Capitulo VII: Un evento
interesante
Finalmente, llegó el evento organizado por LeBlanc Editorial
para agasajar a sus futuros autores y yo llegué con la hora pegada al culo. O
dicho de una manera más formal, acorde al nivel académico de dicho acto, llegué
cuando faltaban pocos minutos para que diera comienzo el acto de manera
oficial.
Cuando llegué a la recepción de dicho evento, caminé con
pasos inseguros.
Realmente, no sabía muy bien si había llegado al lugar
correcto. Y por eso, me asomé varias veces al interior en la sala, oculta
gracias a la protección que me proporcionaba una enorme columna salomónica.
Me surgían las dudas porque mirase donde mirase solo había
fotografías y titulares de Dash, en blanco y negro, sepia y a todo color y…en
diferentes tamaños. En otras palabras, esto parecía un templo consagrado a la
persona de Dash y no un evento publicitario para dar a conocer los diferentes
trabajos y estudios de los investigadores seleccionados por la editorial.
Cierto que no habíamos salido en las portadas de las
revistas (aún) pero éramos treinta y un personas más, así que al menos una
ligera mención a los demás no estaría mal.
Pensando en lo ridícula que parecería si alguien me
descubría de esta guisa, casi camuflada pero no del todo, salí de mi
“escondite”.
Eché un vistazo a los invitados y vi a mis amigas.
Unas amigas con las que no había vuelto a hablar desde el
sábado de la locura colectiva y con la que no había vuelto a hablar desde
entonces. Decidí que no iba a ser este el momento, así que caminé en dirección
contraria.
Apenas di un par de pasos en la dirección puesta cuando Dash
apareció de la nada frente a mí.
-
¡Georgiana! – exclamó, dando un repaso
a mi atuendo.
“Ale,
ale… a desatar lo rumores” pensé con fastidio.
– ¡Estás guapísima! – exclamó.
“Bueno,
si por guapísima entiendes un vestido negro simple de oferta y unos tacones
rojos a juego con mi bolso, entonces lo estoy” pensé.
Para mí, estaba simplemente normal.
-
¡Vaya! – exclamé, fingiendo sorpresa. -
¡Si es el hombre del evento! –exclamé.
-
Sí – asintió, visiblemente incómodo.
-
¿Qué se siente al ver tu cara por todas
partes y una de las portadas de las revistas más prestigiosas del país? – le
pregunté.
-
Es un alivio – me confesó.
-
¿Alivio? – pregunté, confundida.
-
–
Ya sabes, antes solo había salido en las portadas de los periódicos del
instituto y de la universidad anunciando que había ganado o bien el primer
premio de matemáticas o bien de ciencias y quedaba como un friki – explicó.
-
Bueno, ahora también has quedado como
un friki de las matemáticas pero de una manera mucho más estilosa – expliqué.
- Y yo también aparecía en los
periódicos como la campeona de ortografía y me gustaba – añadí.
-
Recupera esa sensación porque en cuanto
tú publiques tu tesis también comenzarás a ser portadas de revistas – me dijo.
-
¡Si, claro! – exclamé, sin creer una
palabra de eso. – A propósito de eso, gracias. Samanta me ha contado lo que le
dijiste a Harry para convencerle de que aceptara mi tesis – expliqué.
-
Yo no hice nada – replicó él, rehuyendo
mi mirada. – Y no quería publicarte porque no te conoce, en cuanto lea algo de
tu tesis, lamentará haber pensado que no quiso publicarla – aseguró,
apretándome la mano.
-
A eso se le llama exceso de confianza –
expliqué.
-
A eso se le llama realismo – rebatió
él. – Recuerdo cómo me explicaste lo de los guantes quirúrgicos y si cuentas el
resto de tus artefactos de forma mínimamente parecida a como me contaste lo de
los guantes a mí, no tengo dudas de que será un exitazo – aseguró. – Y aquí entre
tú y yo- dijo acercándose a mí para susurrarme al oído: - Puede que el señor
LeBlanc se crea alguien de éxito y muy inteligente pero… yo no creo que sea tan
bueno como se cree – Reímos cómplices.
-
Ejem… Dash – dije, girándole en
dirección al señor LeBlanc. – Tu público te reclama – añadí.
Y así me quedé sola en la fiesta.
La sensación de sentirse sola en una habitación llena de
gente no es para nada agradable, sobre cuando tienes personas en esa misma
habitación hay personas que son amigas íntimas y forman parte habitual de tu
vida en circunstancias favorables. Bien por discusiones o bien por estar
demasiado ocupado.
Una solución hubiera sido llevarme a algún amigo o familiar
de fuera. El problema en este caso era que en mi invitación en ningún momento
se especificó que debíamos ir acompañados… Una lástima porque estoy segura de
que a mi cuñada Bianca le hubiera encantado estar aquí hoy conmigo.
Así que seguí sola, dando vueltas alrededor del salón.
Comencé a sentirme deprimida así que decidí ir a tomarme una
copa de champán; o vino blanco, no estaba muy segura de qué podía ser sin
haberlo probado.
Pero era alcohol.
Perfectamente válido.
Cogí una de las copas que el camarero me había ofrecido en
una bandeja.
“Champán”
pensé.
“No podía ser de otra manera dado el
nivel” añadí.
Bebí un sorbo mientras me giraba y… Harry LeBlanc apareció
de la nada ante mí. Y claro, a punto estuve de tirarle la copa de champán en su
traje de chaqueta, que seguro que costaba más que mi sueldo de un mes.
Por suerte para mí, no pasó nada y mi cuenta bancaria no
sufriría ningún hachazo severo.
“Menos
mal…” pensé.
-
Lo siento – dije.
-
¡Vaya, vaya, vaya! – exclamó él sin
darle demasiada importancia al hecho que había estado a punto de suceder. – Pero si es la pequeña Georgiana Leakey
– añadió, mirándome como un depredador que mira a su presa y que se estaba
relamiendo prolongando el momento de espera.
Debí sentirme amenazada y en peligro por semejante
comportamiento de depredador no disimulado frente a mí, pero en lugar de
sentirme así, lo único en lo que no podía dejar de pensar era que era igualito
a Justin Theroux, el novio de Jennifer Aniston. Así soy yo.
-
¿Pequeña? - pregunté, dolida. – No creo
que sea una mujer pequeña señor LeBlanc y no finja expresión de sorpresa porque
ambos sabemos quién es usted porque su rostro es el segundo que más veces
aparece representado en esta sala –
añadí. – Pero como iba diciendo… yo no soy una mujer pequeña señor LeBlanc, mi
altura está dentro de la altura media de las mujeres de mi generación. Pero
claro, si me compara con usted sí que soy pequeña – pensé. – Y lo mismo sucede
si se refiere a mí como pequeña de edad si me compara con usted, porque usted
es al menos seis años mayor que yo, pero en ningún caso no quiero que me llame
pequeña porque indica una relación de familiaridad que usted y yo no tenemos
porque hoy es la primera vez que nos hemos visto – expliqué, iniciando mi
retirada aunque sabía que él y yo teníamos una conversación pendiente.
-
¡Vaya! – exclamó sorprendido soltando
una carcajada. – No sabía yo que ibas a ser tan divertida – añadió. – Si lo
llego a saber, te hubiera llamado a mi despacho – añadió con seguridad.
