lunes, 1 de abril de 2013

Capítulo IX Amor a golpes


CAPÍTULO IX
Primos
El primer paso (quizás el más importante) ya estaba dado: había redactado el artículo y le habían dado el visto bueno.
Pero eso no quería decir que estuviese todo hecho o que pudiera relajarse. Ni mucho menos. Al contrario, debía poner aún más empeño y redoblar esfuerzos para conseguir que se lo publicaran. De esta manera, el mundo y el gran público lector de The Chronichle conocería por fin al señor George Iron Pounches.
Este pensamiento era el que resonaba en su mente mientras decidía qué atuendo  era el que debía llevar a The Eye esa noche. Sarah pensó que resultaba realmente curioso cómo desde que escribía bajo un pseudónimo masculino, su preocupación acerca de los vestidos, complementos y atuendos se había multiplicado pues hasta ese momento, apenas prestaba atención (salvo en contadas ocasiones) a la ropa que llevaba puesta. En otras palabras, en absoluto estaba preocupada e interesada en la moda. Mientras fuera discreto, cómodo y confortable le bastaba.
No obstante, excepto cómodo sus prendas de trabajo no podían ser como las de diario y debía asegurarse también que representase y continuase con el lujo del corsé que había llevado la vez anterior. Además, desde que visitó el taller de costura de madame Crouchet, adoptó y aplicó a su vida habitual una premisa que Anne le dijo mientras le ajustaba el largo de su falda. Y ésta era la siguiente (en idioma coloquial no cockney): “Siempre que te veas fabulosa con lo que llevas puesto, tu confianza en ti misma aumentará y nada podrá salirte mal”.
Y ahí es donde radicaba precisamente el problema: que con toda su ropa de trabajo se veía fabulosa y por eso le costaba un mundo decidirse acerca de cuál la vestimenta más indicada. Como agravante además, tampoco podía contar con la ayuda de Eden en este sentido (porque era la única del apartamento que la había visto de esta guisa y no se escandalizaría) ya que, se había tomado especialmente en serio su nuevo trabajo en la pastelería de miss Anchor llegando la primera y saliendo la última; probablemente porque era la propia miss Anchor para quien trabajaba. Consecuencia de esto, aún no había llegado.
“¡Al infierno con todo!” exclamó mentalmente, recordándose con estas palabras que era una pecadora.
Al final decidió meter la mano en la ingente mole de prendas de vestir que había desperdigadas por toda su cama y el corsé que sacara al azar sería el que se pondría esa noche.
El ganador resultó ser su corsé grisáceo tornasol violeta de terciopelo (al menos sería calentito)  en cuyo centro a modo de franja y punto de fuga y por el borde superior que (apenas) le cubría los senos tenía plumas de oca cosidas a mano salpicadas de cantidades ínfimas de purpurina, las cuales la hacían brillar a la luz de las velas, faroles o en definitiva, cualquier tipo de luz.
Estrambótico e inusual.
Esos eran los dos adjetivos que mejor lo calificaban. Aparte de inadecuado, por supuesto. Pero inadecuadas eran todas sus prendas, así que este adjetivo definitorio no lo calificaba de manera individual y exclusiva.
Desde luego que si de ella hubiera dependido su elección inicial, éste no hubiera resultado elegido. No obstante, siguió el consejo y la orden sugerida de Lavinie y se lo probó. A partir de entonces, su perspectiva acerca de él, se modificó por completo y lo situó como el primero de su lista.
A tan animalado corsé, le acompañaban como adornos del atuendo completo sus labios pintados en esta ocasión de rosa claro (el carmín no casaba hoy de ninguna de las maneras), una falda con cancán que le llegaba por encima de los tobillos; revelando con ello mucha más carne de la pierna de la que debería.
¡Por encima de los tobillos!
Eso sí que era atrevido.
Dicha falda poseía además, un cancán desproporcionado en opinión de quien la llevaba puesta, con dos consecuencias nefastas para Sarah: el primero, que le multiplicaba como efecto óptico el tamaño de su trasero (parte muy querida y adorada por aquellos lares) y el segundo, que con el balanceo de las faldas y las capas de enaguas que llevaba debajo para evitar sufrir la congelación total de sus piernas por las finísimas medias que se las cubrían, éstas se elevaban y revelaban aún más piel de esta corta parte de su anatomía. Estaba confeccionada con tela un tono más oscuro que el de su corsé y que al final de la misma llevaba una cenefa también de plumas; las cuales estaban cosidas a imitación de flores encadenadas.
Por suerte para ella, la tragedia y el escándalo de los tobillos descubiertos quedaba enmascarado gracias a unos botines de ante negro con un tacón de aguja de diez centímetros; los cuales, cierto, le hacían parecer mucho más alta pero también convertían una actividad tan rutinaria y habitual como caminar en una tarea harto complicada; transformado sus sólidas y robustas (entendiéndose sólidas y robustas como sinónimas de cortas y gruesas) extremidades inferiores en barras de mantequilla derritiéndose por momentos.
De esta guisa fue cómo se encontró con Eden en las escaleras.
Una Eden, quien pese agotada por tantas horas de continuado trabajo, salió de su estado de aletargamiento apurando las últimas fuerzas que le quedaban para reaccionar ante semejante visión repentina.
Una Eden que era expresiva en exceso con los ojos y con el resto de su rostro en general y que abrió mucho los ojos y le dedicó una mirada llena de envidia tras la inspección exhaustiva de su vestuario ya que sin duda ella sí se pondría esta ropa. Para su matrimonio incluso si se lo permitían.
No obstante, pese a la expresividad que la caracterizaba, también a veces (escasísimas ocasiones) sabía contenerse y por ello, conocedora de la hora de brujas que era, se limitó a aplaudir de forma apenas audible y a sonreír hasta que le dolieron los músculos de su cara para manifestar el agrado que le provocaba la ropa que su amiga llevaba puesta para ir donde ella no sabía acompañada nuevamente del gigantón de Marc; a quien había visto esperándola en la calle.
Se despidieron agitando las manos y cada una continuó su opuesto camino esa noche.
Pero si Sarah creía que a ese frío gesto  se iba a limitar la despedida de Eden, no conocía en nada a su mejor amiga. En efecto, en cuanto ésta llegó a su apartamento y Sarah plantó sus pies en la calle dando sus primeros tambaleantes e inseguros pasos, Eden abrió la ventana y apoyándose sobre el alféizar le silbó antes de gritarle:
-          ¡Pimpollo! –
Y cuando Sarah se giró para devolverle la sonrisa, pudo observar cómo ésta se reía de manera silenciosa (lo adivinó por los movimientos espasmódicos de su cuerpo) mientras comía unas nueces; los frutos secos que daba el tiempo.


Quizás porque ya no era la primera vez que lo visitase o porque sus nervios habían disminuido de forma considerable desde la última (y única) vez que lo visitó pero lo cierto es que The Eye no le sorprendió ni le pareció tan amenazante.
Nada de lo que allí sucedía.
Los gritos no le parecían ensordecedores o estruendosos, no reprobaba el comportamiento disoluto de las mujeres; quienes habían tenido la opción de salvar su alma según su criterio y los olores procedentes de las orinas, los vómitos y cualquier otro líquido o contenido semisólido que albergaran los cuerpos en el interior no le producían náuseas o arcadas sino que eran uno más de los detalles que integraban el aspecto tan peculiar de este recinto.
Sin embargo, había cosas que no habían cambiado, pero que sin duda lo harían con el paso del tiempo: aún atraía las miradas lujuriosas y lascivas de los hombres por mucho que Marc se colocara detrás de ella e intentara cubrirla. Y también esas miradas iban acompañadas en la mayoría de los casos de pellizcos o intentos nada disimulados o discretos de caricias hacia su trasero. No obstante, algo sí que había cambiado en este punto y todo gracias a la falda y a sus enaguas triples: eran tan gruesas y grandes que cuando los hombres creían estar rozando su parte trasera lo que en realidad acariciaban eran un trozo de tela que se curvaba ligeramente; pues esa parte de su cuerpo se encontraba numerosos centímetros por debajo.
