lunes, 18 de marzo de 2013

Amor a golpes Capítulo 5


CAPÍTULO V
Persiguiendo un sueño

Una semana después…

Si Sarah Parker creyó en algún momento que por tener que documentarse en el “maravilloso” y “fascinante” mundo del boxeo iba a tener que dejar a un lado y olvidarse de sus obligaciones como correctora y persona encargada de entragar los artículos de Christina Thousand Eyes al editor (con las consecuentes visitas a St. James Street y a la capilla de Tower Hamlets y la correspondiente pérdida de tiempo que ello conllevaba) estaba equivocada.
Muy equivocada de hecho.
Su vida no había sufrido ningún cambio importante. De hecho, la normalidad y la continuidad a como había estado sucediendo antes del momento en que decidió convertirse en periodista de boxeo, eran la tónica imperante.
Su vida se desarrollaba casi de la misma manera a como antes de su extenuante preparación y búsqueda de toda la información posible acerca de este deporte.
Casi,
Existían algunas novedades y diferencias bastante reseñables; todas relacionadas con el mismo tema: el boxeo.
Su nivel de conocimientos acerca de este deporte había aumentado considerablemente en los últimos siete días. Así por ejemplo sabía que ya se hacían referencias a algo muy parecido al boxeo en la Ilíada. Concretamente en el Canto 23[1] (información proporcionada por Penélope y no por los artículos) pero que incluso antes ya se practicaban peleas visionadas ante el público.
También sabía desde el siglo XVI se utilizaba la palabra boxing para referirse a una riña de puños. No obstante no fue hasta el siglo XVII, en el año 1681, cuando se produjo el que podría ser considerado como primer combate de boxeo como tal y que fue el año 1711 cuando adquirió la consideración de deportes (pequeñas lecciones magistrales de historia proporcionadas por el duque de Silversword).
En cuanto a cómo se luchaba; ya no le era desconocido: se formaba un círculo o anillo alrededor de los luchadores; quienes luchaban a puño limpio y sin límite de tiempo para favorecer las apuestas a favor de uno u otro.
Un nuevo dato que descubrió para su siempre hambriento de conocimiento cerebro fue que en el siglo XVIII  existieron algunas figuras que se autodenominaron “Maestro de Defensa”. Uno de esos maestros fue el señor James Figg[2], el primer campeón de Gran Bretaña quien peleó 270 combates y solo perdió uno.
Otro de esos grandes maestros fue el sucesor de Figg, el señor Jack Broughton[3]. Hombre con el que Sarah tenía una deuda particular (y con Christian por proporcionarle un ejemplar; entendiéndose proporcionar como sustraer sin permiso de la biblioteca de su hermano) ya que él fue quien reglamentó el boxeo del que ella iba a ser espectadora con siete reglas el 16 de agosto de 1743. Unas reglas que aunque se crearon en un principio solo para su anfiteatro y con la finalidad de proteger y proporcionar algo de protección a los combatientes; sobre todo tras el combate protagonizado entre el propio Broughton y George Stevenson; The Coachman; quien murió a causa de las de las lesiones sufridas tras el combate (porque sí, al lugar donde boxeaban se le llamaba anfiteatro; al igual que al lugar donde se producían los combates de gladiadores. Quizás porque se consideraban los sucesores de éstos y deseaban darle una continuidad temporal desde los tiempos del otrora glorioso Imperio Romano; por alguna u otra razón que a Sarah se le escapaba)
Pues bien, estas siete reglas  se habían tomado como referencia y se habían extendido al resto de anfiteatros; lugares entre los que seguro se encontraría The Eye; el lugar que iba a visitar continuamente (de forma muy habitual en poco menos de una semana) eran las siguientes:
1.      El deber de retirarse a su propio lado del ring ante la caída del oponente
2.      La cuenta de medio minuto después de una caída para ubicarse en el centro del ring y recomenzar el combate o ser considerado “vencido”.
3.      Que sólo púgiles y sus segundos podían subir al ring.
4.      La prohibición de arreglos privados entre los púgiles[4] para repartirse el dinero.
5.      La elección de impares (jueces o árbitros) para resolver las disputas entre los boxeadores.
6.      La prohibición de golpear al adversario cuando se encuentre caído.
7.      La admisión de llaves por encima de la cintura.