-
Sí, es un error que la gente suele
cometer mucho conmigo por la carrera que he estudiado, pero aquí estoy yo,
rompiendo estereotipos – dijo, con una mueca por sonrisa. – No se preocupe
señor LeBlanc, errar es humano – añadí, con condescendencia. – Y ¿sabe otro
dicho que se relaciona con errar? – le pregunté. – El hombre es el único animal
que tropieza dos veces con la misma piedra – expliqué.
-
Presumo que estamos hablando ahora de
su tesis ¿verdad? – preguntó.
-
Es usted un hombre muy inteligente –
ironicé.
-
Y ahí apareció el primer cumplió de la
conversación – anunció él, con una sonrisa. Al parecer, estaba disfrutando
nuestra conversación.
-
Dejémonos de rodeos de una buena vez
señorita Leakey, sí es cierto dudo muy y mucho de la calidad académica que
puede tener una tesis que puede tener el
amor como tema central – explicó.
-
Eso es porque no ha leído muchas –
repliqué.
-
No he leído muchas porque nadie las ha
tomado en consideración o tan improcedente como para dedicar un tiempo precioso
de su vida a semejante estupidez – me dijo.
-
Entiendo que su opinión con respecto al
tema no es precisamente subjetiva ni la más adecuada dado su pasado sentimental
- añadí, haciéndole ver que nada de lo
que dijese me iba a hacer cambiar de opinión.
-
Al contrario, es precisamente mi
opinión con respecto al tema lo que me permite actuar con total claridad. Sí
que es cierto que no le concedo credibilidad como tema de tesis doctoral pero…
llevo más de quince años trabajando en la industria editorial en la empresa de
mi madre y sé reconocer cuando tengo un filón delante de mí gracias a mi
instinto. Y su tesis señorita Leakey es un filón para el gran público en
general así que, ese y no otro ha sido el motivo por el cual decidí convertirla
en uno de nuestros seleccionados – me aclaró. – Pero hágame un favor y mantenga
el secreto entre nosotros, no quiero romper las ilusiones creadas en el señor
Fitzroy y sobre todo en Sam – me pidió entre susurros.
-
Me alegro de que su instinto sea la
única parte de usted que es inteligente – ironicé. – Si alguna vez me lo
encuentro, se lo agradeceré – aseguré.
-
Al contrario señorita Leakey, la he
seleccionado pero no las tiene todas consigo – me advirtió. – Sé que está
organizando una exposición sobre el amor a lo largo de la historia en el museo
en el que trabaja. Bien, exijo que me envíe una copia de la información que
lleva redactada hasta ahora y que esté en mi oficina el lunes a primera hora.
Quiero asegurarme de que no he cometido un error con mi decisión y ver de qué
material está hecha. Una semana después de habérmelo enviado, llámeme –
explicó. – Estaré encantado de compartir mi opinión al respecto con usted mientras
cenamos – me susurró.
Y después se marchó, como si de un fantasma se tratara.
Mientras le vi reaparecer, dos dudas se repetían en mi
mente.
¿Acababa de tirarme los trastos Harry LeBlanc?
“Pellizcadme porque
eso es superar lo absurdo”
Y sobre todo, ¿cómo iba a llamarle si no tenía su número?
“Dudo
mucho que me pasen la llamada directamente a su oficina si digo quien soy,
pensarán que soy otra de sus amantes. Despechada o no”
Hay personas a quienes el pensar mucho les quita el hambre y
hay a otras a las que como a mí, les sucede lo contrario. Y por eso, decidí que
era buen momento para ir a comer algo. Además, no iba a alimentarme solo a base
de alcohol…No quería emborracharme y ser el espectáculo de la velada y por otra
parte, el encargado del catering era el cocinero de la empresa de mi amiga
Soteria y lo menos que quería era que éste se enfadara conmigo también porque
podría ser una de esas personas a las que acudir en busca de conversación
cuando mis grados de aburrimiento alcanzaran la cima del Everest.
Comencé a caminar en dirección a la mesa donde estaba la
comida y, mientras daba los primeros pasos comencé a sentir algo molesto
enganchado en mi sujetador. Maldije porque seguramente era uno de mis cabellos
y para mí no hay cosa más fastidiosa que el hecho de tener enganchado un pelo
en la ropa y seas incapaz de saber dónde está y por consecuencia de quitártelo
de ahí para conceder la liberación total.
Era una tortura china cotidiana.
Continué dando pasos y las molestias continuaron e incluso
se incrementaron hasta el punto de alcanzar un ligero dolor. Parecía como si
algo me estuviera pinchando… Y definitivamente, eso no podía ser un pelo.
Entonces ¿qué era?
“¿Se
me había salido un aro del sujetador?” me pregunté, maldiciendo mi mala
suerte.
No podía continuar como hasta ahora y por eso, me aparté un
poco de la actividad de la sala. Volví a situarme detrás de otra columna y,
tras asegurarme de que nadie me estaba viendo, me metí la mano por dentro del
vestido y comencé a palparme el sujetador en busca del pelo o del aro que
estaba suelto para quitármelo del todo, si ese era el caso.
Pero ninguna de las dos cosas apareció.
Sin embargó sí que tenía algo enganchado en mi sujetador.
Lo notaba ahí, justo en el centro. Como una mosca cojonera.
Metí más la mano por dentro del vestido hasta que por fin
mis dedos consiguieron llegar a aquello que tenía en el centro del mismo.
Lo desenganché y lo saqué de allí.
Cuando abrí la mano para descubrir cuál era la sorpresa que
tenía en mi interior, mi grado de sorpresa no pudo ser mayor.
Era un pequeño trozo de papel.
O más bien, era un pequeño trozo de cartulina.
Era una tarjeta personal del señor Harry LeBlanc.
¿Qué cómo iba a llamarle? Ahí tenía la respuesta.
Quizás os puede sorprender la habilidad del señor LeBlanc a
la hora de entragar propaganda en forma de tarjetas personales pero estoy
segura de que quedaréis mucho más sorprendidos cuando os describa cómo era mi
vestido.
Mi vestido era negro cerrado por delante y cerrado por
detrás. De acuerdo, era de tirantes pero… esos tirantes anchos, no finos. Y
además no había ninguna otra abertura en el vestido por la que me la pudiera
colar.
En otras palabras, o era un mago, o no me explicaba cómo
pudiera haber hecho lo que acababa de hacer.
-
¿Georgiana? – preguntó Dash.
-
¡Ah! – grité, por la sorpresa.
“Desde
luego que tiene el don de la oportunidad para encontrarme en las peores
situaciones posibles” pensé, molesta.
No había manera de dar una explicación creíble y razonable
al hecho de haberme encontrado encogida y sobándome las tetas. Sí que la había
pero era muy porno así que… tampoco quería contarla.
-
Dash – añadí, recuperando mi posición
normal y sonriendo para evitar que me preguntara por lo que acababa de ver.
-
¿Estás bien? – me preguntó.
-
¿Bien? – repetí. – Sí, perfectamente –
añadió, dispuesta a no darle más coba a la situación.
-
He visto cómo Harry se acercaba a ti –
explicó. – Y él puede ser un poco… - añadió.
