miércoles, 3 de abril de 2013

Capítulo X Amor a golpes


CAPÍTULO X
El evento en casa de los Crawford

Tres días después de su última vista a los bajos fondos representados en el anfiteatro The Eye, Srah Parker podía decir que su vida había regresado a la normalidad.
En su mayor parte.
¿El motivo?
Penélope había finalizado su período de “cuarentena” (recuperación) tras el parto y por tanto, regresado a su antiguo puesto como correctora de los artículos de Christina Thousand Eyes y por tanto, Sarah solo tenía que encargarse de entregarlos en la capilla para que la persona designada por el editor se lo entregase en mano, ayudar en todo lo posible a la buena manutención y funcionamiento del bloque de apartamentos de miss Anchor y concentrar buena parte de sus esfuerzos en la conquista de Christian Crawford.
Un último aspecto en el cual parecía avanzar tan lento que en muchas ocasiones le daba la sensación de que no se había movido siquiera.
¡Ah!
Y por supuesto, ser la cronista  deportiva encubierta de The Chronichle, pues al final el editor también dio el visto bueno a la publicación del artículo que redactó acerca del combate entre Doble H y Butch.
Muy pronto se produciría el nacimiento de George Iron Pounches
Y ahí radicaba precisamente el problema; en el pronto.
Pronto era un adverbio de tiempo un tanto ambiguo, confuso e impreciso en opinión de Sarah pues no concretaba en absoluto el momento exacto en el que se lo publicaría. Y tampoco podía ser transcurrido un largo período de tiempo, ya que los combates de boxeo de dicho anfiteatro, pese a los desvencijado y sensación de abandono del anfiteatro se producían día sí y día también.
“Pronto” se repetía ella mentalmente una y otra vez para calmar sus nervios y su estado especialmente sensible e irritable en lo que a tratar temas relacionados del periódico.
De hecho, durante los tres días posteriores a su último combate, Sarah se convirtió de manera oficial en la mascota de su edificio porque ella, cual perro en la mañana o en la tarde era la encargada voluntariamente de ir a la puerta a recoger el diario. E incluso gruñía sacando dientes a toda aquella insensata y loca que se atrevía a intentar siquiera echarle un vistazo antes de que ella lo hubiera inspeccionado primero.
Afortunadamente, para calmar sus desbocados nervios y para prevenir la salud de sus compañeras inquilinas de Orange Street, Sarah encontró una distracción en la lectura. En la lectura de uno de los apartados específicos del periódicos y novedosos (como pronto sería su sección). Dicho apartado se correspondía con la publicación de un capítulo o medio (dependiendo del grado de intensidad e interés de los acontecimientos que en él hubieran sucedido) de la novela romántica de una escritora (o escritor, dado que podía escribir bajo un pseudónimo) llamada Lauren Sunbright.
Por otra parte, Sarah agradeció enormemente este pequeño y breve descanso y distanciamiento de los bajos fondos y de Doble H.
Un Doble H cuya imagen y recuerdo la asaltaban continuamente; aunque de manera muy especial e intensa durante sus sueños.  Unos sueños (más bien pesadillas) donde rememoraba su último encuentro. Encuentro hasta la fecha donde más cerca había estado de exigirle respuestas acerca de la noche de su beso. Noche que por otra parte, ella estaba empeñada en olvidar, tarea que parecía harto difícil cuando éste no dejaba de perseguirla para hablar con ella acerca de tan fatídica fecha.
Hasta ahora había tenido mucha suerte y había conseguido escapar de él por los pelos. (En realidad, por Marc) Pero algo muy dentro de ella le decía que la próxima vez que se lo encontrara no iba a tener tanta suerte y tendrían que hablar sí o sí. De ahí también el estado de nerviosismo continuo en el que se hallaba, conocedora de antemano que en cualquier momento le llegaría la notificación de Christian en la que le informaría de la hora del próximo combate allí. (Hora que sería también la de su sentencia de muerte).
Era por eso, por lo que cualquier distracción a modo de evento o divertimento era bien recibido y más que bienvenido para ayudarla a olvidarse (al menos durante el tiempo que éste durase) de todos los acontecimientos futuros adversos que se le avecinaban.
¿Todos?
En realidad todos no.
Había uno especialmente en el que no se sentía nada cómoda y ese era la reunión y acto social donde los miembros de la aristocracia británica estuviesen involucrados en mayor o menor medida.
Justo el tipo de evento en el cual ella estaba presente hoy.
Y es que hoy, los duques de Silversword, también conocidos como William y Penélope Crawford presentaban de manera oficial a su hija “recién nacida” Aurora a sus amigos. Una soberana tontería en opinión de la invitada de menor rango social a la fiesta.
Muy en su fuero interno, Sarah creía que en realidad lo que se estaba celebrando era la liberación de Penélope del período de reclusión al que su marido William “el carcelero” la había tenido sometida enmascarándolo bajo ese otro motivo.
A ella les gustaba imaginarlos y compararlos con el mito de Hades y Perséfone, solo que en esta versión del mito las estaciones se habían visto terriblemente modificadas y Penélope/Proserpina regresaba al mundo de los vivos entrado el mes de noviembre. Obviamente, esta historia quedaba para ella. Más en las horas del día, (“Día” se dijo mentalmente)  en las que se estaba celebrando.
Aunque en realidad, tampoco eran tan mala idea pues el conocer a la pequeña Aurora no era más que la excusa encarnada para que las cuatro amigas desde la infancia se reunieran y compartieran risas y charlas.
Máxime cuando Katherine embarazadísima en su octavo mes de gestación se encontraba en la ciudad; pues había viajado desde su inmenso castillo de las Highlands escocesas hasta Londres para pasar las navidades con su familia y sobre todo para que la señora Potter la atendiera en el parto, dado que era la única de las cuatro con la que no había tenido ese “placer”.
