domingo, 5 de mayo de 2013

Capítulo XXIII Amor a golpes


CAPÍTULO XXIII
Las chicas buenas se vuelven malas

Si existía algo que fastidiase profundamente a Henry, incluso más que lo interrumpiesen cuando estaba realizando cualquier tipo de actividad o pensamiento que requiriese su total y completa atención era que la gente no supiese diferenciar el momento exacto en que estaba dentro del horario de trabajo y cuándo no.
Obviamente, cuando estaba boxeando NO estaba dentro de su horario de trabajo. Más bien, se encontraba dentro de tiempo libre. Porque podría parecer lo contrario al proporcionarle unos buenos ingresos económicos y por ser el campeón de peso medio de boxeo británico pero el boxeo para él era un hobbie.
Un pasatiempo.
Nada más.
“¿Es que creen que por ser doctor no tengo un horario establecido y fijo de trabajo?” se preguntó enfadado.
Al parecer, eso era precisamente lo que habían pensado hoy.
Porque esa noche, dos de las prostitutas de la calle Doorthmay se habían presentado de manera imprevista en The Eye y habían provocado que pusiese fin de forma brusca y precipitada al combate cuando Mary le levantó la falda en público a Molly y le enseñó un gran y sangrante corte en la pierna que, para ser sinceros no había tenido muy buena pinta desde el principio.
Encima tenían que ser precisamente esas dos prostitutas; Mary y Molly de la calle Doorthmay.  Dos mujeres a las que conocía desde que regresó a Londres tras su experiencia europea y a las que veía prácticamente a diario al realizar sus actividades profesionales muy cerca de su calle, su casa y su consulta.
¿Cómo iba a negarse?
Por eso mismo, no le importó concluir con una par de golpes rápidos, rotundos e inesperados para Ben Johnson, el combate. De todas formas, ni lo había disfrutado ni estaba concentrado al cien por cien en él. De hecho, a punto había estado de decirle que no  al combate, como ya había hecho en ocasiones anteriores pero, precisamente ese fue el motivo que le llevó a acabar aceptando. Además, que necesitaba el dinero para vivir y sobre todo, malcriar a sus sobrinas. En resumen y al fin y al cabo, la aparición de las mujeres le había venido bien incluso porque lo mejor en esas ocasiones era ponerle fin cuanto antes y ahorrarse pérdidas de tiempo innecesarias.
Eso sí, esta vez y sin que sirviera como tónica de precedentes le hizo saber y partícipe a Albert con un gesto (apenas perceptible para la inmensa mayoría de los allí presentes pero perfectamente comprensible entre ambos pues formaba parte de su código comunicativo desarrollado a través de los años y otorgado por su estrecha amistad y confianza) de que hoy no era el día más indicado para que realizase la vuelta de honor y el triunfo.
Había cosas más importantes.
Cosas como una vida que salvar.
Apenas lo nombró ganador del mismo y aprovechando el desorden y tumulto que creó el público allí presente, se camufló entre la multitud y salió corriendo hacia los camerinos para atender a Molly.
Al llegar allí sus peores presagios se confirmaron y la herida era bastante más grave de lo que le había parecido desde lejos. Además de tener unas dimensiones considerables, era profunda. Tan profunda que a punto había estado de seccionarle la arteria femoral. Y si esto hubiera sido, a esas alturas Molly probablemente ya habría estado muerta. Afortunadamente, ninguna vena o arteria importante había sufrido daños importantes; tal y como había pensado al ver cómo manaba sangre de dicha parte de su anatomía. La explicación a que manase tanta sangre se debía a la profundidad del desgarro de la carne de su muslo inferior. Una parte del cuerpo que solía ser más gruesa y tener más carne en las mujeres que en los hombres y carecía de otro hueso que no fuese el fémur.
Henry estaba enfadado con ambas. Siempre les decía que debían ser cuidadosas a la hora de elegir a sus clientes e incluso les había propuesto a ambas en varias ocasiones que llevasen algún tipo de protección (entendiéndose protección como cualquier tipo de arma blanca o pequeña pistola) para defenderse en caso de ataque indeseado o para remarcar de forma rotunda y entendible una negativa rotunda. Pero ellas siempre hacían caso omiso.
Aquí estaban las consecuencias.
Según Mary, el infractor y agresor de Molly no era uno de sus clientes habituales, sino un marinero de carácter irascible y voluble con un acento extranjero bastante marcado.
Henry suspiró y se armó de paciencia, conocedor de lo que se le venía encima.
Para su suerte, Molly no era una paciente especialmente tranquila o calmada y encima, tampoco soportaba muy bien el dolor. Lo sabía porque no era la primera vez que le vendaba o le cosía alguna que otra pequeña herida que se había hecho. Si ya entonces gritaba y gemía como si la estuvieran maltratando o infringiendo una muerte terriblemente violenta, no quería ni pensar en cómo iba a comportarse a continuación, cuando tenía que las dos partes de su muslo interior por hiladas a diferentes medidas de centímetros.
Debido a esto, no pensó.
Simplemente ordenó a Mary que fuese fuera y ordenase a Flick que le proporcionase la botella de whisky menos destilada y de peor calidad de todas las que hubiese en The Eye.
La necesitaba borracha.
Y cuanto antes mejor.
Mary cumplió con la orden de manera casi instantánea y pese a que en ningún momento Henry le ordenó que se marchase del camerino porque su presencia le perturbaría y le molestaría (lo cual hoy no sería así, pues de hecho le hubiera venido bastante bien que estuviera junto a Molly para tranquilizarla), decidió permanecer fuera esperando a que terminase de coserla; pues tenía la certeza de que acabaría desmayada si permanecía allí dentro.
Atraída como las abejas a la miel, en cuanto Molly olió el whisky se apoderó de la botella y comenzó a beber directamente de la botella como si estuviera deshidratada y se tratase de agua en vez de una bebida alcohólica.
Fue tan rápido y tanta la cantidad de líquido que ingirió que Henry creyó que en breves instantes acabaría durmiéndose como una bendita y le permitiría trabajar con ella, causándole el menor dolor posible.
Se equivocaba.
Había olvidado que Molly tenía varias fases dentro de su estado de embriaguez y especialmente que, la primera era una fase extremadamente violenta. Y por eso, en cuanto fue capaz de quitarle la botella de las manos (a la que se había agarrado como si le fuera la vida en ello) comenzó su comportamiento agresivo y violento, lleno se aspavientos y bruscos movimientos de brazos y (lo que era para peor para su salud) de piernas.
Así fue, como de repente, Henry se vio inmerso en un segundo “combate” esa noche. Una pelea que en este caso, tenía como objetivo único evitar que el corte se hiciera más grande y que Molly por tanto, continuase perdiendo sangre.
¿Cómo impedir esto?
Fácil. Presionando con las manos o cualquiera de sus enguantados dedos la herida abierta.
Fácil… a priori porque en cuanto le rozaba o tocaba mínimamente, Molly gritaba y se desgañitaba gimiendo de dolor. El problema era que Molly tenía una única manera de gemir y por tanto, cualquier persona que estuviera fuera y la escuchara pensaría que estarían haciendo el amor apasionadamente cuando nada que ver.
Molly continuó gritando sin parar aún bastante tiempo más para total incredulidad, enfado y dolor craneal y auditivo de Henry; quien no entendía cómo era posible que pudiese tener voz después del sobresfuerzo al que la estaba sometiendo.
Estaba a punto de darse por vencido y hacer entrar obligada a Mary para que la tranquilizase y consiguiera que se callase cuando recordó uno de los trucos que el pastor Albert Branches le había enseñado si quería conseguir la total sumisión y obedecimiento de las prostitutas: silbarles como si se tratase de ovejas. Lo cierto es que no le convencía la probabilidad de éxito de esta acción pero…no perdía nada por intentarlo.
