podía dar al traste con su perfectamente organizada y planificada vida sin él.
Ahora bien ¿qué hacer?
¿Presentarse como quien era y mostrarle al señor Edmonson una faceta de la vida de su prometida que seguro desconocía o inventarse una identidad nueva, cual si de un espía del Imperio Británico se tratase?
¿Conseguir granjearse por una de estas opciones su odio más visceral o su agradecimiento eterno?
En definitiva… ¿ser bueno o malo?
Suspiró, se puso en pie y caminó hasta situarse justo frente a David, antes de decir:
- Soy Proud Clarence, un antiguo amigo de Jezabel – y ofrecerle la mano para que éste se la estrechara. Cosa que hizo como buen caballero inglés que era. En ese momento, Junior pudo jurar y asegurar a todos los presentes que Jezabel tenía mejor color de cara.
La bondad que hubo en él gano la partida y acabó por no revelar quién era. Aunque dependía del señor prometido y de los derroteros que siguiese la conversación para agregar o no información de vital relevancia.
Por otra parte, tampoco había sido completamente bondadoso ya que había utilizado su segundo nombre de pila y el apellido de soltera de su madre, por lo que había revelado una verdad a medias nada más; lo cual significaba que aún existía una parte de maldad dentro de él.
Pese a ello, era necesario para él que se cubriese las espaldas en torno a su identidad. Estaba seguro de que si mencionaba el apellido Harper sería pronto identificado; más siendo el benjamín y el acaparador de todos los artículos de sociedad. Y si le daba por buscar algo de información sobre él, no tardaría en descubrir su matrimonio con su prometida ya que, al ser noble, podía permitirse ese tipo de recursos.
Sin embargo, como Proud Clarence tenía muchas posibilidades de pasar inadvertido pues, básicamente, dudaba mucho de que existiera alguien con un nombre tan ridículo y extraño.
Así al menos debió parecerle a David Edmonson porque, aunque estrechó su mano (no demasiado fuerte cabe reseñar) le miró con la ceja enarcada mientras repetía:
-          ¿Proud Clarence? – Junior asintió. - ¿Un antiguo amigo? – añadió, confuso. Junior volvió a asentir. – Jezabel nunca me ha hablado de ti – murmuró, finalmente.
-          Es que nos acabamos de reencontrar – respondió de forma precipitada Júnior. “Verdad” pensó. – Nos conocimos hace ocho años en Escocia – añadió. “Nueva verdad” pensó otra vez.
-          ¿Escocia? – preguntó mirándolos alternativamente hasta que se centró en él.      – ¿Eres escocés? – quiso saber.
“¿Escocés?” se preguntó tremendamente desconcertado Junior. “Pero… ¿de dónde demonios ha sacado este que soy…?” se preguntó indignado. “¡Ah!” exclamó, cayendo en la cuenta. “El pelo” pensó con resignación. Debía estar acostumbrado a este tipo de identificaciones, dado que no era la primera vez que por sus rasgos físicos le creían oriundo de Escocia pero… él no se hacía a la idea. Es más, le molestaba profundamente que creyeran que era escocés, sobre todo cuando había ido a la guerra contra Francia para defender al Reino Unido, sí, pero muy especialmente a Gran Bretaña. Por tanto, le fue inevitable, volver a mirar al prometido con cara de fastidio y, por qué no, algo de odio en su rostro.
Sin embargo, más tarde cayó en la cuenta de que, por una vez, estas habituales confusiones podían servirle de ayuda en su afán porque no conociera su verdadera identidad y por ello, asintió y confirmó las sopechas de David:
-          Escocés de pura cepa – aseguró. – De Gretna Green para más señas – añadió, lanzando una mirada cómplice a Jezabel. E incluso le dedicó un guiño de ojos que esperaba que David no hubiese apreciado debido a la velocidad con la que lo hizo.
-          No tienes acento norteño – le dijo David, pero sin tono acusador.
-          Eso es porque me mudé a Londres hace ocho años – replicó él.
-          Ocho años… - dijo David mientras realizaba cálculos mentales. - ¡Claro! – exclamó. – Ocho años – repitió, sonriéndole. – Fuiste a Escocia a celebrar el triunfo como se merece ¿eh amigo? – le preguntó antes de echarse una risotada.
“¿Amigo?” se preguntó Junior sin ninguna gana de reír. “¿Amigo?” repitió. “En la vida tú y yo seríamos amigos” añadió, con firmeza. “Llevas escrita la palabra aburrimiento en la frente”  concluyó.
En su lugar, sonrió, asintió y le dijo: - Nací en el lugar indicado para la diversión -. Y pasado un instante añadió con énfasis - “amigo” –
-          Creía que no habías salido de Inglaterra nunca… - murmuró y añadió David, focalizándose ahora en Jezabel.
