martes, 2 de diciembre de 2014

Georgiana capitulo 4

Capitulo IIII: Dash
Aparqué mi coche y apagué la música que estaba sonando. Justo en ese momento sonaba Un día de noviembre de Leo Brauer; la cual me parecía perfecta para ambientar o como música de fondo en un museo.
Dash me había escrito, informándome que a estaba allí y que me esperaba en el interior del edificio.
Mientras tanteaba en el asiento trasero para encontrar mi bolso, pensé inevitablemente en el nombre de cita que Sam le había dado a nuestro encuentro: cita.
Pero esto no es una cita.
Porque para que fuera una cita, nosotros dos deberíamos tener una relación. Amorosa quiero decir porque tenemos una relación sólida y fuerte de amistad.
El hecho de que no tengamos una relación no significa que no considere atractivo a Dash ¿eh? Que lo es. Quizá no sea un hombre que llame la atención físicamente al primer vistazo pero… al final de la velada acabarías en sus brazos porque tiene algo con lo que un atractivo físico no puede competir: magnetismo.
Además de que físicamente no estaba tan mal: era alto, corpulento, de ojos azules, castaño con reflejos cobrizos y el pelo largo casi hasta los hombros, ondulado. Un tío bastante guapete.
Por otra parte, una pareja que tenía citas tenía gustos e intereses comunes y… eso era una característica en la que no coincidíamos para nada. Con la excepción de la historia, por supuesto. Pero aparte de eso, no había nada más: Dash es matemático y yo soy historiadora.
Ciencias y números puros frente a letras puras.
De hecho, me planteé muy y mucho el hecho de aceptar su invitación. Incluso tuve extraños en los que Heródoto, Salustio, Tito Livio y Julio César[1]  me decían que estaba loca y que aceptar ser su amiga sería un acto de traición. (Especialmente melodramático estuvo César con respecto a este asunto). Claro que, en ese mismo sueño, los grandes del Renacimiento como Leonardo y Miguel Ángel me proponían lo contrario, poniéndose a ellos mismos como ejemplos de que una persona puede tener varias facetas diametralmente opuestas igualmente exitosas. (Sobra decir que al final ganaron los renacentistas)
Por último, una cita implicaría un encuentro que engloba una serie de atapas cuya conclusión era siempre la misma: sexo. O quizá no sexo, pero sí meterse mano y hacerse arrumacos. Y a eso sí que no estaba dispuesta a llegar. Por muy atractivo y guapete que me pareciese.
¿Por qué?
Porque el amor no está hecho para mí.
Y ¿queréis saber por qué más no?
Porque de ninguna de las maneras iba a joder la única relación estable de amistad con alguien del género masculino que era heterosexual.
Pagué y entré en el museo.
Creí que Dash estaría esperándome en el vestíbulo pero…no estaba ahí.
“¿Dónde se ha metido?” me pregunté, extrañada.
Suspiré y me puse a buscarlo por un museo.
¿Queréis saber por qué pese a trabajar en un museo me encanta ir de visita a otros museos? Por su olor. Huele a antiguo, pero en buen sentido de la palabra. Huele a sabiduría, a concentración y a esfuerzo. Y también a interés y tranquilidad.
Pero sobre todo se nota el silencio. No es un silencio total, pero parece incluso que las pisadas se ralentizan y acompasan con el ritmo de trabajo y artefactos creados, asi que no molestan.
Incluso puedo entender por qué la gente modula el tono de voz hasta hacerlo  más bajito e incluso tratarse de susurros. Probablemente sea para no perturbar y distraer a las obras de arte allí expuestas, ufanas y orgullosas de que sean contempladas por generaciones posteriores en todo su esplendor.
¿Veis como soy una romántica empedernida? Fijaos cómo acabo de describir un museo…de coches.
¿Dónde estás Dash?” volví a preguntarme.
Creo que es momento de que os presente a Dash como Dios manda.
