domingo, 31 de marzo de 2013

Capítulo VIII


CAPÍTULO VIII
Rozando el contacto

-          ¡Levanta! – ordenó Penélope a gritos, zarandeándole de forma suave a la altura de las piernas.
Christian se había despertado sobresaltado gracias a este grito Penélope. No obstante, no se incorporó y se sentó sobresaltado sobre la cama como había hecho tantas y tantas ocasiones anteriores, despotricando cual tabernero del puerto. En su lugar comenzó a estirar las piernas muy poco a poco bajo la manta, la sábana y el edredón que el tiempo fresco de la tercera semana de octubre ofrecía con la esperanza de que ésta no fuera consciente de lo que allí debajo ocurría.
Fue en vano, pues lo vio con perfecta claridad y como si su ropa de cama fuera transparente. Por eso, tiró de éstas hacia atrás mientras le decía:
-          ¡Venga dormilón! -.
Christian tiritó de frío por el cambio tan brusco de temperaturas mientras con los ojos cerrados en señal de rebeldía, de disconformidad  y de firme oposición a despertarse a horas tan tempranas después de la redacción de un nuevo artículo de Christina Thousand Eyes mientras tanteaba su cama en busca del batín con el que cubrirse. Una prenda de ropa que no aparecía, por lo que no le quedó más remedio que acabar sentado en su cama, desperezándose mientras bostezaba y se rascaba la cabeza.
-          Cuñadita ¿esto de que seas tú quien va a despertarme se va a convertir en una costumbre? – le preguntó con ironía y evidente mal humor. – Porque si es así, no me va a quedar más remedio que ponerle un pestillo a la puerta – añadió, volviendo a bostezar.
-          Hazlo – le instó ella. – Pero te recuerdo que entre mis numerosas virtudes se encuentra la de forzar cerraduras – añadió, con orgullo. Christian resopló y ella aprovechó para lanzarle el batín antes de ordenarle desde la puerta:
-          Tienes cinco minutos para vestirte – Y añadir: - Sarah ya nos está esperando en Saint James Park -.
-          ¿Sarah? – preguntó, confundido con los ojos entrecerrados. - ¿También has despertado a Sarah? – añadió, algo más despierto y enfadado. - ¡Por el amor de Dios mujer! – exclamó. - ¿Es que no tienes ni sientes caridad o compasión cristiana por aquellos que trabajamos hasta altas horas de la noche? – le preguntó, bufando.
-          Vosotros dos me metisteis en esto y me convertisteis en vuestra cómplice de manera indeseada por mi parte, no os quejéis si siento curiosidad y me preocupo por lo que os haya podido pasar – rebatió ella, haciendo caso omiso a sus quejas y protestas.
-          Me gustabas mucho más hacía seis años – le acusó él en tono infantil.- Desde que te has convertido en madre de tres hijos te has hipersensibilizado y desarrollado en exceso tu instinto de maternidad y protección para con todo el mundo – añadió, con el batín puesto y los brazos cruzados sobre el pecho.
-          Entonces reza porque no vuelva a quedarme embarazada – le respondió, no sin cierto deje de amenaza en la voz. - ¿Quién sabe en qué tipo de monstruo podría convertirme? – le preguntó divertida, antes de abandonar la habitación definitivamente.
Quince minutos después, ambos cuñados se dirigieron hacia Saint James Park, donde como Penélope indicó, les esperaba una Sarah con los ojos hinchados y unas ojeras no excesivamente pronunciadas ante la falta de sueño y una sonrisa en el rostro.
-          Será mejor que caminemos – estableció Penélope situándose en el medio de ambos, ejerciendo de buena chaperona a ojos de los pocos transeúntes de parque y entrelazando sus codos con cada uno de ellos. – Porque mucho me temo que como nos sentemos, ambos os quedaréis dormidos – añadió mirando a uno y a otro con atención y observando su falta de energías.
-          Yo solo necesito algo con azúcar y que me proporcione energías porque…no he desayunado – reconoció, avergonzada cuando le sonaron las tripas.
Solo en ese momento, Penélope sintió algo de compasión y lástima por Sarah ya que ella sí que había desayunado; un café, pero ya era algo más que la nada de ella. Por ello, decidió que en cuanto viera un puesto de almendras garrapiñadas, le daría dinero para que se comprara una bolsita. Se lo merecía al fin y al cabo.
-          ¿Cómo fue todo anoche? – le preguntó a Sarah, inspeccionándola de manera exhaustiva por todas y cada una de las pocas partes y zonas de su cuerpo que el vestido y la capa no tapaban para cerciorarse de que había salido incólume de la noche anterior.
-          Espera – dijo él, deteniendo su marcha de forma brusca; provocando a su vez que ambas mujeres detuvieran su marcha. - ¿Vas a hablar solo con ella? – preguntó, enfadado. - ¿Y entonces qué hago yo aquí? – añadió.
-          Lo mínimo que debes hacer como jefe es preocuparte de las personas que están a tu cargo ¿no te parece? – le echó en cara. – Más cuando es amiga ¿no? – añadió.
Christian calló ante la veracidad y firmeza del argumento de Penélope en este punto.
-          Fue todo perfecto y sin contratiempos graves Penélope – dijo, orgullosa. – De hecho, cuando algunos de los hombres allí presentes intentaba sobrepasarse, se detenían de inmediato gracias al tatuaje que me recomendaste encarecidamente que me pintara. E incluso, cuando el presentador y juez se puso un poco pesado, la mera presencia de Marc junto a mí le hacía desistir de sus nada buenas intenciones – explicó omitiendo a propósito su nuevo encuentro con Doble H y su descubrimiento de que en realidad era el archiconocido boxeador de altos y bajos fondos Skin HH Skull.
-          ¿Marc? – preguntó, mirando hacia Christian con la ceja enarcada.
-          Sí Marc – repitió él. – El matón que contraté y pago de mi propio bolsillo para que vele por la seguridad de Sarah – explicó, con un suspiro. – Sí, te he hecho caso – añadió inmediatamente. – Tú tenías razón y yo no. Tú lista y yo tonto ¡Alabemos a Penélope y a su sapiencia infinita! – dijo, con evidente sarcasmo.
-          Sí que tienes un pésimo despertar a primeras horas de la mañana – murmuró Sarah.
-          ¡Genial entonces! – dijo Penélope, dando una palmada. – Solo hay que esperar a que el editor dé su visto bueno y decida si te publica o no el artículo – añadió, volviendo a mirar fijamente a Christian para que utilizase su influencia e inclinase la balanza a favor de ella, después de todo el tiempo que había empleado en él y sobre todo, cómo se había puesto ella misma en peligro.
-          No tienes por qué preocuparte por eso, Lops – le aseguró ella. – Me publica – anunció.
-          ¿Cómo estás tú tan segura? – preguntó, Christian acercando mucho el rostro a Sarah con cierta envidia e incredulidad, pues a él le costó tres esbozos que Joseph le diera el visto bueno a su idea de Christina.
-          He madrugado – informó. – He ido a la capilla, he depositado mi artículo como hago con los tuyos, me lo han recogido y cuando me marchaba, un niño me ha dado la respuesta por escrito – explicó, enseñando un papel.
Papel que Christian le arrebató de las manos con brusquedad y que orientó hacia Penélope para que ambos lo leyeran.
Estimado George Iron Pounches:[1]
¡Enhorabuena! ¡Has pasado la prueba con excelentes calificaciones! ¡Bienvenido al The Chronichle! Estoy deseando recibir un nuevo artículo para comenzar a publicarte.
Continúa por ese camino y llegarás lejos.
Un saludo,
Tu editor.
-          ¿George? – preguntó Penélope contrariada. Sarah asintió. – ¿Te llamas George en serio? – repitió. Sarah volvió a asentir. - ¿No había otro nombre? – concluyó.
-          ¿Qué tienes en contra del nombre de George? – le preguntó ella sin entender. – Es un nombre muy común – añadió, encogiéndose de hombros.
-          Tan común como que es el nombre del actual rey – respondió Penélope. – Y del actual regente – incidió.
-          Y del estúpido, engreído y arrogante del ayudante del doctor Phillips, que es en quien me inspiré para elegirlo – respondió ella.
-          Pues has escogido un nombre pésimo para hacerlo – le informó Penélope. - ¿Sabías que hay gente que ha sido condenada y enviada a la torre por el mero hecho de utilizar y compartir el nombre del regente por darle mala imagen? – le preguntó, recordando el último caso en el que estaba trabajando su marido. Sarah se sorprendió por esa revelación y comenzó a arrepentirse por su aleatoria elección nominal.
-          Ten mucho cuidado con lo que incluyes en esos artículos – le pidió, advirtió y amenazó a la misma vez con esa frase antes de añadir: - ¡Enhorabuena Sarah! – exclamó, abrazándola.
Justo en ese momento, tanto una como otra observaron por el rabillo del ojo el pequeño puestecillo donde a diario se colocaba una familia para vender almendras garrapiñadas. Y por si no lo habían visto, de inmediato les llegó tan característico y dulzón olor.
Ambas se separaron, y Penélope le dio dinero para que se comprara una bolsa bien grande de almendras garrapiñadas de celebración y Sarah se acercó a ese puesto dando pequeños brincos de felicidad.
Había un segundo motivo por el cual Penélope había enviado a Sarah a comprar a ese puesto y con gestos desde la lejanía le indicó que podía permanecer cerca del mismo y aspirar el dulce olor que éste emanaba y que la hacía suspirar de placer mientras Christian y ella continuaban charlando: quitarla de en medio para poder tratar los asuntos que realmente le interesaban con su cuñado.
-          ¿Y bien? – le preguntó, volviéndose hacia él cuando estaban lo suficientemente lejos y fuera del alcance visual de Sarah. - ¿Cuándo se lo vas a decir? – quiso saber.
-          ¡No me has dado tiempo a felicitarla! – exclamó con aspavientos de las mismos.
-          Sabes que no me refiero a eso – le advirtió, señalándole con el dedo índice a escasos milímetros de su nariz.
-          ¿A qué es entonces? – preguntó reprimiendo un suspiro.
-          A que le digas que no estás interesado en ella – explicó. – A eso – enfatizó.
-          ¡Otra vez con la misma canción! – protestó él, airado. - ¿Cuántas veces me lo vas a repetir? – le preguntó.