Además, a este prolífico hombre también se le debía la creación de los cuadriláteros de boxeo elevados y el uso de guantes en entrenamientos y demostraciones (complemento sobre los que Sarah dudaba mucho acerca de su utilización; al fin y al cabo estaban en el Soho).
Por último, lo más novedosos que había leído sobre este tema era que los combates solo se producían entre blancos, aunque también existían (y Sarah esperaba no tener que presenciar ninguno durante el tiempo que fuese periodista y cronista encargada de la sección de deportes) combates de mujeres.
Afortunadamente, aún le quedaba una semana más para documentarse como Dios manda (por mucho que tuviera que dejarse ojos, cejas y pestañas leyendo como venía haciendo hasta ahora; ganándose la reputación de monja eremita[5] entre las mujeres del bloque de apartamentos.
Un segundo gran cambio producido durante la última semana era su espectacular aumento de sueldo. Un sueldo acorde a su nuevo status de periodista y que le permitió modificar en algo la decoración de su apartamento y la concesión esporádica de algún capricho en forma de adorno o complemento para ella y de dulce o confitura para (la ahora pastelera) Eden.
Eso si, no debía derrochar puesto que el grueso de su sueldo debía ser gastado en la renovación completa de su vestuario.
No era que su vestuario de diario estuviese pasado de moda o roto. Ni mucho menos, ya se encargaba ella misma de que le durasen el mayor tiempo posible (siempre que la moda no lo permitiese)
El “problema” era que necesitaba ropa nueva para su trabajo.
Sobre todo tras realizar una ronda de reconocimiento del terreno, ubicar el anfiteatro y observar el vestuario y el tipo de mujeres que asistían a ese tipo de eventos: prostitutas.
Y su cómodo vestuario podía ser calificado de maneras pero desde luego no como el de una prostituta. Ergo, necesitaba ropa lo más similar posible a la de una prostituta. Eso sí, enseñando la menor cantidad de carne y cuerpo posible.
Y como desconocía cuánto tiempo se tardaba en confeccionar este tipo de prendas, ese era el motivo por el cual se dirigía presurosa al único taller de costura que conocía y del que le encantaban los diseños: el taller de madame Lavinie Crouchet.
Un taller que además estaba en el Soho, lo cual le convertía en el más cercano a su apartamento de alquiler; aumentando el número de ventajas que éste tenía.
El único inconveniente a comprarse ropa nueva (acción que, como a toda mujer le encantaba) era que en lo referente a estilo y sentido de la moda, Sarah tenía el mismo nivel de conocimientos que sobre boxeo la semana anterior: cero.
Esperaba y deseaba que las modistas que allí trabajasen fueran compasivas y benevolentes con ella porque sino… la fase vestuario de su plan iba a resultar un fracaso rotundos.
En casos como este, lo más conveniente hubiera sido traer a una amiga con ella para que le aconsejara pero en esta ocasión en particular era  totalmente imposible.
¿Por qué?
Dejando a un lado que no era una mujer con numerosas amistades, las pocas personas con las que tenía una estrecha relación y de plena confianza no eran lo suficiente discretas como para acompañarla sin acribillarla a preguntas.
Pensaba en dos personas en particular con esa idea:
1.      La primera era Eden Growner, su compañera de rellano y de bloque de apartamentos de miss Anchor. Problemas a que viniese: que no cejaría hasta conseguir respuestas a su multitud de preguntas acerca de por qué de manera tan repentina un abastecimiento total de prendas de vestir y sobre todo, que estaba fuera del círculo periodístico de Christina y no sabía guardar muy bien secretos.
Ventajas por otra parte a que hubiera venido con ella: que tras descubrir cómo debía ir vestida a The Eye, era la candidata perfecta para aconsejarla en este tipo de estilismos. No porque fuera prostituta (paradójicamente, era hija de un sacerdote)sino porque empatizaba muy bien y rápido con ellas y por tanto, hubiera podido descubrir exactamente qué era lo que se llevaba ahora en esos ambientes.
No obstante, ahora estaba descartada ya que estaba trabajando nuevamente. En este caso como la ayudante en la pastelería que preparaba sus confituras favoritas; sin duda gracias a la inestimable ayuda de Miss Anchor (porque otro rasgo vital característico de Eden era que conseguía trabajos a la misma velocidad que era despedida de ellos).