Ya sabéis cómo se llama, cómo es físicamente y a qué se dedica. Pero de lo que tenéis idea es de cómo lo conocí. De una manera muy curiosa además, dado que metí la pata hasta el fondo con él.
Todo sucedió hace más o menos un año, poco tiempo después de mi ruptura con Paul. En otras palabras, estaba hundida sentimentalmente. Y para colmo, mi jefa se casaba. Mi jefa.  Una mujer a la que conocía desde hacía mucho tiempo y para la que encima, trabajaba así que… no había ninguna posibilidad de negativa y escaqueo de la ceremonia nupcial.
Por si eso no fuera necesario, además era su segundo matrimonio aunque en realidad era un amor de juventud. Dicho en otras palabras, estaba chocha perdida.
No me importaba que estuviera chocha perdida, al contrario, estaba feliz por su felicidad, lo que realmente me molestaba era el afán casamentero que tenía para con todo el mundo y que incluía esparcir polvos de brillantina y algodón de azúcar por donde pasaba. Sobre todo los solteros. Especialmente yo.
Y como se enteró que estaba soltera y que iba a ir a la boda sola, decidió que era una lástima que se me desaprovechara y por eso me buscó un acompañante. Así, por las buenas, sin mi consentimiento.
Pues bien, el día de la boda llegó y mi acompañante no dio señales de vida y, como no me había dado ningún detalle ni nada de información sobre él, no tenía ni idea de quién podía ser.
Entonces llegó el convite y Dash estaba allí. Y nada más verme, me lanzó una mirada llena de intenciones. Hasta ese momento, había pasado desapercibida para todos los hombres asistentes al evento, así que a la primera señal de interés, asocié conceptos y me dirigí hacia él decidida y firme para explicarle qué era exactamente lo que pensaba sobre esta pareja forzada y que se olvidara de que esta noche iba a ligar conmigo.
Hasta ahí todo estuvo bien y me sentí libre y orgullosa de mí misma, solo que… me equivoqué de hombre porque, apenas terminé de soltarle la charla y el rapapolvo a Dash, apareció mi jefa con mi “pareja”
Quise que un agujero se abriera ante mí y me tragase la tierra. Iba vestida de rojo para ese evento y fue tanta la vergüenza que sentí y el calor corporal que esta me provocó que, me mimeticé con la prenda de vestir.
Afortunadamente,  se mostró muy simpático y comprensivo conmigo cuando le pedí disculpas. Incluso, al final acabamos sentados juntos en el evento y, bailamos. O lo intentamos, ya que soy nula para el baile. Aunque lo más importante y con lo que hay que quedarse es que ese fue el día en que comenzamos nuestra amistad.
De repente, sentí una ráfaga de aire detrás de mí y antes de que me diera cuenta, sentí cómo un brazo me abrazaba y me apretaba con fuerza contra su cuerpo y… un garfio apareció delante de mí, apuntando directamente al centro de mi garganta.
Dash.
Finalmente.
-          Moza, está secuestrada – me dijo.
“¿Moza?” me pregunté horrorizada. “¿De dónde se ha sacado ese término?” añadí.
-          Si quiere ser liberada, tendrá que pagarme en dólares y centavos de dólares en moneda – anunció.
-          ¿Cuántos? – pregunté divertida y obviando a propósito el error histórico de primaria que acababa de decirme.
-          Umm…usted es una buena pieza y podré obtener una buena recompensa… - dijo, rascándome la garganta con su garfio. – Creo que… doscientos pavos será una buena cantidad – añadió.
-          ¿Doscientos? – pregunté, casi dando gritos. – Mmm… pues creo que tenemos un problema señor Garfio porque… acabo de dar todo mi dinero suelto para la entrada y el donativo del museo. Solo tengo billetes – anuncié.
-          ¿ Por qué has pagado? – preguntó enfadado. – ¡Haber dicho que me conocías! – exclamó.
-          ¡Perdón señor Garfio! – exclamé, levantando las manos. – No sabía yo la exactitud de su popularidad…, mozo - añadí con ironía, incapaz de resistirme a usar esa palabra.
