martes, 9 de julio de 2013

De toda la vida: Capítulo 6


CAPÍTULO VI
La debutante
No abras tus labios, necio
Ni gires hacia mí tu rostro;
La furia del cielo te derribará
Entonces mi gracia será tuya.
Elizabeth Eleanor Siddal (1829-1862)

Durante la semana y media posterior a su “presentación” en sociedad y por si alguien no había reparado en ella; bien sea por su espectacular vestido de esa noche o por el artículo de Christina Thousand Eyes que compartió a medias con el duque de Silversword, los Gold, o mejor dicho las mujeres Gold, se encargaron de que no hubiese ni una sola persona de cierta importancia en Londres que no la conociera.
Y eso conllevaba arrastrarla con ellas a todos y cada uno de los eventos a los que asistían. Los cuales, aunque pudiera parecer una redundancia eran la totalidad de los mismos.
De hecho, hubo días enteros en los que llegó a estar presente en hasta ocho eventos.
Muy insignificante o irrelevante tenías que ser para que ellas no te tuviesen anotada en su lista.
Verónica apreciaba el esfuerzo que les suponía agregarla e invitarla a participar de forma activa en sus apretadas agendas personales pero…no le gustaba en absoluto el grado y cotas de atención que estaba alcanzando por esto.
Además de que estaba cansadísima.
Ella no estaba acostumbrada al ajetreo vital de estas dos mujeres. O quizás fuera de que en la Península italiana las cosas se tomaban y ejecutaban de manera mucho más relajada… la realidad era que lo que ella deseaba hacer era lo único que no le consentían: dormir.
O en su defecto descansar.
Pero no debía ni podía siquiera plantearle esa petición: era su invitada y como tal debía adaptarse a sus anfitriones. Además de que lo estaban haciendo por ella y de que así lo exigía el protocolo.
¿Cómo lo hacían? Se preguntaba una y otra vez admirando y envidiando su fortaleza física.
Puede que se debiera a algún complemento vitamínico o energético que tomaran en algún momento del día a sus espaldas o simplemente, que sus cuerpos se hubieran acostumbrado e aclimatado tras tantos años de práctica.
No lo sabía a ciencia cierta.
Lo único que podía demostrar era que las Gold derrochaban energía por donde pasasen y a ella tenían que arrastrarla.
Estaba en ese estado cuando no participaba de forma activa en los eventos.
Así que Verónica no quería ni imaginar cual sería su apariencia y estado cuando por fin decidiese integrarse de lleno en la sociedad; a imitación de las debutantes.
Y es que, como se decía por su lugar de nacimiento, quien hizo la ley hizo la trampa y Verónica era una consumada tramposa a base y fuerza de observar las triquiñuelas de los jugadores de cartas en casa de su tía… en el buen sentido de la palabra; si es que eso podía concebirse.
En otras palabras, Verónica asistía cuasi obligada y por tanto, desganada a los eventos pero… otra cosa muy distinta era lo que hiciera en ellos; pues allí ella tenía total libertad ante las lagunas del protocolo en este aspecto y porque sus anfitriones así se lo habían informado en el baile de los Aubrey.
Por tanto, no podían criticarle o llamarle la atención por nada de lo que hiciera o dijese en dichos eventos. Y eso era precisamente lo que hacía: nada.
Continuaba con el mismo comportamiento y actitud que mostró en su primera aparición pública: aparecía, rompía su tarjeta de baile y… se sentaba en el lugar destinado para las solteronas; para total y absoluto desconcierto de todos los presentes.
En realidad, el desconcierto era el primer sentimiento que provocaba entre los presentes. A partir de ese primero global, el público se dividía por sexos: los hombres adoraban esa máscara de impenetrabilidad e inaccesibilidad debido a su actitud tan misteriosa que ella mostraba. Sin embargo, esa máscara eran tan solo eso; una máscara.
Porque si se acercaban a ella para hablar y conocerla (sólo para eso) descubrían que era una chica muy simpática y abierta que tenía mucha muchos temas de conversación interesante.
Consecuencia directa de ello: en poco tiempo se creó un círculo de admiradores en torno a ella en la zona reservada para las señoritas solteras, para total envidia de Katherine Gold; quien veía cómo las mejores oportunidades para encontrar un buen partido como marido se le escapaban justo delante de sus narices… para correr y caer en el círculo de Verónica. Lo cual desaprobaba.
Pero no era la única.
Esta misma reacción era la que provocaba en la inmensa mayoría de las mujeres presentes en los eventos; privadas de la oportunidad de destacar, brillar y atraer a algún hombre que mereciera la pena.
Y Verónica era perfectamente consciente de ello. Incluso tenía una certeza casi total y absoluta de que estarían hablando de ella y no precisamente para bien; justo como hacía Christina Thousand Eyes.
Además, todo el mundo desconocía el motivo y el por qué de su actitud.
Que lo había; aunque era secreto
Y no era otro que ganarse el respeto y conseguir la atención de su familia paterna. Hasta que éstos no la invitaran a comer, cenar, tomar el té o incluso pasear en un carruaje por Hyde Park, ella no levantaría el trasero de su asiento de terciopelo
Afortunadamente, esto no ocurría todos los días y ella podía disfrutar de las veladas y relajarse junto a sus amigas; más o menos.
Y era más o menos porque justo esos días eran los que Jeremy Gold aprovechaba para materializarse junto a ella y ejercer de vigilante y perro guardián con ella.
Con ella porque no había ni rastro de su hermana por los alrededores.
No entendía a qué era debida esta actitud porque desde el día de su beso no se habían detenido a hablar y de hecho, seguían sin hacerlo porque él permanecía ahí, quieto y en silencio mirando a la pista de baile.
Lo que Jeremy desconocía era que, “gracias” a su comportamiento de lo que ella consideraba como de “hermano mayor” Verónica se granjeaba nuevas enemistadas entre el sector femenino.
Especialmente el de una mujer bien dotada de senos, rubia y de ojos azules que le dedicaba miradas cargadas de odio y desprecio. Mientras la descubrió mirándola pensó que era una mujer justo del tipo de las que le gustaba a Jeremy.
Sus pensamientos y sospechas se vieron confirmadas gracias a Penélope; quien fingió dejar caer el libro que llevaba en ese momento y aprovechó el instante en que se agachó para recogerlo y mirar en la dirección de la mujer de forma disimulada; descubriendo con esta acción su identidad. 
Gracias a ello supo que la mujer no era otra que la última amante de Jeremy. De ahí el comportamiento y la reacción hostil hacia ella.
Aunque ya hubieran finalizado su relación, según palabras textuales de Jeremy. Al parecer no por parte de ella; según pudo comprobar en sus propias carnes. Cosa que no entendía ya que ambos no mantenían ningún tipo de relación (lícita o ilícita).
Lo único que venía a su mente era que supiese lo del beso que se habían dado observándole el rostro.  ¿Era posible eso?
¿Qué llevara escrito en la frente que había sido besada por primera vez? Y sobre todo ¿Qué se le notara quién se lo había dado sin que sintiera nada por él?

