Capitulo VI: La
locura colectiva del sabado por la tarde
Sábado.
Día de relax.
O de semi descanso en mi caso.
Era el día de quedada con las chicas en que, tras desayunar
(en mi caso tras desayunar y hacer mi hora diaria de gimnasio con Joey)
quedábamos para ponernos guapas en el spa con masajes, uñas y peluquería.
Después, nos tocaba nuestra sesión de compras para
concedernos algún que otro capricho aprovechado que era principios de mes; en
otras palabras, habíamos cobrado. Claro que en mi caso, de capricho cero porque
me compré mi ropa para el evento de baile.
Y ya para terminar, comíamos juntas pero no en ningún
restaurante. Comprábamos sándwiches, ensaladas y frutas y nos íbamos al parque
a comer juntas, aunque lo que realmente nos interesaba era la sobremesa.
Sacamos el termo del café y sólo cuando habíamos dado el
primer sorbo cada una a nuestro café, Evelyn comenzó a hurgar en su bolso hasta
que por fin dio con una revista.
Misma revista que posó sobre la mesa con la cubierta oculta
a nuestros ojos.
Comenzó a tamborilear sobre la mesa, llamando nuestra
atención, como si estuviera presentando un programa que creara audiencia y cuya
solución y/o premio final se revelaría solo cuando el sonido hubiera acabado.
-
Y el maromo del mes es… - inició.
-
¡Oh! ¡Argh! – protestamos todas con
evidente enfado.
¿Por qué reaccionamos así? Os podríais preguntar, no sin
razón.
Porque ya conocíamos el final de esa frase. En otras
palabras, ya sabíamos quién era el “maromo” del mes.
El único hombre por el cual Evelyn mostraba un interés
amoroso y sexual que rayaba en la obsesión.
Hombre que no era otro que el actor Michael Fassbender.
A ver, que conste que a mí no me desagradaba del todo.
Especialmente desde que lo descubrí que hizo del señor Rochester en Jane Eyre,
una obra cumbre en la literatura romántica, pero… ya empieza a cansarme.
-
¡Eh! – protestó ella enfadada.
-
Yo no quiero ver otra portada más donde
aparezca Michael Fassbender – dijo Soteria, expresando en voz alta lo que todos
pensábamos.
-
Yo no tengo la culpa de que la crítica
se haya dado cuenta ahora de lo buen actor que es y de que esté bueno que te
mueres para que ahora los expertos lo hayan convertido en el actor de moda – se
defendió ella. – Pero no, listillas, no estoy hablando de mi Michael – añadió.
– Aunque en este caso la portada la ocupa alguien a quien conocemos, unas mejor
que otras claro está – dijo, mirándome fijamente a mí; desconcertándome con
esta acción.
Y por fin, dio la vuelta a la revista y nos mostró la
portada en todo su esplendor.
No hizo falta que nadie dijera nada, porque como había
dicho, todas le conocíamos de sobra pero aún así, Samanta dijo:
-
Es Dash -.
Y efectivamente, era Dash en la portada de la revista
Science.
Ahí aparecía vestido de traje de chaqueta bastante elegante
y sonriendo con satisfacción delante una pizarra llenas de ecuaciones y
operaciones matemáticas demasiado complejas para mi corto entendimiento en el
tema y encima de un titular que lo calificaba como el futuro de las
matemáticas.
“¡Qué
bien le sienta el traje de chaqueta! ¡Está bueno que te mueres!” pensé,
sorprendida por mi hilo de pensamientos.
Evelyn se sentó (revista en mano) entre Samanta y Soteria y
las tres juntas comenzaron a comentar, despotricar y sacar punta a todos y cada
uno de los detalles de la portada.
-
¿Por qué no nos has dicho nada? –
preguntó Evelyn.
-
Yo tampoco sabía nada – confesé.
-
¡Uh! Eso es que quería sorprenderte –
dijo Soteria.
-
Quizás le daba vergüenza salir en la portada de
la revista y por eso no te lo dijo – respondió Samanta, algo más comprensiva. –
Hablando de revistas, aquí están las invitaciones al evento que mi editorial
organiza para agasajar a los investigadores a los que publicará su tesis –
dijo, entregándoselas a Soteria y Samanta.