Era una chica preparada e inteligente.
Una cosa que sí que cambió de forma radical con respecto a su visita anterior fue que en esta ocasión se dirigieron directamente a las primeras filas; sin importarle a Sarah ni el qué dirán ni su reputación al respecto; pues al fin y al cabo nadie la conocía allí y estaba allí por trabajo. No el trabajo que todo el mundo pensaba debido a su aspecto pero trabajo al fin y a al cabo.
De forma inesperada un gladiolo rojo apareció ante sus ojos y ella se vio incapaz de rechazarlo; sobre todo por la persona que se la entregaba: un niño rubio de enormes ojos azules que llevaba escritas y reflejadas en ellos y en la frente las palabras picardía y travesura. Cuando lo tuvo entre sus dedos, el mensajero misterioso le señaló hacia atrás para que identificara a su remitente.
“Otra cosa que no ha cambiado y que parece que nunca va cambiar” pensó mientras suspiraba y se mordía el labio inferior al descubrir quién era su admirador secreto.
O mejor dicho, no tan secreto, ya que éste no era ni más ni menos que Albert Branches; el “juez” (aunque dudaba mucho de su imparcialidad) y recaudador de apuestas de la noche, quien la miraba expectante y ansioso a la espera de su reacción.
Esta noche Sarah decidió seguirle el juego y respondió al beso que le lanzó en el aire con una sonrisa y un saludo militar realizado con dos dedos aparte de aceptar su gladiolo. Pero estaba muy equivocado y la menospreciaba enormemente al considerarla estúpida e ignorante si pensaba que iba a aceptar tener un encuentro sexual con él; pues era lo que dicha flor significaba en el lenguaje oculto de las flores.[1]
Afortunadamente, gracias a Penélope; su principal fuente de sabiduría y conocimiento, ella se había leído un libro al respecto y conocía al detalle qué era lo que significaba cada una de las flores y los pequeños matices que podían representar los colores.
De hecho, un hombre que intentara seducirla y conquistarla gracias a las flores, lo iba a tener bastante complicado ya que, aunque era una mujer bastante romántica (vena potenciada sobre todo gracias a las historias de amor tan bonitas y de final feliz que habían ocurrido a su alrededor), las flores no eran un regalo que le gustasen especialmente. Es más, ella solo había aceptado la flor como gesto de buena educación porque lo que hacía falta para conquistarla a ella eran otro tipo de detalles y sobre todo, por el estomago.
Con dulces especialmente.
“Chocolate…” pensó babeando.
Nuevamente, el silencio poco a poco se fue adueñando del recinto, esta vez sin que Albert tuviera que llamar a la calma o rogar silencio y tanto Sarah como Marc volvieron sus cabezas hacia el desvencijado escenario donde estaba sentado en esta ocasión Albert.
Un Albert que había cambiado su atuendo para esta ocasión: su casaca imitaba a las chaquetas de los uniformes militares británicos pero de tiempo atrás. De gala en este caso, pues era roja; solo que los botones, borlas y demás añadidos no eran de oro. Ni siquiera eran dorados. En su lugar eran de color negro; pero aún así contrastaban enormemente con el color predominante de la prenda. También llevaba un pañuelo anudado en el estilo aún imperante del bello Beau y además en esta ocasión se había colocado un sombrero de ala ancha; muy similar al de los mosqueteros o a los de los soldados de los tercios de los ejércitos de Felipe II (en este caso mucho menos probable que ésta hubiera sido la opción escogida, debido a la evidente rivalidad existente entre ambas coronas en el siglo XVII) con una pluma de color blanco enorme. Lo que no había cambiado nada era que hoy también se había pintado la raya de los ojos de color negro y de una manera bastante exagerada.
Sarah pensaba cuando lo descubrió disfrazado de semejante manera que solo le faltaban el parche, un aro, un loro y una extremidad de madera para parecerse a la imagen mental que ella tenía del único pirata literario sobre el cual ella había tenido la ocasión de leer: el capitán Long John Silver de La Isla del Tesoro, la novela escrita por Robert Louis Stevenson[2].
Sintiéndose el centro de todas las miradas, tal y como era su deseo, Albert continúo sentado durante un momento más, disfrutando al máximo ese instante en el que él y solo él era el único que atraía el centro de todas las miradas, pues en el mismo instante en el que los boxeadores comenzaban a golpearse, se volvía invisible a ojos de los demás. Mucho tenía que amañar un combate o tomar un sinfín de injustas decisiones para que nuevamente las miradas recayesen sobre él… para mal.
“Ahora es cuando presenta a los luchadores” dijo Sarah mentalmente esbozando una sonrisa de anticipación.
De forma sorpresiva para ella, Albert no dijo nada acerca de los luchadores. Al menos de momento.
-          Último aviso a rezagados, lerdos, borrachos, drogados o retrasados mentales – dijo,  sacando una campana de uno de los bolsillos internos de su chaqueta y agitándola con fuerza. – Este es vuestro último aviso para realizar vuestras apuestas a favor de uno u otro luchador – anunció. - ¡Último aviso! – repitió, gritando. – Así que si alguno se atreve a hacerlo es aquí y ahora – añadió, guardando silencio y oteando el horizonte de personas en busca de una mano alzada que así lo indicara. - ¿No? – preguntó receloso. - ¿Seguros? – añadió. – Muy bien – dijo, dando una palmada. – Vuestro momento ha pasado estúpidos – explicó. – No digáis que no os avisé y advertí hasta el último momento – incidió. – Y a quien diga lo contrario, que sepa que es un mentiroso y espero que le salgan ladillas en los pelos de su inservible verga – maldijo. – Aunque… - dijo, elevando el dedo índice. – Mi opinión en este aspecto puede variar considerablemente si me dan unos buenos alicientes – advirtió, con un brillo malicioso en la mirada a la par que realizaba una pantomima explicativa de cuáles eran esos dos motivos: dos buenas tetas.
Hecho esto y conocedor de que se había granjeado el favor del público masculino y de buena parte del femenino; el cual, ya le había mostrado sus encantos sin pudor y más de una vez vistas su reacciones a Albert, éste se echó a reír como un maníaco mientras caminaba dando enormes zancadas e imitaba la forma de caminar de un desfile militar elevando su pierna sorprendentemente ágil hasta la altura de su hombro; mostrando a cada paso fuerte que daba lo frágil e inestable que era el mohoso escenario; el cual tambaleaba de forma ostentosa con casa nuevo paso que daba.
-          ¡Ya basta! – grito, deteniendo su marcha justo en el cetro del mismo con los brazos extendidos exigiendo un silencio al público, el cual sólo él rompía. – Es el turno de que todos me conozcáis – anunció. – O mejor dicho, de que me reconozcáis – apostilló, guiñando el ojo derecho al público; aunque Sarah pudo jurar que era única y exclusivamente para ella. – Me llamo Albert Branches – explicó, descubriéndose la cabeza como si hubiese alguien realmente importante entre el público por quien mereciese la pena realizar esa acción síntoma de respeto. – Y hoy seré nuevamente el juez de este combate. Además de que soy el dueño de este sitio que abarrotáis con vuestra presencia a diario y el amante oculto con el que no paráis de fornicar en sueños, señoras – explicó, con una sonrisa pícara. – Sin embargo, sé que no solo habéis venido a tan sexy y atrayente hombre esta noche – dijo, con cierto tono teatral de lástima. – Sino que además también queréis ver un combate de boxeo, así que dejaré mi baile erótico para más tarde – dijo desabrochándose un par de botones de su camisa para incentivar y crear expectación hacia su persona entre el público femenino – y me centraré en el segundo acto más importante de hoy. Y calzándose de nuevo el sombrero, gritó: - ¡Sed bienvenidos al baño de sangre de esta noche! – exclamó. - ¡Y hoy nunca mejor dicho! – añadió, con una risita no muy fuerte que Sarah no entendió. – En vista de lo sucedido el otro día, nada de tocar a los luchadores, nada de ayudas, nada de trampas y mucho menos ¡nada de tocar a los luchadores! – exclamó con tono serio Albert ahora.
“¿Será posible que a Doble H no le guste que lo soben y violen en público?” se preguntó Sarah divertida.