2.      La segunda de sus amigas candidatas era Penélope Crawford. Ella comprendería mucho mejor su nuevo trabajo porque sí que formaba parte del equipo Christina. Pero también era la cuñada de Christian e inexplicable e incomprensiblemente para alguien de su status aristocrático, conocía mejor el Soho que incluso ella misma.
Consecuencia, sabía de más y de sobre el ambiente y el tipo de personas que frecuentaban The Eye. Además, era muy inteligente y perspicaz y en cuanto la acompañara al taller de costura de madame Crouchet (de quien era clienta habitual y amiga)  comenzaría a hilar (nunca mejor dicho) y a sumar datos e ideas hasta descubrir el plan por entero. Y negarse rotundamente.
Eso por no hablar del recurso y la baza familiar con la que contaba al ser la cuñada de Christian y que le permitía por tanto, ejercer presión para acabar convenciendo a Christian de que no era buena idea que fuera ella la nueva periodista de The Chronichle y que éste cambiara de parecer.
Por eso era un NO rotundo a la participación y consejos de Penélope en lo que a su nuevo vestuario se refería.
Afortunadamente para ella,  ahora Penélope estaba tan ocupando de la recién nacida Aurora y de los gemelos Amanda y John que ni siquiera tenía tiempo de corregir los artículos de Christina. Ergo, tampoco tendría tiempo para sabotear su plan perfecto.
Todo estaba perfectamente bien y marchaba según lo previsto.
Entonces ¿por qué tenía la sensación de que algo iba a salir mal?
“Tranquilízate Sarah” se ordenó. “Son todo imaginaciones tuyas” añadió. “Todo va a salir bien” concluyó mientras suspiraba y sacudía los hombros como gesto para la creciente tensión hasta ahora acumulada antes de empujar la puerta y entrar por primera vez en el taller de costura de madame Brouchet.
Apenas puso un pie en el interior cuando una mujer muy joven con el rostro lleno de pecas que portaba una muñequera cojín en forma de corazón lleno de agujas de todo tipo se materializó delante de ella y comenzó a mirarla con recelo en silencio.
-          Usté e’ nueva – la señaló antes de añadir. – Yo soy Ann –
Y cuando estaba a punto de lanzarse sobre ella para darle un sonoro en la mejilla (saludo típico del Soho por otra parte) una voz a su espalda se lo impidió.
-          Me había parecido escuchar la campanilla de la puerta – explicó una señora; quien a todas luces debía ser Madame Brouchet por la edad y por la manera en la que iba vestida. – Ann, no irías a hacer lo que ambas sabemos que tienes terminantemente prohibido a las clientas a no ser que ellas te lo den su permiso ¿verdad? – le preguntó con tono de regañina y advertencia a la vez,
Ann agachó la cabeza avergonzaba y se encogió de hombros mientras musitaba un lo siento antes de desaparecer de su vista y dejar a las dos mujeres completamente solas en el recibidor del taller.
Sarah sintió la mirada fija, curiosa y escrutadora de madame Brocuhet desde que la chica que se había presentado como Ann se marchó de allí y las dejó solas, pues se había convertido en su centro de atención.
Lo cual solo significar que su cara le sonaba mucho y que estaba intentando identificar quién era (dado que  no se habían producido las circunstancias en las que se presentaba a la joven costurara y a la propia madame Brouchet) y sobre todo, de dónde la conocía (agradeciendo por esto el poseer un físico corriente un carácter discreto)
Al parecer, no consiguió ubicarla porque después de mantener una expresión interrogativa y ceñuda en el rostro, sacudió de manera casi imperceptible la cabeza, desfrunció su ceño, plantó una sonrisa y le dijo con un tono cargado de amabilidad:
-          Bienvenida al taller de costura de Madame Crouchet – dijo, con los brazos extendidos. – Disculpa a mi aprendiz y ayudante – añadió, algo avergonzada. – A veces es demasiado… efusiva – dijo, tras un instante alargando la frase al no saber cómo concluirla. - ¿En qué puedo ayudarte? – le preguntó.
-          Esto… - titubeó. – Yo… yo… venía a por a por… ropa – tartamudeó Sarah. “Más confianza, tonta” se ordenó con firmeza y seguridad. – Venía a por ropa – repitió, diciéndolo de una sola vez, aunque ni mucho menos de manera más firme.
