Capitulo III: Las cuatro jinetes
del Apocalipsis
Me gusta vivir en una gran ciudad.
La posibilidad de tener al alcance de tu mano (y con eso
quiero decir, relativamente cerca) todos los servicios del estado de bienestar
así como toda una series de entretenimientos y grandes espectáculos de ocio
realmente me gusta mucho, ya que a mí me gusta entretenerme de diferentes
maneras. No vivo solo de historia.
Además, de que en las ciudades grandes vive mucha gente. Es
una obviedad, lo sé pero yo nací y crecí en un pueblo de tamaño mediano donde
todo el mundo se conocía y eso no dejaba de ser incómodo y un inconveniente a
la hora de establecer relaciones.
Por el contrario, en la ciudad, puedes establecer relaciones
con todo tipo de gente mucho más fácilmente. Incluso, puedes comportarte como
una verdadera femme fatale y
acostarte cada noche con un hombre diferente sin que ello repercuta en tu
reputación. Mucha mala suerte deberías tener para que esto sucediera. (Y con
esto no quiero decir que yo lo sea ¿eh? ¡Ojo!)
Y a mí me gusta hablar y relacionarme con la gente, aunque
no lo parezca dado que me paso horas y horas trabajando en el despacho rodeada
de cachivaches y artefactos antiguos.
Sin embargo, hay un único momento del día en que no me gusta
la gente. Momentos como ahora; en plena hora punta. En este caso para comer. Y
aún me gusta mucho menos cuando soy el pez que nada contracorriente contra esa
masa ingente de personas que ya regresaba a sus puestos de trabajo. Para colmo,
llegaba tarde y mi teléfono no dejaba de vibrar; seguramente por los mensajes
de las chicas recriminándome mi tardanza.
Nueva vibración.
-¡Argh! – grité, exasperada, provocando que la señora que
pasaba justo a mi lado me mirase con altanería y se apartase de mí pensado que
portaba una enfermedad tan contagiosa como la peste.
“Imbécil”
pensé,
enfadada.
Finalmente, conseguí apartarme y hacerme a un lado de la
masa y…busqué en mi bolso el dichoso móvil.
Comprobé el recuento de notificaciones en tan breve período
de tiempo: un mensaje de publicidad de mi compañía de telefonía (irrelevante) y
pasé directamente al Whatsapp. Sí que había mensajes de mis amigas pero,
sorprendentemente ninguno era de premura ni había referencias a que me
apresurase; tan solo eran mensajes de confirmación e información de sus
posiciones con respecto al restaurante y la cita.
Me sentí fatal por haber pensado así de mis amigas.
Decidí no responder porque ya estaba muy cerca.
Iba a guardar mi móvil, cuando descubrí que no solo las
chicas me habían escrito. También había recibido un mensaje mucho más
interesante: de mi amigo Dash.
Obviamente, abrí la conversación:
Dash:
Ey, ey, ey! Sigue en pie lo de esta noche ¿verdad? No has sufrido la maldición
de ninguna momia ni nada por el estilo que te impida acudir ¿cierto?
Yo:
Hi! No, las momias aún me respetan. Ahí estaré puntual.
Dash:
Cool! Menos mal que vienes, no quería ir solo disfrazado solo al museo esta
noche. Quedaría muy friki
Yo:
Eres muy friki.
Dash:
Casi tanto como tú, Miss Historias. ;-)
Y me envió una foto de un garfio.
“¿Un
Garfio?” me pregunté. “¿Va a ir
vestido al museo de Capitán Garfio?” añadí, incrédula. “Friki…” pensé, mientras me mordía los labio y negaba con la
cabeza, incapaz de creer su grado de locura.
Y por fin, pude llegar al restaurante.
Allí estaban esperándome ya Soteria y Evelyn.
Era marzo, pero el día era soleado y hacía una temperatura
muy agradable así que habían decidido sentarse fuera. Estuve de acuerdo y me
senté con ellas:
-
Siento el retraso – dije. Sé que no
hubo ningún reproche por su parte, pero era incapaz de permanecer sentada
frente a ellas sin pedirles disculpas.
-
¿Retraso? – preguntó Soteria. – Estás
dentro de los quince minutos de cortesía – añadió, sonriéndome amable.
-
¿Qué tienes que contarnos? – peguntó
Evelyn; tajante y directa, como buena abogada que era.