-          Está bien, págueme su rescate en billetes – concedió él.
-          ¿Billetes? – pregunté indignada, incapaz de soportar más errores históricos en su conversación. – Pero tú ¿dónde eres pirata? – inquirí.
-          No sé… ¿Del Caribe? – preguntó.
Me reí ante su incultura.
-          Y ¿en qué siglo vivís señor? – pregunté, burlona.
-          En el XVIII – anunció, con orgullo.
-          ¿En el XVIII? – pregunté. - ¿Estás seguro?- quise saber.
-          Sí – confirmó. – No – añadió, al poco, dudando. – Georgiana ¡no me líes! – gruñó.
-          Pues siento comunicarle en el siglo XVIII aún no existían billetes – lamenté.
-          Entonces, págame en moneda – respondió.
-          Pero ¿la del país para que el trabajas o la del país donde robas? – pregunté.
-          Donde robo – respondió él.
-          Y la moneda… ¿es? – quise saber.
-          Georgiana… ¡contigo no se puede jugar a esto! – protestó, soltándome y dándome un ligero empujón hacia delante.  – Te lo tomas demasiado en serio – me acusó.
-          Lo dice el hombre que no se pica cuando hacemos sudokus y no comprendo su lógica – le eché en cara. Me giré en su dirección.
-          Es que no me puedo creer que siendo tan inteligente como eres, seas incapaz de resolver una sola línea.
¿Se nota o no que soy de letras?
         No sé si sigues interesado pero la moneda de la que estábamos hablando era el real de a ocho[2] – informé. No me lo había preguntado y probablemente no querría saberlo vista la reacción que había tenido pero yo no podía callármelo.
        Con esto se demuestra que el dinero siempre trae problemas – musitó para sí. – Demos en dinero apartes ¿quieres? – asentí. - ¿Qué tal estoy? – preguntó, luciéndose delante de mí e incluso dando una vuelta para una mejor apreciación.
“Jamás pensé que cuando dijo venir de pirata fuera de pirata… de Disney” pensé sorprendida.
Dash venía disfrazado idéntico al capitán Garfio.
O como yo lo llamo también, Carlos II de Inglaterra.
“¿En Serio nadie se había dado cuenta de las similitudes entre el personaje de dibujos y el monarca inglés? O ¿también creen que los piratas solían vestir de manera tan lujosa a diario? ¡No, por el amor de Dios! ¡Vivían en el mar la mayoría del tiempo! Vestirían de la manera más cómoda y barata posible,¡no así!” exclamé enfadada.
-          ¿En qué he fallado? – preguntó, sacándome de mi hilo de pensamientos.
-          ¿Perdón? – pregunté, aún confusa y afectada por la rapidez de mi aterrizaje en la realidad.
-          Me estás mirando con esas pequeñas arrugas que te hacen fruncir el ceño y además te estás mordiendo el labio. Eso solo significa dos cosas: o bien te estás mordiendo la lengua para no hacerme picadillo con tus críticas a lo Risto Mejide o… estás intentando seducirme – explicó. - ¿Estás intentando seducirme, Georgiana? – preguntó arqueando sus dos cejas para mí.
-          ¿Seducirte yo? – me pregunté, sorprendida porque no me esperaba para nada esa salida por su parte. – ¡No! – exclamé. – Y tú… estás muy bien – añadí.
Y era cierto.
Creía que Johny Depp era el pirata más atractivo que había visto en mi vida pero… Dash no le hacía sombra. Ese look le daba un aspecto misterioso que le sentaba estupendamente y casaba tan bien con su físico que, involuntariamente emitía mensajes bastante convincentes para que me fuera a surcar los siete mares en su velero bergantín; imitando a Espronceda[3].
-          Pero… - dijo, instándome a hablar.
-          Vas vestido como el monarca Carlos de Inglaterra – terminé por confesar.
