martes, 15 de octubre de 2013

Capítulo 5: JJ

CAPÍTULO V
Refrescando memorias
Sin mediar palabra.
Así fue como caminaron ambos componentes del matrimonio Harper durante el trayecto que los separaba de Kensal Green hasta Bloomsbury; su lugar de destino y que solo uno de los dos conocía.
Estado que en principio estuvo bien ya que iban caminando y, pese a que no eran unas horas ni un entorno idílico para la concentración de masas y multitudes, sí que había osados que caminaban por la zona adyacente al cementerio.
El problema real vino y se produjo cuando Edward Júnior se dio cuenta de que tenían que dejar de caminar y tomar un carruaje; no solo por el cielo, cuyas negras nubes anunciaban una más que segura lluvia en cualquier momento, sino porque la distancia entre uno y otro punto era bastante más que considerable.
Un carruaje.
Para dos personas.
Durante aproximadamente cuarenta minutos.
Era un espacio lo suficientemente pequeño e incómodo (no por el material con el que estaban confeccionados sus asientos) sino por el ambiente silencioso y tenso que allí se respiraba como para que a ambos se les hiciera interminable.
Además, ninguno de los dos estaba por la labor de entablar una conversación con el otro. Más bien al contrario, se sentaron en lados opuestos  evitado cualquier tipo de contacto; incluido el visual ya que ambos prefirieron miras por sus respectivas ventanas y, el máximo ruido que se escuchó en el interior de dicho medio de transporte fueron los suspiros que uno y otro emitían; por motivos bien distintos; Jezabel en su mayoría por resignación y Edward de total y absoluta incredulidad acerca de lo mucho que había cambiado su vida de un día para otro.
Fianlmente, para inmenso alivio de ambos el carruaje se detuvo y los dos descendieron de su interior (Jezabel incluso denegó de muy mala manera el ofrecimiento educado de su esposo para ayudarle a descender del mismo) y pudieron comprobar que, efectivamente se había puesto a llover; aunque no tanto como lo indicaba la tonalidad de las nubes que cubrían el cielo.
Desorientación fue lo primero que sintió Jezabel cuando puso un pie en las aceras de las calles londinenses. Si es que aún se encontraba en Londres, hecho del que no estaba muy segura.
Por eso, mientras se giraba y agitaba sus faldas para disimular esta primera acción principal, buscaba, intentaba hallar y escudriñaba entre todos y cada uno de los detalles que la calle contenía algo; un detalle por insignificante que fuese y le pareciese en tamaño para que le ayudara a descubrir su ubicación exacta.
Lo halló en forma de letrero indicador de la calle; aunque eso sí, estaba bastante desvencijado y descolorido. Por eso, tardó más tiempo del que le hubiera gustado en descifrar que la calle donde se encontraba en ese momento no era ni más ni menos que Gordon Square.
Durante un momento, suspiró de alivio: estaba en Londres.
Ahora bien, Londres era una ciudad de un tamaño considerable, así que, ¿en qué punto exacto de la misma se encontraba? He ahí el problema porque no tenía ni la más mínima idea.
En realidad, era un doble problema en su opinión; pues la dejaba completamente a su merced para que hiciese con ello lo que Dios sabía qué estaba pasando en esos momentos por su mente.
No podía hacer otra cosa que mirarle con recelo y rezar para que, su estado de conmoción no se transformase en una reacción violenta de cualquier tipo y que ella fuera la principal persona que fuese a sufrir los daños de su recién descubierto nuevo estado civil.
Entonces recordó que era un noble y, como tal había sido muy bien educado. Incluso le había ofrecido la mano para ayudarla a bajar; a pesar de su estado de aturdimiento y conmoción gracias a ella. Acto seguido recordó que ella misma había le había rechazado de muy mala manera precisamente por los mismos motivos, así que nuevamente las dudas acerca de qué era lo que iba a pasar con ella  reaparecieron.
A Edward no le gustaba ser el centro de atención de nadie. Es decir, entendiéndose por centro de atención como foco y punto fijo de entre todos los posibles existentes en un lugar sobre el que fijar la mirada. Estaba seguro que había sido el foco de atención en muchas ocasiones durante su época de borracheras continuas pero ahora, sobrio y a plena luz del día no le gustaba en absoluto.
Mucho menos cuando quien lo hacía era su recién y maleducada descubierta esposa.  Entendía su confusión porque él mismo la estaba sintiendo pero ese no era motivo suficiente para su desaire. De hecho, ahora mismo se estaba pensando muy y mucho si mandarla o no de vuelta a donde quiera que viviese y no volver a saber nunca más de ella.
“Calma…” se dijo mientras suspiraba y le devolvía el tipo exacto de mirada que ella no había dejado de dedicarle desde que puso un pie en la acera. En ese momento, apreció que ella se encogía ligeramente y que dio un pequeño bote. Tan pequeño que, a ojos de casi todo el mundo pasaría inadvertido pero él, por fortuna o desgracia tenía un sentido de la vista excelente, potenciado gracias a su entrenamiento y estancia en el ejército así que sí que lo notó. “Tiene miedo…” añadió, al observar con mucho más detenimiento su rostro sintiendo una enorme satisfacción con este descubrimiento.
Hacía bien en tenerlo.
Él mismo estaba aterrado ante el giro de 180 ºC que podía dar su vida si sus palabras resultaban ser ciertas. Aunque, por otro lado, también podía ser todo una invención por parte de esta chica. Y en ese caso, debía felicitarle por su inteligencia y su desorbitada imaginación; ya que, hasta lo de ahora, nadie se había inventado que estaban casados para lograr el objetivo final de casarse con él.
De ahí que se encontraran en el barrio de Bloomsbury; porque el dicho lugar de Londres residía la única persona que era capaz de resolverle la duda y sacarle por siempre de este atolladero: su amigo Andrew Worthing; el rebelde y bohemio artista (aunque heredero dada su primogenitura y que solo tenía hermanas que a su vez, solo tenían hijas) hijo del conde de South Essex.
Pocos; en realidad muy pocos (se podían contar con los dedos de una mano y sobraban) sabían del lugar exacto donde éste había fijado su residencia en Londres (hecho que era un secreto a voces por otra parte) y por eso dudaba también si traerla consigo era del todo la mejor idea ya que podría irse de la lengua… Pero por otra parte…si realmente decía la verdad y era quien afirmaba con tanta vehemencia, su presencia allí era indispensable. Además, no parecía una noble ni una mujer que tuviese relación con la alta sociedad, por lo que a priori, el secreto de Andrew podría permanecer a salvo todavía.
-          Sígueme – dijo sin tono de orden; aunque la llevaba implícita antes echar a andar.
¿Adónde? Quiso gritar Jezabel como respuesta. ¿Para qué? Fue otra de las preguntas que cruzaron su mente. ¿Verdad que no me harás daño? Fue la tercera de las opciones que se le ocurrieron, pero en su lugar calló y obedeció sin rechistar; situándose en apenas unos segundos justo a su lado en la acera, no fuera a ser que la dejara abandonada en mitad del lugar.
Parecía que no, pero por si acaso.
Por segunda vez caminaron en silencio hasta que Edward subió los escalones de uno de los edificios más pequeños y estrechos de la calle. En comparación al resto de bloques de pisos y edificios que había a su alrededor, éste por dimensiones no podía ni calificarse como el más adecuado para una vivienda.
De reojo, fijó su mirada en la ropa de su “marido” y sin que se diera cuenta tocó e inspeccionó la tela de su chaqueta para cerciorarse de que estaba confeccionada con muy buena calidad y que no era una simple imitación. Efectivamente, por su acabado eran prendas de la mejor calidad y no burdas imitaciones y por tanto, su atuendo no casaba de ninguna de las maneras con una vivienda construida con ladrillo.
Posó su mano sobre uno de los pilares del pequeño recibidor externo y, su desconcierto se convirtió en sorpresa mayúscula cuando descubrió que no era ladrillo el material con el que estaba construido; al menos no era la parte exterior. En realidad era pintura.
