jueves, 2 de mayo de 2013

Capítulo XX Amor a golpes


CAPÍTULO XX
La imagen privada de Henry Harper

Agotados pero felices.
Esta fue la manera en que Sarah y Henry abandonaron la casa de Harold “Butch” Matthews.
Tan felices que a ninguno de los dos les importó que la temperatura hubiese descendido varios grados desde que habían entrado y que, como consecuencia de ello, estuviera comenzando a nevar. Y sobre todo, que se creasen finas capa de resbaladizo hielo por encima del suelo.
Preocupado por una más que segura caída de Sarah debido a este motivo, intercambiaron posiciones y Henry se colocó tras ella. Si bien es cierto que desconocía que con esta “inocente” acción lo que había hecho en realidad era que su nerviosismo y desequilibrio aumentase.
En esas circunstancias fue cuando Henry habló.
-          ¿No decías que querías hablar? – le preguntó. – Hagámoslo – añadió.
-          ¿Ahora? – le preguntó sorprendida girándose hacia él.
-          Sí – respondió él.
-          ¿Dónde? – le preguntó ella.
Y Henry le señaló el edificio que estaba a menos de tres metros de ambos.
Era cierto que se había colocado tras ella para evitar que se cayese y se hiciese daño; lo cual era bastante probable dada su suerte. Pero también era cierto que lo había hecho con la intención de guiarla sin que ella se diese cuenta justo hacia ese punto en  concreto de la zona en que vivía: en el cruce entre los caminos de Glengall y Manchester porque allí había un palacio y Salón de Café. En su humilde y modesta opinión, donde se hacía el mejor café de todo Londres pero… tampoco era muy sibarita en lo que a asuntos cafeteros se refería así que no se le debía tomar muy en serio en este aspecto.
Sarah se sintió burlada y engañada por completo cuando observó el edificio que estaba junto a ella. Un edificio cuyo enorme cartel en grandes y relucientes letras doradas anunciaba qué era lo que allí se vendía o se realizaba además de dar información acerca del año de la fundación del mismo. En dicho cartel rezaba: Coffee Palace y en letras de la misma tipología aunque algo más pequeñas: Since 1821[1].
Si exceptuabas el cartel, bien podría pasar por cualquier otro tipo de edificio. De hecho, por la fachada parecía más cualquier tipo de taller de artesanía que un lugar donde se tomaran café, tés y pastas y dulces variados; según pudo comprobar cuando el olor de los mismos llegó hasta ella.
El Coffee Palace era un edificio de una sola planta (más bajo por tanto que los que le rodeaban, aunque más grande) cuyo tejado estaba hecho de zinc y que en la fachada principal contaba con dos enormes ventanas redondas de cristales translúcidos para que el interior no pudiera ser observado con total precisión y viceversa.
-          ¿Estás loco? – le preguntó. - ¿Has visto cómo voy vestida? – añadió, agitando las faldas delante de él y mostrándole con total claridad las manchas de sangre de su falda.
-          Tu acomodado atuendo sin duda que resaltará y llamará la atención frente al resto de vestidos femeninos, confeccionados con peores telas y por tanto de mucha menor calidad – dijo, con petulancia. – No obstante, se ve compensado y empobrecido en algo por las manchas de sangre en él – añadió de la misma manera y en un tono bastante parecida a la idea mental de la voz de Christina Thousand Eyes cuando realizaba las críticas feroces sobre vestuarios y atuendos diversos. – Lo cual me recuerda por cierto que te debo un vestido – concluyó.
-          No me debes nada – aseguró ella, negando con la cabeza.
-          Te has manchado el vestido con sangre de una parturienta  porque yo fui quien te propuso que me acompañaras – dijo, agitando él ahora sus faldas.- Yo creo que sí que te lo debo – añadió.
-          ¡En serio Henry, que no! – añadió ella.
-          No te preocupes por el dinero, Park, recuerda que en eso estoy bien surtido – le aseguró. – Y si no quieres aceptarlo como una devolución de un favor, hazlo al menos como regalo para tu próximo cumpleaños – agregó, a la espera de su reacción.
-          ¿Cómo sabes tú que mi cumpleaños está próximo? – preguntó.
Y ahí fue cuando un Henry victorioso le sonrió mientras agradecía mentalmente la aparición de Eden en su vida. Una Eden a quien su afán extremo de cotilleo y su inagotable capacidad de parloteo le hacían contar todo de todos sin que fuera realmente consciente de ello. ¿Qué Eden contaba a Sarah alguna anécdota embarazosa sobre él? No pasaba nada. La propia Eden le retroalimentaba al contarle y proporcionarle información tan útil como que el día de su cumpleaños era el 25 de noviembre.
-          Vamos – dijo, ignorándola y dándole un pequeño empujoncito hacia delante en dirección directa hacia el Coffee Palace.
-          ¿Es que todavía no eres consciente del aspecto que tengo? – le preguntó, bufando.
-          Nadie te dirá nada, Soteria – le aseguró él. – Vas conmigo y afortunadamente para ti, soy uno de los clientes habituales aquí y todo el mundo me conoce sino por mis combates, sí como el doctor de la zona – añadió para despejar cualquier tipo de duda que pudiera quedarle al respecto. – Además, si eso no funciona, no creo que nadie se atreva a acercarte a ti debido a tu aspecto físico porque en cuanto te vean todos ahí dentro pensarán que acabas de cometer un asesinato y no se acercarán a negarte nada por el miedo – concluyó. - ¡Venga! – exclamó, dándole otro leve empujoncito. – Incluso te dejaré que comas muchos dulces y chocolates en mi presencia – le informó.
Lo que no había conseguido la cháchara y retahíla interminable de argumentos favorables a la entrada en el edificio, lo consiguió la mera mención de la comida dulce. El mero hecho de imaginarse la variedad y amplia gama que allí abría hizo que a Sarah se le hiciera la boca agua y se dejase guiar hacia el interior, hipnotizada por ese pensamiento.
Un interior del “palacio” que iba y estaba muy a tono con el exterior del edificio: contenía un pequeño hall de madera cuidada y limpiada con pulcritud extrema; pues así lo confirmaba el brillo y el buen olor que dicha primera estancia desprendía y acto seguido, tras unas puertas correderas se encontraba el gran salón donde se preparaban y se servían a su vez, los líquidos y alimentos disponibles en su consumición.
Además, según le explicó Henry detrás del inmenso salón estaban las oficinas; las cuales tenían pequeñas habitaciones destinadas a los propietarios y en un semi sótano el almacén de productos.
Sin pedir permiso a nadie, lo cual demostraba ser sin duda bien uno más de los actos de egocentrismo y superioridad por parte de Henry; quien se creía a veces tan superior como para andar como Pedro por su casa por todos los lugares de Londres, aunque esta vez en opinión de Sarah había sido demasiado osado. O bien era producto de la familiariedad y confianza que le habían otorgado los dueños del local como premio y pago a su asistencia continua. Daba lo mismo, el resultado final es que ambos entraron en el salón y no tenían posibilidad alguna de escape disimulado una vez que Henry cerró las puertas tras ellos.
Con solo otear y echar un vistazo a su alrededor, Sarah se dio cuenta de que no había algún lugar especial o reservado algo más apartado para mantener encuentros de carácter más secretos o, como en su caso, mantener conversaciones íntimas.
En realidad, si hubiera seguido sus indicaciones y consejos, esta conversación que pretendía mantener se hubiera producido en su casa; un lugar privado y no en una cafetería, mucho más pública y a la vista y oídos de todos.
No obstante, y dado que no quedaba ya más remedio porque se había puesto extremadamente cabezón, tendrían que hablar en el Coffee Palace. Aún así, aprovechando todo lo posible el lugar con el que contaban, si Sarah tuviera que elegir un sitio en el que sentarse sin duda sería justo al lado de la ventana.
Y no solo porque le gustase mirara a través de los cristales (aunque no iba a resultar una acción muy productiva hoy, dado que eran translúcidos) sino porque hoy éstos cristales estaban empañados fruto del frío y nieve que hacía en el exterior y por tanto nadie les molestaría e interrumpiría su importante conversación. Por otra parte parecía que no iban a ser molestados ya que, bien Henry había escogido el día de peor asistencia clientelar para llevarla allí o bien, aún no se había producido la llegada del grueso de comensales y bebedores habituales.
En cualquier caso, el lugar que ella quería y consideraba el mejor para sentarse era junto a la ventana. No obstante, sabía que era una quimera fantasear acerca del mejor lugar para sentarse porque estaba convencida de que no la tomaría en consideración ni le preguntaría dónde prefería sentarse. Al igual que Christian.
Lo cierto es que sí que había salido en ocasiones (pocas) a tomar el té con él y siempre había actuado de manera dictatorial, eligiendo y escogiendo tanto el lugar como la comida y la bebida, sin tomar en cuenta sus gustos y preferencia (que por otra parte eran muy normales)
Así que si Christian, quien la conocía de bastante tiempo atrás se comportaba así con ella ¿por qué iba a ser diferente el caso de Henry, quien se había hecho amigo suyo en mucho menos tiempo?
En el segundo vistazo con detenimiento que Sarah echço al interior del local, descubrió la existencia de dos mujeres que ejercían el trabajo de camarera para atender, abastecer y suministrar todo lo que los clientes pedían. Dos mujeres que no podían ser más diferentes entre sí: una vieja y una joven, una entrada en carnes y la otra con un cuerpo escultural y que no dudaba en insinuar sobradamente, una rezumaba dulzura y amabilidad y la otra era picante y de sus gestos y maneras al caminar exudaban seducción y sexo a raduales.
De inmediato, odió a la joven sin ningún motivo o razón aparente o explicable de forma racional porque no la conocía de nada. Pero no la quería cerca de ambos. Correción, no la quería cerca de Henry quien, al menos hoy le pertenecía en exclusividad. Así que deseó y rezó con todas sus ganas para que ésta no fuera quien les tocase como camarera porque tenía la total certeza de que apenas iba a prestarle atención.
Obviamente ¿quien fue a atenderles y a tocarles en suerte? La camarera joven. Y desde ese momento, Sarah desconectó y dejó de prestar atención a la situación. Sobre todo cuando vio la expresión calculadora y de menosprecio que le dedicó. En contraposición a las hambrientas y nada insinuantes miradas continuas que le enviaba a Henry.