Madame Crouchet enarcó una ceja y miró con curiosidad a la señorita desconocida (en parte porque estaba segura de haberla visto antes en alguna otra parte) que tenía justo enfrente de ella antes de echarse a reír de manera franca y sincera.
-          Pero querida… - dijo, limpiándose las lagrimillas que habían brotado de sus ojos (que no le había arruinado el maquillaje) – Esto – dijo, volviendo a señalar a su taller con las manos. – Es un taller de costura en el que se confecciona ropa de todo tipo. Así que ¡enhorabuena! – exclamó. – Has venido al lugar indicado – añadió. – Y ahora sígueme - le ordenó, comenzando a caminar.
-          ¿Dd…dd…ddd…dón…de va? – le preguntó Sarah con algo de miedo ante una posible deriva de acontecimientos.
-          A enseñarte unas muestras de todo lo que aquí elaboramos para que así concretes y me digas exactamente qué tipos de prendas y telas estás buscando – le informó. – Porque no querrás una muestra de todo lo que tengo en la tienda ¿verdad? – le preguntó. Sarah negó con la cabeza. – Entonces sígueme – repitió. Y añadió para sí: - No sé por qué me da la sensación de esta va a ser una mañana muy larga… -
Madame Crouchet y su intuición no se equivocaron
Tras un largo e interminable recorrido por la tienda (siendo éste lo más parecido a una visita que había realizado nunca) que duró el triple de lo que habitualmente acostumbrada debido a que su nueva visitante se había detenido a admirar y tocar todas y cada una de las telas de su muestrario (confirmando sus iniciales sospechas acerca del nulo sentido de la moda que había pensado en cuanto la vio), madame Crouchet estaba ya bastante cansada de que no le dijese qué era exactamente lo que necesitaba.
Pero se iba a acabar muy pronto, pes en cuanto llegaron a la zona de probadores y arreglos le preguntó directamente, mitad cansada, mitad enfadada.
-          ¿Qué es lo que andas buscando? -.
-          Yo…esto… ropa… - titubeó. – Ropa… insinuante – añadió, agachando la cabeza por la vergüenza que sentía en esos instantes.
-          ¿Insinuante? – preguntó madame Crouchet con las cejas elevadas y un tono de voz bastante más elevado del que a Sarah le hubiera gustado. – Bien, porque tenemos unos camisones confeccionados con gasa que…- añadió.
-          No – le interrumpió Sarah. – No – repitió mirándola a los ojos. – Insinuante para… mostrar… en público – añadió antes de enrojecer y agachar nuevamente la cabeza.
-          ¿Para mostrar? – le preguntó confundida. – No entiendo qué quieres decir con eso – añadiendo no queriendo creer lo que eso significaba.
-          Ya sabe… - dijo ella apuntándola con la cabeza.- Ropa similar a la de una… prostituta – explicó aún más avergonzada que antes. Tanto que, en esta ocasión, se tapó la cara con las manos.
-          ¿Una prostituta? – le preguntó madame Crouchet con un hilo de voz y presa del estupor. Sus peores sospechas se habían visto superadas.
Ella pensaba que, por edad sería la amante de algún noble  demasiado avergonzado y cuidadoso con su vida privada como para que se fuera conociendo su aventura extramarital por esos ambientes. Lo que no esperaba de ninguna de las maneras era que esta mujer fuese prostituta.
O que fuera a iniciarse en este ambiente dentro de muy poco tiempo; ya que por la inocencia en su mirada, los reparos y los sonrojos que sentía al tratar algunos de estos temas o pronunciar algunas frases determinadas, se notaba que carecía de experiencia en este ambiente-
Aunque quizás esa candidez e inocencia eran fingidas y en ese caso, la señorita de identidad desconocida resultaba ser una actriz excelente.
“No” pensó con rotundidad y de manera tajante. “Demasiado real” añadió. “Y eso no es lo que te dice tu intuición” concluyó.
Este tipo de pensamientos la llevaron a plantearse una serie de interrogantes acerca de la vida de la joven desconocida y de cómo había acabado por engrosar y formar parte del numeroso grupo de prostitutas de Londres.
Probablemente hubiera sido para pagar deudas de su familia, tan elevadas e inmediatas a cobrar que resultaba imposible no conseguir el dinero de otro modo que éste. Éste y apostando.
Inmediatamente sintió simpatía por la joven.