Jamás os imaginaríais a Evelyn como abogada vista su
apariencia física. Era una morena de rompe y rasga con unos penetrantes ojos
negros y piel color olivácea. Llamaría
mucho la atención por su físico a los hombres, si no fuese porque era más bien
bajita. Por eso, para disimular en algo la escasez de su estatura siempre iba
enfundada en unos tacones altísimos de los que duelen los pies con solo verlos.
Era muy inteligente, no en vano era abogada. Pero no era una
abogada común, era la primera abogada de su bufete (de hecho, no me
sorprendería que cualquier día nos anunciase su ascenso a socia del mismo) y
una de las mejores matrimonialistas del país. El motivo y causa de es que
debías sumar a su inteligencia, un instinto especial que le permitía adivinar
tras varios minutos manteniendo una conversación contigo si le estabas
mintiendo o no, o si le estabas ocultando algún tipo de información aunque
fuera verdad y… la adquisición de una capacidad para mostrar su sentimientos
mediante gestos o expresiones faciales.
Evelyn decía que era debido al cuidadoso maquillaje que se
aplicaba todas las mañanas. No estaba en completo desacuerdo con su afirmación
pero… yo creía también que en parte tenía que ver con su físico. En particular,
con su sonrisa. Su enigmática sonrisa de Mona Lisa.
También, como he dicho era una persona muy directa, tajante
y sincera. En ocasiones demasiado sincera en mi opinión, pero, nuevamente tenía
que ver con su profesión y entendía que no le gustasen las mentiras.
El problema es que la inmensa mayoría de las personas la
creían prepotente y altanera con su forma de ser. De ahí que no soliera caer
bien a las mujeres, que la creían una zorra (entre otras cosas igual de lindas)
y que tampoco fuera la preferida de los hombres.
A esa opinión formada contribuía la manera de actuar de ella
con respecto a sus relaciones con los hombres: no mantenía relaciones,
simplemente.
Noches de sexo y lujuria y nada más, no permitía que nadie
le alcanzara en el plano sentimental y siempre era ella quien llevaba las
riendas en sus “relaciones”
Alguien había tenido que
romperle el corazón siendo muy joven y aún estaba afectaba por ello,
recelando de todos ellos.
Una verdadera lástima en mi opinión porque cuando superabas
las barreras de protección que se había autoimpuesto, era una mujer encantadora
y muy fiel.
-
¿No esperamos a Sam? – pregunté.
-
¿Desde cuándo ha llegado Sam puntuales
a una de nuestras reuniones? – me preguntó Evelyn.
“Tenía
razón” pensé.
Dirigimos nuestras miradas hacia Soteria y ella comenzó a
explicarnos el motivo por el cal nos habíamos reunido.
-
¿Recordáis que ayer tuve una cita con
Mike? – nos preguntó. Ambas asentimos. – Bien, al final resultó que Mike no era
Mike sino Michael. O mejor dicho, el señor Oakland – explicó. Miré a Evelyn por
si acaso ella hubiera captado algún matiz que a mí se me había escapado, pero
no. Ella tenía la misma idéntica expresión en el rostro que yo.
-
¿Qué quieres decir con eso? – pregunté.
-
Pues que el hombre había mentido en
todo – respondió. - O no – añadió confusa.
-
Soteria, o se miente o no se miente.
Así que ¿en qué quedamos? – preguntó Evelyn, algo furiosa.
-
Su información era cierta solo que…
desactualizada – explicó. Y al sentir nuestras miradas fijas en ella, añadió
avergonzada – Desde hace treinta años -.
-
¿Qué? – gritamos horrorizadas.
-
¿Tuviste una cita con un sesentón? –
preguntó Evelyn. – Espero que no y que te marcharas de allí tan pronto como lo
descubriste – añadió. – Porque lo hiciste ¿verdad? – preguntó, esperando con expectación
la respuesta para reaccionar de una manera.
-
En realidad … no – respondió,
avergonzada y temiendo nuestra reacción.
-
¡Soteria! – exclamamos las dos para
regañarla.
-
Sí, sé que debí haberme marchado pero…
fue un hombre encantador y muy educado. Además su conversación fue muy
interesante. Te hubiera gustado Georgiana – me dijo.
-
Ehm… - titubeé. –Creo que no, si quiero
pasar un rato agradable con un sesentón voy a visitar a mi padre – expliqué.