Cinco días después, Verónica continuaba cansada.
Aún más que antes si era posible.
¿Por qué?
Porque a todos esos motivos de cansancio debía añadir la presencia continua de la mujer a su alrededor.
En otras palabras: tenía una acosadora.
Y una acosadora violenta, al parecer.
Así al menos lo pudo sentir cuando fue abordada (por no decir atacada) en mitad de la calle y fue advertida “amablemente” para que cesara sus acercamientos hacia Jeremy.
¿Acercamiento? ¿Ella?
¡Pero si casi no hablaban!
Ya habían hecho las paces por el “incidente” pero su relación no pasaba por su mejor momento sin ninguna duda. Así que esa mujer estaba paranoica y veía fantasmas donde no los había. Además, simplemente no podía alejarse de él: vivían en la misma casa y por nada del mundo (bueno, por una causa muy grave o mayor) no pensaba marcharse de la casa de los Gold hasta que Dante viniera a por ella.
Verónica lo sentía por ella y por sus celos enfermizos pero no iba a marcharse.
Aunque también sintió algo de miedo por su vida cuando en un arranque de ira, ésta se abalanzó sobre ella y… le rompió la falda de su vestido en plena calle.
Por suerte para ella, Anthony, el hermano mayor de Rosamund rondaba por allí cerca realizando su trabajo como uno de los miembros de los ocho de Bow Street y se la quitó de encima para llevársela; no de muy buena gana, todo sea dicho.
Primer problema resuelto; la loca fuera de escena.
Ahora solo faltaba el otro; el cual era mucho más importante: debía arreglar su vestido.
No podía regresar a casa de los Gold de semejante manera y con la falda tan rota.
Podían confundirla con una ramera.
Al parecer, la Fortuna alió con ella ese día porque su problema pronto encontró fácil y solución y remedio de manos de una de las personas que menos se esperaba. Una de sus tías paternas, ni más ni menos.
Efectivamente, una de las dos mujeres encargadas de declararla bastarda hacía ya nueve años y una de las dos mujeres británicas por las cuales había regresado a Londres en busca de su aprobación y reconocimiento.
Desde luego que esa no era la manera en la que lo había planeado, pero… era una. Perfectamente válida y al parecer la mejor oportunidad que iba a conseguir para conseguir un acercamiento a ellas.
Para su total incredulidad y desconcierto, su tía no solo no la desdeñó o despreció en público sino que se comportó de manera educada y casi familiar podría decirse pues de inmediato le prestó su capa para tapar el roto de la falda, la invitó a su casa (su anterior vivienda en Londres) a tomar el té junto a su otra tía y juntas se pusieron al día de su respectivas vidas pasando una agradable tarde mientras tomaban té, azúcar, pastas y dulces. Parecía como si nunca la hubieran apartado de la familia.
Tan sorprendidas quedaron para bien que incluso quisieron celebrar una fiesta en su honor en la residencia Meadows; siempre con el permiso del actual vizconde, su primo Roger.
Pero Verónica ya no era estúpida. O al menos no tan inocente en algunos aspectos de su vida tal y como era antaño. Por eso, en cuanto escuchó semejante proposición, de inmediato trazó paralelos con la fiesta que le precedió y se negó a ella. Muy educadamente, todo sea dicho.
A lo que sí que accedió sin embargo, para intentar que su negativa tan rotunda no pareciese tanto una ofensa como ahora lo era fue a una cena familiar de reencuentro; algo a lo que sus tías asintieron entusiasmadas.
Por supuesto, no informó de nada de esto a sus amigas. Si algo diabólico tramaban sus familiares sería ella y solo ella quien se enfrentaría a la situación. Podría parecer que por estar sola en Gran Bretaña era débil pero nada más lejos de la realidad.
Ella era fuerte y se lo demostraría si se atrevían si quiera a intentar algo contra ella. No podían estar más equivocados en cuanto a su imagen…
Por una parte estaba contenta y relajada ya que en mucho menos tiempo del que había previsto solucionaría sus desavenencias familiares paternas o al menos, hablaría con ellos para tenerla lo más encarrilada posible al regresar a la península italiana.
Por la otra, en cambio estaba muy enfadada. Con la amante de Jeremy en particular. Y algo también con Anthony Harper ¿es que no podía hacer nada por mantenerla alejada de ella?
Pero si ¡él mismo había sido testigo de su intento de agresión en plena calle! ¿Cómo consentía entonces que estuviera cerca de ella en ese salón de baile? ¿Es que quería que volviera a atacarla esta vez con público delante?
¿Cómo podía convencerla de que para nada estaba interesada en Jeremy?
Necesitaba pensar un plan.
Y de repente lo vio.
Justo delante de sus narices.
Tan claro y evidente que no podía creer que no lo hubiera visto antes.
La solución era simple, fácil y muy rápida. Y no era otra cosa que desviar su atención y despejar sus dudas dejando de ser tan inaccesible y mostrando su disponibilidad a ojos de todos.
Era perfecto, simple y llanamente.
Miró hacia su vestido de esa noche y descubrió que era verde manzana. Desconocía qué era lo que decía el protocolo al respecto de este color (si es que decía algo) pero no era ni negro, marrón oscuro o azul oscuro tampoco y por tanto, en teoría sería un color perfectamente recomendable para iniciar su período de disponibilidad en sociedad.
Y en cualquier caso tampoco tenía otro así que…no le quedaba de otra.
Por eso recordó el protocolo e hizo lo que toda debutante tenía que hacer: se puso en pie de repente; causando sorpresa y desconcierto en sus dos amigas allí sentadas también y se dirigió con todo el porte majestuoso y regio que había ejercitado y practicado durante su estancia en casa de su tía hacia la pista de baile; a menos de quince pasos de allí.
Mientras lo hacía, creía que con esta acción quedaría lo suficiente claro que estaba disponible y dispuesta a bailar con cualquier hombre que le pidiese un baile; pese a que había roto su tarjeta.
Confiaba en que la Fortuna volviera a aliarse con ella esa noche y tuviera el mejor debut posible; pese a lo inhabitual de sus motivos y la manera en que había decidido integrarse en sociedad…

