Capitulo X: Soy una Venus
(…) Cortejo fiel tus hijos
acompaña
¡Oh madre del Amor, Venus,
divina!
Angelo
Poliziano, Estancias para un torneo
Lo malo de organizar una
exposición temporal es que mis niveles de estrés se multiplican y apenas tengo
tiempo libre; ni siquiera para acciones tan simples y vitales como comer.
Era una verdadera lástima que
Dash estuviera fuera de la ciudad.
No lo digo por motivos
erótico-románticos, no me entendáis mal. Lo digo porque él también había
organizado congresos y conferencias mientras escribía su tesis así que podría
darme algún tipo de consejos sobre una correcta planificación. O recomendarme
algún fármaco o complemento vitamínico.
Hablando de comer, precisamente
regresaba del bar de la esquina (llamadme rara y mala gestora de publicidad
pero no me gustaba la comida que se servía en la cafetería y el bar de mi
propio museo) de comprarme un bocadillo para comer aislada del mundo (y por aislada me refiero con la música a
todo volumen. El nombre de aislada es porque muchas veces me olvido del lugar
donde me encuentro y me pongo a bailar y
a cantar por la calle, al menos hasta el momento en que me reubico
espacialmente que es cuando decido parar)
Últimamente me había dado por la
música de los 80 y… me hallaba en plena cresta de la ola cantando Venus de Bananarama, pero no porque
necesitara una depilación de piernas con las cuchillas de Gillete, cuando…
-
Sí que eres mi Venus – dijo Marco,
apareciendo de la nada frente a mí.
-
¡Ahhh! – chillé, tirando mi bocadillo
al suelo. Trastabillé y tropecé con mis propios pies hasta caer al suelo.
-
Hola – me saludó, sonriente. Después me
agarró de la mano y me puso en pie.
Durante todo el tiempo respiré
de forma entrecortada, ya que me estaba recuperando de in infarto leve de
miocardio. Y por eso, solo pasado un momento, me atreví a preguntar:
-
¿Marco?
Él asintió, pero continuó
mirándome con preocupación, así que en un movimiento a la velocidad del
superhéroe Flash, volvió a sentarme
en el suelo y, sacó del bolsillo interno de su cazadora un tensiómetro para
controlarme mi tensión.
Debo recordar en este punto que
Marco es el doctor Buenorro amigo de Dash.
-
No me gusta el aspecto que tienes –
indicó.
-
¿Llevas a todas partes un tensiómetro
contigo? – pregunté, incapaz de creerlo.
-
Estás nerviosa pero al menos, conservas
la cordura – replicó él.
-
¡Joder Marco! ¡Casi me provocas un
infarto! – exclamé, golpeándole.
-
Está claro, te encuentras perfectamente
– dijo, poniéndome en pie de nuevo. – Hola – volvió a saludarme, como si nada
hubiera pasado.
-
¿Qué haces aquí? – pregunté. - ¿Cómo me
has encontrado? – añadí. - ¿Es que me has estado espiando? – exigí saber.
-
¡No! – exclamó para tranquilizarme. –
Aunque bueno… - dijo, rascándose la barba de varios días que ahora llevaba. –
Dash mencionó que trabajabas en un museo, así que tecleé tu nombre en Google y
te encontré – explicó.
-
¿Por qué? – pregunté.
-
Porque… me gustaste mucho el otro día
y… dado que pareces aborrecer el término cita, me gustaría mucho quedar para cenar
contigo – explicó, soltándolo todo de una sola vez, suspirando aliviado por
haberlo dicho.
-
Conmigo – repetí incrédula.
-
Correcto – asintió. – Sobre todo ahora
que parece que he echado a perder tu
almuerzo de hoy – añadió.
Le miré sin entender y el puso
el dürüm vegetal en mis manos. Un dürüm del que no había vuelto a
acordarme hasta ese momento. Momento en el que di gracias por pedir siempre una
doble capa de envoltorio en papel de aluminio porque si no, a esas alturas mi
comida no hubiera sobrevivido.
-
Gracias – dije.
-
¿Y? – preguntó él, buscando mi mirada
de nuevo. – Entonces ¿qué me dices? – añadió.
-
Vas directo al grano ¿eh? – le
reproché, bromeando.
-
¿Por qué perder el tiempo cuando el
objetivo final es el mismo? – respondió él. - ¿Aceptas? – insistió.
Me mordí el labio mientras
pensaba qué debía hacer.
No quería citas con hombres, por
muy guapos que fueran.