Sin embargo, no había venido en su viaje; en el trayecto la acompañaron su marido, Evan MacReed y su pequeño hijo Bruce, de poco menos de un año quien no se separaba de las faldas de su mamá (cuando no estaba en brazos de su altísimo papá), temeroso de volver a caerse al suelo de culo al dar sus primeros pasos de manera independiente.
Sarah se quedó completamente alucinada ante el cambio tan espectacular que se había producido en esta mujer en tan poco tiempo. Un cambio tanto físico como psíquico siendo el primero mucho más evidente que el segundo, ya que bastaba con mirarla hoy, con su cabello rubio platino cortado a media melena; peinado completamente alejado de cualquier estilo de moda o manera de vestir y su vestido al modo escocés, confeccionado únicamente con pura lana escocesa, de color rojo con rayas verticales y horizontales en color verde, las cuales se transformaban en cuadrados en el punto exacto donde interseccionaban. Colores representativos de clan Crawford escocés[1] en un clarísimo homenaje a los anfitriones del acto.
¿Cómo sabía tanto Sarah acerca de tartanes y de clanes escoceses cuando no había puesto nunca un pie más allá de Tower Helmets?
No por los libros, siendo la excepción esta ocasión.
Fue la propio Katherine quien se lo contó cuando se acercó personalmente a saludarla con el pequeño Bruce en brazos.
Sí.
Para total incredulidad de Sarah Parker, quien apenas fue capaz de pronunciar más allá de monosílabos en todo el tiempo que duró su conversación (quedando como una tonta a ojos de Katherine), fue Katherine quien se dirigió a ella, se mostró interesada en su vida y la trató de forma amable, atenta y considerada. Algo rotundamente impensable un año atrás, cuando ésta aún era la incomparable y se mostraba frívola, caprichosa e ignoraba deliberadamente la presencia de todos aquellos que no eran de su condición social.
Ese podía ser considerado como el segundo buen motivo por el cual había merecido la pena asistir a la presentación de Aurora.
De hecho, Sarah se pensó muy y mucho la posibilidad de asistir o de declinar su invitación al evento ya que en su opinión existían numerosos argumentos negativos que podían ser utilizados como excusa para no asistir.
Concentrados en tres principalmente:
-          El primero de ellos resultaba evidente y ya lo había manifestado y discutido con la anfitriona en numerosas ocasiones: no eran del mismo status social. Penélope era noble y ella era… bueno, mejor no decir en que estamento debía incluirse y dentro del mismo estamento en qué grupo cerrado. Bastaba simplemente con echar un vistazo (que no comparar) a la diferencia de calidad con la que estaban confeccionadas sus trajes; para Lops personalizadas y para ella… se los hacía ella misma con tela comprada al pormayor (barata). No obstante, Penélope hacía oídos sordos de sus argumentaciones e incluso para que la excusa de las prendas no fuera válida, desde que se habían conocido en todos sus cumpleaños le había regalado un vestido de la misma calidad que las que ella utilizaba. De hecho, era uno de ellos el que llevaba puesto ahora misma; de terciopelo color ocre y escote  cuadrado con puntillas en el borde de tul.
-          El segundo resumía perfectamente su opinión acerca de la naturaleza de este evento y también se lo había comunicado con anterioridad a los anfitriones. ¿Por qué iba a venir ella a un evento cuyo propósito único y final era conocer a Aurora cuando ella ya la conocía de más y de sobra? Pero ¡si incluso había sido su niñera! Nuevamente Penélope ignoró sus protestas e incluso esgrimió su argumento negativo para revocarlo y utilizándolo en su provecho, argumentando que precisamente porque ya la conocía previamente y había ejercido de niñera con ella debía estar presente; pues su relación con la pequeña era más estrecha y cercana que la del resto de invitados y amigos.
-          Y el tercero de todos, aunque en realidad era el principal (y los otros dos no eran más que meros complementos circunstanciales de acompañamiento para intentar concederle más peso a su encarecida negativa) era porque Rosamund Appleton iba a estar presente.
Rosamund Appleton.
Su enemiga declarada públicamente.
Compartir tan “reducido” espacio (y no es que la mansión londinense de los Crawford se caracterizase precisamente por sus reducidas dimensiones) cerrado desde luego era tentar a la suerte y arriesgar su pellejo ya que sabía que tarde o temprano acabaría vengándose de una manera u otra de ella por permanecer callada y fiel al plan de Penélope.
Y ahí radicaba precisamente el problema y era el motivo de su pánico y miedo extremo hacia ella: en el desconocimiento hacia el cómo y el cuándo.
Podían llamarla cobarde (que lo era), pero no estúpida y tampoco iba a tentar a la suerte, conocedora de que la Fortuna no estaba de su parte nunca.
Por otra parte, solo había un argumento favorable y positivo (antes de su llegada) para su asistencia a dicho evento. Y este se materializaba en la persona de Penélope; una mujer que pese a que le había caído mal desde el mismo momento en que la vio pues erróneamente creyó que tenía interés por su Christian; sobre todo porque éste último nunca le aclaró la naturaleza de su relación con ella e incluso jugaba a confundirla, nunca le había fallado y en ocasiones se había convertido en su paño de lágrimas y frustraciones ante sus nulos resultados en la conquista de Christian. Incluso se habían hechos favores mutuos y habían compartido aventuras juntas.
Por todo ello… se lo debía.
Y como buena mujer de palabra que era, ahí estaba; en el salón dispuesto para ello “disfrutando” del evento.
Sola.
Pero sola no por elección propia.
Es más, en un arranque de locura había tomado la iniciativa en lo que su avance romántico con Christian y había ido a visitarle a propósito antes del inicio del mismo para pedirle (más bien dejarle caer de manera muy evidente) que fueran juntos a casa de los duques en lo que sería una especie de primer encuentro en público juntos compartiendo un paseo desde Saint James Street a Oxford Street.