Sarah podía haber seguido ignorada todo el tiempo del mundo, hasta que Henry le preguntó:
-          ¿Dónde quieres que nos sentemos? –
Dicha pregunta la tomó totalmente por sorpresa y a su vez, la hizo sentirse poderosa frente a la camarera buscona. Y por último, la hizo la mujer más feliz de la tierra. A punto estuvo de correr a abrazarlo; demostrándole con este gesto a la camarera que estaba perdiendo el tiempo en ese terreno o incuso aplaudir a rabiar como si hubiese asistido a la representación teatral más emocionante de todas las compuestas hasta ese momento.
No obstante, sus amagos en eso se quedaron y en cambio, se dirigió con paso presto y veloz hacia la mesa que estaba situada junto a la ventana; tal y como había pensado desde que entró en la estancia.
-          Esta será nuestra mesa – repitió Henry, cuando vio que la camarera Lucy había hecho caso omiso de las palabras de Sarah pero que de manera “misteriosa” obedecía todas y cada una de las palabras que él decía, aunque fuesen las mismas que las de ella y antes de que les preguntase qué era lo que querían beber y comer (comenzando seguramente por él) decidió hacerla esperar y recalcarle que no había venido solo y que por tanto, no estaba interesado en los condimentos extra que se ofrecían allí arrastrando la Sarah para permitirle que se sentara antes y frente a él además de estirarle y colocarle la servilleta por encima de los muslos.
Justo después se sentó él y la situación se repitió cuando llegó el turno de pedir bebidas y comidas. Solo le preguntó a él e ignoró a Sarah; lo cual le exasperó sobremanera y por tanto, no le quedó más remedio que volver a preguntarle para que le hiciese caso de una buena vez y por todas en la situación.
-          ¿Tú qué quieres? – le preguntó directamente interrumpiendo el más que seguro discurso que tenía aprendido de memorieta la camarera.
-          Chocolate caliente – dijo con una sonrisa de anticipación ante el placer y el disfrute que le provocaría saborearlo de antemano. – Y de comer… croissants…de chocolate – añadió. – Y trae también mermelada de fresa – agregó de manera precipitada.
-          Y para mí un café con leche y… unas anchoas – respondió él.
-          De acuerdo – dijo una sonriente camarera Lucy antes de darse a vuelta.
-          Lucy – la llamó Henry cuando ésta llevaba recorrido la mitad del camino; provocando que se girase. – Trae primero lo de la señorita – añadió y ordenó, bastante seguro de que se le “olvidaría” o “equivocaría” de manera fortuita precisamente lo que Sarah había pedido.
Una vez servidos y solo cuando Sarah estuvo de que nadie les molestaría y escucharía, habló:
-          Eres médico – aseguró.
-          Licenciado en medicina – le corrigió él divertido, sabiendo que dicha corrección y aclaración era innecesaria.
-          Pero para ser licenciado… - inició confusa. – Christian dijo en el parque que… - añadió. - ¿Cómo? – preguntó, tan confusa que tenía fruncido en ceño y no era consciente de ello.
-          Ya te dije que Cristian tiene razón en todo lo que dijo en Saint James – le recordó. – Y la respuesta a tu cómo es bastante simple en realidad, no me licencié en medicina en Gran Bretaña – añadió. – Sé puedes hacer muchas cosas durante el tiempo libre que te deja el haber desertado del ejército – comentó, comiendo una anchoa de una sola, cogiéndola con los dedos vez sin masticar.
“¿Dónde te graduaste entonces?” se preguntó Sarah, “¿Por qué desertaste del ejército siendo hijo de militar como eres?” añadió, curiosa.
-          Sin embargo – dijo Henry tras chuparse los dedos y limpiarse en una servilleta. – La pregunta aquí es ¿cómo sabes tú de medicina? – le preguntó. – Te creía el perrito faldero de Pitágoras – añadió, ahora confuso.
-          Soy la ayudante de Christian – respondió y replicó ella con orgullo. – Sin embargo, también me gusta hacer otra serie de actividades donde é no esté implicado – explicó. – Y me gusta la medicina – añadió. – Mucho – recalcó. – Sin embargo, soy una mujer y debido a mi condición sexual no se me da la oportunidad de empezar mis estudios, abandonarlos y después concluirlos otra vez – dejó caer.
-          Touché – dijo él mientras le brindaba una anchoa antes de comérsela.
Sin embargo, Sarah se sintió bastante mal por el último comentario, dado que apenas conocía esbozos de su versión de los hechos como para juzgarle como culpable de antemano como todos parecían haber hecho, así que volvió a decir con tono de arrepentimiento:
-          Siempre me ha gustado cuidar de los demás, especialmente de las que están enfermas - El doctor Phillips se hizo eco de esto gracias a Miss Anchor; quien le informó de todo cuando estuve con ella en sus ataques de gota y decidió llevarme con él en algunas de sus consultas, sobre todo en las de alumbramientos, primero para calmar y tranquilizar a la paciente y poco a poco gracias a la dureza de George con ellas, para acabar ejerciendo de su ayudante – explicó.
-          Fíjate que no te hacía una chica de ciencias… - dijo, gratamente sorprendido.
-          ¡Oh! – exclamó riendo. – No te equivoques – le advirtió. – Me gusta la medicina pero lo que realmente me apasiona es escribir – aseguró.
-          No das esa impresión desde fuera – dijo, señalándola con el tenedor. – De hecho, apostaría todas mis ganancias de un año como boxeador a que tu decisión de ser cronista, periodista o como te quieras llamar está bastante influenciada por la presencia a tu alrededor de Pitágoras y que lo que realmente elegirías si te dieran la posibilidad de escoger sería médico – añadió.
-          ¿Te llamas Honorius? – le preguntó ella cambiando de tema, algo molesta porque había algo de razón en sus palabras.
Era cierto que al principio la motivación que la llevó a querer ser cronista y periodista era porque tenía la falsa impresión y experiencia de que si aceptaba un empleo de este tipo, podría estar más tiempo junto y a solas con Christian.
Un razonamiento completamente equivocado, visto ahora.
Pero eso había sido en aquel entonces.
“Ya no” dijo con firmeza mentalmente y apretando su mandíbula involuntariamente.”Y la medicina solo me gusta por diversión” añadió enfurruñada.
-          Tema incómodo – dijo. – Muy bien, no hablaré más sobre él – añadió, con conformidad. – Sí, me llamaba Honorius… – explicó con un suspiro. – Hasta que mi padre me quitó y tachó mi nombre del libro del censo parroquial – añadió.
-          ¿Se puede hacer eso? – preguntó, sorprendida por la revelación.
-          Soy la prueba viviente de ello – dijo, señalándose con la mano extendida.
Henry esperó otra ronda de interminables preguntas que le dejasen exhausto también de forma mental. Sin embargo, ésta nunca llegó y con dicho comportamiento confirmó sus sospechas acerca de su vena periodística: es decir, ninguna.
-          Agradece que te dedicas a la crónica porque si te dedicases a ejercer como periodista investigadora o entrevistadora…me temo que ya estarías despedida – explicó, causando estupor en Sarah. – Mira Segismunda esto es lo que vamos a hacer: yo te relataré toda mi apasionante historia para que compares ambas versiones y decidas cuál es la que te gusta más – añadió. – Eso sí, mientras lo hago eres libre para preguntar o comentar acerca de lo que desees – explicó. – Con tacto – aclaró. – Porque eres la primera persona que no es familia a quien voy a revelarle esto – le anunció.
Y Sarah se quedó muda e incapaz de dejar de mirarle, abrumada ante el recibimiento de tan dudoso “honor”.
 Incluso dejó de lado de dulces.
No supo muy bien por qué pero le daba la extraña sensación de que la historia que iba a escuchar no le resultaría agradable e incluso podría revolverle las tripas.
Era mejor prevenir que curar y hoy, nunca mejor dicho.
-          No sé realmente en qué momento comencé a sacar de quicio a los que tenía a mi alrededor, pero lo hago por costumbre y muy especialmente con las personas a las que quiero y me caen bien , pero lo hago y es un problema – explicó. – Fui a la universidad antes que el resto de mis hermanos, bien fuera porque aprendí antes que ellos latín y griego en altos niveles académicos o por cualquier otro motivo – añadió. – La cuestión es que de un momento a otro me vi informado de que debía marcharme de casa para estudiar medicina, unos estudios elegidos por mi padre y no por mí – aclaró. – Y me rebelé – apostilló. – Creo que ahí fue la primera vez que estuve en serio riesgo de ser desposeído de mi segundo nombre porque en vez de seguir la tradición familiar de irme a estudiar a Cambridge[2], escogí Saint Andrews[3] en Escocia como el lugar donde desarrollar mis estudios superiores – le dijo. – Imagina la escena: un niñato enclenque y un año, hijo de nobles y para más inri de la mismísima capital británica – le dijo, poniéndola en antecedentes. - ¿Quieres saber dónde empecé a saber pelear, Park? – le preguntó con ironía. – Sin embargo, como ya te dije la medicina no era algo que me entusiasmaba en su momento y aunque asistía a la inmensa mayoría de las clases, sobre todo cuando descubrí hasta donde podía llegar la alargada sombra de lord Harper y en cuanto me enteré de que había estallado la guerra contra Napoleón, fui de los primeros en apuntarme. No solo porque así me libraba de los estudios, sino porque el francés nunca se me dio bien del todo y vislumbré de forma errónea que el ejército podía ser la mejor manera de alcanzar la fama y la gloria a ojos de mi padre y que me dejara no estudiar medicina nunca más – comentó. – Craso error – añadió, para sí, aunque Sarah también lo escuchó. – Mi estancia y participación directa en el ejército fu escasa y breve, tanto como que concluyó en la batalla del cabo de Ortegal; la cual se produjo el cuatro de noviembre de 1807[4] – anunció.
Sarah miró con extrañeza a Henry tras escuchar las fechas en las cuales abandonó el ejército. 1807. Sabía que Henry era el hermano gemelo de Rosamund y que ésta tenía la misma edad que Penélope porque habían nacido ambas en 1790. Así que echando cuentas y realizando cálculos matemáticos simples… Henry tenía diecisiete cuando participó en esa batalla.
¿Diecisiete años?
¡Imposible!
¡Era demasiado joven!
¿Cómo le habían permitido alistarse? ¿Tan desesperados y faltos de hombres estaban?