-          Os lo digo a vosotros – dijo señalando a los hombres, ceñudo. – Y sobre todo a vosotras señoras – añadió, mirando a la zona donde más concentración de mujeres prostitutas había (que era justo al lado de donde Sarah se hallaba) –Así que si queréis comportaros como unas zorras, ya sabéis donde podéis hacerlo y sino, yo mismo estaré encantado de mostrároslo de una patada en el culo… ¡en la puta calle! – exclamó, señalándola.
Tanto Sarah como el resto del público permanecieron en silencio, por lo que las palabras Puta calle continuaron resonando varias veces después de que las hubiera pronunciado Albert. Nadie jamás lo había visto tan enfadado y recalcando tanto acerca de la seguridad para con los luchadores pero Albert tenía sus motivos: con la misma facilidad con la que se acercaban a ellos las prostitutas, cualquier hombre celoso, rival o simplemente muy perjudicado podría hacer lo mismo y herirles de forma leve o grave e incluso de forma mortal. Atrayendo consecuentemente a los 8 de Bow Street hacia su anfiteatro y hacia su persona, siendo perfectamente consciente de que no gozaba de su simpatía por la actividad a la que se dedicaba y de que estaban deseosos de ponerles las manos encima. Además de la inexorable y triste pérdida que supondría para todos los que eran de la zona.
-          Y ahora es el turno de las presentaciones… - explicó Albert cambiando su expresión desde la seriedad y solemnidad más absolutas a la sonrisa más deslumbrante que alguna vez pudo esbozar. – Creo que todos conocemos a nuestro primer luchador – añadió.
“Doble H” pensó Sarah con total certeza.
-          El más sanguinario carnicero de estos lares – explicó, antes de echarse a reír con la complicidad de todo el público allí presente, exceptuando Sarah por supuesto quien frunció el entrecejo ante esta adición de información.
“Desde luego que ese no es Doble H” pensó ella. “Entonces ¿a quién se refiere?” se preguntó.
-          Porque sabe hacer crujir huesos y chorrear sangre como nadie, porque domina el manejo del hacha y de cualquier tipo de cuchillo como ninguno, porque sus embutidos son los de mejor calidad de todo Londres por muy mala imagen que dé su local y sobre todo, porque es el único que sabe partir un cabecero de ternera en filete del mismo grosor en toda Gran Bretaña señoras, señores y sexualmente indefinidos y confusos pónganse en pie para recibir a nuestro primer luchador de esta noche – explicó, antes de tomarse un minuto de descanso para tomar aire y gritar: - ¡En la esquina derecha Harold “Butch” Matthews! –  antes de romper a aplaudir con entusiasmo sin dejar de sonreír.
“¿Butch?” se preguntó Sarah ceñuda. “¿Un carnicero?” añadió en el mismo estado de conmoción. “¿Doble H va a pelear hoy contra un carnicero?” añadió, algo desilusionada. “¿Es que ya no hay boxeadores contra los que pueda pelear para que yo pueda escribir un buen artículo?” concluyó, ahora enfadada.
Sin embargo, poco le duró su enfado.
Exactamente hasta el instante en que fue consciente de que la multitud aún silbaba y aplaudía jaleando su nombre. O más bien su mote.
“Vaya, vaya, vaya” se dijo, sorprendida. “Otro luchador que se tiene ganado el cariño del público” añadió. “A ver cómo sales parado esta noche, Doble H” concluyó, lanzando este reto mental al aire del recinto impregnado de malos olores.
Curiosa de forma repentina, estiró el cuello para ver cómo era físicamente el popular rival de esa noche del luchador estrella del anfiteatro.
Sin más dilación, “Butch” entró en la arena con una leve carrera sin dejar de sonreír y saludando al público; agradeciéndole de este modo sus muestras de cariño. Gracias a esto, Sarah por fin pudo verle por primera vez y confirmar algunos de los tópicos que había formado en su cabeza acerca de los boxeadores.
En efecto, Butch también era calvo.
Solo que esta vez no lo era porque sufriese alopecia; lo era porque se rapaba. Así al menos lo indicaba el rastro negro como si de una mancha permanente se tratase, que cubría toda su cabeza.
Eso sí, que no tuviese ni un pelo de tonto no quería decir que ese mismo vello no estuviese presente en otras zonas de su cara. Es decir, que tenía patillas y un enorme y largo bigote marrón bastante similar al del padre de Rosamund Harper.
No obstante, sí que había diferencias con respecto a Gary Johnson, Butch era mucho más alto, mucho más peludo y sobre todo, estaba mucho mejor musculado tanto en brazos como el abdomen.
“Un rival mucho más difícil que el anterior” pensó Sarah, no sin cierta satisfacción.
Cuando Butch se situó en su esquina correspondiente, todas las miradas regresaron y se volvieron nuevamente hacia Albert; quien en esta ocasión se hallaba en una de las esquinas  del escenario abstraído y mirando ceñudo hacia el público. Pasado un instante y como si hubiera salido de un trance, parpadeó al menos unas diez veces seguidas antes de salir corriendo hacia la otra punta del escenario; el cual crujía y soltaba serrín con cada una de sus pisadas. En esa otra esquina se detuvo y repitió posición, añadiéndole además el gesto de situar su mano en forma de – C alrededor de su oído para poder escuchar con mayor claridad el imperceptible sonido a ojos del resto.
-          ¿No lo oís? – preguntó por fin, volviendo en sí y dirigiéndose al gran público. – Comienzan los chorreos – añadió, riendo cual maniaco. – Porque sí queridos amigos, la culpa del aspecto húmedo y mohoso en contra de lo que pudiera parecer – dijo, golpeando con un fuerza con la pierna derecha el escenario; el cual nuevamente volvió a crujir y levantando una de las tablas que lo conformaban, capturándola por el extremo que se elevó. – No es culpa mía – explicó. Y señalando con dicha tabla hacia la zona de las prostitutas: - La culpa es toda vuestra – las acusó. – Vuestra y de vuestros fluidos corporales, sobre todo vaginales cada vez que lo veis – añadió. – Pero yo no tengo la culpa de vuestra total ceguera para diferenciar carne de primera – dijo, señalándose y pavoneándose meneando el trasero. – Con desechos – añadió, señalando al lugar por donde tenía que hacer su gran aparición Doble H. – No obstante, no seré yo quien os prive de vuestro momento de goce – explicó, levantando las manos. – Así que… padres, oculten a sus hijas, maridos, guarden a sus mujeres y putas… abrid las piernas porque en la esquina derecha, se situará el dolor de ovarios más grande de todo el Imperio Británico… ¡el señor Skin HH Skull! – gritó, elevando la tabla al techo antes de señalar su esquina.
Por segunda vez en pocos días, Sarah observó cómo Doble H salía a la arena, caminado de forma tranquila y pausada; como si fuera una actividad que llevara haciendo bastante tiempo. Esta vez además, pudo apreciar que caminaba mirando al suelo; muy concentrado en el suelo que pisaba y los pasos que estaba dando.
Desde luego que Sarah no estaba chorreando; tal y como aseguraba Albert pero, no pudo evitar que los latidos de su corazón se acelerasen al verlo en toda su expresión de masculinidad y que se sintiera repentinamente insegura acerca del atuendo que había escogido para esa noche. Atuendo transformado en demasiado llamativo en su opinión. Y lo menos que quería y deseaba ella que Doble H se desconcentrase y perdiera un combate importante por su culpa.
Con esta premisa en su mente, retrocedió con un paso para ocultarse algo más entre la multitud que se había acumulado en la primera fila al ver cómo salía al encuentro de Butch para iniciar el combate.
Fue justo en ese momento cuando descubrió que estaba quieto habiendo recorrido solo un cuarto de su camino ya que se había quedado enganchado con algo. Ese algo no era ni más ni menos que el extremo de un colgante de tres vueltas con pequeñas cadenas  rematadas en forma de flor; una de las cuales “casualmente” era lo que se había enganchado en la parte trasera de las calzas de Doble H.