-          Todas las que sean necesarias para que te entre en tu opaca cabezota – dijo, presionando con fuerza la frente de Christian con dos de sus dedos (para lo cual tuvo que perseguirle caminando de puntillas). – ¿Es que no ves lo enamorada que está esa chica de ti? – le preguntó horrorizada ante su ceguera.
-          Por última vez – inició, cansado de esta discusión. – Sarah no está enamorada de mí – añadió, muy despacio. – Eso es algo que yo sé, que tú sabes y en lo que ofendes a la inteligencia de la señorita en discordia al decir que ella no es consciente – concluyó.
-          ¡Claro! – dijo irónica. Y por eso, se jugará su pellejo de buena voluntad cada vez que vaya allí sin recibir o esperar nada a cambio – añadió. – Muy inteligente, señor matemático – concluyó, aplaudiendo.
-          ¡No lo hace por mí! – exclamó él. – Lo hace por el generoso sueldo que le pago – explicó.
Penélope enarcó una ceja antes de responderle:
-          Como tu bien has dicho, si crees eso de Sarah es que estás ofendiendo su intelecto – Maldita parte de un polígono cerrado arquimetriano – masculló entre dientes.
-          ¿Cómo? – preguntó él con el entrecejo apretado al escuchar la retahíla de palabras rimbombantes de su cuñado. - ¿Un qué? – añadió sin entender.
-          Eres como una de las partes de un maldito polígono cerrado arquimetriano – repitió esta vez, mirándole a los ojos y disfrutando enormemente el poder pronunciarle esas palabras a la cara.
-          ¿Qué demonios quieres decirme con eso? – preguntó, confuso.
Penélope gruñó de tanta exasperación como acumulaba antes de decir:
-          ¡Un cateto! – exclamó. - ¡Un cateto, imbécil! – repitió, enfadada y con enormes aspavientos de los brazos.
-          ¿Sabes? – le preguntó, con una mueca en la boca. – Tu comportamiento público de hoy no se corresponde en absoluto con el que debería tener una duquesa – le informó, intentando buscar su culpabilidad. – Me pregunto qué pensaría la gente si llegase a enterarse…- dejó caer.
-          Adelante – le respondió mordaz ella. – Cuéntaselo a Christina Thousand Eyes – le instó. – No sería lo peor que hubiera escrito sobre mí – concluyó, sabiendo que tenía la razón en este aspecto de la conversación.
Christian odió en ese momento a su cuñada porque, fue consciente de que tenía razón y de que por tanto, nuevamente había resultado ganadora en este combate dialéctico.
“Te odio” se repitió mentalmente.
No obstante, estaba claro que hoy no podría presentar batalla y hacerle frente como ella merecía debido a su evidente falta de descanso. Por ello, decidido a olvidar cuanto antes ese lamentable aspecto en su currículum de discusiones (y reservándose para coyunturas más favorables), cambió de tema lo más pronto posible.
Y solo había uno en concreto que pondría el punto y final definitivo a esa situación:
-          Está bien – concedió. – Hablaré con ella personalmente y le haré ver que mis sentimientos no van más allá de la fraternidad – añadió.
-          Promételo – ordenó.
-          Lo juro por tus hijos – rebatió, solemne.
-          ¡No jures por tus sobrinos! – exclamó ella, golpeándole el brazo.
-          De acuerdo entonces…lo juro porque me case antes de dos años y solo justo después que Sarah – dijo, cambiando de parecer.
-          Lo has jurado – le recordó ella intentando aparecer amenazante girándose en su dirección e impidiéndole continuar con la marcha con esta acción.
Podrían haber seguido discutiendo mitad en serio, mitad en broma durante Dios sabe cuánto tiempo pero…la ocasión se pospuso cuando escucharon primero unos veloces pasos a la carrera sobre el césped de Saint James (algo totalmente prohibido) antes de oír una voz que gritaba “¡Penélope!”.
Voz que provocó que la aludida se girase para identificar la procedencia y pertenencia de la voz que la llamaba. Esa misma voz cuyo dueño apareció con un enorme salto que superó a los matorrales y continuó su carrera una decena de metros más hasta detenerse justo frente a ellos de forma tan impecable y rigurosa que sus cabellos; en teoría alborotados y fuera de lugar por tan continuo movimiento no cambiaron de posición y se mantuvieron en el mismo lugar donde siempre permanecían.
-          Penélope – repitió, mucho más aliviado y sonriente mientras recuperaba el aliento.
-          ¿Henry? – preguntó ella, confusa al hallarlo allí. O más bien, a la manera y forma que él había tenido de dar con ella.
Al instante, el ambiente y el aire, puros hasta ese momento se enrarecieron. Coincidiendo justo con el momento en que ambos hombres fueron conscientes de la presencia del otro a tan escasos centímetros.
-          Henry – dijo Christian tras un instante pensando bien si debía saludarle o no  mientras apartaba el rosto hacia otro lado.
-          Pitágoras – respondió con la misma desgana, aunque con una sonrisa de satisfacción y anticipación a lo que iba a suceder.
Christian gruñó ante la mención del mote con el que se burlaba de él desde sus años de universidad. Aún así, repitió:
-          Henry –
Henry por su parte, a quien no le gustó la manera en que le gruñó; como si fuera una de las abundantes ratas callejeras presentes donde vivía, se envalentonó tensando todos los músculos de su cuerpo y apretando la mandíbula  acercándose un paso más hacia él mientras repetía a su vez:
-          Pitágoras -.
Como si de un espejo se tratase, el que Henry se acercase provocó que Christian también diese un paso al frente, apretase la mandíbula y dijese por tercera vez:
-          Henry -.
-          Pitágoras – rebatió el aludido al instante.
-          Muy bien señores – dijo Penélope colocándose en el medio de ambos hombres y separándoles ligeramente con leves empujones antes de que la sangre llegara al río. – Os felicito – dijo realizando el gesto del aplauso aunque sus palmas nunca llegaron a tocarse. – Sois educados, inteligentes por haberos reconocido al momento y vuestros egos masculinos de gallos de corral y pelea son tan enormes que no caben en este parque – concluyó, a modo de advertencia y con la orden implícita de que se reubicasen y recordase dónde se hallaban en ese momento.
Pareció que las palabras de la única fémina de la conversación surtieron efecto pues ambos hombres relajaron su postura y se separaron ligeramente; tomando las posiciones de inicio de la conversación.
-          Penélope – dijo Henry, captando su atención en exclusiva.
-          Henry – respondió ella. – No pienso repetir la situación de hace un momento – le advirtió.
-          ¡Gracias a Dios que te encuentro! – exclamó, con un alivio inmenso tomándola de las manos.
-          ¿Qué haces aquí? – preguntó mirando a su alrededor extrañada. - ¿Qué te ha pasado en la cara? – añadió, preocupada.
-          ¿Esto? – le preguntó, sorprendido tocándose el golpe de la mandíbula que Gary Johnson le dio la noche anterior. – No es nada – dijo, restándole importancia porque en realidad el moratón era mucho más escandaloso que el dolor que le provocaba. – Me golpeé con una ventana al abrirla– se inventó, sin importarle lo más mínimo lo que pudiera pensar Christian  de su explicación.
-          ¿Qué haces aquí? – repitió ella también preocupada. – Tú no sueles caminar por este parque – añadió, con el ceño fruncido. - Y además, lord Harper… - concluyó en voz bajita.
-          No me preocupa mi padre – dijo él, con un encogimiento de hombros. – Vine a Saint James Park porque sabía que estarías tú aquí – explicó, causando aún más confusión en ella. – Tenemos problemas – anunció.
-          ¿Problemas? – preguntó. - ¿Qué tipo de prob…? – quiso saber. – Oh, oh – concluyó tragando saliva. Henry asintió. – ¿Hace mucho de eso? – preguntó por tercera vez.
-          Ya están todos allí – explicó, compasivo confirmando a Penélope que la situación era mucho peor de lo que se imaginaba en un principio; por lo que se puso lívida. – Mi hermana Rosamund, se ha puesto de parto – explicó dirigiéndose a Christian y hablándole como si fuera un niño pequeño.
-          Ya lo sabía – replicó él en tono infantil aunque en realidad no sabía que el estado de gestación de la hermana de Henry fuese tan avanzado.
-          ¿Estás lista para marcharnos y llegar a casa de mi hermana en un periquete? – preguntó Henry sonriéndole ignorando deliberadamente otra vez a Christian.
-           Solo si no hay que saltar setos en el trayecto – respondió ella amable, devolviéndole la sonrisa. – Piernas cortas – añadió, mostrándole los pies.
-          Tendremos que improvisar sobre la marchas entonces – suspiró entrelazando sus manos con las de ella antes de comenzar a echar a correr.
Debido a la fortaleza de sus piernas y a la poderosa zancada de Henry, en apenas un minuto había recorrido cien metros. Y por esto, Penélope fue consciente de la distancia que les separaba y no le quedó más remedio que despedirse de Christian a voces (acción no muy correcta para una noble) pero mucho mejor que no despedirse de una persona con la que habías planeado un encuentro; como era su caso con Sarah Parker.
-          ¡Ya hablaremos! – dijo, a modo de despedida. - ¡Recuerda lo que me has prometido! – añadió. - ¡Y despídeme de Sarah Parker! – concluyó, antes de doblar la esquina y abandonar de forma definitiva Saint James Park.
De lo que no fue consciente ella, era que con la mera mención de ese nombre algo se reactivó en la mente de Henry, quien la miró con suspicacia.
¿Sarah Parker?
¿De qué le sonaba a él ese nombre?
O incluso mejor ¿de dónde?
¿Conocía él a Sarah Parker?
Estaba claro que no, pero entonces… ¿por qué le daba la extraña sensación de que sí?
No obstante, no había tiempo para más retrasos.
Había hecho una promesa a su hermana parturienta y ya estaba tardando demasiado en cumplírsela perdiendo tiempo en la búsqueda de la huidiza y fácilmente perdible Penélope.
Ya hablaría con ella sobre esa tal Sarah Parker más tarde…



[1]  Jorge Puños de Hierro.

lunes, 25 de marzo de 2013

Amor a golpes Capítulo 7


CAPÍTULO VII
Primer combate
Una semana después
El día había llegado.