-          Pero… tú en 1806 tenías diecisiete años… ¿cómo dejaron que te unieras a su ejército? – preguntó, incrédula.
-          Porque a los dieciséis parecía más mayor y…porque obviamente mentí en mi edad – explicó. – Aunque creo que acabaron dándose cuenta por mis comportamientos inmaduros y porque mi juventud destacaba entre tanto hombre maduro – confesó. – Además, mi hermano Junior también estaba alistado en el ejército y era aún más joven que yo – apostilló.
-          ¿Por qué precisamente dejaste el ejército en esa batalla? – preguntó ella.
-          Porque ganamos a los franceses – respondió.
-          ¿Ganasteis? – preguntó ella y Henry asintió. - ¿No es eso un motivo de celebración? – volvió a preguntar, recibiendo un nuevo asentimiento por parte de Henry. – Entonces no entiendo nada – concluyó.
-          Precisamente fue nuestra victoria la que me obligó a hacerlo – dijo. – Verás, fue una victoria naval muy importante para las tropas británicas, dado que les causamos setecientas cincuenta bajas entre muertos y heridos frente a tan solo veinticuatro nuestras. Además, capturamos sus cuatro navíos participantes y los llevamos a Plymouth, donde desarbolamos dos y los otros dos los rebautizamos y los incorporamos a nuestra propia armada naval[5] – explicó.
-          ¿Y? – preguntó Sarah, aún sin entender los motivos por los cuales abandonó su participación en el ejército.
-          ¿Sabes dónde está Ortegal? – le preguntó Henry y ella se encogió de hombros porque lo desconocía. – En el noroeste de la península Ibérica. En Galicia concretamente – explicó.
-          ¿Sabes español entonces? – le preguntó Sarah, sorprendida porque le creía más un bruto que un erudito de los idiomas.
-          Nociones básicas para defenderme sin sufrir vergüenza pública – respondió. – Como bien te he dicho, nuestra victoria fue naval – continuó. – Naval – repitió y recalcó. - ¿Sabes qué significa eso? – le preguntó. Sarah iba a responderle que era que no se había producido en tierra, pero le parecía una respuesta tan obvia y simple que prefirió callarse. - ¿Sabes de qué se compone un ejército? – reformuló la pregunta. Pero no dio tiempo a su respuesta, porque lo hizo él mismo: - Sé muy bien que vas a decirme de tropas, lo cual es cierto. Sin embargo, a esas tropas les acompañan un grupo bastante numeroso de personas encargadas de su avituallamiento…en todos los aspectos y facetas de su vida cotidiana – concluyó.
-          ¿Estás hablando de…? – preguntó, incapaz de creer lo que su mente había propuesto como final a su pregunta.
-          Sí, hablo de hombres encargados de nuestra comida y bebida y sobre todo, de mujeres – explicó. – Muy bien Park, te he visto muy perspicaz y atenta en mi explicación – la felicitó, y Sarah no supo si sentirse orgullosa o no. – No obstante, y pese a que el tamaño de nuestras fragatas era bastante considerable, nos vimos obligados a prescindir de nuestro acompañamiento. Suma eso a que desde antes de la batalla de Trafalgar[6] las tropas no habían tenido contacto íntimo con una mujer para que se produjera la situación por la cual abandoné mi participación voluntaria en el ejército – explicó. – Verás, como ya te he dicho, los navíos franceses iban a ser llevados a Plymouth[7] y sería allí desde donde también partiría una nueva remesa de apoyo y abastecimiento para el ejército naval – añadió. – Cambia esa cara encanto, que puede que Plymouth se haya hecho famosa por sus puritanismo[8], pero te aseguro que esa ciudad tiene bastante poco de puritana – dijo. Henry suspiró antes de decir: - Con todo esto, lo que te quiero decir que cuando a los hombres los dominan las pulsiones e impulsos, sean de tipo que sean, de nada vale que tengan que esperar mínimamente. Quieren algo y lo quieren en ese momento. Y por eso, partimos raudos a atracar en la costa española queriendo el destino, la providencia o alguna paradoja cruel que el primer pueblo que hallamos se llamase Cariño porque precisamente el hallazgo de “cariño” era la razón y el motivo por el que nos hallábamos allí – explicó.
-          ¿Y al pueblo de Cariño le pareció bien? – preguntó ella, enfadada ante el comportamiento de las tropas de la armada británica.
-          ¿Tú qué crees? – le preguntó. - ¿A ti te parecería bien que de repente y de un día para otro viniera alguien de fuera exigiendo que le alimentes y le des beber además de que le proporciones mujeres y si no lo hacías lo hicieran por la fuerza? – le preguntó. – No, Park, obviamente no se les pareció bien – explicó, negando con la cabeza.
-          ¿Y qué hicieron? – preguntó ella.
-          Intentaron defenderse como buenamente pudieron, pero las tropas alegaron el derecho de pernada[9] y de abastecimiento alegando que eran héroes y sobre todo, declarándoles perdedores por haber apoyado a Francia en la contienda. Además, que a falta de alguna autoridad política de mayor rango, los almirantes y capitanes eran los jefes a cargo y animaban practicando con el ejemplo a que el resto de la flota hicieran lo mismo – respondió.
-          ¿Y las p…mujeres públicas de Cariño dieron abasto para tanto oficial del ejército? – preguntó, ahora sí que sorprendida de manera mayúscula.
-          Aunque hubo alguna tan voraz como Mesalina[10], no – explicó.
-          ¿Y entonces qué hicieron? – preguntó, mientras un escalofrío le recorrió la espalda.
-          Fácil, Park: recurrieron al resto de mujeres del pueblo – respondió, apretando la mandíbula.
-          ¿Quieres decir que…? – preguntó, incapaz de concluir la pregunta al empatizar inmediatamente con las mujeres españolas de esa población.
-          ¿Qué las violaron? – preguntó él, concluyendo su pregunta inacabada. – Sí Park, los hombres violaron a toda aquella mujer que pasó por delante de sus narices sin importarles edad o condición social – añadió. – Era mucho más importante satisfacer sus apetitos carnales – concluyó, asqueado.
-          ¿Por eso dejaste el ejército? – preguntó ella mirándole con recelo, aunque mantenía algo de esperanza en su mirada porque no quería creer que él también hubiera participado en tan salvaje, denigrante y dolorosa acción.
-          Algo así – dijo él, callándose un instante tras eso.
Y cuando Sarah pensaba que ahí se quedaría su escueta explicación, Henry volvió a hablar. Sin embargo, lo hizo de manera diferente a como había mantenido la conversación ella la conversación hasta ese momento. Se negó a mirarla a la cara.
En su lugar, miraba hacia el infinito. En una señal clara e inequívoca que estaba recordando todo lo que sucedió en aquel noviembre de tanto tiempo atrás.
-          No sé exactamente cuántas mujeres fueron violadas porque en lugar de salir a beber y comer de inicio, yo preferí dormir en el barco. Por eso, para cuando yo me incorporé y aparecí en el pueblo el infierno ya se había desatado allí. – dijo. –Mis ojos no eran capaces de acostumbrarse a la cantidad de destrozos que habíamos provocado sin ningún motivo aparente y mi cerebro era incapaz de asimilar tal cantidad de información negativa de forma tan repentina. En ese momento, entendí por qué hombres y sobre todos mujeres se alejaron llorando y mirándome horrorizados mientras gritaban improperios cuando me vieron aparecer adormilado y por caminando de forma tambaleante en el pueblo: porque probablemente hubieran sido dejados en la ruina más total y completa y porque las mujeres de sus familias hubieran sido violadas en numerosas ocasiones – añadió, esta vez sí mirándole a la cara. Un instante fugaz porque nuevamente, se abstrajo de todo lo que había a su alrededor para continuar con su relato: - Ignorante e inmaduro de mí, fui corriendo a buscar al capitán de ni navío; el Namur, para informarle de todas las tropelías que estábamos cometiendo. Ahí fue cuando lo vi. O más bien, primero lo escuché – anunció. – Gritos de desesperación de varias mujeres pidiendo ayuda. Rápidamente éstos atrajeron mi atención y cambié el rumbo y dirección de mi carrera para dirigirme al lugar de dónde provenían. Durante todo el trayecto, no dejé de escucharlo y a más los oía, más me taladraban la cabeza y ahondaban dentro de mí. Además, a esos pronto escuché sollozos y lamentos femeninos y masculinos, así como golpes y consecuentes maldiciones y gritos de dolor. Cada uno de esos golpes, lo sentía como si me los estuvieran dando a mí y esos gritos de dolor y de desesperación, los sentía como si los realizara algún miembro de mi propia familia. Aceleré mi carrera, creo que nunca he corrido tan rápido como en esa ocasión en mi vida, hasta que por fin llegué a un descampado y vi la dantesca escena:
En un descampado al final del pueblo estaban a la izquierda, agrupados una mujer madura arrodillada, llorosa y suplicante que clamaba por su humanidad y su simpatía y un par de hombres: uno maduro, algo más mayor que la mujer; el cual presupuse que era su marido y uno más joven, los cuales estaban siendo contenidos por varios oficiales del ejército.