Incluso hubo un instante en el que a punto estuvo tentada de ofrecerle un puesto de trabajo como ayudante de costurera en su taller. Opción descartada en el momento en que le miró las manos. Unas manos que no eran de costurera. No descartaba que supiera coser pero… no al nivel que un taller de costura exigía. Y además, ya tenía a Ann en ese puesto y eso ya era más que suficiente para su salud.
Una Ann que quizás no era todo lo profesional en sus formas de relacionarse y tratar con los clientes, pero que sin duda suplía su falta de modales de sobra con la destreza de sus manos.
Manos que valían una fortuna.
Por otra parte, a esta chica no se la veía tan pizpireta ni con tanto desparpajo como el de Ann a la hora de establecer e iniciar conversaciones con las clientas y por último, tampoco podía contratarla porque su taller no estaba pasando por un período económico de bonanza y por tanto, no podía permitirse a nadie más allí. Y si lo hacía, ello conllevaría una reducción del sueldo del resto de costureras y modistas, cosa que no deseaba ni por ella (que no tenía el humor como para aguantar un “motín”) ni por la joven; que acabaría estrenando puesto de trabajo granjeándose el odio del resto de sus compañeras.
Así que no. No podía contratarla.
Solo deseaba que comenzase a trabajar en una casa de chicas y no que se dedicase a la prostitución callejera. Era refrescante encontrar a alguien en el Soho con la inocencia y candidez que ésta chica poseía. Unos rasgos que perdería en menos de una semana de trabajo ahí fuera.
Por tanto, y con todo el dolor de su corazón no le quedaba más remedio que plegarse a sus deseos y proporcionarle ropa insinuante. Pero eso sí, no sería cualquier tipo de ropa insinuante; sería la mejor de todas.
Ayudaría a esta chica de una manera o de otra.
La miró con algo de lástima y mucha compasión antes de de comenzar a enseñarle las prendas que ella calificaba como “insinuantes”.
“¿Quién iba a pensar que ir de compras para mi nuevo trabajo iba a resultar tan divertido?” se preguntaba Sarah continuamente tras más de una hora probándose prendas de todo tipo mientras contemplaba ensimismada y asentía y aprobaba con satisfacción  el nuevo corsé mitad transparente mitad azul con motivos de mariposas por todo él.
Mariposas que también se hallaba en el remate del mismo y cuyas alas de encaje apenas le cubrían la mitad de sus senos (unos senos apretados como nunca habían estado antes y que por este mismo motivo, los elevaban y hacían parecer más grandes)
Un corsé que en una situación normal y cotidiana desaprobaría con rotundidad y que jamás usaría; ni siquiera en la intimidad matrimonial y que por eso mismo, lo hacía perfecto para su trabajo.
“Ya es suficiente” se ordenó Sarah en ese instante tras una nueva contemplación de su look insinuante en el espejo.
Ya había comprado suficientes prendas y era momento de parar.
Lo cual significaba que su yo racional y práctico había vuelto a asumir el control de su vida.
-          Ya está – anunció. – Eso es todo – añadió girándose con una sonrisa cómplice dedicada a madame Crouchet. Sonrisa con la cual le agradecía su buen ojo y criterio para orientarla a la hora de escoger las prendas.
Se giró de manera tan inesperada y repentina que Ann; quien le estaba tomando el largo de la falda para ajustárselo a su estatura se cayó al suelo y (afortunadamente) con las agujas en la boca.
-          ¿Ya? – le preguntó enfadada ésta porque le había desobedecido y había puesto su vida en peligro en consecuencia. - ¿Y le parece a usté poco, sita nueva? – añadió.
-          Ann – le advirtió madame Cruchet porque conocía de más y de sobra el grado de enfado que estaba desarrollando su aprendiz y lo que ocurriría si llegaba por explotar.
Y Ann, quien temía y respetaba a partes iguales a madame Crouchet, agachó la cabeza, calló y se retiró.
Solo entonces, madame Crouchet se dirigió a su nueva clienta (identificada por ella misma como Sarah Parker) con una gran sonrisa antes de indicarle que volviera a seguirla hasta el mostrador porque había llegado la hora de pagar.
Un mostrador que estaba en una sala a la izquierda del vestíbulo (no era buena idea ponerlo en la primera sala y a la vista de todos y más en este barrio). Y esta sala a su vez, servía de sala de espera.