No solo el día en el que haría su primera crónica como reportera de deportes (más bien reportero, puesto que no había tenido más remedio que elegir un pseudónimo masculino dado que si no, nadie la tomaría en serio) para The Chronichle.
No.
Según los vaticinios de Penélope era el día de su condenación en el infierno y, vistos cómo se estaban desarrollando los acontecimientos ese día, parecía que no se equivocaba.
¿Por qué?
Porque iba a pecar… nuevamente.
Ya lo había hecho hoy… así que… de perdidos al río.
¿De qué formas había pecado?
Para empezar había estado mintiendo a sus amigas y compañeras del bloque de apartamentos durante varias semanas (lo cual ya era bastante malo y condenable de por sí) pero es que además, fruto del nerviosismo con el que se había levantado esta mañana había conseguido atraer la atención y los cuidados de miss Anchor; quien creyéndola con la tripa suelta no dejó de suministrarle manzanillas y tés de todo tipo para aliviar y sosegar a su tripa.
Manzanillas y tés.
Las únicas infusiones que le desagradaban sobre manera y que, en vez de calmarle, lo que realmente le provocaban eran náuseas y arcadas. De hecho, solo fue capaz de beberse enteras una manzanilla y un té. El resto fueron a parar a la planta más cercana al sofá del salón principal que ésta le había hecho ocupar para ser debidamente atendida.
Sarah no sabía de los efectos perniciosos de otras plantas y hierbas cobre sus “hermanas” (o más bien, pariente en este caso) pero si no la había matado por tóxico, seguro que la había ahogado por exceso de agua con la que se le había regado ese día.
Conclusión: había matado.
Matado, a una planta cierto, pero matado al fin y al cabo. Incumpliendo con ello el sexto mandamiento.
Solo con ello, su lugar en el Infierno junto al trono de Satanás ya estaba más que asegurado. El problema es que no acabaría ahí; su historial pecador y seguramente delictivo, visto el ambiente donde se iba a mover, no había hecho más que comenzar.
Probablemente acabaría detenida por los 8 de Bow Street dada su suerte. Rosamund Harper se reiría de ella de lo lindo cuando su hermano se lo contase; estaba segura.
“Más que segura” se dijo mentalmente cuando terminó de abrocharse el corsé y reajustarse los pechos delante del espejo y se miró con reprobación y disgusto.
“Recuerda Sarah, esta no eres tú” se dijo mientras se pintaba los labios con carmín rojo (color asociado con la prostitución y el libertinaje desde tiempos de los romanos).
-          ¡La leche! – exclamó una voz femenina a su espalda. - ¿Sarah? – preguntó temerosa a la par que boquiabierta.
-          ¡Jesús Eden! – exclamó, dando un respingo  antes de girarse en su dirección para preguntarle enfadada: - ¿Qué te tengo dicho de entrar en los sitios sin llamar? –
-          ¡He llamado! – exclamó Eden en su defensa. – Pero tú no me has escuchado ninguna de las veces – le acusó. – Además, si no quieres que entre en tu piso sin ser bien recibida, no me des una llave de emergencia – concluyó.
Sarah iba a rebatirle su argumento, pero se dio cuenta de que su amiga tenía razón y que, aunque una mujer preparada y organizada, no se fiaba de sí misma al cien por cien y por eso, le entregó una de repuesto a Eden.
Sabiéndose victoriosa en la conversación, Eden aprovechó para preguntarle:
-          ¿En qué consiste exactamente el trabajo que haces en casa de Christian Crawford? –
-          Esta vestimenta es para una ocasión especial – informó ella.
-          Y tan especial – dijo con ren tin tín. - ¿Es que vas a una fiesta de disfraces? – le preguntó, con el ceño fruncido.
-          No Eden – negó Sarah. – No voy a una fiesta de disfraces – añadió.
-          ¿Eres una espía? –preguntó, escupiendo sus palabras, recelosa e incapaz de creer que su amiga, la discreción personalizada y la mujer más anodina de todas cuanto había conocido fuese en realidad una espía y viviese con una identidad oculta siempre con el riesgo de ser descubierta.
Riesgo. Identidad oculta. Mentiras. Palabras que no casaban con Sarah por más que se intentase.
-          Me has descubierto – reconoció. – Soy una espía – le dijo. – En realidad  me llamo Clara Whitecomber y estoy al servicio del príncipe de Prusia – explicó.
-          No me tomes por una mujer tan estúpida, Sarita – le advirtió - ¿Te has dado cuenta de que vas vestida como una prostituta? – le preguntó enfadada.
-          Sí – asintió. - ¡No voy de prostituta! – rebatió.
-          Está bien, de p… - dijo Eden, con resignación.
-          No te atrevas a concluir la frase – le amenazó ella.
-          Si que estás susceptible y delicada para ir vestida como vas – dejó caer ella. – Y más, conmigo tu mejor amiga de Orange Street – añadió. – ¡La próxima vez va a venir otra a darte los recados! – se quejó.
-          ¿Recados? – preguntó ella con el ceño fruncido. - ¿Qué tipo de recados? – quiso saber.
-          El tipo de recados que haría un sirviente para anunciarte que tienes una visita – explicó ella.
-          ¿Una visita? – preguntó con la ceja enarcada. - ¿A estas horas? – añadió, elevándola aún más. Eden asintió dos veces, balanceando su sempiterno moño con ello.
-          ¿Y bien? – le preguntó a la espera. - ¿No vas a decírmelo? – añadió. – Creo que me lo merezco – añadió
“¿Quién puede ser a estas horas?” se preguntó extrañada Sarah, ignorando a propósito a su amiga.
Pensando que podía ser Christian para desearle suerte o mejor incluso, para ir con ella al combate, Sara se echó una estola de terciopelo por encima (y estar lo más abrigada y calentita que su atuendo le permitía) y salió corriendo escaleras abajo. Con Eden pisándole los talones.
Una frenética marcha y carrera que fue detenida de manera brusca a falta de cinco escalones; sobre todo, porque el visitante se giró y ambas mujeres pudieron descubrir la identidad del hombre.
Hombre desconocido y amenazante.
Especialmente por su aspecto físico.
Era un hombre alto. Muy alto. Bastante alto. Excepcionalmente alto para ser sinceros.
Lo cual fastidiaba y empequeñecía a Sarah sobremanera; pues ya de por sí tenía que soportar que el resto de las personas que las rodeaban le sacaran mínimo cinco centímetros. De hecho, la única persona a la que conocía que era más baja que ella (dos centímetros) era Penélope (y los niños, claro).
Sin embargo, comparada con este hombre (que debía medir cerca de los dos metros) todas las personas eran como enanos. Además, era moreno y de ojos marrones, con la barba espesa y de igual grosor y longitud que su pelo (corto), fuerte, con la ceja derecha rota y sorprendentemente, conservaba todos los dientes que confirmaban su dentadura en el sitio.
-          Hola Sarah – dijo, sonriéndola con sus gruesos labios.
-          ¿Ho-la? – preguntó Sarah enarcando una ceja y mirando hacia Eden quien se encogió de hombros.
-          Soy Marc – se presentó. – Y esta noche voy a ser tu acompañante – añadió, ofreciéndole su mano para que se la estrechara. Cosa que Sarah hizo al instante, pues no era una buena idea enfadar o contrariar a personas como él.
Cuando le estrechó la mano, Sarah pudo hacerse una idea concreta y mejor del tamaño real y exacto de  este hombre pues su mano era una mano completa y parte de la otra.
-          Soy esa persona que tú ya sabes quién exigió a la otra persona que también sabes para que te acompañara y velara por ti donde tú y yo sabemos – explicó.
Sarah asintió, comprendiendo la situación, transcribiendo la conversación mentalmente
“Penélope lo ha conseguido al final” pensó con satisfacción y aplaudiendo la firmeza de su amiga mirando desde otra perspectiva al gigantón que estaba frente a ella.
Si había cedido, transigido y obedecido a Penélope; una mujer más bajita que ella sin rechistar u oponer resistencia, en teoría no tendría por qué haber problemas entre ambos. Lo cual le estimuló para seguir adelante.
-          Puede que tú y tu – dijo señalándoles – sepáis quién es quien tú sabes quién y el lugar donde sabéis pero yo – dijo, señalándose ahora ella. – No tengo idea y si voy a ayudaros a salir del edificio sin que miss Anchor se entere creo que me lo merezco ¿no? – preguntó; nuevamente ante la ignorancia de Sarah y ahora Marc, que comenzaron a andar hacia la puerta de salida. - ¿No? – repitió, elevando la voz y poniendo más énfasis en la segunda pregunta.
-          Lo siento Eden, cosas de espías – respondió Sarah guiñándole el ojo antes de cerrar la puerta suavemente e integrarse en la negrura de la noche.
En cuanto salió a la calle para montarse en el carruaje que Christian había contratado para él, Sarah fue consciente de que había dejado a Eden con la miel en los labios y de que al día siguiente tendría que contarle la historia completa; por lo que tendría que inventarse una historia perfectamente creíble.
Durante todo el  trayecto a The Eye; el anfiteatro donde se celebraba el combate esa noche, Sarah prefirió no tener las cortinas descorridas porque cuanta menos información supiese acerca de este lugar, más fácil le resultaría mantener ambas facetas de su vida separadas.
Y por fin, llegó el momento que ella había estado esperando toda la noche: el del acceso al interior a The Eye; instante en el cual no tuvieron ningún tipo de problemas.
En cuanto puso un pie en el interior  del recinto, la adrenalina tomó el control de su cuerpo y los latidos de su corazón se aceleraron tanto y de forma tan brusca y repentina que Sarah Parker era plenamente consciente de cómo fluía la sangre pos sus venas,
Estaba nerviosa.
Sí.
Pero también muy excitada.
Lo cierto es que sentía una mezcla de sensaciones bastante rara pero muy satisfactoria.
De hecho, el símil más parecido que se le venía a la mente era que se sentía como uno más de los tantos y tantos espías del Imperio Británico repartidos por todos los países y que realizaban peligrosas y arriesgadas misiones.
Quizás no había sido una mentira tan enorme lo de afirmar que era una espía…
Bien, quizás si se comparaban con las misiones de éstos, la de Sarah no era tan importante. Pero desde su punto de vista, plenamente subjetivo, sí que lo era. ¡Claro que lo era!