-          ¿Como el orejotas? – preguntó, sorprendido.  – Pero si ese no va vestido nunca de pirata – añadió. - ¿Para qué querría…? – inició. – No me digas que se lo pone porque le gustan ese tipo de jueguecitos con la Camilla – añadió, comenzando a desabrocharse la levita de forma frenética.  
-          No idiota, Carlos II[4] de Inglaterra. Es un monarca inglés y escocés del siglo XVII que vestía de la misma manera de la que tú estás vistiendo ahora – expliqué.
-          Y ¿para qué querría vestirse el rey como un pirata? – me preguntó.
-          Primero, el rey no se vistió como un pirata. Fue Disney quien lo tomó de inspiración para su personaje y lo segundo, el rey querría vestirse como un pirata exactamente por el mismo motivo por el que tú estás vestido de pirata en un museo del automóvil – respondí.
-          Así que volvemos a jugar a los ataques personales ¿eh? Muy bien – dijo asintiendo. – Aquí el único que no entiende es qué interés tiene tú en los automóviles cuando eres una especialista en Historia Antigua y una de las cosas que menos te gusta del mundo es conducir – replicó.
“¡Qué malo es conocerse!” me quejé.
Sin embargo, no iba a darme por vencida ni dejarle ganar tan fácilmente.
-          Eh, numerales. Para que lo sepas, hoy he venido conduciendo – le dije, a punto de sacarle la lengua.- Y sí que me gustan los automóviles – aseguré, ante su escepticismo. – Puede que no me interesen mucho los coches pero… sí que hay un par de pilotos de la NASCAR[5] a los que dejaría sin problemas que me dieran unas vueltas en su coche, tú ya me entiendes – informé, pícara.
Quizá él no me entendiera pero mi mente ya estaba evocando vívidas imágenes en las que yo compartía (y algo más) con Jimmy Johnson[6] y/o Scott Speed[7]. Eso sí, sin gorras.
Esas prendas complementarias, complementos o accesorios les restaban todo el sex appeal que rezumaban con tan solo aparecer en las fotos con ellas.
Dash me miró con expresión incrédula y reflejando asco.
-          Me sorprendes – terminó diciendo normalmente.
-          ¿No te parece fantástico que pese a que seas adulto aún haya cosas o personas que tengan la capacidad de sorprenderte? – le pregunté. – Deben de ser extraordinarias – añadí.
-          ¿Podemos ponernos serios para que me expliques el motivo por el cual estamos aquí hoy? – me preguntó, sacando paciencia de donde no la tenía.
-          Te aburres – le acusé sorprendida.
-          ¿Aburrirme? ¿Contigo? Eso es imposible Miss Historias – me dijo, tranquilizándome. – Desde que te conozco no ha habido un solo día que me haya aburrido – añadió.
Y mis dudas se despejaron del todo.
Y sus palabras, tan simples, me hicieron feliz y sonreí de tal modo que parecía una actriz o una modelo anunciando dentífricos o pastas dentales.
De hecho, me hicieron tan feliz que hasta di una coz, como si de una vaca o un burro se tratase. ¿Por qué? No tengo ni idea, pero si os sirve de consuelo, a mí también me gustaría descubrir el origen de mis tics animales.
-          ¡Bien! – exclamé, chasqueando los dedos. -  Ese es el punto y la actitud, capitán Dash porque aún no he explotado del todo tu capacidad de sorprendente – dije, echando a andar dando saltitos.
 Pasado un instante, me di cuenta de que no caminaba a mi lado.
De hecho, ni siquiera había dado un solo paso.
-          ¿Vienes? ¿O es que tu disfraz también incluye una pata de palo? – le pregunté aún presa del buen humor.
Y por fin entramos en la sala del museo donde se encontraba el oscuro objeto de mi deseo (aunque en realidad era de color claro). O eso era al menos lo que decían los planos del museo y su página web.