-
Exactamente. Soteria, tú estabas allí
para encontrar una pareja no para “pasar un rato agradable” Espero que les
hayas metido una demanda para que se les caiga el pelo por no comprobar la
información de sus clientes – advirtió.
-
Tranquila Evelyn, ya lo he solucionado
todo y me van a devolver mi dinero – aseguró.
-
Si quieres más, ya sabes dónde estoy –
se ofreció.
-
¿Qué vas a hacer ahora? – pregunté.
-
¿Además de deprimirme un poco? – me
preguntó, sonriendo. – Seguir
intentándolo – añadió, segura de sí misma.
Realmente el mundo estaba loco.
Soteria era, con diferencia la
mujer más guapa y atractiva que había conocido en mi vida.
Rubia, alta, cuerpo de infarto,
piel de porcelana y unos enormes ojos azules enmarcados en unas larguísimas
pestañas naturales. Además de que era
una chica de alta posición social por lo que estaba bien educada y siempre
sabía, qué hacer, qué decir y cómo vestirse en cualquier situación. Y hablaba
un montón de idiomas.
Una mujer perfecta, para
resumir.
Una mujer perfecta que fue
plantada en el altar por su prometido. Lo cual es una paradoja, ya que es
organizadora de eventos y las bodas son las ceremonias de las que más suele
encargarse.
La principal diferencia entre
ella y yo es que ella aún sigue creyendo en que existe el amor para ella y no
deja de intentarlo. Algo digno de admirar.
El problema es que elige a sus
citas de una manera un tanto especial: por páginas web especializadas en ello.
No es que le falten
oportunidades de conocer hombres de manera tradicional, sólo que… dado que
conoció a su ex prometido de manera tradicional, decidió que su siguiente
pareja la conocería de la manera más diametralmente opuesta. Y ¿qué hay más
impersonal que una página web?
Como dice la canción: Yo me enamoré de noche y la Luna me
engañó…Otra vez que me enamore será de día y con sol…
-
Al final creo que encontraré pareja
siendo tronista – dijo Soteria, con cierto tono de resignación.
-
¿Tronista? – preguntó Evelyn, con la
ceja enarcada.
-
¿Tronista? – repetí boquiabierta.
-
¿Tronista? – preguntó ella también,
echándose hacia atrás desconcertada y temerosa de nuestra reacción.
-
¡Es la mejor idea que has tenido! –
exclamamos, aplaudiendo encantadas.
-
¿Cómo no se nos ha ocurrido antes? – se
preguntó. Evelyn.
-
¿Estáis…? ¿Estáis de acuerdo? –
preguntó, tartamudeando ligeramente.
-
¡Pues claro! – exclamé, apartando a un
lado mi ensalada roquefort. Necesitaba centrarme mucho más en el tema de que mi
amiga se presentara a tronista. – No eres el perfil clásico del programa pero
creo que encajarás a la perfección. Vas a llenar el plató de hombres, nena – aseguré,
apretándole la mano. Pero… ¿puedo ser yo tu asesora del amor? – le pregunté. –
Me necesitas – aseguré con firmeza. – Ya sabes, por todo mi bagaje cultural romántico
– añadí, como explicación. Ella asintió con una amplia sonrisa.
-
Y yo también he de ir al programa –
anunció Evelyn. – Voy a ser la abogada que revise tu contrato de trabajo y…
también quiero ser la gancho chunga que pone a parir a todos y a todas –
añadió.
-
Pero Evelyn, van a decir cosas
horribles sobre ti – advirtió Soteria.
-
¿Desde cuándo me ha importado a mí lo
que digan los demás? – preguntó Evelyn, encogiéndose de hombros. - ¿Quieres que
llame ahora para que te presentes al casting? – volvió a preguntar sonriente,
ilusionada cual niña pequeña en una tienda de golosinas, teléfono en mano.
-
¡Hola chicas! – exclamó Samanta sin
aliento, sentándose en la única silla libre de la mesa. - ¿Qué me he perdido? –
preguntó, antes de comenzar a devorar su calzone; fría seguramente.
-
Lo mío con Mike no resultó – explicó
Soteria.
-
¡Oh… mjuanggtwo gjlo mgjienggjto
mjagrijmno! – exclamó Sam con la boca llena, apretándole la mano para
confortarla.
-
Pero pronto se hará famosa porque va a
ser tronista – anuncié encantada.
