domingo, 17 de marzo de 2013

Amor a golpes Capítulo 4


CAPÍTULO IV
La proposición

Una semana después…
En realidad no sería con exactitud y precisión una semana ya que, si hubiera transcurrido exactamente una semana sería más de medianoche y el momento de inicio de esta nueva situación era por la mañana…
Así que, lo más correcto sería decir con total precisión y exactitud una semana y unas horas después, Sarah se despertó temprano (aunque algo más tarde de lo que solía acostumbrar). Por eso, cuando descendió hasta la planta baja del edificio número 40 se encontró con que el resto de las chicas e inquilinas de alquiler de Miss Anchor[1] ya estaban despiertas, ocupando los lugares alrededor de la mesa y desayunando.
Adormilada, se sirvió su habitual té con leche de desayuno (con más leche que té) y se sentó a la mesa. Solo entonces se permitió mirar a su lado y descubrir al lado de quién estaba sentada, dado que no tenían asignados sitios específicos mientras saboreaba su bebida caliente.
Se relajó algo más al descubrir que, quien le había tocado “en suerte” era su mejor amiga dentro del edificio; la señorita Eden Growner. Chica con la que además compartía rellano
En cuanto terminó de beberse su té, se sirvió en un panecillo francés recién horneado pimientos rojos cortados a tiras acompañados de anchoas; provocando gestos de desagrado y arcadas en alguna de las chicas y a su vez, el intercambio de miradas cómplices con Eden a la par que emitir unas risitas apenas audibles.
Era cierto que la mayoría de las personas no consideraría a los alimentos que Sarah estaba ingiriendo como un desayuno al uso, de tan atípico y sobre todo, ácido, que era. No obstante, Srah no podía evitarlo.
Adoraba las anchoas.
Eran un vicio.
Su segundo gran vicio alimenticio; solo tras todo aquello que fuera dulce y estuviese relleno de chocolate.
“Mmm…delicioso” pensó relamiéndose pasando la lengua por sus labios con los ojos cerrados antes de chuparse los dedos.
-          Sarah ¿estás bien? – le preguntó Miss Anchor materializándose a su lado surgiendo de la nada tocándole la frente para asegurarse de que no tenía fiebre, provocándole un respingo.
-          Sí señora – respondió ella asintiendo abriendo los ojos. - ¿Por qué? – preguntó. - ¿Ocurre algo grave? – añadió, ahora preocupada.
Y ahí estaba la sonrosada señora Anchor; tan maternal como siempre.  Una Miss Anchor que no podía tener más de cincuenta y poco años pero cuya edad exacta ninguna conocía; ya que no tenías arrugas que le surcasen la frente o alguna otra zona del rostro y tampoco se atrevían a preguntárselo temiendo que se enfadara.
No es que temieran un ataque o reacción violenta por su parte, pues de hecho era lo más improbable que pudiera ocurrir en el mundo, dado que Miss Anchor era la persona con el carácter más amable y bonachón de todo Londres. Aun así, se mantenían temerosas a este respecto pues el tema de los años siempre era delicado en una mujer…
Todas estaban seguras que este carácter bonachón de su casera se veía muy influenciado por el aspecto físico que ella tenía: era bajita (no alcanzaba o a duras penas el metro y medio) estaba muy rechoncha (lo cual incrementaba la sensación de que era aún más bajita). Tan rechoncha que sus inflados y sempiternos sonrosados mofletes (los cuales siempre daban ganas de pellizcar para cerciorarse de que eran reales) cubrían sus ya de por sí pequeños ojos y por este motivo tenías que fijarte muy bien si querías descubrir el color de sus ojos; negros. Por el contrario, su nariz era fina, no muy respingona y pequeña y sus labios no eran muy carnosos; aunque sí más el inferior que el superior. Además llevaba el cabello corto aunque rizado y teñido de color caoba. Eso sí, oculto la mayor parte del tiempo por un gorro de pastelera que siempre conjuntaba con el vestido que llevase ese día (Aunque siempre la decoración de los mismos se asemejaba bastante a la de las cortinas de cualquier hogar) y un delantal blanco con puntillas.
El motivo por el que vestía de esa manera era porque ese precisamente era su oficio: pastelera antes que propietaria y dueña de un edificio para jovencitas. Por este motivo, era culpable de la adicción a los dulces de todas y cada una de las chicas que allí vivían.
-          ¡Oh! No, no, no, no, no – dijo, negando ella con la cabeza. – Es solo que, como tú siempre eres la primera en levantarte y ayudarme a colocar todo lo necesario para el desayuno y hoy no lo hiciste… me preocupé – explicó. Aunque en realidad lo que quería decir era que por su culpa hoy tardaría más en abrir la pastelería; una de las principales fuentes de ingresos por el cual dicho bloque de apartamentos permanecía abierto y las alojaba.
-          Pues estoy bien – repitió Sarah. – Y le prometo que a partir de mañana, todo volverá a la normalidad y volveré a ayudarla – añadió con una sonrisa fingida; pues lo que quería decirle con ese gesto era que no le había gustado nada su llamada de atención en público.
-          No me quedaré tranquila hasta que llegue mañana – aseguró Miss Anchor llevándose la mano al pecho.
Solo cuando Sarah vio el gesto de Miss Anchor descubrió que la preocupación de la mujer por ella real y se sintió realmente culpable por haber malentendido sus palabras. Por ello, dejó a un lado su desayuno momentáneamente (con la consecuente e inmediata protesta de sus tripas), se levantó de su asiento y plantó dos sonoros besos en los mofletes de Miss Anchor; olvidando su enfado al instante con ella, pues al fin y al cabo era normal que se comportara como una madre con ella pues al fin y al cabo, Sarah era lo más parecido a una hija que nunca había tenido al no poder tener sus hijos propios debido a su esterilidad. 
-          Ah Sarah – dijo Miss Anchor volviendo sobre sus pasos cuando Sarah había vuelto a sentarse y ella ya se marchaba del salón. – Casi lo olvidaba – añadió, mientras rebuscaba entre los bolsillos de su falda; hoy burdeos bordada con girasoles. – Ten – dijo, entregándole un sobre cerrado y lacrado. – Llegó a primera hora de la mañana – concluyó, abandonando de forma definitiva el salón para dirigirse a abrir su pastelería-panadería; la cual estaba situada en el camino de Bow justo enfrente de la iglesia de St. Mary Stratford[2] en el condado de Tower Hamlets. Y por consecuente, no precisamente cerca[3].
Era por cosas como estas por las cuales todas y cada una de las chicas que allí vivían adoraban a Miss Anchor y se sentía como sus hijas, ya que una casera al uso (como tantas de las que abundaban en el Soho) en teoría no tenía por qué encargarse de recoger el correo en mano; pues para eso estaba en buzón en la puerta de la entrada.
Pero es que Miss Anchor no era una casera; era la madre común de todas.
Y ¿cómo alguien tan maternal, bonachona y tranquila había acabado por ser propietaria y casera de un edificio de apartamentos de alquiler para señoritas en pleno Soho londinense?
Sarah conocía la historia.
Y de memoria además, de tantas veces como se la había escuchado a Miss Anchor. Sin embargo, nunca se cansaba de oírla.
¿Cuál era esa historia?