Éste al darse cuenta de la situación, intentó deshacer el nudo y desengancharse. Sin embargo, sus vendas, las cuales eran una ventaja a la hora de pelear se habían convertido en un enorme obstáculo para realizar esta acción. Frustrado por su incapacidad para resolver este problema, decidió cambiar de estrategia y elegir la solución más rápida y efectiva: comenzó a tirar de la cadena para romperla. Pero tampoco funcionó esta solución porque a más tiraba para desembarazarse de ella, más acercaba a la señorita Rose de la calle Dorset de Whitechapel[3] a las cuerdas que separaban la arena de las gradas; con el consecuente riesgo y peligro  de expulsión del anfiteatro que ello conllevaba para ella.
Incapaz de permitir esto por mucho que hubiera realizado esta acción a propósito, ya que prácticamente era una vecina y además le había revisado sus zonas íntimas para evitar y vigilar que no contrajese enfermedades de tipo sexual, bufó y resopló antes de acortar la distancia que los separaba caminando él hacia las gradas.
Una vez allí, se desenganchó el collar gracias a sus cadenas y le lanzó una mirada de advertencia para que no volviera a hacerlo, ella sacó morritos y retrocedió, fingiendo arrepentimiento, provocando que Doble H sonriera y se acercara para entregárselo en mano. Ese fue el momento escogido por Rose para, agarrarse a las cuerdas y lanzarse de manera apasionada sobre su boca y enroscar su lengua con la de él.
Sarah suspiró, resignada mientras se mordía el labio inferior y reprobaba la acción de manera mucho menos puritana, a la par que alababa el ingenio de la prostituta para evitar infringir la norma impuesta por Albert mientras pensaba en lo típica que era esta reacción femenina.
El recinto permaneció tan silencioso que los carraspeos y tamborileos de dedos sobre la tabla de Albert fueron perfectamente audibles en cualquier rincón de The Eye. También para los participantes; quienes pusieron fin a su beso al instante y a la par elevaron su mirada hacia él; quien los miraba ceñudo, con los ojos entrecerrados e inyectados en sangre por la furia y bastante enfadado con ambos porque habían encontrado una manera con la que saltarse su norma y por tanto, no podía expulsar a Rose de allí.
Ignorando deliberadamente el gesto de su mejor amigo, Doble H; quien no olvidó en ningún momento sus modales de perfecto caballero, realizó una reverencia justo frente a Rose y caminó hacia el centro de la arena para chocar los puños y compartir una sonrisa cómplice con Butch; quien expulsó una risotada ante la comicidad de la situación antes de comenzar de una vez por todas (para inmensa alegría de Albert) el combate de boxeo de esa noche.
Otra de las diferencias con respecto a s combate anterior y una enorme ventaja para Sarah fue que al colocarse en primera fila, no perdió detalle del combate de inicio y pudo observar cómo la manera de pelear de ambos luchadores era diametralmente opuesta: mientras que la de Butch consistía básicamente en permanecer estático mientras recibía los golpes y esperaba su oportunidad para golpear a Doble H cada vez que éste se acercaba, Doble H se comportaba como un animal nervioso y encadenado; es decir, no paraba quieto ni un momento. Por eso entendía que los hombres se volvieran locos y aplaudiesen a rabiar su manera de pelear, ya que de lo contrario todo sería realmente tedioso. En cambio, gracias a sus movimientos continuos  alrededor del objetivo y a sus agachadas y bloqueos de los golpes del contrario, disparaba la adrenalina del público ansioso y curioso por saber si en algún momento iba a fallar y ser el objeto de algún impacto.
Una adrenalina de la cual también era presa Sarah Parker; nerviosa y preocupada a partes iguales por la seguridad del luchador al que encontró en la calle. Aún así, su estado no alcanzó las cotas de alarma de su combate de debut como comentarista y por eso, recelosa miró la manera de luchar de Doble H para recordar de inmediato que éste no era el iniciador de esta manera de pelear y que ella había leído antes sobre ella cuando se estaba documentando para ser George Iron Pounches.
En efecto, esta manera de pelear ya la había utilizado Daniel Mendoza[4]; un boxeador anciano y ya retirado profesionalmente.
“¿Sería posible que Doble H hubiera conocido a Dan Mendoza y hubiera aprendido de él su manera de pelear?” se preguntó. “Imposible” se respondió a continuación.
¿Por qué no?
Porque era conocido para todo aquel que leyese la prensa deportiva que pese a que entre sus intenciones estuvo la de formar una escuela de boxeo y fundar su propio anfiteatro, al quedarse en la ruina se convirtió en un viejo ermitaño, maleducado y cascarrabias. Por tanto era absolutamente imposible que Doble H lo hubiera convencido para que le diese lecciones de boxeo. Era mucho más plausible que se hubiese leído su libro; por muy perfectos que fueran sus movimientos.
Aunque la técnica de Doble H era efectiva y muy depurada, ya que Butch aún no le había rozado, no era infalible porque ya había pasado una ronda y estaban a mitad de la segunda y éste no había puesto fin al combate. Sin duda, a eso también contribuía el abismo de preparación física entre Gary Johnson y Butch.
“¿Otra vez ella?” se preguntó Henry cuando visualizó nuevamente a su ángel salvador por el rabillo del ojo antes de revolverse y darse la vuelta para comprobar si su vista no le había fallado y confirmar que era ella.
Efectivamente, no se había equivocado y la mujer morena era su ángel en la versión más infernal de un ángel que él jamás había visto.
“¿Cómo se atreve a salir a la calle con los pechos únicamente cubiertos por plumas?” se preguntó enfadado. “¿Es que se ha vuelto completamente loca?” añadió, golpeando el estómago de Butch con fuerza y cubriéndose tras eso para volver a moverse hacia el lado contrario y comprobar cómo Albert no dejaba de lanzar ávidas miradas en su dirección; lo cual le enfadó aún más.
“¿Por qué demonios viene aquí?” se preguntó, gruñendo. “¿Es que quiere torturarme hasta que la salude en público y le pida disculpas por vomitarle encima?” añadió, golpeando nuevamente a Butch; quien se había convertido de repente en el receptor y aliviador de su frustración y enfado. “Pues muy bien” pensó decidido. “Tus deseos se van a ver concedidos” añadió con firmeza incrementando la potencia y rapidez de sus golpes; esta vez dirigidos única y exclusivamente al rostro de Butch con el firme propósito de atontarle lo suficiente para que fuera incapaz de mantenerse en pie y con ello, poner punto y final a su combate de hoy; el cual había prolongado algo más a posta, conocedor del enorme cariño y simpatía que el carnicero del barrio evocaba entre el público.
A ojos de los asistentes, podría parecer que los golpes de Doble H estaban realizados al azar y que con cada uno de ellos, los movimientos de un Butch cada vez más atontado y débil por la avalancha de golpes eran erráticos y azarosos. Sin embargo, eran todo lo contrario: éstos formaban parte de un maléfico plan que había trazado para matar dos pájaros de un tiro esa noche: dado que por reputación y sobre todo, si quería mantener su Campeonato de Pesos Medianos necesitaba ganar ese combate y también era imperante que mantuviera una conversación urgente con la mujer desconocida ¿qué mejor manera de aunar ambos objetivos que concluir el combate que junto a ella, en las cuerdas que separaban ambas partes del anfiteatro?
Y eso fue precisamente lo que hizo, cuando dio el golpe de gracia a Butch justo en el centro del rostro. Un golpe que lo noqueó totalmente y que por tanto, provocó que trastabillase hacia atrás y se hubiera golpeado contra el suelo sino llegó a ser porque las cuerdas actuaron como paracaídas; manteniéndole inconsciente sobre ellas.
Albert levantó la mano derecha, haciendo patente al resto del público asistente que el combate había llegado a su fin y que había sido Skin HH Skull el ganador; provocando que la multitud estallase de júbilo en gritos, silbidos y aplausos para el vencedor, creando de la nada un molesto ruido ensordecedor.
No obstante, había dos personas en el anfiteatro que permanecían ajenas y ausentes al ruido que se producía a su alrededor; éstas eran el propio Doble H y sobre todo, Sarah Parker.