Un trabajo de pintura tan bien realizado por aquel que lo hubiese hecho que, engañaba a todo aquel visitante y transeúnte que no se atreviera a tocar; tal y como había hecho ella. Dio un paso atrás y volvió a mirar hacia el cartel de la calle; esta vez intentando recordar de qué le sonaba el nombre o el motivo de por qué…Entonces recordó: Gordon Square y, en general todo el área de Bloomsbury eran zonas asociadas a artistas, a temas de educación y también con la medicina.
Frunció el entrecejo mientras volvía a mirar a s marido mientras se preguntaba qué tipo de profesión era la que más le pegaba de esas tres opciones. Desde luego que no a la de artista y tampoco a la de médico, atendiendo a lo limpias y cuidadas que tenía sus manos.
¿Era profesor o tenía algo que ver con la educación?
¿Él?
¿En serio?
¿El mismo hombre que se casó con ella estando tan borracho que ni siquiera se acordaba de ese hecho?
¿El mismo hombre que parecía que había olvidado las llaves de su propia casa?
¡Menudo ejemplo para las futuras generaciones!
-          Ya estamos… - bufó Junior antes de llamar otra vez a la puerta; esta vez obviando el timbre y utilizando los puños para aporrearla en su lugar. –Maldito imbécil y su sordera cuando está inspirado – refunfuñó.
De esa guisa y, con ese comportamiento, Jezabel cayó en la cuenta de que, tal vez no estuvieran en su casa sino que la hubiera llevado a visitar a otra persona.
¿Otra persona?
Al instante, se puso frenética e incluso dio un bote en el pequeño porche.
No se atrevería.
No sería capaz de ser tan mala persona como para llevarla hasta allí la primera vez ¿verdad?
Pero precisamente ahí radicaba el problema, ¡no lo conocía lo suficiente como para saber si era o no capaz de hacerlo! ¡Horror!
Pero si realmente Edward había sido capaz de llevarle a que conociera a su familia apenas la había descubierto él como esposa unas horas antes, su consideración hacia él ya de por sí a la baja, descendía hasta el mínimo existente y al contrario, su nivel de maleficencia alcanzaba cotas y límites insospechados.
Suspiró y se ordenó calma y serenidad.
Solo después cayó en la cuenta y recordó sus palabras: iban a ver a alguien que les ayudaría a desentrañar y a aclarar sus profundas lagunas mentales. Si él no lo recordaba (y de hecho aún dudaba de la veracidad de sus palabras) era imposible que ningún miembro de su familia lo supiese. Además, si esta no era la casa adecuada para é, que era un noble y además, un quinto hijo por lo que le había dicho antes, cuanto menos iba a ser la residencia oficial del actual marqués de Harper o alguno de sus hermanos mayores.
Así que no, la visita a la familia quedaba descartada.
Ahora bien, si no era la familia a quien iban a visitar y la persona a la que ambos estaban esperando para que les abriese la puerta (unos con más paciencia que otros) ¿quién era la persona que vivía aquí? ¿el padre Matchmaker[2], el cura que los casó según rezaba su licencia matrimonial?
¿Seguía vivo? ¿Cuántos años tendría entonces? ¿Un centenar?
En cualquier caso, tanto si era el padre Matchmaker como si no; aunque muy especialmente si era el primero porque la última vez que la vio estaba bastante borracha, decidió arreglarse en algo su actual aspecto físico y por eso, se atusó un poco su peinado deshecho en buena parte y se quitó las motas de polvo y los pequeños restos de suciedad y barro que su vestido había acumulado durante todo el trayecto y el transcurso de tiempo desde que salió esa mañana de su casa de Fulham.
No le dio tiempo a más, porque justo cuando su marido se disponía a golpear la puerta por tercera vez consecutiva; ésta se abrió.
O más bien la abrieron, revelando por fin la identidad del misterioso dueño, propietario y huésped que allí habitaba.
-          ¿A ti el cartel de genio trabajando de la puerta no te dice nada? – preguntó Andrew; evidentemente molesto con la situación.
-          Quizás de que vea al genio… - inició Edward la réplica; pero no pudo concluir la frase porque en ese preciso instante fue consciente del aspecto y atuendo con el que su amigo había salido a abrirle la puerta y darle la bienvenida.
-          Ay Dios mío – dijo con expresión de horror. E incluso, si realmente hubiera sido un creyente se habría santiguado. – Pero ¿qué demonios? – le preguntó, más horrorizado aún si cabe e incluso retrocedió un par de pasos para contemplar el esperpéntico espectáculo según su criterio.
Andrew no pudo hacer otra cosa que sonreír con orgullo e hinchar en alo su pecho cuando vio la expresión en el rostro de su amigo más íntimo, cercano y rico. Tan rico que había sido él quien le había comprado este estudio que también utilizaba como casa (aunque bien es cierto que le salió bastante barato; gratis para ser exactos al ganarlo en una timba una de sus antaño noches de borrachera).
Le encantaba sorprenderlo (entendiéndose sorprenderlo como sinónimo de horrorizarlo) con sus nuevos cambios de look.  Además, que debía seguir cultivando una estética bohemia y excéntrica por su trabajo y sobre todo, para evitar que nadie le reconociera y le fuese con el cuento a su padre.
-          No sé por qué te sorprendes tanto al verme así, sabes que apenas voy vestido cada vez pinto porque necesito ahorrar para ropa – se defendió, aunque sabía que su expresión no se debía a eso.  – Además, tú tienes uno igual al mío para dormir, te lo regalé yo – añadió. O más bien, le acusó para dejar de ser el centro de atención.
-          Lo sé – afirmó Edward asintiendo con la cabeza. – Y me es muy útil – añadió, convirtiéndose él ahora en el centro de atención de Jezabel; quien lo miraba un tercio descreída, un tercio llena de incredulidad y el otro tercio muerta de curiosidad. – Pero he superado el trauma que me supuso la primera vez que te vi vestido de esta manera si es que vestido es la palabra más adecuada para ello – dejó caer. – Vamos Drew, ambos sabemos que no me estoy refiriendo a eso – añadió, negando con la cabeza.
Andrew rompió a reír sin poder evitarlo por mucho tiempo más, no solo porque sabía que su amigo se estaba refiriendo a su cabello desde el principio de la conversación sino porque intentó imaginárselo durmiendo con su taparrabos y siendo como era tan blanco de piel, al contraste con la tela marrón del mismo, debía tener una pinta de lo más ridícula.
-          ¿No te parece que la henna es un elemento natural de lo más denostado y denigrado? – preguntó. – Con la de propiedades tan buenas y dispares que tiene – añadió, guiñándole un ojo buscando su complicidad. A juzgar por la cara que puso Edward al escuchar esas palabras, estaba claro que no tenían los mismos criterios de juicio sobre dicho elemento natural en particular. Tanto le disgustaba  que, de hecho retrocedió varios pasos para contemplar el horror en todo su esplendor. Con tan mala suerte que terminó por chocar con Jezabel; que dio un nuevo respingo y bote al sentir el contacto de Junior de manera inesperada. - ¿Qué? – preguntó, ahora enfadado y serio situando los brazos en jarras para acentuarlo. - ¿No me digas que me vas a rechazar públicamente porque el color de mi pelo no es rojo natural como el tuyo? – añadió.
-          Esto… - dijo Edward frotándose la nuca. – Entiendo que estés molesto y enfadado porque la Royal Academic haya rechazado tus obras debido a tu inusual aspecto físico pero… ¿estás seguro que esta es la mejor manera de protestar? – le preguntó, obviamente desaprobándolo.
-          ¡Ya está el pelirrojo con sus prejuicios capilares! – exclamó, y bufó Andrew con sonoros resoplidos, aunque no le faltaba razón a su amigo. Tres veces consecutivas había presentado su obra para que fuese colgada en las paredes de tan magnánimo edificio y otras tres había sido rechazada alegando diferentes motivos. Era algo totalmente inexplicable para él y para buena parte de sus clientes (todos nobles y que no le habían reconocido gracias a cambios de aspecto tan estrambóticos como ese); quienes alababan y, literalmente llegaban a las manos por una de sus pinturas, pero aún no había sido distinguido con ese honor . – A ti lo que te molesta es que a mí me queda mejor el color rojo en el pelo que a ti porque no parezco una zanahoria andante – añadió, con tono burlón.