-          Pues lo hizo, créeme – respondió Edward aunque la cosa no fuera con él, con un tono que no dejaba lugar para las dudas. – Que te cuente… que te cuente lo desenfrenada, impulsiva y salvaje que era en Escocia – dejó caer, clavándole el codo de manera suave a Jezabel en el costado para simular complicidad y conocimiento.
Júnior sabía que lo que estaba haciendo no era del todo correcto, pero a su juicio, tampoco era tan mezquino porque era la manera perfecta y sobre todo, divertida, de vengarse de ella por guardarle secretos tan importantes como ese y de él por ser tan petulante y buscar tan desesperadamente su aprobación, más ahora que lo creía íntimo amigo de su esposa.
-          Si sois amigos desde hace tanto, Proud por favor, dime que mi futura esposa no ha olvidado sus modales y que para algo han servido las clases de protocolo que en su día tomó y costeó y que te ha invitado a nuestra boda – dijo.
-          ¡No! – gritó horrorizada y de manera estrangulada Jezabel, provocando que ambos hombres la miraran, uno sorprendido y algo horrorizado y otro sonriendo con malicia. –No…me ha dado tiempo, querido – añadió, sobre la marcha. – Apenas acabábamos de comenzar la conversación – concluyó, para tranquilizarle.
-          En cualquier caso querida, ya no es necesario que lo hagas, Proud estás cordialmente invitado a la boda de tu amiga Jezabel – anunció, antes de sacar del bolsillo una invitación de boda y entregársela.
Estupefacción fue lo que sintió Júnior cuando descubrió que David llevaba invitaciones a su propia boda en el bolsillo como aquellas personas que llevan tabaco, por ejemplo. Quizás por eso mismo, la tomó con los dedos sin ser muy bien consciente de lo que hacía.
-          No creo que sea una buena idea… - indicó Jezabel.
-          Lo hecho, hecho está querida – dijo él, tocándole la punta de la nariz con el dedo índice para poner punto y final a la discusión ante la atónita mirada de Júnior que no dejaba de temblar para contener las inmensas ganas de reír a carcajadas ante tanto acto de melosidad y empalagamiento frente a sus ojos. – Además, su presencia nos vendrá bien a ambos para que tu zona de la iglesia no esté tan vacía de familiares – añadió. – Vendrás ¿verdad? – le preguntó a Júnior.
-          ¿Cómo iba a perdérmelo? – le respondió él a su vez con una pregunta.
-          Excelente – dijo él, dando su aprobación a la asistencia de Júnior a su enlace. – Y trae contigo a tu esposa y familia, por favor – añadió.
Ahí Júnior fue incapaz de contenerse por más tiempo y rompió a reír a carcajadas, ante la incredulidad de David, que no entendía nada. Y Júnior rió, rió y rió ante lo hilarante y la comicidad de la situación. Y continuó riendo no supo cuánto tiempo más hasta que desaparecieron los últimos coletazos y conatos de risa de su cuerpo.
-          Has tocado un tema peliagudo – explicó Jezabel a David.
-          ¡Oh! – exclamó con tono de disculpa David. - ¿No estás casado? – le preguntó. – Lo l… -
-          Mi situación es complicada – le cortó Júnior. Eso sí, plantó la mejor de sus sonrisas carismáticas para no parecer tan rudo y falto de modales.
-          ¿En serio? – preguntó sorprendido. - ¿Qué os ocurre? – quiso saber. – Cuéntame, a lo mejor puedo ayudaros – añadió. – La gente dice que soy bueno dando consejos – aseguró.
Antes de que su marido de nuevo, se riese a carcajadas de su prometido; ignorante de los acontecimientos reales, Jezabel decidió actuar. ¿Cómo? Concentró todas sus fuerzas en el pie, antes de darle un pisotón disuasorio a Edward.
Un Júnior que contuvo las enormes ganas de gritar por el dolor que sentía en esos instantes gracias a la retahíla de insultos y palabras malsonantes que pensó acerca su ya no tan querida esposa, pero al que le fue del todo imposible contener las lagrimillas que brotaron de sus ojos.
Cuando pudo hablar por fin (de manera estrangulada y a trompicones), lo único que fue capaz de decir fue:
-          Es… doloroso – Poco después y pese a que aún le dolía, pudo hablar con total normalidad. Por ello, decidió vengarse de su esposa de la única manera que se le ocurrió (y también de paso, dejaba de convertirse en el centro de atención):
-          Pero por favor “amigo” David, olvidémonos de mí y centrémonos es vosotros, la “feliz” pareja. Cuéntame por favor cómo os conocisteis – pidió. – Jezabel sabe que me encanan las historias de amor – concluyó y para picarla le lanzó un silencioso beso.
-          Bien… - inició, tomando asiento y provocando que a su vez, las otras dos personas le imitaran. – Nuestro romance no fue muy habitual – añadió.
“¡Pues si te cuento mi boda!” exclamó Junior, resoplando mentalmente.