Resultaba que tiempo atrás Miss Anchor fue una chica que vivía en el Soho y que no sucumbió a las formas más habituales de vida que este barrio ofrecía. Todas profesiones “liberales! Y de no muy buena fama. En otras palabras: cantantes, actrices, artistas variadas y prostitutas.
No.
Ella se mantuvo ajena a esto y consiguió empleos decentes y variados tales como: institutriz, costurera o pastelera. Y por este mismo motivo, se mantuvo soltero hasta bien pasada la treintena, cuando conoció al señor Anchor, un rico comerciante pesquero 20 años mayor que ella.
Sin importarles la diferencia de edad se casaron tras fugaz romance y fueron muy felices durante el tiempo en que duró su matrimonio. La única discordante en su dicha fue la imposibilidad que tuvieron para tener hijos debido a la edad y esterilidad de ella.
Fue durante su matrimonio cuando Miss Anchor conoció las obras de caridad que subvencionaba; llamándole sobre todo la atención las relacionadas con las jovencitas desamparadas de la zona.
Causa de la que pronto se convirtió en abanderada y razón por la cual de inmediato comenzó a prestar s ayuda desinteresada de cualquier forma posible… hasta que un día, inesperadamente cayó gravemente enfermo y el hasta ese momento extremadamente vital hombre, tuvo que guardar cama y reposo.
Fue en una de sus múltiples charlas de convalecencia y cuidados donde el señor Anchor le confesó entre delirios de fiebre y ataques de tos con pus el sueño incumplido de tener una familia numerosa. A sr posible y preferentemente una familia numerosa compuesta únicamente.
Seis hubiera sido el número perfecto le informó.
En ese momento, Miss Anchor le prometió a su esposo que cumpliría su sueño y que crearía una familia artificial compuesta por seis chicas procedentes del Soho o de cualquier otra parte del mundo que hubiese llegado a Londres y que no deseasen acabar en profesiones de mala vida sino que, como ella deseasen desvincularse de esa fama y trabajar en otra clase de oficios.
El señor Anchor sonrió a su obediente y fiel esposa ante la promesa hecha, le dio un beso en los labios (que como siempre gracias a su bigote, le provocaba cosquillas), cerró los ojos y acto seguido, falleció.
Poco después, tras enterarse de que había sido nombrada única y universal heredera de los numerosos bienes de su esposo, lo primero que hizo fue buscar y comprar (no sin enormes dificultades) un bloque de apartamentos en el Soho para alquilarlos a señoritas y cumplir así el deseo de su esposo.
Desde ese día, habían sido numerosas las chicas que habían pasado por allí hasta que lo abandonaban definitivamente; especialmente porque iban a contraer nupcias, siendo la última en llegar hacía ya dos años la señorita Eden Growner procedente de Leeds.
Quizás porque Sarah era la única de las seis que era oriunda del Soho y huérfana de ambos padres consideraba a Miss Anchor como si de su propia madre biológica se tratara; razón ésta por la cual siempre estaban discutiendo también. Además, Sarah la había tomado como referente romántico y deseaba vivir una historia de amor similar (“Con Christian” añadió mentalmente) a la suya o en su defecto, porque esperaba continuar con su legado en el caso de que se quedara para vestir santos la señora Anchor era su ojito derecho y viceversa.
Y todas lo sabían.
Mientras continuaba con su desayuno, Sarah notó y fue consciente de cómo de forma y manera imperceptible para el resto, Eden acercó su silla en su dirección hasta que las rodillas de ambas se tocaron
Sarah conocía perfectamente el motivo y el por qué de esta acción: la nota que le habían entregado escasos momentos antes. Nota que confirmaba algo que Sarah ya sabía con antelación: que Eden Growner era una cotilla de campeonato. Más incluso que ella misma.
“Algún día se la presentaré a Christian” pensaba continuamente. “Es una candidata perfecta para el equipo Christina” añadía.
-          Ejem, ejem – carraspeó Eden de forma suave. - ¿Es que no vas a abrir y leer la nota? – le preguntó amablemente intentando no hacer visible la forma en que las dudas y la curiosidad la corroían. - ¿Es que no quieres saber de quién es? – añadió, entre susurros, colocándose la mano por delante de la boca para evitar que Mary Jo Downes (la más vieja de las inquilinas y por tanto y en teoría, la próxima y siguiente en abandonarlas) les volviese a echar la bronca por estar cuchicheando continuamente en las horas de las comidas.
-          Ahora no – respondió Sarah también entre susurros. – Más adelante – añadió, para tranquilizarla.
Sin embargo, Sarah había mentido; pues la única verdad en toda esa situación era que no quería abrir el sobre ni leer la nota. Ni a solas ni en público.
¿El motivo?
El miedo.
Miedo provocado por los hechos ocurridos hacía una semana (algunos de los cuales recordaba de manera más vívida que otros).
Tenía miedo de que Doble H la hubiese encontrado. Algo que a priori no era descabellado en pensar puesto que le resultaría bastante sencillo al ser él un noble y disponer de numerosos recursos humanos y monetarios y sobre todo porque (estúpida de ella) le había dado su nombre real.
Por este motivo, había reducido de forma considerable el número de sus salidas y paseos diarios por el Soho, realizándolos únicamente cuando debía ir a visitar a Christian por algún motivo relacionado con Christina Thousand Eyes y evitando siempre atajos, callejones o calles secundarias, aunque eso significase y le supusiese tener que dar un gran rodeo y tardar el doble de tiempo.
También y para asegurarse por todos los frentes, había seguido el mismo comportamiento y hecho lo mismo con sus relaciones e interacciones con la aristocracia londinense.
Afortunadamente para ella, su amiga más cercana de esta clase social era Penélope Crawford y por una vez, debía agradecer hasta el infinito el exceso de protección y celo con la que el duque de Silversword trataba a su esposa durante los treinta días posteriores al parto. Un mes, establecido como el tiempo necesario y período oficial por los doctores para la completa recuperación de la parturienta.
30 días en los cuales (al menos sin que él supiese de la desobediencia de su esposa) no permitía que nadie la visitase o la molestase.
Cierto era que pese a que era uno de los ducados más importantes de Londres y Gran Bretaña, los Silversword no contaban ni contaban con una amplia cantidad de amigos nobles.
Al contrario, el número de amistades pertenecientes a este estamento era bastante reducido.
Aún así, tampoco podía fiarse ni estar segura al cien por cien de este argumento ya que Doble H también era noble  y bastaba una reunión o fiesta en el número 12 de Oxford Street para que, con su mala fortuna acabara por encontrárselo de frente.
Se guardó la carta y la retiró de la vista de Eden; quien, ofendida le dedicó un mohín.
Ya la leería después.
Al fin y al cabo, no tenía ninguna prisa en descubrir cuál era el mensaje dirigido a ella…


Debido a una serie de complicaciones en el edificio y en la propia calle, Sarah solo pudo leer el mensaje de la carta a media mañana con la tranquilidad y soledad que le proporcionaba el rellano de su escalera.
La abrió.
Y esto era lo que contenía.
Sarah:
Reúnete conmigo en mi casa en cuanto leas esta nota.
Es urgente.
Muy urgente.
No sé cómo no me di cuenta antes.
Esto que tengo que pedirte y preguntarte te cambiará la vida para siempre y te proporcionará la mayor de las dichas vitales.