“Pero
él acaba de decirte que esto no sería una cita” pensé,
recordando sus propias palabras. “Y… está
claro que te lo vas a pasar bien cenando con él” añadí, como segundo
argumento de convicción.
Al final acepté.
Llamadme superficial y todo lo
que queráis pero… nunca jamás en mi vida iba a verme en una situación como esa,
así que acepté aunque solo fuese por fardar en público frente a personas que no
conocía de nada.
¿Cómo iba a desaprovechar esta
oportunidad?
-
¡Genial! – exclamó, alzando el puño
antes de pasarme su teléfono para que yo misma me incluyese en su lista de
contactos. Como contrapartida, yo recibí
una de sus tarjetas de visita. – No hagas planes el sábado, te voy a llevar a
un sitio muy especial – añadió, de forma misteriosa.
Y desapareció.
De la misma manera misteriosa a
cómo había pronunciado la última de las frases y a cómo había aparecido frente
a mí. De hecho, si no hubiera sido porque aún tenía la tarjeta de visita entre
las manos y porque Danny nos había visto (y en consecuencia nos taladró a
preguntas) jamás hubiera creído que lo que me había pasado había sucedido de
verdad.
En menos de lo que pensé, la
semana pasó.
Y yo no había recibido noticias
de Marco.
Noticia, o ausencia de noticias
que me preocupaban y que me habían llevado a pensar que todo había sido mentira
y que había sido la invitada especial sorpresa en un programa de cámara oculta
donde los médicos eran los organizadores de las bromas; si es que un programa
de ese tipo pudiera atraer una cota de audiencia lo suficientemente alta como
para que un canal de televisión o web online lo emitiese.
Pero entonces, llegaron las
flores.
¡Y qué flores!
A ver, no era igual de grande y
espectacular que el que me había enviado Dash la semana pasada y que acababa de
tirar a la basura porque las pobres estaban pochas y secas pero… la calidad y
el significado de éstas últimas eran completamente diferentes.
Este era de rojas.
Rosas rojas.
El significado estaba claro,
incluso para alguien no entendido en el lenguaje y significado de las flores.
Amor.
Pasión y deseo.
Mucho deseo.
Mismo deseo que vi en sus ojos
cuando nos interrumpió a Dash y a mí en la cena.
Lo único en común con el otro
ramo era que éste también incluía un sobre con una nota. Sobre que aunque
pequeño por su tamaño, destacaba debido al contraste de color entre el rojo y
el blanco.
Abrí el sobre y… mis temores se
disiparon: la nota era informativa y me indicaba que teníamos una cena y una
mesa reservada en La Boheme, un
restaurante francés de luho al día siguiente a las 9: 30.
Así mismo, me dio una clave
numérica que debía decir cuando pidiera un taxi para que el importe fuera
transferido a la cuenta personal que él tenía en la compañía.
No quería que eso sucediese
pero, la goma elástica de mis bragas volvió a darse u poco de sí hasta el punto
de sentirla floja por el comportamiento y la consideración que estaba mostrando
hacia mí
¿Era posible que aún hoy
quedasen caballeros en la actualidad?
Menos de cinco minutos después,
mi móvil, que estaba encima de mi mesa, vibró y una luz comenzó a parpadear en
su parte inferior.
Quizás sí que fuera un caballero
pero, de lo que no me quedó ninguna duda era de que un tío. Y como cualquier
tío, llamaba para asegurarse de que las flores habían llegado y que me habían
gustado.
Eran tan típicos y tan
predecibles…
Pero no era Marco. Era Dash en
esta ocasión.
Un Dash que me enviaba una foto
de sí mismo en la fuente con aguas de color rosa de la ciudad (rosa porque
representaba la lucha contra el cáncer de mama).
La foto era bonita y no
demasiado artística pero… ¿ocultaba algún mensaje además del hecho de que le
gustaba donde vivíamos? Eso no lo tenía tan claro y por eso, no le respondí.
Menos de diez minutos después,
mi móvil volvió a vibrar.
Otra foto de Dash.
En esta ocasión, era una selfie de Dash desde la facultad de
matemáticas junto a un reloj que marcaba la hora. Esa hora indicaba la fecha y
la temperatura que hacía de hoy en grados Farenheit[2]
porque era demasiado alta para el calor que debía hacer según ese termómetro.
El mensaje ya me había quedado
claro: ya estaba de vuelta. Sonreí.
Volví a mirar la foto y me reí a
carcajadas.