-          Al menos por mi parte – rectificó de inmediato. – Porque supe que quería casarme con ella en cuanto vi la simetría perfecta de su triángulo femenino – concluyó con una sonrisa franca.
“Triángulo femenino…” pensó Júnior, nuevamente desconcertado.
A simple vista y sin detenerse mucho en pensar, el cuerpo de la mujer tendía más a ser curvo que puntiagudo pero, eso no quería decir que no hubiese algún que otro triángulo femenino en él.
Y el primer triángulo femenino que se le vino a la mente y no porque fuera un salido, o porque fuera un hombre, sino porque todo el mundo tiene un primer pensamiento sucio, fue el triángulo femenino que situaba justo entre las piernas de Jezabel.
Y quiso gritar de nuevo, pero no de dolor sino de horror e indignación.
¿David? ¿El perfecto David se había enamorado de Jezabel la primera vez que contempló la simetría de su triángulo femenino?  Pero ¿y qué hombre no lo haría? Sin embargo, las cuestiones más apremiantes en esta situación eran ¿y cómo se las había ingeniado para contemplar esa perfecta simetría la primera ocasión que la conoció? Porque no tenía mucha labia para encandilar visto y comprobado… Y sobre todo, ¿qué tipo de golfilla o mujer de amplio bagaje libertino había escogido como esposa? Aunque en este segundo caso, no podría reprocharse nada a sí mismo porque él solía frecuentar esos ambientes en estados de embriaguez y momentos de diversión por lo que era bastante lógico y razonable que la extracción social de su esposa fuera de allí; por mucho que su aspecto actual despistase en este sentido.
“¡Maldición!” bramó en su fuero interno.
Gracias a la información explicada, que no deseada, por parte de David ahora él era incapaz de dejar de pensar en otra cosa que no fueran los triángulos púbicos femeninos. Máxime, cuando sabía de buena tinta, que algunas mujeres se “dibujaban” diferentes formas justo en esa zona. Especialmente, si contaban con un excelso patrimonio.
¿Sería Jezabel de ese tipo de mujeres?
“Debí haber sido alipilario como Andrew cuando tuve la oportunidad” protestó en su fuero interno. “Seguro que hubiera disfrutado mucho la experiencia y aprendido mucho de triángulos femeninos” añadió.
Hubiera sido una idea genial si no fuera porque a él nunca se le dieron bien los trabajos manuales de ningún tipo. Y en tareas de este tipo, el manejo, uso y control de la mano parecía imprescindible, ya que de ninguna de las maneras quería armar un estropicio en semejante parte de la anatomía femenina..
Sin querer y de la manera más involuntaria existente, su mirada fue desplazándose y descendiendo poco a poco hacia el triángulo femenino del que había hablado David. Una tarea facilitada porque Jezabel había escogido como lugar para sentarse justo el sofá situado frente a él.
Y lo que comenzó de manera involuntaria e inocente, se hizo plenamente visible y consciente. Al menos a ojos de David; quien descubrió justo el punto exacto hacia donde estaba mirando el hombre sentado frente a él cuando siguió su mirada. Obviamente no le gustó.
Por dos motivos: la fama de Jezabel y… la suya propia.
-          ¿Qué? – casi gritó. - ¡No! – exclamó sacudiendo la cabeza con energía. – No, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no – añadió, para concederle mayor credibilidad. – Ese triángulo no… - inició. – Yo nunca… - añadió. – Jezabel y yo jamás hemos… rectificó.
Pero no terminó de hablar; ya que para, a fin de evitar más embarazosos momentos y su abochornamiento, según David, ésta se abalanzó sobre él. Sin embargo, la acción de abalanzarse sobre él fue vista por el matrimonio Harper de una manera mucho más comedida porque lo único que ésta hizo fue sentarse sobre su regazo y callarle la boca posando su mano sobre ella.
Esta acción que sorprendió sobremanera a David por lo impulsiva de la misma en su prometida, sirvió para confirmar las sospechas en torno a este tema y tranquilizar a su excesivamente alarmista en ocasiones, mente. Así mismo, sirvió de estimulante para que dejara de pensar en triángulos púbicos femeninos, pensamiento motivado sin duda ante la sequía de sexo en su vida durante el pasado año.
Una sequía completamente voluntaria, había que reseñar.
Fuera de contexto y sin conocerle podía el privarse del sexo voluntariamente podría parecer una tontería y la más absoluta de las estupideces. Pero en su caso, y sus circunstancias, eran perfectamente comprensibles porque el sexo, junto al alcohol y a la cocaína, era el tercero de sus vicios. De hecho, podría decirse que era la punta de su triángulo de pecados particular, pues siempre acababa en algún prostíbulo o contrataba los servicios de alguna prostituta cuando salía a divertirse con sus amigos.
Era lógico por tanto, e incluso podría decirse que obligatorio que para evitar asociación de malas ideas, tentaciones y recaídas y habiendo dejado sus dos vicios anteriores, también rechazase este.