3 comentarios:

  1. ois ois ois dices tu q no te gusta a mi me ha encantado jaja q momento salvame mas guay he tenido y ESTELAR LA APARICION DE MI THON THON JAJA dios caneaba a la acosadora de ronnie q con ella no se mete nadie ee nadie xq lo digo yo y punto jaja y bueno mi willy willy tambn ñam ñam q me lo como aunq no aparezca se lo menciona es q el es el alma del cotarro jajaja es como dios omnipotente y q potencia y omnipresente y q presencia jajajaa
    no ha estao mal el capi chin me ha gustado me ha encantado =)

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  2. Tengo una duda... si se va a casar, ¿puede ser debutante? Y luego... me encanta!! Mira que sé que hace mil que escribiste éste libro, pero es que Verónica se parece un montón a mí XD Yo hago también trampas cuando juego al poker, no son trampas, trampas, pero es que como no se jugar, siempre voy de farol y siempre juego con chicos y se lo creen, así que... casi siempre gano! XD Luego lo de la loca... pobre Vero, otra cosa en común jaja Como la entiendo!! Luego lo de ROGER??? No había más nombres? XDXD Me has tenido todo el capítulo así O.O!! XD He estado tan entretenida que se me ha hecho muy corto!! Voy a por el siguiente :D

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