Ven pronto pues te espero con impaciencia
Tu amigo,
C.C
-           Así que es importante ¿eh? – preguntó Eden a su espalda; quien también había leído la nota y causó tal susto a Sarah que, del respingo que dio descendió dos escalones de golpe.
-           ¡Jesús, Eden! – exclamó, regañándola y llevándose la mano al pecho para sentir los disparados latidos de su corazón. Solo cuando se tranquilizó, añadió enfadada: - ¿es que no sabes que es de mala educación leer las cosas de las demás? -.
-           ¿Y tú sabes que es de mala educación no compartir las buenas nuevas con las amigas? – le replicó. – No leer la nota abajo – añadió, mordiéndose el labio mientras negaba. - ¡Qué poca vergüenza! – exclamó.
-           ¿Qué haces aquí? – le preguntó Sarah confusa, cambiando de tema.
-           Me he despedido – anunció orgullosa, con la barbilla elevada.
-           ¿Que te han despedido? – preguntó horrorizada. - ¿Que te han despedido?  - repitió.
-           No – negó rotunda Eden. – Me he despedido – apostilló.
-           ¡¿Qué?! – gritó Sarah, resonado su voz por toda la escalera. - ¿Por qué? – añadió, en voz mucho más baja.
-           Porque no aguantaba más que fuera ella quien se llevase todo el mérito – le explicó. – Las tartas, los dulces, las galletas y toda la repostería en general eran obra mía – añadió con posesividad. – Mía – recalcó.
-           ¿Qué fue lo que hiciste para que te despidieran? – preguntó Sarah con un suspiro, pidiendo paciencia por la impulsividad y falta de paciencia de su amiga.
-           Quemé a propósito dos bandejas llenas de dulces e hice mal otras tantas, uno de los cuales impactó directamente en su cara – explicó, con orgullo.
-           ¿Qué? – preguntó Sarah atragantándose. - ¿Quemaste a propósito dos bandejas llenas de dulces? – añadió, sorprendidísima y bastante indignada mientras pensaba en la irreparable pérdida que suponían para ella dos bandejas enteras llenas de tan suculentos dulces… con la consecuente protesta y furia de su estómago.
Eden asintió, bastante satisfecha de sus acciones.
-          Eden – inició Sarah. – Este es el cuarto trabajo consecutivo del que te despiden y el trabajo no crece en los árboles – añadió. - ¿Tengo que recordarte que debes pagar el alquiler a fin de mes? – le preguntó, con tono de reproche. - ¿Qué vas a hacer ahora, cabeza loca? – añadió, preocupada.
-          Deja el tono responsable que pareces mi madre y tenemos la misma edad ¡por Dios Sarita! – replicó revolviéndole el pelo, para quitarle hierro a la situación. – Me buscaré la vida como he hecho la mayor parte de mi vida – añadió, despreocupada. – Y además, estoy segura de que la señora Anchor proveerá – le informó. – Al fin y al cabo, soy su chica favorita después de ti – concluyó sacándole la lengua.
“Un caso perdido” pensó Sarah mientras miraba al techo y negaba con la cabeza.
-          Y ahora es cuando dejamos de hablar de mí y nos centramos en lo realmente importante – dijo, arrancándole la nota de las manos. - ¿Qué? – le preguntó.
-          ¿Que de qué? – le preguntó Sarah a su vez sin entender.
Eden suspiró mientras señalaba la nota:
-          La nota – informó. - ¿Y bien? – quiso saber. - ¿Cuál es la noticia que va a cambiarte la vida? – añadió.
-          No sé… - respondió Sarah encogiéndose de hombros.
-          ¿Cómo que no sabes? – preguntó Eden con el ceño fruncido. - ¿Es que acaso no te lo ha dicho después de haber ido hasta allí? – quiso saber enfadada arrugando el papel. - ¡Menudo idiota! – exclamó.
-          Calma Eden – la tranquilizó. – N sé nada porque aún no he ido – le explicó de forma suave.
-          ¿Cómo que no has ido? – preguntó ella con los ojos muy abiertos por la sorpresa de la revelación. - ¿Qué parte de reúnete conmigo en cuanto leas esta nota porque es urgente, muy urgente no has entendido? – añadió agitando los brazos mientras hablaba hasta que al final los detuvo, colocándoselos en jarra.
-          Veo que has leído con mucha atención mi nota privada – le echó en cara al poner especial énfasis en las tres últimas palabras de la frase.
-          Tampoco había gran cosa que leer – se defendió ella.
-          Es cierto – dijo Sarah. – Tienes razón – añadió. – Debería ir y no he ido – le dio la razón. – Pero es que…me da miedo – acabó por confesar. - ¿Y si son malas noticias? – le preguntó, mientras pensaba en una posible pretendiente a esposa secreta y oculta hasta ese momento, palideciendo por ello.
-          ¿Y si son buenas? – contrarrestó Eden de inmediato porque sabía qué era lo que cruzaba por la mente de su amiga exactamente en ese momento. – Imagínate que hoy, tu señor Christian Crawford; por alguna razón o extraña casualidad se ha despertado, se ha levantado de la cama y se ha dado cuenta de que tras todos estos años conociéndote está enamorado de ti – añadió.  ¿o sería fantástico? – le preguntó, con una sonrisa. - ¡Imagínate! – exclamó, zarandeándola suavemente. - ¡Serías la señora Crawford por fin! – añadió, ensanchando su sonrisa y burlándose un poco de ella también. - ¡Y yo podré conocerle de una buena vez! – protestó. – Porque déjame decirte querida – la amenazó con el dedo índice. – Que durante mucho tiempo pensé que todo lo relacionado con Christian Crawford y la historia de que trabajabas para él como una de sus mujeres de la limpieza no era más que una excusa que te habías inventado ante Miss Anchor para encubrir tu verdadero trabajo; mucho más liberal – le explicó.
-          Mi historia es totalmente cierta – se defendió Sarah con vehemencia.  “En parte” añadió mentalmente.
-          ¿Sabes qué va a ser lo peor de todo, si es que al final mi teoría resulta ser cierta? – le preguntó.
-          ¿Qué? – preguntó Sarah intrigada.
-          Aparte del hecho de que te mudarás u me abandonarás para siempre como cachorrito – dijo en tono lastimero y quejicoso. – Vas a cambiar tu apellido – le informó.
-          ¿Y qué pasa con eso? – preguntó Sarah picada. “¡A mí me entusiasma la idea!” exclamó, dando pequeños saltos de alegría.
-          Que no te pega  - explicó Eden. Y añadió ante la incomprensión de Sarah: - Tu nombre combina perfectamente con tu apellido actual. En cambio, Sarah Crawford… - añadió, desaprobándolo negando con la cabeza y simulando que vomitaba. - ¡De ninguna de las maneras! – exclamó vehemente. Sarah se echó a reír ante la excesiva teatralidad y exageración de su amiga. – En cambio el apellido Crawford… - dejó caer ignorando las carcajadas de su amiga. – Sí que me quedaría bien a mí – concluyó, para ponerla celosa a sabiendas.
-          ¡Oye! – protestó Sarah golpeándole el hombro.
Esta vez fue Eden quien rió con ganas de tan bien como conocía a su amiga.