No obstante, y al contrario que con los otros dos, tendría que volver a las andadas en este terreno, sobre todo habiendo comprobado su reciente obsesión con determinados triángulos femeninos.
“Otros posibles triángulos…” pensó, sin dejar de mirar a Jezabel; evitando eso sí cualquier tipo de contacto visual con su parte inferior. “Otro posible triángulo femenino…” se repitió.
Y entonces lo vio.
Justo en el rostro de Jezabel.
Pero no porque tuviese dibujado nada en él o algo por el estilo  sino porque era, como bien había dicho antes David, perfectamente simétrico. Un triángulo inverso formado por sus ojos y su nariz.
¿Cómo no se había dado cuenta antes si había estado frente a él todo el tiempo?
“Idiota” se dijo sin dejar de mirarla y sonriendo.
No era de extrañar que David hubiera caído fulminado al observar el triángulo perfecto del rostro de su esposa, ya que no iba nunca que era muy guapa. De hecho, debía felicitarse a sí mismo por su elección de esposa, ya que por experiencias propias anteriores, no era la primera vez que se había despertado junto a muchos adefesios y en consecuencia, había tenido que huir a mitad de la noche de las diferentes camas y casas como si de un vulgar ratero se tratase.
El ser el centro fijo de atención de su marido, turbaba e incomodaba muy y mucho a Jezabel quien no entendía a qué se debía este repentino comportamiento y sobre todo, por qué tenía esa expresión embobada en el rostro mientras lo hacía.
Lo primero que se le vino a la mente fue que se había ensuciado con algo y recordó que antes de dormir la siesta había estado escribiendo cartas con la pluma. Por tanto… ¡horror! ¡Pluma! ¡Tinta!
¡Se había llenado la cara de tinta!
¡Qué amable y educado David al besarle las mejillas pese a tenerlas sucias!
“Pero si me ha besado, ha de tener los labios sucios” pensó con suspicacia… y por ello, se giró de forma brusca para buscar cualquiera rastro o resquicio de suciedad en los labios de su prometido.
“¿Va a besarme delante de su amigo?” se preguntó David temeroso, mientras tragaba saliva y pensaba que Proud tenía razón y que su prometida tenía una faceta algo desinhibida y salvaje que no le había mostrado hasta ahora, pero que no le gustaba por otra parte. Sus palabras sin duda aluna eran ciertas y eran amigos de antaño, dado que parecía conocerla mejor que incluso él mismo.
“Pues si tengo tinta, ha de estar bien arraigada en mi cara porque no tiene restos en sus labios…” pensó con fastidio Jezabel.
-          Entiendo lo que quieres decir – dijo Júnior, provocando ahora que ambos lo miraran con extrañeza. – Siempre he pensado que Jezabel tiene un rostro muy lindo – explicó, provocando que la aludida se sonrojase. Sin embargo, sus palabras no fueron lo suficientemente aclaratorias porque ambos, continuaron mirándole sin entender muy bien a dónde quería ir a parar con esas palabras. – Es normal que supieras que querías que fuera tu esposa en cuanto le viste el rostro – concluyó. “No estoy seguro porque no lo recuerdo pero… creo que a mí me sucedió lo mismo” pensó tras tener un recuerdo de la noche de su boda en la que estaba riendo a carcajadas con Andrew pero se detuvo en cuanto creyó ver su rostro entre la multitud de la taberna y recordar también cómo, desde ese momento, hizo verdaderos movimientos de flexibilidad hasta que por fin pudo contemplarle el rostro sin ningún obstáculo o impedimento y afirmar que no se había equivocado; que era bellísima.
-          Pero ¡yo no me enamoré de ella por su rostro! – exclamó David, con una risotada suave. Al instante Jezabel se envaró y se puso tensa con él, exigiendo explicaciones. – No me malinterpretes querida – añadió, inmediatamente poniendo las manos en señal de rendición. – Tienes un rostro bellísimo, pero eso no fue lo primero que vi de ti y lo que me dijo que eras la indicada – explicó.
-          Entonces ¿ me puedes explicar cuál fue el perfecto triángulo simétrico que así te lo indicó?- preguntó gruñendo y sin paciencia.
-          Por supuesto – asintió con la cabeza. – El perfecto triángulo simétrico que se forma gracias a la alineación y conjunción de su cabeza y sus hombros – explicó.
Incapaz de creer que las palabras que le había dicho fuesen ciertas, Júnior enarcó una ceja a la espera del momento en que David le confesase que era una broma. Momento que parecía no llegar nunca.
“No parece muy bromista…” se dijo, mientras continuaba mirándole a la espera de la confesión. “¿Será cierto y no es una broma?” añadió.