-
¿Tronista? – preguntó mirándonos con
extrañeza. - ¿Es que algún trono de Grecia se ha quedado sin herederos y
directos y te ha llegado a ti? – quiso saber. Sin embargo, no estuvo muy
convencía con su primera pregunta por lo que añadió: - ¿En Grecia hay reinos
todavía? -.
Sí, se me ha olvidado comentarlo
antes, pero Soteria es de Grecia.
-
No, tonta. Tronista de la tele –
explicó Evelyn.
-
Tronista de la tele – repitió Samanta.
Y pasado un instante, anunció: - No sé de qué estáis hablando -.
-
¿Cómo no vas a saber de que estamos
hablando? – preguntó Soteria comprensiva. – Pero ¡si es el programa más popular
de la tele! – exclamó.
-
Jamás he escuchado hablar de él –
respondió ella, negado con la cabeza. - ¿De qué va? – preguntó.
-
Es un programa de citas donde uno o
varios tronistas chicos o chicas tienen pretendientes para conocerlos y, cuando
llegue el momento de su final, elige a su pretendiente definitivo para
marcharse juntos del programa como pareja oficial – expliqué, para ver si así
recordaba de qué le estábamos hablando exactamente.
-
No, jamás he oído hablar de él –
confirmó.
Ni Soteria ni yo podíamos creernos semejante anuncio y así
lo reflejaban nuestras expresiones de estupefacción. Evelyn en cambio estaba
muy tranquila y nada sorprendida.
-
Chicas, debéis comprenderla. Samanta ha
estado muy ocupada por el horario de negrero al que la somete su jefe –
-
¡Mi jefe no es un negrero! – exclamó
Sam ofendida.
-
Compara tu horario laboral con el
nuestro y dime que no tengo razón – le retó.
Sam no respondió inmediatamente - ¿Ves? – preguntó satisfecha. –
Deberías salir más veces a fumar – le sugirió Evelyn.
-
¡Puag! – exclamó Sam, con verdadera
cara de asco. – Sabes que fumar me parece un vicio deleznable – le recordó.
-
Ya lo sé tonta – respondió Evelyn
mientras masticaba su comida por trigésima vez. – Solo lo digo para que tengas
más tiempos de descanso en tus maratonianas jornadas laborales – sugirió, con
sonrisa lobuna de maldad y desobediencia.
-
O dile que te permita ver la tele los
días que tienes que comer en el despacho – sugerí.
-
¡Ya veo la televisión en el ordenador
los días que nos quedamos en el despacho! – volvió a exclamar ofendida. –La veo
– repitió para intentar convencernos.
-
No debes verla mucho cuando no sabes de
qué va el programa de los tronistas – repliqué.
-
Veo los Simpson – confesó avergonzada.
-
Muy maduro, Samanta. Felicidades – dijo
Evelyn con ironía.
-
Soy muy madura – aseguró Samanta.
-
¡Ah claro! – exclamó Evelyn. – No ves
la tele porque estás muy ocupada con tus citas – añadió.
-
¿Mis citas? – preguntó ella
desconcertada. - ¡Yo no he tenido citas últimamente! – exclamó.
-
Claro que sí. Cuatro mujeres en ocho
semanas – dije.
-
Cinco – respondió Soteria, incapaz de
refrenarse para corregirme.
-
De acuerdo, cinco – repetí, con las
manos alzadas en señal de inocencia.
-
Cinco mujeres en ocho semanas. Eres la
que ha tenido la vida sentimental más ajetreada – indicó Soteria. – Incluso más
que yo – añadió con ironía.
-
¿Queréis dejar de decir eso? – nos
preguntó. – Estáis insinuando que soy una guarrilla lesbiana que ha tenido
todas esas citas con esas mujeres cuando en realidad ha sido Harry quien comía,
cenaba y dormía con ellas – añadió.
-
Pero a ver Samanta… Eras tú quien
decidía lugar, hora y fecha para esas comidas y cenas. Eras tú quien las
soportabas, apoyabas y aconsejabas cuando tenían una pelea y quien los
reconciliaba. Era a ti a quien le ensayaban las declaraciones de sentimientos
mutuos y tú eras la encargada de mandar flores y comprar los regalos de inicio,
aniversario y fin de las relaciones además de cumpleaños o cualquier otro
acontecimiento celebrado con un regalo. Si eso no es tener citas y relaciones
con esas mujeres… No sé a qué llamas tú tener una relación – concluyó Evelyn,
con toda la razón del mundo.