-          Ya quisieras tú ser un pelirrojo tan atractivo como yo – respondió Edward, herido en su orgullo y amor propios de pelirrojo. – Y no me estaba refiriendo a que te quedase bien o mal “genio” – dijo, poniendo especial énfasis en esta palabra. ­– Es solo que, con todo el conjunto pareces el pariente albino de uno de esos indios nativos de los que tanto hablan los americanos que cruzan el océano – explicó.
-          Un nativo americano – murmuró en tono pensativo Andrew, olvidando por un instante la presencia de su amigo allí. – Un nativo americano… - repitió, por segunda vez mientras asentía. – Me gusta – concluyó, mirando fijamente a su amigo y esbozando una amplia sonrisa que ocultaba planes ocultos. – Bien hecho, Junior –le felicitó posando su mano sobre el hombro. – Por fin usas esa cabecita privilegiada de noble que tienes para ayudarme con mi carrera profesional – añadió, picándole y conocedor de una inmediata réplica por parte de su mejor amigo en cuanto le diera una oportunidad. – Voy a pintarme un retrato como un nativo americano – anunció con tono solemne. – Seguro que los de la Academia no podrán rehusarlo por falta de originalidad – dejó caer, guiñándole un ojo para su completo horror. – O mejor,  voy a cambiarme mi nombre artístico por uno similar al de un nativo americano – cambió de opinión inmediatamente mientras titubeaba en la búsqueda de un nuevo nombre. – A partir de ahora seré conocido por… -
-          No hace falta que te precipites en tu nueva decisión – le interrumpió Junior. – Tu nombre artístico actual ya es de por sí lo suficientemente  horroroso como para que encima quieras cambiarlo por otro que seguramente será peor – añadió.
-          Sí que te has levantado tú hoy con el pie izquierdo – le echó en cara Andrew. - ¿Has vuelto a querer desistir de tu empeño? – quiso saber.
“¿Empeño?” se preguntó Jezabel. “¿Qué empeño?” añadió, con curiosidad.
-          En fin – suspiró Andrew. – Dejemos de hablar de mí y de mi indiscutible talento en todas las facetas de mi vida entre las que se incluyen el disfraz y el camuflaje – añadió, lleno de orgullo. – Para centrarnos en ti. ¿Qué haces aquí? – le preguntó extrañado y arrugando la nariz. – Espera un momento – dijo retrocediendo para mirar con cierto asco a su amigo. - ¿No me irás a tomar ahora como el miembro suplente de tu p…? – inició, pero no pudo acabar la frase porque en ese momento  descubrió a la tercera persona presente en la escena y su actitud y postura cambiaron completamente; para esta vez sí, sorprenderse de manera mayúscula. - ¿Jezabel? – preguntó, de manera más similar a un atragantamiento que a una pregunta real.
Y pese a que la forma en que había planteado la pregunta era inusual y atípica (como todo él por otra parte), el matrimonio Harper la había entendido a la perfección. De ahí sus caras de extrema, total y absoluta incredulidad y la búsqueda de las miradas del uno en el otro para un mayor entendimiento del cual carecían en ese preciso momento.
-          ¿La conoces? – preguntó Edward al fin señalándola y rompiendo finalmente el silencio (junto a la desconfianza) que se había instalado entre los tres.
-          ¿Me conoces? – preguntó Jezabel señalándose y elevando una octava el tono de voz del suyo habitual.
-          La cuestión aquí no es si yo te conozco, que lo hago – respondió a Jezabel y mirándola con desconfianza. – Lo que se está planteando aquí ¿la conoces tú? – le preguntó, encarándose y enfadándose con su amigo. – Y si es así ¿por qué no me lo has dicho antes? – preguntó, empujándole y golpeándole en el hombro hasta que tambaleó; llevándole hasta el límite de su paciencia.
-          ¡Porque no me acordaba! – gritó confesando su triste realidad mientras extendía los brazos y los agitaba de forma casi inapreciable.
-          Y entonces… ¿qué demonios hacéis aquí parados los dos delante de mi puerta? – se atrevió a preguntar intentando entender algo de lo que estaba ocurriendo; hecho que le resultaba difícil, mientras se cruzaba de brazos a la espera de una respuesta y porque hacía fresco para andar vestido únicamente con un taparrabos esa mañana en Londres.
-          Yo… - titubeó Jezabel. Acto seguido, carraspeó para infundirse valor y voluntad y añadió: - Yo sabía que estaba casada con Edward Harper – añadió, para defenderse de una posible acusación de estupidez.
-          Mucho me temo que te confundiste de Harper, milady – mirándola con escepticismo. - ¿Qué demonios haces vestida como una viuda? – preguntó. - ¿Cómo una viuda de hace treinta años? – puntualizó y corrigió de inmediato.
Las sombras de la duda y la inseguridad que tenía consigo misma gracias a su nuevo cuerpo con más peso y lleno de curvas surcaron el rostro de Jezabel en forma de arrugas. Una Jezabel que miró desde una nueva perspectiva su, hasta ese momento, perfecto y antiguo atuendo negro de viuda, elaborado precisamente para esconder su figura actual.
-          ¡No te muevas! – gritó y exigió con urgencia Andrew, extendiendo su mano hasta plantarla a escasos tres centímetros de ella.
 Como si de un mago que le hubiera hipnotizado se tratara, el cuerpo de Jezabel reaccionó al instante lo hubiera y entró en una especie de rictus que la convirtió en el vivo reflejo de una estatua.
En realidad y para ser justos, nada tenía que ver el hipnotismo, Jezabel siempre reaccionaba así cuando escuchaba una orden tan vehemente; más cuando se encontraba en la calle y en esa estación del año.
El motivo estaba claro: las abejas.
Bien, a ella nunca le había picado una abeja y por tanto, no sabía si era alérgica o no, pero sí que había visto a personas reaccionar de mala manera a las picaduras de estos insectos. Tan mal que llegaba el punto de que se hinchaban de la misma manera que puso los copos de maíz junto al fuego sin darse cuenta e incluso se daban casos de personas que habían muerto a causa de la picadura de tan pequeño animal. Ella no quería arriesgarse y formar parte de la lista de personas que engrosaban esa lista año tras año.
Y sino eran las abejas en particular, seguro que otro animal estaba involucrado. Con otro animal por supuesto, ella se refería a cualquier otro animal que pudiera estar en ese momento en la calle y cuyo tamaño fuese tan pequeño que no hubiera sido consciente de su presencia en la escena.
Efectivamente, se refería a los bichos. Animales que no eran ninguno santo de su devoción.
Por eso, si tenía que estar quieta para que el hombre en taparrabos se lo quitase de encima, ella obedecería y se mantendría quieta y callada el tiempo que fuese necesario.
Sin embargo, Andrew no le espantó o lo que quitó nada de su ropa, su cara o su pelo.
Es más, ni siquiera le tocó. 
Todo lo contario, dio un paso atrás y formó un rectángulo con sus manos mientas guiñaba un solo ojo y sacaba una mínima parte de su lengua; la cual sin duda estaba mordiendo por lo marcado de las venas de su cuello.
-          Perfecta – dijo, al fin; para su extrañeza. Acto seguido, se movió tres pasos de la misma manera que había visto moverse a los cangrejos en la playa a la izquierda sin dejar de encuadrarla volvió a repetir: - Perfecta -.   No contento con la perfección de las dos ocasiones anteriores, dio un paso atrás y desde su rectángulo de visión le recorrió desde el inicio hasta el final de su cuerpo. – Perfecta -.