Por eso, tan pronto como puse mis dos pies en su interior, mi corazón comenzó a acelerarse y tamborilear como si estuviera siguiendo el ritmo de una melodía africana.  Estaba nerviosa. Igual de nerviosa que con mis exámenes finales o, como si tuviera una cita con mi príncipe azul en esta misma sala, lo cual era una tontería porque lo más parecido a un príncipe azul que tenía era un Capitán Garfio de Disney.
El plano y la web sí que proporcionaron la información correcta porque enseguida localicé la vitrina. Ignoré la presencia de Dash junto a mí y, cual mosca a la luz o la abeja a la miel, completamente hipnotizada y en trance, me dirigí hacia ella más excitada con cada paso que acortaba nuestra distancia.
Incapaz de hacer o decir nada, me situé frente a ella y la contemplé como si se tratara del objeto precioso más valioso del mundo; es decir, el diamante “Estrella de Josefina”[8] (el cual no quiero ser prepotente o incluir publicidad sin venir a cuento pero, está en nuestro museo)
-          Espera, espera, espera… ¿una foto y un par de folios donde se describe el proceso de creación, construcción y diseño de unos guantes de látex? – preguntó Dash, sorprendido para mal. Decepcionado incluso se podría decir. - ¿En serio hemos venido a ver esto? – añadió, enfatizando en su tono de decepción.
-          ¡Cállate Grafio! – exclamé enfadada porque había roto la magia que se había creado entre mi objeto y yo. – No solo no he venido a ver este objeto, he venido conseguir que me lo presten para mi exposición sobre el amor – expliqué. – No sé a qué has venido tú – concluí, gruñendo.
-          A ver… - dijo, sabiendo que había tocado un punto sensible para mí. - ¿Qué pintan un par de guantes en un museo del automóvil? – pregunté.
-          Ven aquí – dije. Obedeció. – Mira la foto – añadí. - ¿Ves a las tres personas que aparecen en la foto? – pregunté, sin esperas una respuesta positiva por su parte (y tampoco esperaba que supiera quienes eran) – Pues son ni más ni menos que el matrimonio formado por William Halsted y su enfermera y esposa Carolina Hampton. No te suenan ¿verdad? – le pregunté.
-          Ni la más mínima idea – reconoció, no avergonzado por ello.
-          Seguro que el que está en medio sí que te suena algo más: es Frank Seiberling porque es e fundador de la compañía Goodyear[9] - expliqué.
-          ¿Goodyear? – preguntó. - ¿El de la compañía de neumáticos? – añadió.
-          Aja – asentí. – Empiezas a entender el motivo por el cual están estos guantes aquí ¿verdad? – le pregunté, con una sonrisa en el rostro.
-           En parte sí, aunque tampoco estoy muy seguro – explicó.
-          No te voy a contar la trayectoria profesional del señor Halstead porque para eso tienes la Wikipedia – expliqué. El abrió la boca para protestar pero antes de que dijera nada, lo interrumpí: - Sé que la usas para buscar y saber la información – añadí, con algo de condescendencia en mi tono de voz. – Solo te voy a decir que antes en los quirófanos las personas se desinfectaban con un preparado de mercurio que provocaba eccemas e infecciones en las manos y eso fue justo lo que le sucedió a la señorita Hampton. De ahí que Halsted le pidiera a su amigo Seiberling que diseñase y crease unos guantes de goma para que le protegieran las manos y pudiera trabajar. Eso es justamente lo que ves ahí – dije, señalando los folios. - El proceso de creación de los mismos – concluí. – Cinco años después, el inteligente doctor se dio cuenta de que los guantes protegían las infecciones en los quirófanos pero… lo que se saca en claro de aquí es que los guantes quirúrgicos fueron inventados por amor – concluí.
-          ¡Vaya! – exclamó él boquiabierto.
-          Y por eso los quiero en mi exposición – decidí. – Serían estupendos como ejemplo contemporáneo de manifestación amorosa – expliqué, imaginando ya el lugar dónde los ubicaría.
“Sí. Un cubo de cristal de metacrilato para que la gente pueda observarlos desde todas las perspectivas posibles” decidí.