Solo Das podía ser tan friki
como para sacarse una selfie haciendo
el tonto en plena facultad donde era profesor adjunto y donde, pese a que ya
era doctor en matemáticas, continuaba investigando en ese campo.
Yo: “¡Ey, ey, ey! Ya has vuelto” le
escribí, añadiendo un emoticono sonriente para que se hiciese una idea de que
mi felicidad era cierta.
Dash: “No solo he vuelto, sino que
tengo que proponerte un plan”
Yo: “¿Un plan?” le
pregunté, curiosa, recalcando mi curiosidad con varios emoticonos de sorpresa y
más números de signo de interrogación de los que correspondía para ser una
pregunta. “Tanto me has echado de menos que
ya estás deseando verme?”
Dash: “¿Tú qué crees Miss Historias?
“¿Yo
que creo?” me pregunté. “Pues que
sí; un poquito al menos como yo le había echado de menos a él” añadí.
Iba a escribirle precisamente
eso cuando me llegó una nueva foto.
Esta no era de él: era de una
invitación a un evento.
Y… ¡menudo evento! ¡Histórico
además!
Salivé y comencé a leer.
Monticello
and the University of Virginia, Charlottesville se complacen en invitare al acto
de presentación del libro La Controversia Hemmings-Jefferson así como a la
exposición dedicada a Sally Hemmings[3]este
sábado a las ocho de la tarde.
-
¡Mierda! – exclamé.
Acto seguido, continué
maldiciendo y soltando tacos y demás palabras malsonantes dedicadas por entero
a mi últimamente agitadísima vida social de los fines de semana.
El sábado.
A las ocho de la tarde.
Una hora y media antes de mi
cena con Marco, pero… a más de dos horas conduciendo desde el lugar donde
vivía.
“¿Por
qué todo tenía que ocurrir el sábado? ¿Por qué Dash no podía haberme avisado de
su regreso antes? ¡Me hubiera reservado para él!” pensé.
“¡Uy! Esa última frase fuera de contexto
tenía unas connotaciones inequívocamente sexuales…” añadí.
Y yo no quería pensar en Dash de
esa manera.
Mi mente sin embargo me reveló e
hizo aparecerlo con sus ropas ajustadas de bailarín.
Sacudí la cabeza para borrarla.
Me enfadé con ambos hombres al
principio pero después me centré en los altos académicos universitarios.
Odiaba a todos esos malditos esnobs de renombre.
¡Malditos viejos chochos!
¿Por qué no me habían invitado a
mí también?
Puede que mi tesis fuese inusual
por el tema pero ¡era tan perfectamente válida como cualquier otra! Y ¡yo
también había publicado artículos en revistas divulgativas de renombre!
¿Por qué habían invitado
entonces a Dash y no a mí?
¡A mí!
¡Precisamente en un acto
histórico amoroso con tanto morbo como la relación entre Thomas Jefferson y su
esclava negra, Sally Hemmings!
¡Indignante!
¡Lo que hacía la fama y aparecer
en las portadas de las revistas!
Gruñí.
Pero… me estaba desviando del
tema y del problema principal.
¿Qué debía hacer? Los dos eran
unos planes estupendos…
Y un segundo gran problema era
que ambos eran amigos y por tanto si cambiaba de opinión de repente y decidía
ir con Dash, Marco se enteraría inmediatamente.
¿Qué hacer?
Mi móvil vibró de nuevo.
Otra foto de Dash.
Esta vez era de una bolsa del
museo de Manchester. Mis regalos. También conocidos como mi chantaje o mi
soborno.
¡Cómo si lo necesitara!
Finalmente, me decidí: iría a la
cena con Dash.
“No, ¡Dash no! Con Marco” me recordé. “Marco” repetí. “¿Qué demonios
me pasaba con Dash?” me pregunté, enfadada conmigo misma.
Iría a la cena con Marco, tal y
como había decidido en primera instancia.
Suspiré.
Agarré el teléfono y comencé a
teclear mi negativa; que fue escueta y directa.
Yo: “No puedo. Otros planes”
Creí haber zanjado el tema con
esta negativa pero al parecer Dash no lo tenía tan claro. Y por eso, me llamó
por teléfono.
-
¿Qué es eso de que tienes otros planes
Miss Historias? – me preguntó.
-
¡Hola Dash! – exclamé, nerviosa. “Tonta, te va a pillar” me dije. – Pues sí, tengo otros planes -.
-
No te habrás comprometido a otra noche
de bailes latinos con Joey ¿verdad? – me preguntó. – Porque se está
aprovechando de ti – añadió.