Debía demostrarle al mundo entero su valía como periodista (aunque escribiese bajo un pseudónimo). Pero no solo eso.
Quería impresionar al editor para que la contratase.
Y sobre todo, quería impresionar a Christian para que de una buena vez la tomase en cuenta y fuera consciente de que era una mujer de provecho.
Una mujer de provecho y valía que estaba completamente enamorada de él y que podía serle muy útil como esposa.
Mientras se abría paso entre la excesivamente numerosa multitud (siempre bajo la atenta mirada y sombra protectora de Marc), cuatro de los cinco sentidos de Sarah mantenían una lucha sin cuartel acerca de cuál de ellos era el que más impactos, estímulos y sensaciones estaba recibiendo.
El primero en notarlo fue su olfato; quien reaccionó de manera bastante desagradable al recibir a la vez una mezcla de olores resultante de combinar el olor a sudor, el de tabaco, el de meados, vómitos, moho y la sangre.
Una mezcla que le estaban provocando y produciendo unas tremendas ganas de vomitar. Acrecentadas sin duda por el apretadísimo corsé que llevaba esa noche.
Un segundo sentido que estaba viéndose bastante afectado era el del tacto.
Pero no el suyo propio.
Era el de los demás.
Especialmente el de los hombres presentes en el lugar, a quienes al parecer su vestido les gustaba exactamente tanto como a su otra  yo le desagradaba. Sobre todo en la zona de su trasero, del cual Sarah había perdido la cuenta de las caricias y pellizcos recibidos.
Y eso que tenía a Marc, quien le tapaba bastante, que si no…
Estas reacciones, fruto sin duda de su atuendo nocturno la enfurecían sobremanera y respondía a aquellos hombres a los que descubría a su paso con patadas en las espinillas; agradeciendo por este hecho el haberse decidido a llevar tacones esa noche.
El tercer sentido que luchaba a muerte en la pelea era el del oído; el cual sin duda de los cuatro (aunque seguido muy de cerca por el olfato) estaba resultando el más perjudicado porque esta multitud solo sabía expresarse y comunicarse con gritos.
Eran tantos los gritos que se mezclaban en el mismo espacio que estaba empezando a sentir los primeros pinchazos en el lateral de su frente y que eran indicadores seguros de un incipiente dolor de cabeza.
En ocasiones, algunas de las voces se elevaban frente a las demás y Sarah podía escuchar retazos de las conversaciones que se producían aquí y allá.
Así escucho de todos: gritos, jaleo, insulto y especialmente, obscenidades de todo tipo. Pero lo que más captó su atención fue sin duda fue el dinero. O más bien, la pronunciación de algunas de las cantidades de dinero que escucó.
Al parecer, aquí también se apostaba (algo más para añadir a su condena infernal). Y fuerte además.
No le sorprendía.
Lo que realmente le sorprendía eran los ceros que las apuestas contenían, ya que estaban en el Soho; una zona marginal y, en teoría pobre de Londres.
Eso en teoría, porque con algunas de las cantidades de libras que ciertas personas estaban apostando, Sarah podía vivir cómodamente sin tener que trabajar y pagaría por adelantado el alquiler de su piso durante al menos tres años.
Insegura e incrédula de no haber escuchado bien (lo cual era un ofensa para su capacidades memorísticas y retentivas) Sarah se giró un instante para preguntarle a Marc de manera silenciosa  sobre si lo que si había escuchado era cierto.
Un asentimiento certeza fue su respuesta.
Y por último, el cuarto combatiente sentido era el de la vista; el cual parecía haber estado abotagado y haber estado dormido hasta ese momento. De hecho, estaba saturado ante la cantidad excesiva de información a base de imágenes que estaba recibiendo. Mirase donde mirase se estaban desarrollando pequeñas microescenas simultáneas dentro de una pequeña escena y todas y cada una de las pequeñas escenas conformaban una caótica, hilarante y colorida gran escena que cualquier artista estaría más que encantado de llevar a un lienzo.
Sarah agradeció su privilegiada memoria gracias a la cual no olvidaría ninguno de los detalles que le llamase la atención y que incluiría en el artículo.
Aunque, de todo lo que vio, lo que más alivio le provocó fue el comprobar que su atuendo nocturno era bastante parecido e iba en consonancia con el de las otras mujeres presentes.
Sin embargo, y para estar completamente segura, realizó una serie de comparaciones mirando alternativamente a las mujeres que tenía a su alrededor (porque eran las más cercanas y las únicas a las que podía ver de cuerpo entero) y después a ella.
La confirmación de que había pasado la prueba con éxito vino de manos de un hombre que la miró hambriento antes de lanzarle un beso y pasarse la lengua por los labios en un burdo y fracasado intento de seducción, y enseñarle su desdentada y sucia sonrisa.
“Ugh” pensó con repugnancia antes de sentir un fuerte tirón de Marc, indicador claro de que ese iba a ser su hueco para ver el “espectáculo”.
Completamente camuflada entre la multitud, Sarah pudo comprobar cómo poco a poco, la ruidosa muchedumbre iba callándose a medida que iban viendo cómo un hombre que llevaba un chaqueta bastante bien confeccionada y que destacaba más por encima de su roídas y ajadas prendas, pantalón de cuero ajustado en exceso y botas de piel con relucientes hebillas, iba subiendo las chirriantes, mohosas  y nada seguras escaleras de un escenario situado a su izquierda.
Cuando estuvo arriba; todo el recinto, antes lo más parecido a un gallinero que nadie hubiese visto nunca, se quedó en total silencio a la espera de que hablase.
“Es el turno de las presentaciones” pensó Sarah con una mueca de satisfacción.
Sin embargo, ese momento pareció no llegar nunca porque el hombre se mantuvo ahí quieto y en pie, mirando a todas partes atentamente.
Si no fuera porque parecía un total y completa locura, Sarah pensó que estaba contando una a una a todas las personas que habían asistido allí.
Su hilo de pensamientos se vio interrumpido de repente, cuando empezó a reí. A carcajadas, además.
Y durante un buen rato, con este gesto fue provocando poco a poco sonrisas o pequeñas sonrisas entre los integrantes del público.
-          ¡Buenas noches a todos! – gritó, con una sonrisa de satisfacción y orgullo.
Nadie le respondió con palabras, A lo sumo hubo un par de saludos agitando las manos.
-          Para los que no me conozcáis, lo cual es una verdadera tragedia y ofensa hacia mi persona – dijo, poniendo morritos y expresión lastimera - Mi nombre es Albert Branches y esta noche, como habrán podido suponer, seré su maestro de ceremonias, juez, jurado y recaudador de apuestas perpetuos por tanto y sin más dilación…¡Sed bienvenidos al espectáculo de esta noche en The Eye! – exclamó, realizando una reverencia cortés. -¡Ha llegado el momento que todos estabais esperando! – anunció girándose y desabrochándose el cinturón; para horror de Sarah. –No – dijo, negando con la cabeza. - No es que os enseñe el culo, aunque sé que a más de alguno y alguna le gustaría – añadió, mirando a unos y a otros, deteniendo su mirada en Sarah y guiñándole el ojo; permitiendo con ello a Sarah descubrir que llevaba pintados los ojos con raya negra. - ¿Estáis preparados para lo que vais a ver a continuación? – les preguntó a gritos tras un momento de silencio.
Una multitud de gritos a la vez le respondió e incluso hubo quienes levantaron el puño con entusiasmo.
-          ¿Estáis preparados para lo que vais a ver a continuación? – repitió a gritos.
-          ¡Sí! – volvieron a responder a gritos con más entusiasmo que antes.
El presentador volvió a reír antes de añadir, calmando a la multitud con gestos de las manos:
-          Entonces, no os haré esperar más – carraspeó antes de volver a hablar: - ¡En el lado derecho, recién llegado esta noche el contrincante y aspirante a derrotar a nuestro héroe; procedente de Middlesbrough… ¡Gary Johnson! – concluyó, antes de señalar el lugar por donde debía salir el luchador antes de aplaudirle con tres sonoras palmadas.
Lenta y pesadamente, como si de una tortuga se tratase, el señor Johnson salió a escena. (O anfiteatro, para hablar con propiedad)  Su salida actuó como foco de atención y todas las cabezas del público se girasen en esa dirección para ver la “gran entrada”. Entre ellos, Sarah Parker y Marc el gigantón.
Sarah prestó mucha atención al hombre. No en vano, debía recordar todos los detalles para añadirlos e integrarlos en su artículo y crear una imagen mental del luchador lo más similar a la realidad en sus lectores.
Así, pudo ver cómo el hombre iba con el pecho descubierto, dejando a la vista su enorme barriga. Era calvo (como todos los boxeadores sobre los que había leído ¿quizás un requisito o rasgo distintivo de su profesión?) aunque tenía perilla y bigote y vestía botas y calzas de cuero negro a juego  con el brazalete de su muñeca derecha. También llevaba las manos vendadas; cuyas vendas tenían restos de sangre, demostrando que Gary era un cerdo  (¿y que quizás con tan nimio detalle intentaba amedrentar a su oponente?). Por último, descubrió que llevaba un pequeño aro en uno de sus oídos.
Si tuviese que resumirlo en pocas palabras: gordo, aunque fuerte. Y desde luego, mucho menos amenazante que el hombre que velaba por ella y que estaba situado justo detrás.
Ahora solo faltaba comprobar cómo el exceso de peso afectaría a su agilidad y a la rapidez de sus movimientos.
-          ¡Shhh! – mandó callar el presentador mientras de nuevo intentaba calmar al público; claramente hostil al desconocido.
Volvió a carraspear para concederse importancia y volver a atraer todas las miradas hacia él, antes de añadir:
-          Y ahora, el momento real que todos y todas estabais esperando y motivo por el cual habéis venido aquí esta noche: Aunque no necesita presentación porque es conocido de aquí a las prisiones y prostíbulos de Nueva Zelanda de tan grande como tiene la verga, lo haré – dijo antes de dar una palmada y frotarse las manos. – Señores, prepárense para gritar, amándolo y odiándolo al mismo tiempo y señoras, estén listas para que sus pezones se endurezcan y sus bragas se mojen hasta que acaben por emitir gemidos de placer del éxtasis orgásmico que su visión les provocará porque en la esquina derecha se situará en breves momentos se situará el jodidamente guapo y nuestro héroe local ¡el luchador más rápido y hábil de todo Londres, el señor Skin HH Skull! – gritó, señalando hacia la esquina izquierda y esta vez aplaudiendo de verdad.