Una Sarah Parker que había descubierto el propósito de Doble H cuando comenzó a orientar a Butch con sus golpes justo en su dirección, con la firme intención seguramente de concluirlo junto a ella para hablar con ella porque la había reconocido.
“Maldición” pensó con fastidio.
Incapaz de moverse ni un solo centímetros debido a la aglomeración en torno a ella para felicitar personalmente con cualquier tipo de gesto al vencedor, a Sarah no le quedó más remedio que adoptar como solución temporal (hasta que Marc la sacase de allí) la inútil creencia de mantener quieta y rígida como una estatua y agachar la mirada como si con esa acción resultase invisible de forma mágica para todos los que estaban cerca de ella.
Obviamente su estrategia no funcionó y Doble H continuó frente a ella en silencio.
Pero si estaba en silencio ¿cómo estaba tan segura de que no se había marchado?
Porque pese a que no le estaba mirando fijamente a la cara, Sarah era perfectamente de la mirada profunda e intensa que le estaba dedicando en exclusiva. Tan intensa y profunda que provocaba que sintiera mariposas revoloteando en su estómago y que, en consecuencia, la temperatura de su cuerpo subiera varios grados y se manifestase en el rubor de sus mejillas.
Mas, si pensaba que ella cedería y elevaría los ojos hacia él, estaba equivocado por completo.
Era él quien se había acercado hacia allí con ganas e intenciones de hablar ¿no?
Pues que fuera él quien abriese primero la boca.
“¿Por qué no levanta los ojos y me mira?” se preguntó enfadado. “Pero… ¡si sabe perfectamente que estoy delante suya!” protestó.
Henry quiso dejar en nada la escasa distancia que los separaba y levantarle la barbilla; obligándole a mirarle a la cara. No obstante, al igual que era perfectamente consciente de su presencia ahí delante de ella, también lo era de una serie de inconvenientes:
1.      El primero era que, obviamente aunque él fuera quien se saltara las reglas sería a la mujer a quien expulsarían de allí para siempre. Y él no querían que la echaran de allí; al menos no todavía pues tenían que hablar. Después podía desaparecer de su vida para siempre. Ya no le importaría.
2.      El segundo estaba muy relacionado con el primero y era que él podía prever y controlar en todo momento lo que sucedería de su parte, pero desconocía cómo iba a actuar y comportarse el otro lado de la cuerda. Además, tenía un precedente bastante reciente con Rose y la cadena.
3.      Los dos anteriores eran bastante obvios, aunque sin duda el tercero era el que se llevaba la palma porque el tercer inconveniente con el que Henry se encontraba a la hora de estrechar círculos y crear relaciones con su salvadora medía cerca de dos metros y estaba situado sólo dos pasos por detrás de ella siendo testigo de excepción de la situación y aunque estaba seguro de que podría vencerlo, también conocía de antemano que estas no eran las circunstancias más favorables para un nuevo combate; inmediatamente detrás de otro.
Su mente bullía de actividad, aunque nada estaba claro en ella.
¿Qué debía hacer?
“Actuar o no actuar; esa es la cuestión” se planteó a imitación de las frases más célebres de la obra de William Shakespeare.[5]
La providencia actuó para poner punto y final a tan silenciosa y extraña situación; que a cada minuto que pasaba ganaba curiosos adeptos.
¿Cómo lo hizo?
En forma de puñetazo de Butch a Doble H como movimiento espasmódico donde concentró todas las fuerzas que le fallaban. Y como debido a la diferencia de estatura entre ambos, Doble H había encorvado ligeramente su espalda, éste le impactó. Pero no de lleno en el rostro como respuesta al que él había recibido antes, no. En este caso, el puñetazo impactó lateralmente en el pómulo de Doble H y alcanzó también someramente la nariz de éste. No fue tan grave como el que Butch había sufrido porque Doble H no había dejado de estar alerta en ningún momento pese a fingir tranquilidad y vio con el rabillo del ojo el puño de Butch elevarse, siendo lo suficientemente rápido de movimientos y reflejos para evitar mayores desgracias.
Quien sí que no lo vio venir de ninguna de las maneras fue Sarah Parker; de tan concentrada como estaba en su propósito de conseguir ser invisible. No obstante, esta acción desarrollada delante de sus narices y sobre todo, el pequeño hilillo de sangre que  manchó desde su cuello hasta la mitad de su corsé (y con ello, a numerosas de las plumas bordadas que éste tenía) fueron el estímulo para que levantara la cabeza y alzara la vista justo en el momento en que Doble H recuperaba la posición que había perdido momentáneamente.
Sus miradas se encontraron y se miraron fijamente por primera vez, siendo ambos completamente conscientes de ello y sin impedimentos como la bebida o las drogas de por medio.
Había conexión entre ambos.
Una conexión silenciosa tan poderosa entre ambos que el mundo a su alrededor desapareció y ambos continuaron mirándose a los ojos, escudriñándose, incapaz de apartar la mirada el uno de otro.
Era como si estuvieran atados por una cadena invisible que les impedía e inmovilizaba para hacer otra cosa que no fuera mirarse detenidamente a los ojos; lo cual provocaba escalofríos en la espalda de Sarah, pues nunca había sentido nada parecido.
Ni siquiera la primera vez que miró a la cara a Christian y reunió el valor suficiente para hablar con él.
Henry fue el primero en romper este “hechizo” cuando dijo:
-          Te he manchado – antes de maldecir mentalmente su estupidez suprema por el patético inicio de conversación que había escogido.
-          No sería la primera vez – respondió ella, recordándole perfectamente que no había olvidado su vomitona tras darle el beso y que por tanto, debía pedirle disculpas.
“Al menos recuerda el beso” se consoló mentalmente Henry antes de tragar saliva; conocedor de que debía escoger muy bien las palabras de disculpa para tan inusual situación.
Quería pedirle disculpas.
Es más, debía hacerlo; pues al fin y al cabo era lo que dictaba la buena educación.
No obstante, esas no fueron las palabras que salieron de su boca la siguiente vez que habló. Repentinamente avergonzado porque se conociese tan patético y penoso episodio de su vida, temeroso de perder su status de héroe entre el populacho o receloso de que se burlasen y encogiesen su ego masculino, no supo muy bien cuál fue el motivo pero en vez de una disculpa, lo siguiente que dijo; no sin antes echar un buen vistazo escudriñador al corsé de Sarah (y mucho más aliviado de estar equivocado en cuanto a cómo estaban cubiertos sus pechos):
-          Tu corsé tienes las plumas de oca – Y añadió, acercándose a ella tras un instante de silencio, bajando el volumen de su voz y cambiando su registro al de la seducción: - Exactamente como las de la colcha de mi cama ¿sabes? – le preguntó, añadiendo su sonrisa más seductora y fijando su mirada en su escote.
“¿Qué demonios estás haciendo intentando seducirla, idiota?” se preguntó, muy enfadado y escandalizado consigo mismo. “¡Ella no!” añadió. “¡Ella te salvó la vida!” exclamó, incidiendo precisamente en este aspecto de su corta relación “¡Deberías estar pidiéndole disculpas y no intentando seducirla invitándola a tu cama!” se reprobó. “¿Y desde cuándo invitas tú a cualquiera a compartir tu cama?” se preguntó, también alucinado ante su atrevimiento. “¡Levanta la vista ahora mismo!” se ordenó.
Su hilo de pensamientos se vio interrumpido de manera brusca cuando observó con atención, cómo al contrario que hasta lo de ahora, la mujer se miró ceñuda hacia abajo y recorrió con ella el rastro que su sangre había dejado tanto sobre su ropa como sobre su piel.
-          ¡Qué lástima! – exclamó ella fingiendo pesadumbre. – Juraría por cómo gritaba y se quejaba mientras era desplumado que era un ganso – respondió ella de forma valiente y altanera, dejando muy claro con esta respuesta que no pensaba achantarse ante él y permitir que la tomara el pelo públicamente mientras fingía interés amoroso-sexual hacia ella solo por el mero hecho de compartir un beso (casto y puro en comparación con los que ella había presenciado) y también incrédula por su respuesta y comportamiento.