-
¿Pesado e irritante? – pregunté entre
gruñidos.
Dash se echó a reír.
-
Sí que es cierto que le gustan todas
las mujeres y que no acepta un no por respuesta ¿quieres que finja ser tu novio
para que te deje tranquila? – me preguntó. – Por lo que sé aún respeta a las
mujeres con pareja – me explicó.
-
¡Oh no! – exclamé. – No te preocupes.
Lo tengo todo bajo control – aseguré.
-
De acuerdo – dijo, aunque no parecía
muy convencido. – Pero si te vuelve a molestar y necesitas mi ayuda, coge un
canapé de anchoas - me pidió.
-
¿De anchoas? – pregunté. -¡Puag! –
exclamé, conteniendo mis ganas de vomitar. – ¡Pero si las anchoas me gustan
menos que la ciencia! – exclamé.
-
Lo sé – dijo. –Pero nadie más lo sabe –
me explicó. – Será nuestro mensaje en clave – me susurró.
Y se marchó.
“¿Llevo
un cartel en la espalda que dice Susúrrame?” me pregunté.
-
No – respondió Evelyn. Me giré en su
dirección. – No llevas nada en la espalda, solo es el vestido que te sienta
estupendamente – añadió.
-
Gracias – respondí. Y comencé a creer
que estaba realmente guapa porque Evelyn no era muy dada a repartir cumplidos.
-
¡Georgiana!
– exclamó Soteria sin aliento al legar a mi lado porque había salido corriendo.
- ¿Estás bien? – me preguntó, tocándome los hombres. – He visto que Harry se
acercaba a ti justo cuando he tenido que salir a reponer canapés – explicó,
disculpándose.
-
Sí, sí estoy bien – aseguré, algo
molesta. Ese comportamiento paternalista por parte de sus amigas me estaba
volviendo a hacer sentir pequeña; tal y como me había denominado el señor
LeBlanc. –Me las he apañado perfectamente – recalqué.
-
¿Segura? – me preguntó Evelyn, no muy
convenida por la expresión de mi cara. -
¿Quieres que lo denunciemos? ¿Por acoso? – preguntó, sacando un formulario de
denuncia por acoso de su bolso.
-
¡Evelyn! – exclamé sorprendida. -
¿Llevas una denuncia por acoso en el bolso? – pregunté, boquiabieta.
-
¿Qué? – preguntó, para nada sorprendida
y afectada. – Nunca se sabe cuándo alguien va a infringir la ley y por eso es
mejor ir preparada – explicó.
-
Preparada en exceso diría yo – opinó
Soteria. - ¡Guarda eso! – ordenó. - ¿No te das cuenta de que además de por sí
misma, Georgiana contaba la ayuda de Dash que vino a socorrerla como si de un caballero
medieval se tratara? – preguntó, intentando ganarse mi complicidad.
Evelyn dio un codazo de forma para nada disimulada a Soteria, para indicarle que ese no era un
buen tema de conversación por el que continuar hablando. Y Soteria cambió de
tema (¡Cómo para no hacerlo!) – Necesitas comer – decidió. – No te he visto comer casi nada en toda la
velada, así que vamos – añadió, llevándome hacia la mesa de la comida.
En ese mismo momento me di cuenta de que me había convertido
en la investigadora estrella del evento; nadie tenía dos guardaespaldas a su
cargo trabajando para su constante vigilancia.
-
¡Hola! – dijo, Samanta acercándose a la
mesa donde estaba la comida. – Siento no poder haber venido a saludarte antes
pero… ¡estamos hasta arriba de abajo! – exclamó. – Dios ¡qué hambre! - se quejó. Y comenzó a comerse uvas
lanzándolas al aire y capturándolas con la boca. - ¿Qué tal tu evento? ¿Has tenido éxito entre
el posible público que va a leer tu tesis una vez sea publicada? – me preguntó.
-
Bueno… diré que el escepticismo es
sentimiento más repetido – expliqué.
-
Lo siento, Georgiana – dijo, con
sinceridad. – Pero bueno, es difícil competir teniendo hoy a Dash aquí y más
llevando ese traje de chaqueta que le sienta genial – añadió, para intentar
animarme.
-
Sí, le sienta bien pero ¿no le sientan
bien a todos los hombres los trajes de chaqueta? – preguntó Samanta.
-
No Soteria, los trajes chaqueta no le
sientan bien a todos los hombres. Yo quiero mucho a mi jefe pero, con esa
barrigota cervecera que tiene el traje de chaqueta no le queda bien – aseguró
Evelyn.
-
Bueno, pues está claro que a Dash sí
porque no ha dejado de estar rodeado de mujeres en todo el evento – explicó
Samanta. – Miradlo ahí, nuevamente entre tres mujeres – añadió, señalando en su
dirección.
Samanta tenía razón.
En todo lo que había dicho.
Era cierto que el traje de chaqueta le sentaba
estupendamente, pero es que parecía hecho a medida y de buena factura (o en
otras palabras, tremendamente caro); lo cual era totalmente injusto y a la vez completamente
entendible; injusto por la enorme diferencia de salarios entre él y yo y
entendible porque si algo que estaba hecho a medida no te sentaba bien ¿qué te
iba sentar bien sino?.
En cuanto a lo de las mujeres, también era cierto.
Pero no era llamativo ni tan solo por su causa, ya que la
proporción de mujeres era de tres por cada uno.
“¿Acabo
de hacer una operación matemática?” me pregunté, extrañada conmigo
misma y asombrada de mis propias habilidades.
En esa proporción había influido considerablemente la
presencia de Harry LeBlanc, un crápula según decían las malas lenguas y opinión
que yo confirmaba de primera mano. Probablemente querría convertirlo en su
nuevo compañero de juergas pero él no lo conocía como yo y por eso no sabía que
no le iba mucho ese tipo de ambientes y aunque se fijase en el físico de una
mujer (era un tío al fin y al cabo) y prestase atención a todas y cada una de
las mujeres (seguramente fruto de la buena educación recibida en un internado,
colegio o instituto privado) al final de la velada acabaría quedándose con la
que le proporcionase un mejor entretenimiento mental y fuera más compatible con
él en ese ámbito.
Y eso sería precisamente lo que sucedería con las tres
mujeres que le estaban rodeando ahora mismo.
Di un paso adelante para observar mejor la escena que se
estaba desarrollando y, en medio de lo que parecía una conversación
interesante, Dash agarró un canapé de la bandeja… pero no se lo comió.
Pasados un par de minutos y, solo después de mirar de reojo
en mi dirección, agarró otro y… tampoco se lo comió.
Y esa misma escena se desarrolló al menos otras cuatro
veces. Finalmente, tuvo que comerse uno
porque no tenía suficiente espacio en la mano.
Y el siguiente paso fue bastante exagerado ya que agarró
directamente la bandeja de los canapés, ante la estupefacción del camarero, de
las mujeres y en general, de todos los allí presentes. Una vez con la bandeja
en la mano y siempre mirando en mi dirección, arqueó las cejas hacia la
izquierda.
¿Me estaba mandando indirectas a mí?
¿Quería que fuera a salvarle?
¡Ay Dios! ¿De qué eran los canapés que había estado
cogiendo?