-
No, no es con Joey – respondí. Su
hubiera sido Joey, le hubiera dado una patada en el culo a nuestro compromiso
desde la primera línea. – Es otra cosa – añadí.
-
¿Qué? – quiso saber. - ¿Una ineludible
reunión familiar? – sugirió, divertido.
-
No – respondí inmediatamente. Mis
reuniones familiares se planeaban con meses de antelación.
-
¿Noche de chicas? – intentó de nuevo. -
¿Soteria ha vuelto a ser rechazado por algún otro idiota? – preguntó.
En ese momento, son esa pregunta
me di cuenta de que Dash sabía demasiadas cosas sobre mi vida privada y eso me
preocupó porque no había dado tanto permiso a nadie que no fuesen mis
anteriores parejas para saber tanto de mí.
-
No – volví a negar.
-
Entonces ¿qué? – preguntó. - ¿Una cita?
– añadió, con una carcajada.
Silencio.
Me delaté con la demora en mi
respuesta.
“¡Mierda!” volví a gritar, aunque esta segunda vez fue mental.
-
¿Una cita? – insistió. Yo asentí,
porque no valía la pena retrasarlo más. – Sí – confirmé.
-
¡Menuda sex symbol estás tú hecha! – se burló. – Desde que llevaste ese
look recatadamente sexy estás que lo rompes – añadió. - ¿Quién es el
afortunado? – preguntó. - ¿Algún latino del club? –
-
No cotilla – dije, sacando la lengua al
teléfono. – Es Marco – confesé.
Silencio por su parte.
Y más silencio ensordecedor y
¿por qué no? Doloroso entre ambos.
-
¿Marco? – preguntó. - ¿Qué Marco, mi
amigo? – añadió.
-
Ese mismo – informé.
-
¡Joder! – exclamó él. – El mamonazo no
pierde el tiempo… – añadió, enfadado- - Pero me sorprende que tú hayas aceptado
después de lo que te dije sobre él – me echó en cara.
-
No tienes que preocuparte por mí, no
estoy interesada en tener una relación con él y esto ni siquiera es una cita,
es solo una cena – expliqué.
-
¡Ay Georgiana! – exclamó. – Tú y tus no
citas… - dijo, condescendiente seguramente a sabiendas de lo poco que me
gustaba que me hablara así. – Y ¿no puedes cambiarlo? – me preguntó.
-
Lo siento Dash pero ya le di mi palabra
– expliqué, lamentando haberlo hecho.
-
¡Y yo que ya había decidido el disfraz
que iba a ponerme…! – se lamentó, con tono bromista.
-
A la próxima exposición histórica
prometo no faltar y me disfrazaré de lo que me pidas – le prometí.
-
Te tomo la palabra – me advirtió. -
Pero Georgiana – añadió.
-
¿Sí? – pregunté, ansiosa porque pensé
que me había colgado.
-
Ya sé que has dicho que no estás
interesada en él pero por si acaso lleva puesta mañana tu mejor armadura de
acero valyrio – me recomendó.
Me eché a reír.
-
Trato hecho – respondí.
Y yo me quedé pensando en el
tono de preocupación de las palabras de Dash en lugar de recrearme ante la idea
de tener una no cita y sí una cena con el hombre más atractivo que alguna vez
se hubiera fijado en mí.
[1]
Soy tu Venus, soy tu fuego, tu deseo.
[2]
Farenheit: Es una escala de
temperatura propuesta por Daniel Gabriel Farenheit en 1724. La escala establece
como las temperaturas de congelación y ebullición del agua, 32º F y 212º F respectivamente.
En ese mismo año determinó tres puntos de temperatura.
El punto cero está determinado en una mezcla de hielo, agua y cloruro de
amonio. Es una mezcla frigorífica que se estabiliza a una temperatura de 0ºF.
Se pone luego el termómetro de alcohol o mercurio en la mezcla y se deja que el
líquido en el termómetro obtenga su punto más bajo. El segundo punto es a 32ºF
con la mezcla de agua y hielo, esta vez sin sal. El tercer punto, los 96
ºF es el nivel del líquido e el
termómetro cuando se lo pone en la boca o bajo el brazo (en la axila).
Farenheit notó que al utilizar esta escala el mercurio podía hervir cerca de
los 600 grados.
[3]
Sally Hemmings: (1773-1835) fue una
mujer de raza negra mixta además de la cuñada y esclava de Thomas Jefferson;
con el que se dice que tuvo seis hijos y de los cuales sobrevivieron cuatro y
todos ellos alcanzaron la libertad.
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