No obstante, lo que realmente captó mi atención fue lo que estaba ocurriendo, o más bien iba a suceder en la parte izquierda de la misma. En dicha zona había un par de chicas jóvenes desnudas, golpeadas de forma salvaje, llorosas, sangrantes e incluso quemadas en algunas partes de sus anatomía que no querrías saber que también pedían por favor tartamudeando y tiritando del frío que no les hiciera nada. Estaba claro lo que iba a suceder: iban a ser violadas – anunció con horror, provocando que Sarah contuviera un grito y se tapase la boca con la mano para evitar emitir cualquier sonido que provocase que el resto de asistentes (cuyo número se había multiplicado sin que ella fuese consciente) los convirtieran en el centro de sus atenciones. – Lo cierto es que había sido afortunado porque durante mi carrera no había sido testigo de ninguna, aunque tampoco hizo falta mucha imaginación por mi parte para ser consciente de que podía estar sucediendo perfectamente. Sin embargo, lo que no esperaba de ninguna de las maneras era que fuese a ser testigo directo del inicio de una. Y múltiple además – enfatizó. – De hecho, no lo fui entonces y si está en mi mano, no lo seré jamás porque simplemente no pensé y actué – explicó, volviéndola a mirar nuevamente a los ojos durante otro breve lapso de tiempo porque cuando volvió a abrir la boca y aunque en teoría la estaba mirando, Sarah sabía y era consciente del todo de que su mirada volvía a estar ausente: -  No sé muy bien qué me motivó más a hacer lo que hice; quizás fue el nombre de Honorius, que entonces dominaba y regía mi vida del todo por aquel entonces o quizás fue la empatía de imaginarme ver a Rosie en aquella situación tan indefensa y desvalida, pero lo hice. Me abalancé sobre el salvaje que iba a violarla y comencé a golpearle puños y patadas con toda la rabia y furia que tan injusta situación me provocaba, para distraerlo y dar la oportunidad a las chicas de huir. Una de ellas, la menos perturbada y afectada por la situación, fue rápidamente consciente de mis intenciones y me obedeció sin ni siquiera ser necesarias palabras entre ambos pero la otra reaccionó tarde y mal y fue capturada por uno de los oficiales que contenía a sus familiares – explicó. – Contento por haber conseguido mi objetivo a medias, continué golpeando al hombre quien, pese a ser mayor también entendía de boxeo y lucha cuerpo a cuerpo hasta que me llevé la terrorífica y más rotunda sorpresa de mi vida cuando descubrí la identidad de la persona a quien me enfrentaba: ni más ni menos que a Lawrence Halsted[11]; el capitán al que me empeñé en buscar con tanto ahínco para informarle de la situación rió, sarcástico. – Y ahí comenzó mi declive en la lucha. Devastado, desganado y bastante afectado por tal descubrimiento, me di por vencido y me rendí, dejando y convirtiéndome yo en la persona en la que descargar toda la frustración y el conjunto de pensamientos y sentimientos negativos; cosa que hizo te lo aseguro – aseguró, volviendo en sí. – Me dio la paliza más grande de todas las que había sufrido en mi vida – añadió. – Puedes creerme cuando te digo que he recibido bastantes de mis hermanos mayores y sobre todo, por mi padre y su empeño en darnos una educación estrictamente espartana y militar – aseguró. – No obstante, debido a sus años y su experiencia, no me dejó inconsciente. Al contrario, se aseguró personalmente de no hacerlo para que, amoratado, atontado y sangrante por todo el cuerpo pero muy especialmente en el rostro, fuese espectador privilegiado del acto de salvajismo más extremo que he observado nunca: cegado por la ira y frustrado al no poder ver cumplido su deseo, se dirigió hacia la otra chica; quien se retorcía ante el agarre del oficial y mirándola con lascivia y desprecio, le ató las muñecas y los tobillos antes de atarla con otra cuerda a la altura del ombligo al tronco de un árbol. Acto seguido, cogió una de la alabarda rota de los oficiales en el enfrentamiento contra alguno de los dos hombres y la hundió desde el centro de su vagina hasta que la punta fue visible desde la boca de la chica – explicó, avergonzado. – Esta primera vez ya fue mortal para la chica, a quien ni siquiera dio tiempo de gritar de tan inesperada como fue su acción. El silencio se instaló en el descampado y ni siquiera el viento se atrevió a agitar las ramas o las copas de los árboles del estupor ante el horror de dicha acción. Tampoco lo hicieron los familiares allí presentes, impactados ante tal salvajismo y falta de humanidad. Los gritos vinieron cuando el capitán Halsted repitió la acción una, dos y hasta tres veces más, asegurándose totalmente de que la chica estuviese muerta – dijo, sombrío. – Solo después, sacó la alabarda de su interior, sacó los restos de algunos órganos y tejidos que habían permanecido en el asta de madera  y la arrojó ensangrentada a mi lado antes de decirme que la muerte de esta chica había sido solo culpa mía y que por tanto, siempre caería y estaría sobre mi conciencia – añadió. – Acto seguido, llamó a sus muchachos y desapareció ante mis ojos sin volver la vista atrás. Momento en que aprovecharon los familiares para acercarse a ella y cerciorarse de su muerte. Tras hacerlo, la madre mirándome con agradecimiento y los ojos empapados por las lágrimas se volvió hacia mí y quiso acercarse para curar en algo mis heridas y aliviar mi dolor pero los detuve. No quería ser el responsable de la muerte de otro inocente y por eso, con las últimas fuerzas que me quedaban moví la mano de manera imperceptible y les indiqué que se apartasen de mí y me abandonaran y dejaran allí solo. Ese fue mi último pensamiento antes de cerrar los ojos y tener el convencimiento casi seguro de que moriría – concluyó.
-          Dios mío, Henry… - dijo Sarah mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Éste, al verla así, le ofreció su pañuelo. - ¿Cómo? ¿Cómo? – se preguntó, odiando al capitán pese a no conocerle por ser tan inhumano. – Eres un…- añadió intentando tocar su mano y apretársela para confortarle y ofrecerle su apoyo.
-          No lo digas Park, porque no lo soy – le interrumpió, retirando la mano con inseguridad. – Solo soy un hombre que actuó con raciocinio dentro del salvajismo y animalismo con el que actuó un grupo de “personas” – añadió. - ¡Y mira el resultado! – exclamó, despreciándose a sí mismo. - ¿Entiendes ahora por qué quise desvincularme del ejército? – preguntó. Sarah asintió. – Lamentablemente, mi desvinculación no fue total porque en contra de mis deseos, no morí de la paliza que me propinó el capitán – anunció. – La vez siguiente que recuperé la consciencia y entiende recuperación de consciencia como la vez en que abrí los ojos, pues nunca me introduje del todo en el mundo de la inconsciencia, fue forzosa porque me despertaron arrojándome agua fría. Desubicado y aún adormilado, sentí frío repentinamente y por ello, tirité. Ahí fue cuando me di cuenta de que estaba vestido únicamente con las calzas y fui consciente con este gesto tan sutil que había sido desposeído de mi cargo de oficial en el ejército. No obstante, mostraron algo de piedad y compasión hacia mi persona cuando descubrí un montón de ropa apilado a un metro escaso de mi persona. Tuvieron la suficiente delicadez y consideración como para robárselas a uno de los hombres que habían matado y entregármela – dijo, con acritud. – Solo cuando me moví milimétricamente, descubrí que me dolía todo el cuerpo. Me dolía tanto y en tantas partes que el mero hecho de mover los brazos y dejar caer la liviana tela de la camisa se convirtió en una verdadera tortura por el dolor tan intenso que sentí. En cuanto a los pantalones… bueno, eso fue más difícil porque básicamente tuve que rompérmelos hasta la mitad de la pantorrilla para ponérmelos porque estaba encadenado a un árbol – añadió.
-          ¿Encadenado? – preguntó Sarah enarcando ambas cejas.
-          Sí, encadenado al mismo árbol donde asesinaron a la pobre campesina española y con una cadena recién fundida y forjada, según pude comprobar por la quemadura que recorría todo el diámetro de mi tobillo y que era la causante de que me cayese al intentar ponerme de pie, de que caminase haciendo extraños movimientos para intentar hacer el dolor lo menos intenso posible, de que me mordiera los labios con tanta fuerza que me brotase la sangre y derramase lágrimas dolorosas mientras me despegaba e intentaba aumentar mínimamente la presión que la tira de cuero; la cual parecía estar incrustada ya con mi propia carne, ejercía sobre el tobillo – explicó. – Y que es esa misma la culpable de que aún hoy y transcurrido bastante tiempo de aquello sea incapaz de llevar botas debido a que continúa doliéndome – concluyó.
Sarah intentó reprimir las caras de repulsión e hizo la mayor presión posible en su estómago para no vomitar. Sin embargo, algo chocó en su mente cuando escuchó lo de las botas porque ella había visto a Henry con botas. De hecho, boxeaba con ellas.
¿Sería posible que la estuviera engañando y se hubiera inventado toda esa historia para ganarse su simpatía?
Inevitablemente y, de forma disimulada llevó sus ojos hacia los pies de Henry: y efectivamente, llevaba zapatos por debajo del tobillo y unos calcetines que parecían bastante gruesos y calentitos. Aún así, no quiso quedarse con la duda.
-          Pero yo te he visto boxear con botas – replicó.
-          Porque lo exige el reglamento – respondió él. – Pero dime, ¿cuánto tiempo duran los combates en los que he participado llevando botas? – le preguntó. – Apenas algo más de diez minutos – se respondió. – Justo el tiempo que soy capaz de aguantar el dolor y que no se me note en mi manera de moverme, revelando así mi punto débil – explicó.
“Tiene sentido y es perfectamente razonable” pensó Sarah. “A partir de ahora me fijaré en el calzado que lleva para comprobar su versión” añadió con firmeza.
Henry sabía que Sarah desconfiaba de su versión de los hechos, debido sin duda a los años que hacía que conocía a Christian y a la influencia que éste había ejercido de manera imperceptible sobre ella. Por eso, no le quedó de otra que desabrocharse el botón que cerraba sus pantalones, bajarse el calcetín y mostrarle su imperfecto tobillo. Tobillo en el cual era perfectamente distinguible como la carne alrededor de esa zona se había solapado y le había dejado una cicatriz irregular, aunque redonda.
-          ¡Dios mío Henry! – exclamó Sarah, involuntariamente de forma elevada soltando varias lágrimas al verla ahí, con esa forma tan parecida a las de las correas de los perros, surcando y marcando tan perfecta piel. Sintió unas ganas enormes de tocársela, pero se contuvo pues si aún le dolía con el contacto de las botas, tampoco le resultaría muy agradable que le tocase o ejerciesen presión sobre la zona; por muy leve que fuese.