“Pero ¿es que el
mensaje en clave era recíproco?” me pregunté, sin saber muy bien qué hacer.
Decidí arriesgarme y caminé en su dirección.
-
¡Georgiana! – exclamó, acogiéndome con
la mano que tenía extendida hacia mí.
“Hoy
me van a borrar el nombre al final…” protesté.
Después, me dio un inesperado beso en la mejilla y aprovechó
mi confusión para decirme entre dientes.
-
Eres pésima leyendo las señales de
socorro -.
-
No sabía que eso servía para ambos – me
disculpé también hablando entre dientes pero con una enorme sonrisa.
-
A ti solo te ha perseguido Harry LeBlanc,
a mí me están persiguiendo las mujeres de toda la sala y ¿tienes que ser tú la
única que tenga señal de socorro? – me preguntó, nuevamente entre dientes. – Me
siento como Chris O’Donell en la escena en que es perseguido por un montón de
mujeres vestidas de novia[1].
Me reí ligeramente ante ese comentario. Recordaba
perfectamente la escena de esa película y la cara de angustias y circunstancias
del pobre Chris O’ Donell ante tal persecución y avalancha de mujeres.
Y también recuerdo la cara de estupefacción y sorpresa de
Dash cuando la vio en una típica tarde de domingo en que lo convencí para que
viera una comedia romántica conmigo.
-
No pareces muy disgustado – le dije,
aunque eso sonó más bien como el típico comentario de mujer celosa. – Pero lo
siento – añadí.
-
Me
debes una muy grande. aseguró. – Me he comido un asqueroso canapé de anchoas –
explicó.
-
Creía que te gustaban los canapés de
anchoas – le recordé.
-
Y me gustaban. Hasta hoy y todo por tu
culpa – respondí.
-
¿Por mí culpa? – pregunté, sorprendida.
-
Sí – aseguró. – Ahora las anchoas serán
el símbolo de la traición – explicó,
molesto.
-
Perdona hijo – dije, sin tomármelo muy
en serio.
-
Ejem, ejem… Dash – carraspeó una de las
mujeres allí presentes.
“Una
de las mujeres presentes delante de la cual habéis tenido una discusión absurda
sobre las anchoas” me dije mentalmente.
Por segunda vez en mi vida en un evento público, quise que
un enorme agujero se abriese ante mí para que yo pudiera saltar dentro de él y
reaparecer cuando el evento hubiera acabado.
-
¡Oh! – exclamó él, tan avergonzado como
yo, aunque mucho menos rojo. – Lo siento señoritas, permitidme que os presente
a mi amiga y una de las autoras que también van a publicar su tesis con LeBlanc
Editoriales, Georgiana Leakey – añadió.
-
¿Leakey? – preguntó una de las mujeres,
guapa a rabiar como una modelo. De hecho, no dudaba que fuese una modelo porque
su cara me resultaba muy familiar. -
¿Cómo la arqueóloga? – añadió.
“Guapa
y lista. Aquí hay material de novia” pensé mirando hacia Dash e
imaginándomelo con ella.
No me gustó lo que vi.
Pero mucho menos me gustó que no me gustara.
“¿Y esto a qué viene?”
me pregunté a mí misma.
-
Exactamente – dije. – Aunque mucho más
joven y menos famosa – aclaré. Y solo por el hecho de que supiera quién era mi
homónima, esa chica me cayó bien. Lo cual a su vez hizo que yo me cayera mal a
mí misma por lo fácilmente impresionable que era.
-
Georgiana, déjame que te presente a la
señorita Mariona Kentt – dijo, señalando a la rubia. – Aunque familiarmente la
llamamos Ona – añadí.
“¿Familiarmente?
¿Llamamos?” me pregunté, mientras saltaban todas las alarmas mentales.
¿Dash tenía nueva novia de larga duración y no me había
dicho nada?
¡Era indignante y un motivo muy razonable para un enfado
fulminante!
“Adiós
buenos pensamientos. Hola zorra” pensé, con toda la razón del
mundo.
No me gustaba que me tomasen el pelo y ya me estaban
haciendo sentir pequeña demasiadas veces en el mismo evento hoy y me estaba
hartando.
Gruñí, ante la perplejidad de todos.
Dash quiso camuflarme carraspeando pero yo volví a gruñir
más fuerte. Quería hacerles patente mi enfado.
-
Esta que ves aquí es Olivia Martelli –
dijo Dash.
-
Encantada – dije, apretándole la mano.
Aunque sin perder de vista a la tal Ona con el rabillo del ojo, que me miraba
totalmente concentrada.
Entonces caí.
-
¡Espera! – exclamé, sorprendida. -
¿Eres la Olivia Martelli que es modelo y que va a ser el nuevo ángel de
Victoria Secret? – pregunté, como una fan enloquecida que siguiese de continuo
en mundo de la moda, es decir, casi chillando.
-
Esa misma – dijo ella. – Pero no lo
digas muy alto, que aún no ha llegado el día
todo está en el aire – añadió.
“Pregunta
número uno ¿por qué conoce Dash a una modelo de Victoria Secret británica?” me pregunté.
“Reflexión número dos: esta modelo no es
tan lisa como la Ona pero… me cae bien” decidí.
-
¡Dash! – exclamó ella. - ¡Es mucho más
mona de lo que me habías contado! – añadió.
La miré enarcando una ceja.
“¡A la
mierda!” exclamé mentalmente. “Otra
que me cae mal” añadí. “Y ¿qué es eso
de que soy más mona de lo que les había dicho? ¿Les había hablado de mí? Y en
ese caso ¿qué les había contado exactamente?” me pregunté.
-
Y esta de aquí es Stacy – dijo,
provocando que la tercera mujer del grupo, la más normal físicamente, diese un
paso al frente. Le sonreí de manera franca. – Stacy es una compañera de trabajo
– explicó.
“Bueno…
es una mujer de ciencias pero… podría hacer el esfuerzo e incluso podríamos
llevarnos bien” pensé.
-
Hola Stacy – le dije, neutra.
Y entonces, ella me miró fijamente… para mal.
Me lanzó tal mirada de desprecio que no venía a cuento y con
rayos de furia y odio que relampagueaban de sus ojos.
Sentí miedo y por un breve instante, pensé que iba a
abalanzarse sobre mí.
“Pero… ¿y esta? ¿Es que
no has comido?” me pregunté.
-
Dash, creo que deberíamos irnos –
anunció Ona.
-
¿Ya? – preguntó sorprendido y
desilusionado, lo cual me molestó.
-
Sí, pequeño Dash, tenemos unas agendas
muy ocupadas y en un par de horas tenemos que tomar un vuelo dirección Londres
– explicó Olivia.
-
De acuerdo entonces, os acompañaré
hasta la salida – anunció. – Chicas, quedaos aquí – añadió, dirigiéndose a
Stacy a mí.
Me despedí de las chicas impresionantes disimulando mi
alegría y de la noche a la mañana, me vi al lado de una mujer que no disimulaba
su odio hacia mí.
Obviamente, no era tan tonta ni tan masoquista como para
quedarme ahí.
Me marché, sin remordimientos.
O dicho de otra manera, le hice una trece catorce de manual.