A mí no hacía falta que me la diera porque tenía la mía es
mi mesa del despacho del museo; era una de las seleccionadas. Lo que no me
esperaba de ninguna de las maneras era la revelación de que me hizo partícipe:
-
Harry dudaba muy y mucho acerca de
aceptar tu publicación pero al final entre Dash y yo le convencimos de que lo
hiciera – explicó, sonriente y satisfecha por haber sido útil más allá de su
trabajo de secretaria.
-
¿Dash? – preguntamos las tres.
-
¡Oh sí! – exclamó. – Casualmente vio la
lista de los nombres en una de sus reuniones para la publicación de la tesis y
él sabía por lo que tú has ido contando que LeBlanc Editorial le iba a publicar
la tesis, le extrañó no ver tu nombre en la lista y expresó su opinión al
respecto. Y después yo terminé de convencerlo cuando quiso saber mi opinión en
el asunto – explicó.
-
¿Por qué? – pregunté, incapaz de
creerme sus palabras, ya que yo creía que mi tesis era muy novedosa e
interesante de leer para el gran público.
-
Su instinto no le decía grandes cosas
al respecto… - inició. - El tema, ya sabes… Y él no es muy favorable al amor
después de lo que le pasó – explicó. – Pero tranquila, ya está todo bien y no
corres peligro, aunque querrá mantener una conversación contigo en el evento
para intentar comprenderla y explicártelo todo mejor - me aseguró.
“¡Más
le valía!” exclamé. “Y si no él no venía a mí, ya iría yo a buscarle a él por
mucho que eso aumentase su ego” añadí.
-
Y si se niega a publicártela, lo
demando por machismo – declaró Evelyn, fiera como una leona. - ¡Anda que no
tengo yo ganas ni ná de echarle encima un delito! – exclamó.
-
¿Machismo? – preguntó Soteria.
-
He estado echando un vistazo a la lista
de nombres de autores cuyas tesis serán publicadas en el futuro y solo he visto
nombres masculinos y, para una mujer que optaba a entrar en la lista, al final
decide eliminarla. ¿Coincidencia? Yo diría que no. ¿Está insinuando con esta
política el señor LeBlanc que las mujeres somos menos inteligentes? Y si es que
no, entonces ¿por qué no la ha publicado? Machismo – dijo Evelyn.
-
Joder Evelyn, acabas de convencerme
hasta a mí que soy la indicada – dije.
-
Deberías presentarte a algún cargo
político, yo te votaría – aseguró Soteria.
-
Además sería una estupidez que no te
publicara tu tesis cuando es muy buena – aseguró Evelyn.
-
Evelyn, ¡ni siquiera has leído una
página de mi tesis! (nadie lo había hecho a excepción de mi tutor) – exclamé. -
¿Cómo sabes que es buena? – le pregunté.
-
Porque te conozco, te quiero y sé que
eres muy buena. Debe ser publicada y si Harry LeBlanc no te la hubiera
publicado, eso demostraría su nivel cultural – aseguró.
-
¡Ey! – exclamó Samanta, incómoda,
cambiando de tema. - ¿Has visto eso? – me preguntó. – Dash se apellida Fitzroy
– añadió, sonriéndome ampliamente.
-
¿Fitzroy? – pregunté. – Dame eso –
ordené, cogiendo la revista cual águila que agarra a su presa.
“¿Fitzroy?”
me
pregunté. “Pero Fitzroy es apellido de
bastardo real… Tendré que investigar en la historia de su familia” decidí.
Estuve más que tentada a mandarle un mensaje en ese momento
para quedar al día siguiente pero no me pareció adecuado en estas
circunstancias.
-
Por la expresión de tu rostro diría que
has descubierto un filón - dijo Soteria.
-
¿Cómo? – pregunté, tocándome el rostro
en busca de algún síntoma o señal que me delatase.
-
Tienes la misma expresión en la cara
que estoy segura que tenía Schliemann[1]
cuando descubrió las ruinas de Troya – explicó, provocándome una enorme
sonrisa.