Eran apenas quince minutos, pero era un comienzo y no estaba nada mal como primera “cita” a solas cuyo tema principal no fuera el trabajo.
No obstante, Christian rehusó el ofrecimiento de manera muy educada y ella acabó viniendo sola. Pese a que le había rechazado no estaba enfadada con él.
¿Cómo iba a hacerlo?
Es más, debía disculparle pues desde que su mentor; el señor Gauss, se había puesto en contacto con él nuevamente, estaba excesivamente sobrecargado de trabajo investigador matemático.
Incluso a la larga acabó siendo una ventaja porque ella quería esconderse y no estar en ningún momento ante la presencia de Rosamund y si Christian hubiera ido con ella no hubiera podido cumplir y realizar su propósito ya que según le habían explicado, debía permanecer junto a su invitado según dictaban las normas de protocolo.
Así que gracias a la ausencia de Christian ella podía campar a sus ancas y permanecer lo más alejada posible de Rosamund; quien aún no había aparecido pero que no tardaría en hacer su gran aparición triunfal, sobre todo porque su marido ya llevaba aquí un buen rato.
¿Qué mejor forma existía de permanecer escondida y apartada del lugar donde se estaba desarrollando la acción principal?
Exacto.
Reuniéndote con aquellas personas que tenían tan pocas ganas de estar allí como ella y que incluso habían puesto sus pies en dio sitio apenas unos minutos.
Unas personas que en este caso (y que demostraba cuán bajo tenía que poner su listón motivada por el miedo) eran los pequeños gemelos Amanda y John Crawford, de tres años y pocos meses.
No es que Sarah no quisiese a los gemelos; que los adoraba y consentía como si se tratara de su propia tía carnal solo que…si comparabas la edad de sus acompañantes actuales con la de los otros, la situación se tornaba en cómico-patética para ella.
Además, desde que tenían una hermanita pequeña (o “ser” como ellos la llamaban) su comportamiento ya de por sí revoltoso y travieso se había multiplicado por ocho; movidos por los celos y deseosos de volver a ser nuevamente el centro de atención.
Sarah demostró su ingenuidad y candidez  (así como un punto de grande de locura) cuando decidió presentarse voluntaria como vigilante y garante del buen comportamiento de los niños; causando alegría tanto a adultos como a los más jóvenes de la casa. Sobre todo y especialmente a Amanda, sin duda la cabecilla y líder del pequeño grupo; quien esbozó una sonrisa maliciosa mientras su pequeño cerebro inventaba nuevas de diversión… a su costa.
De hecho, había sido idea de la propia Amanda plantear como juego de entretenimiento el escondite en su chapurreo lingüístico y en su momento a Sarah le pareció una idea esplendida.
En su momento.
Sin embargo, cuando llevaba más de media hora buscándolos bastante preocupada por toda la casa (de la cual maldijo su compleja disposición pese a las reformas), ya no se lo parecía tanto.
“¿Dónde demonios se habrán metido esos dos?” se preguntó bastante enfadada tras un nuevo intento infructuoso de dar con ellos mientras caminaba por el pasillo.
Fue ahí.
Justo en esa posición cuando fue consciente de él por primera vez.
¿De qué?
Del delicioso olor a dulces recién horneados que provenía de la cocina; habitación situada no muy lejos de ese punto debido a la intensidad con la que lo recibía.
Dulces.
“Mmmm….” Se relamió y babeó mentalmente. “Dulces…” añadió.
Y su especialmente golosa imaginación comenzó a imaginarse la gran variedad de dulces diferentes que la cocinera de los Crawford podía elaborar para satisfacer las exigencias y gustos tan diferentes de los invitados a la fiesta.
Tan intenso era el aroma que se metió en su nariz y en su cerebro hasta tal punto que olvidó lo demás. Olvidó incluso el motivo por el cual estaba plantada en el medio del pasillo e, hipnotizada encaminó sus pasos hacia la cocina; su paraíso particular.
No se quedó decepcionada cuando abrió la puerta con lo que vio encima de la mesa en pequeñas bandejas de plata: creyó estar muerta.
¡Era la concina más colorida y apetecible de todas en las que había estado! Porque mirase donde mirase había pequeños dulces de todo tipo: bombones, tartaletas, croissants, pastelitos… ¡y todos rellenos, que era lo mejor! ¡Incluso algunos llevaban frutas encima!
A simple vista, distinguió merengue ¿o nata?, fresa, plátano ¿o limón?, crema…y sobre todo, sin lugar a dudas su favorito… el chocolate en todas su variedades.
Pensando que era demasiado bonito para ser real, Sarah decidió acercarse para dar buena fe de ello y comenzó a dar vueltas alrededor de la mesa donde todos estaban expuestos como si del escaparate de una pastelería se tratase, concentrando todas sus energías en reprimir la enorme tentación que suponía para ella no tocarlos y probarlos; dando así rienda suelta al pecado de la gula que llevaba en su interior, el cual bramaba, rugía y peleaba con todos los medios a su alcance por salir.
Era una durísima prueba para su fortaleza mental y…
Sarah era demasiado débil como para soportarla. Incapaz de resistirlo, probó uno de esos delicados manjares. En realidad, no fue solo uno ya que decidió atacar a la bandeja de los bombones (porque era de los que más cantidad había) y si comía solo uno, el pequeño hueco abandonado y solitario sería el punto de fuga de toda la bandeja.
Solución: decidió comerse una fila entera pues así no saldría tanto de ojo. Fila que equivalía exactamente a una cantidad de ocho bombones, los cuales se comió de dos bocados de forma atropellada por temor a ser descubierta y sin ningún tipo de remordimiento por tan reprobable acción Consecuencia de su premura; acabó con la cara manchada por churretes de chocolate, al igual que los que los niños pequeños tenían cuando aprendían  a comer por su cuenta.