-          Espera – dijo, reorganizando ideas y pensamientos. - ¿Estás queriendo decirme con esto que te enamoraste de ella sin verle la cara? – le preguntó, solo para asegurar lo que era un certeza. Por supuesto, como no podía ser de otra manera, David asintió. - ¿Lo supiste solo por la forma en que se alinean su cuello y hombros? – añadió, incapaz de creerlo todavía. No podía ser de otro modo, puesto que repetía lo anterior y, David volvió a asentir.
Como no podía ser de otra manera, Júnior volvió a irrumpir en enormes carcajadas.
-          Es la cosa más… -
-          Romántica – le interrumpió Jezabel, ceñuda apretando los labios del disgusto que tenía con él por tan improcedente comportamiento.
-          ¡Estúpida! – exclamó él en su lugar, concluyendo la frase. - ¡La cosa más estúpida que he escuchado nunca! – añadió. – Había escuchado sandeces de personas que se enamoraban de otras por su peculiar olor corporal y cosas por el estilo pero ¡amigo! – exclamó. - ¡Oh amigo! – volvió a exclamar, y esta vez pronunció la palabra amigo sin ningún tipo de connotación irónica (más bien peyorativa) – Tú eres el absoluto ganador de esta competición – explicó. – Enhorabuena – concluyó, estrechando su mano y felicitándole.
A todo el mundo le gusta que le feliciten y reconozcan su mérito o esfuerzo. Esos fueron los motivos por los cuales, David devolvió el apretón de manos a Júnior. Solo cuando fue consciente de que éste se estaba burlando de él, se defendió con las siguientes palabras:
-          El triángulo terminó de convencerme pero yo ya sabía quién era antes de acercarme a hablar con ella -.
-          ¿Ah sí? – preguntaron ambos miembros del matrimonio a la vez.
-          Sí – respondió. – Admito que hice trampas al conocerte querida pero… era amigo de los anfitriones y en aquel momento andaba desesperado en la búsqueda de mi esposa adecuada, no buscaba amor pero… te vi y lo supe – explicó.
-          ¿No buscabas amor? – preguntó Júnior. - ¿Qué buscabas entonces? – quiso saber.
-          Financiación y patrimonio – respondió David con franqueza. – Pero eso ahora gracias a Jezabel ya no es problema – explicó, resoplando de tranquilidad. Las últimas palabras de David provocaron que Júnior se pusiera alerta, recelara y comenzara a verlo desde una perspectiva completamente distinta a la que le había visto hasta ahora. Una perspectiva de persona interesada y oportunista.
“¿Será posible que el perfecto David sea un perfecto cazafortunas?” se preguntó.
 El cambio de actitud de Júnior para con David fue perfectamente apreciable y distinguible pese a que en ningún momento abrió la boca para expresar su opinión. No hacía falta, porque la fijación de su mirada en la parte femenina de la pareja así como lo tensa de su postura al estar sentado, lo indicaban.
Y lo hicieron de tal forma que el ambiente se crispó y de repente, se tornó en bastante tenso. Tensión que alcanzó cotas máximas de presión para David; quien incaaz de soportarlo volvió a abrir la boca para confesarle a ese desconocido su penosa situación económica actual.
-          El estado económico del marquesado es pésimo, como el de tantos y tantos títulos aristocráticos – inició. Júnior asintió, haciéndole creer que entendía  de qué le estaba hablando cuando lo cierto era que no tenía la más mínima idea ya que, como último hijo de su familia no tenía grandes tierras o un gran título aristocrático procedente de una herencia familiar, y lo único que podía entender del tema procedía de las explicaciones que bien su hermano Anthony o su cuñado Greyford; los dos únicos terratenientes y grandes propietarios con parentesco directo con él, pero… no eran unos temas de conversación muy habituales entre ambos. – Nos persiguen los acreedores y las deudas como consecuencia de años de mala gestión y despilfarro – explicó. – Y aunque ahora nos estamos recuperando poco a poco gracias a algunas de mis inversiones, las tierras no proporcionan los beneficios suficientes como para saldar este agujero económico y por ello necesitamos una gran inversión de capital. – Nada mejor que un matrimonio con una rica heredera para si bien no generar superávit sí al menos comenzar de cero con las cuentas limpias y las deudas saldadas –
-          Ahí es donde entra Jezabel – sentenció Júnior con gravedad desviando la mirada hacia ella. – Una rica heredera – añadió, pronunciando con algo de rencor y dolor cada una de las palabras ya que ella no era ninguna rica heredera y su “herencia de viuda” no era otra cosa más que su propio dinero.
-          Sí, como bien sabes y ya he dicho, el anfitrión era conocido mío y el propósito de la fiesta no era otro que el de encontrarme esposa entre las ricas herederas solteras y viudas de Gran Bretaña e incluso de América – explicó.