Para su completa incredulidad el truco funcionó a las mil maravillas. Tan bien le fue que, en cuanto terminó de silbarle, una Molly en estado de trance dirigió sus ojos hacia él con la mirada perdida y… cayó rendida sobre el banco que había improvisado de camilla.
Después de eso, todo fue como la seda y sin ningún tipo de complicación.
Ya tenía experiencia en este tipo de lides y heridas. No quería parecer presuntuoso pero, parecían que se habían convertido en su especialidad y a medida que más realizaba, conseguía que las inevitables cicatrices que quedaban en sus pacientes fueran más pequeñas.
Incluso, ya era capaz el tiempo aproximado que una operación de este tipo le iba a ocupar. Siempre solía cumplirlo y cuando no, apenas tenía un corto margen temporal de error.
En este caso no erró en sus cálculos y acabó en el tiempo que había estimado; unos cuarenta y cinco minutos. Lo que realmente le había retrasado y provocado que se le hiciera muy tarde era toda la parafernalia anterior.
“Precisamente esta noche, cuando no tenía tiempo que perder” se lamentó.
Salió del camerino y dejó a Molly al cuidado de Mary mientras él se dirigía hacia la zona de la arena y del público repitiéndose una y otra vez esa frase.
Cualquier persona que hubiese podido leerle la mente en ese momento, lo hubiera acusado con toda la razón de pesado y cansino pero él tenía razón. De todas las noches que tenía el calendario, tenía que ser precisamente esta en la que una urgencia le retrasaba sobremanera.
Justo la noche en que Sarah cumplía veintiocho años.
Bien era cierto que hacía dos días que no tenía contacto alguno con ella. Una condición que él mismo se había autoimpuesto. No obstante y en su defensa debía alegar que había muy buenas razones para no querer hacerlo: la primera y principal era que estaba muy enfadado y dolido con ella y las palabras que había pronunciado sobre ambos y de ninguna de las maneras quería ponerse agresivo de forma verbal con ella si se la encontraba. Hecho que hubiera sucedido si se la hubiera encontrado en el transcurso de los dos días anteriores.
No.
Necesitaba tiempo para pensar, aclararse y relajarse, que era lo que había sucedido ya. Ahora pasado un tiempo, en frío y con la mente calmada lo veía todo mucho más nítido y desde otra perspectiva: ella ya había hecho su elección y había tomado su decisión y a él no le quedó más remedio que aceptarla; que no compartirla. Además de que no podía obligar a nadie a quererle o a gustarle. No después de todo lo que le había sucedido en la vida. Eso sería ya el colmo del patetismo y la ausencia más total y absoluta del amor propio. Ambos sentimientos de los cuales él aún conservaba una mínima parte.
El actuar de manera contraria a esto lo único que manifestaba era una actitud inmadura e irresponsable; características ambas que no era definitorias de su persona.
Había priorizado.
Y era mucho mejor ser su amigo a carecer de contacto alguno con ella.
Él quería su felicidad y si su felicidad consistía en estar junto a Pitágoras, el contribuiría a la formación de tan peculiar pareja. Por mucho que eso le destrozase por dentro.
Eso sí, para evitarse aún más sufrimiento y dolor, sus visitas, reuniones y conversaciones solo se ceñirían en torno al tema de pugilismo y por tanto, se verían recortadas temporalmente de manera considerable.
En ningún caso Sarah iba a continuar siendo su ayudante en el ejercicio de la medicina. Disfrutaba demasiado en su compañía y se hacía falsas ilusiones amorosas y románticas cuanto más tiempo permanecía junto a ella.
No.
Solo hablarían de boxeo durante una media hora al día. Añadiendo a esos treinta minutos, los intervalos temporales de los días de sus combates de boxeo en los que irremediablemente se vería, pues él participaba y ella era la encargada de escribir sobre él.
Volverían a ser compañeros “periodísticos” en muy poco tiempo
Echaba de menos a su amiga; si es que continuaba siéndolo y no se había muerto, fruto de la incomprensión ante su repentino cambio de comportamiento. En tal caso, si no era su amiga ya, pensaba recuperarla esta noche cuando le llevase los regalos de cumpleaños que le había comprado.
Eran tan magníficos, adecuados y perfectos para ella que conseguiría que le gustase cumplir años.
Por eso era imperante que se los entregase esta noche y antes que nadie. Sobre todo cuando había escuchado a Eden y a sus intenciones de hacerlo también hoy. De ahí que fuese terriblemente inoportuna la operación e intervención quirúrgica que había realizado esta noche.
“No importa” pensó con decisión. “Esta noche será el momento en que le dé los regalos” añadió. “En cuanto cobre el dinero de mi combate” dijo, poco después.
El dinero siempre era necesario. Pero hoy más que nunca, sobre todo después del desembolso monetario que se había gastado en Sarah y cuando las fiestas navideñas estaban a menos de un mes.
Con estos pensamientos en la cabeza encaminó sus pasos hacia donde estaba Albert jugando una partida de cartas para exigirle el pago y poner punto y final a su estancia allí esa noche. Tenía muchas más cosas que hacer y más importantes que hacer fuera del recinto esa noche.
Por segunda vez esa noche sus planes de ir a entregarle los regalos de cumpleaños a Sarah y ser el primero en hacerlo se vieron saboteados.
Efectivamente, habían surgido nuevos problemas: había mucho menos dinero que el número de apuestas anotadas en el libro de cuentas de Flick para esa noche.
Esos problemas en esta ocasión se encarnaban y personificaban en Alan Borsth.
Alan Borsth, camarero en Almack’s y un compañero habitual en las timbas y partidas de cartas varias de Albert.
“Alan Borsth” se dijo Henry con fastidio.
Lo cierto es que ya habían tenido problemas relacionados con el dinero y donde él había estado  involucrado antes. Si bien no era un moroso propiamente dicho, sí que era un hombre al que le costaba desprenderse de sus pertenencias. Sobre todo si éstas eran económicas.
Según las palabras de Albert, había apostado el dinero que había ganado de su apuesta en el combate y pese a haber perdido su mano de cartas, se lo había llevado consigo aprovechando un descuido suyo y del resto de jugadores de la partida  Una jugada que ya había practicado de forma exitosa en ocasiones anteriores.
Una jugada de vuelta a las andadas para la cual había escogido esa noche.
Justo esa noche.
“Mala elección” pensó Henry, arrugando la frente.
Alan iba listo si pensaba que iba a salirse con la suya.
Desconocía por completo que Henry ya había tomado la firme resolución de ir él mismo en persona a Almack’s a exigirle el pago de su dinero.
Con esa idea fija, se despidió de Albert y se dirigió presuroso hacia allí.


-          Elll alllcoooholll eszzszs unnna coszzsza muuuy mmmmala – dijo Sarah, nuevamente borracha. Aunque lo cierto es que su borrachera nunca la había abandonado del todo. – Tú – inició señalando no sabía muy bien dónde ni a quién, dado que todo se movía trazando círculos a su alrededor. - …Nnnno lo prgr… pgrguebes nunnnca Alan Bo…Bro…Bre…Brrr ¡Cammmarrrero! – exclamó. - ¡Otro! – pidió alzando el vaso.
Obediente, Alan Borsth, su camarero de esa noche corrió a llenarle el vaso de whisky hasta la mitad. Hasta la mitad porque era un vaso de beber vino y no de chupito como los que se había tomado al inicio de la noche junto a Eden.