-          Te veía con cierto grado de incredulidad – dijo simplemente. – Espero que mis pruebas te hayan convencido – añadió, dolido. – En cuanto fueron conscientes de que me había despertado, avisaron al capitán; quien me recibió abofeteándome de manera tan fuerte e inesperada que me abrió algunas de las pocas heridas que habían cicatrizado en mi rostro e hizo que escupiera sangre – continuó. – Él mismo fue el encargado de comunicarme que había perdido mi cargo en el ejército para ocupar otro de características bastante distintas. A partir de ese día sería considerado como la última mierda del batallón y como el bufón y entretenimiento del mismo – explicó. – O para que tú me entiendas, su saco de boxeo para cuando se aburrieran de violar y destrozar todo lo que tenían e iban encontrando a su paso – concluyó. – Durante meses, dado que no se quedó solo en Cariño o ni siquiera en el País Vasco, lugar donde atracó el barco de aprovisionamiento sufrí escupitajos, meados y demás mierdas varias además de humillaciones y vejaciones físicas y psíquicas – le dijo. – Por suerte para mí, no les dio por experimentar sexualmente conmigo y la introducción de instrumentos diversos a través de mi culo ni había ningún soldado que se sentía atraído o le picaba la curiosidad sobre sexualidad masculina porque si no estoy completamente convencido de que también hubiera sido violado – le aseguró. – Además de eso, me veía obligado a pelear cojo y débil si quería conseguir algo que llevarme a la boca a diario con todo aquel soldado que se pusiera por delante como mi oponente – añadió. – Sin embargo, y aunque maldije enormemente mi mala suerte en aquel entonces, saqué varias cosas buenas de todo aquello: conseguí hacerme más fuerte tanto física, pues aprendí varias cosas que aún hoy aplico a mi forma de boxear como psíquicamente ya que, en ningún momento desfallecí ni bajé el amor propio que siento hacia mi persona – explicó.
“Pues a mí no me parece que te quieras mucho” pensó Sarah para sí,
-          Y además, descubrí que sabía mucho más de medicina de lo que pensaba en un momento ya que, pese a la escasez de mis recursos y gracias a las hierbas que me iba encontrando por el camino o que me dejaban los aldeanos que sentían compasión y lástima de mí al verme encadenado tras el caballo del capitán de manera “fortuita”, podía curarme bien entrada la noche la quemadura de la pierna y evitar que se me infectara por los cataplasmas que me hacía – añadió. – Ahí fue, aunque influido bastante por el acontecimiento de la chica gallega cuando tomé la firme decisión de convertirme en médico y salvar tantas vidas como me fuera posible, para compensar las barbaridades que el grupo de soldados había cometido en la guerra – afirmó, con rotundidad y Sarah no pudo si no admirarle por tomar tan valiente y honrosa decisión. – Sin embargo, la paciencia tiene un límite y la mía, como la de todo el mundo llegó a su fin cuando recibí otra de las inmemoriales palizas del señor capitán cuando perdió al ajedrez – explicó. – Esta vez con fusta incluida – apostilló. – Y por eso, decidí escapara para sobrevivir y tener alguna oportunidad real de convertirme en médico – añadió. – Quizás fuese la providencia; quien se compadeció de mi sufrimiento, o quizás el destino. O puede que incluso la buena suerte que me lo otorgó como regalo de cumpleaños pero, mi oportunidad de escapar llegó y se produjo en la batalla de Dresde, el 27 de agosto de 1813 – explicó. – En teoría, las tropas inglesas no tendrían que haber estado allí, pero mi capitán desoyó órdenes y sus soldados, ciegos y fanáticos por nuestro carismático líder le siguieron en su alocada participación en el conflicto; con la consecuente victoria para el bando francés – añadió. – Ahí fue cuando, aproveché el agreste paisaje sajón y la confusión en cuanto al número de bajas entre los perdedores para huir corriendo lo más rápido posible que mis debilitadas y faltas de ejercicio piernas me permitieron y me interné en el bosque con la cadena que marcaba mi condición de intocable[12] y maldito a rastras – concluyó. – Obviamente, fue de lo primero que me deshice al encontrar al herrero más cercano. Un herrero que, confundiendo mi aspecto físico con el de un oriundo de la zona, me quitó la cadena sin pedirme nada a cambio; cosa que agradecí, pues en aquel momento apenas sabía una palabra de los distintos dialectos de los distintos reinos que conforman esa zona de Centroeuropa – dijo, aliviado. – Una vez deshecho del principal obstáculo que me impedía moverme con total libertad, volví a internarme en el bosque con la firme intención de llegar a Leipzig, la ciudad con la mejor facultad de medicina de la zona, para ocultarme como un estudiante más – añadió. – Sin embargo, el invierno no es la mejor estación para realizar una internada exploratoria de la flora de la zona, especialmente cuando no se tiene ni idea de geografía o distancia entre la ciudad de destino y la de origen. – En otras palabras, me perdí y un camino que en teoría debía haber recorrido a lo sumo sin cansarme en cinco jornadas, se convirtieron en varios meses que estuvieron a punto de dejarme exhausto y esa vez sí, mucho más cercano de la muerte que con las palizas del ejército ya que apenas había nada que comer y en contadas ocasiones encontraba agua que no estuviese congelada. ¡Anda que no me quejé veces durante el camino ni evoqué a las tropas romanas de la batalla de Teutoburgo[13], masacradas gracias a los bosques de la zona! – exclamó. – Sin embargo, y debido de nuevo a una nueva jugada favorable del destino, conseguí llegar a Lepizig en unas buenas condiciones e incluso conseguir un más que cómodo, confortable y lujoso alojamiento – explicó. – Y tras varios meses de recuperación y restablecimiento total, conseguí el dinero y los medios suficientes como para matricularme en la facultad de medicina – le relató. – Podría parecer que mi destino había cambiado y girado hacia el final feliz, pero nada de eso. Éste tiene algo en contra mía que me impide ser feliz completamente y por ello, desde mi llegada me granjeé el odio de mis compañeros, los cuales me insultaban y metían conmigo no solo por haberme saltado varios años de clases hasta situarme en el último, pese a que no tenía la edad suficiente, aunque gracias a la guerra sí los conocimientos y sobre todo, cuando descubrieron que era británico. – Desde ese momento fui acusado, chivo expiatorio y declarado públicamente culpable de ser el causante de que Prusia entrara en el conflicto de las guerras napoleónicas. Obviamente, dichas acusaciones iban acompañadas de intentos de golpes, a los cuales yo respondía de manera rápida e intensa, pues mi fuerza, velocidad y capacidad de reflejos se habían visto sorprendentemente incrementados gracias a las peleas en el ejército – explicó. – En dichas peculiares y extrañas circunstancias fue como conocí a Albert – contó. – O más bien, como lord Albert Branfort, el hijo de lord Chesterfield hizo su acto de aparición y presentación ante mí – rectificó.
-          ¿Albert es noble? – preguntó Sarah boquiabierta.
-          No solo eso, sino que además estaba estudiando allí motu proprio Teología – explicó, asintiendo ante la incredulidad absoluta de Sarah.
-          ¿Qué Albert es teólogo? – estuvo a punto de gritar, con los ojos fuera de sus órbitas. Henry asintió. – No me gustaría ser una de sus feligresas – añadió Sarah, reprobando la elección de los estudios universitarios de dicho peculiar personaje.
-          Albert vio cómo peleaba y ganaba y se ofreció a buscarme combates donde me pagarían por hacer eso mismo que estaba haciendo con medio campus universitario, a cambio de un mínimo porcentaje del dinero que sacase por la venta de entradas y las apuestas que circularían en torno a mí – explicó. – Fue la primera persona que se acercó a mí con amabilidad y simpatía, sin denigrarme de ninguna manera y sin buscar algún beneficio o placer físico de mí y por eso, lo convertí en mi mejor amigo – explicó. – Nuestra amistad dura desde entonces – explicó, aunque era innecesario, pues la propia lógica hacía que Sarah lo presupusiese
-          Lo que no entiendo es cómo tu padre te tachó tu segundo nombre – dijo ella.
-          Comenzó a sospechar algo de mi huida gracias a algunos comentarios de los oficiales que me tenían como principal personaje – explicó. – Sus sospechas se vieron confirmadas cuando, al contrario que el resto de nobles que habían participado en la contienda, no regresé al hogar familiar cuando la victoria de la Alianza donde se incluía nuestro país era ya un hecho – añadió.- Aunque le quedó un resquicio de confianza y esperanza pensando que me había quedado para participar en la batalla de Waterloo[14]. No obstante, éstas desaparecieron cuando regresé bien entrado el mes de octubre y sin pena ni gloria bien a inicios del mes de octubre de 1815 – agregó. – Y sin duda, el golpe final vino de manos del capitán Halsted; quien aparte de ser uno de los mejores y más íntimos amigos de mi padre, su obsesión, odio e inquina hacia mí no se habían enfriado o desaparecido son el tiempo, sino que éstos se habían incrementado sobre todo desde mi huida en Dresde – agregó. – Un dato desconocido, que él se encargó de desvelar de manera pública delante de la familia y de algunos de los más altos cargos políticos y militares de toda Gran Bretaña, presentando pruebas que lo conformaban y refutaban, tales como mi expediente, cobrándose con esto su venganza final,  humillándome y haciéndome desaparecer de manera total socialmente hablando a ojos de mi padre – concluyó.
-          ¿Tu padre te expulsó de casa y te quitó tu nombre delante de toda esa gente? – preguntó realmente enfadada.
-          ¿Y darle esa satisfacción? – preguntó él. - ¡No! – exclamó. – No, no, no, no, no, no – añadió y repitió mientras realizaba gestos de negación con la cabeza para enfatizar y aportar credibilidad a su argumento. – Además, de que a mi padre nunca le han gustado ni los escándalos ni dar la nota en público, así que esperó  a que todos los invitados se fueran y mis hermanos se fueran a sus respectivas habitaciones o a conocer cómo cambian las calles de Londres a horas intempestivas para hacerme pasar a su despacho y allí mantener una “agradable conversación donde pudo despacharse conmigo a gusto y decirme todo lo que pensaba acerca de mí – Confieso que todos y cada uno de los golpes, malas palabras e insultos que recibí durante mi estancia en el ejército y en la universidad de Leipzig me dolieron, pero ni la más mínima parte de lo que me pudieron doler las palabras que me dijo mi padre antes de anunciarme que por su parte ya no pertenecía a la familia Harper más y tachaba mi segundo nombre. - El que nos puso él expresamente – recalcó. - Del libro donde nos tenía a todos anotados – concluyó. – Ahí sí lloré – explicó.
-          ¿Por qué no le explicaste lo que acabas de contarme a mí? – preguntó ella, enfadada.
-          Cuando lo más bonito y suave que te dice un padre es que merecías haber estado muerto en la guerra ante tan vil acto de cobardía, desobediencia y deshonor familiar… poco puedes decir para cambiar su opinión – explicó, aún afectado por lo dicho.
-          ¿Y no podías haber vuelto en unas fechas acordes al regreso del resto de nobles? – le preguntó, como posibilidad.