Júnior bufó de disgusto al escuchar las palabras de David. Ya había escuchado hablar de este tipo de fiestas y le asqueaban de la misma manera que lo hacían los matrimonios concertados (aunque debía decir que había cambiado de actitud con respecto a estos últimos desde que sus hermanos habían contraído nupcias por amor. Cuanto más cuando su cuñada Callíope, quiromántica de profesión le había dicho que se casaría por amor). Quizás este tipo de fiestas le asqueaban más porque las jóvenes allí asistentes desconocían que estaban siendo observadas y evaluadas continuamente.
Pero sin duda, lo que más le molestaba y esto profundamente, era que Jezabel se mostrase tan complaciente y resignada ante la confesión de los hechos. Cierto que no la conocía demasiado pero con él sacaba mucho genio en la mayoría de las ocasiones.
-          Por eso te dije que en principio no fue buscaba amor – le recordó. – Sin embargo, quedé fascinado por Jezabel desde que observé su triángulo simétrico y posteriormente extasiado al contemplar su rostro de divina Madonna – dijo, besándole ambas manos. – Desde que mis ojos se posaron en ella, me olvidé de las demás , incluso de otras que eran más ricas que ella – incidió. – Y afortunadamente para mí, yo también causé una grata impresión en ella y comenzamos nuestro noviazgo – explicó.
-          ¿Cuánto hace de esto exactamente? – preguntó con suspicacia.
-          Tres meses – respondió David.
-          Y os casáis en dos meses – concluyó él. - ¡Vaya! – exclamó, sin tono de sorpresa. – ¡Sí que debéis estar seguros de que estáis hechos el uno para el otro! – dejó caer. – A eso lo llamo yo un romance rápido –concluyó mientras asentía.  “Pero el mío lo fue más” pensó con satisfacción y orgullo de sí mismo.
-          Sería incluso más rápido pero la organización de la boda requiere su tiempo y a mí me gustaría devolverle a Jezabel parte del dinero que me ha prestado para mis inversiones y para eso necesito un mínimo de dos meses – explicó.
“Alto, alto, alto…” pensó, para llamar su atención. “¿Qué Jezabel te ha prestado dinero?” preguntó mentalmente. “¿Qué Jezabel te ha prestado mi dinero?” gritó mentalmente, iracundo. Estaba tan enfadado con el uso y disposición de su dinero sin su permiso que incluso juró que podía escuchársele pese a que estaba callado.
No obstante, y pensándolo con más raciocinio, la culpa no era del perfecto David; era de su familia por ser unos inútiles. Y de las tres personas presentes en la conversación, si tenía que echarle la culpa a alguien, esa persona era Jezabel. Sin embargo, prefirió hacerlo en privado, y en cambio, mucho más sereno de cara a la galería, le preguntó:
-          ¿Y en qué inviertes exactamente? –
-          No tengo un campo fijo de inversión – respondió. – Un poco allí, un poco aquí… - añadió.
“¿Qué no…?” se preguntó, gruñendo. “Ahí está por qué tu familia está en la ruina, idiota” añadió, con asco. “Pero vamos, que se te ha acabado seguir viviendo del cuento a mi costa” concluyó.
Si había algo que molestase profundamente a Júnior eran las injusticias y en este caso, era obvio que se estaba cometiendo una muy grande. Estaba claro que, aunque Jezabel cuando era más joven hubiera frecuentado ambiente poco recomendables para una mujer, era del todo inocente y carecía de malicia alguna. Y el prometido David, lo había visto y lo había aprovechado a su costa.
Pero no solo se estaba cometiendo una injusticia con Jezabel; lo cual ya de por sí convertía el asunto en algo personal porque esta continuaba siendo su esposa, sino que además se estaba cometiendo una injusticia muy grande con su persona ya que se estaban gastando su herencia y su dinero sin que él hubiera sido consciente de ello durante todos estos años.
Pero eso se iba a acabar en ese preciso instante, porque con toda la tranquilidad del mundo y sangre fría que tenía en el cuerpo, le miró y con una sonrisa calculadora le dijo:
-          Amigo David, mucho me temo que te he mentido en lo que a mi identidad se refiere -.
Tanto Jezabel como David se paralizaron al escuchar esas palabras, aunque por motivos muy diferentes.
-          ¿Qué…? – tartamudeó. - ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó, finalmente.
“Por Dios y por lo que más quieras, no le digas que eres mi esposo” suplicó y rezó Jezabel cerrando los ojos.
-          Me llamo Proud Clarence eso es cierto pero… la naturaleza y años de duración de mi relación con la señorita Jezabel son bien distintos – explicó, o eso creyó, porque la confusión de David iba en aumento.
“Se lo va a decir” se temió Jezabel. “¡Será chivato!” exclamó enfadada.
-          Resulta que estoy mucho más relacionado y soy más cercano a los Harper – explicó él.
-          ¿Los Harper? – preguntó David, temeroso.
-          Los Harper – repitió Júnior. – Los relativos de tu prometida – añadió como aclaración.
-          ¿Qué pasa con los Harper? – quiso saber, David.