Y fue precisamente un niño pequeño quien le descubrió de esta guisa.
Mejor dicho, una niña pequeña.
Amanda.
Una Amanda a la que Sarah descubrió boquiabierta por su manera de comer y engullir en la puerta de la cocina, justo en el momento en que tenía los ocho bombones en la boca (con la consecuente multiplicación del tamaño de sus mofletes).
Sintiéndose descubierta y tremendamente avergonzada por el pésimo ejemplo que le estaba dando a los niños, Sarah abrió mucho los ojos y comenzó a masticar y tragar como las personas normales lo hacían habitualmente. Es decir, mucho más lentamente. Provocando con ello la sonrisa de la niña.
-          ¡Te pillé! – gritó Sarah señalándola, sonriente a su vez.
-          ¡On! – fue la respuesta de Amanda señalando la parte inferior de la mesa.
“¿On?” se preguntó Sarah ceñuda. “¿Qué se supone que significa la “palabra” On?” añadió, frustrada ante su incapaz de transcribir y traducir el lenguaje infantil al adulto.
Entonces cayó.
“¡On!” exclamó. “¡John!” añadió inmediatamente su traducción al idioma adulto. “¡Pues claro, John!” se repitió. “¡Si son gemelos!” se recalcó. “¡Siempre van juntos a todos lados!” concluyó, con una sonrisa tranquilizadora en su rostro aún manchado de chocolate ya que por fin había dado con los niños; poniendo punto y final al nada divertido juego del escondite.
Se agachó para comprobar que Amanda no le hubiera mentido y, efectivamente, ahí estaba el pequeño John con el incipiente cabello melífero, al igual que su mama.
-          Cazado – le dijo, sonriente e indicándole con la mano que se acercara a ella pues no llegaba con el brazo al extremo de la mesa donde estaba situado.
No obstante, el niño la entendió mal porque también agitó la mano compulsivamente y abrió la boca para decirle con una sonrisa que marcaba sus hoyuelos:
-          ¡Hola! -.
Justo después, Sarah sintió que le tocaban el hombro a su espalda. No podía ser otra persona que Amanda, cansada de estar fuera de la situación, por lo que Sarah giró el rostro para ver qué quería y…fue incapaz de ver nada ya que en el mismo instante en que volteó su rostro, la niña impactó unas tartaletas (las cuales ignoraba cómo había conseguido hacerse con ellas) en él.
-          ¡Amanda! – gritó y gruñó al mismo tiempo mientras se apartaba los restos de alimentos con ambos dedos índices con el propósito de ver lo que tenía enfrente. – ¡Mandy! – volvió a gruñir, conocedora del desagrado que le provocaba a la niña que le acortaran su nombre intentando capturarla para darle un buen azote en el culo que sin duda la calmaría.
No obstante, no fue lo suficientemente rápida y para cuando quiso alargar el brazo, Amanda ya había echado a correr en dirección a la puerta. La única opción que le quedaba era capturar a John como rehén para atraer a su gemela y capturarla a ella también y darles a ambos el castigo que merecían. Sin embargo, de nuevo fracasó al intentarlo con John; quien gateó lo poco que le restaba de la mesa y se unió a su hermana en la puerta de la cocina.
-          ¡Venid aquí, pequeños diablillos! – exclamó enfadada gateando por debajo de la mesa ella también antes de ponerse en pie para perseguirlos. Sin embargo y como venía siendo habitual en su vida, la providencia parecía estar en su contra y calculó mal la distancia recorrida levantándose antes de tiempo con el consecuente golpe en su cabeza.
Pese al intenso dolor que sentía en su cabeza (pues la mesa era de roble macizo), no había tiempo para lamentaciones, así que decidió ignorarlo y ponerse en pie para salir corriendo tras los niños; quienes se habían escapado de su alcance y ya habían iniciado su carrera y corrían como potros desbocados en una pradera sin dejar de reír a carcajadas; contagiando involuntariamente su risa a Sarah.
“¿No querías chocolate, Sarah?” se preguntó con ironía. “¡Pues toma dos tartaletas!” añadió furiosa y bufando mientras corría y pensaba lo desafortunada que había sido la elección del nombre de Amanda para la primogénita de los Crawford, ya que en su opinión esa niña en absoluto había sido creada o estaba destinada a que se la amara.
Todo lo contrario, si le hubieran consultado y hubiera tenido algún tipo de voto decisivo o influencia a la hora de la designación de su nombre ideal, ella hubiera propuesto sin duda alguna el de Rosamund y no solo para devolverle el favor, sino porque la pequeña parecía tenerle tanta inquina como la poderosa pelirroja.
Justo al pasar por delante de la puerta principal de la mansión, el timbre de la misma y Sarah maldijo aún más su mala suerte ya que era la persona que en ese momento estaba más cerca de la misma y por lo tanto, no sería de muy buena educación además de una soberana tontería que no fuera otra más que ella la persona encargada de abrir la puerta.
Incluso era más que probable que el resto de invitados bien porque estuvieran disfrutando enormemente de lo que a lo lejos parecía una velada bastante agradable o bien porque se estuvieran encargando de abastecer y asegurarse de que no faltase de nada, que no hubiese escuchado el sonido.
No le quedaba otro remedio.
Debía ser ella sí o sí quien abriese la puerta, aunque llevase la cara tan cubierta de chocolate que su imagen provocase risa. Aunque también cabía la posibilidad de que debido a esta misma gruesa capa de chocolate no se la reconociese.
Envalentonada por este nuevo hilo de pensamientos y rezando con todas sus fuerzas y energías para que así fuera o que al menos quien hubiese llamado a la puerta fuese Christian; el cual al final había decidido dejarse caer un rato, Sarah abrió la puerta y cerró los ojos con un mal presentimiento al respecto.
Efectivamente.
Su intuición y presentimientos nuevamente no le habían vuelto a fallar y tal y como sospechó de inicio, quienes estaban detrás de la puerta según pudo comprobar cuando abrió uno de sus ojos no eran ni más ni menos que… ¡Horror! ¡Rosamund Appleton!