En dicho mostrador estaba oculta la caja de cuentas donde se guardaba el dinero de la recaudación del día. Caja de cuentas que sacó y mientras la abría comenzó a echar cuentas mentales acerca de cuánto podía rebajarle del elevado precio final (ya que, atendiendo al vestido que traía cuando entró en su taller, se denotaba y podía sacarse en conclusión que la chica no tenía un gran nivel económico).
-           Son un total de… ochocientas cincuenta y cinco libras –explicó. Aunque le costó bastante trabajo y esfuerzo decirlo ante el más que seguro embarazoso momento del pago.
Sarah Parker suspiró de alivio cuando escuchó el total de sus compras. El motivo era que no se había pasado del límite que le habían impuesto sus altas instancias.
Un límite monetario que no era otra cantidad que 1000 libras.
¡1000 libras!
¡La cantidad de dinero junto más grande que Sarah había visto en toda su vida!
Un dinero que venía directamente de manos del editor; lo cual confirmaba que era un hombre muy rico y aumentaba su halo de misterio y las ganas de Sarah por conocerle personalmente en consecuencia.
Por eso, sacó encantada la bolsita de cuero donde había llevado escondido el dinero todo este tiempo y le causó una sorpresa mayúscula (así se reflejaba en su rostro al menos) a madame Crouchet al pagarlo al contado.
Incluso le entregó diez libras de propina a Ann
¡Diez nada menos!
Acciones, gestos y hechos como éstos sirvieron para que la balanza de pensamientos de la dueña del taller de costura volviera a inclinarse hacia su primer pensamiento: el que era la amante de algún famosísimo y poderoso noble (y decidió detenerse en noble, obviando la posibilidad de que fuera el monarca), pues sino, no podía explicarse cómo podía ir por la calle tan tranquila con semejante cantidad de dinero con ella.
Un noble suya casa seguramente sería el lugar al que se dirigiría en cuanto acabase aquí, ya que aún no se había quitado su corsé de mariposa. Prenda que, al igual que las del resto que le había sugerido no casaban en absoluto con su otro estilo de vestir y cuya confección insinuante y reveladora estaba hecha con el único y exclusivo propósito de seducir.
Lo cual a su vez reforzaba su argumento de amante y descartaba el de prostituta; pues si esas prendas eran para dedicarse al duro mundo de las lupas; las chicas del burdel o casa donde iba a comenzar a trabajar Sarah tendrían todas si bien no el mismo cuerpo que ella, sí uno parecido.
Y eso en el negocio de la prostitución era una pésima estrategia de negocio porque a los hombres le gustaban diferentes tipos de mujeres. Además de que en el Soho ahora el tipo que imperaba era el (implantado sin que la susodicha fuera consciente de serlo) de Rosamund Appleton; la esposa de Stealthy Owl. O en otras palabras, pelirrojas de ojos claros, piel de alabastro y… tetas muy muy grandes.
Rasgos y morfologías opuestos a los de Sarah.
-          Una última cosa – dijo Sarah tras asegurarse de que le había devuelto la cantidad correcta y de repetir la urgencia y necesariedad de la entrega a tiempo de su pedido. – Penélope Crawford no puede enterarse de que he estado aquí y de las compras que he realizado – añadió con firmeza; aunque con algo de desesperación.
-          ¿Penélope Crawford? – preguntó madame Crouchet bastante sorprendida por la mención e inclusión de su clienta de más alto status en la conversación mientras añadía mentalmente:
“¿Qué demonios pinta aquí y ahora Penélope Crawford?” se preguntó, “Es imposible que sea la amante de su marido” añadió. “Rotundamente imposible” añadió. “¡Si bebe los vientos por ella!” exclamó indignada. “Y como sea ese el caso… ¡yo misma le cortaré los huevos!” exclamó furiosa, golpeando el mostrador con el puño fuertemente apretado.
-          Eh… - titubeó. – De acuerdo – asintió. – No le diré nada – concluyó, aún confusa.
-          Una lástima – dijo una voz de mujer conocida por ambas, escondida detrás un gigantesco periódico; el cual estaba leyendo en esos instantes sentada en uno de los comodísimos sillones tapizados con flores situados en esa sala junto al vestíbulo.
Una mujer que acto seguido dobló el periódico justo y precisamente por la mitad sin proponérselo (revelando con ello su identidad) antes de depositarlo suavemente sobre la mesa y acercarse al mostrador para añadir mirándola fijamente:
-          Penélope Crawford ya lo sabe -.