Al poco tiempo Dash regresó al salón y fue interceptado por
Hary y por Stacy respectivamente. Era con ésta última con la que llevaba más
tiempo y, dado que no había ninguna señal de socorro por su parte, dediqué mi
tiempo libre a observar.
No obstante, no había gran cosa que mirar en este salón
porque Dash era matemático y ese me parecía uno de los temas más aburridos del
mundo así que puestos a mirar decidí volver a mirarlo a él e intentar descifrar
el por qué del odio irracional de Stacy hacia mí.
No sería porque ella era matemática y yo historiadora
¿verdad?
Eso sería una soberana tontería y muy intransigente por su
parte porque a mí tampoco me gustaban las matemáticas y no odiaba por eso a los
que se dedicaban profesionalmente a ellos.
“No. Debe haber otra
cosa…” pensé, mientras intentaba dar con el motivo adecuado.
Volví a dirigir mi mirada hacia ellos mientras bebía otra
copa de champán.
Y entonces lo vi.
Con una claridad prístina.
Ella estaba interesada en él.
Interesada de manera
sexual al menos, no sé muy bien si interesada en él amorosa y románticamente.
Y de ahí venía todo su odio hacia mí, era irracional.
Me veía como a una rival en sus afectos.
“¡Vaya
hombre!” protesté. “Para una
que me podía haber caído bien… Adiós relación con Stacy” añadí.
Me negué a pensar en decirle adiós también a mi relación con
Dash pero no estaba preparada para ello. No sé muy bien por qué.
Pero sí que estaba segura de que esta Stacy no iba a ser tan
tolerante como el resto de las amigas anteriores de Dash y lo querría en
exclusiva para él.
Me dieron náuseas ante ese pensamiento y decidí dejar de
mirarlo y dar una vuelta por la terraza para que me diera el aire. Realmente lo
necesitaba.
Y fue en la terraza donde volví a encontrarme a con Dash; de
hecho creo que me había seguido hasta allí.
-
He tenido una revelación – anuncióla
tuya -, provocando que me sobresaltara.
Me giré en su dirección y le respondí:
-
Yo también he tenido una revelación-
-
¿Sí? – preguntó, interesado. - ¿Qué
tipo de revelación? – quiso saber.
-
De esas de las que te cambian la vida –
respondí, fastidiada.
-
¿Y no me vas a contar esa revelación
tuya? – preguntó.
-
No antes de que tú me cuentes la tuya –
expliqué.
-
¿Lo hacemos los dos a la vez? –
preguntó, como un niño pequeño.
-
¿A la vez? – pregunté. – Eso es lo que
hacen las parejas encoñadas cuando hablan por teléfono – expliqué.
-
También – concedió. – Pero nosotros no
somos pareja y los dos somos demasiado cabezotas como para dar nuestro brazo a
torcer y confesarlo el primero – añadió.
-
De acuerdo. Los dos a la vez – concedí.
Suspiró y se colocó delante de mí. Estaba nervioso.
“Pero
¿por qué?” me pregunté.
-
Es que mi revelación también es de esas
que te pueden cambiar la vida – explicó. – Aunque en realidad no ha sido una
revelación solamente mía, Ona y Olivia me han ayudado, pero la base ya estaba
ahí que es lo que cuenta – añadió.
Y eso fue todo lo que necesité.
La confirmación de que ambos habíamos tenido la misma
revelación y de que Dash debía pedir y comenzar a salir con Stacy.
En ese momento odié un poco más
si era posible a Ona y a Olivia, sobre todo a Ona, la rubia inteligente. Cierto
que ambas se habían dado cuenta de lo que pasaba, pero ¿no podían haberle
hablado en mi favor en lugar de la matemática sin nombre ni apariencia de
matemática?
“Georgiana,
pero ¿qué estás diciendo? ¿Hablar en tu favor? ¡Anda! ¡Deja el champán que
estás empezando a decir demasiadas tonterías!” me
regañé.
-
A la de tres comenzamos a hablar y esto
no es ninguna broma ¿de acuerdo? – me preguntó, a modo de advertencia. Asentí.
– Una, dos y… tres –
-
Creo que… - dijimos.
-
Deberías pedirle salir a Stacy – añadí,
terminando de pronunciar la frase mucho antes que él.
-
¿Qué? – preguntó, frunciendo el
entrecejo.
-
Pídele salir – repetir.
-
Stacy no está interesada en mí –
afirmó, tajante.
-
Al contrario – le contradije. – Lo está
y mucho. No ha lanzado de lanzarme rayos odio desde la primera vez que nos has
visto hablando y eso es una tontería porque, como tú has dicho, tú y yo solo
somos amigos – añadí. – Así que creo que deberías pedirle salir – concluí.
-
No creo – negó, con cierto asco.
-
¿Por qué no? – le pregunté. – Cierto
que quizás no es tu tipo físicamente pero… debes darle una oportunidad. Es una
matemática, sí. Con las tetas operadas, también, pero no deja de ser
inteligente – añadí.
-
No es por su físico – aclaró.
-
¡Ah! – exclamé, cayendo en la cuenta. –
Es por lo de las relaciones en el trabajo – añadí.
-
¿Relaciones en el trabajo? – repitió,
incrédulo.
-
No te preocupes Dash, en torno al 70%
de las relaciones amorosas se forma en el trabajo – expliqué.
-
¿Acabas de utilizar las matemáticas en
una conversación? – me preguntó, boquiabierto y algo enfadado.
-
Solo lo hago más fácilmente
comprensible para ti – dije, como si nada.
-
¿Dónde has leído eso? – me preguntó,
comprensivo y ¿burlón?
-
En una revista – respondí con
seguridad, lo cual era mentira. O no me acordaba. – Por ahí – acabé confesando
finalmente.
-
Será mejor que vuelvas a tus novelas
románticas – respondió él, con tono condescendiente.
-
No me estás tomando en serio – le
reproché, enfadada mientras el diminutivo pequeña resonaba en mi cabeza, una y otra vez.
-
No – confirmó él. - ¿Es que estás hablándome en serio? – me preguntó,
conteniendo la risa.
-
¡Claro!
- exclamé, agitando los brazos antes de cruzarlos y poner gesto
enfurruñado. Mi gesto pareció convencerlo en esta segunda ocasión ya que volvió
a preguntármelo, a trompicones en esta segunda ocasión:
-
¿Me lo estás pidiendo de verdad? –
-
Que sí Dash, que es totalmente cierto –
volví a decir.
-
Pero… ¿por qué? – preguntó, ¿asqueado
quizás?
-
¿Cómo que por qué? – le pregunté sin
entender. – Pues porque salvando el hecho de que despiertos sus instintos
asesinos…parece agradable – expliqué. – Te pega físicamente – incidí.
-
¿Tú crees? – preguntó arqueando las
cejas. – Pues no se parece en nada al tipo de mujer que me gusta – explicó. Y
llamadme creída y egocéntrica pero juraría que en ese momento me miró de forma
diferente…más intensa.
-
¿Cómo no te va a gustar si tenéis un
gran tema común? – le pregunté, a modo de protesta. Y él me miró sin saber de qué
le estaba hablando con exactitud. –Las matemáticas Dash – expliqué. – O las
ciencias, si lo prefieres así de forma más general – accedí. – Pero por todo
ello creo que la señorita Stacy… -
-
Mole – completó la frase por mí.