Rosamund Appleton llegaba tarde a la presentación de  la pequeña Aurora y era perfectamente consciente de ello, así como también lo era de que no solía acostumbrar a ser ella la mujer por la cual tenían que esperar para dar inicio a cualquier evento o situación. Más bien solía ser todo lo contrario, ella solía estar allí la primera. Sobre todo porque en la inmensa mayoría de las ocasiones era quien tramaba y elucubraba las distintas ideas y planes a llevar a cabo.
En su defensa debía decir aunque sonase a escusa muy trillada que esta vez no había sido culpa suya porque la verdad era que no lo había sido.
El único culpable de su retraso había sido su hermano Henry; quien repentinamente y sin contar en ningún momento con ella se había presentado en su casa en el mismo momento en que ella iba a abandonarla desconociendo totalmente el motivo y el por qué lo había hecho.
Como castigo por ser la causa única de su tardanza, Rosamund le obligó a que le acompañara a dicho evento; conocedora de antemano de que quizás fuera Henry el poseedor de la fortaleza física de los dos pero en lo que se refería a autoridad moral no había nadie que le ganase a ella.
Obviamente Henry protestó ante la obligación de su asistencia pero dejó de hacerlo en el mismo instante en que llevó arrastrándole tirándole de las orejas en mitad de una abarrotada calle de Savile Row.
“¿Por qué?” se preguntaba a gritos mentalmente. “¿Por qué?” repitió, elevando sus brazos hacia el cielo. “¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?” continuó. “¿Por qué tengo que ser yo quien acabo pringado en todo lo que ocurre alrededor de la pelirroja?” se lamentaba y preguntaba una y otra vez Henry mientras se replanteaba el incremento de su mala suerte vital siempre que había un familiar pelirrojo cerca de él y caminaba varios pasos por detrás de su hermana.
-          Cambia esa cara – ordenó Rosamund sin girar la cabeza. – Y porque soy tu única hermana además de tu favorita – añadió.
¿Cómo demonios sabía exactamente lo que estaba pensando?” se preguntó Henry alucinado. “¿Por qué yo no he desarrollado esa capacidad mental?” añadió, protestando airado.
50 metros más adelante y ya resignado ante la idea de tener que asistir quisiera o no, descartando la posibilidad de salir huyendo en dirección a su casa ya que perdería a una hermana de por vida, Henry de muy mala gana decidió acompañarla a casa de los Crawford.
Aunque solo realizaría la visita de cortesía.
Visita consistente en saludar a los anfitriones y a su cuñado (no obstante, eran familia) de manera más efusiva, cercana y cariñosa que al resto, conocer a la nueva hija; la cual acababa de enterarse que se llamaba Aurora, beberse una copa de licor, vino o champán a su salud, probar la comida y marcharse de allí lo antes posible alegando cualquier excusa estúpida que involucrase a otro de sus hermanos. Y en el caso en que Rosamund se pusiera especialmente severa y de forma silenciosa le impusiera en contra de su voluntad un tiempo mínimo de estancia de una hora siempre podía dedicarse a leer The Chronichle; el cual había comprado antes de ir a casa de su hermana y que se había convertido en un momento en su bien más preciado.
Caminaron todo el trayecto en silencio hasta que a falta de un par de casas para llegar a la mansión de los Crawford, Henry decidió hacerle patente su estado de ánimo y opinión acerca de este secuestro:
-          Nunca acabaré por entender cómo de una manera o de otra, al final soy yo siempre el que te acompaña a este tipo de eventos – protestó. – Hay más hermanos Harper en Londres ¿sabes? – le recordó, con una mueca en el rostro no demasiado exagerada pues aún se resentía del puño que Butch le dio días atrás, intentando no sisear.
-          Lo sé de sobra, gracias – respondió con ironía. – La que no entiende aquí este tipo de preguntas soy yo cuando sabes de sobra que tú eres mi hermano favorito – añadió, fingiendo estar enfadada.
La pronunciación de dicha frase hinchó de orgullo fraternal el pecho de Henry; quien repentinamente redujo considerablemente el grado de enfado con su hermana gemela.
-          Además, ¿a quién pretendías que trajera sino? – le preguntó. - ¿A Junior? – añadió, con gesto de horror. - ¡De ninguna manera! – negó vehemente. - ¡A saber qué demonios estuvo haciendo anoche y la resaca que tendrá esta mañana! – añadió. - ¿O es que acaso pretendías que trajese al espía de Joseph? – volvió a preguntar.
-          ¿Espía? – preguntó, frunciendo el entrecejo. - ¡Joseph no es un espía! – exclamó negando con la cabeza, de manera mucho menos vehemente que la de su hermana y perdiendo credibilidad pues estuvo a punto de echarse a reír.
-          ¿Cómo sabes que no es un espía? – rebatió ella con tono acusador y los ojos entrecerrados mientras lo miraba fijamente a los ojos para intentar descubrir si le estaba mintiendo. – Es tan celoso y mantiene su vida privada tan en secreto que podría ser casi cualquier cosa – dejó caer. - ¡Incluso podría no ser nuestro hermano! – exclamó.
-          Estás exagerando y lo sabes ¿verdad? – le preguntó él con una sonrisa comprensiva. – Quizás si estuviéramos hablando del físico de Anthony no te negaría tu parte de razón, pero ¿Joseph? – le preguntó. - ¿Joseph? – repitió. - ¿Tan rubio como yo y con numerosas similitudes físicas a papá? – incidió para hacerle caer de la burra y ver lo inconsistentes que eran sus teorías. – Creo que no – se respondió por los dos. – Cierto que es bastante celoso de su vida privada, pero de ahí a que lo creas un espía o a que dudes de su pertenencia a la familia… - dejó caer. – Solo es tímido – explicó. – Debes tener paciencia y esperar a que con el tiempo acabe por abrirse completamente a ti como ya lo ha hacho conmigo – concluyó, restregándole por la cara a su hermana que él había resultado vencedor en esa particular competición fraternal.
-          Llevo treinta años de mi vida dándole tiempo – explicó. – Yo creo que ya es hora de que estrechemos lazos – añadió enfurruñada. – Y por otra parte, él no hubiera podido venir conmigo – declaró. - ¿Quién habría accedido gustoso a cuidar de Penélope y Verónica si no? – le preguntó, volteando la cabeza por primera vez en su dirección en toda la conversación.
-          ¿Anthony? – le preguntó Henry dubitativo.
-          ¡Uy! – exclamó Rosamund fingiendo un dolor en el pecho. - ¡Anthony dice! – agregó, con gesto de horror. – Preferiría ser encerrada nuevamente en la Torre a que Anthony me hubiese acompañado o se hubiese encargado del cuidado de mis niñas – afirmó, solemne. - ¡Qué ser tan aburrido y recto por Dios! – protestó, causando la aparición de una sonrisa en el rostro de Henry; quien compartía opinión con ella. – No te rías porque sabes tan bien como yo que tengo razón – le advirtió.  - Con esa cara de rancio continua aburriría hasta al invitado más dicharachero y asustaría a las niñas – explicó. - ¿Cómo puede ser hermano nuestro alguien que es tan serio y que no solo sigue las normas a rajatabla sino que además es el encargado de que el resto de la población las cumpla? – preguntó.