-          Han contratado los servicios de un abogado y casualmente, ese soy yo – respondió.
-          ¿Qué? – preguntó Jezabel, siendo en esta ocasión ella la que estuvo a punto de echarse a reír a carcajadas.
-          Represento a la firma de abogados Morrison Lawyers con sede en Fleet Street[2] - dijo, ignorando la risa de Jezabel. – Recientemente los relativos de su esposa han tenido constancia de la boda del señor Edward Harper con la señorita Jezabel y en consecuencia han descubietrto la existencia tanto de la fortuna del señor Harper como de esta casa y por ello, están pensando seriamente en tomar medidas legales para quedarse con ella y que ésta pertenezca al inmenso patrimonio familiar existente – explicó.
Y Júnior de manera tan veraz que hasta casi se convence a sí mismo. No obstante, el mérito no había sido solo suyo, este comportamiento y forma de actuar lo había copiado y había tomado nota de él por mimetismo con su hermano mayor Thon; antiguo jefe de los ocho de Bow Street cuando estaba en un punto álgido de la representación de su papel de máxima autoridad, de las pocas ocasiones en que su hermano Henry había ejercido de abogado e incluso, por qué no decirlo, del tono autoritario y amenazante de Rosamund cuando se enfadaba en grado sumo.
Lo sorprendente del caso para él es que, no había sido consciente ni realmente se había parado a pensar en la utilidad y conveniencia de esta  para él hasta que no pronunció esas palabras.  Si bien era cierto que le gustaba vivir con la mayoría de sus hermanos y que, pese a que todos vivían en común, cada una de las parejas y él disfrutaban de sus propias habitaciones y estancias para mayor privacidad y asilamiento del resto de la familia, lo cierto era que, todos tenían su propiedad (más o menos pequeña) aparte a la que podían huir cuando no le querían que nadie le molestase.
Bien era cierto que esta propiedad también estaba en Londres pero… lo suficientemente lejos y con bastante peor reputación que la zona donde vivía como para que se atreviese a ser molestado. Así que… ¿por qué no?
-          ¿Entonces usted…? – preguntó David.
-          Yo seré la persona intermediaria y a quien tendrá que convencer de que no es un cazafortunas y un aprovechado de la situación de la señora Harper y que busca enriquecerse a su costa – respondió, simplemente.
-          Y… ¿y cómo hará eso? – preguntó.
-          ¡Ah! – exclamó, con tono misterioso. – Amigo mío, si le dijera cómo pienso hacerlo usted tendría ventaja sobre ellos y los Harper son quienes me pagan – añadió, terminando la frase entre susurros para buscar su complicidad.
-          Yo… yo… - balbuceó. – Yo creo que debería irme – anunció David poniéndose en pie.
-          ¿Ya? – preguntó Júnior incapaz de contener una sonrisa.
-          ¿Tan pronto? – preguntó Jezabel mitad sorprendida con su prometido, mitad furiosa con su marido.
-          Sí querida – se reafirmó David. – Acabas de reencontrarte con tu amigo y seguramente tenéis muchos temas que tratar para poneros al día y yo… - volvió a titubear. – Yo he de irme a comprobar mis inversiones.- terminó la frase mirando hacia Júnior. Además, añadió un asentimiento de cabeza para autoconvencerse aún más de ello y lo que debía ir a hacer. – Un placer – agregó, estrechándole la mano sin que Junior tuviera tiempo siquiera a ofrecérsela y salió de la estancia y de la casa precipitadamente y a trompicones sin mirar atrás ni siquiera una sola vez; sin duda atemorizado del posible y bien distinto devenir que podía tener a partir de ahora.
-          Estarás contento – refunfuñó Jezabel tras escuchar cómo se cerraba la puerta de la entrada de su casa.
-          Irradio felicidad – respondió él sin inmutarse en un claro tono de ironía.
-          ¿Te has vuelto loco? – le preguntó horrorizada y enfadada. - ¿Por qué te has inventado todas esas patrañas para espantarlo así? – añadió, exigiéndole cuentas e igual de enfadada.
-          Aquí la única que parece haberse vuelto loca de repente eres tú – le acusó. Y añadió, al ver la cara de incomprensión de Jezabel:  - Tienes un prometido del cual me has ocultado su existencia, aunque esa es una cuestión a tratar aparte, que obviamente es un cazafortunas y se está aprovechando de ti – Y mientras dijo estas palabras, se puso en pie y fue acercándose poco a poco de forma sigilosa y amenazante hacia donde Jezabel estaba sentada; que era casi al menos más de la mitad de la habitación, pues quiso poner distancia entre ambos; tal era su nivel de enfado.
Una Jezabel que sí que se sintió algo intimidad y, más bien acorralada por Júnior. No obstante, no iba a demostrárselo y por ello, replicó:
-          David está enamorado de mí -.
-          No perdona – replicó él. – David está enamorado de mí – añadió, imitando su tono de voz de una manera pésima.