-
¿Mole? – repetí, pregunté muy
sorprendida. - ¿Cómo el chico del diario de Adrian Mole? – quise saber. [2]
Dash asintió. – Curioso – murmuré mientras asentía. Sacudí la cabeza antes de
que mi mente comenzase a divagar con respecto a ideas que esta información me
había proporcionado. – En cualquier caso, creo que la señorita Staicy Mole es
una perfecta candidata a novia para ti – concluí.
-
¿Estás completamente convencida de lo
que has dicho? – me preguntó, enfadado y elevando el tono de su voz.
-
¡Ouch! – protesté. - ¡Qué pesado! – protesté. – Que sí Dash –
aseguré. - Y de hecho creo que estás desperdiciando un tiempo precioso aquí
conmigo para poder llevártela a tu casa hoy contigo al acabar el evento –
añadí, utilizando mi máxima capacidad de concentración para que mi mente no
evocara ni reprodujera imágenes de alto contenido erótico que incluyera a Dash.
-
Bromeas – me acusó, aún reticente
inexplicablemente.
-
Para que veas que voy completamente en
serio, voy a utilizar un símil matemático: En esta ecuación – dije,
señalándonos a ambos. – Yo – y dije, volviendo a señalarme. – Soy la –X que
debes despejar – concluí.
-
O sea, que tú, precisamente tú – dijo,
señalándome a mí. – Tú, me estás sugiriendo que le pida una cita a Stacy –
repitió, como si quisiera hacerse completamente a la idea de lo que le acababa
de sugerir.
-
Estás espesito hoy ¿eh? – pregunté,
mientras bufaba. - ¿Cuánto has bebido? – quise saber.
-
Increíble – murmuró, aunque lo escuché
a la perfección.
-
Sí – dije mientras asentía. – Es
increíble que hayas tenido una persona tan compatible a tu lado todo este
tiempo y no te hayas dado cuenta – añadí, sin prestarle atención. - ¡Ey! –
exclamé, chasqueando los dedos frente a sus ojos con mi cara iluminada con una
gran sonrisa. – Si la cosa va muy en serio, puedes traerla a nuestras visitas a
los museos. Estaré encantada de hacer de guía para los dos y prometo rebajar mi
nivel cultural al hablar – aseguré, aunque la idea no me era grata para nada.
-
¡Georgiana! – gritó, alzando la mano,
apretando la mandíbula hasta que identifiqué todos los músculos que tenía allí
y moviendo los dedos como si los tuviera agarrotados. Si no fuera porque lo
conocía desde hacía mucho tiempo, pensaría que iba a ponerse violento
conmigo. – Cállate – pidió, con voz
estrangulada. – Solo cállate – repitió.
-
¿Estás enfadado? – me atreví a
preguntar. - ¿Es por algo que yo he dicho? – añadí.
Rió a carcajadas.
-
No tienes idea – dijo, enigmático.
-
¿No tengo idea? – pregunté, frunciendo
el ceño. - ¿No tengo idea de qué? – añadí.
-
Voy a pedirle una cita a Stacy –
anunció.
Y se dio la vuelta, dirigiéndose de nuevo al salón.
-
Dash ¡espera! – le llamé, alzando la
voz más de lo que me gustaría y con más desesperación en él de la que me
hubiera gustado expresar. Pero conseguí el propósito que quería porque se giró.
- ¿De qué no tengo idea? – pregunté.
-
De nada Georgiana – respondió en voz
alta. Lo que no escuché fue que añadió entre susurros:
- Absolutamente de nada -.
Se marchó enfadado, así lo indicaban su postura y la manera
que tenía de caminar.
Y me abandonó en la terraza, dejándome desconcertada y sola.
Pensé muy y mucho acerca de qué debía hacer a continuación
con respecto a Dash y lo de la cita con Stacy. No me gustaba pero… era mi amigo
y estaba a punto de pedirle una cita a una mujer, lo cual era un hecho
importante.
Y yo era su amiga también. No estaba interesada en él como
para tener una relación pero creo que debía estar dentro y apoyarle con mi
presencia.
Sería el tipo de cosas que una vez recuperada la amistad se
echarían en cara y eso era justo lo que no quería que sucediera.
Diez (o quince, no recuerdo muy bien el tiempo exacto que
transcurrió) minutos volví a entrar en el salón. O casi, porque apenas intenté
entrar en el salón, me choqué con Evelyn, que salía.
-
Acabo de encontrarme con Dash muy
cabreado y me ha dicho que es por tu culpa ¿Qué le has hecho para que se ponga
así? – me preguntó. – Él no parece ser del tipo de los que se enfadan con
facilidad – añadió.
-
¿Yo? – pregunté. – Pero ¡si yo no he
hecho nada! – expliqué. – Solo le he dicho que pida salir a Stacy, su compañera
de trabajo – añadí.
-
¿A pechugas de pavo? – le preguntó,
asqueada. – No has hecho eso – añadió, horrorizada.
-
¡Claro que sí! – asentí, afirmando con
vehemencia. – A ella le gusta y él está interesado en ella, así que no veo por
qué no pueden mantener una relación – expliqué, siendo lo más obvio del mundo a
mi parecer.
-
¡Ay Georgiana! – exclamó ella,
mordiéndose el labio inferior mientras suspiraba. – Sí que te ha dejado
secuelas Paul – murmuró.
-
¿Paul? – pregunté, enarcando la ceja. -
¿Qué pinta ahora Paul en esto? – añadí, desconcertada.
-
Pues pinta que te ha vuelto ciega hasta
el punto de que no te das cuenta de que Dash no está interesado en Stacy y sí
en ti – explicó.
-
¿En mí? – pregunté, boquiabierta y
completamente incrédula ante esta revelación. Me eché a reír de manera
nerviosa.
-
¿Se te ha ocurrido pensar que quizás le
interesa la historia porque quiere vivir una historia contigo? – preguntó.
-
No eres buena ni graciosa con el
lenguaje – le reproché.
-
Puede – concedió. – Pero ambas sabemos
que tengo razón – añadió, segura de sí misma.
-
¿Cómo estás tan segura? – pregunté a la
defensiva.
-
Soy abogada, cariño – explicó, simple y
llanamente. – Sé cuando alguien me está mintiendo – añadió, para hacérmelo ver
más claro. – Además, he venido sola a este evento , lo cual aparte de haberme
hecho conseguir un número de teléfono para una posible cita que nunca se
llevará a cabo, me deja mucho tiempo para observar – explicó. – Y os he
observado a los dos y mucho… - dijo, nada entusiasmada por haberlo tenido que
hacer ya que no le parecía lo más divertido del mundo. – Eso, sumado al hecho
de que hice un estúpido curso de comunicación no verbal hace un par de meses,
me dan los argumentos que necesito para establecer que Dash está interesado en
ti como algo más que un simple amigo – concluyó.
Volví a reír al escuchar semejante locura.
-
¿Puedes hablar como las personas
normales fuera del horario de trabajo? – le pedí.
-
Así que no me crees – me dijo, picada
en su orgullo. – Lo intentaremos con un caso práctico – añadió, tomándome de la
mano y llevándome de nuevo al salón.