Dash me estaba mirando fijamente.
Lo notaba.
Quizás demasiado fijamente porque me estaba empezando a sentir algo incómoda.
Por eso, interrumpí el silencio y le miré directamente. Aún me estaba mirando con esa expresión indescifrable.
-          ¿Qué? – pregunté desconcertada.
Volvió a mirarme fija e intensamente; dedicándome una de esas miradas que provocaban que mis piernas comenzasen a flaquear. (Una debilidad mía para con él que nunca jamás le he mencionado) y, no sé cómo, pero me olvidé del objeto por el cual había venido al museo por un momento. Al menos, hasta que él parpadeó y me dijo:
-          Nada -. – Es solo que si tú hubieras sido mi profesora de historia en el instituto, las cosas serían hoy bien distintas – explicó.
-          ¿Quieres decir que hoy serías un chico de letras? – pregunté, horrorizada, tapándome las bocas con ambas manos para contener un grito y la risa. - ¡Oh Dios! ¡Hubiera sido una gran pérdida para el mundo de las ciencias y las matemáticas! – exclamé con un gesto teatral. (Sí, ese mismo gesto en el que las mujeres se colocaban la palma de la mano en la frente antes de fingir un desmayo)
-          ¿No es ese el director del museo? – me preguntó, señalando a lo lejos a un hombre en traje de chaqueta con su garfio.
-          Sí, ese es el señor Steward – confirmé.
-          Pues… - dijo situándose detrás de mí. – Ve a hacer tu magia Georgiana – me susurró, provocándome un escalofrío. Y me dio un ligero empujón en su dirección; justo en el momento en que en que el director me miraba.
A ver, no es que tenga magia como Harry Potter, Sabrina o Las Embrujadas ni personajes mágicos de ese estilo, lo que sí que tengo es un poder de convicción gracias a mi oratoria y por este motivo, no había reunión  de la que me pudiera escaquear.
Tras veinte minutos más o menos de reunión con el director del museo, finalmente abandoné su despacho con una expresión neutra en el rostro.
-          ¡Felicidades! – exclamó Dash, abrazándome, sorprendiéndome con el gesto.
-          ¿Cómo? – balbuceé. - ¿Cómo has sabido que lo había conseguido? – pregunté finalmente.
-          Porque te conozco Georgiana y porque no tenía ninguna duda de que lo conseguirías – explicó. – Guapa, inteligente y con don de gentes… habrías tenido que ser muy popular en el instituto – dejó caer. – Me hubiera gustado mucho conocerte en esa época – expresó.
-          ¿A mí? – pregunté, señalándome horrorizada. - ¡No por Dios! – exclamé, rotunda. – Yo en el instituto era un horror – expliqué, recordando con cierta vergüenza mis pintas de aquella época. – No sería el friki de las matemáticas con camisetas de superhéroes pero casi – dije refiriéndome a él. – Además, tu y yo no hubiéramos podido conocernos en esa época y mucho menos ser amigos -.
-          ¿Y eso por qué? – quiso saber, intrigado.
-          Porque tú eras de ciencias puras y yo de letras puras – respondí. – Sería muy complicado que hubiéramos tenidos alguna optativa común – añadí, reseñando lo obvio.
-          Entonces, es una suerte que te haya conocido más tarde – me dijo cómplice, guiñándome un ojo.
-          Quizás todo ello formaba parte de alguna ley matemática de esas que tú estudias… - bromeé yo.
-          Es posible – concedió él. – En cualquier caso, has ganado y todo triunfo se merece una victoria. Salgamos a comer un helado – sugirió, tomándome de la mano y echando a andar, ahora mucho más rápido que cuando se tuvo que acercar a ver los guantes.
-          No es tiempo de helados – respondí, plantándome en mitad del vestíbulo.
-          Pues lo tomamos en el interior de la heladería – dijo, echando a andar de nuevo.
-          No puedo – respondí de forma negativa de nuevo.