Jezabel había tenido sus dudas acerca de la existencia de una araña y de la posición que ésta ocuparía entre su cara y su pelo e incluso intentó ubicarla volviendo lo más que pudo su ojo hasta el extremo más opuesto del mismo, aunque fracasó estrepitosamente porque no vio nada. Sin embargo, sus dudas desaparecieron cuando el desconocido  la recorrió con las manos y la mirada. Ahí se dio cuenta de que existía y lo peor, que se movía; aunque ella continuase sin verla por mucho que sus ojos se volvieran locos de un lado para otro intentando ubicar al malnacido bicho.  
En ese momento sus cotas de terror, pánico y asco se dispararon hasta extremos insospechados. Sobre todo y muy especialmente, porque no le decía nada al respecto y ella debía continuar estática y sin moverse.
Sin embargo, como ese hombre continuase sin decir una sola palabra más al respecto para que ella estuviese informada de lo que pasaba con ella y a su alrededor, su estado de quietud iba a llegar a su fin muy pronto.
Andrew suspiró y exclamó: - ¡Ay Jezabel! –
-          ¿Qué pasa? – preguntó ella preocupada, moviendo las cejas intentando enfocar su mirada en él y pronunciando esas palabras moviendo lo menos posible la mandíbula.
-          Ahí está – dijo él con la palma extendida en su dirección, creando confusión y provocando parpadeos de extrañeza en ambas partes del matrimonio.
-          Esa expresión – se explicó Andrew. O más bien lo intentó porque en ningún momento contribuyó a que la confusión del matrimonio disminuyese. Es más, ambos enarcaron una ceja para hacerle patente su estado de desentendimiento y pérdida total en la conversación que estaba empeñado en mantener con ellos. Andrew gruñó en respuesta a su incomprensión antes de decir: - La expresión por la que te dije que debías acercarte a hablar con ella aquella noche en Gretna Green – añadió.
-          ¿Fuiste tú quien me dijo que fuera? – preguntó Edward indignado.
-          Pero ¿es que no te acuerdas de nada? – preguntó Andrew en respuesta, con un grado de indignación aún mayor al de su amigo. – Y tú ¿no recuerdas que eras el centro de atención de todos los presentes con tu vestido rosa y el encaje negro por encima? – añadió, volviéndose hacia Jezabel.
Una Jezabel que, en respuesta, se encogió de hombros.
No le extrañaba que estuviera vestida de rosa  porque en su juventud; cuando su cuerpo seguía los cánones establecidos para las jóvenes damas, podía permitírselo. Ahora en cambio… era otra cuestión. Sin embargo, no se acordaba precisamente de haber  sido el centro de atención de los hombres en Gretna Green (pues eso o iba con su estilo) ni tampoco haber conocido a nadie yendo vestida de rosa; mucho menos el haberse casado con una de las personas que había conocido. Por eso, todas las preguntas que estuviesen relacionadas con ese día o tema eran una pérdida de tiempo total.
-          ¿En serio no os acordáis de nada de lo sucedido esa noche? – preguntó Andrew, alucinando ante el hecho.
A la vez, Jezabel y Edward Junior negaron con sus respectivas cabezas.
-          Ahora entiendo por qué estáis aquí y habéis recurrido a mí – respondió él, mientras asentía. – Pasad pareja, que necesitáis mucha ayuda – añadió, haciéndose a un lado para dejarles entrar en su rincón sagrado.  Eso sí, estirando las piernas porque había estado mucho tiempo pintando en la misma posición sentado y sus miembros inferiores estaban algo entumecidos.
Jezabel no quiso mirar, pero fue inevitable. No solo había un hombre casi desnudo frente a ella, sino que había un hombre casi desnudo frente a ella haciendo ejercicio. Y esas posiciones eran muy difíciles de ignorar para la vista de cualquier persona, fuese del género que fuese y tuviese la edad que tuviese.
Tan exagerados y llamativos fueron sus ejercicios de estiramiento que incluso Edward se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Sobre todo y especialmente cuando descubrió que su mujer casi babeaba en presencia de su mejor amigo y su desnudez.
¿Su desnudez?
¡Horror!
-          ¿Qué demonios te crees que estás haciendo? – le preguntó, situándose frente a él, no permitiendo de esta manera que Jezabel continuase observándolo en casi su total desnudez.
-          ¿A qué te refieres? – preguntó Andrew confuso.
-          ¡Estás en taparrabos! – exclamó escandalizado.
-          He estado en taparrabos durante toda la conversación y hasta ahora no te habías quejado – replicó con la ceja enarcada, reseñando una cosa que, por otra parte era evidente.
-          ¡Estás exhibiendo y buscando a propósito que tu paquete se te salga del taparrabos y estés completamente desnudo frente a ella! – volvió a exclamar.
-          ¿Yo? – preguntó Andrew fingiendo sorpresa mayúscula mientras se miraba su entrepierna perfectamente camuflada. -  Tú mejor que nadie sabe lo sacrificado que es mi trabajo de artista y las horas que tengo que pasar en incómodas posiciones a la espera de que me llegue la inspiración necesaria para poder pintar así que no entiendo a qué vienen ahora tus remilgos – añadió, sonriendo. – Y en cuanto a mi taparrabos y mi entrepierna, no tienes que preocuparte – le aseguró posando su mano sobre el hombro. – Esto – dijo, agarrando su entrepierna y moviéndola en círculos - Es más seguro que los paños que las señoras ponen a los bebés a modo de pañal o que ellas mismas se ponen en determinados días del mes – aseguró. – Relájate amigo o a este paso, la pobre Jezabel sí que va a tener motivos para vestirse de viuda – concluyó, antes de dar una enorme zancada para quitárselo de obstáculo y poder caminar con total normalidad y ofreció su brazo a Jezabel para juntos caminar por sus dominios. – Y bien Jezabel, ¿vas a cumplir la promesa que en su día me hiciste? – le preguntó. Ella le miró sin entender muy bien a qué se estaba refiriendo y solo entonces Andrew recordó: - Cierto – dijo mientras asentía y se golpeaba la frente con el hueso grande de la palma de su mano. – No lo recuerdas – añadió. – En tal caso… - añadió, soltándose de su codo antes de ejecutar una reverencia exagerada frente a ella y preguntarle con toda su oratoria y encanto aristocrático: - Mi querida señora Harper… ¿me concederías el inmenso honor de posar para mí? –
Jezabel iba a responderle de manera negativa, pero no hizo falta porque Edward Junior volvió a interponerse entre ambos y dio su respuesta y opinión por ambos.
-          No –
-          ¿No? – preguntó, Andrew para hacer cambiar de parecer la opinión de su amigo.
-          No – repitió Edward, con más seguridad que antes.
-          ¿Por qué no? – preguntó. – Tú nunca te habías opuesto antes a que utilizase a modelos en mis pinturas – le echó en cara a modo de recordatorio.
-          Precisamente mi antigua no oposición es la que me lleva a hacerlo ahora – respondió. – Ella es mi esposa – agregó dirigiendo su mirada ante la enfadada Jezabel. Y aunque no quiso, un tono de posesividad innato salió de su boca al hablar de ella.
-          ¡Claro que es tu esposa! – exclamó Andrew dolido. – Y por eso motivo, jamás intentaría seducirla o acostarme con ella – añadió. – Junior, eres mi mejor amigo ¡por Dios! – aseguró, con algo de horror en su tono de voz ante esa posibilidad; creando aún un estado de indignación mayor en Jezabel.
-          Nuestra amistad nunca ha sido un problema u obstáculo para ese tipo de situaciones – le recordó Edward, aunque tampoco quiso hacer mucho hincapié ni sangre de heridas pasadas. – Así que disculpa que desconfíe y diga no – añadió.
Jezabel, muda, observaba y asistía a la discusión que ambos hombres estaban teniendo frente a su persona; siendo ella la protagonista y el tema principal. Y pese a que estaba a menos de tres pasos de ambos, la estaban ignorando deliberadamente de una forma que resultaba hasta dolorosa.