Un salón donde nos situó a ambas justo enfrente de donde se
hallaban Dash y Stacy. Lugar además donde no había ningún obstáculo y podíamos
observarlo todo con total claridad.
-
¿Qué haces? – le pregunté entre dientes
a Evelyn.
-
Mostrarte el caso ráctico – explicó.
-
¿Delante de ellos? – preguntó. – No
puedo ver esto – dije, mirando para otro lado.
-
Así que te molesta ¿eh? – me preguntó.
– Buen síntoma – añadió, satisfecha.
-
No tonta – respondí de inmediato. – Es
que les voy a cortar el rollo – expliqué, avergonzada.
-
No lo hago por ti, egocéntrica –
explicó sacándome la lengua. – Necesito ver cómo se comportan para explicarte
qué es lo que me dicen sus posturas – añadió. Me alzó la cabeza y agarró mi barbilla de tal
modo que me inmovilizó y no podía mirar a otra cosa que no fuera lo que tenía
enfrente de mí. Solo entonces comenzó su clase magistral: - Mira la postura de
Dash, indica incomodidad y agresividad. Sin duda está enfadado. Ahora está
fingiendo sonreír para crear un ambiente de calma y relax porque ella se ha
percatado de que algo no está yendo bien. – Fíjate ahora en ella – dijo,
señalándola con el dedo índice. – Ella le sonríe de manera sincera y se atusa
el pelo a la mínima oportunidad; lo cual es un indicador enorme de que le gusta
y de que está buscando su interés y si te fijas bien, su postura es mucho más
cómoda y relajada sobre todo en cuello y hombros. Vuelve a Dash, tiene la
mandíbula apretada y está suspirando, lo cual significa que se está pensando si
preguntárselo con la mirada y por eso te buscará con la mirada – anunció.
Y Dash hizo exactamente lo que Evelyn había anunciado.
Clavó su penetrante mirada y sus ojos oscuros en mí cargados
de dureza, lo cual provocó que mis huesos comenzaran a licuarse.
-
Casualidad – dije entre dientes, aunque
ella estaba henchida de orgullo.
-
Dash se vuelve a fijar en ella y fíjate
que se ha girado para darte la espalda antes de preguntárselo porque no quería
que lo vieras. Se lo ha preguntado. Ella se ha quedado sin palabras, mira sus
ojos. Él repite la propuesta y…finalmente accede. Date cuenta en su sonrisa,
pura dicha. ¡Mira lo que ha hecho! ¡Ha dudado si abrazarle o no! – la señaló,
echándose a reír por su comportamiento. – Se lo ha pensado muy y mucho y ha
dicho que sí - ¡Patética! – se burló de ella.
-
¿Me vas a soltar ya? – pregunté,
enfadada.
-
¿Y que no veas lo mejor? – me preguntó
ofendida. – De eso nada – aseguró, negando con la cabeza. – Mira la expresión
de ella en este momento, parece que está en éxtasis con esa sonrisa bobalicona.
¿Quieres saber por qué? Porque los está visualizando como pareja y le está
gustando mucho lo que ve y por eso vuelve a sonreír. ¿No te dan ganas de
borrarle esa sonrisa de la cara de una bofetada? - me preguntó con toda intencionalidad, aunque
bien era cierto que sí que me estaban dando ganas de golpearla. – Fíjate ahora,
se está despidiendo de él porque seguramente vaya a contarle a sus amigas lo
que le acaba de pasar y que por fin ha conseguido tener una cita con el hombre
del que les había estado hablando tanto tiempo. - Ese mismo hombre al que tú has dejado escapar
tan libremente sin pelear – incidió. - ¿Realmente quieres que Dash salga con
una mujer como esa? – me preguntó, soltándome finalmente.
“No” pensé mientras me frotaba la mandíbula.
Pero ya era demasiado tarde para
deshacer lo hecho, así que solo me quedaba apechugar con lo que yo había
propiciado.
Me puse triste y bajé la mirada.
-
¡Ey espera! – exclamó Evelyn, tocándome
el hombro repetidas veces. – Parece que
tenemos epílogo… Dash viene hacia aquí y parece que va a restregarte todo por
la cara por el cabreo que trae – anunció, como si se tratara de un tráiler de
una película.
En ningún momento la creí pero… aunque no me fiaba nada,
decidí deslizar mi iris y mi pupila de manera disimulada hacia el rabillo de mi
ojo y… ¡Horror! ¡Era completamente cierto! ¡Dichosa Evelyn!
Comencé a temblar ligeramente, fruto del nerviosismo.
Evelyn se percató de ello, me agarró de la mano y me dijo:
-
Tranquila Georgiana, para que veas que
aunque me llaman la reina de hielo soy buena gente y me considero tu mejor
amiga en el mundo, universo y espacio sideral, me quedaré contigo como refuerzo
-.
Quise agradecérselo pero… no pude. En menos de dos segundos,
Dash estuvo frente a mí, con idéntica expresión furibunda a la que tenía cuando
me dejó en la terraza.
Yo cerré los ojos para no ver con la que se me avecinaba, de
la misma manera que los niños pequeños los cierran creyendo que se van a volver
invisibles de manera mágica antes de recibir una bofetada.
“La
mejor defensa es un buen ataque” pensé, para darme ánimos.
-
Bueno vale… cuando termine el evento
podemos hacer lo que tú quieras – claudiqué. – Podemos ir a comer un helado –
sugerí, desoyendo los gritos que Joey estaba dando en mi mente, como si se
tratara de un Pepito Grillo musculado y bronceado.
-
¡No quiero un helado! – protestó él,
airado. Y entonces soltó la bomba: - Quiero una cita contigo –
-
¿Qué? – pregunté, atragantándose y
comenzando a toser.
-
¡Ahhh! – chilló Evelyn de la emoción a
la vez, aplaudiendo como si estuviera viendo el mejor y más entretenido
espectáculo del mundo; quizás para aliviar la tensión que había aparecido de
repente entre nosotros o quizás como una muestra real de alegría.
El caso es que captó la atención de ambos de diferente
manera; mientras que yo la miraba enfadada, Dash hacía lo propio desconcertado.
-
¿Qué? – volví a preguntar. No porque no
lo hubiera escuchado sino porque no me creía (y me negaba con rotundidad a
hacerlo) la orden que acababa de
recibir.
-
Quiero que tú y yo salgamos juntos –
repitió, con otras palabras.
-
Tú no quieres salir conmigo – le dije.
-
¡Claro que quiero salir contigo! –
exclamó. – Y mucho más que con Daisy – aseguró. – He hecho lo que tú has
querido y me has sugerido que hiciera aunque no me gustaba la idea así que a
cambio exijo algo a cambio: quiero una cita contigo – anunció.
-
¡No! – exclamó horrorizada.
-
Has dicho que haríamos lo que yo
quiera, pues bien eso es lo que quiero: una cita – anunció.
-
Touché – recalcó Evelyn.
-
Todo menos eso – rectifiqué.
-
¿Por qué no? – preguntó él, de momento
para nada afectado por mi rechazo.
-
Porque… porque… porque somos amigos –
repliqué, en lo que creí que era mi frase de réplica más inteligente. Misma
frase que se vino abajo una vez escuchada en voz alta. De hecho Evelyn bufó
ante la poca consistencia de mis réplicas.