-
Y hablando de relaciones, llevas el
pelo suelto, tu bufanda es de color chillón y vienes de una dirección opuesta a
la que está el edificio de empresas LeBlanc donde trabajas… ¡Oh oh! – dije,
analizándola con detalle.
-
¿Ya va a romper con ella? – preguntó
Soteria, muy sorprendida. - ¡Pues sí que le ha durado mucho esta vez! – exclamó
con ironía.
-
¿Qué tipo de futuro iba a tener con una
mujer que se llama con un instrumento de cuerda? – preguntó Evelyn para
hacernos caer en la cuenta.
Es aquí cuando creo conveniente hacer una breve introducción
de mi última amiga, Samanta, aunque todos la conocemos como Sam.
Sam es alta, morena, con un cabello perfectamente ondulado
que suele lucir al llevarlo siempre suelto y unos ojos color marrones verdosos
muy muy atrayentes una vez que los descubres. Le encanta conducir en moto, la
música rock y vestir de colores chillones.
Esa es al menos la Sam fuera de su ámbito del trabajo porque
dentro de su empresa Sam va siempre vestida en blanco y negro, se maquilla de
manera apenas perceptible y su pelo siempre va recogido en un moño con
horquillas para que no se escape ni uno solo de sus cabellos.
¿El motivo?
Así se lo exigió su jefe.
Un jefe que no es ni más ni menos que Harold “Harry”
LeBlanc, jefe y dueño único de las empresas editoriales LeBlanc; una de las de
mayor éxito en la ciudad y a nivel nacional e internacional gracias a sus
sucursales en otros países.
Sobra decir que Harry es un hombre muy atractivo, un
mujeriego que tiene muchas relaciones con mujeres hermosas. El problema es que
todas le duran muy poco tiempo. Su última conquista había sido una aspirante a
actriz Viola Davies; la cual le había
durado la friolera de una semana.
Por lo que he leído por la prensa rosa este aborrecimiento a
las relaciones largas y estables se debe a que sufrió un divorcio y un
escándalo público bastante grande cuando se casó recién acabado la universidad.
Desde entonces juró que nunca jamás se casaría ni tendría relaciones estables
y…parece que lo ha cumplido.
De hecho, la única mujer estable en su vida es mi amiga
Samanta, su secretaria y ayudante personal. La mejor de la ciudad y el objeto
de deseo laboral (aunque yo estoy segura de que amoroso-sexual también) del
resto de empresarios de la ciudad.
Reímos ante el comentario de Evelyn.
-
¿En qué demonios estaban pensando sus
padres? – preguntó, horrorizada.
-
¡Eh! – protestó Soteria. – Que yo también
tengo un nombre poco habitual – añadió.
-
Ya cariño, pero tu nombre es de diosa –
replicó Evelyn. – Una diosa menor griega, sí. Pero una diosa al fin y al cabo –
aseguró.
-
¡Que le den a Viola Davies! – exclamó
Sam, con el puño alzado. – Pero por favor, que le guste la pulsera que le he
comprado que no quiero tener que volver a venir para descambiarlo - añadió, como si estuviera rezando.
No hizo falta más.
Con esa frase, Sam seguía confirmándonos que seguía enamorada hasta las trancas
de Harry LeBlanc.
-
En cualquier caso, aún tienes tiempo
para ver el programa y engancharte Sam, aún me queda un último candidato
perfecto que me propone esta página web y después probaré con la última que me
queda. Si después de eso no he encontrado a un hombre con el que mantener una
relación, me apuntaré al casting para ser tronista – anunció.
-
O sea, que no llamo – dijo Evelyn
guardando el móvil, con expresión triste y de fastidio.
-
Georgiana, necesito una dosis de
romanticismo en vena ¿quedamos hoy en tu casa a la hora de siempre para ver una
comedia romántica? - me preguntó. - Esta vez la dejo a tu elección – prometió.
Puse una mueca y me mordí el labio inferior al escuchar su
petición.
Ahí estaba otra vez.
Creí estar sintiendo un deja
vú.
¿Por qué?
Porque cuando Soteria se refería a ver una comedia
romántica, lo que en realidad hacíamos era ver la película pero… pasarnos horas
y horas hablando de sentimientos, relaciones y amor.