A nadie le gustaba que hablasen de él o ella no estando presente o precisamente como en este caso, justo delante de sus narices. Pero a Jezabel, este hecho, le molestaba más que ningún otro.
No se lo consentía ni se lo consintió nunca a su propia madre o sus hermanas; cuanto menos iba a hacerlo con estos dos mequetrefes, por mucha relación directa o indirecta que tuviera con ellos.
Era una mujer adulta.
Era una mujer adulta y segura de sí misma, al menos en lo que a su carácter se refería.
Era una mujer adulta, segura de sí misma e independiente.
Era una mujer adulta, segura de sí misma, independiente y con voz propia.
Y esa voz propia debía ser escuchada ahora.
-          No voy a posar para ti – dijo tajante y firme, provocando que los dos hombres; enfrascados en su propia discusión y visión de los hechos desde todos los puntos posibles de una y otra postura, detuvieran su cháchara y la mirasen fijamente, sorprendidos. Una vez captada la atención de los “caballeros” y con su primer objetivo cumplido, satisfecha y orgullosa de sí misma repitió: - No voy a posar para ti -.
-          ¡Bien! – exclamó Edward lleno de júbilo apretando un puño y elevando el otro.
-          Pero no voy a posar para ti por las razones que mi flamante esposo aduce – puntualizó, no sin cierto desprecio mientras pronunciaba las palabras flamante esposo. – No sé de dónde te crees que he salido o qué he estado haciendo con mi vida desde la última vez que aseguras haberme visto pero sé perfectamente qué tipo de mujeres son las que ejercen por su propia voluntad de modelos y lamento comunicarte que no soy ni una prostituta ni el tipo de mujeres que se venden al mejor postor perdiendo su reputación y su integridad – explicó. – No – añadió. – Yo soy una señorita, tengo una educación y sobre todo, una reputación que mantener “especialmente ahora” agregó mentalmente. – Reputación que perdería desde el mismo momento en que aceptase posar para vos así que no – dijo una tercera vez. – Y cambiando de tema, me gustaría saber qué es lo que tienes que decir tú al respecto de nuestro supuesto matrimonio; preferiblemente de una manera breve, sencilla y fácil de entender porque tengo cosas que hacer, estoy segura que mi esposo tiene que volver a su hogar familiar y  ninguno de los dos queremos ser los culpables y responsables de la interrupción de tu estado de gracia inspiradora así que por favor, ilústranos – concluyó, echando a caminar hacia delante como si no fuera la primera vez que visitara este lugar y lo conociese como la palma de su mano; cuando era todo lo contrario.
-          No recordaba que tu esposa tuviera tanto genio – le dijo Andrew a Edward.
-          No recordaba que tenía una esposa – rebatió Edward.
-          Touché – concedió Andrew, antes de salir corriendo por el estrecho pasillo hasta adelantarse a Jezabel para ordenar un poco el desorden y caos reinante en su estudio que hacía las veces de salón, cocina y dormitorio.
Orden que consistió en recoger unos papeles del suelo y apilarlos en una mesa, recoger los pinceles del suelo y ponerlos a secarse sobre su paleta de colores, ponerse una camisa que no era de su talla para taparse, vista la intensidad de la mirada de reprobación y disgusto que Edward le estaba dedicando y tomar una manzana como tentempié, pues le daba la impresión de que esta charla le daría hambre.
-          Bien, recién descubierta pareja, dejadme deciros que habéis acudido a la persona adecuada en busca de respuestas dado el estado de cero desde el que partís – explicó.
-          Yo he venido aquí porque él me trajo – dijo Jezabel señalando a Edward; casi acusándole. Una nueva Jezabel había salido a relucir; y ésta no iba a callarse nada de lo que pasase por su mente – Que conste que era perfectamente feliz sin saber nada de esto – puntualizó ante la mirada fascinada de Andrew; a quien cada vez le gustaba más la mujer de su amigo y no hacía nada por ocultárselo a ninguno de los dos.
-          Soy un hombre con mucha palabrería – confesó con orgullo. – Y como siempre he creído que una imagen vale más que mil palabras… - inició antes de desaparecer e introducirse en el pequeño cuarto anexo que tenía como almacén de sus obras. - ¡Ajá!  - exclamó allí dentro. Acto seguido, regresó (cuadro bajo el brazo) con sus invitados quienes no se habían movido del sitio ni se habían atrevido a parpadear, emocionados y expectantes ante lo que tenía que mostrarles Andrew. – Aquí está – añadió mientras lo bajaba poco a poco hasta quedarlo a la altura de sus ojos.  – La prueba irrefutable de todo – explicó, una vez situado y sacudiéndose el polvo de  las manos.
Pese a que estaban muy cerca del mismo, la pareja no pudo evitar acercarse aún más a él; e incluso lo hicieron a la vez.
A esa escasa distancia, boquiabiertos y en el más absoluto de los silencios, no perdieron detalle de lo que en el cuadro aparecía plasmado. Escena que les resultaba muy familiar pero inconcebible al mismo tiempo.
-          ¿Qué demonios es esto? – gruñó Edward mirando a su amigo; quien terminaba de comerse la manzana en esos instantes.
-          Vuestra boda – respondió. Y por hablar mientras masticaba, casi se le cae al suelo un trozo de manzana.
-          ¿Pintaste un cuadro de nuestra boda? – preguntó Jezabel, desconcertada a la par que sorprendida.
-          El abandono definitivo de la soltería de mi mejor amigo me parecía algo digno de ser inmortalizado – respondió Andrew como si nada.
-          ¿En la propia boda? – preguntó ella, incidiendo en el tema.
-          No dependo de mí, sino del instante y preciso momento en que mis manos y mis musas se ponen de acuerdo y lo consideran como el más adecuado – respondió y se defendió con tono poético y soñador; propio de un artista por otra parte.
-          ¿Y por qué nos has pintado tremendamente felices y encogidos como jorobados? – preguntó.
-          Junior, sabes que mis cuadros siempre intentan ser lo más realista posible y si os pinté así era porque estabais tan borrachos y felices en vuestra boda que erais incapaces de manteneros erguidos – explicó. Y eso ayuda a explicar por qué no recordabais nada de lo sucedido esa noche – añadió, con algo de reproche en su tono de voz.
Desde luego, sus palabras tenían sentido y una lógica aplastante. No solo se confirmaba la versión de Jezabel acerca de su matrimonio; el cual por otra parte ya estaba lo suficientemente probado gracias a la licencia matrimonial que no dejaba de apretar con sus manos, sino que con las palabras de Andrew y su mente privilegiada para los recuerdos y sobre todo, con el testimonio gráfico que suponía el cuadro al óleo que tenía frente a sí, no deberían quedarle dudas al respecto.
Debía claudicar y admitir y reconocer que estaba casado con Jezabel como se llamase. O Jezabel Harper para ser más concretos y exactos.
Sin embargo, una pequeña parte de él; la misma que le había estado diciendo que era una soberana tontería el contraer matrimonio y permitir que Christina Thousand Eyes hablara de él en su columna como el soltero de oro de su generación se negaba a admitirlo y cuanto menos a aceptarlo y por eso no dejaba de mirar el cuadro en busca de algún detalle o motivo que allí apareciese que le diese la pista de que lo ahí mostrado no era más que otra de las bromas pesadas y sin ninguna gracia de las que Andrew solía ser habitual conspirador.
Pronto lo encontró en la figura representada de su propio amigo dentro del cuadro.
-          Lo sabía – murmuró. - ¡Lo sabía! – exclamó, rompiendo a reír a carcajadas ante la total incomprensión de las otras dos personas allí presentes, que creían que le había dado un brote repentino de paranoia o locura y le miraban expectantes a la espera de una explicación para este comportamiento. – Sabía que todo esto era una de tus tretas y bromas pesadas que no tienen gracia – añadió, señalando con el dedo índice a su amigo. – No sé de dónde conoces y has sacado a esta chica pero, siento comunicarte que acabo de descubrir tu jueguito amigo – concluyó, sonriendo con una enorme sensación de satisfacción.