-
Está muy bueno este Dash en la portada –
dijo Evelyn, provocando que todas la mirásemos con atención. - ¿Qué? – preguntó
ella como si nada. – El hecho de que me llamen La Reina de las Nieves no
significa que no me gusten los hombres – explicó. – He ahí mi Fassbender –
apostilló, incapaz de resistirse a decirlo.
-
No puedo creer que hayas dicho eso –
dije.
-
¡Anda! ¿Y por qué no? – preguntó
Evelyn, dolida. - ¿Es que te has puesto
celosa cuando he dicho que tu amigo está bueno? – preguntó, con toda la
intención.
-
¿Celosa, yo? – pregunté. – No ¿por qué
iba a estar celosa? – pregunté.
-
Y ¿no te molesta ni siquiera un poco? –
preguntó Soteria.
-
¿Molestarme? – pregunté, parpadeando
mucho para intentar comprender exactamente qué era lo que me querían decir.
-
Bueno, ahora va a ser famoso – dijo
Samanta.
-
Ya era famoso, para los frikis
matemáticos sí, pero lo era – respondí.
-
Pero ahora va a ser famoso a nivel
global y sobre todo para las mujeres – se explicó Samanta.
-
Más cuando el editor es Harry Leblanc,
el cual todas sabemos que es putero – puntualizó Evelyn.
-
Evelyn… – le advirtió Samanta.
-
De acuerdo – reculó Evelyn, alzando las
manos. – Más cuando todas sabemos que Harry LeBlanc es un picaflor –
puntualizó.
-
¿Qué va a pasar cuando Dash se eche
novia? – me preguntó Soteria.
-
¿Qué va a pasar? – pregunté. – Nada – respondí.
-
¿Qué papel vas a jugar tú en esa
relación? – quiso saber Samanta.
-
¿Papel yo? – pregunté. – Ninguno-
respondí, negando con la cabeza. – Seguiremos siendo amigos como hasta ahora –
expliqué.
-
¿Amigos como si nada pasase? – preguntó
Evelyn con escepticismo. – Imposible – me respondió.
-
Chicas, os recuerdo que Dash ya ha
tenido pareja mientras que hemos sido amigos y no cambió nada entre nosotros –
informé.
-
Eso es lo que tú te crees ¿por qué
crees que se rompieron esas relaciones? – me preguntó. – Porque ellas no
soportaban ni entendían la estrecha relación que ambos teníais – explicó
Samanta.
-
Vamos, que no se creían el rollo que
erais solo amigos – explicó Evelyn, en un tono mucho más coloquial.
-
Y yo tampoco lo hubiera creído porque
después de veros juntos… Ains Georgiana es que pegáis mucho físicamente –
confesó Soteria finalmente.
Me eché a reír.
-
¡Claro que pegamos físicamente! –
exclamé. – Somos amigos y nos conocemos, tenemos confianza – expliqué.
-
Pero es que también pegáis mucho
psíquicamente y para eso hace falta tener química, algo que no todas las
parejas de amigos tienen – explicó Samanta. Todas la miramos, sorprendidas. –
Estoy leyendo un libro de psicología que trata sobre las relaciones
intersexuales ¿vale? – se explicó.
-
¿Cómo no van a tener química si cada
vez que los veo juntos él la está mirando embelesado como si no hubiera otra
persona u objeto en el mundo? – preguntó Evelyn.
-
Pero ¿qué dices? – pregunté. – Si me
miraba con toda su atención es porque el pobrecito es muy ignorante y probablemente
hubiera cometido algún error garrafal o le estuviera contando alguna anécdota
histórica cotidiana de esas que tanto le gustan – respondí.
-
¿Estás segura de que solo le gustan las
anécdotas? – me preguntó, Samanta.
Y en ese momento, ya no estuve tan segura.
¿Veis como no soy buena para mantener una confesión?
¡Ahora mismo no tenía nada que confesar y tenía dudas de
todo!
-
Ahora en serio, ¿tú nunca te has
planteado tener algo más que una amistad con Dash? – me preguntó Soteria. – Y
te lo pregunto como amiga, no como
propietaria de una empresa de organización de eventos cuyos mayores
éxitos son las bodas – aclaró.