-
El 99% de las relaciones de pareja
se inician como una relación de amistad
– explicó él, parafraseando mi argumento numérico y obviamente, burlándose de
mí.
Me pensé muy y mucho si golpear o realizar alguna acción
violento como arrancar una columna del salón y arrojársela a la cabeza pero,
desistí porque no era Sansón (eso sí, tenía un pelazo). El me sonrió, como si
leyera mis pensamientos y creo que también por haberse atribuido una nueva
victoria en nuestra batalla particular.
-
Tiene razón – me susurró Evelyn (mi
supuesto apoyo y refuerzo moral además de mi amiga)
-
¿Qué tiene de malo que tengamos una
cita? – me preguntó.
-
Que yo no tengo citas desde lo de Paul
– expliqué.
-
Yo no soy Paul – respondió él, simple y
llanamente.
Sí, lo sé, le puse a huevo esa respuesta.
-
Ya sé que tú no eres Paul. Tú eres … tu
eres… - tartamudeé mientras intentaba pensar una respuesta adecuada que no me
metiera en muchos líos. – Eres completamente diferente a Paul para bien –
expliqué, y él puso cara de satisfacción. – Pero me conoces demasiado bien –
concluí.
-
¿Desde cuándo ese es un problema para
tener citas? – me preguntó, contrariado.
-
¿No se supone que las citas son los
encuentros que sirven para que la gente se conozca mejor? – le repliqué.
-
Primero aún hay muchas cosas que no sé
sobre ti y segundo… bueno, antes de pedirte que te cases conmigo tendré que
conocerte un poquito mejor ¿no te parece? – me preguntó.
El silencio se instaló entre ambos porque ninguno de los dos
dijo nada, repentinamente nos quedamos mudos. Incluso Evelyn, la que siempre tiene
algo que decir, se tapó la boca con una mano para reprimir un grito.
Intenté hablar varias veces pero… me fue imposible, dada la
rotundidad y fortaleza de la segunda parte de la frase que Dash acababa de
pronunciar. Estaba boquiabierta.
-
¿Có… cómo? – conseguí tartamudear
finalmente. Después comencé a parpadear de manera compulsiva y nerviosa. Fueron
tantas veces que perdí la cuenta del número de veces que lo hice en ese minuto
en concreto. Después realicé el movimiento de la jirafa.
-
Sí, sé que es un nombre raro y que
probablemente sea la primera vez que hayáis oído hablar de él. Pero no tiene
nada que ver con ningún movimiento o ejercicio brusco o de yoga (eso se lo dejo
a Samanta)
De hecho, lo único que tenía de inusual era el propio nombre
que yo le había dado al movimiento del cuello que realicé ejecutando una ligera
curvatura y echando la cabeza, acercándola a la de Dash, imitando al movimiento
que realizaban las jirafas en su búsqueda para comer las hojas más tiernas y
frescas de los árboles que solían estar en las zonas interiores de las copas de
los árboles.
No realizaba este movimiento muy a menudo ya que la
expresión de mi rostro solía atemorizar a aquellos que la sufrían pero… en mi
opinión este uso en esta ocasión.
No todos los días te dejaban caer de manera muy poco sutil
que eras una seria candidata a convertirte en esposa de alguien.
-
Además, tampoco te considero una de mis
amigas más íntimas… Digamos que puedo llamarte… una colega de historia – dijo
finalmente. Y a mí no me gustó que se dirigiese a mí de esa manera porque yo me
consideraba algo más que una colega. Era su amiga. – Por eso quiero saber de ti
– explicó. - ¿Qué me dices? – me preguntó, mordiéndose el labio como muestra de
inseguridad.
Estaba monísimo.
-
¡Qué no! – protesté, sacudiendo la
cabeza y borrando este tipo de pensamientos de mi mente. Y evité el puño de
Evelyn, que quiso golpearme por mi respuesta. – Como broma no tiene ninguna
gracia Dash – añadí en un tono mucho más sereno.
-
Sabes que yo no soy gracioso Georgiana
– dijo Dash. – De hecho, tú eres de las pocas personas que me encuentran
divertido – puntualizó. – Esto no es una broma Georgiana, estoy hablando
completamente en serio – explicó.
Tenía razón.
Dash no era de los que buscaba la risa fácil. Su humor era
mucho más cercano a la ironía. Como Chandler de Friends,
el cual, dicho sea de paso, era mi personaje favorito de la serie.
“¡Borra
esa clase de pensamientos Georgiana!” me ordené.
-
Tu y yo no tenemos nada en común, Dash
– dije.
-
Los polos opuestos se atraen Georgiana
– me replicó.
-
No cuando son tan diferentes Dash –
volví a responder, pensando muy y mucho las palabras que debía decirle porque
no quería herirle.
-
¿Es que crees que puedo tener miedo de
lo que tú me propones? – me preguntó divertido. – De acuerdo, propón – me
sugirió.
“¿Qué?”
me
pregunté. “Se ha vuelto loco” pensé, sin creérmelo ni un ápice.
-
Propón tú lo que quieres que hagamos –
pidió.
-
De acuerdo – asentí, aceptando el reto
que me había mandado. – Ballet – solté, sin saber muy bien lo que estaba
pensando.
Si lo hubiera hecho jamás hubiera sugerido el ballet, el
lugar y el entretenimiento de masas que peor recuerdos me traía del mundo desde
que fue ahí donde descubrí que mi novio me estaba engañando con su esposa.
Pero pude ver cómo Dash ponía en blanco sus ojos durante una
décima de segundo. Bien, no le gustaban mis sugerencias.
-
¡Ajá! – exclamé, acusándole con el dedo
índice. – No te gusta el ballet – añadí.
-
De acuerdo – asintió. – Será ballet –
decidió, finalmente y sacó su móvil para, comenzar a buscar seguramente qué
ballet se estaba representando en ese momento en el teatro de la ciudad.
-
¡Yo no quiero ir a ballet! – protesté,
enfadada.
-
¿Para qué me lo propones entonces? - me
preguntó él, perdiendo la paciencia conmigo. – Ya veo – dijo, pasado un
intante. – Creías que proponiéndome un plan que no me gustaba me iba a echar
atrás ¿verdad? – me preguntó. No respondí. – Te equivocaste Georgiana –
anunció. – Y como veo que tienes intención de darme largas todo el tiempo hasta
que me dé por vencido, voy a ser yo quien proponga día y hora. El miércoles a
las nueve y media en The Rizzoli’s. Tú y yo. Tenemos una cita – ordenó.
Dicho esto se alejó y nos dejó a Evelyn y a mí completamente
patidifusas y sin capacidad de reacción, viendo cómo abandonaba el evento en
pleno apogeo de gente.
-
¿No es maravilloso? - me preguntó
Evelyn entusiasmada pasado un rato, provocado que volviera en mí y que
intentase asimilar todo lo que había sucedido. - ¡Vais a encontrar vuestro
mínimo común múltiplo! – exclamó, soltando un suspiro, soñador. La miré de mala
manera. - ¿Qué pasa? – me preguntó, con un encogimiento de hombros. - ¿Es que
solo vosotros dos podéis hablar con analogías matemáticas? – exigió saber, casi
encarándose conmigo.
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