Lo cierto es que después de varios tragos de más de whisky le había encontrado el gusto a esta bebida alcohólica. Al menos ya le había encontrado el sabor. No sabía muy bien a qué era lo que le sabía pero ya no le quemaba la garganta cuando se lo tragaba e incluso podía jurar que le dejaba cierto regusto dulce pasado un instante desde que lo bebía. O quizás era producto de su imaginación y se lo estaba inventando porque lo que realmente ocurría era que había ingerido tantos vasos de este líquido ambarino de forma tan automática ya,  que el líquido cruzaba por su garganta y pasaba sin pena ni gloria hasta llegar a su estómago.
En consecuencia, estaba borracha. Y ella era perfectamente consciente de este hecho. Pero se sentía feliz porque este era uno de los objetivos de su noche loca: beber hasta perder el sentido. El segundo, que esa noche tenía el nombre de Andrew Fitzroy, se encontraba a unos 20 metros de ella charlando con un grupo de caballeros. O eso le parecía a ella, porque era tan espesa la capa de humo instalada entre ambos que no estaba completamente de asegurar esa afirmación. Hasta lo de ahora se estaba comportando con ella como un perfecto caballero. Y dado que además también era muy atractivo…aún no estaba descartado como el punto número tres  de su lista.
Había numerosas características diferenciadoras entre Almack’s y el resto de clubes existentes en Londres que le conferían una categoría especial dentro de los mismos:
1.      La primera de todas era que tenías que pagar una cantidad monetaria si querías acceder al interior del mismo. Esto no era nuevo ni diferenciador del resto de clubes de la alta sociedad británica, solo que Henry lo había olvidado. Solo después de pagar el acceso (tres libras), recordó que él mismo era miembro de uno de sus clubes; el Brook’s y de que su padre era el encargado de pagarles a todos sus hijos varones las 1225 libras anuales[1] que suponía su membresía. También recordaba por qué lo había olvidado: porque el alcohol que se vendía en dicho club no tenía nada que envidiarle en lo que a calidad se refiere al que Molly había ingerido esa noche y porque él no era mucho de ese tipo de entretenimientos. Demasiado elitista para su gusto.
2.      La segunda característica, esta ya sí que diferenciadora del resto era que era el club más antiguo de Londres (1765) que permitía la entrada a hombres y mujeres por igual una vez que éstos hubieran pagado su entrada correspondiente. Un escándalo para muchos miembros de la alta sociedad. Especialmente para los más conservadores, entre los que se encontraban su propio padre y su hermano mayor, Anthony.
3.      Y  la tercera característica (por enumerar algunas de ellas) era que fruto de esa mezcla de sexos en dicho local, muchos pensaban que se celebraban orgías y otra clase de entretenimientos sexuales de grupo con los cuales las personas participantes irían al infierno. Entretenidas sí, pero al infierno. Además, a esas prácticas sexuales conjuntas salvajes (las cuales Henry no veía por ningún lado) debían añadirse otra serie de actividades contribuyentes a crear mala reputación; sobre todo femenina. Actividades como fumar.
Así era, otra de las actividades que se permitía realizar en el interior de Almack’s sin restricciones era fumar. Y por eso, tanto mujeres como hombres fumabas sin remordimientos o pudor al respecto. De hecho, en su opinión de médico, fumaban tan en exceso que no sería bueno para su salud.
El tabaco y la enorme capa de humo que se había creado dentro del local (más espesa incluso que las cerradas nieblas otoñales junto al Támesis en las que apenas distinguías lo que tenías a más allá de un palmo de tu nariz) fueron las causantes de que a Henry comenzaran a llorar y picarle los ojos apenas llevaba dos minutos dentro del local. Por esto mismo, no le quedó más remedio que entornar los ojos e imitar la posición de los fareros cuando oteaban al horizonte para apreciar algún indicio de un barco e intentar focalizar su mirada para intentar distinguir la silueta de Alan Borsth de entre todas las allí presentes.
“¡Al carajo!” exclamó al comprobar que pasado un rato en esta posición, no distinguió nada ni hizo ningún progreso. “Seguro que tiene que estar en la barra” añadió. Hacia allí encaminó sus pasos con firmeza a la par que agitaba su mano justo por delante de la nariz para intentar inhalar y respirar algo de aire limpio dentro de tan humeante y contaminado ambiente.
Caminaba firmemente hacia la barra.
Incluso tenía pensado al mínimo detalle su plan de acción para amenazarle y conseguir de una manera rápida y eficaz que le devolviese el dinero.
No obstante, esta no era su noche en lo que a planificación se refería porque apenas le quedaban pocos pasos para alcanzar la barra donde ahora sí que tenía perfectamente localizado e identificado a Alan cuando lo vio.
O mejor dicho.
La vio.
Una visión pecaminosamente celestial.
Y no solo porque hubiese tanto humo allí dentro que bien hubieran podido crearse nubes sino por la persona que era la que estaba allí sentada.
Un ángel.
Un ángel melancólico y triste.
Su ángel melancólico y triste.
Sarah.
“¿Sarah?” se preguntó incapaz de creer lo que sus ojos estaban viendo en ese momento. “Sarah” se respondió a su vez, una vez seguro de que no estaba teniendo alucinaciones por exceso de inhalación de humo de tabaco.
Lo cierto es que había tardado en reconocerla y creer que era ella. No solo por el espectacular cambio físico, de vestuario, maquillaje y peinado que esa noche experimentaba; que también. No. El motivo por el cual no había sido capaz de ubicarla era por el cambio psíquico y mental que también estaba experimentando.
También estaba diferente en este aspecto.
Se la veía ausente y melancólica y triste como ya había mencionado antes. Emociones que eran diametralmente opuestas y contrarias a las que solían caracterizarle. Quizás ella no fuera muy consciente del aluvión de emociones que surcaban por su rostro y su expresión de perfil, pero desde su posición, cercana y lejana a la vez, Henry era perfectamente consciente de ello.
Dicha situación era el paradigma y el ejemplo más claro de cuál era su situación con ella ahora mismo y, probablemente durante el resto de su vida: la distancia que los separaba (apenas cinco pasos) era lo suficiente cerca como para permitir una relación de amistad y confianza íntima entre ambos. Sin sobrepasar los límites porque esos mismos cinco pasos eran una distancia lo suficientemente lejana como para que ambos pudieran mantener una relación amorosa; que era lo que él quería en realidad. Y el humo era obviamente la representación gaseosa de la ceguera de ella ante los más que evidentes sentimientos de él hacia su persona.
“¿Qué haces aquí, Sarah?” se preguntó Henry mentalmente.
Y como si Sarah hubiese escuchado la pregunta que Henry se había formulado de manera mental, ésta le proporcionó la respuesta. Una respuesta que, por otro lado era bastante lógica siendo éste el lugar que era: cogió el vaso de whisky de la barra y bebió un trago del mismo, antes de depositarlo vacío sobre la barra.
Henry siguió el movimiento del brazo durante toda la acción y solo entonces descubrió, perplejo que no era lo único que Sarah había depositado sobre la barra: también descansaban allí sus botas de tacón.
Volvió a mirarlas atentamente antes de que, de forma irremediable llevase su mirada hacia sus calentitos pero carentes de cualquier tipo de altura, zapatos y le dolió el mero hecho de realizar tan odiosa comparación entre uno y otro. Henry incluso pudo jurar que sintió dolor en la zona de su tobillo donde tenía la quemadura.
¿Cómo era posible de caminar con esos tacones? Estaba claro que era incapaz de aguantar toda la noche con ellos, vistas las pruebas pero aún así… ¿no eran demasiado? ¿Alguien se había detenidamente a observar el tamaño y las dimensiones exactas de esos tacones? Obviamente no.
Estaba claro que debía hablar con Albert para prohibirle la entrada y el acceso a Sarah al interior de The Eye si llevaba esas botas como calzado. En The Eye la entrada de armas de manera clandestina era motivo inmediato de expulsión irrevocable y él estaba segura que los finos y afilados tacones bien podían ser utilizados perfectamente como arma blanca en una pelea y causar heridas graves.