-          Tenía… tenía cosas que hacer allí – explicó titubeante.
“¿Cosas?” se preguntó ella, con cierta incredulidad. “¿Qué tipo de cosas?” añadió. Sarah maldijo su estupidez al preguntarse esas cuestiones de manera mental, cuando podía aprovechar hoy, ese momento, para preguntarle acerca de todo lo que ella quisiese pues Henry estaba especialmente comunicativo y se notaba una barbaridad su necesidad extrema e imperiosa de hablar, comunicarse y desahogarse sobre este tema en particular.
Iba a hacerlo, cuando Henry le hizo una pregunta/proposición que provocó que perdiera completamente el hilo de la conversación que hasta ese momento habían mantenido.
-          ¿Y bien? – le preguntó. – Park, te conozco y sé que hay algo que te mueres por conocer acerca de mí pero que tu prudencia y tu buena educación te lo han impedido hasta ahora – añadió, viendo el gesto de desentendimiento que tenía en el rostro ella en ese momento. – Creo que con lo que te he contado hoy te he dado la suficiente confianza como para que me lo preguntes sin tapujos, así que por favor, hazlo – dijo.
Sarah seguía sin entender muy bien las palabras de Henry al respecto, aunque entonces recordó las palabras que éste le había dicho a lo largo de su extensa, ilustrativa y bastante relativa conversación; que Christian había dicho la verdad en toda su versión.
Y hasta lo de ahora era completamente cierto, aunque con bastantes, enormes y serios matices por falta de información.
No obstante había un tema de todos los que mencionó el día de Saint James Park que aún no habían tocado: el referente a su prostitución.
¿Realmente pensaba que iba a preguntarle acerca de algo así? ¿Ella? ¿En tan poca estima y consideración la tenía como para creer que sería ella quien le preguntara por otra más que probable dura etapa en su vida después de todo lo que le había revelado hoy? ¿Es que no tenía suficiente ya?
-          Veo que te vas acercando – anunció, sonriendo con enorme satisfacción. – Tu cara de reprobación y de disgusto se va pareciendo enormemente a la que me había imaginado que pondrías cuando llegases a la conclusión del tema de mi prostitución – añadió. – Porque sí, Soledad, yo he ejercido la prostitución – repitió. – Pero antes de que salgas corriendo, me odies y me repugnes de por vida, me gustaría preguntarte una cosa que quizás pueda ayudarte a comprender mejor esta parte de mi vida: ¿qué estarías dispuesta a hacer con tal de sobrevivir? – le preguntó de manera enigmática, misteriosa y llena de acritud.
“¿Qué estaría dispuesta a hacer para sobrevivir?” se preguntó Sarah mientras pensaba muy bien cuál sería la respuesta que debía darle a Henry. Una respuesta para la cual tendría que ponerse mínimamente en su pellejo; lo cual resultó un verdadero fracaso y despropósito dado que fue incapaz. Sí, era cierto que ella había tenido una vida dura y con muchos padecimientos, pero éstos eran minucias a la hora de ser comparados con todo lo que Henry había pasado.
-          No sé… - titubeó ella, insegura. – De todo, creo – añadió.
-          Quizás haya una esperanza para ti después de todo… - dejó caer, mirándola divertido. Suspiró hondamente antes de confesar: - Severa, tengo que decirte que no he sido completamente sincero contigo en lo que a mi confesión se refiere – Estas palabras provocaron que ella lo mirase ceñuda. – He omitido a propósito cierta parte de la historia esperando a que tú me preguntaras por ella directamente – explicó. – Y por ello, te pido disculpas – dijo realmente arrepentido. – Ahora vas a escuchar la historia completas sin cortes u omisiones a propósito desde que huí de Dresde hasta que me instalé por completo en Leipzig – anunció, captando por segunda vez la completa atención de quien le escuchaba. – como bien sabes, me perdí entre la frondosa vegetación centroeuropea y dado que no era la estación más idónea para recorrer dichos caminos, pronto me vi aún más debilitado si cabe, falto de alimento y bebida. Por no hablar de que comenzó a hacer un frío de mil demonios que inmovilizaba mis piernas y provocaba el descenso de mi temperatura corporal considerablemente. Aún así, era perfectamente consciente de que debía continuar moviéndome porque en el instante en que me parase acabaría quedándome dormido y muriendo congelado. La muerte dulce, dicen – dejó caer, sonriendo. – Aunque en mi caso no sería nada dulce. Por eso mismo, no podía quedarme quieto ni un instante, aunque debido a mi estado de debilidad corporal, a más me movía más hambre y sed sentía y más me agotaba, entrando con ello en un eterno círculo vicioso. Tras aguantar a duras penas durante dos meses desnutrido, deshidratado y sin apenas resistencia, sí que creí que iba a morir abandonado como un perro y lejos del hogar familiar – confesó y a Sarah volvieron a escapársele lagrimillas de tristeza. – Pero parece ser que debo caer bien a alguien de ahí arriba o que es cierta la creencia popular de que bicho malo nunca muere porque justos pasados dos meses, caminando muerto en vida y sin ver lo que había delante de mí, caí rodando por un terraplén y aterricé en un camino de grava nevado justo antes de que pasase por allí por casualidad un carruaje del que descendió un cochero – añadió. – Ese fue el último recuerdo que tengo antes de abrir los ojos varias semanas en una cama perfectamente cómoda y confortable en la ciudad de Leipzig. En casa de la marquesa viuda de Brettenfield, según pudo informarme la propia mujer y mucho más recuperado y fuerte – Incapaz de creer mi buena suerte pensé que por fin mi sino había cambiado – añadió. - ¡Idiota! – se insultó a sí mismo en voz alta. – Vi venir al capitán y conocía a mi padre de siempre pero la marquesa resultó ser la peor de todas. - ¿Por qué te preguntarás? – le preguntó. – Porque me engaño, proporcionándome la comida, bebidas y recursos necesarios hasta que me recuperé por completo para después cobrármelo…en carne – explicó. – Cierto es que desde el primer momento noté y sentí sus miradas llenas de lascivia y deseo hacia mí – dijo. – En otras palabras, llevaba escrita la palabra SEXO en la frente – aclaró. – Lo que no me imaginé fue hasta el punto el que llegaría su obsesión hacia mí – se lamentó. – Su venganza y estrategia tan maquiavélicamente pensada comenzó en quitarme de repente sus privilegios hacia mí, explicándome qué era lo que tenía que hacer si quería conseguirlo. Obviamente, me negué en rotundo desde el principio. E incluso me planteé escapar… para ser consciente con horror después de que me había encerrado – Estaba encerrado en un palacio. Era el príncipe de la jaula de oro. O en mi caso, el marqués – apostilló, con lamento. – No obstante, nuevamente la necesidad me apretó y acabé claudicando, primero por la comida y más tarde, poco a poco por todas y cada una de las cosas que me había arrebatado, aunque por otra parte eran suyas y obviamente, no fueron mis mejores actuaciones en ese terreno – explicó. – Claro que ¿qué tipo de resistencia iba a tener si apenas tenía fuerzas? – le preguntó. – Park, no te haces una idea de lo sucio que me sentí la primera vez que lo hice. Tardé tanto en restregarme con la esponja y el estropajo, lavándome con lejía que me hice sangre y la comida se me quedó fría – añadió. – Ahí comenzó el calvario para mí – le anunció. – Día a día tenía que cumplir con sus favores sexuales si quería llevarme algo a la boca o, simplemente caminar por el jardín – añadió. – Pero no solo eso, sino que además debieron de gustarle tanto  mis destrezas en ese terreno que, acabó recomendándome a su círculo más íntimo de amigas nobles – concluyó. – Y así fue cómo me convertí en el acompañante público, juguete y  mascota sexual conjunta de ese grupo de mujeres – anunció, dejando a Sarah estupefacta. - ¡Oh! No te preocupes – la tranquilizó. – Gracias a “mi nueva condición” recuperé mi libertad perdida y, aunque e escandalice o suene muy dramático, conseguí el dinero suficiente como para poder ingresar en la universidad y continuar mis estudios universitarios; los cuales concluí antes de tiempo- expresó con orgullo. - Y gracias a la intervención y complicidad de Albert, pude sacar mis cosas de casa de la marquesa loca y trasladarme a vivir con él en una casa de uno de los barrios más humildes de Leipzig – continuó. – Por supuesto, mi abandono, no gustó mucho a las mujeres del grupo -. – E incluso, la marquesa se suicidó, abatida por mi abandono y yo fui acusado de su muerte – concluyó, sin ningún tipo de lástima o rastro de sentimiento en su expresión facial.
-          ¿Encima? – bufó, enfadada poniéndose en pie. - ¡Me parece indignante y el colmo! – exclamó, sentándose de inmediato al descubrir que todo el mundo la miraba. - ¿Cómo permaneciste allí? – preguntó.
-          Es curioso lo que hace el dejarse barba, raparse al cero y usar ropas lo peor confeccionadas posible hacen en el aspecto físico de una persona – le respondió. – Paseaba a diario por delante de ellas jugándome mi propio pellejo y  no me reconocían – añadió, riendo malicioso.
-          Pero hay algo que no me ha quedado claro – estableció, confusa y mirándole con extrañeza. – Dices que conseguiste concluir la carrera antes de tiempo en Leipzig – añadió. – E incluso conseguiste escapar del círculo de mujeres maduras viciosas sexualmente hablando y ser autónomo económicamente hablando – agregó, inevitablemente furiosa. Henry asintió. – Entonces ¿por qué continuaste allí? –preguntó.
Henry iba a explicárselo todo de una buena vez por todas, pero… justo en ese momento, se acercó un hombre a quien no le importó su cercanía con la ventana para hablar con él.
-          Entschuldigung[15], Henry –
-          ¡Oh! – exclamó, el aludido volviéndose hacia él. – Hallo! Freidrik – respondió él.  – Wie geht’s?[16] – le preguntó.
-          Gut, danke[17] – respondió. - ¿Cuándo puedo pasarme por tu casa? – le preguntó.
-          Bien, esta semana solo por las tardes y justo después de comer – explicó. – Tenemos muchas cosas que hacer si queremos casar el caso – añadió, sin ser consciente de la presencia de Sarah allí.
-          ¿Caso? – le preguntó. - ¿Qué caso? – quiso saber. - ¿Medicina? – se aventuró.