“¡Vaya!” exclamó sorprendido. “La palomita tiene agallas” añadió, sorprendido y encantado de sacarle por fin algo de ese carácter que mostró en su primer encuentro y que recordaba de forma brumosa.
Si había una única cosa que le gustaba a Henry de las mujeres aparte de que fueran hermosas era que les gustase jugar y participar en sus juegos de seducción con comentarios tan agudos y mordaces como los que él les lanzaba. Y normalmente, distinguía a la perfección con qué tipo de mujer estaba permitido realizarlo y con cuáles lo tenía terminantemente prohibido.
La mujer que tenía frente a él obviamente debía incluirse dentro del segundo grupo. Sin embargo, sería la noche o ese golpe que Butch le había propinado pero lo olvidó en esta ocasión y por eso, respondió lo siguiente:
-          Si antes me volvía loco esa prenda, no puedes imaginarte cómo me gusta ahora -. Sarah enarcó una ceja y miró con escepticismo de nuevo a su corsé. – Pareces una paloma – le dijo él, sonriéndola y nuevamente con voz seductora. –
La Sarah Parker de día hubiera aceptado el “cumplido” por mucho que le desagradase en su interior, hubiera agachado la cabeza y hubiera permanecido en silencio sin replicar.
Esa era la Sarah Parker de día.
Sin embargo, era de la noche y como tal, tenía licencia para actuar de forma diametralmente opuesta a como se comportaba durante el día y por tanto, podía hacer y decir lo que le viniera en gana sin tener en cuenta el qué dirán o las personas que le rodeaban.
Y por eso no iba a permanecer callada ante una palabra tan ofensiva a sus oídos, por ello se sintió tremendamente orgullosa de sí misma cuando replicó a Doble H con las siguientes palabras:
-          Si pichona es el mayor cumplido que sale de tu boca para seducir y conquistar, no entiendo cómo tienes tanto éxito con las mujeres -.
Henry abrió la boca tanto por la sorpresa mayúscula que le causó esta réplica y con la firme intención de silenciarla fuese como fuese. No obstante, Albert se le adelantó:
-          ¡K.O! – gritó, encantado antes de echarse a reír a carcajada limpia y levantar el pañuelo que llevaba en su mano derecha y que había pasado a representar a Sarah en el combate dialéctico que ambos habían mantenido.
Aturdido por el noqueo mental que acababa de recibir, Henry solo reaccionó cuando escuchó hablar a Marc:
-          Hora de irnos – estableció.
Y cogiendo a Sarah por las ataduras superiores del corsé, la levantó en el aire con dos dedos de la mano como si de una marioneta de trapo se tratase y le dio una vuelta completa hasta situarla en la dirección de la puerta de salida.
-          ¡Espera! – gritó Henry, saltando la cuerda cuando ambos ya habían comenzado a andar. - ¡Espera! – volvió a gritar, persiguiéndoles abriéndose paso a codazos y a duras penas entre la multitud. – No… no quise decir eso – se disculpó. - ¡Joder, espera! – gritó una tercera vez. - ¡Tenemos que hablar! – añadió. - ¡Dime al menos cómo te llamas! – pidió.
Fue en vano.
Sobre todo porque unos de sus codazos fue malinterpretado como una petición para que lo elevasen porque quería celebrar su triunfo con una vuelta al anfiteatro subido en los hombros de algunos asistentes, tal y como había sucedido en el combate anterior. Petición no pronunciada pero aún así concedida.
Fue subido en los hombros e iniciando ya el recorrido cuando intentó por última vez ponerse en contacto con la mujer misteriosa y apenas conocida e intentar sonsacarle algún tipo de información, preguntándole girando la cabeza en su dirección a la espera de una respuesta por su parte:
-          ¿Por qué vienes? -.
Esta vez sí que hubo una respuesta por parte de Sarah: volvió la cabeza en su dirección por detrás del inmenso cuerpo de Marc y le dedicó el mismo saludo que a Albert, en este caso para despedirse.

Veinte minutos después, de los cuales los cinco últimos los había dedicado al hallazgo de su chaqueta entre el polvo y la suciedad, un Henry algo más recompuesto se dirigió hacia donde Albert se hallaba para cobrar su sueldo de esta noche.
-          Mi sitio – dijo, levantando al hombre que estaba sentado justo enfrente de su amigo agarrándolo por la solapa de la chaqueta y depositándolo de mala manera en el suelo antes de sentarse él en su lugar. - ¿Otra vez jugando a las cartas? – le preguntó frunciendo el ceño ante la periodicidad cada vez mayor con la que su amigo jugaba a las cartas.
-          La vida y la fortuna son dos mujeres que me aman de manera voluble – respondió de manera enigmática y excesivamente teatral llevando su mano a la frente, como si de un actor de tragedias shakesperianas se tratase.
-          ¿Es esa la nueva frase que utilizas para dar pena y conseguir seducir a las mujeres? – le preguntó burlón Henry.
-          Amigos – anunció Albert con un suspiro apilando sus cartas y mostrándolas.      – La partida ha acabado – añadió, consiguiendo que el resto de los hombres entados allí sentados se levantaran y se marcharan. Solo después de que éstos se hallaban a una distancia prudencial para no escuchar su conversación, focalizó toda su atención en Henry y le sonrió de forma maliciosa: - ¿Qué? – le preguntó. - ¿Te paseas con el pecho descubierto para intentar seducirme a mí después de tu estrepitoso fracaso? – añadió con una seca carcajada antes de sacarle la lengua.
-          ¿Qué tonterías estás diciendo? – le preguntó mientras resoplaba.
-          ¡Oh, vamos Henry! – exclamó él guardando la baraja. - ¡No me tomes por estúpido! – añadió. – Es obvio que la presencia de esa chica en The Eyes es importante para ti y te afecta – explicó.
-          No es importante para mí – negó inmediatamente. – Y su presencia no me afecta en absoluto – apostilló. – Es más, ella no es nadie para mí – añadió para enfatizar su desentendimiento hacia la mujer desconocida.
-          Ya – dijo Albert asintiendo con la cabeza sin creerle un ápice. – Y por eso las dos veces que ha estado aquí te has distraído hasta tal punto que tus oponentes te han golpeado – añadió, lanzándole un paño húmedo para que se lo colocara donde Butch le había golpeado e impidiese la hinchazón. – Cuando nunca hasta ahora te habían rozado siquiera – concluyó, manifestando su disgusto en el énfasis que le puso a esta última frase.
-          No necesito que me recuerdes mi trayectoria profesional, muchas gracias – le respondió Henry irónico. – Aún sigo siendo el campeón – apostilló con orgullo.
-          Aunque… - inició Albert, ignorando su última frase. – También cabe la posibilidad de que estés haciendo viejo… - dejó caer, sabiendo que tocaría uno de los puntos débiles de su amigo.
-          ¿¡Qué?! – le preguntó Henry furioso. Tan furioso que se levantó y apoyó las dos manos en la mesa que les separaba antes de añadir: - Yo no estoy viejo – explicó. – Y cuando tú quieras puedo demostrártelo en la arena – le retó, mucho más seguro y preparado para un segundo combate en el día tras haber descansado unos minutos.
-          Entonces es por la chica – dijo Albert.
-          No es por…– siseó Henry.
-          ¡Eh! – le interrumpió Albert. – Tranquilo – añadió, con una sonrisa y levantando las manos para apaciguarlo. – Yo también me distraería en tu situación porque…¡vaya con los modelitos que se gasta! – exclamó resoplando y babeando al recordarlos.
-          Ten mucho con lo que dices – le amenazó Henry con los dientes apretados por la furia, señalándole con el dedo índice para hacer su amenaza más peligrosa y muy enfadado con su amigo por los pensamientos que estaba desarrollando en su mente con la mujer que le había salvado la vida semanas atrás.
-          ¡Oh vamos Hen! – exclamó. – Ahora me dirás que ni siquiera te has fijado en ellos, cuando ambos sabemos que no es cierto – añadió. – Apuesto a que tienes una erección tan grande como tu dolor de huevos ahora mismo por no haber podido tirártela esta noche – concluyó, cómplice.
Esta vez Henry no respondió con palabras.