-
No – dije rotunda. – Después de Paul,
no quiero volver a tener una relación sentimental más allá de una amistad con
ningún hombre – afirmé.
-
¡Pero Dash es diferente! – exclamó
Evelyn. – Para empezar, en este año que llevas de amistad con Dash os he visto
juntos más veces en lugares públicos que durante todo el tiempo que estuviste
con Paul – expuso.
-
Yo también – dijo Soteria.
-
Y yo – añadió, Samanta alzando la mano.
– Y mira que es difícil debido a mi trabajo – puntualizó, aunque más bien
parecía que había dejado caer una pullita.
-
¿No te dice nada eso, Georgiana? – me
preguntó Evelyn. – El chico no tiene ninguna relación oculta – explicó.
Eso era cierto.
¡Dios mío! ¡Era todo tan evidente que no entiendo cómo no me
pude dar cuenta antes!
Durante el tiempo en que estuve con Paul nunca (o bueno,
quizás muy pocas veces) hicimos actividades fuera tales como salir a cenar a un
restaurante o ir al cines; preferíamos hacerlo en casa. Yo creía que era para
darle un ambiente más romántico pero resultaba que era porque tenía miedo de
que alguien nos descubriera y se descubriera su doble vida.
Sí que hicimos actividades fuera pero… siempre era en
lugares muy alejados de donde vivíamos, cuyas probabilidades de que nos
descubriesen disminuirían considerablemente.
-
¿Nunca te ha parecido guapo? – me
preguntó Samanta.
-
Claro que me ha parecido guapo –
respondí.
-
¡Bien! – exclamó Soteria. – Es un
primer paso a tener en cuenta – explicó, para que comprendiéramos su
entusiasmo.
-
Pero somos amigos – dije.
-
Un segundo punto… - dijo Samanta, como
si entonara una cancioncilla. Yo la miré enfadada.
-
Pero somos muy diferentes – expliqué.
-
¿Y qué? – preguntó Evelyn. – Los polos opuestos
se atraen – explicó. – Cierto que luego también son la causa más común de
divorcios problemáticos pero eso ahora no viene al caso – explicó, para que
olvidásemos esa última frase.
-
Y no estamos interesados físicamente el
uno en el otro por mucho que os empeñéis de lo contrario – aseguré.
-
¡Fíjate! Pues yo siempre he pensado que
vosotros dos acabaríais juntos – confesó finalmente Soteria, dejándome sin
palabras.
-
Y yo – añadió Evelyn. – Es que sois los
dos tan frikis es vuestros campos que… pegáis – añadió, incapaz de darme una
respuesta más convincente de esa.
-
Y yo también lo creo, más cuando Dash
también defendió tu tesis ante Harry como lo hizo – apostilló Samanta. – Ahí yo
vi amor, de amistad o amoroso ahí no estoy yo tan segura, aunque tengo un presentimiento
– dejó caer.
-
Tanto intentar metérmelo por los ojos
que al final acabaréis provocando que lo odie. – anuncié. - Pero ¿por qué
tenéis que ser tan cabezotas? – les pregunté.
-
Y tú ¿por qué no quieres abrir los
ojos? – me respondieron ellas a mí.
-
¡Porque no hay nada que ver! – exclamé,
estallando furiosa.
-
Eso es lo que tú crees – rebatió
Evelyn.
-
Solo espero que no llegue alguna
guarrilla lista y te lo robe delante de las narices – dijo Soteria.
-
Pues yo solo espero que te des cuenta
de lo que realmente está sucediendo ante ti antes de que eso de la guarrilla
llegue a suceder – se expresó Samanta.
Como cabras.
Así era como estaban
las tres.
Obviamente, me levanté y me marché antes de tiempo porque no
estaba dispuesta a soportar un ataque y derribo tan gratuito como al que
acababa de verme sometida.
¿A qué ahora entendéis mucho mejor el título del capítulo?
¡Era la locura colectiva del sábado por la tarde!
[1]
Henry Schliemann: Famoso millonario
y arqueólogo alemán del siglo XIX que excavó Troya, Micenas, Tirinto y
Orcómenos; todos ellos lugares mencionados en La Ilíada de Homero, demostrando que este poema mitológico
describía lugares reales.
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