-          Si el dejar de beber va a provocar tu ingreso en un sanatorio mental, por favor, vuelve a las andadas – dijo Andrew, asustado y preocupado por su amigo.
-          Estás ahí – dijo. – En el cuadro – aclaró, mientras señalaba a la representación artística que Andrew había hecho de sí mismo en el cuadro de su amigo y en la que estaba sentado en un banco mirando la escena que se estaba desarrollando frente a él en el pequeño altar de la iglesia y dando los primeros esbozos y retazos del dibujo en un trozo de papel. Por tanto, desde esa posición, Andrew se encontraba de espaldas a todo el público que pudiera contemplar en el futuro esa obra. – Y tú nunca te pintas en tus cuadros – le recordó, aunque no mencionó el motivo por el cual no lo hacía.  – Te he pillado amigo – concluyó elevando las cejas como señal de victoria.
-          Puntualizaré tu afirmación, amigo – dijo Andrew poniendo especial énfasis en la palabra amigo.  – Nunca aparezco autorretratado de frente en mis cuadros – explicó, aunque no mencionó tampoco el motivo por el cual no lo hacía.  – Pero esta no es ni la primera ni la última vez que me representaré de una u otra manera en mis cuadros porque es una técnica y un recurso muy habitual para los pintores– añadió. - ¿Conocéis a Velázquez? – preguntó. No obtuvo respuesta. - ¿El artista dentro del cuadro? – se atrevió a inquirir, con idéntico resultado por parte de ambos.
En realidad no obtuvo respuesta por parte de Edward Junior, quien era el único que le estaba prestando atención ya que Jezabel, desde el mismo momento en que Andrew había colocado el cuadro ante sus ojos y se arrodilló, no había cambiado de posición y esta vez sí, hipnotizada y aislada del resto del mundo y de lo que ocurría a su alrededor, estaba absorta en su contemplación. Pero no en su contemplación total, sino en la representación de sí misma en su anterior versión.
Tanto se había aislado del mundo que, pese a que había manifestado su negativa con rotundidad y en más de una ocasión a ser su modelo, lo que ella no sabía es que desde esa posición y perspectiva, Andrew ya había trazado un boceto y un esquejo mental de un retrato de la mujer de su mejor amigo. El éxtasis de Jezabel cuando contemplaba uno de sus cuadros sin duda era merecedor de uno propio con ella como protagonista indiscutible.
Movido y llevado por la curiosidad  acerca de qué era lo que había borrado a Jezabel de la conversación cuando había empezado en la misma de manera muy activa. Se arrodilló junto a ella de la manera más ruidosa posible y ni siquiera eso fue capaz de sacarla de su estado de trance. Por tanto, no le quedó de otra que seguir con la mirada lo que la propia mirada de ella a su vez le revelaba y que no hacía otra cosa que estar fija en la figura de la mujer que estaba contrayendo nupcias en ese momento y que en teoría se correspondía con ella.
En teoría.
La realidad era que, si bien algunos de los rasgos físicos entre una y otra eran similares, en lo que a aspecto físico y peinados se referían, no podían ser más diferentes y opuestas: la del cuadro era la representación de la feminidad, la alegría, la juventud y la belleza; además vestía de rosa, cual Venus dispuesta a seducir. La actual, aunque femenina y sensual, estaba mucho más desmejorada y descuidada. Quizás fueran los kilos que había ganado o quizás era que ella misma se obstinaba en ocultar estos rasgos de su anatomía y su carácter. En cualquier caso, ahora era adusta, madura, severa  e incluso podría decirse que triste. Si tuviera que identificarla con alguna deidad femenina sin duda se correspondería con Ceres tras haber perdido a su hija.
Diametralmente opuestas y por tanto, imposible que fueran la misma persona.
-          ¿Ves como no puede ser verdad? – le preguntó, mirando a su amigo Andrew. – Mira a la supuesta Jezabel del cuadro y mírala ahora – añadió. – No pueden ser más distintas -  concluyó.
Apenas terminó de pronunciar la frase, recibió una colleja de Andrew tan fuerte que provocó que probara el suelo de su apartamento; el cual no estaba precisamente muy limpio de restos de todo tipo. No entendía a qué venía esa colleja por parte de su amigo, pues en su opinión solo había reseñado algo que era perfectamente evidente a ojos de todos.
Sin embargo, su concepto de evidencia varió y cambió cuando descubrió que Jezabel; pese a que continuaba mirando al frente, tenía apretada la mandíbula y la vena de debajo de su ojo era incapaz de mantenerse quieta además de que también había apretado e puño; mostrando con ese gesto una evidente intencionalidad de deseo de golpeo. Por tanto, sus palabras no habían debido ser las más aceptables después de todo.
Andrew bufó de rabia.
No entendía cómo era posible el éxito que su amigo tenía con las mujeres,
Desde luego, en días como ese, era absolutamente inexplicable su éxito.
Puede que solo ligase cuando estuviese bebido; ya que pese a que era muy pesado, no se podía negar que desplegaba todo su encanto. O puede que tuviera éxito precisamente porque aquellas mujeres con las que lo hacía estaban sino como él, bien casi en su estado.
Sin embargo, esa bofetada de hoy era completamente merecida.
Por estúpido y bocazas.
Era obvio que eran la misma persona, solo había que fijarse en las facciones de su rostro. Pero, por una u otra razón, su cuerpo había cambiado radicalmente y saltaba a la vista la inseguridad actual que tenía con su aspecto.
Ese era el segundo motivo (oculto) por el cual quería pintarla: quería demostrarle que, aunque hubiera cambiado radicalmente, estaba y continuaba igual de bella que antaño. Ahora, gracias a la enorme bocaza de su amigo, su propósito sí que no iba a llevarse a cabo jamás.
“Fantástico” pensó, mientras pensaba en la escasez de comida en su despensa y en lo llena que ésta hubiera estado si la venta del cuadro de Jezabel que tenía en mente se hubiera llevado a cabo.
El hecho de que fuera pelirrojo; único dato físico que recordaba de su marido, así como la enorme cantidad de datos coincidentes (por no decir todos) eran razones y motivos más que suficientes para convencer a Jezabel de que Edward Junior y no Edward Senior era el esposo que le había tocado en suerte en la vida. Por si esto no fuera suficiente, había aparecido además un desconocido de lo más extraño que parecía saberlo todo sobre aquella fatídica noche y que encima había decidido inmortalizarlo para la posteridad con un retrato de ambos al cual había titulado con bastante guasa y sorna por su parte “Ebrios de felicidad” .
Sin embargo, una parte de Jezabel (la misma parte sensata que ya había pensado en los problemas que su actual situación de casada acarreaba en sus circunstancias actuales) se negaba a aceptar este hecho. Eso sí, estaba muy cerca de quedar convencida del todo y la llave la tenía el hombre del pelo teñido de rojo.
Volvió a mirar su retrato y descubrió con sorpresa y estupefacción que no solo estaba sonriendo, sino que realmente parecía feliz dando el paso que dio y que acabó siendo un error y una complicación en su ahora, perfectamente planificada vida. Sin embargo, la opción y salida del matrimonio con ese desconocido en aquel momento le pareció la mejor opción dado el momento y situación que estaba pasando en su casa.
Y ahí estaba la clave de todo.
Esa noche, huyó a Gretna Green en busca de “refugio” y como vía de escape de la presión a la que le tenía sometida su madre con respecto a ciertos aspectos de su vida. Habitualmente, cuando se pasaba con la bebida era una borracha parlanchina, por lo que  no sería de extrañar que en algún punto de la noche le hubiera contado a dichos señores su triste historia. Unas palabras que no había vuelto a repetir desde la única y última vez que las pronunció y que por tanto, solo ella y aquellos dos caballeros conocían. Era obvio que su queridísimo esposo no lo recordaba pero… ¿y el otro? ¿lo haría?
Porque en ese caso no habría más dudas al respecto y el matrimonio sí que fue llevado a cabo, consumado y… sería perfectamente válido en la actualidad.