-          ¡Era broma! – exclamó sin dejar de reír. – Era broma – repitió, ahora seria. –Broma – dijo una tercera vez para grabárselo en la cabeza y dejarlo claro del todo. - ¿Te imaginas? – preguntó, esbozando nuevamente un sonrisa. – Yo – dijo autoseñalándose. – Un caso perdido en todos los aspectos vitales y desastre en los relacionados con el amor la señora Crawford – añadió, antes de reír nuevamente. - ¿Eden Crawford? – le preguntó con énfasis y gesto de desagrado e incredulidad.
Se hizo el silencio entre ambas antes de que Eden riese a carcajadas por segunda vez consecutiva en la mañana.
-          Anda ve – dijo limpiándose las lágrimas que salían de uno de sus ojos y señalándole la puerta. – Ve adonde quiera que el Christian Crawford viva y entérate de una vez de cuál es esa noticia – le ordenó sin mucha autoridad, poniéndose en pie y dirigiéndose a su apartamento. – Eso sí – le advirtió antes de entrar. – Espero no tener que volver a asaltarte en el rellano para enterarme de qué es lo que te ha dicho – le advirtió.
Sarah obedeció a su amiga pero no se dirigió veloz, presta y presurosa a casa de Christian una vez terminó de hablar con Eden.
No,
Aún tardó un rato más.
¿El motivo ahora?
Su indecisión a la hora de escoger un vestuario adecuado a la ocasión.
No podía tomar como referencia o referencia la nota que le envió pues era muy críptica y ambigua en este sentido y dado que no sabía si era algo bueno o malo… ¿con qué demonios se viste una noticia que le va a cambiar la vida sin saber si es buena o mala?
Al final, y tras sacar todo el contenido de su armario de él (escaso por otra parte), optó por un vestido neutro color beige y no muy adornado, sus zapatos de paseo, una papalina a juego con el vestido y por su amigo en forma de poncho que le llegaba por debajo de las rodillas. Todo acompañado por guantes y bufanda.
Mientras caminaba en dirección a St James Street con paso firme y paraguas en mano; el cual llevaba por si acaso descargaba de repente uno de típicos y habituales chaparrones londinenses (paraguas que también fue la causa de su último retraso pues tuvo que regresar por él a la carrera) Sarah comenzó a pensar acerca de cuáles podrían ser los motivos o noticias lo suficientemente importantes como para cambiarle la vida por completo.
¿La noticia era que Penélope ya estaba completamente recuperada del parto de la pequeña Aurora y por tanto iba a recuperar su puesto de correctora de artículos? ¿Un puesto que ahora ocupaba ella?
“No” se respondió. “Imposible” añadió.
Aunque se diese ese supuesto y Penélope ya estuviese recuperada, no podía ser esa la noticia.
Por dos motivos principalmente:
1.      El primero de ellos se debía a su marido; quien desde que casi estuvo a punto de perderla en el parto de los gemelos Amanda y John hacía poco más de dos años, había tomado el control de la situación y había ordenado a todos (y muy en especial a su esposa) otro mes mínimo de reposo absoluto añadido al recomendado por los médicos.
Otro mes. Sin excepciones.
Y pese a que este nuevo parto se había desarrollado sin contratiempos o percances; siendo mucho más rápido que el anterior, el señor Crawford se mantuvo en sus trece y nuevamente impuso el mes añadido.
Por eso, éste no podía ser el motivo ya que la pequeña Aurora vino al mundo hacía tres semanas; a principios de octubre.
Tres semanas.
Lo cual significaba que aún le quedaba una semana por la recomendación médica y más de un mes por la de su marido.
2.      Y el segundo gran motivo por el cual esto no podía ser era precisamente la existencia de los dos gemelos en este mundo.
Unos gemelos que habían sido el primer parto de Penélope y su primera oportunidad de ocupar el cargo de correctora. Primera oportunidad.
Lo cual significaba que esta era la segunda y como tal, repetida.
Por tanto, no le cambiaría radicalmente la vida.
Definitivamente, esto no podía ser.
“Aunque sí puede ser algo relacionado con el periódico y bastante malo ara tus intereses” pensó disgustada y entrando en pánico de repente.
¿Y si la noticia era que iba a ser despedida?
Al fin y al cabo eso sí que era importante y un gran cambio en su vida.
Otro gran cambio y posible noticia podía ser que fuera consciente de que ya no la necesitaba; algo en lo que podía haber caído en cualquier momento. Y por tanto, encajaba a la perfección en las frases de la nota.
“¡Oh Dios mío!” exclamó, cayendo en la cuenta. “¡Oh Dios mío!” se repitió, asustada. “¡Dios mío” se dijo una tercera vez. “¡Es eso!” añadió. “¡Va a despedirme!” concluyó, deteniendo su marcha y a punto de echarse a llorar.
Si se pensaba con raciocinio, la acción de despedirla y prescindir de sus servicios era muy lógica porque ¿ella? ¿qué hacía ella? Estaba claro que era el vértice que flojeaba dentro del equipo de Christina al consistir únicamente su trabajo en la entrega de las columnas al editor y propietario del The Chronichle.
Un editor y propietario que se mantenía en el anonimato y del que apenas nadie sabía su identidad. Desde luego ella no y por eso, aunque en teoría debía entregarlos en mano, la práctica era que los entregaba enrollando los folios y pasándolos a través de los ínfimos respiraderos del confesionario de la capilla. Un asunto harto complicado.
Ahí acababa su participación en el equipo porque desde ese momento,  alguien encargado de la capilla era el encargado de hacérselo llevar al verdadero dueño y editor del periódico para que lo publicase.
Una vez.
Una sola vez se quedó a ver qué era lo que sucedía después, movida por la curiosidad y sobre todo por Eden (a quien se lo comentó como si de una hipotética situación se tratase) Tras realizar la “entrega”, permaneció escondida entre dos bancos y así pudo comprobar cómo un joven sacerdote[4] entraba en el confesionario y, tras asegurarse de que nadie le miraba o seguía, se agachaba, recogía los papeles y emergía de las sombras caminado tranquilamente para desaparecer después.
Así que (en su opinión) Sarah había estado más cerca que nadie de conocer la identidad real de tan misterioso personaje. Puede que quizás fuera el propio sacerdote.
En cuanto a su otro trabajo (ocasional) dentro del periódico; el de correctora, en ese sí quera mucho más probable que la despidiera y prescindiese de sus servicios:
-          Para empezar, era la suplente y estaba muy claro a quien escogería en el caso que tuviese que elegir entre ambas. Pero es más, si quisiera también podría prescindir de los servicios de Penélope si quisiera, ya que la figura de la correctora había surgido en un momento de emergencia y como fruto de la inexperiencia escritora y falta de mesura escritora de Christian. Razón por la cual sus columnas se habían sometido a una fuerte censura y a punto estuvieron de desaparecer.
Afortunadamente, dio con Penélope; quien consintió corregirle los artículos.
Y desde ese momento (hace ya seis años) Christian/Christina no había dejado de publicar.
Hoy día, Christian ya había elaborado su propio sistema estructural de elaboración de los artículos sin ayuda de la corretora, cuya función actual correspondería y se restringía a leer y a dar el visto bueno.
Por eso, también debería despedirla.
No obstante no lo haría. Sarah sabía que Christian era muy inseguro en lo que a sus letras, artículos y columnas se refería y que continuaba necesitando la anecdótica colaboración de Penélope.