Definitivamente, esos tacones estaban más que prohibidos. Por el bien común y el suyo propio. Lo menos que él quería era que acabase teniendo un esguince o alguna otra lesión en esa zona, como una rotura.
Aprovechó la circunstancia favorable de permanecer casi en la penumbra e ignorado por ella para echar un vistazo pormenorizado al atuendo que ella llevaba esa noche; trazando una línea descendiente.
Lo primero que le llamó era el contraste que los colores blanco y negro del ¿vestido encorsetado? que llevaba esa noche ejercían sobre su piel.
“Un contraste fascinante, por otra parte” pensó, dando su aprobación al vestuario.
No obstante, su aprobación desapareció instantáneamente cuando descubrió la parte inferior del mismo: para empezar llevaba encaje.
Encaje.
Un tipo de tela que implicaba de forma implícita y de por sí, algún tipo de transparencia.
¡Transparencias!
¡Y su vestido apenas le llegaba por las rodillas además de que es taba mostrando los pies al haberse quitado las botas!
Su preocupación y ansiedad desaparecieron cuando hizo desaparecer el banco de humo que se había creado justo delante de sus ojos agitando muy rápido la mano y se cercioró de que Sarah tenía tapadas y bien cubiertas las piernas y de que por tanto, no estaba mostrando más carne y piel de la que debía.
No obstante, ambas regresaron con la velocidad de una urgencia cuando descubrió el por qué estaban tapadas. O mejor con qué: con unos pantalones.
¡Unos pantalones!
¡Unos pantalones de cuero encima!
¡Como si el vestido que llevaba hoy no fuese lo suficientemente insinuante y provocador, encima se ponía unos pantalones de cuero que seguramente debían ajustarse a la redondeada curva de su trasero!
¡Genial!
¿Qué demonios hacía Sarah llevando unos pantalones?
Pantalones que por otra parte eran una prenda masculina.
¡Masculina!
¡Únicamente masculina!
¡Él era un hombre y como tal llevaba pantalones!
Su furia e indignación contra su provocativo ángel ascendió. Y alcanzó sus cotas máximas cuando fue consciente de que era el centro de atención de todos los hombres situados alrededor de la barra,  de que permanecía ajena a todo esto; pues estaba completamente concentrada en su solitario mundo.
Un mundo donde al parecer no faltaban los vasos llenos de whisky, al parecer y según pudo comprobar al darse cuenta de que nuevamente estaba bebiendo de su vaso. Vaso que él mismo había visto cómo dejaba vacío sobre la barra y el cual por tanto, solo podía significar que, durante algún punto y momento de su análisis había pedido otro vaso. Y se lo habían servido.
“Basta” pensó con firmeza mientras miraba y era consciente del estado de embriaguez en el que se hallaba. Manifestado sobre todo en los coloretes que ocupaban todas sus mejillas.
Tenía perfectamente ubicado y localizado a Alan Borsth en una esquina de la barra.
No obstante, su ajuste de cuentas pendiente (y nunca mejor dicho) debía esperar.
Ahora tenía otra prioridad.
Su prioridad era Sarah.
Como siempre, desde que la había conocido.
-          Buenas noches – dijo educado una vez se situó a su lado, marcando su territorio y alejando al resto de posibles moscones con la realización de esta acción.
“¡Henry!” exclamó su mente, brincando de alegría y trasladando esa felicidad a su rostro con una enorme (quizás más grande de lo habitual) sonrisa.
Aunque inmediatamente se reprobó y reprochó sus pensamientos, enfadándose bastante consigo misma por este motivo.
¿Por qué, de todas las posibles alucinaciones o imágenes que su cerebro podía desarrollar tenía que escoger precisamente a Henry Harper?
Bufó de indignación.
Incluso, creyendo que desaparecería de su vista para siempre como el humo cuando era más molesto de lo habitual, Sarah se agarró con toda la fuerza de su mano a la barra y trazó un círculo (que manifestó a ojos de Henry que era incapaz de mantenerse erguida por sí misma y que por eso se había sentado) en el taburete y comenzó a agitar la otra a una velocidad constante.
“No desaparece” pensó frustrada y exhalando el aire por sus orificios nasales de manera perfectamente audible antes de reintentarlo incrementando la velocidad y aumentando el tamaño del abanico que realizaba su mano cada vez que la agitaba; frunciendo el ceño y mordiéndose la lengua también para traspasarle toda la fuerza de su interior.
Fue en uno de sus aleteos compulsivos cuando tocó el brazo que Henry había apoyado a su vez en la barra ante el más que posible acto de intervención que tendría que realizar si quería evitar que Sarah se cayese del lugar donde se hallaba sentada. Ella parecía no darse cuenta pero a más “fuerza” y velocidad intentaba imprimir al movimiento de sus manos, más separaba su trasero y su espalda del asiento y del respaldo respectivamente. Si a eso le sumabas los movimientos circulares y tambaleantes que también realizaba fruto del esfuerzo, era bastante probable que eso sucediese.
“Más vale prevenir que curar” pensó, a la espera de intervención.
La primera vez que le tocó, Sarah creyó que también había sido fruto de su fructífera imaginación combinada y aliada con su borrachera nocturna. Hecho que también sucedió la segunda y la tercera. No obstante, en la cuarta ocasión (que ya había sido a propósito) las dudas comenzaron a parecer y éstas desaparecieron en la quinta cuando, directamente le golpeó de forma suave con el dorso de la mano y comprobó que el Henry que creía producto de su imaginación, en realidad no lo era.
Todo lo contrario, era real.
Muy real.
Y estaba justo delante de ella, mirándole bastante enfadado.
-          Tú… - musitó elevando el rostro hacia él mientras tragaba saliva y parpadeaba de forma compulsiva; manifestando con este gesto su nerviosismo e incapaz de evitar que los ojos le brillasen por su presencia allí. –Tú – repitió echando el cuerpo hacia atrás y manifestando todo el enfado y desagrado que su presencia allí esa noche le provocaba.
-          Yo – dijo – el de manera seductora. - ¿Qué haces aquí? – quiso saber.
-          Beberrrr – dijo, agarrando el vaso y llevándoselo a la boca. Enfadándose al instante cuando se dio cuenta de que estaba vacío y de que había hecho el ridículo con esta acción ante Henry. Por lo que pidió otro. – Ca… cccaa…mmma..ggre…rrro – llamó a Alan Borsth. Y cuando captó su atención, levantó y agitó su vaso vació, indicándole que le trajese otro lleno.
-          ¿No crees que ya has bebido demasiado? – le preguntó de forma amable e intentando crearle una conciencia y un sentido común que sabía que tenía, pero que esta noche habían desaparecido.
-          Nnnop – dijo negando con la cabeza. – Essszztoy cc…ccc…cccell….cellle…celllleebbbb….ccceelllleeebbbbrrrr…cellleebbbrrannndo mi cccummplleeeañosszsss – explicó.
-          Y por lo que veo te lo estás pasando muy bien – dejó caer.
-          Ssssip – dijo asintiendo de manera tan vehemente que a punto estuvo de dar con su frente en la barra. Pero como no lo hizo, golpeó tres veces ésta con la mano para meterle prisa al camarero; necesitaba ese líquido que había perder la memoria para olvidar el daño que Henry le había causado con su rechazo.
Bajo presión, Alan Borsth no funcionaba. Aún así, intentaba realizar su trabajo lo mejor que podía, pero esta noche le había tocado una de las barras con más afluencia a él solo; lo cual por otra parte era tremendamente injusto. No obstante, y dado que no quería ser llamado a la atención en público por no satisfacer a tiempo a los clientes, sobre todo hoy que las jefas rondaban por el local, en cuanto la joven y atractiva señorita ebria terminó de dar su tercer golpe en la barra; él ya había puesto el vaso lleno de whisky a su lado.
