miércoles, 3 de octubre de 2012

Caperucita Roja



Tras mantener una agradable conversación con Penélope, que le sirvió de distracción y para hacerle la espera más corta del regreso de Wilkinson ("que no venía nunca"), Grey, inquieto, amplió su campo de visión y comenzó a mirar a su alrededor, en busca del ya mencionado tardón de Wilkinson o del carruaje que había llevado a Penélope hasta su puerta.
Viendo que ninguno de los dos aparecíán y con malos y oscuros pensamientos formándose en su menta a este respecto, Grey se atrevió a preguntarle:
- Penélope ¿dónde está tu carruaje? -.
- ¿Carruaje? - le respondió ella frunciendo el entrecejo ante su pregunta.
- Penélope... - dijo y suspiró para tomar aire y paciencia- Dime que no has venido hasta Chipping Campden andando y has cruzado sola el bosque de Segdecombe -.
- No he vencido hasta Chipping Campden andando ni he cruzado sola el bosque de Segdecombe - repitió ella obediente.
- ¡No me mientas! . exclamó él, señalándola con el dedo.
- ¡No te miento! - revatió ella. - Solo he dicho las palabras que tu querías oír para evitarte angustia y sufrimientos - explicó tranquilamente.
- ¿Quién se está burlando de quién ahora señorita Storm? - le preguntó mordaz antes de explotar definitivamente y comenzar a preguntarle a gritos:
- ¿Es que te has vuelto completamente loca? - le preguntó. - ¡Creía que eras más inteligente! - le reprochó. - ¿Cómo se te ocurre? ¿Cómo se te ocurre? - repitió. - ¿Cómo se te ocurre venir andando al pueblo andando cruzando sola el bosque? - le repitió por tercera vez. - ¿Es que no te has dado cuenta del peligro que corrías? ¿Y de lo que te podía haber pasado? - continuó. - ¡Podrías haber sufrido el ataque de cualquier animal salvaje boba! - le regañó.
" Odio cuando usa el tono paternalista conmigo solo por la superioridad física que le otorgan sus treinta centímetros más de altura" pen´só Penélope con fastidio como una niña pequeña. "Solo porque sea más bajita de lo habitual y de apariencia más frágil que el resto no significa que no sepa defenderme" le respondió mentalmente.
Esa debía haber sido la respuesta que debía haberle dado. Debía. Pero no lo fue.
En su lugar le respondió:
- Voy de verde y marrón Grey - dijo agarrando la tela de su vestido. - Y por tanto, me camuflo perfectamente entre la maleza y el follaje del bosque - añadió. - Además, en el hipotético e improbable caso de que un animal salvaje se volviese completamente loco y decidiese atacarme, pondría en práctica tus infinitos conocimientos trepando a un árbol, donde esperaría a que se marchase - concluyó.
Desde un punto de vista objetivo y razonable, los argumentos de Penélope eran perfectamente válidos. No así para Grey, para quien todo lo relacionado con ella era subjetivo. Por este motivo, no se quedó callado sino que masculló entre dientes:
- Yo me refiero a otro tipo de animales -.
- ¿Otro tipo de animales? - le preguntó ella frunciendo el entrecejo sin entender lo que quería decir. - ¿Qué otro tipo de animales? -.
- Los hombres - volvió a mascullar.
- ¿Los hombres? - repitió ella, aún más sorprendida y confusa que antes por la explicación. - ¿Qué hombres? - preguntó ella con la ceja enarcada mirando a su alrededor.
- ¡Los hombres del bosque y de los caminos! - exclamó él, gritando muy muy enfadado.
- Hombres del bosque y de los caminos... - murmuró ella para sí.
Penélope no le dio réplica ya que al pensar en hombres del bosque y de los caminos los únicos que se materializaban en su mente eran los duendes, los gnomos y el dios romano Mercurio. Hombres que no existían en la realidad y de los que no era muy recomendable hablarle ddo el estado de ánimo en que se encontraba. Por eso calló.
- ¡Sí! - continuó él a gritos. - Los bandoleros, los asaltantes de caminos - inició, enumerándolos con los dedos - y sobre todo, los violadores - concluyó.
"Madre mái, otro con pánico catastrófico..." pensó Penélope mientras se mordía el labio e ignoraba deliberadamente la retahíla de consejos, advertencias varias y pretensiones de todo tipo para evitar de cualquier manera posible que volviese a cruzar el bosque sola y andando.
- Puedo hacer lo mismo que con el resto de animales Grey - le respondió algo cansada de la situación. - Y además ¿no crees que estás exagerando un poco? - le preguntó. - Sabes de sobra que no hablo con desconocidos - le explicó.
- Esto es muy serio Penélope - le advirtió él. - Estos hombres son unos expertos en atraer a las mujeres hacia su terreno bien por la fuerza o bien con palabras dulces y románticas - explicó.
Penélope rio mentalmente a carcajadas; ya que nuevamente su excesiva imaginación volvía a hacer de las suyas. En este caso, lo que le mostraba era a un bandolero brusco, comportandose con ella como si estuviese en uno de los salones de baile londienses. ¡Incluso le hacía una reverencia y le pedía permiso para raptarla!.
Viendo que Penélope se reía de sus advertencias y avisos, a Grey no quedó más remedio que sacar la artillería pesada y por ello comenzó a decirle:
- Aquí vemos que la adolescencia, en especial las señoritas bien hechas, amables y bonitas no deben a cualquiera oír con complacencia. Y no resulta causa de extrañeza ver que muchas de lobo son la presa - dijo.
- Y digo el lobo, pues bajo su envoltura no todos son de igual calaña: los hay con no poca maña, silencioso, sin odio ni amargura que, ens ecreto y con dulzura van a la siga de las damiselas hasta en las casas y en las callejuelas. Más , bien sabemos que los zalameros entre los lobos ¡Ay! son los más fieros - concluyó Penélope. - Ya me lo sé - añadió con satisfacción y pedantería. - ¿Caperucita Roja de Charles Perrault? - le preguntó ella ofendida. - ¿En serio? - le preguntó, incrédula.
- Caperucita Roja de Chareles Perrault - repitió él, asintiendo con orgullo por los conocimientos de Penélope.
- ¿Por qué me sacas a colación ahora la colación de un cuento escrito en 1697? - le preguntó ella sin comprender.
- Para que tengas presente y recuerde qué fue lo que le pasó a la niña del cuento por cruzar el bosque sola - le dijo con tono paternal, tocándole la frene con dos dedos.
- Pero Grey, es obvio que yo no soy Caperucita Roja - le dijo. Y comenzó a enumerarle las diferencias: - Uno, mírame. No soy una adolescente. Dos, yo no voy a visitar a mi abuela sino que regreso al pabelón de caza de mi amiga. Tres: No llevo mantequilla en mi cesta de la compra sino miel. Y cuatro: Como ya te he dicho antes, voy vestida de verde y marrón, no de rojo - concluyó ella, diciendo esto último con énfasis y cara de horror. - El rojo no es mi color porque si decidiese llevar algo de ese color, al ser bajita y ancha como yo parecería una seta - explicó ella mucho más calmada.

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