Y la multitud enloqueció, triplicando los comentarios favorables y vítores de ánimo hacia el luchador hacia el luchador que estaba por salir.
Sarah observaba con creciente interés el cambio que se había producido en el público, mientras admiraba con desaprobación al presentador y juez de la pelea,
“¿Realmente tenía que ser tan soez?” se preguntó mientras reprobaba sus palabras. “¿Es tan guapo o atractivo como para provocar que los hombres le amen y odien y a las mujeres se le mojen las bragas y se le endurezcan los pezones nada más verlo?” añadió, poco después.
Sarah se horrorizó con su segundo pensamiento al darse cuenta de que había repetido las palabras literales con las que Albert había descrito al luchador y sintiéndose terriblemente disgustada y culpable, abrió mucho los ojos.
“Sarah” se dijo. “¡Contrólate!” se ordenó.”Tienes que pasar por una mujer de este ambiente, así que deja el puritanismo en tu apartamento y finge ser alguien que no eres” se reprendió. “Porque sino perderás tu oportunidad de ser periodista y con ello la oportunidad de conquistar a Christian” se ordenó y advirtió con dureza.
Tomando aire para insuflarse fortaleza a la hora de cumplir el objetivo que se había marcado para esa noche, Sarah se obligó a mirar hacia la pista de arena donde se iba a disputar la pelea. Una pista de arena, no un ring de boxeo elevado; tal y como había leído en el reglamento y la normativa, reflejando con esto la pobreza y escasez de recursos que allí había.
Justo en ese instante, como si se hubiera dado por aludido y hubiera notado que le estaban esperando ansiosos y con impaciencia, Skin HH Skull emergió de entre las sombras caminando de forma pausada, lenta y rezumando seguridad en sí mismo hacia el interior del círculo; permitiendo a Sarah su contemplación.
Al contrario que Gary, el señor Skin HH Skull no estaba gordo. Todo lo contrario. Estaba bastante fibroso y tanto sus bíceps como sus abdominales estaban perfectamente delineados y esculpidos. (“Y completamente depilados” añadió una sorprendida Sarah) Además, tampoco estaba calvo; rompiendo con ello su esquema de pensamiento acerca del físico de todos los boxeadores. Éste tenía el cabello corto según los dictados de la moda imperante y eran de color rubio.
Lo único que parecían compartir era la vestimenta; consistente en botas y calzas, solo que las de Skin HH Skull eran de tela y de color marrón; con lo cual le permitían una mayor movilidad. La segunda cosa que parecían tener en común era que Skin HH Skull también llevaba las manos vendadas; algo lógico pues peleaban a puño descubierto y querían resultar lo menos dañado posible. Pero sus vendas eran de un blanco inmaculado; no estaban sucias.
Parecía más joven que Gary Johnson.
No.
Seguro que era mucho más joven que su adversario.
Aunque también mucho más seguro de sí mismo.
Así lo indicaban al menos su postura al caminar y la sonrisa de autosuficiencia que tenía plantada en su rostro.
Parecía como si supiese que iba a ganar sobradamente y sin esfuerzo alguno; pero tampoco lo hacía patente a propósito.
Era un hombre muy sexual.
Sí, exudaba sexualidad por todos y cada uno de los poros de su apenas bronceada piel.
Era el epítome de la masculinidad (entendiéndose masculinidad como un despertar hormonal instantáneo)
Era un hombre hipnótico.
Era atrayente.
Era…como una de esas piedras magnéticas que le habían regalado a miss Anchor y que ella conservaba como si de un tesoro se tratase.
Y ella se veía incapaz de apartar los ojos de él.
Sarah jamás había visto a nadie así.
O bueno sí…no hace mucho.
Cuando casi estaba a punto de entrar en el círculo, algo se cruzó en su camino, interrumpiendo su trayectoria.
O mejor dicho, alguien.
Una mujer para ser más precisos y exactos.
Una mujer a la que él parecía conocer bastante bien, pues de otra manera no se explicaba la forma en que él reaccionó cuando la mujer se arrojó (literalmente) en sus brazos.
¿Cuál fue su reacción?
Besándola de manera apasionada y brusca; como si no existiera un mañana, jugueteando con su lengua mientras le mordisqueaba deseoso el labio y le besaba también en el cuello estrechándola contra él agarrándola por debajo del trasero  para “morderle” uno de sus senos, provocando que ella gimiese ante esta acción.
“Dios mío” pensó Sara con asco. “¡Puag!” añadió. “Parece que le va a hacer el amor delante de todo el mundo” concluyó, ladeando la cabeza para evitar ver el bochornoso espectáculo erótico que ambos estaban protagonizando.
Concentrada y cerrando los ojos sobre el pecho de Marc, quien se lo ofreció como apoyo y abrigo encantado, Sarah pudo escuchar cómo los silbidos y los abucheos iban incrementándose hasta tal punto que, cuando volvió a girarse (ellos dos seguían en su mundo) descubrió que los abucheos no pertenecían a los hombres impacientes porque comenzase el combate, sino a las pocas mujeres allí presentes.
¡A las mujeres!
Sin duda, movidas por la envidia y todas más que dispuestas y deseosas de quitarle el puesto a la rubia oxigenada del centro, causando divertimento en Sarah; quien sonrió al comprobar cómo el número de caras invadidas por la furia aumentaba por segundo.
La pareja continúo de esta guisa aún un rato más (todo lo que el chico quiso) y solo concluyó cuando  él le pellizcó el trasero y la apartó de su lado con un empujón suave, despidiéndose de ella con un guiño de ojos, lanzándole un beso desde el aire y limpiándose los restos del carmín de las comisuras de sus labios con el dedo pulgar.
-          Espectáculo erótico ofrecido por cortesía de Skin HH Skull y la señorita Mary de la calle Doorthmay[1] – dijo con ironía, aunque no sin cierta burla en su tono de voz Albert, provocando una sonora carcajada en Sarah y que el resto de los hombres lo jalearan y le dieran ánimos con gritos y alzando sus bebidas (o sus puños).
Inmediatamente, sonó la campana de inicio de la pelea y la multitud se transformó pro completo, pasando de estar “tranquila” y caracterizada por la quietud a convertirse en auténticas fieras de circo. Cambio por el cual Sarah se vio arrastrada ante la oleada de hombres y mujeres que se precipitaron a la vez y que peleaban con uñas, dientes y cualquier otro recurso disponible y a mano por estar lo más cerca posible del círculo.
En esta batalla perdida contra la marea humana, a Sarah la pisaron, la despeinaron, le vertieron parte de las bebidas (cervezas y whiskies la mayoría de las veces, según pudo comprobar por el olor) y también hubo quien aprovechó para pellizcarle el trasero; parte de su anatomía convertida n punto de fuga esa noche.
Sino llega a ser nuevamente porque nuevamente la agarró fuertemente (cosa que agradeció a Penélope), Sarah estaba segura de que hubiese acabado estampada contra la pared o peor, contra el techo.
Por si todos estos efectos secundarios no fuesen ya malos de por sí, debía añadirle además la pérdida del lugar privilegiado para ver el combate.
Y ver el combate era el motivo principal por el que estaba allí esa noche. Con lo cual, sino podía verlo para más tarde comentarlo y reseñarlo ¿Qué hacía ya allí?
Bufó enfadada y comenzó a “moverse” (más bien retorcerse y colarse entre los espacios que las personas dejaban, aprovechando su pequeña estatura) para buscar un nuevo mejor lugar desde donde verlo. Desolada, descubrió que solo había dos opciones (ambas malas): o irse a la primera fila y que alguno la confundiese con alguna de las prostitutas de su barrio o, subirse en el escenario para verlo junto al comentarista y juez.
Lo cual y pese a que no le conocía de nada, tampoco le inspiraba mucha confianza o le daba buena espina. Especialmente por las miradas lascivas que le lanzaba. Seguro que tendría que pagar un precio por permanecer allí. Y no precisamente económico…
Volvió a mirar en su dirección y, como estaba siendo una costumbre esa noche, la estaba mirando de nuevo. Sin ningún tipo de decoro o vergüenza; lo cual la enfurecía sobre manera y por eso, le bufó y le sacó la lengua en respuesta a sus nada sutiles insinuaciones. ¡Si pensaba que iba a ceder estaba muy equivocado!
“Sarah, Sarah, Sarah…” se dijo con voz condescendiente. “No es una buena idea granjearse la enemistad de uno de los hombres más poderosos de The Eye en tu primera noche de trabajo porque podría echarte de aquí sin ningún tipo de miramientos” se recordó. “Piensa como antes, esta noche no eres tú. Así que actúa de manera distinta” se ordenó.
Volvió a girarse hacia Albert, quien, como escasos momentos antes, la estaba mirando con una sonrisa de interés y una mirada cargada de intenciones. Solo que en esta segunda ocasión Sarah hizo caso de sus consejos mentales y en vez de bufarle o sacarle la lengua, le devolvió la sonrisa e intentó parecer una seductora profesional.
Se rió ante su actitud y comportamiento volubles, los cuales sin duda estarían volviendo a Albert. No obstante había creído conseguir su objetivo con el establecimiento de miradas cómplices y supuso que la tercera vez que mirase hacia él la invitaría a subir junto a él. ¡Cual fue su decepción cuando descubrió que “otra” había ocupado ya su lugar y se reía con él mientras compartían una botella de alcohol e intercambiaban apasionados besos!
Sarah enfadada, se cruzó de brazos y miró hacia Marc, a la espera de que él le proporcionase una nueva solución a su problema, bufando y resoplando sonoramente ante la falta de atención que éste le estaba prestando. Además de que sus ruidos quedaron disimulados por jolgorio de la multitud.
-          ¡Acaba con él! – gritó Marc, rugiendo de tal forma que a Sarah le tambalearon todos los huesos del cuerpo.
“¡Maldición!” pensó ella enfadada. “Me estoy perdiendo algo importante” añadió. “¡Y no veo!” protestó.