En su lugar, abrió las piernas y apretó las calzas, sueltas hasta ese momento contra la carne de esa zona para demostrarle que estaba completamente equivocado mientras rezaba mentalmente porque su amigo no prestase atención a esa parte de su anatomía y a la par maldecía en numerosas ocasiones la amistad tan íntima que lo unía a Albert fruto de la cual lo conocía mejor que nadie; pues sentía exactamente lo que Albert había descrito de forma tan gráfica.
-          De acuerdo – acabó concediendo Henry pasado un momento. – Es por la chica – confesó, finalmente.
-          ¡Lo sabía! – exclamó Albert con una expresión de triunfo en el rostro y alzando los puños. – Pícaro… - añadió.
-          Pero no es por lo que piensas – le aclaró Henry.
-          ¿Ah no? – preguntó Albert con gesto de sorpresa despegando la espalda del respaldo de su silla y acercándose a la mesa, picado por la curiosidad. – Entonces si no quieres tener sexo con ella ¿cuál es el motivo de que te distraiga y de que su presencia te afecte tanto? – le preguntó. - ¿Por qué la persigues tras todos tus combates? – quiso saber. O más bien, exigió saber.
-          Porque…porque…porque… - tartamudeó Henry nervioso. – Porque esa chica… - añadió.
-          ¿Sí? – preguntó Albert enarcando una ceja e instándole a acabar la frase.
-          Esa chica es… esa chica es… - volvió a tartamudear Henry.
-          ¿Esa chica es…? – preguntó Albert a la espera de una respuesta convincente.
-          Porque esa chica es mi prima Samantha – consiguió decir Henry decir de una sola vez, inventándose la respuesta.
Si hubiera alguna frase o noticia para describir revelación en el diccionario personal de Albert, sin duda ésta sería la escogida. Tan impactado quedó por el anuncio que tuvo que volver a recostarse sobre su silla.  
-          Tu prima – repitió varias veces en voz alta para grabárselo en la cabeza pues aún dudaba bastante de la certeza de esta frase.
-          Sí – se limitaba a asentir Henry a cada repetición de Albert.
-          ¡Claro! – dijo asintiendo con la cabeza y una enorme sonrisa lasciva en el rostro. – Tu prima – añadió asintiendo y comprendiendo todo mucho mejor. – Cuanto más primo… más me arrimo ¿eh? – le preguntó elevando las cejas tres veces.
-          ¡No! – gritó Henry (aunque mentalmente pensó que no le importaría ese tipo de contacto con su “prima”) - ¡No, imbécil! – añadió, golpeándole.
-          ¿Qué prima sino? – quiso saber, extrañado.
-          Mi prima…Vera, ¡no te jode! – exclamó exasperado. - ¿Qué prima va a ser? – le preguntó fingiendo enfadarse. - ¡La mía! – respondió.
-          Eso me ha quedado bastante claro ya – aseguró Albert, ofendido por el chiste fácil. - ¿Desde cuándo tienes tú una prima? – preguntó, confuso rascándose la cabeza.
-          Desde el mismo momento en que su madre y mi padre son hermanos – respondió, sorprendentemente tranquilo ante la mentira que le estaba contando a su hermano. – De toda la vida – incidió, recalcándolo con los ojos para hacérselo más evidente.
-          ¡Pero si no os parecéis! – protestó Albert.
-          Los primos no tienen por qué parecerse – explicó, hablando como si se estuviera dirigiendo a un niño de cinco años. – Ella se parece a su rama familiar paterna – añadió.
-          ¿Y por qué no he sabido yo de su existencia hasta hoy? – exigió saber enfurruñado y cruzándose de brazos.
-          ¡Uf! – resopló. – Es una historia larga de contar – explicó Henry, repentinamente solemne, carraspeando mientras se inventaba una historia no demasiado disparatada y lo suficiente verosímil para que Albert acabara por creer su argumentación. – Resumiendo; una enorme discusión familiar, una huida de casa sin consentimiento paterno y una declaración de bastardía – concluyó, ante el manifiesto interés de Albert.
-          ¡Por eso la persigues con tanto énfasis! – exclamó Albert, comprendiendo la historia. - ¡Porque no sabes el motivo de su aparición repentina ni el por qué ahora y cómo ha conseguido dar contigo! – añadió, chasqueando los dedos y felicitándose por su extremada inteligencia desperdiciada.
-          Ehh… - dijo Henry.
-          ¡A lo mejor te trae buenas nuevas! – exclamó Albert poniéndose en pie con el dedo índice levantado, excesivamente introducido en la historia. – O a lo mejor son malas – añadió, descendiendo el tono de su voz, mirando a su amigo a los ojos y apretándole la mano como gesto de una posible condolencia. Te odio – acabó por decir retirando la mano y mirándole con los ojos entrecerrados.
-          ¿Qué he hecho yo ahora? – preguntó Henry sorprendido ante el cambio de actitud tan radical de su amigo.
-          ¡Tú no has hecho nada! – explicó con mal gesto. – Es tu prima – explicó. Henry le miró exigiendo más información. - ¡Joder! – protestó. - ¡Tienes una prima jodidamente atractiva y deseable vestida para pecar y yo no puedo siquiera intentar dar un paso en su dirección sin que tú me hayas descuartizado! – añadió, con aspavientos para intentar hacerle ver su punto de vista. – En mi caso tu también me odiarías ¿a que sí? – le preguntó.
-          Seguramente – asintió, Henry. – No se te ocurra siquiera intentarlo – le amenazó, utilizando la protesta de su amigo en su beneficio ya que él ni siquiera había reparado en esa posibilidad.
-          ¡Henry! – exclamó, ofendido por la duda que vio reflejada en sus ojos.
-          Lo digo muy en serio – recalcó. – Como yo me entere de que has mirado de mala manera o has intentado poner un dedo sobre su piel… no te gustará saber lo que haría – explicó, sorprendido incluso consigo mismo por la violencia de sus pensamientos al imaginarse a su Ángel con otro hombre.
-          Por mi parte no tiene absolutamente nada que temer – le aseguró con firmeza Albert antes de añadir. – Tengo novia – anunció.
Henry se atragantó con su propia saliva por la noticia.
-          ¿Tú? – preguntó enarcando una ceja como símbolo de incredulidad. - ¿Novia? – añadió, levantando la otra a la misma altura para demostrarle hasta qué punto no le creía ni una palabra. – Creo que te has confundido de persona a la hora de contarle esa historieta – añadió negando con la cabeza. – Esas dos palabras no casan en la misma frase – concluyó
-          ¿Por qué no? – preguntó con gesto contrariado. – Tengo mucho amor para dar y compartir con el mundo ¿sabes? – le preguntó mordaz, sabiendo con total certeza que ese era el tipo de información que Henry no estaba en absoluto interesado en conocer.
-          De acuerdo – dijo Henry, asintiendo. – Tienes novia – añadió, intentando asimilar esa información. - ¿Qué prostituta es? – preguntó interesado. - ¿Dónde trabaja? – añadió, curioso.
-          Para tu información, no es prostituta – replicó, con tono infantil.
-          ¿No? – preguntó sorprendido. - ¿A qué se dedica entonces? – añadió. – Y lo que es más importante de todo ¿por qué yo no sabía de su existencia hasta hoy? – preguntó, reutilizando la pregunta formulada por él instantes antes.
-          ¡Porque sabía que te ibas a poner así de estúpido! – replicó. – Además, estamos empezando – explicó más sereno. – Aún así ve despejando tu apretada agenda de acontecimientos sociales de nobles porque ¡cualquier día te sorprendo anunciando mi boda! – exclamó, lleno de felicidad.
Henry rió a carcajadas ante el último comentario de su amigo, incapaz de imaginárselo de ninguna de las maneras.
-          Albert, Albert, Albert – dijo en tono condescendiente poniéndose en pie, agarrando el saco de dinero ganado esa noche y situando su mano libre en el hombro de su amigo. – Ambos sabemos que tus relaciones duran un suspiro a no ser que sean con prostitutas – explicó y exhaló aire antes de añadir: - Me temo que tú y yo no estamos hechos para mantener relaciones duraderas -.