[1]  El canto 23 de la Ilíada es el que hace referencia a los juegos fúnebres por Patroclo en los cuales Aquiles organiza algunas competiciones deportivas con algunos premios. Aparece sobre todo desde los versos  658 al 735. Como muestra un botón: sí habló; y el Pelida, oído todo el elogio que de él hiciera el hijo de Neleo, fuese por entre la muchedumbre de los aqueos. En seguida sacó los premios del duro pugilato: condujo al circo y ató en medio de él una mula de seis años, cerril, difícil de domar, que había de ser sufridora del trabajo; y puso para el vencido una copa doble. Y estando en pie, dijo a los argivos: 658 —¡Atrida y demás aqueos de hermosas grebas! Invitemos a los dos varones que sean más diestros, a que levanten los brazos y combatan a puñadas por estos premios. Aquel a quien Apolo conceda la victoria, reconociéndolo así todos los aqueos, conduzca a su tienda la mula sufridora del trabajo; el vencido se llevará la copa doble.

[2] James Figg: (1695-1734) Fue un boxeador inglés nacido en Thame, Oxfordshire. Antes de convertirse en el primer campeón inglés a “puño limpio” comenzó ganando combates en su localidad de origen. Hasta el ya mencionado año cuando consigue el título; el cual mantuvo hasta su retiro en el año 1734 tras pelear 270 veces y perder solo una vez. Fue el primero en construir un coliseo al que llamó anfiteatro y creó una escuela para impulsar el boxeo como deporte donde enseñaba además esgrima (dado que era un experto esgrimista). Es considerado el padre del boxeo pues además de ser el primer campeón de boxeo, fue el entrenador, mánager y promotor del mismo.
[3] Jack Broughton: (1703/4 – 1798) Fue un boxeador inglés “a puño limpio”, sucesor de James Figg. Durante la década de los 30 peleó de manera semiprofesional, durante los cuales se ganó una reputación considerable. No hay registros de que haya perdido ni uno solo de los combates en los que participó.  Fue el segundo campeón de Inglaterra de peso pesado desde 1734 a 1740; aunque lo mantuvo hasta 1750. En 1743 abrió su propio coliseo en 1743 donde también se producía el hostigamiento de osos y peleas con armas y desarrolló sus famosas siete reglas de protección a los luchadores.  En 1750 perdió un combate contra un carnicero de Norwich; rompiendo su récord y provocando que cayese en desgracia.
[4] Palabra que proviene del latín y que significa “el que tiene la capacidad de golpear”-
[5] Eremitas o anacoretas: Son personas que comenzaron a aparecer en Egipto y otros lugares de la cuenca mediterránea a finales del siglo III a. C. El término puede aplicarse en tres acepciones: aquel que vive alejado o apartado de la comunidad,  aquel que rehúsa de los bienes materiales o alguien que se retira a un lugar solitario para dedicarse a la oración y la penitencia. 