-          ¡Machácale! – volvió a gritar Marc. - ¡Dale! – exclamó. - ¡Dale, dale! – repitió, imitando alguno de los gestos de boxeo, lanzando puños al aire.
En uno de sus movimientos, dio sin querer a Sarah Parker en la frente, disculpándose de inmediato y ella aprovechó la tesitura para mirarle con atención y los brazos cruzados y repiqueteando continuamente el suelo con su tacón.
-          ¿Te pasa algo Sarah? – quiso saber él. - ¿Te hice daño? – quiso saber, tocándole el lado de la frente donde le había golpeado sin querer.
-          ¡Quita! – exclamó ella, apartándole la mano de un golpe, sorprendiendo y desconcertando por esta reacción tan “violenta” por su parte a Marc; quien se quedó a la espera de más información. – No veo – dijo ella poniendo morritos y con un deje lastimero.
-          Pero ¿qué dices? – preguntó él. – Este es el mejor lugar del The Eye para ver – le informó. - ¡Yo mismo me encargué de escogerlo! – exclamó indignado. – Y además, yo veo perfectamente – añadió.
-          No dudo de que este fuera el mejor sitio de The Eye – dijo Sarah. – Antes – remarcó. – En cuanto a lo otro… ejem, ejem – carraspeó antes de explicar algo que era obvio. – Marc, tú eres un hombre alto. Muy alto en realidad. Eres más alto que la mayoría de los hombres aquí presentes. No sé cuanto medirás pero lo que sí que está claro es que es más que metro sesenta – explicó. - ¡Es normal que tú veas! – concluyó, enfadada.
-          ¡Pégale otro! – gritó, provocando que los huesos de Sarah volvieran a tambalearse antes de dirigirse a ella de nuevo. - ¿Qué problema tienes con eso? – le preguntó. – Yo puedo decirte qué está ocurriendo – indicó. – Aunque… tampoco hay gran cosa que decir. Skin HH Skull le está pegando una paliza a Gary Johnson – concluyó.
-          ¡No quiero que me lo cuentes! – exclamó, enfadada. – Aunque aprecio y agradezco enormemente tu gesto de cortesía – dijo mucho más calmada, antes de suspirar. - ¡Yo solo quiero verlo con mis propios ojos! – exclamó, casi a punto de echarse a llorar. – Si no ¿qué clase de artículo voy a escribir? – le preguntó.
-          ¿Quieres que te coja a borriquito? – le preguntó Marc.
-          ¿cogerme? – le preguntó Sarah, insegura de haber escuchado esas palabras. – Cogerme – repitió, para asegurarse de su pregunta. - ¿¡Qué?! – preguntó, parpadeando y despertando de repente. - ¡No! – exclamó horrorizada. – No, no, no, no, no, no, no, n, no, no, no – añadió, negando con cabeza para darle aún más énfasis a sus once negativas consecutivas.
-          ¿Por qué no?  Le preguntó Marc, sintiéndose ofendido por tan rotunda negativa. – Podría aguantarte durante todo el combate – añadió con firmeza.
-          No lo pongo en duda, dada tu amplitud corporal – dijo, tocando su brazo y señalando su amplia espalda. – Pero no, gracias – añadió. – Es que… no quiero ser el centro de atención – añadió.
Esa fue la excusa que Sarah le dio.
La realidad era que había muchos más matices ocultos en dicha respuesta enigmática.
Se sentía incómoda.
Incómoda y dolorida por la ropa que llevaba esa noche.
Ella no vestía así.
Ella no era así.
¿Quién iba a pensar que algo que a simple visa era tan bonito y estaba tan bien confeccionado iba a resultar al final tan incómodo y que las varillas del corsé acabarían por clavársele?
Nadie.
O al menos, nadie que no estuviera acostumbrado a llevarlos como prenda habitual.
Además, se sentí frustrada porque no podía hacer nada para evitar que la masa la engulliese, empujándola hacia uno y otro lado y le impidiese ver el combate que se estaba desarrollando en el círculo, a pocos pasos del lugar donde se encontraba en ese momento.
Y muy relacionado con eso, se sentía enfadada.
Enfadada por ese motivo y porque no podía devolver los golpes (más que nada, porque no sabía defenderse) todos y cada uno de los pellizcos y caricias que su trasero había recibido esa noche.
O al menos, resultar amenazante. Especialmente con los hombres que la rodeaban y sobre todo con Albert, el presentador y “juez auxiliar” del combate; quien en su opinión lo menos que estaba haciendo era prestar atención y ejercer su función, sino que la encontraba a ella mucho más interesante y fascinante al convertirla en el centro de su mundo esa noche.
Por eso, lo máximo que podía hacer a ese respecto era lanzar miradas de odio y furia a diestro y siniestro.
-          Tienes razón – dijo Marc, agarrándola de la mano. – Camina – le ordenó. – Te sigo – añadió.
Sarah hizo lo que ordenó y comenzó a caminar hacia delante mientras se abría paso educadamente por donde más hombres había, aprovechando y sacándole partido a su disfraz.
Ella iba encaminada de forma directa hacia el círculo de arena (del cual no entendía el nombre porque era un rectángulo y no un círculo lo que allí había) pero su decidida marcha se vio interrumpida de repente y bruscamente por Marc.
Sarah miró a su alrededor desconcertada por completo.
Seguía sin ver.
Estaba exactamente en la misma situación que antes.
Bueno, exactamente no.
Mucho más cerca del círculo.
Ahora podía escuchar con total claridad el impacto de los golpes sobre los cuerpos de los luchadores.
Pero, aunque ella era muy intuitiva; su sabiduría no alcanzaba para ver qué era lo que estaba sucediendo con total exactitud.
Volvió a frustrarse.
Y se lo hizo saber a Marc.
-          Pero Marc…yo no… - inició.
Pero no pudo acabar la frase porque de repente, sintió unas manos sujetándola por la cintura y elevándola por encima de las cabezas de los asistentes.
-          ¿Qué haces? – le preguntó horrorizada poniendo los ojos en blanco; ya en el aire. - ¡Bájame! – le ordenó, pataleando.
Continuó pataleando hasta que fue consciente de que, en la posición en la que se encontraba y realizando el pataleo que estaba realizando, estaba enseñando muchas más pierna de la que debería y sobre todo, que cualquier hombre que mirase hacia arriba, tenía pleno acceso a la visión del interior del interior de sus piernas.
En otras palabras; su ropa interior estaba siendo de conocimiento público.
En consecuencia, cerró y apretó con fuerza sus piernas a la espera de que Marc volviera a posarla en el suelo.
Y Marc lo hizo… justo en primera fila; para su total sorpresa.
Su repentina aparición y sobre todo, su nueva ubicación permanente en la primera fila (el lugar más codiciado para el visionado de la pelea) provocó quejas, gritos e insultos hacia su persona.
Incluso hubo amenazas y amagos de golpes.
Acciones que se interrumpían de raíz cuando esos mismos energúmenos hombres descubrían que el blanco de su ira era una mujer, modificando este sentimiento por el de lascivia y deseo.
Ese cambio también se producía también cuando todo aquel que la miraba con atención descubría el tatuaje falso que ella misma se había dibujado en la parte de uno de los senos que le sobresalían por encima del corsé gracias a una plantilla que le había proporcionado Penélope. Una Penélope a quien tendría que comprar un regalo en agradecimiento de la ayuda prestada.
Una plantilla que imitaba una de las numerosas marcas de Sthealthy Owl y de la que ella había recelado en un principio. Sin embargo fueron tantos los argumentos a su favor y la vehemencia de los mismos (sobre todo el último dado, en el que le dijo que debería ponérselo porque pese a que hacía ya cuatro años desde la última aparición de Stealthy Owl, este aún se consideraba una figura clave dentro del folclore popular del Soho. Según sus propias palabras, “Sthealthy Owl es el Robin Hood del Soho y como el Robin Hood que era, si llevaba una marca suya, nadie la molestaría) que acabó cediendo a sus ruegos y se lo pintó con tinta negra de escribir.
Para su total sorpresa, Penélope tenía razón y cuando algunos de los hombres lo descubrían cambiaban su expresión de lascivia y deseo por asombro y ¿respeto?.
Por último, si cualquiera de los últimos argumentos no eran lo suficientemente convincentes de por sí y algunos de los tipos a su alrededor continuaban con intenciones de tipo sexual hacia ella, éstas quedaban descartadas de raíz en el mismo momento en que Marc (y su impresionante altura y corpulencia) hicieron acto de presencia justo detrás de ella.
En consecuencia, los hombres reaccionaban abriendo la boca y retrocediendo varios pasos. Por este motivo se creó un pequeño círculo de especio a su alrededor, lo suficientemente liberador y reconfortarte como para permitirle el libre acceso a las cuerdas (muy similares a las que se utilizaban en el puerto) que “protegía” al público (aunque Sarah dudaba mucho acerca del tipo de protección que podían proporcionar un par de cuerdas que a ella que llegaban por la cintura) y que separaba el lugar donde se producía el combate del destinado al público.
“Mucho mejor” pensó ella cerrando los ojos y sonriendo con satisfacción antes de comenzar a observar con atención el combate.
De lo que Sarah no era consciente era de que con ese espacio a su alrededor, no solo no había dejado de ser el centro de atención, sino que había añadido un número mayor de seguidores y espectadores hacia ella. Incluso Albert la miraba con aún más atención, fascinado por cómo había conseguido su objetivo.
Gracias a su nueva posición y sobre todo, a que los moscones que zumbaban a su alrededor no la molestaban, Sarah pudo observar con total atención.
Pronto, su adrenalina comenzó a dispararse, así como los latidos de su corazón se aceleraron y la sangre comenzó a fluirle de manera mucho más rápida.
Y entonces entendió mucho mejor por qué este “deporte” (aunque ella no lo considerase como tal) tenía tantos adeptos y seguidores.
Era adictivo.
Era liberador.
Era una vía de escape durante un corto período de tiempo a la situación real de miseria, problemas y podredumbre que los rodeaba.
Incluso ella misma, en poco tiempo formó parte de la masa de gente que jaleaba y animaba a Skin HH Skull para que le  diese una paliza y el golpe final que rematase a Gary Johnson (perdiendo con ello su total objetividad).
Los luchadores ejecutaban una danza perfectamente cronometrada y embobada, era incapaz de apartar la vista de ellos.