-          Habla por ti,  amigo – dijo con firmeza y especial énfasis la última palabra de esa frase; quitando su manaza de su hombro.
-          Lo dices como si realmente estuvieras interesado en esa mujer – dijo, riendo suavemente de nuevo. – No soy capaz de imaginarte – añadió, conteniendo a duras penas una nueva carcajada. Aún así lo hizo debido al gesto y expresión seria de su amigo.
-          No te rías del mal del vecino porque el tuyo viene de camino – le replicó Albert.
-          ¡Dios, no! – exclamó Henry horrorizado ante el mero pensamiento dando un enorme brinco y agitando las manos compulsivamente para negarlo también y enfatizar su negativa. – Y dado que tú me has abandonado y te has pasado al bando de los hombres comprometidos – le reprochó con tono cariñoso y una sonrisa con la que expresaba la felicidad que sentía por la felicidad a su vez de su mejor amigo. – Diré que no existe mujer en el mundo destinada con Doble H, el hombre sin honor – añadió, realizando una reverencia antes de despedirse de su amigo y emprender el camino de regreso a casa.
De lo que Henry no fue consciente en ningún momento fue que se había despedido de Albert exactamente de la misma manera en que Sarah Parker lo hizo con él.




[1] El lenguaje de las flores comenzó en Constantinopla en el año 1600 pero no fue hasta 1716 cuando María Wortley Montagu que había vivido un tiempo en Turquía con su marido se lo llevo a Inglaterra, Pronto se despertó el interés por tan curioso lenguaje y se extendió a otros lugares, como Francia, donde se escribió un libro de nombre homónimo con 800 muestras florales, donde algunas de las traducciones tuvieron que omitirse o bien limitadas solo al francés para no ofender a la reina; dado que la época de máximo esplendor y publicación del libro coincidió con el reinado de la reina Victoria.
[2] Novela de aventuras publicada en 1883, por lo que obviamente su inclusión es una licencia histórica.
[3] Whitechapel: Es un  barrio de clase baja situado en el municipio londinense de Tower Hamlets fundado en el siglo XIV en el entorno a una capilla consagrada a Santa María. Desde el siglo XVII hasta mediados del XIX fue el lugar escogido para que numerosos indigentes y personas que habían realizado el éxodo rural se instalasen en sus calles con la consecuente transformación en suburbio y la aparición de problemas como el hacinamiento, la suciedad y la pobreza; sobre todo en sus pequeñas y oscuras callejuelas ramificadas. Con respecto a la calle Dorset, decir que fue calificada como la “peor calle de Londres” en esta época. 
[4] Daniel Mendoza: También conocido como Dan Mendoza (1764-1836)  fue un boxeador inglés sefardí, campeón de Inglaterra de 1792 a 1795. Es conocido por ser el padre del boxeo científico consistente en la introducción de muchos movimientos defensivos pues hasta entonces los boxeadores apenas se movían y solo se limitaban a golpear. Él introdujo movimientos defensivos y alrededor de sus oponentes, siempre buscando el bloque y el evitar resultar golpeado; lo que le permitía la victoria sobre rivales muchos más altos y fuertes que su 1’70 metros y sus 75 kilos de peso. Fue el campeón de peso pesado número 16 desde 1792 a 1795 y es hasta la actualidad el único peso mediano ganador del Campeonato mundial de Peso Pesado. En 1789 abrió su propia academia de boxeo y escribió un libro titulado  El arte del boxeo, cuyas enseñanzas son a día de hoy las bases del boxeo actual. En 1795 luchó contra John Jackson (10 años más joven, 10 centímetros más alto y 19 kilos más pesado) por el campeonato en Essex; perdiendo el combate tras 9 rondas. Ese fue el inicio de su declive y por tanto buscó nuevas fuentes de ingresos económicos como la compra de un pub llamado Admiral Nelson, la participación en algunas obras de teatro e incluso redactó sus memorias en 1808 (no publicadas hasta 1816). En 1820 hizo su última aparición pública como boxeador en el Bandstead Dows peleando contra Tom Owen y perdiendo tras 12 rondas.  Murió a los 72 años de edad en la ruina. En 1954 fue incluido en el Salón de la Fama del Boxeo.
[5] Y perteneciente en concreto de Hamlet.

4 comentarios:

  1. No tengo mucho que decir... la escena de la pelea siento decir que no consigue captar mi atencion del todo, sorry! :( luego el k.o mental me ha encantado y albert me sigue pareciendo enorme!! :) ah!! y me encantan los modelazos de Sarah no me extraña los estragos que causa xD

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    1. siento que no consiga captar tu atención. Yo soy lo más histórica y fehaciente posible al recrearlo y sé de buena tinta (más que nada porque no dejan de repetirlo continuamente en el MUI) que los historiadores no suelen tener mucho tirón de ventas debido a su manera de escribir, así que es un lastre con el que estoy habituada a vivir... de todas formas, no es más que una marco ambiental donde se desarrolla la historia de Sarah y Doble H, que son mi prioridad...
      I love Albert too porque permite sacar el lado más soez que hay dentro de mí, aunque también tiene sus cosillas y shhh! ya me callo que no voy a proporcionarte spoilers!

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    2. jajaja a mi me encanta Albert!! me acabas de romper O.o! llego a saber que por mi modo de escribir al final nunca acabaria la carrera y me habria ahorrado mucho... xD que mi estilo es diferente y si valgo para periodista. pd: eso no lo digo yo, me lo han dicho... :P de todos modos a mi me gusta mucho como escribes. creo que para las peleas igual deberias sentirlo como si fueras doble h. eso fijo que ayuda :)

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  2. bueno bueno bueno chin chin PEEEEEEEEEAAAAAZOOOO CAPITULAZOO COMO SIEMPRE MALEFICA XQ LO CORTAS EN LO MEJOR EEE A VER DIME XQ ME DEJAS A MEDIAS COMO SIEMPRE Q ME DEJAS INSATISFECHA QUIERO MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS MUCHO MAAAAAAAAAS JAJAJAJA
    POR DONDE EMPIEZO: SARAH CHURRI SARITA SARITISA Q HH TE PONE CERDACA BICHA NO LO NIEGUES CARI Q TA TO TREMENDO Q LAS DOS LO SABEMOS BN CARI Q ESE CUERPO HA SIDO HECHO PARA EL PECADO CARI JAJAJA (CON PERMISO DE MI SUPREMO CLARO ESTA XD) Y ALBERT UN MONUMENTO YAA E YAAA Q TIO MAS GRANDE DESDE LUEEGO A ESTE ME LE PONES UN PROGRAMA DE TV Y SE FORRA UN PROGRAMA ESTILO SPLASH PERO DE BOXEO Y BUENO SE HACE UNA CASA DE ORO Y UN YATE DE ORO Y MUCHAS MAS COSAS DE ORO JAJAJA ANDA Q PICARUELO PICARON Q ES EL BICHO COMO SE METE CON HH DICIENDOLE Q LE PONE CERDACO PERDIO SARITISIMA SARITA SARAH JAJA
    Y BUENO SARAH CHURRI CARI CUQUI DAME EL NUMERO DE TELEFONO DE LA MODISTA QUE QUIERO UN MODELITO NO UN MODELAZO DE LOS TUYOS CHURRI Q VAMOS COMO TIES AL NIÑO TONTO PERDIO X TUS HUESOS CHATA Q LO TIES BABEANTE BOBO BABUINO ASI Q CHURRI VISTETE ASI MAS VECES CARI CUQUI Q LOS PONES A TOS A 1OO A 1000 O A LO Q TE PROPONGAS PERO A HH ME LO ATRAPAS BN ATRAPAO ESE PA TI Q HAY MUCHA LAGARTA SUELTA Q TE LO QUIERE QUITAR EE ASI Q OTRO MODELITO DE LOS TUYOS Y PUEDES HACER CON EL LO Q QUIERAS CARI CHURRI CUQUI XD EN FIN QUIERRO MAAAAAAAAAAS CHIN ASI Q MUSAS INSPIRADLA EEEEE Q NO ME PUEDE DEJAR A MEDIAS XD

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