Además,el otro motivo por el cual estaba segura de que sería ella la despedida era porque ambos eran familia; cuñados para ser exactos. En otras palabras, si despedía a Penélope, su hermano William se le echaría encima. Y Christian temía a William porque era el más fuerte de los dos.
Suspiró llena de lástima ante la injusticia que iba a cometerse hoy día con ella.
No quería ser despedida.
No quería dejar de ser parte del equipo Christina.
No quería decir adiós tan pronto.
¡Era lo más cerca que se sentía a ser parte de un periódico de forma profesional!
Pero no todos sus pensamientos (afortunadamente) eran negativos. Como todo, tenían su contrapartida en forma de pensamientos positivos. Eran tres en este caso:
1.      Un aumento de sueldo; el cual sí le cambiaría la vida porque podría comprarse un apartamento o bien su propia casita en un pueblo cercano a Londres y dejaría de vivir en alquiler).
2.      Relacionado con este primero, otro gran cambio sería el de la obtención de un nuevo puesto, cargo o papel de importancia dentro del propio equipo Christina o incluso del propio periódico.
Lo cual, a menos que Penélope fuese despedida (cosa bastante improbable, por no decir imposible) esta segunda opción no tenía viabilidad alguna.
3.      Por último, la tercera opción era la planteada por Eden, en la cual, Christian, después de seis años se hubiera dado cuenta de la obviedad que eran sus sentimientos hacia él y de repente, hubiera sido consciente de la reciprocidad de los mismos para con ella.
Siendo completamente objetivos, la tercera opción encajaba completamente con las dos frases crípticas de Christian; las de no sé cómo no me he dado cuenta antes y que lo que le iba a decir le cambiaría la vida para siempre… y a la vez explicaría la repentina urgencia y necesidad de verla ese día.
Ya se estaba imaginado la escena: entraría en el despacho de Christian (como siempre, sin llamar), él la recibiría de pie, con los brazos extendidos hacia ella y antes de que le diera tiempo a reaccionar o a hablar, se acercaría a ella para estrecharla entre sus brazos y besarla hasta dejarla sin sentido antes de declararse y pedir su mano en matrimonio.
Ella diría que sí de inmediato.
Aunque la pega para esa situación era que no disfrutaría de un corto período de galanteo o romance tal y como era su deseo y el sueño de toda mujer.
En su lugar, pasarían de ser amigos a esposos.
“Una verdadera lástima” pensó.
¿A quién pretendía engañar con tantas negativas y reticencias? ¿A ella misma?
¡Desde luego que no!
¡Por supuesto que aceptaría y diría que sí en cuanto Christian se lo propusiese!
Pero ¿qué quejas o lamentos por la ausencia de romance?
¡Si era algo que llevaba esperando seis años!
“Ojalá me lo pidiese hoy” fue el último pensamiento de Sarah Parker antes de llamar a la puerta de la casa donde vivía Christian en Saint James Park y que la señora Rider la saludase y le permitiese el acceso al interior sin necesidad de que la guiara o le indicara donde estaba el despacho del dueño.
Ella sola se encaminó hacia allí.
Como en sus fantasías de mujer enamorada (y solo porque Christian la había autorizado recientemente) Sarah entró en el despacho sin llamar y apenas abriendo una cuarta la puerta; espacio suficiente para que accediese al interior.  Aún así, accedió muy lentamente asomando poco a poco todas y cada una de las partes que componían su cuerpo; temerosa de la reacción de Christian ante su tardanza.
Cuando por fin todo su cuerpo estuvo dentro del espacio y separado al menos diez centímetros de la puerta, Sarah vio que Christian estaba sentado frente a su escritorio escribiendo detrás de un gran fajo de folios apilados en una de las esquinas y otros tantos desparramados por la longitud de la tabla de madera y en el suelo por los alrededores. Lo cual solo podía significar dos cosas: Bien estaba plasmando nuevas ideas para Christina o bien estaba resolviendo nuevos ejercicios matemáticos.
No obstante (y en su opinión) no debía ser muy importante o interesante lo que estuviera haciendo porque en el mismo momento en que la descubrió allí, dejó inmediatamente de escribir y le sonrió; causando un gran desconcierto en ella; quien esperaba una regañina de épicas proporciones.
En lugar de eso, se levantó y extendió los brazos en su dirección antes de decir ensanchando su sonrisa:
-          Mi muy querida Sarah Parker -.
Siempre que iba a casa de Christian, lo primero que hacía Sarah era sentarse frente a él alrededor de su mesa de trabajo. No obstante viendo el inesperado y efusivo recibimiento, decidió que hoy no sería lo más adecuado. Es más, tan desconcertada la había dejado esta reacción que no solo no se acercó, sino que frenó su marcha tan repentinamente que dio un traspiés.
E incluso que creyendo que sufría alucinaciones, fue retrocediendo hasta dar con algo sólido que le confirmase que estaba confundida. Dio con ello cuando su espalda se pegó a la pared.
Con todo ello, era incapaz de creerlo.
Era tan parecida (por no decir igual) a la situación que se había imaginado tantas veces que ahora que parecía estar viviéndolo en primera persona, le parecía irreal.
“¿Mi muy querida Sarah?” se preguntaba una y otra vez mientras intentaba buscarle y desentrañar un posible significado oculto a esas palabras.
-          Sarah… ¿estás bien? – le preguntó Christian preocupado.
-          Eh… sí – consiguió decir. “¿¡Y tú!?” gritó mentalmente.
-          Y entonces ¿qué haces ahí parada? – le preguntó. - ¡Acércate mujer! – le ordenó en tono amistoso. - ¡Ni que fuera tu primera visita! – añadió sonriendo mientras volvía a sentarse, frustrando el intento de abrazo por su parte.
Solo cuando comprobó que no corría peligro y que podía acercarse a él, Sarah avanzó a paso de tortuga hasta acabar sentada justo delante de él sin perderle de vista ni un instante para cerciorarse de que no se había operado ningún psicológico (porque físico estaba claro que no) en su enamorado.
-          Christian ¿estás bien? – preguntó ahora ella.
-          Perfectamente – le aseguró él. - ¿Por… - titubeó. - ¿Por qué? – añadió mirándose el traje con atención y palpándose de forma exhaustiva el rostro en busca de alguna mancha o resto orgánico.
-          No sé… - titubeó ahora Sarah. – Por lo de… la nota – acabó por decir, no sin esfuerzo.
-          ¡Ah! – exclamó Christian sintiendo con la cabeza. – Entiendo tu incomprensión perfectamente porque la nota ha sido un poco…ambigua – añadió. – Mea culpa – concluyó, llevándose la mano al pecho. – Pero no te preocupes – la tranquilizó. – Voy a explicártelo ahora todo con detalle – añadió. – Porque tú eres clave en este plan Sarah – anunció. Tomándole la mano y sonriéndole para darle más importancia y veracidad a sus palabras. – Sin ti esto sería imposible - concluyó, mirándola a los ojos directamente lleno de agradecimiento hacia su persona.
Tras superar físicamente el hecho de que por primera vez había utilizado un tono íntimo y familiar para tratar con ella e incluso que le había tomado de la mano, lo cual hizo que se pusiera colorada como un tomate; Sarah avergonzada e incapaz de mirarle a la cara perdió todo el color del que hasta hacía escasos instantes presumía su rostro.