5 comentarios:

  1. Muy bonito laura me encanta esta epoca felicidades muy buen trabajo(lora leigth )

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  2. A VER Q ES ESO DE Q QUIEREN CORTARLE LOS HUEVOS A MI WILLY WILLY¿? COMO ES ESO A VER¿? QUIEN SE ACCERQUE A MI WILLY WILLY CON INTENCION DE MUTILARMELO YO SI Q CORTARE A ALGUIEN OJITO CON METERSE CON MI WILLY WILLY Q SACO LA BELEN ESTEBAN Q LLEVO DENTRO Y BUENO ME ENTIENDES VALE¿? a ver vayamos por partes: uno creo q he aprendido mucho acerca del maravilloso mundo del boxeo y creo q esta noche he sacado mi agresividad ya que chicas lo habeis sentido xD dos saritisima churri mia a ver ta mu bn q te des caprichos de vez en cuando chuli q un premio nos lo merecemos de vez en cuando y cari a ver espabila un poco q no te van a comer chica q si quieres algo dilo aunq luego como la modista se pasa to el rato diciendote q si eres prostituta q te resbale lo q piense la sociedad tu sabes tu verdaad y punto churri asi q mas valentia la proxima vez
    sr christian crawford NO ESTA BN ROBARLE A TU HERMANO ESO ES DE SER MALOS CRISTIANOS ASI Q NO VUELVAS A ROBARLE NADA A EL VALE Q ES SUPREMO WILLY WILLY
    madre mia ha habido un rato con la modista q me ha recordado a laaga chunari mein daag cuando rani va con su sister a ver a la bailarina y cuando vuelve de la capi a ver a la misma bailarina y le dice q no le han robado su inocencia por la mirada de sus ojos. osea un dejavu total.
    mas cosaas el final del capi me ha descolocado mucho pero q muy mucho cuando la pobre sarah le dice q no le cuente a lops q ha estado alli preguntando por ropa insinuante x motivos laborales, la modista se piensa q ta con MI WILLY WILLY PERO NOOOO ES DE LOPS MIO Y DE CHIN EEE Q QUEDE CLARO DE NADIE MAS y lops lo ha escuchado todo todo todo y se va a liar parda en el siguiente como no se aclaren las cosas entonces querre pelea barros chicas bikinis apuestas dos a uno pipas chicles caramelos a euro... xD
    creo q por mi parte ta tutto he dicho

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  3. Arrrgggghhh, se acaba ahora???? cuando la descubre Penelope?????

    Quiero saber como sigueeeee

    Esperando.....

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  4. Hago kickboxin así que me encanta leer mas cosas sobre un deporte que me gusta :) me gusta lo confusa que esta la señora Crouchet y lo equivocada jaja y gran aparición de Lops :)

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  5. Se me ha olvidado decir que me encantaría saber que piensa Rosemund de la visión e ideal que hay sobre ella en el Soho, le va a hacer una gracia cuando se entere gracias a ese carácter tan bueno que tiene...

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