-          Nein – exclamó Freidrik con una franca risotada. – Henry ist mein aswalt – añadió.
-          Freidrik, no te entiende – explicó, entre susurros. – Acaba de decirte que soy su abogado – le explicó.
-          ¿Abogado? – gritó. – Pero ¿tú no eras médico? – añadió, frunciendo tanto el entrecejo que dos arrugas muy profundas surcaron su frente.
-          Sí a ambos – respondió, con una enorme sonrisa de superioridad en su rostro.
Freidrik sabía cuándo su presencia estaba de más. Y esta era una de esas ocasiones, así que por eso, se despidió de su abogado con un fuerte apretón de manos y unas palmadas en la espalda antes de volver a dejarles solos.
Cuando Henry volvió a mirar a Sarah, ésta aun continuaba con la boca abierta y la ceja enarcada.
-          Eres abogado – repitió, señalándole con el dedo índice.
-          Sí – respondió y repitió él, igual de sonriente que antes.
-          No puedes ser abogado – dijo, vehemente.
-          ¿Por qué no? – preguntó él confuso, aunque divertido.
-          Porque… – titubeó con la voz temblorosa. –Porque… - volvió a titubear. – Si eres abogado como dices, ¿por qué entonces tu familia se gastó una pequeña fortuna en la contratación de un abogado en el caso por acusación de un robo contra tu hermana? – le preguntó. El silencio de Henry le proporcionó la respuesta. - ¡Ay Dios mío! – musitó mirándole con los ojos fuera de sus órbitas. – No lo saben – añadió, estableciéndolo. - ¿No lo saben?  - le preguntó pasado un instante para confirmar su teoría y presentimiento al respecto.
-          Todo el mundo tiene secretos Park – le respondió.
-          Sí Henry – concedió ella. - ¡Pero tú tienes demasiados! – exclamó enfadada. “¡Y los guardas para ti!” añadió, mordiéndose el labio por lo injusta de su situación.
-          Ése era uno de los motivos por los cuales permanecí en Leipzig más tiempo, Park. La finalización de mi segunda carrera universitaria – añadió. – Además, de que cuando finalicé allí, no regresé a Gran Bretaña directamente porque antes tenía una deuda que saldar con una población y con mi propia conciencia – explicó.
-          ¿No estarás diciéndome que…? – inició.
-          Así es Park, regresé a Cariño – explicó. – Fui a ponerle flores a la tumba de la chica de la que fui responsable de su muerte – añadió. – Y para mi total sorpresa, en cuanto puse un pie en el pueblo después de haber transcurrido tantos años y a mi cambio de ropa por uno más informal, la madre de Manuela, que así se llamaba la chica, me reconoció enseguida y llorando desconsoladamente se abrazó a mí – dijo. – La verdad es que no entendí muy bien el por qué, ya que la mujer murió, aunque pronto lo comprendí: la otra chica que huyó también era su hija y gracias a mí consiguió salvarse – agregó. – Me lo explicó ella misma, siendo incluso más efusiva que su madre por muy embarazada de nueve meses que estuviese – incidió. – Gracias a ambas, supe que el hombre maduro era el marido como sospeché y que el joven no era su hermano, sino su novio de aquel entonces y en ese momento su marido. Fue tal el impacto, alegría o la conjunción de varios sentimientos que, se le adelantó el parto. – Ése fue el primer pacto que asistí – explicó, lleno de orgullo. – Una niña – apostilló. – Henrietta en mi honor – concluyó, con una enorme sonrisa de satisfacción en el rostro. – No era mi intención quedarme más tiempo pero… - inició. – Acabé quedándome una temporada allí y con mis conocimientos médicos y legales intenté recomponer, sustituir y suplir el equilibrio que los destrozos que mi tropa había causado y yo… recuperé el amor por mí mismo viéndome recompensado con creces por su ayuda desinteresada y por los gestos de agradecimiento, favor y cariño que los residentes en el pueblo me mostraron – concluyó.
Henry concluyó ya definitivamente la historia y la versión de los hechos acerca de su vida cuando volvió a mirar a Sarah. Levantó la mirada hacia ella y la encontró llorando desconsoladamente, lo cual creó confusión en él.
-          Park ¿por qué lloras? – le preguntó.
-          No estoy llorando – respondió ella, y sus lágrimas brotaron con más intensidad.
-          Pues lo parece realmente – agregó con suavidad.
-           ¡Que no estoy llorando! – exclamó nuevamente llorando, esta vez de forma más sonora sonándose los mocos con la servilleta.
-          ¡Park! – repitió, levantándose y estrechándola entre sus brazos. – No llores – repitió. – No merece la pena – añadió. – Además, eso sucedió hace mucho tiempo y ya casi lo tengo superado por completo – le aseguró, dándole un beso en la nariz.
Beso que no solo le calmó, sino que provocó que el torrente de sus lágrimas fuera más patente.
Ahora la historia que le relató acerca de su hermano le parecía absoluta y totalmente cierta.
Y esta también. En otras palabras, le creía.
Creía todas y cada una de las palabras que había pronunciado esa tarde. Por encima y delante de la versión de Christian; quien no sabía ni la mitad de todo lo que le había ocurrido.
¿Cómo era posible?
¿Cómo era posible que hubiera aguantado todo lo malo que le había sucedido sin derrumbarse? ¿Había pasado alguna vez por su mente la idea del suicidio? Probablemente sí.
Y encima estaba prácticamente solo…
Con escasos amigos, relación estrecha con solo dos de sus cuatro hermanos y…siendo enviado al ostracismo público familiar. ¿Qué fue del amor incondicional paterno filial? Había desaparecido con los Harper, al parecer.
Lo odiaba.
Pero aún odiaba más a los conspiradores en la sombra: la marquesa de Leipzig y, especialmente al capitán del ejército.
Sabía de oídas de sus métodos no eran los más habituales pero… no hasta ese punto.
¿Cómo podía haber matado de una manera tan salvaje y cruel a una pobre mujer indefensa? ¿Realmente era capaz de dormir por las noches? ¿Su conciencia se lo permitía?
Era tal la intensidad de sentimientos negativos que sentía hacia esas tres personas en particular que ni siquiera capaz de ponerle un nombre. Estaba abrumada ante tanta información y datos desconocidos de Henry.
Lloraba de rabia e impotencia por la injusticia de su situación, no por lástima como el podía pensar en un principio.
Una cosa estaba clara: que no osaran plantarse ante ella. O ni siquiera estar aún en el mismo habitáculo que los dos últimos porque… porque… no respondía de sí. Es más, conocerían una parte desconocida de su carácter que incluso a ella mismo le costaba sacar a relucir.
Henry necesitaba a alguien a su lado que no le juzgase, ni se burlase y que confiase plenamente en él. En otras palabras, una amiga.
Una amiga con la que compartir risas, charlas, anécdotas y situaciones.
Justo tal y como ellos lo habían hecho hoy.
Una amiga.
Pero no cualquier amiga, ella.
Por eso, con una resolución de la que había carecido en toda su vida, afirmó rotunda:
-          Yo quiero ser tu ayudante – y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.
-          ¿Cómo? – preguntó Henry escupiendo el café que tenía en la boca; no porque estuviera malo o frío (que también) sino por la sorpresa mayúscula que la resolución y pronunciación con la que lo pronunció.
-          Que quiero ser tu ayudante – repitió ella con tranquilidad. - ¿Tienes algo en contra? –preguntó, ligeramente envarada.
-          En absoluto – negó. – Opino que cada persona puede ser lo que quiera si pone un especial empeño en él – añadió. – Tan solo se necesita poner gran empeño y lucha con todas sus fuerzas por conseguirlo – concluyó. – Tienes ante ti la prueba viviente de ello – repitió la frase autoseñalándose con la mano, de manera exacta e igual a la que la había pronunciado la vez anterior. – Pero mi pregunta es ¿no temes qué es lo que tiene que decir tu mentor y eterno enamorado Christian al respecto? – le preguntó con rin tintín.
-          No tiene por qué enterarse – le dijo cómplice, con un encogimiento de hombros. – Y no es porque me avergüence de ti – le advirtió, añadiendo inmediatamente esta frase a la conversación, siendo consciente de que no era la más adecuada e indicada después de todos sus avatares vitales. – Además no me importa si se entera o no porque ¿sabes? – le preguntó. – Te creo Henry – le dijo. – Te escojo a ti – agregó, mirándole directamente a los ojos. – A ti – repitió para grabar esta frase en su mente. – Y por eso mismo, dado que no se ha preocupado por mí antes y veo bastante improbable que vaya a comenzar a hacerlo ahora, soy una mujer autosuficiente que hace lo que quiere – le informó. – Y lo que quiero hacer es ayudarte – anunció, con rotundidad y solemnidad. – Puede que seas un vago o un hombre sin honor a ojos de los demás – inició a advertirle. – Pero… Doble H, me gusta estar contigo – confesó sonriéndole de manera sincera.
“Ich liebe dich”[18] pensó Henry, ya que ninguna palabra de las existentes en el extenso vocabulario de los tres idiomas con los que Henry contaba era incapaz de describir el grado de felicidad que la última de las frases que Sarah pronunció, causaron en Henry.


[1] N. AUT: Licencia artística. Sí que existió un Cofee Palace en la Isla de los Perros donde se indica en la historia, pero éste no se estableció allí hasta el año 1883. El resto de datos son ciertos.
[2] Cambridge: La segunda universidad británica más antigua en su fundación, en 1209 por académicos que huyeron de Oxford tras una trifulca allí. En 1231, el rey Eduardo III les concedió el monopolio de enseñanza en ese lugar.
[3] Saint Andrews: Universidad ubicada en el pueblo escocés de nombre homónimo fundada en el siglo XV, siendo la más antigua del país.
[4] N. Aut: En realidad, dicha batalla se produjo un año antes, en 1805 pero es una licencia literaria para que cuadren las fechas de la entrada y estancia de Henry en Saint Andrews.
[5] Batalla de Ortegal: Batalla naval producida el 4 de noviembre de 1805 cerca del cabo gallego de Ortegal y que también supuso una aplastante victoria para el bando británico.
[6] Batalla de Trafalgar: Batalla naval producida el 21 de octubre de 1805 cerca del cabo de Trafalgar en Cádiz y que supuso una aplastante y contundente victoria para el bando inglés.