Le sonrió, para tranquilizarla y tranquilizarse a su vez cuando se dio cuenta de que en ese momento era el centro de atención de una de las propietarias y… se llevó el susto más grande de su vida cuando vio quién acompañaba a la mujer en esos momentos.
-          ¡Henry! – exclamó.
-          Alan – le devolvió él, el saludo.
-          Henry – repitió, algo más calmado en apariencia aunque temblaba por dentro ante la reacción que podía tener si se negaba a entregarle el dinero; dinero que por otra parte era suyo pero que a él sin duda le hacía más falta ahora. Ese era el motivo por el cual se lo había llevado de The Eye, con la convicción firme y segura de que jamás iría a pedírselo en persona y ganaría tiempo para hacerse con él y devolvérselo en persona.
Sin embargo, con su presencia allí esa noche tendría que devolvérselo. Y bien tendría que ponerse a rezar si no quería llevarse un puñetazo por ladrón.
-          ¿Tú porrr qué errrres fffammossszo en toddassszs paarrrtesszs? – le preguntó Sarah indignada.
Henry ignoró la pregunta de Sarah. En su lugar, agarró el vaso de whisky que Alan le había traído y se bebió su contenido de un trago; maldiciendo su horrible sabor.
-          Ottrrro – pidió Sarah.
Alan miró dubitativo a Henry y a Sarah antes de actuar. Optó por lo que era lo más sensato; que en esta ocasión era complacer a la dama, pues era quien pagaba.
En cuanto volvió a poner el segundo vaso, la acción se repitió y Henry adelantándose a los lentos movimientos de Sarah (debido sobre todo a su estado de embriaguez), cogió el vaso  se lo bebió de un trago.
-          ¡Eh! – protestó, golpeándole en el brazo.
-          No vas a servirle ni un solo vaso de whisky más a esta mujer de aquí – dijo amenazante y señalando a Sarah; aún con el vaso vacío en la mano. – En cuanto a mí, quiero mi dinero – añadió. – Ya – añadió, para conferirle un tono de urgencia. Y por si no lo había entendido, golpeó tres veces la barra con la mano a imitación del resto de los clientes; pues parecía que era la clave esa noche para meterle prisa.  
-          ¿QQQqquiénnn ttte crrreees qqquuee errressszs? – le preguntó muy enfadada y poniéndose en pie encima del taburete mientras se balanceaba ligeramente hacia delante y hacia atrás.
-          Tú misma me los has dicho hace un momento, Park. Un hombre famoso – explicó, burlándose de ella. – Además, es tu fiesta de cumpleaños y parece que para estar invitado hay que ponerse a tono con el alcohol, si encima eres tú quien me suministra el alcohol gratis ¿cómo voy a negarme? – le preguntó.
-          ¡Yyyyo nnno ttte essztoy ddando nnaddda! – exclamó. – Esszs mmmi cummmpleañññossz y ttuuu nnno essszztasszs innnvvvittado – añadió intentando parecer firme.
-          ¿En serio Park? – le preguntó. – Pero… ¡si fue idea mía que lo celebraras! – exclamó, risueño. – Yo creo que sí que debería estar invitado, ya solo por el ser la cabeza pensante – añadió.
-          Annnnteszzzs – rebatió ella. – Annnntttesssz – repitió. – Errrrrassszzz – añadió, para quedárselo más claro. – Yyya no – determinó. – Mmmi fiesszzta, mmmmiissszs innvvvittadossz, mmmiiii allccoooooollll y mmmmiii cueeerrrpppo – explicó. – ¡Y mmmiii cuerrrpppo quierrre allccooooooollll! – exclamó elevando el puño.
-          Pues yo creo que mañana no vas a tener el mejor cuerpo posible para dar la bienvenida a los veintiocho, querida – le dijo, con tono condescendiente.
Tono que enfureció y provocó que gruñese de forma perfectamente audible antes de abalanzarse sobre él para intentar hacerse con su vaso vacío. El problema es que calculó mal las distancias y tropezó con la barra de madera donde tenía apoyado su pie; cayendo.
O más bien a punto de caer porque un Henry bastante más rápido de reflejos que ella, reaccionó justo a tiempo para evitar que cayera y en vez de eso, aterrizó entre sus brazos.
-          Cuidado Park – le advirtió con voz suave, estrechándola más fuerte contra él ya que temblaba de miedo por la perspectiva real de que podía haberse caído y hacerse bastante daño. – Si sigues este ritmo, no vas a llegar a los veintinueve – añadió divertido, aunque incapaz de evitar que un deje de seducción se le escapase al final de la frase. Sarah levantó la cabeza hacia él y sin darse cuenta muy bien de lo que estaba haciendo, pegó su nariz contra la de él para mirarle fijamente a los ojos y pensar qué debía decirle para agradecérselo. – Felicidades por cierto – añadió él. - ¿Quieres que te dé mi regalo ahora? – le preguntó. Y esta vez no había ningún género de duda del marcado acento de seducción que denotaba su pregunta.
Eso al menos fue lo que creyó Sarah.
“¡Sí!” gritó mentalmente, como si se tratase de una más de las seguidores enfervorecidas y enloquecidas hormonalmente de Skin HH Skull.
No había ningún tipo de dudas o rastro siquiera que pudiera indicar o llevar a algún error.
Henry Harper iba a besarla de nuevo.
Y Sarah Parker; aunque borracha y dolida con él, no quería otra cosa como regalo de cumpleaños.
Cerró los ojos a la espera de tan ansiado momento e inspiró el olor a masculinidad y jabón que este desprendía. Y si no, contaría cinco segundos y sería ella misma quien lo hiciese.
Cinco segundos.
Cuatro.
Tres.
Dos.
Uno.
-          ¿Qué está pasando aquí? – preguntó una voz masculina recién incorporada a la conversación; rompiendo toda la posible magia que el momento pudiera contener.
Henry dirigió la mirada hacia el lugar desde donde procedía esa voz.
Fue una pura formalidad, dado que conocía perfectamente a quien pertenecía.
Efectivamente, sus sospechas se confirmaron cuando descubrió a menos de tres pasos de ambos a Andrew Fitzroy; hijo de lord Mapplesfield.
Andrew Fitzroy; uno de los libertinos más reputados, atractivos y de peor reputación de los que conformaban la camada de los “cachorros de la guerra”; como así se les conocía en los ambientes sociales aristocráticos.
Obviamente, con dicha carta de presentación, era uno de los amigos más íntimos y cercanos de su hermano pequeño Junior.
Hermano que a su vez, y también Andrew, tenían la misma edad que Sarah.
En opinión de Henry, Andrew era el más ególatra y presumido de los cuatro “cachorros” pues se llenaba la boca afirmando a viva voz que su linaje descendía desde tiempos de Ricardo III; el rey jorobado. Añadía además que su antepasado era ni más ni menos que uno de los múltiples bastardos que tuvo este rey.
Lo cual podía ser o no cierto porque, si los nobles tuvieran que creer, hacer caso y considerar como bastardos reales a todos aquellos que se llamasen Fitzroy, no habría libro de protocolo que soportase tantas formalidades hacia su persona. Henry no dudaba de que alguna de estas familias descendiese directamente de los bastardos reales, pero había que tener muy presente que tras la Revolución Gloriosa, muchos opositores al rey Guillermo habían cambiado sus apellidos originales al de Fitzroy como una manera de hacer pública su nueva condición de súbditos y por tanto, de su fidelidad al nuevo monarca. Y a Henry le daba que, por el carácter que todos los miembros masculinos de esa familia compartían, éstos Fitzroy eran del segundo tipo.
Ahora bien, tenían un pequeño problema.