-          Te creo Andrew – dijo, mientras se ponía en pie y se apartaba del cuadro.
-          ¿Cómo le vas a creer? – preguntó y protestó Edward.
-          ¡Por supuesto que debes creerme! – rebatió Andrew en su defensa. - ¿Qué iba a ganar yo inventándome todo esto? – añadió.
-          Aún así – inició ella. – Me gustaría que me respondieras a algo – le pidió, mirándole finalmente a los ojos.
-          Mi respuesta es un sí a todo lo que tú me pidas – respondió Andrew con tono seductor; ganándose un puñetazo en el brazo de Edward por este comportamiento.
-          Si dices que recuerdas todo lo que ocurrió esa noche, entonces debes recordar lo que te dije acerca de por qué estaba allí ¿no es cierto? – le preguntó.
-          Lo es – aseguró él. – Y me acuerdo de nuestra conversación como si se hubiera producido ayer – aseguró, para despejar sus dudas.
-          Muy bien ¿podrías repetirme mis palabras por favor? – le pidió.
Andrew frunció el ceño y arrugó la nariz ante tal petición.
A lo largo de su vida le habían hecho peticiones de lo más extrañas y, aunque esta no lo era, le resultaba muy difícil de creer que alguien, de propia voluntad y gana, quisiese escuchar una mala opinión que la menospreciaba sobremanera. Cuanto más si esa opinión provenía de su propia familia y quien la iba a escuchar era un completo extraño para ella, aunque en los papeles rezase como su esposo.
Por eso le preguntó:
-          ¿Estás segura? – Jezabel asintió. Andrew suspiró y añadió: - Según tus propias palabras, habías ido a Gretna Green y ese era el motivo por el cual estabas allí bebiendo en la barra y yendo vestida con uno de tus mejores vestidos para olvidar las palabras de tu madre y a su vez para comprobar si eran ciertas.
-          Eso es muy impreciso – dijo ella sonriendo porque parecía que Andrew sabía su historia y estaba intentando dulcificarlo lo más que podía. -  ¿Podrías especificarlo más? – preguntó, con amabilidad.
-          Tienes una madre y otras dos hermanas – dijo. – No sé cuál es la relación que tienes ahora con ellas pero en aquel momento, era bastante mala porque tu madre pensaba de ti que eras una inútil y una aprovechada que no había realizado nada de valor o empeño en tu vida como casarte y criar hijos y que nunca lo haría por tu terrible pronto y tu abrumadora sinceridad – añadió. – Con esos precedentes, solo existían dos opciones y probabilidades para ti en la vida, o que te convirtieras en una solterona a la que tus hermanas o algún otro pariente de tu familia tendría que mantener de por vida o, que acabarías de prostituta bien de lujo bien callejera porque tienes una cara con rasgos celestiales y un cuerpo que despierta la líbido de los hombres en cuanto te ven – explicó. – Y tú añadiste antes de entrar en la capilla de la iglesia que nadie se atrevía a ir más allá y a conocer la mente y personalidad que había tras ese cuerpo. O que nadie lo había hecho hasta Edward Junior que todo el tiempo estuvo charlando contigo y que, había estado echando un vistazo a tu cuerpo gracias precisamente al vestido, no lo había convertido en el tema central de la situación y que por eso, pese a que estaba completamente como una cuba y tú bastante perjudicada por el alcohol creías que era una buena persona y que vuestro matrimonio de extraños podría funcionar bien si ambos poníais de vuestra parte. Y sino lo hacía, al menos podrías ir a restregarle a tu madre que aunque no funcionase,  por una vez, alguien te había visto a ti por cómo eras en tu interior y no exteriormente – concluyó.
-          ¡Ay Dios! – exclamó Jezabel e incluso se santiguó. - ¡Tú estabas allí! – añadió, mirándole con horror.
-          Pero ¡claro que estaba allí! - ¿No os ha quedado suficientemente claro con el retrato de vuestra dicha conyugal? – le preguntó. Ella no entendió muy bien esa pregunta y a Andrew no le quedó más remedio que señalar su cuadro. Jezabel gritó y Andrew la mandó callar; antes de que su ataque de pánico se desarrollase por completo. - ¿Cómo no iba a estar siendo el padrino? – le preguntó.
-          ¿Padrino? – preguntó ella, deteniendo sus gritos de horror y pánico y mirándole enarcando una ceja.
-          Padrino – confirmó él.
En respuesta, ella extendió el papel que durante todo el tiempo había tenido entre las manos y que había guardado como un pequeño tesoro e intentó quitarle las arrugas. Cuando creyó que estaba lo suficiente legible y en buenas condiciones preguntó:
-          ¿Tú eres Andrew Worthing? –
-          ¿Cómo demonios sabes tú eso? – preguntó, rechinando los dientes. - ¿Qué demonios es eso? – añadió, enfurecido y creyendo erróneamente que estaba acorralado por la revelación de su identidad. Frenético, comenzó a leer el documento que tenía entre las manos, pero las primeras veces lo hacía tan deprisa que era absolutamente incapaz de que las letras formasen conjuntos de palabras- No fue hasta la cuarta (quizás la quinta vez) que las agrupaciones de letras comenzaron a tener sentido delante de sus ojos y desde ahí, a base de repeticiones (cuyo número es mejor no determinar) finalmente, comprendió el significado total del documento entre sus manos. Carraspeó para llamar su atención, lo consiguió y extendió el papel ante sus ojos: - ¿Certificado de matrimonio? – preguntó con acritud. - ¿En serio? – añadió acercándose a ellos; quienes estaban uno junto al otro aunque no se habían percatado de ello. - ¿Alguno de los dos me puede explicar por qué teniendo un documento donde el padre Matchmaker da cuenta con todo lujo de detalles de vuestro matrimonio habéis tenido que venir a verme a mí para confirmarlo? – preguntó enfadado y casi podría decirse que echándoles un sermón paterno.
-          Entonces ¿es real? – se atrevió a preguntar de nuevo Edward, a riesgo de ganarse una bofetada.
-          ¡Por supuesto que es real! – exclamó Andrew. Con tanto énfasis que algunos perdigones llenos de saliva se escaparon de su boca; todo sea dicho de paso.
-          ¡No! – gritaron a la vez marido y mujer. - ¿No? – se preguntaron mientras se miraban.
-          No tú – protestó Jezabel.
-          ¿Y qué tengo de malo si no me conoces? – preguntó Edward ofendido por el evidente rechazo de su esposa.
-          Nada… - dijo ella sin mucho convencimiento. – No sé… - añadió negando con la cabeza. – Pero no ahora – se quejó de forma lastimera. Tanta desesperación reflejaban sus ojos y su rostro que ambos hombres creyeron que en cualquier momento se echaría a llorar.
-          ¿Qué pasa ahora que lo hace diferente para mal al resto del tiempo? – quiso saber Edward, intrigado mientras se acercaba a ella para confortarla e intentar calmarla. – ¿Ha dicho algo tu madre últimamente…? – se aventuró, mientras se iba enfadando a medida que pronunciaba esas palabras porque no le había gustado en absoluto la consideración de su suegra para con su esposa; aunque no hubiera dicho nada al respecto antes.
-          No – negó con la cabeza. – Todo está bien con mamá – aseguró. – Pero yo… - titubeó. – Y tú… - añadió, mientras negaba con la cabeza. – No podemos – aseveró, dando un paso atrás y alejándose de él. – Adiós – se despidió. - ¡Adiós! – exclamó y repitió, esta vez dedicándoselo a Andrew.
Acto seguido, sin titubear y mirar ni una sola vez haca atrás, salió corriendo a la calle en busca del primer carruaje que la llevase de vuelta a la tranquilidad de su casa en Fulham.
Aunque eso de tranquilidad era un decir y podría considerarse muy relativo porque ahora que sabía la verdad sobre su estado civil, tranquilidad era el sustantivo que peor podría definir su vida. Mas bien, el opuesto, complejidad, era el más indicado.