[7] Plymouth: Ciudad del condado de Devon, situada en el sudoeste británico y que cuenta con uno de los puertos naturales más espectaculares del mundo.
[8] Mayflower: Nombre del barco que en 1620 trasladó a los peregrinos desde Plymouth al Nuevo Mundo. Los puritanos eran una escisión del protestantismo, aún más radicales que los calvinistas.
[9] Derecho de pernada: Derecho medieval que otorgaba a los señores feudales medievales la potestad de costarse con las mujeres en la noche de bodas, robándole su virginidad en consecuencia.
[10] Mesalina: Valeria Mesalina fue la tercera mujer del emperador romano Claudio, su tío. Ha pasado a la historia por su belleza y su fama de seductora. Incluso el poeta Juvenal recogió que se hacía pasar por prostituta en el peligroso barrio de la Subura romana con el apodo de Lycisca y organizaba orgías y ritos paganos. Uno de sus episodios más famosos se produjo cuando retó a Escila, otra de las prostitutas más famosas de la ciudad eterna, para ver quién era capaz de acostarse con más hombres en una sola noche. Escila “solo” aguantó 25. Mesalina en cambio se dice que llegó a los 200.
Cuando esto llegó a oídos de Escila, dijo “Esta infeliz tiene la concha de oro”
Fue asesinada decapitada por la espada de un centurión, al ser incapaz ella misma de cumplir la orden de suicidio que su esposo le había hecho llegar.
[11] N. Aut: El personaje del capitán Halsted y el cargo que ocupan son reales, desconozco si cometió algunos de los hechos y acciones terribles que indico en el capítulo.
[12] Intocable: O dalit es una casta inferior del hinduismo también conocida como parias o Chandalass en India, Bangladesh, Pakistán y Nepal.
[13] Batalla del bosque de Teutoburgo: Batalla producida en el bosque de la localidad romana de Teutoburgo, identificada hoy con Onsbrück en la baja Sajonia alemana. En dicha batalla se enfrentaron una coalición de pueblos germanos liderados por los queruscos y su líder Arminio y las legiones romanas número 16, 17 y 18 bajo el mando de Publio Quintilio Varo, gobernador de la Germania Magna en el año 9 d. C. En dicha batalla Arminio, engañó a las tropas romanas hacia dicho bosque donde los germanos les tendieron una emboscada y causaron tal número de bajas que provocaron el suicidio del propio Varo ante la derrota y que desde ese momento, ninguna legión tuviese y repitiese esos números.
[14] Batalla de Waterloo: Batalla producida el 18 de junio de 1815 y que enfrentó en la localidad belga de Waterloo y que enfrentaron a las tropas francesas lideradas por Napoleón y a una coalición de tropas inglesas, holandesas y alemanas lideradas por el duque de Wellington y por el duque von Blücher y que concluyó con la retirada y posterior derrota del ejército francés.
[15] Perdón en alemán o prusiano de aquella época.
[16] ¿Qué tal? En alemán o prusiano de aquella época
[17] Bien, gracias en alemán o prusiano de aquella época.
[18] Te quiero en alemán

2 comentarios:

  1. PERO Q CAB... HIJO DE P.... MAM.... SI LE COJO NO SE LO Q LE HAGO AL SALVAJE MAL NACIDO Q SI LE COJO LE CORTO LOS HUEVOS DE CUAJO Y ME HAGO UN COLLAR CON SUS HUEVOS ESO SI A TORTURA Q LE HARIA AL SINVERGÜENZA HIJO DE MALA MADRE DEL CAPITAN Q LE COGIA LOS HUEVOS CON UN HIERRO CANDENTE SE LOS RETORCERIA Y LUEGO LE METERIA UN PALO POR EL CULO ESO SI A HIERRO CANDENTE PARA Q LE DOLIERA MAS AUN COMO HIZO CON LAS POBRES CHICAS ESPAÑOLAS MAL NACIDO Q ME PONGO EN MODO ESTEBANEITOR Y UFF SUJETADME Q ME LO COMO Y BUENO A LA VIEJA ESA ASQUEROSA DE LA MARQUESA ALEMANA LA COGIA Y LA REVENTABA PERO COMO TIENE A ESTE POBRE HOMBRE ASI COMO¿?
    DIOS CHIN PERO QUE VIDA MAS MALA Y TRAUMATICA HA TENIDO ESTE POBRE CHICO JOE ES Q MADRE MIA EL POBRE TODO LO QUE HA PASADO POR LA VIDA Y BUENO EL MOMENTO DE LA PIERNA DE LA CICATRIZ ES Q ME HA DOLIDO HAAASTA A MI DIOS QUE GANAS DE COGERLE SACARLE DE LA CAFETERIA LLEVARMELO A CASA Y DARLE UN BUEN ARRUMACO Y CUIDARLO PARA SIEMPRE
    DESDE LUEGO LA GENTE Q DESAGRADECIDA Y MALA PUEDE SER ESTOY INDIGNADA HH NO SE MERECE EL TRATO Q LE DIERON NO SEÑOR ES UN HEROE CON TODAS LAS LETRAS Y TILDES DE LA PALABRA VAMOS Q SALVO HIZO BN PERO LA PALIZA Q LE DIERON NO TIENE NOMBRE Y LUEGO EL MUY HIJO DE P.... XQ SOY SEÑORITA PERO MEDIO ESTEBANEITOR ESTOY XQ LOS COJO Y LOS REVIENTO A TODOS POR DIOS Q SALVAJISMO HAY POR EL MUNDO INDIGNADISIMA EL CACHO PAN Q ES ESTE CHICO NO SE MERECE ESE TRATO DIOS MIO
    CREO Q ME HE PERDIDO EN LO QUE ESTABA DICIENDO EN MI DISERTACION PERO TOY INDIGNADISIMA
    DIOS CUANDO HE DESCUBIERTO LO DE ALBERT ME HE QUEDADO A CUADRITOS PERO COSA MALA TEOLOGO VENGA YA SI NO LO APARENTA JOE CON ALBERT ES UNA CAJITA DE SORPRESAS ESTE CHICO SI ME HA SORPRENDIDO PARA BN
    Y LA OPINION HACIA EL INNOMBRABLE ES LA MISMA NO HA CAMBIADO NADA DE NADA ES UN EGOISTA E HIJO DE MALA MADRE X ENVIDIOSO
    MAS COSAS GENIAL EL MOMENTO EN LA CAFETERIA CON LA CAMARERA DIOS Q ENAMORAITO ESTA DE SARAH JOLIN QUIERO CARNACA YAA DE ESTOS DOS XQ LO ESTAN DESEANDO Y YO TAMBN
    MAS COSAS ME ENCANTA Q HH SEA MEDICO Y ABOGADO DI Q SI RESTRIEGA POR LA CARA LAS COSAS A AQUELLOS QUE TE HICIERON MAL Y Q SE BURLARON DE TI HURRA POR HH
    MAS COSAS EL RATO DE CONTARLE LAA Hª HE PADECIDO EN MIS CARNES LOS HORRORES DE ELLAS Y EL DE HH Q MAL RATO HE PASADO
    PERO DIOS Q PRECIOSIDAD DE FINAL HE LLORADO INCLUSIVE Y TODO DIOS Q OJIPLATISMO MAS GRANDE HE DESARROLLADO JOLIN YO QUIERO UN HH COMO EL DONDE PUEDO ENCONTRAR A UNO AL QUE APUTURRAR DONDE DIOS Q GANAS DE DAARLE UN PEAZO BESO MAADRE MIA
    Y EL MOMENTO SARAH A LA MIERDA EL INNOMBRABLE ME QUEDO CONTIGO XQ QUIERO SER TU AYUDANTE Y TU AMIGA O MAS QUE AMIGA (ESTO LO AÑADO YO) HA SIDO PRECIOSISIMO
    Y ME HA GUSTADO CUANDO SARAH SE HA QUEDADO A CUADROS COMO YO LO HE HECHO CUANDO EL ALEMAN SE LE HA ACERCADO Y LE HA DICHO QUE ES SI ABOGADO HA SIDO MU GRACIOSO Q TU ERES LETRADO JAJA ME HA HECHO GRACIA Y
    BUENO BUENO BUENO EL MOMENTAZO FINAL DEL TE QUIERO EN ALEMAN DE HH A SARAH AHI SI Q ME HAS MATADO Y HE CAIDO A TUS PIES CHIN A TUS PIES AHI ME HAS ROTO DIOS Q PRECIOSIDAD DE DECLARACION Y Q PENITA Q SARAH NO LO ENTIENDA PERO YO SI Q LO HE PILLADO AAAIIISS (CORAZONES SALIENDO DE LOS OJOS) Q PRECIOSIDAD DE HOMBRE
    Y DIOS Q GANAS DE CARNACA YAA HOMBRE Q ES UN BLANDO Y CHICO NO TE MENOSPRECIES Q VALES MUCHO MAS Q EL INNOMBRABLE Y MUCHOS HOMBRES JUNTOS EEE AMOS Q ME PONGO EN ESTEBANEITOR Y ACABO CON TO QUISQUI EEEE
    HE DICHO

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  2. Dios... yo iba a comentar aquí cosas, pero es que Car me ha acojonado XDXD Sigo asimilando todo esto, como la pobre de Sarah! :) A ver, este hombre lo ha pasado mal noooo, fataaaaaal, definitivamente te da para hacer un libro solo con su vida, hija miaaaaa que manera de sufrir el mi pobre. He llorado, solo un poquitin, pero me parece superfuerte muchas cosas y me parecen que estan muy bien escritas y transmitidas, aunque no creas que puedes transmitir sentimientos si que lo haces :) Me has tenido durante todo el capítulo con alma en vilo, espero que algun dia la familia de Henry sepa la verdad, pq no se merece que le vuelvan la espalda de esa manera despues de todo por lo que ha pasado. Va de duro por la vida y al final es un luchador nato, no un chulito como parece ser, que tambien XD pero vamos... que esta claro que es su manera de protegerse y eso le da un punto sexy muy mono :) Pero cuando se le conoce, se ve como es realmente y eso me gusta mucho :) No todo es lo que parece :) Y bueno... me has dejado al final con una sonrisa de tonta y suspirando. A ver cuando pasa algo entre estos dos, algo que sea muuuyyyy dulce y tierno!! :)

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