Nada serio en realidad pero… Andrew Fitzroy no se tomaba muy bien que le rechazasen o que le robasen a la chica a la que había planeado seducir esa noche.
Henry maldijo su estupidez por no haberse dado cuenta desde que la descubrió allí sentada y bebiendo sola. ¿Cómo no reconoció el modus operandi de Andrew si siempre era el mismo? Culpa de Sarah; quien le había abrumado y atontado de tan guapa y arrebatadora como estaba esa noche.
Tendría que habérsela llevado de allí; aunque hubiera estado en contra cuando pudo, aprovechando la conversación tan entretenida que estaba manteniendo junto a otros caballeros en vez de ponerse a charlar, tontear y por Dios, a punto de volver a probar sus dulces labios otra vez; acción que se moría por realizar.
Ahora, por culpa de esa belleza tan seductora; causa única y última de su distracción, iba a tener que meterse en una pelea si quería llevársela de allí con él.
-          Andrew – le saludó, apretando más a Sarah contra él; quien, para su tal sorpresa agradable no protestó ni se revolvió sino que se dejó hacer.
-          Henry – le devolvió el saludo. – Veo que conoces a Sarah – añadió serio, mirándola fijamente hasta que ella le sonrió mínimamente.
-          Por supuesto que la conozco – explicó Henry. – Y muy bien además – apostilló y quiso aclarar.
-          Essszo eszzz mmmmennntirrra – protestó Sarah, enfadada porque él sugiriese con esa añadidura que ambos compartían una intimidad que no tenían. “Y jamás tendremos” añadió, mentalmente con firmeza una vez pasó su estado de atontecimiento.
-          ¡Oh venga Park! – protestó él. – No me irás a decir que aún sigues molesta conmigo – añadió.
-          ¿Molesta? – preguntó Andrew. – Y entonces lo entendió todo. - ¿Tú eres el hombre que ha dejado abandonada a Sarah esta noche? – preguntó enfadado.
“¿Abandonada?” se preguntó Henry con extrañeza mientras miraba fijamente a los ojos de Sarah en busca de una respuesta en ellos.
¿Quién había dejado abandonada a Sarah?
¿Un hombre había dejado abandonada a Sarah?
¿Christian se había olvidado de que el cumpleaños de Sarah era hoy y le había dado plantón?
“Maldito Pitágoras” gruñó Henry, bastante enfadado con él y sintiendo unas ganas irrefrenables y enormes de pegarle en cuanto le viese la próxima vez. Aunque a su gran enfado debía añadir que Sarah también contribuía y bastante, porque seguro que acabaría perdonándoselo y olvidándolo, clasificándolo como una anécdota graciosa más en su relación.
Aún así, y sin que Andrew hubiera sido consciente, le había proporcionado una pista y un hilo conductor que, si le salía bien (y Sarah colaboraba, siguiéndole el juego) les haría salir de allí sin tener que ensuciarse las manos por golpear a nadie.
-          ¡Pero si yo en ningún momento la he abandonado! – exclamó.
-          Ella me dijo cuando me la encontré un hombre la había abandonado y dado plantón – explicó Andrew.
-          ¿Y te lo creíste? – le preguntó enarcando una ceja. - ¡Por el amor de Dios Andrew! – exclamó, rompiendo a reír. - ¿Quién sería tan idiota como para abandonar a una criatura tan preciosa como ésta? – le preguntó. – Solo habíamos tenido una riña de enamorados y en el calor de la discusión, no entendió bien la hora a la que habíamos acordado para llegar aquí – explicó.
-          ¿Habíais quedado aquí? – preguntó boquiabierto.
-          ¿No me ves? – le preguntó, señalando lo obvio.
-          Pero… - tartamudeó, confuso. –Pero… - añadió, tartamudeando y retrocediendo. – Pero… - dijo una tercera vez, confuso y sin saber muy bien qué creer.
Henry ya saboreaba en ese momento las mieles de la victoria.
Sin embargo, todo había resultado demasiado sencillo para ser una situación en la que los dos estuviesen entrometidos. Y por ello, para no perder costumbre y agregarle vidilla a la misma, Sarah tuvo que abrir la boca.
-          Nnnno le creassszzz –
-          Querida Parker – inició, con un suspiro.
-          Nnno ssooy tu querrrida – explicó firme. - ¡Y…nnno mmme llammmeszzs Parrrkerrr! – exclamó, enfadada y albergando con esta reacción nuevas esperanzas en Andrew.
-          ¿En serio cariño? – volvió a preguntarle en tono seductor; derritiéndola instantáneamente. - ¿No eres nada mío? – le susurró junto a su oído. - ¿Vas a hacer que te muerda en público nuevamente para demostrárselo? – añadió, plantando justo un beso en su yugular; disparándole el flujo sanguíneo y acelerando los latidos de su corazón.
-          ¿Sabes qué Henry? – le preguntó. – Tengo dos opciones ahora mismo; creerte o no y ahora mismo no te creo – añadió.
-          Me importa una mierda si me crees o no – respondió borde Henry. “Lo importante aquí es librarla a ella de tus garras” añadió.
-          Bésala – dijo Andrew.
-          ¿Cómo? – preguntaron los dos al unísono y con idéntica expresión facial de sorpresa.
-          Bésala – repitió. Y pasados unos segundos, añadió: - Si tan explosiva pareja dices que sois, no te importará en lo más mínimo besarla en público y demostrarle tu amor con ese gesto – apostilló.  Bésala – volvió a decir.
-          A mí no me importa en lo más mínimo – dijo, negando con la cabeza antes de girarse en dirección a Sarah y estrecharla entre sus brazos con firme intención de besarle frente a todos grabada en su frente y sus ojos.
“¿Realmente va a besarme?” se preguntó Sarah, con una mezcla de sentimientos; pues quería y deseaba a partes iguales que lo hiciese. “¿Por obligación?” añadió, con deje lastimero. “¡No!” gritó, mentalmente.
-          ¡No! – gritó esta vez en voz alta; causando sorpresa en los tres. - ¡No! – repitió, pidiendo disculpas a Henry con la mirada antes de golpearle y retorcerse para intentar liberarse.
-          La chica ha tenido razón desde el principio – dijo Andrew. – Suéltala – ordenó ofreciéndole la mano para que se marchase con él.
-          ¡Que te lo has creído! – exclamó, mirándole con desprecio.
-          ¿No ves que no quiere estar cerca de ti hoy? – le preguntó, al ver que nuevamente intentaba liberarse de él. – Deja que venga conmigo y ya mañana discutís lo que tengáis que discutir – añadió.
-          ¡Oh sí! – exclamó Henry con ironía. - ¿Me crees tan estúpido como para que piense que solo vas a ofrecerle tu compañía y un hombro en el que llorar esta noche? – le preguntó.
-          Ella no quiere irse contigo – le advirtió Andrew; quien poco a poco perdía su paciencia.
-          Es obvio que está tan borracha hoy que no está en sus cabales y no sabe lo que quiere – explicó Henry.
-          ¡Nnno quierro irme conntigggo! – exclamó, oportuna como siempre.
-          ¡Cállate! – exclamó Henry.
-          Ya la has oído, suéltala – ordenó.
-          ¿Qué parte del no no entiendes Andrew? – le preguntó, exasperado ahora Henry.
-          La misma parte que tú de su no, al parecer – rebatió Andrew. – Entrégamela – exigió.
-          No – volvió a decir Henry. – Park es mía – añadió, con un marcado tono de posesividad hacia su persona.
-          ¡Yyyyo nnnoo sszssoy tttuyyya! – protestó Sarah. - ¡Nnnno sssoy de nnnadddie! – añadió. – Szzsssoyyy unnna mmmujjjjer auttt – inició.
-          ¡Que te has creído tú que no! – le interrumpió Henry, harto cargándosela al hombro si ningún tipo de esfuerzo antes de echar a andar.