A ver, me halaga que me consideren una entendida en el tema
por la gran cantidad de material recopilado pero… por otra parte, no puede
dejar de fastidiarme ese mismo pensamiento.
¿Por qué? podréis
volver a preguntaros.
Pues porque parecen olvidar el trabajo que hago en mi
profesión, o no parecen tenerlo del todo muy claro.
Yo soy
his-to-ria-do-ra. His-to-ria-do-ra. Y también soy (aunque aún estoy
a la espera del nombramiento oficial) comisaria de exposición. Co-mi-sa-ria de
ex – po-si-ción.
Lo que sí que NO soy de ninguna de las maneras es psi-có-lo-ga
o te-ra-peu-ta sen-ti-men-tal. De hecho, lo único que tienen en común estas
cuatro profesiones es que tienen más de cuatro sílabas, pero nada más.
¿Es que piensan que
porque me paso ocho horas al día rodeada de huesos y objetos antiguos tengo una
necesidad desesperada de comunicarme con las personas?
¿Es que acaso me han pintado un cartel fluorescente de neón
en la frente con la palabra disponible para hablar sin que me diera cuenta?
Y lo más importante de todo, ¿es que no entienden que, de
todas las personas del mundo, yo, soy la menos indicada para dar consejos y/o
lecciones de amor?
-
Lo siento Tory pero… ya tengo un compromiso
anterior – dije.
-
¿Compromiso? – preguntó Soteria.
-
¿Cita? – preguntó Sam, cambiando la palabra
porque le dio la gana.
-
¿Tienes una cita y no me has dicho nada? –
preguntó, Evelyn fingiendo estar dolida. – ¡Zorra! – exclamó.
-
¡No es una cita! – exclamé. – Es una visita al
museo… con Dash – añadí. Y recalqué muy y mucho el nombre de mi acompañante.
-
¡Argh! – protestaron las tres a la vez, gritando
tan fuerte que llamaron la atención del resto de las mesas de fuera que el
restaurante tenía en la terraza.
-
Dash no cuenta – dijo Sam.
-
Yo no he dicho que fuera una cita, eso lo has
pensado tú – le reproché.
-
Cielo, ¿no deberías intentar tener alguna cita
de vez en cuando? – me preguntó Soteria con suavidad. – Ha pasado mucho tiempo
desde lo de Paul – añadió.
-
No – negué con rotundidad. – Yo no soy tan
fuerte como tú y no me veo capaz de soportar un nuevo fracaso sentimental.
Además, así estoy bien – añadí, completamente convencida de lo que decía.
-
Pero… - inició Sam, la otra sufridora del amor
del grupo (al menos públicamente porque Evelyn aún no nos había contado su
secreto)
-
¡Eh! – exclamó Evelyn sealándolas a ambos con el
dedo índice. – Ha dicho no. Y no es un no – añadió. – A mí me parece genial que
salgas esta noche con Dash y que lo llames encuentro en el museo o cita –
concluyó.
No sabía muy bien si eso habían sido palabras de consuelo y
de acuerdo conmigo pero aún así, le dije:
-
Muchas gracias –
-
Estas dos no son tan listas como yo y no se han
dado cuenta de que Dash es el único tío que conoces al que permites estar a tu
lado sin que sea gay ni de tu familia. Eso es un paso de gigante para la
Georgiana que he conocido así que, aunque no entiendo qué podéis encontrar de
divertido en visitar un museo por la noche cuando tú misma trabajas en uno… ¡ve
y diviértete en tu cosa friki de esta noche! – me animó.
Hubo algo que no mencionó en ese pequeño discurso que me dio
y eso no era otra cosa que mañana a primera hora o, en cuanto pusiera un pie en
mi casa de regreso de mi visita al museo, tendría que redactarles un informe
completo de lo que había pasado.
Me sentía como una adolescente que debía contarles todo lo que
hacía a sus padres por obligación cada una de las veces que lo había hecho con
anterioridad. De hecho, llamadme paranoica pero creí sentir cómo mi cuerpo
rejuvenecía poco a poco a medida que pasaban los minutos.
Obviamente, no iba a contarles lo del disfraz de Dash.
No pensaba dejar en ridículo al único amigo al que le
interesaba la historia tanto como yo.
En ese momento, me sentí como una adolescente rebelde que
tenía un secreto muy importante que no iba a contarle jamás a sus padres.
Sonreí ante esa perspectiva.