Solo salió del trance cuando  Gary cayó sobre las cuerdas bastante cerca de ella a plomo debido a un golpe de Skin HH Skull, provocando que ella diese un respingo y diese tal salto que chocó su espalda contra la de Marc; quien la agarró con fuerza por los hombros para calmarla y evitar su caída.
Gracias a esta acción, Sarah pudo observar con mayor detenimiento y atención a Skin HH Skull cuando se acercó hasta esa zona para ayudarle a ingresar nuevamente en el círculo de pelea y seguir propinándole golpes hasta que se aburriese, agarrándole por la cinturilla de sus calzas de cuero.
Así, se cercioró de que era tremendamente bien parecido (entendiendo ahora mucho mejor las palabras de Albert y las reacciones de las féminas allí presentes ante su aparición y el beso con la prostituta).  También alcanzó a descubrir que el color de sus ojos era azul y que en su perfecto abdomen liso y marcado, tenía tatuada una cruz celta con el palo vertical más largo que el horizontal con un anillo que rodea ambos extremos y grabada con entrelazados y diseños geométricos y lo que en un principio (y desde la  lejanía) parecían brazaletes de cuero, no lo eran. En realidad, eran tatuajes. Tan cerca estuvo de él que pudo leer sin dificultad qué era exactamente lo que decía cada uno:
-          El del bíceps derecho era una cita célebre de Aristóteles “El hombre más poderoso es aquel que es dueño de sí mismo”.
-          Y el del izquierdo era una frase de Stendhal “El arte de amar se reduce a decir exactamente lo que el grado del momento de embriaguez lo requiera”.
Frase sin duda que ella reprobó y censuró mentalmente, añadiendo una frase de disgusto.
“Un momento” pensó ella con algo de disgusto y recelo. “Yo he leído estas dos mismas frases en alguna parte” añadió. “Pero ¿dónde?” se preguntó.
Acto seguido, volvió a mirarle el rostro y…
Entonces lo recordó.
Fueron tan grandes el horror y la sorpresa que le reportaron este descubrimiento que, aunque Marc la tenía bien sujeta por los hombros, se tambaleó debido a la imprevisibilidad de tal situación. Tanto se tambaleó que a punto estuvieron los dos de caer al suelo.
“¡Oh Dios mío!” exclamó. “No puede ser, no puede ser, no puede ser, no puede ser, no puede ser” se repetía mentalmente una y otra vez con los ojos fuera de sus órbitas y ahogando un rito porque se había tapado la boca con una mano.
¿Qué estaba mal?
¿A qué se debía lo inusitado, repentino y exagerado de su reacción?
Pues a que acababa de descubrir que Skin HH Skull no era otra persona más que ¡el desconocido que se encontró en el callejón hacía dos semanas!
¡El mismo desconocido que le dio su primer beso con pasión y que le dejó con ganas de más!
“¡Claro!” exclamó, maldiciendo su estupidez suprema. “Doble H” pensó, recordando el nombre que le dio tiempo atrás. “Y ¿Cómo se llama el luchador de hoy?” se preguntó. “Skin HH Skull” se respondió, haciendo especial hincapié en las dos haches centrales. “¿Pero cómo no te has dado cuenta antes, idiota?” se regañó.
Incapaz de creer su increíble mala fortuna, Sarah se soltó del agarre y vigilancia de Marc para dirigirse de nuevo a las cuerdas y confirmar que no había sido una suposición o una alucinación.
Efectivamente.
No había ningún género de dudas o margen de error.
Skin HH Skull era Doble H, el noble desconocido que la había besado hacía dos semanas y que acto seguido vomitó y vació el contenido que almacenaba su estómago.
Maldijo para sí misma.
“¿Es que nunca iba a estar viviendo situaciones en las que su vida no corriese serio peligro?” se preguntó enfadada antes de sumergirse de nuevo en el fascinante mundo de los combates y peleas de boxeo reanudando los gritos de ánimo y apoyo al rubio, instándole y ordenándole que le diera el golpe de gracia a Gary Johnson.
Sí, cierto que estaba siendo subjetiva pero esta vez tenía motivos personales. Estaba preocupada por su bienestar.


Dos semanas.
Ese era el tiempo total y exacto que había durado su incertidumbre acerca de si la última vez que salió de farra y juerga con el pequeño sátiro de Edward Júnior había besado a una mujer.
“Lo sabía” pensó con satisfacción y autosuficiencia mientras la volvía a mirar con el rabillo del ojo.
Nunca jamás había bebido tanto como para olvidar si había besado o no a una mujer.
Y esa vez no había sido una excepción, por mucho que el aprendiz de doctor repelente y engreído se hubiese empeñado en hacérselo creer.
No.
Él sabía que no podían ser ciertas sus palabras.
Y aunque le creyó durante todo este tiempo, una pequeña parte de su mente había conservado y había quedado abierta a esta otra posibilidad.
Sus sentidos no le habían fallado.
Aquí estaba.
Su ángel.
Su salvadora de esa noche.
Su…su…
De acuerdo, no recordaba cuál era su nombre ahora mismo, pero estaba segura de que era ella.
Esos ojos marrones almendrados y su cabello color castaño oscuro (a priori corrientes) eran inconfundibles e inolvidables.
De lo que sí que estaba seguro por mucho que hubiera bebido esa noche era que ella no era prostituta y ni mucho menos vestía de la manera en la que lo estaba haciendo hoy.
Probablemente, estaría pensando que no había reparado en su presencia, sobre todo porque no le dijo nada cuando la tuvo justo a su lado en el momento en que fue a por Gary para traerlo de vuelta al círculo.
Nada más lejos de la realidad.
Había sido consciente de ella desde el momento en que la elevaron por encima de las cabezas de todos los presentes para situarla en primera fila y que admirase el espectáculo.
Habitualmente se veían volar por los aires en medio de los combates todo tipo de objetos. Pero nunca se había visto en The Eye a una mujer.
Hasta hoy.
Por eso, mientras estaba realizando esa acción, ella había sido el centro de las miradas de todos los allí presentes esa noche.
Incluidos las de los propios boxeadores porque tanto Gary como él se habían detenido a mirarla detenidamente. Sin embargo, era tal la concentración que puso en que no se le abriese la enorme raja y apertura de la falda y en tener las piernas lo más apretadas posible durante el breve instante en que estuvo suspendida en el aire que no se dio cuenta de que la estuvo mirando.
Su comportamiento y forma de actuar mientras estuvo ahí arriba fue el primer indicio que le indicó que ella no vestía así habitualmente. A eso debía añadir que en las muchas veces que la observó por el rabillo del ojo, siempre la vio actuar de la misma manera: insegura e incómoda.
Comportamientos y maneras de actuar totalmente irracionales para alguien que estuviera acostumbrada a llevarlas pero perfectamente razonable para alguien que no lo hiciese.
“¿Qué demonio está haciendo ella aquí?” se preguntó.
Decidió volver a mirarla para asegurarse de que no se lo había imaginado.
Pero tampoco era una buena idea hacerlo de manera directa, mirándola fijamente a los ojos o saludarla con la mano. Mucho menos después de su escena de antes del combate protagonizada con Mary la prostituta de Doorthmay.
¿Quién iba a pensar que las mujeres también podían ser como pulpos?
El momento para verla de nuevo sin que se notase que la buscaba a ella, se produjo cuando Gary yacía de rodillas andando a gatas a sus pies debido a otro de sus puñetazos.
Lo primero que le llamó la atención fue que ella también le gritaba palabras de apoyo, lo cual le produjo una enorme satisfacción e hizo que su pecho se hinchase de orgullo y que plantara una sonrisa de autosuficiencia en su rostro.
Pero, pronto esos pensamientos positivos y agradables se sustituyeron cuando la miró en condiciones. Por cosas como:
-          ¿Por qué iba peinada y maquillada como si fuera una prostituta? Bien era cierto que hasta hoy no la había recordado físicamente pero… tenía una certeza casi total de que ella apenas llevaba maquillaje habitualmente.
-          ¡Oh Dios mío! ¡Si llevaba más de la mitad de los dos senos sobresaliendo del corsé de su vestido!
-          Pero sobre todo ¿era eso que llevaba en su seno una marca de protección de Sthealthy Owl? ¿Ella conocía a Sthealthy Owl? ¿Cómo? ¿Por qué?
Sin embargo, su hilo de pensamientos fue interrumpido de manera brusca y repentina cuando Gary Johnson le propinó un puñetazo por debajo de la mandíbula que le hizo girar sobre sí mismo con una vuelta en círculo.
Mientras giraba escupiendo saliva, se acordó de la escena completa de esa noche. Del beso y… del posterior vómito.
“¡Qué vergüenza!” se reprendió. “Tengo que pedirle disculpas” añadió mientras se enderezaba y volvía a ponerse en posición de ataque en el combate.
Cuando Gary golpeó  a Skin HH Skull. Sarah contuvo el aliento y dio un grito ahogado, volviendo a tapar su boca con la mano, sorprendida y asustada en el ataque.
Lo que ella no se esperaba era esta misma reacción global entre el público.
Confusa, se giró hacia Marc, quien le explicó entre susurros:
-          Es que nunca en todo el tiempo que lleva peleando en The Eye había sido golpeado -.
-          ¿Nunca? – le volvió a preguntar ella desconfiada.
-          Nunca – repitió él, añadiendo más confusión la ya de por sí aturrullada mente de Sarah esa noche.
¡Vaya!
Esa sí que era una noticia y revelación importante.
“No olvides reseñarlo en tu artículo para mañana” se autorecordó.
“Ya basta” pesó Henry enfadado mientras se incorporaba y levantaba la mano, saludando al público para tranquilizarles y hacerles saber que estaba bien.
Gesto al que correspondieron volviendo a jalear y gritar para animarle.
Si había algún momento o instante indicador de que el combate debía acabar era ese.
En realidad, si él hubiese querido, el combate hubiese concluido mucho antes. Sin embargo no lo había hecho por consideración con el público. Se sentía mal y culpable de que tuvieran que regresar a sus casas después de haber venido desde tantos y tan diferentes lugares y sobre todo, después de haber apostado dinero por él (dinero que por otra parte era la base principal de su economía)
Por eso, hoy (como en todos los combates en los que había participado desde que se inició en el mundo de las peleas) gastaba el tiempo de manera inútil, mareando y golpeando continuamente a su rival; sin recibir ni un solo golpe por su parte.