Tres pasos dio antes de que Andrew se interpusiera en su camino.
Lo cual no pudo ser una elección peor porque la paciencia y la parte comunicativa del cerebro de Henry ya se habían agotado y ahora solo quedaba campando a sus anchas su parte irracional. Por eso, no pensó y solo actuó cuando le dio un único puñetazo en la cara que sirvió para apartarlo de su camino y a su vez de explícita advertencia al resto de los hombres allí presentes a los que se les hubiera pasado por la cabeza intentar impedir que Sarah se fuera a casa con él esa noche de que correrían la misma suerte si intentaban siquiera intentarlo.
-          No hace faltas que llames a los de seguridad Alan para que me echen, yo mismo acabo de autoexpulsarme para siempre – anunció, al ver las señas que le hacía a los fornidos hombres que estaban situados en los puntos estratégicos del salón.
Iba a reemprender la marcha en ese momento, pero entonces las vio: justo ahí encima de la barra, donde habían permanecido todo este tiempo, ajenas a todo lo que había ocurrido a su alrededor: las botas de tacón de Sarah. Conocedor gracias a Rosamund de la importancia que las mujeres concedían a su calzado e ignorando la retahíla de insultos, amenazas y palabras malsonantes que Sarah le estaba dedicando al ignorar sus exigencias y órdenes de que la bajara de ahí; Henry volvió sobre sus pasos y se dirigió nuevamente a Alan:
-          Toda dama necesita de sus zapatos porque nunca se sabe cuándo el príncipe azul o su héroe correspondiente puede llamar a su puerta – explicó.
Alan asintió fingiendo haber entendido su explicación, aunque no había entendido ni una sola palabra. Eso sí, temeros y algo aterrorizado por el ataque a Andrew y la resolución con la que había actuado para impedir que nada malo le sucediera a esa chica esa noche; Alan sacó el fajo de billetes que se había llevado de The Eye y lo introdujo en el hueco para uno de los tobillos de una de las botas de Sarah.
Ahora sí, con la satisfacción del trabajo bien hecho y la agradable perspectiva de que Sarah regresaba con él; Henry regresó a casa.
“¡Qué caminito!” se quejó y protestó Henry, cerrando tras de sí la puerta de su casa con un leve empujón del pie.
Si Molly, la prostituta, se caracterizaba por una violencia extrema e injustificada en estado de embriaguez, Sarah bien podía clasificarse como una borracha nerviosa y espasmódica.
En otras palabras, no paró quieta en todo lo largo que se le hizo el camino de vuelta.
¿Cómo era posible?
¡Si parecía que se iba a desplomar de un momento a otro cuando la vio sentada en el taburete de Almack’s!
Le había engañado y bien.
Tanto se movió y retorció durante la caminata que, temeroso porque se cayese de sus hombros, a Henry no le quedó más remedio que cambiarla de posición y llevarla durante buena parte del paseo como si estuviera cogiendo a un bebé; lo cual era ridículo viendo las dimensiones de Sarah que; si bien pequeña comparada con él, era una gigante al hacer esta misma comparación entre ella y un bebé.
Afortunadamente para su salud mental y para su dolorido cuerpo, ya estaban en casa.
Su casa.
Y como estaban en su casa, tenían que cumplir sus normas.
Ahora había llegado su turno y el momento en que Sarah le obedecerá sin rechistar.
Y no estaban en el club ni en la calle y por tanto, sus horas salvajes de chica mala habían llegado a su fin. Para siempre, si de él dependiese y estuviera en sus manos.
Miró a Sarah en sus brazos, extrañado de que no se moviera y retorciera y comprobó, no sin asombro que parecía que el cambio drástico de un lugar abarrotado de gente y bastante bullicioso a uno mucho más silencioso, solitario y tranquilo, había tenido un efecto pacificador en ella. Claro que, también podía deberse a que el alcohol que había ingerido esa noche hubiese comenzado a hacerle efecto.
No estaba seguro completamente.
Pero lo cierto es que había pasado de retorcerse y comportarse como un animal salvaje enjaulado y privado de su habitual libertad de repente a encogerse de frío para coger dentro del hueco de medianas de dimensiones que sus brazos podían ofrecerle como “cuna”, a apretarse contra é en busca de su calor corporal para así calmar los tiritones de frío (pese a que tenía puesta s chaqueta) y a acurrucarse contra su pecho, apoyando y situando la cabeza en distintas zonas para probar y comprobar cuál era la mejor y más cómoda.
“Se está quedando dormida” pensó Henry con una mezcla de horror y preocupación.
Sarah no podía quedarse dormida.
Al menos no hasta después de haber vomitado todo lo que había bebido, si mañana quería tener un día de cumpleaños con un cuerpo mínimamente decente.
Desgraciada  desafortunadamente, no tenían el suficiente tiempo para que prepararle el remedio contra la resaca. Alarmado porque cuando miró a Sarah, a ésta le costaba más permanecer con los ojos abiertos y porque sus respiraciones se estaban haciendo más lentas y regulares, Henry se dirigió rauda hacia su pequeña cocina y optó por la solución más rápida, efectiva y que era la que más utilizaba cuando tenía que ser él quien “devolvía” a Junior al hogar familiar Harper: el café.
Durante todo ese corto trayecto (que realizó sin soltar a Sarah) agradeció una y mil veces su testarudez Harper, que en este caso se había manifestado en un férrea fidelidad a su gusto por el café, prefiriéndolo por encima de la moda de té para desayunar; la cual tenía más adeptos según pasaba el tiempo e incluía a más hombres entre sus filas.
En su jarra para el café encontró que aún quedaba café suficiente para sus propósitos.
Café frío.
Tanto mejor.
Café, que si se tomaba frío y solo (como Sarah estaba a punto de hacer) podía provocar diarrea o, lo que era aún mejor para sus intereses e intenciones, unas ganas de vomitar instantáneas.
Por eso, agarró la jarra de café, se apoyó contra la pared para qué esta le ayudara a cargar con el peso de Sarah (no porque estuviera gorda, sino porque ahora solo era un brazo quien la soportaba) dado que no quería que se le cayese, separó y abrió la boca de Sarah mínimamente para colocar ahí el borde de su jarra e, inclinándola poco a poco comprobó como el líquido descendía y se deslizaba a través de la garganta de la mujer.
Como sospechaba, y sabía fruto de bastantes experiencias de este tiempo, poco fue el tiempo que el café tardó en hacerle efecto a Sarah. Una Sarah que se incorporó de manera inesperada y que por tanto, mandó bastante lejos su chaqueta. Además, durante la realización de esta acción se atragantó y comenzó a toser; con tan mala suerte que formó un reguero de manchas dispersas en la parte superior de  su vestido blanco.
Erguida, aunque sentada, Sarah puso esto de desagrado y sacó la lengua mientras expulsaba aire, para a imitación de las serpientes buscaba algún olor o sabor agradable que disimulase y disminuyese tan amargo regusto y sabor que había dentro de su lengua y su garganta.
-          ¡Puag! – gritó, una vez terminó de toser antes de limpiarse los restos de saliva de la cara con el brazo en un gesto no muy femenino. - ¡Henry! – gritó, enfadada y sorprendente lúcida.
-          Hola – le respondió, con gesto burlón elevando ambas cejas.
-          Te odio – le dijo, mirándole furibunda tras haber salivado a propósito como una segunda posible solución para quitarse tan mal sabor de boca.
Henry no le concedió importancia alguna a sus palabras. Es más, le respondió:
-          Ya me lo agradecerás mañana cuando sientas el hambre suficiente como para poder comer un trozo de tu pastel de cumpleaños y tengas las suficientes fuerzas como para levantarte de la cama -.