Y problemas, problemas también era una palabra candidata con muchas opciones de resultar ganadora. Porque los problemas no habían hecho más que comenzar para ella y no tenían pinta de que fuesen a acabar a corto plazo.
Todo el mundo le decía que tenía una tendencia teatral que viraba hacia la histeria, la fatalidad y el catastrofismo en muy corto espacio de tiempo pero, en esta ocasión creía ella que al menos, su estado estaba plenamente justificado ¿no?
O ¿cómo debía sentirse una persona de carácter templado cuando el menor de tus problemas a resolver en menos de dos meses era la imposibilidad de casarse con su actual prometido cuando acabas de reencontrarte con tu recién descubierto marido al que creías muerto y por tanto, aún continúas casada con él?




[2] Padre Celestino

3 comentarios:

  1. Bloqueo de musas.
    No espereis grandes cosas del capítulo ... =(

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  2. BUENO BUENO BUENO MAAADRE MIA QUE EXPLOSIVIDAD POR DIOS QUE FINALAZO ME HAS HECHO LEVANTARME DE LA CAMA DE UN RESPINGO ANTE EL TREMENDISIMO FINAL QUE ME HAS PLANTADO Y QUE DEBO DECIRTE QUE ME HAS DEJADO CON LA BOCA ABIERTA Y LOS OJOS SE ME HAN DESORBITADOS Y EN ESTA OCASION TE VOY A LLAMAR MEDIO MALA AUNQUE TE HAYA AMENAZADO EN TONO CARIÑOSO CON COLGARTE PORQUE SE QUE VOY A TENER MAS CARNAZA AHORA YA QUE LLEVO UNOS DIAS DESDE QUE COLGASTE ESTO SIN LEERTE ASI QUE MEDIO MALA ERES AHORA DENTRO DE UN RATO NO SE LO QUE SERAS Y ESO QUE ACABO DE VER QUE NO ES UN GRAN CAPI EEEERROOORR PEAZO CAPI QUE TE HAS MARCADO ASI ME GUSTA SI SEÑOR

    -ME HA GUSTADO EL CAPI Y ME VOY A PONER EN PLAN SERIA/CRITICA DE ARTE/ CON MI TIPICAL TIPICAL COMENTARIAZO, PORQUE BUENO HA ESTADO LLENO DE ARTE Y AQUI DEBO APORTAR MI GRANITO DE ARENA PUESTO QUE SOY PERSONA VERSADA SOBRE ARTE AUNQUE CIERTO DIABLO FILOSOFICO DIGA QUE NO Y ELLA ES UN MAL BICHO QUE SOLO HABLA DE UN PANOLI LLAMADO WITTGENSTEIN O WIRGENSTEIN COMO LE LLAMO YO Y MUCHA MAS GENTE, ES CIERTO QUE EN EL XIX LA ACADEMIA ERA LA QUE TE APROBABA LA OBRA Y ERA LA QUE TE RECONOCIA COMO ARTISTA DE RENOMBRE Y MERITO Y TAMBIEN ES CIERTO QUE MUCHOS CUADROS QUE NO ERAN ACEPTADOS POR DICHA INSTITUCION ACABAN VENDIENDOSE A MUY BUENOS PRECIOS LUEGO EN EL MERCADOD EL ARTE A LOS GRANDES RICACHONES DE LA ARISTOCRACIA Y SOBRE TODO A LOS GRANDES MAGNATES BURGUESES QUE COMENZARON A HACERSE CON EL PODER GRACIAS A LAS INVERSIONES Y LAS INDUSTRIAS QUE SE CREARON POR ENTONCES ESTA REFERENCIA ME HA ENCANTADO CHIN EN SERIO AL IGUAL QUE LA QUE HAS HECHO SOBRE VELAZQUEZ Y EL AUTORRETRARTO DEL PINTOR EN SU PROPIA OBRA DE ARTE PARA DAR TESTIMONIO DE QUE EL HA ESTADO EN EL LUGAR CHAPO Y GRACIAS POR ESTE REGALO ARTISTICO QUE ME HAS HECHO
    DESPUES DE ESTA APRECIACION ARTISTICA Y POR LA FELCITACION PROSIGO
    -JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA DICES TU QUE NO ES UN BUEN CAPI PERO DISCREPO TOTALMENTE LO QUE ME HE PODIDO REIR CON EL CAPITULO MAS QUE NADA PORQUE HE PODIDO VISUALIZAR LAS CARAS DE ASOMBRO E INCREDULIDAD AL SABER AMBOS DOS POR EL SR PINTOR PINTORESCO QUE LES HA REFRESCADO LA MEMORIA CON SEMEJANTE DOCUMENTO GRAFICO QUE ES EL CUADRO QUE SE HABIAN CASADO DESDE LUEGO ANDREW ME MOLA MUCHO ES UN CUADRO ANDANTE Y UN CASO DEL NUMERO UNO CREO SRA ESCRITORA QUE HAS DEPOSITADO EN ESE PERSONAJE PARTE DE TU PERSONALIDAD ALEGRE Y DICHARACHERA QUE TIENES Y POR ESO ME CAE GENIAL
    -JEZABEL ME VA A MOLAR MOGOLLON POR LO QUE CREO QUE ESTOY VIENDO SE PARECE UN POCO A LOPS EN EL CARACTER DE LA BAJA AUTOESTIMA PERO OLE LA SEÑORA QUE NARICES TIENE Y COMO PONE ORDEN A LOS DOS CUANDO SE PELEAN Y LA IGNORAN VIVA JEZABEL VIVA VIVA
    -AY JUNIOR Y ANDREW A VER CHATOS CUANDO QUEREIS QUE OS PREPARE EL RIN PARA QUE OS PEGUEIS Y HAGA APUESTAS ILEGALES¿?¿? Y QUEREIS BARRO DENTRO DEL RIN¿?¿? SERIA UN ESPECTACULO DE AAAAGGGHHH MAADRE MIA
    -BUENO Y EN CUANTO A LOS ATUENDOS... ESTO ES DE PONERSE SERIO XD JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJJA VAYA `PINTAS QUE ME LLEVA EL SR A LO TARZAN PELIRROJO QUE DIOS MIO SI YA ANTES LE PUSE CARA DE JACOB EL DE CREPUSCULO A ANDREW AHORA ME RECUERDA AL PELIRROJO DE LA PRIMERA PARTE DE PRINCESA POR SORPRESA JAJAJAJAJAJAJAJA CON TAPARRABOS JAJAJAJAJAJAJA Y QUE CELOSON SE HA PUESTO JR AAIIS PILLIN SI EN EL FONDO Y YA LO IRAS VIENDO TE GUSTA LA MUJER QUE TIES POR CHURRI EE CHATI QUE A MI NO ME LA DAS MOCETON JEJEJEJEJE AAIIISS QUE GANAS DE CARNAZA DE ESTOS DOS

    BUENO PUES AQUI FINALIZA MI COMENTARIO DE HOY Y DE MOMENTO NO TE PONGO A CAER DE UN BURRO DE MOMENTO QUE AUN ME QUEDA OTRO CAPI POR LEER ASI QUE DISFRUTA DE ESTE BREVE INTERLUDIO SIN QUE TE LLAME MALA QUE TE OFREZCO

    HE DICHO

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  3. Bloqueo de musas??? Hola??!! Pues menos mal que estaban bloqueadas, pq no lo llegan a estar y no sé que te sale de aquí, hija mía!! Pedazo capítulo!! Me ha encantado todo!! Me ha gustado la explicación de todo. Me encanta el bohemio XD Madre de dios la que le espera a Alice!!! Yo también le habría dado una ostia ante el comentario que ha hecho Andrew, majeteeeee.... >.<!! Muy mal, muuuuyyyyy mal!!! Y encima posesivo, dejalá ligar con Andrew que no es tu nada XD Y naaahhhh.... sigo leyendo que esta historia me esta gustando muy mucho!!! Pobre Jezabel... a ver como resuelve ahora el problema!!!

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