Hasta hoy.
Cuando, inesperada y repentinamente había recibido un puñetazo por debajo de su mandíbula de manos del gordinflón y torpe de Gary Johnson.
Pues bien, se acabó.
Iba a poner punto y final al combate ahora mismo.
No iba a consentir que le golpease nadie.
Y mucho menos alguien como Gary Johnson.
Sobre toso esta noche, cuando contaba con una invitada especial entre el público.
Lo pagaría.
Lo pagaría bien caro.
Sonrió en dirección de la chica y le guiñó un ojo antes de comenzar a golpearle.
“¿Me ha sonreído?” se preguntó desconcertado. “¿Me ha guiñado un ojo?” añadió. “¿A mí?” se preguntó por tercera vez muy confusa y autoseñalándose. “Tranquilízate Sarah” se ordenó. “Es imposible” señaló. “Imposible” recalcó. “Que te haya reconocido vestida de la manera en la que vas vestida y con toda la parafernalia que llevas hoy” explicó. “Así que tranquilízate” se ordenó por tercera vez. “Probablemente te haya confundido con otra persona” se dijo.
¿Cómo iba a reconocerla cuando la última (y única) vez iba vestida como joven pudiente de la aristocracia rural británica y ahora pasaba perfectamente por una prostituta?
No.
Era imposible.
“Imposible” volvió a decirse.
Para disimular y calmar en algo su creciente nerviosismo, ella levantó la vista a tiempo y también comenzó a animarle, siendo testigo de excepción de cómo primero, con un puño en el estómago lo desequilibró provocando que se inclinase hacia atrás y luego, con tres “simples” puñetazos seguidos (uno en la barbilla como respuesta y venganza al recibido por él) y dos seguidos justo en el centro del rostro: con el primero le rompió el tabique; así lo manifestó el “crack” que resonó en todo el recinto y la sangre que comenzó a manar de ella y con el segundo le remató, cayendo Gary al suelo; noqueado e incapaz de moverse.
El combate había acabado oficialmente y, como tal, Albert levantó el pañuelo rojo (correspondiente a Skin HH Skull). Ese fue el espaldarazo de salida para permitir que muchos hombres y mujeres saltaran las cuerdas e invadiesen la arena.
El ganador merecía una vuelta de honor y triunfo. Cosa que hicieron. Eso sí, después de mantearle en numerosas ocasiones y bañarlo en cerveza y whisky.
Todo el mundo aplaudía enloquecido
¿Todo el mundo?
Bueno, no todo el mundo
Aprovechando estas circunstancias, y sobre todo temiendo que la multitud la engulliese. O peor aún, la arrollase y hiciese caer al suelo, con lo que la perdería de vista e incumpliría la tarea que le habían encomendado esa noche (con el consecuente impago tanto por parte del editor del periódico como del señor Christian Crawford) Marc volvió a agarrarla con fuerza por el codo y, con un fuerte tirón la empujó hacia él, envolviéndola con su abrazo mientras, contracorriente abandonaban el recinto.
Henry, embriagado con la sensación del triunfo, subido en los hombros de tres hombres y siendo manteado continuamente en su vuelta de celebración de la victoria, solo volvió a recordar a su ángel cuando recibió una lluvia de ligueros iniciada ya la segunda vuelta al círculo.
En cuanto lo hizo, giró la cabeza de forma brusca buscándola entre la multitud; aunque más bien al gigantón que la acompañaba y por cuyo aspecto físico parecía no guardar ningún  tipo de parentesco familiar con ella. Tan brusco fue su giro que, aparte del consecuente tirón en el cuello, a punto estuvo de caerse al suelo. Al final, no fue más que un susto pues todo quedó en un tambaleo y desequilibrio.
Sin embargo, este fue el indicador para decirles que lo bajasen al suelo para probar suerte, con los pies en la tierra y dar con ella.
Su búsqueda resultó infructuosa, pues al mirar por todos lados no dio con ella.
Había desaparecido silenciosamente.
Se había esfumado de la nada.
Justo como hacía dos semanas.
Bueno, justo como hacía dos semanas no. Hoy su huida le había resultado mucho más sencilla al camuflarse entre la multitud.
Quizás sí que era un ángel o un ser divino y en realidad hoy no lo había visto, sino que lo había imaginado…
No.
Ella no era un ángel.
Era alguien muy real.
Un ángel no sabía tan bien y tan dulce (aunque lo odiase) al besarla.
Instintivamente, se llevó los dedos a los labios cuando recordó su beso mientras sonreía.
Tan concentrado en su mundo y sus recuerdos estaba que no fue consciente de cómo nuevamente volvían a elevarlo y cargarlo para iniciar una segunda ronda de vueltas de celebración de triunfo.
Una hora después (cuando sus seguidores se cansaron de vitorearle, pasearle y exhibirle) y solo tras asegurarse nuevamente de que la mujer desconocida no estaba entre el poco público ya presente allí, Henry fue al encuentro de Albert mientras se ponía su camisa y comenzaba a abotonársela.
Tenían asuntos que tratar.
Asuntos económicos de enorme importancia.
-          Albert – le dijo, ofreciéndole la mano.
-          Doble H – le respondió él mientras se la estrechaba y le daba un abrazo a medias, palmeándole suavemente la espalda. - Buen combate – le felicitó, sonriente.
-          Eso espero – respondió Doble H mientras apartaba de su frente un mechón de su rubio cabello de un soplido.
-          Lo digo en serio, buen combate – repitió Albert antes de entregarle una bolsa de cuero con los beneficios.
Henry la cogió, la abrió y atisbó la cantidad de dinero que había ganado esa noche y al contrario que en otras ocasiones, no se detuvo a contarlo porque se fiaba de su palabra.
Al fin y al cabo, cuanto más dinero ganase él, más dinero se adjudicaba Albert. Puede que incluso más, ya que, aunque nunca se lo había dicho, tenía casi la total certeza de que apostaba a su favor (con el consecuente beneficio que ello conllevaba)
-          No está mal – dijo Henry al fin, satisfecho. – Para el aforo de esta noche – añadió mordaz.
-          ¿Para el aforo de esta noche? – preguntó. - ¿Para el aforo de esta noche? – repitió, sorprendido. - ¡Pero si estaba a reventar! – exclamó, enfadado.
-          No lo suficiente para mí – replicó él.  – Quiero más – añadió, como exigencia.
-          Tú nunca te cansas ¿eh? – le preguntó con picardía. Siempre quieres más dinero y mujeres – añadió.
-          Tú lo has dicho amigo mío – le dio la razón. – Siempre más y más – añadió.
-          Hablando de eso… no sé cómo te las apañas jodido bastardo – le acusó. – Pero cada vez tienes más y vuelves más locas a las mujeres – concluyó.
-          Sí – dijo sonriendo satisfecho de sí mismo y de atractivo, golpeándose el rostro con el dorso de la mano. - Siento el espectáculo de antes con Mary – se disculpó. – Se nos fue de las manos – concluyó, apesadumbrado.
-          Te cachondeas de mí ¿verdad?- le preguntó. - ¡Sabes muy bien que no me refiero a eso! – exclamó. - ¿Quién era la castaña de hoy? – preguntó con ansiedad, casi jadeando y babeando.
-          ¿La castaña? – preguntó Doble H, haciéndose el distraído. – No sé de quién me hablas – añadió.
-          No me tomes por estúpido Doble H – le advirtió Albert. – Sabes muy bien de quién estoy hablando – le acusó, señalándole con el dedo. – La mujer castaña de pelo ondulado – le intentó hacer recordar. – Esa misma mujer cuya presencia te ha distraído tanto como para permitir que el inútil de Gary Johnseon te golpease – le explicó, con tono de reprimenda y algo de advertencia como mensaje implícito de que no quería que volviese a suceder. – Que esa es otra ¿a qué ha venido ese puñetazo sin venir a cuento? – le preguntó enfadado. - ¿Desde cuándo consientes que un perdedor como Gary Johnson te golpee? – le preguntó, dolido como si el puño lo hubiera recibido él.
-          He pensado incorporarlo como novedad en los combates desde ahora – se inventó. – Ya sabes… para hacerlo más interesante – explicó, sobre la marcha para evitar tener que darle la razón en este punto a Albert; quien estaba completamente en lo cierto.
-          Vamos… ¿cómo se llama? – preguntó, interesado reanudando el tema anterior. – O si no, dime al menos dónde trabaja – le pidió. – Puedo manejarle desde ahí – le aseguró.
-          No tengo ni la más mínima idea – respondió Henry con un encogimiento de hombros, diciendo la verdad por primera vez.
-          Está bien, está bien – dijo Albert asintiendo, mientras sonreía y ponía las manos en alto. – Me rindo – añadió. – Acepto que es tuya y solo tuya – concluyó, a regañadientes.
-          Bien – respondió Henry contento, aunque ni era suya ni tampoco le molestaba que Albert manifestase interés por ella. – He de irme – le informó.
-          ¡Oh! – dejó caer, sonriéndole de manera cómplice y lanzándole una mirada pícara y suspicaz de anticipación y perfecto conocimiento sobre lo que sucedería después. – No te canses mucho que te quiero fresco para el próximo combate – le recomendó, volviendo a estrecharle la mano. Esta vez como gesto de despedida.
-          Tranquilo, no lo haré –le aseguró él mientras se giraba y encaminaba hacia la salida.
-          ¡Y disfruta de la compañía nocturna! – le gritó Albert, sonriéndole con cierta envidia mientras alzaba su jarra de cerveza y la levantaba, dedicándosela a su salud.
-          ¡Lo haré! – respondió Henry, saludándole con la mano, cruzando los dedos. – No dudes de que lo haré – se repitió en voz apenas audible para Albert mientras recogía su chaqueta de terciopelo azul con las dos H grabadas en hilo de plata, la sacudía para quitarle el polvo y la suciedad acumuladas, se la ponía y abandonaba The Eye feliz y distraído silbando una melodía popular mientras pensaba en la tina llena de agua caliente que le esperaba en su apartamento y sobre todo, en las calentitas sábanas de franela que tenía su cama…



[1]  N. Aut: Esta calle no existe en realidad, me la inventé.