“¿Realmente me está sucediendo esto?” se preguntó bastante sorprendida. “¿Me está proponiendo un romance velado?” añadió ahora extrañada e incapaz de creerse su buena fortuna.
-          ¿Estás preparada para lo que tengo que proponerte? – le preguntó Christian tras emitir un hondo suspiro; señal de que no estaba muy convencido de la viabilidad de su idea.
-          Sí – respondió Sarah de inmediato. - ¡Sí! – añadió, golpeando la mesa con su mano; avergonzada al instante por mostrar sus pensamientos y su entusiasmo de una manera tan evidente.
“¡Vaya!” exclamó Chrsitian mentalmente sorprendido y con los ojos muy abiertos al ver tanto entusiasmo en la respuesta de Sarah.  “No la esperaba tan predispuesta…” añadió.
-          ¿Estás completamente segura de que quieres aceptar lo que te voy a proponer? – volvió a preguntarle para asegurarse de que realmente Sarah iba a embarcarse en el proyecto (pregunta inútil al parecer, dado el entusiasmo con el que le había respondido la primera vez). Sarah asintió vigorosamente. - ¡Muchas gracias! – exclamó feliz como nunca lo había visto nadie antes.
Tan feliz, que como acto reflejo se incorporó de la silla, abrazó a una Sarah quieta como una estatua y le besó con entusiasmo las mejillas.
Esa muestra de cariño y mínimo contacto sobrepasó el límite de Sarah. Una Sarah que deshizo del abrazo de Christian a duras penas mediante golpes en los brazos que la rodeaban.
No era porque su contacto le produjese asco o repulsión.
Al contrario.
Llevaba deseando esto mismo desde hacía mucho tiempo.
Pero era este también precisamente el motivo que explicaba su reacción y comportamiento: era tanto el tiempo que lo esperaba que ahora que por fin lo estaba viviendo le parecía irreal e imposible que su sino pudiera cambiar tanto de un día para otro y dar un giro de 360ºC.
Christian carraspeó varias veces y se recompuso el nudo de su corbata a la vez que intentaba hacer desaparecer las arrugas de su camisa como acciones para superar este incómodo momento antes de anunciar con gesto serio:
-           Tenemos muchas cosas que tratar todavía antes de que firmemos el contrato -.
“¿Contrato?” se preguntó Sarah frunciendo el ceño. “¿¡Un contrato matrimonial ya?!” añadió a gritos, comenzando a hiperventilar.
-          Te informo de que al principio el editor no quería de ninguna de las maneras que tú fueras la encargada de hacerlo – le explicó. – Pero yo me mantuve en mis trece y me negué rotundamente a que cualquier otra persona que no fueras tú realizase esta tarea porque al fin y al cabo, tú eres de allí y por tanto te moverás en ese ambiente mucho mejor que cualquier otra persona foránea – añadió, causando confusión en Sarah. – Y además, tú ya cuentas con algo de experiencia en estas lides así que eres perfecta para esto – concluyó. – Tú y no cualquier otro – enfatizó.
Las últimas palabras pronunciadas por Christian provocaron que la mente de Sarah Parker añadiera nuevas dudas, pensamientos hipotéticos y dudas existenciales a su ya considerable lista.
¿No le estaba pidiendo matrimonio?
Cierto que hasta lo de ahora era la proposición menos idónea y perfecta que había podido imaginarse y desde luego no era el epítome del romanticismo pero Christian nunca había sido muy proclive y favorable a muestras de cariño en público; ni siquiera con su hermano, su cuñada o sus sobrinos. De ahí que sus besos en las mejillas fueran un punto a su favor en su teoría matrimonial.
Entonces, ¿qué pintaban palabras como editor o tarea? ¿Es que acaso iba a ser ella la encargada de redactar la noticia de su boda para el periódico dando con ello el pistoletazo de salida para su carrera como periodista? Porque en tal caso la idea no le desagradaba en absoluto. De hecho, firmaría el contrato que se le requería ahora mismo si fuera necesario para demostrar su conformidad.
Aún así había otra serie de frases que no acababan de encajar en su línea de pensamientos: tales como la referente a las lides. ¿Qué lides eran esas? ¿Es que acaso Christian estaba insinuando que por haber nacido en el Soho era una mujer de vida disoluta y andaba continuamente en brazos de unos y otros hombres?
¡Pues estaba equivocado en tal caso!
¡Muy equivocado además!
¡Ella no era ninguna cualquiera!
¡Era una mujer respetable!
¿Quién se había creído que era para hablarla y considerarle de esa manera?
¡Se iba a enterar el pseudo periodista!
Tomó aire antes de explotar,  se puso en pie, le señaló con el dedo índice a escasos centímetros de su nariz y echando chispas por los ojos.
-          Mira Christian… - inició en voz alta y clara. - … No entiendo qué me estás queriendo decir exactamente – concluyó la frase en un tono de voz mucho más bajito del que se había imaginado en su cabeza. (En otras palabras, se había acobardado).
-          Precisamente… - incidió Christian antes de entregarle un ejemplar de The Chronichle abierto por la sección de deportes y no por la de Sociedad; tal y como venía siendo habitual en los últimos días, antes de ordenarle que leyera.
Sarah Parker obedeció y comenzó a leer…aunque no entendió nada.
Bueno sí, hubo algo que sí que entendió: el tema sobre el que versaba el artículo. Un tema que eran los deportes. Y más concretamente dentro de la gran variedad de deportes existentes, el protagonista era el boxeo.
Cuando terminó de leer el “artículo” varias eran las emociones y reacciones que Sarah sentía; todas manifestadas en su rostro:
·         Confusión. Un sentimiento muy socorrido y recurrente para ella esta mañana que acababa de aumentar y alcanzar cotas insospechadas en su persona. Y es que por más veces que había leído ese conjunto de palabras y le había prestado toda su atención, no había conseguido descifrar el mensaje oculto de proposición de matrimonio que allí se incluía. Motivo por el cual tendría que felicitar a su futuro marido cuando le indicase dónde se hallaba.
·         Incomprensión. Esta por partida doble ya que por una parte no había conseguido comprender completamente qué era lo que había ocurrido durante el combate sucedido la noche anterior. Creía que había ganado el luchador (o boxeador, desconocía cuál era la manera más adecuada para referirse a esta clase de “deportistas”) que se hacía llamar Skin HH Skull, pro tampoco estaba segura al cien por cien. Podría darse el caso de que Skin HH Skull fuese una abreviatura o un término muy específico del boxeo que ella ignorase.
Y sobre sentía incomprensión acerca del motivo específico por el cual había tenido que leérselo. Por eso, rezaba que la lectura del mismo tuviera como conclusión un enlace porque sino, iba a arder Troya…
·         Otra emoción imperante en ese momento era el horror. El horror y la indignación más absoluta. Ambos muy relacionados, intrínsecos y prácticamente imposibles de separar el uno de la otra.
¿Por qué?
Por la espantosa y dolorosa manera de redactar que este artículo tenía: llena de incoherencias, sinsentidos y faltas de ortografías.
A Sarah se la llevaban los demonios; especialmente porque era muy sensible y escrupulosa con este tema en particular. Eso sí, también tenía una gran capacidad de comprensión acerca de las circunstancias vitales y el nivel cultural de las personas. En otras palabras, sus parámetros culturales eran muy flexibles.