“Del mismo modo que lo es alguien que se ocupa de incumplir el mayor número posible de esas mismas normas a diario” respondió Henry mentalmente a su hermana ya que ésta era la única manera en la que podía hacerlo, dado que desconocía bastantes datos del comportamiento nocturno de Junior, aunque no iba muy desencaminada en alguno de ellos.
-          Inexplicable – murmuró Rosamund, autorespondiendo la pregunta que ella misma había lanzado al aire.
-          Piensa que alguien tiene que ejercer de padre de todos nosotros – respondió Henry a modo de excusa.
-          ¿Sabes qué es lo que necesita para relajar la expresión tan severa de su rostro y descubrir que hay más cosas en la vida aparte del trabajo y en definitiva, para ser feliz? – le preguntó ella ignorando su estúpida respuesta anterior. Henry abrió la boca para responderla, pero no le dio tiempo a hacerlo porque ella misma apostilló: - Acostarse con una mujer urgentemente – añadió, con un asentimiento de aclaración y énfasis.
-          Rosamund Loyalty Appleton – dijo Henry deteniendo su marcha de manera brusca, entrecerrando los ojos con suspicacia y  señalándola con el dedo, añadió: - No estarás sugiriendo lo que creo que estás pensando ¿verdad? – le preguntó fingiendo estar escandalizado.
-          Efectivamente – asintió ella con vehemencia. – Te estoy pidiendo que lleves a Anthony a un local de prostitutas – añadió. - ¡Al de miss Naughty! – apostilló inmediatamente.
En realidad, Rosamund lo sugirió porque era el único local de prostitutas que conocía y que había visitado personalmente cuatro años atrás, cuando estaba iniciando el romance con su actual marido además de que también era una mujer fuerte y franca que le caía especialmente bien. Por tanto, cuanto mayor beneficio e incremento monetario pudiera proporcionarle, mejor que mejor.
-          ¿Qué? – gritó Henry más alto de lo que le hubiera gustado en un principio. - ¡No! – exclamó.
-          ¿Por qué no? – protestó Rosamund.
-          ¡Pues porque no! – respondió él. – Además, para tu información hace bastante que no frecuento ese tipo de establecimientos – añadió. “Otra cosa es que ellas me asalten a mí” pensó.
Esta última frase provocó que fuera ahora Rosamund quien riera, manifestando de este modo su incredulidad con respecto al tema.
-          Henry ¡Por favor! – le pidió. - ¿Realmente esperas que me crea que tú… - dijo señalándole. - …el más atractivo de todos los Harper y el rey de las féminas de los bajos fondos lleva una larga temporada sin pisar un prostíbulo? – le preguntó.
-          Por increíble y extraño que te parezca así es – afirmó. En realidad, no hacía tanto tiempo ya que la última vez fue cuando ejerció de acompañante de Junior precisamente en ese local; pero su hermana no debía saberlo porque esta vez sí que no iba a volver a ejercer de chaperón para que otro de sus hermanos satisficiera sus deseos sexuales. – Así que búscate a otro porque yo no pienso ir ni llevarlo a otro prostíbulo – añadió, con firmeza.
Rosamund bufó exasperada.
-          ¿Es que no entiendes que no es ni por ti ni por mí sino por el bien común? – le preguntó. – Si él es feliz, la familia es feliz, Londres es feliz y el Imperio Británico en su totalidad también lo será – aclaró.
-          Pues lamento ser el causante de tanta tristeza mundial pero mi respuesta es no – repitió. – Si quieres que Anthony visite un prostíbulo le llevas tú de la manita como buenos hermanos o a tirones de orejas como a tu gemelo pero yo no voy a llevarle – añadió.
-          Eres un egoísta ¿sabes? – le preguntó, decepcionada con Henry. - ¡Mira que no querer llevar a tu hermano de pu…! – protestó.
Sin embargo, no llegó a pronunciar la palabra entera porque Henry, rápido de reflejos (tan rápido que su ejemplar The Chronichle se le cayó al suelo) y conocedor de cuán deslenguada podía llegar a ser su hermana, le tapó la boca y le explicó:
-          Rosamund Loyalty Appleton ¿no te da vergüenza? – le preguntó. - Estamos justo delante de la puerta de la mansión de tu mejor amiga que está situada en una de las calles comerciales con más fluctuación de personas y en plena hora de comer con el abarrotamiento que esto supone ¿crees en serio que es el momento más oportuno para tratar este tema? – añadió sin querer conocer la respuesta ya que únicamente la estaba regañando en público.
Rosamund le mordió los dedos para indicar que su respuesta era positiva antes de llamar a la puerta; momento en el cual él la soltó.
-          A ver don remilgos, tápate los ojos, no vaya a ser que te escandalices al ver como saludo a mi marido – se burló de él.
Henry resopló y se agachó para recoger las escasas hojas que componían el ejemplar pero que aún así había salido una en cada dirección; concentrando toda su atención en la correcta recolocación de las páginas no numeradas e ignorando deliberadamente a su hermana.
-          Compórtate Henry – le ordenó ella aunque no la estuviese mirando. – Las personas que están ahí dentro son mis amigos y me caen bien – apostilló.
Aunque eso no era realmente cierto del todo. Le caían bien casi todas las personas que sabía que asistirían; incluida la ñoña y solterona de Patrice, la benjamina de las Storm. La única excepción era por supuesto, Sarah Parker.
Una mujer por la cual Penélope y ella habían tenido un pequeño rifirrafe al tratar el tema de su invitación ya que según su opinión, ella no tenía por qué estar aquí ya que su presencia la ofendía y desagradaba enormemente.
Sin embargo no todo estaba perdido.
Sabía más que de sobra del pánico que su presencia le provocaba, así que si era tan lista como Penélope afirmaba quizás se pasara todo el evento escondida de ella y evitarían coincidir en la misma sala. O incluso mejor, cabía la posibilidad también de que hubiese tomado la decisión más ecuánime y al final hubiese optado por no asistir.
Eso era al menos lo que ella esperaba ya que no tenía ninguna gana de encontrársela cara a cara.
En ese preciso instante y con Henry agachado detrás de ella recogiendo y ordenando papeles, la puerta de la mansión de los Crawford se abrió y Rosamund pudo maldecir mientras daba buena cuenta de que la Fortuna no estaba de su parte, le leía la mente y que incluso disfrutaba riéndose de ella y pasando buenos ratos a su costa ya que, si antes mencionaba que no quería vérselas con Sarah Parker, antes se producía ese momento porque no era sino su principal enemiga pública la encargada de franquearles el acceso.