-          Tú no eres una mujer – apostilló ella.
-          ¿Y qué? – preguntó él con un encogimiento de hombros. – Hay hombres que no están interesados en el género femenino, querida – añadió, Y esta vez intentó imitar a David en la pronunciación de esa palabra. – Siento ser yo quien te comunique que tu querido David  está enamorado de esta casa y de tu fortuna, no de ti y como yo soy el poseedor de ambas, tu prometido está enamorado de mí – explicó, con una lógica sencilla pero aplastante.
Tan claro y conciso fue Júnior en este punto que incluso Jezabel, más que segura de los sentimientos de David por ella hasta ese momento, comenzó a dudar. Por ese motivo, decidió cambiar de tema y concentrarse en el otro punto de las palabras que había comentado que le preocupaba sobremanera. Tema que por otra parte no era baladí y que no era otro que el de su disparatada idea de venir a su boda pese a que obviamente había sido invitado a la fuerza y por las circunstancias. Además, tras como se había comportado con David, estaba segura de que ahora él no le querría allí.
Sin embargo, no podía arriesgarse a quedarse con la duda y por eso, para tranquilizar su conciencia le preguntó:
-          Edward no estarás hablando en serio ¿verdad? –
-          ¿Lo de quedarme con la casa? – preguntó. – Lo estoy considerando seriamente – se respondió sin darle opción a que ella abriese la boca. – Es mucho más bonita y grande de cómo la recordaba… - añadió, mientras giraba sobre sí mismo y no se mostraba disconforme, sino todo lo contrario, bastante satisfecho de lo que veía.
-          ¡No me refiero a eso! – protestó indignada, aunque luego pensó que tampoco era un tema que debía desechar. Por dos motivos principalmente:
El primero porque si su marido finalmente decidía venirse a vivir allí (hecho que podía suceder perfectamente y una acción perfectamente válida en el aspecto legal porque la casa era suya al fin y al cabo) probablemente la echaría de allí, vista la antipatía; o mejor dicho los desencuentros y enfrentamientos continuos entre ambos.
Y el segundo era cómo iba a explicarle a su madre que debía regresar al hogar familiar porque su marido le había echado de casa, cuando la creía viuda y como tal, desconocía el hecho de que estaba casada y que aun tenía marido.
-          Yo me refiero a que no vendrás a la boda ¿verdad? –
-          Y ¿perderme semejante acontecimiento y despropósito? – le preguntó, descreído. – ¡No me lo perdería por nada del mundo! – exclamó.- Además, he sido invitado – le recordó. – Por tu perfecto prometido – añadió, para picarla.
-          Pues porque sería extremadamente inapropiado e improcedente – respondió ella, tras gruñir. Aunque solo fue de manera leve.
-          ¿Qué te pasa Jezabel? – le preguntó. - ¿Es que tienes miedo de que haga algo improcedente y arruine tu gran día? – añadió, sonriendo de manera maliciosa.
-          No te atreverás…- le amenazó. - ¿Sabes qué? – le preguntó ella. Junior arqueó las cejas, deseoso de saber qué era lo que ella tenía que decir al respecto y le instó a hablar con ese gesto: - ¡Te desinvito! – exclamó, orgullosa de sí misma y de no haber sonado como un niño pequeño protestón.
Una risotada franca de su marido fue la respuesta que obtuvo Jezabel en primera instancia. Y hasta que no paró de reírse en sus narices, no añadió:
-          Olvidas algo mi querida esposa – inició, captando su atención con un tono mitad advertencia, mitad amenaza. - Estás completamente a mi merced – explicó.  - tanto, que no puedes desinvitarme a tu boda porque ahora mismo soy yo quien decide si habrá boda o no – concluyó entre susurros, para darle e imitar lo más posible a un secreto o un hecho malo únicamente compartido entre ambos (cosa que era cierta)
Tras eso, imitó al prometido perfecto David, la besó en la mejilla sin su consentimiento y desapareció con toda la solemnidad que pudo. Eso sí, antes de marcharse, se giró en su dirección y volvió a lanzarle otro beso desde la distancia, presagio y promesa segura de que volvería.




[1]  Marquesado de Bute: Título nobiliario de uno de los pares del reino creado en el año 1796 a cargo del rey Jorge III  para John Stuart; quien  a su vez ya era conde de Bute. Cabe reseñar que es un marquesado con sede en Escocia y que también comprende parte de las tierras escocesas de Ayrgill.
[2] Fleet Street: Calle de Londres cuyo nombre proviene del nombre del río homónimo, que se extiende paralela al río Támesis y en cuyo entorno se encuentran las iglesias de Temple (de los caballeros templarios)  y de St. Bride. Esta calle y sus cercanías fueron entorno y sede habitual de la ubicación de los diferentes despachos de abogados. Además , cerca de allí, en Strand, se ubican las Cortes de Justicia.