De ahí su monumental estado de enfado e indignación para con el “periodista” redactor  y el encargado de corregirle los fallos acerca del artículo de boxeo.
¡Por Dios!
¡Era “periodista”! (No para ella desde luego)
¡“Periodista”! Su nivel de lectoescritura debía ser de sobresaliente, no más propio de un cazurro o un paleto sin apenas nivel de conocimientos sobre este tema.
Aunque lo peor de todo era… ¡que lo habían publicado!
¡Qué injusta era la vida!
-          ¿Qué tiene que ver un artículo sobre boxeo en la conversación que estamos manteniendo? – preguntó, apartando de muy mala manera el periódico; pues le asqueaba.
-          Todo – respondió él de manera enigmática. – Porque el próximo artículo lo vas a escribir tú y no quiero que cometas los mismos errores – añadió Christian, mirándola como si fuera bastante obvio lo que acababa de decirle.
-          ¿Cómo… dices? – preguntó Sarah; quien se había atragantado con su saliva por la exclusiva de noticia que Christian acababa de proporcionarle mientras se golpeaba el pecho con la palma de la mano.
-          Bien… sí – reconoció Christian agachando la cabeza y evitando enfrentar su inquisitorial mirada. – Quizás se  me olvidó mencionar el nimio detalle de que tú serías la encargada de escribir los artículos sobre boxeo en la nota que te envié pero quería que fuera una sorpresa – explicó. - ¡Sorpresa! – exclamó con los brazos extendido y una expresión de dolor en el rostro; adelantándose a una más que probable torta por parte de Sarah. Tras un momento sin recibir nada de su parte, abrió los ojos y añadió: - El próximo artículo se publica en dos semanas – y repitió gesto.
Pero el guantazo no llegaba.
No llegó nunca de hecho.
En su lugar Sarah, incrédula preguntó con suspicacia:
-          ¿Cuándo he aceptado yo convertirme en la nueva periodista y redactora de deportes de The Chronichle? -.
-          ¿Cúand? – repitió él. - ¿Cómo que cuando? – añadió, juntando las cejas mientras parpadeaba compulsivamente. - ¡Acabas de hacerlo! – exclamó casi a gritos.
-          Ya sabes… - añadió, con tono de voz de normar, pues aún no había pasado el peligro y riesgo de golpeo por su parte. – Lo de la proposición y el compromiso – le recordó, remarcando muy bien sus palabras abriendo mucho los ojos como gesto para enfatizar y ayudarla a recordar y reubicarse en la conversación.
“¿Seguro?” se preguntó Sarah aún no convencida del todo.  “A ver Sarah recuerda… ¿cuándo te has prestado a esta locura?” se preguntó nuevamente mientras repasaba la conversación mantenida por ambos. “No” concluyó. Negando también con gestos de su cabeza. “En ningún momento he dicho que… Un momento” recordó. “¿Proposición?” se preguntó con mucho esfuerzo. “¿Compromiso?” añadió.
Y entonces comprendió.
Christian llevaba la razón.
Había algo a lo que ella había accedido completamente: a casarse con él.
O a lo que ella había entendido como una proposición de matrimonio.
Era una proposición. Cierto.
De trabajo.
¡Cuán estúpida había sido nuevamente!
¡Siempre le sucedía lo mismo!
¿Es que no iba a aprender nunca y a darse cuenta de que al paso que iba su relación jamás pasaría de la amistad si no era ella quien tomaba la iniciativa?
Parecía que no, porque a la mínima mención de palabras como compromiso o proposición, sus ojos habían comenzado a chispear y su desbocada imaginación había desarrollado una situación alternativa real (más acorde a sus gustos; todo sea dicho)
Ya era malo que su corazón hubiera sufrido un nuevo golpe en forma de desilusión. No obstante, en esta ocasión debía añadir que además había aceptado (de manera totalmente inconsciente por su parte) convertirse en periodista.
¡Periodista!
¡Uno de sus sueños!
En teoría debería estar muy feliz y demostrarlo bailando encima del escritorio lleno de papeles de Christian; pues por fin iba a poder llevar a cabo uno de sus sueños y dedicarse a la escritura; siendo remunerada por ello.
Sin embargo, no lo estaba.
¿Por qué?
Por la especialidad sobre la que tenía que hacerlo: deportes. Y dentro de la generalidad y diversidad de deportes el boxeo.
“Boxeo” se repitió mentalmente con gesto de desagrado y menosprecio. “Bueno” añadió, restando algo de disgusto. “Al menos no voy completamente a ciegas y sé algo acerca de él” añadió.
Su existencia.
Eso era lo único que conocía del mismo; su existencia.
En otras palabras, Sarah sabía que existía un deporte llamado boxeo.
Y nada más.
O bueno sí; que se “jugaba” (aunque no estaba muy segura de que el verbo jugar fuese el más recomendable o indicado para utilizar en este contexto) en pareja.
O eso creía, ya que ignoraba si existía la posibilidad de que jugaran a pegarse por equipo; en cuyo caso acabaría por confirmarse y demostrarse el poco grado de conocimientos que tenía sobre la materia.
Lo cual era realmente un problema bastante serio porque sí, quizás fuera una cobarde y una absoluta ignorante en lo que al mundo del boxeo y las peleas en general, pero lo que sin lugar a dudas sí que era (y estaba bastante orgullosa de ello) era una mujer de palabra.
Y ella había dado su palabra y se había comprometido a serlo (cierto era que pensaba que se había comprometido para otra cosa completamente distinta en un principio). Ergo, no podía decirle ahora que no.
Su conciencia ya no se lo permitía.
Iba a ayudarle y a ser la nueva periodista de boxeo de The Chronichle.
Estaba decidido.
Observando las distintas expresiones del rostro de Sarah, Christian enseguida se dio cuenta del torbellino de pensamientos que en ese momento cruzaban por su cabeza.
Y sabía que giraban en torno a una misma cuestión.
Cuestión a la que él tenía la solución.
Por este motivo y también porque había sido él quien la había metido en este embrollo, apenas se demoró en proporcionársela.
-          Por supuesto que sé que este no es tu tema favorito – le dijo. – Pero no temas ni te preocupes que yo te ayudaré en todo lo que pueda – anunció con firmeza.
-          ¿Me ayudarás? – le preguntó Sarah llena de gratitud y alivio y sintiendo como se le aligeraba mínimamente el peso del mundo sobre sus hombros.
-          ¡Claro! – exclamó él alzando el puño y con una sonrisa. . ¿Es que acaso lo dudabas? – preguntó, contrariado. – Sarah… - inició. – Yo te aprecio mucho aunque no te lo diga y sé que no tienes la más mínima idea sobre boxeo. Además, yo te metí en este lío… - dejó caer con algo de culpabilidad. – Es lo mínimo que puedo hacer – concluyó, satisfecho.
A punto estuvo Sarah de ponerse a aplaudir ante la alegría que le causó la noticia.
No obstante, se contuvo y abstuvo de hacerlo finalmente. En su lugar, arrastró su silla para acercarse a Christian e iniciar una ronda interminable de preguntas acerca del boxeo.