[1]  El clan Crawford escocés es verídico y aún existe hoy día.  Deriva su nombre de la baronía de Crawford en Lanarkshire, Escocia. Razón por la cual se ha afirmado que su origen es normando, aunque hay voces que aseguran que su ascendencia es anglo-danesa. La historia reconoce como el fundador del clan a Thor Langus (el Largo) un hombree poseedor de tierras en numerosas partes, entre las cuales se incluye Northumbria. Fue precisamente por la conquista de sus tieras en dicha zona a manos de Guillermo el Conquistador por lo que huyó a Escocia y se puso bajo el servicio de Malcolm Canmore  en su enfrentamiento frente a Guillermo. Como recompensa, éste le concedió tierras con la aprobación del rey Edgar en torno a Durham. Thor Longus desde entonces es conocido como el poseedor de las tierras de Crawford. No obstante, fue su nieto Galfrido el primero en adoptar Crawford como apellido. Su característico tartán es relativamente moderno pues no hay menciones acerca de él hasta después de 1739. De hecho aparece de manera oficial y reconocido como tal en el Vestiarium Scotitum de 1842.

6 comentarios:

  1. El capi se me hacía inmenso, así que no me ha quedado otro remedio que dividirlo... ¿El resultado? Un capítulo de transición (que sin duda no está entre mis prefes) en el cual os introduzco en el marco referencial de cómo se conocen...