-          ¿Por qué no? – preguntó. - ¿Es que tienes otros planes? – Quiso saber. - ¿Acaso es una cita? – quiso saber, con especial énfasis en esta última pregunta. Quiso engañarme fingiendo que todo estaba bien, plantando una sonrisa en el rostro pero… no me lo tragué. Su cara no mostraba alegría sincera.
-          No, pero… si lo descubre Joey me mata – confesé con miedo.
-          Entonces shhh – dijo, poniéndome el índice sobre mis labios. – No le diremos nada – susurró. – Y si se entera, puedes echarme a mí la culpa de todo. Asumo la total responsabilidad – añadió, con firmeza. – Anda vamos Miss Historias … ¿o es que te da vergüenza que te vean conmigo así vestido? – me preguntó.
-          ¡No! – afirmé con rotundidad. – La cuestión aquí es… ¿te importa que te miren y comenten sobre nosotros yendo disfrazado? – pregunté.
-          ¿Yendo en tu compañía? – pregunté él, sorprendido. Negó con la cabeza. - Y ahora vamos, me muero de hambre por algo dulce y estoy deseando que me cuentes alguna historia sorprendente sobre el origen del helado o los postres – pidió.
¿Quién podría resistirse a ese ofrecimiento?
Y así fue cómo pasé una velada de lo más agradable con Dash en mi compañía.
Velada, que no cita.
No se le puede llamar cita porque… bueno, ya sabéis.




[1] Historiadores latinos.
[2] Real de a ocho: Moneda de plata acuñada por el Imperio español después de la reforma monetaria de 1497 con un peso de casi 28 gramos.  Tenía un valor de ocho reales y 272 maravedíes. 1 real de a ocho es un duro y dos forman un escudo. Fue una moneda que se difundió por todo el mundo y durante tres siglos fue el referente de la economía mundial. De hecho, de esta moneda deriva la palabra dólar y fue la primera moneda de curso  legal en Estados Unidos hasta que una ley de 1857 desautorizó su uso.
[3] Referencia a la Canción del Pirata de José de Espronceda, poeta español nacido en Almendralejo y uno de los más celebres representantes del romanticismo español.
[4] Carlos II de Inglaterra y Escocia: Primer monarca inglés tras la república de Cronwell. Su reinado comenzó en 1660 y concluyó en 1685. Tuvo numerosos hijos ilegítimos, de los cuales reconoció a 14. Sin embargo, murió sin herederos, por lo que la corona la heredó su hermano Jacobo II.
Antes de morir abrazó el catolicismo, lo que lo convirtió el siguiente monarca católico de Inglaterra desde María I Tudor y en Escocia desde la reina María I.
[5] NASCAR: Siglas en inglés de National Association for Stock Car Auto Racing (Asociación Nacional de Carreras de Automéviles de Serie) y también representa la categoría automovilística más comercial de Estados Unidos y la competición de coches de fábrica más importante del mundo. Es considerada la segunda categoría más importante por detrás de la Fórmula 1. Su particularidad reside en que se corre en circuitos ovalados.
[6] Jimmy Johnson: Jimmie Kenneth Johson o Superman Johnson es un corredor de carreras de NASCAR y ganador en los años 2006, 2007, 2008, 2009, 2010 y 2014.
[7] Scott Speed: Scott Andrew Speed es un piloto de carreras estadounidense que se inició en el mundo de la Fórmula 1 pero que desde el año 2008 corre en NASCAR
[8] Estrella de Josefina: Uno de los diamantes azules más famosos del mundo. Tiene 26, 6 quilates y fue hallado en la mina Cullinan, a 40 kilómetros de Pretoria en el año 2009. La casa de subastas Sotheby’s lo subastó por 10 millones de dólares.
[9] Aunque el duelo de la empresa es Frank Seiberling, quien la fundó en 1898, decidió ponerle el nombre de Goodyear porque quisieron homenajear al inventor del proceso de vulcanizado el caucho, Charles Goodyear.

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