Justo cuando iba a abrir la boca para formular la primera de ellas, Christian sacó dos fajos considerables de viejos periódicos atados con cuerdas cuádruples de debajo del escritorio y no sin poco esfuerzo, los depositó encima del mismo; levantando una nube de polvo y provocando que varios de los papeles que allí encima había saliesen volando.
Se sacudió el polvo de las manos antes de decirle:
-          Bueno…creo que esto es todo – anunció  a una Sarah boquiabierta. – Ahí lo tienes – añadió, mirándola y señalándoselos. – Basta con que te leas todas las columnas que tu predecesor en The Chronichle ha escrito para que alcances los conocimientos mínimos requeridos que todo buen cronista y entendido debe tener sobre el tema que va a escribir – concluyó.
Sarah continuaba muda y boquiabierta por la revelación que acababa de recibir. Y permaneció así durante tanto tiempo que Christian tuvo que añadir, preocupado ante su falta de reacción:
-          No te preocupes – dijo, para intentar tranquilizarla. – Confío en ti y estoy seguro de que tú o harás mucho mejor – añadió sonriente y con el orgullo que sentía por ella reflejado en sus ojos.
“Aunque tampoco hay que esforzarse mucho para superarle, dado el nivel del que se parte” añadió mentalmente mientras sentía un escalofrío al recordar el horror que había leído y que le había provocado dolor de cabeza.
Estupefacta y temerosa por la magnitud del tamaño de periódicos que tenía que leer para ponerse a leer, Sarah extendió las manos (diminutas y frágiles de forma repentina) sintiendo de antemano el dolo por la carga que éstas tendrían que soportar en un camino tan largo y maldiciendo en voz baja por ello.
Además, comenzó a bufar como manifestación del disgusto y la creciente ansiedad que esto le provocaba; pues veía que no iba a tener tiempo suficiente de preparación y que su artículo sería un fracaso rotundo.
¿Solo tenía dos semanas para leerse TODO eso?
¿Sólo dos?
¿En serio?
¡Eso era imposible!
¡Y más siendo una ignorante en el tema y de la manera en que estaban redactados los artículos!
¡Imposible!
No obstante, sabía que de nada iba a servir quejarse de forma tan repetida o verlo todo de color negro (quizás sí, para perder más tiempo. Un bien precioso en este instante). Y tanto el combate, los boxeadores y sobre todo, los lectores aficionados al mismo, no iban a esperar a que ella se convirtiera en una experta en el tema.
Por esta razón, se obligó mentalmente a cerrar su boca y no malgastar saliva ni a desperdiciar tiempo con sus quejas y protestas, a agarrar ambos gruesos fajos justo por del nudo de las cuatro cuerdas e (procurando no arrastrarlos para no ensuciarlos; aunque con ello sintiera cómo gracias a este hercúleo esfuerzo, sus hombros y brazos estaban tres centímetros más cerca del suelo) iniciar el camino de vuelta a su piso de alquiler de Orange Street.
Iban a ser dos semanas casi tan largas como el camino de regreso y casi tan difíciles como la comprensión de lo ahí escrito.


[1]  Trad: La señora Ancla.
[2] Iglesia de Bow: Es la iglesia parroquial dedicada a Santa María y la Sagrada Trinidad. Se encuentra en la carretera de Bow, en Tower Hamlets.
[3] N. Aut: Según una historia popular entre la gente de la época y de la zona actualmente, existió una panadería-pastelería en esa época justo frente a la puerta del pasillo norte. De ahí que haya decidido considerar esta historia como inspiración para el local de Miss Anchor; solo que yo lo he colocado frente al edificio  Fuente: http://www.british-history.ac.uk
[4] N. Aut: El supuesto sacerdote no es otro que Joseph Harper disfrazado.

3 comentarios:

  1. bueno bueno bueno aparte de que chris chris es un cochinote q no limpia la mesa del despacho mira q hay q se guarro pa tener acumulao el polvo en la mesa so marrano lavalo eee
    decir q e aqui el chiste facil tenemos a la sara carbonero del boxeo a la maria escario del siglo XIX es decir a la gran sarah parker en su faceta deportiva cuan carlota reig de deportes la sexta q ella comenta basket nuestra saritisima boxeo. jaja ai pobre mia q se pensaba q chris chris le iba a proponer matrimonio pobre mia q no tontina q tu con mi rubio guapo de doble h q pega derechazos e izquierdazos cuan chuck norris q pega guantazos a cascoporro xD q tontina aqui entre nos a ti te mola doble h q ese besazo no te ha dejado indiferente ee aais bobina q si q chris te va a salir rana ese pa la eden q q curioso jaja q augure y piense q le sienta bn el apellido crawford jaja
    punto no se cuanto q he perdido la cuenta DIOS BENDITO CREO Q SI A EDEN LA PONEN DE COLABORADORA EN SALVAME CREO Q SERIA FELIZ DE LA VIDA NO HE VISTO A UNA PERSONA MAS COTILLA EN MI VIDA Y MIRA Q YO SOY COTILLA XQ SOY MUJER Y NO LO PUEDO EVITAR PERO ES Q ESTA SE LLEVA LA PALMA CREO Q SI SALVAME EXISTIERA ELLA SERIA LA JORGE JAVIER VAZQUEZ DE LA EPOCA CHAAAVAL MAADRE MIA Q AFAN DE COTILLEO TIENE JESÚ BENDITO
    y bueno bueno bueno ES MENCIONARMELO Y CAERSEME LA BABONA CON EL XQ MUERO CON EL JAJA AAAAAIIIIIIISSS MI WILLY WILLY SIEMPRE OMNIPRESENTE EN TOS LAOS COMO CRISTO JAJA AAAAISS Q ME LO COMO CON PAPAS FRITAS AAAISS Q WENO Q TA MAAADRE DIOS COMO ME PIRRA Y COMO DESVARIO CON EL MAADRE ES NOMBRARMELO Y BUENO CERDACA PERDIA JAJA Y MANDIBULA PERDIDA EN EL SUELO JAJA
    pero volviendo al capi quiero vivir con la sra anchor quiero quiero quiero xq me daria dulces pero se me pondria el culo como un pandero pero bueno xD aais q maternal es esta mujer jiji
    y Q GANAS TENGO DE COMBATE CON BARRO PELEA CHICOS EN CALZONES SUDOROSOS PETAOS MUSCULAOS Y GUARRINDONGOS POR EL SUDOR APUESTAS 2 A 1 PIPAS CHICLES CARAMELOS A UN EURO xD
    he dicho xD en general el capi estupendo y quiero mas malota xD
    pd: yo ya sabia q joseph harper era el editor del periodico sarah lo sabia hace tiempo jiji

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  2. Está el chiste fácil pero es una lástima que Sarah vaya a escribir bajo el pseudónimo de un hombre...en cuanto a eso de que le guste Doble H... aún no cantes canciones de boda...
    Sip, ya has conocido a una de las grandes facetas definitorias de Eden; la otra es que no tiene filtro, es una exagerada y dice lo primero que piensa...
    Ok! Puedes vivir con la señora Anchor. Solo se han revelado seis personajes; de los cuales una se va este año y la otra al que viene pero aún así le quedan tres plazas libres...
    En cuanto a lo del combate... relax, relax, que aún tiene que prepararse... en muchos sentidos de la palabra... jijiji

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