Sarah bufó y dijo unas palabras ininteligibles antes de cerrar los ojos y retornar a su posición anterior, apoyando la cabeza en el pecho de Henry.
-          Henry – dijo, con voz adormilada.
-          ¿Sí? – preguntó él preocupado y con la ligera sospecha de que iba a comenzar a vomitar en cualquier momento.
-          Gracias – respondió ella en voz muy bajita mientras frotaba su cabeza contra el pecho de él; justo a la altura donde tenía tatuada su cruz celta.
-          Encantado – dijo sonriente. - No hay de qué – añadió.
-          Henry – repitió, aún más adormilada que escasos instantes antes.
-          ¿Sí? – volvió a preguntar él, creyendo que en esta ocasión le pediría una manta pues era obvio que tenía frío; tenía la carne de gallina.
-          Mmmm – refunfuñó. – Si te hubiera conocido antes… - suspiró. – Probablemente a estas alturas, ya te querría – confesó antes de quedarse completamente dormida; relajando la expresión en su rostro.
-          Una lástima Park – se lamentó para sí. – Yo ya te quiero – susurró junto a su oído antes de darle un beso en la frente y sentarse en el sillón más cercano que había junto a su aseo.
Se había resignado ya a que el 27 de noviembre no iba a dormir.
Debía estar preparado para una noche que no había hecho más que comenzar…





[1] Dato numérico real

2 comentarios:

  1. Ves como estaba haciendo alguna cura!!?? Me he recordado a la noche en que yo me corte y tu me ayudaste chin... :) Me he reido con la etapa violenta producida por el alcohol XD Y me ha dado muuuchaaa pena el pobre Henry todo preocupado por el cumple de Sarah y saber que ella anda con el Alan, pq tiene que ser el...no cabe otra! Sigo leyendo... Pues al final no es Alan...
    XDXDXDXD dios me meo!!!! Que cogorza tiene Sarah!!! Dios que escena!! Creyendo que es una ilusion XD Me la estoy imaginando haciendo alli aspavientos XD
    Arrrggg!!! Pq los han tenido que interrumpir????? Me guuuustaaaaa, momento "a cuestas con ella" y el otro diciendole que la bese, toooontaaaaaa mas que tooooontaaaaa!! Que no te has dejado y te mueres de ganas!!!! Porqueeee??? Le dice que la quiereeee, pero pq lo hace cuando se ha dormido por dios!!?? Que mono y dulce que es esta HH <3<3

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  2. bueno pues despues de la lectura del capi procedo a realizar lo q viene siendo el comentario del mismo: ante todo quiero dejar claro y patente mi grado de indignacion q es el siguiente:

    MALIGNAAAAA MALVADAAAA MALEFICAAA MALOTAAAA MALEVOLAAA MALAAA MALISIMAAA COMO TE ATREVES A DEJARME A MEDIAS CON EL FINAL DEL CAPI¿? COMO TE ATREVES MALEFICENCIA MALVADA EE COMO A VER CON LO INTERESANTE Q SE ESTABA PONIENDO LA COSA Y VAS TU ALE LO DEJAS AI ALA DEJANDOME CON LA MIEL EN LOS LABIOS CON GANAS DE SABER Q PASA LUEGO
    PERO ROMPO UNA LANZA A TU FAVOR Y A FAVOR DE TUS MUSAS CONFIANDO EN Q PRONTO SABRE Q PASA PERO AHI QUEDA PLASMADA MI INDIGNACION DE HOY

    BUENO BUENO CAPIULAZO Q ME HAS DEJADO HOY SUPREMA DE LAS SUPREMAS CHIN O DIOSA DE DIOSAS MUSA DE MUSAAS O TE GLORIFICAMOS AAIIISS Q MONISMO DE LA MUERTE ES ESTE HH MIO NUESTRO BENDITO Q LO COGIA Y ME LO COMIA CON PAPAS AAIIS Q TIERNO ROMANTICO Y Q YO QUIERO UNO ASI EN MI LIFE SR REYES MAGOS TOMAD NOTA EE Q QUIERO UN HH PARA REYES XQ MAS TIERNO CABALLEROSO NO SE PUEDE SER AAIIS EL MI POBRE LO MAL Q LO ESTA PASANDO PARA Q SARAH VEA LO MUCHISISISISISISISISISISISISISISISISISISISISISISISIISISISIISISISISISIMO Q LA QUIERE Y ELLA Q NO SE DA NI CUENTA DE ELLO LA MU TONTA Q NO LA HE ARRANCADO LA CABEZA DE CHURRO XQ LA MU TONTA NO HA DEJADO Q LA BESARA Y EL OTRO DESEANDO XQ UN POCO MAS Y CUANDO LA VIO CON EL VESTIDO Y NO SE LA COME DE CHURRO XQ CHATINO HH TE HAS QUEDADO AUTENTICAMENTE BABEANTE BOBO BABUINO Q YA QUISIERA YO Q ME HICIERAN ESO A MI DE COMERME CON LOS OJOS COMO LO HA HECHO EL CONTIGO PORQ CHATA SARAH LO TIENES CONTRA LAS CUERDAS NUNCA MEJOR DICHO EL POBRE NO PUEDE MAS A SABERSE LOS SUEÑOS EROTICO FESTIVOS Q HABRA TENIDO CONTIGO MAJA AMOS Q TIES A UN CABALLERO A TUS PIES Y TO CHOCA CON EL PITAGORIN INNOMBRABLE Q ME LO CARGO IDIOTA SUPREMO HERMANISIMO DE MI SUPREMO (AAIIISS Q ME LO COMO MAADRE Q WENO TA) XD YA ME HE PERDIDO EN LA DISERTACION Q ESTABA HACIENDO ESPERA Q RETOME AMOS Q TE HA INTENTADO BESAR Y TU TONTA DE LAAS NARICES Q SI TE COJO TE PEGO LE HAS DICHO Q NO Y LE HAAS DEJADO CON LAS GANAS AAIIS MAADRE Q CASI ME DA UN PATATUS Q TENGO UNAS GANAS DE CARNACA DE LA BUENA DE VOSOTROS DOS Q NO LO SABEIS VOSOTROS BN NI NA MAADRE MIA
    HH CONMIGO BUENO HAS GANADO PUNTOS Q NO VEAS PRIMERO ANTE TODO UNA OLA O LO Q TU QUIERAS TE HAGO XQ ERES GENIAL EL MEJOR PRIMERO ME GUSTA Q DEFIENDAS A SARAH CON UÑAS Y DIENTES A ULTRANZA Y TE PEGUES CON QUIEN HAGA FALTA POR ELLA CHAPO A TUS PIES TE QUIERO O ALGUIEN COMO TU ASI EN MI VIDA DONDE ESTAS MAJO Y DOS MUY COMICO Q HAYA VUELTO POR LAS BOTAS DE SARAH Y HAYA AMEDRENTADO AL Q LE TENIA Q DAR EL DINERO JAJA ME MEO CON ESO GENIAL Y EL FINAL

    AAIIIIIISS Q BONITO AAAIIIS (CORAZONES ME SALEN POR LOS OJOS SUSPIROS DE ENAMORADA BOBALICONA Y CARA DE TONTONA) AAIIIS Q ROMANTICO PERO BOBO NO SE LO DIGAS CUANDO ESTA DORMIDA SINOO CUANDO ESTA ELLA DESPIERTA XQ PEAZO PAPA SE HA PILLADO SARAH Q COMICA HA ESTADO PERO RETOMANDO BOBO NO SE LO SUSURRES Y DISELO CON UN PEAZO BESO Q LA DEJE SIN SENTIDO Y Q SE ENTERE BN LO Q LA QUIERES ANDAAA VEENGA HOMBRE

    BUENO X MI PARTE NADA MAS HE DICHO

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