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  2. jajajajajajajajajajajaja me meo desde luego los crios son geniales q propio el momento tartazo en la cara para vivir el momento mas bochornoso de su vida q aqui pienso yo luego existo xq cada vez q nos pasa algo bochornoso tenemos q tener la cara manchada de algo o cuando tenemos las mejores conversaciones o nos pasa algo estamos en pelotas x la vida¿¿¿?¿? es una cosa q no me explico pero bueno q alguien me resuelva la duda y BUENO BUENO BUENO PELEA DE GATAS MIAU MIAU JAJA SE VA A LIAR PARDA SEÑORES SAQUEN EL BARRO XQ TENEMOS PELEA DE CHICAS EN EL BARRO CON BIKINI HAGAN SUS APUESTAS SEÑORES A LA CHICA GANADORA PIPAS CHICLES CARAMELOS TOOOODO A UN EURO JAJAJA ANDA Q LA TONTA Q NO QUERIA IR A LA FIESTA JAAJAJAJAJA SE LO VA A PASAR PIPA CON ROSAMUND JAJA DESDE LUEGO DESEANDO Q VENGA EL SIGUIENTE CAPI JAJA Q GANITAS y bueno los crios lo dicho supremos soberbios una ola x ello oooooeee jaja me meo y bueno bueno bueno la conversacion de los dos bros vaya tela con rosamund chiiiica vaya tela como le dice con descaro q se lo lleve de farra a mi thon thon q el se mantiene casto y puro para zhetta q lo sabemos todas q no nos engañemos el piensa en zhetta aunq no sabe q la va a conocer y como thon thon esta ñam ñam pues q me vas a contar y bueno doble h tambn me lo como q gracia me ha hecho cuando la hermana no le cree cuando le dice q si no va a de p... jajaa me meo y lo llama remilgado a el a hh si ella supiera... no lo llamaba remilgado jajaja o mejor don remilgos jaja y me gustaria ver la cara de hh en los saludos de su sister con el mario jaja me gustaria jaja en fin ponme maaaaas xq has cortado el capi xqqqqq noooo eso no se hace malisimamente mala asi q ponme maaas q quiero maaas jaja

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    1. Hombre casto y puro hasta dar con Zhetta... como que no Car... Sip, me encantan los gemelos y sobre todo Amanda; la que no está hecha para ser amada en opinión de Sarah...xD

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  3. Aaaaarrrggggghhh, ahora cortas el capitulo???? cuando van a encontrarse???

    ¡¡¡Me encanta esta historia!!!! jajajaja

    Esperando....

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  4. Y con respecto a ambas... pronto, pronto...De hoy no pasa que se encuentren

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  5. biiiiiiiiiiiiiieeeeennn pues cuando vuelva de los 100 montaitos si publicas te leo y cuando vuelvas en ti despues del partido jaja

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