miércoles, 3 de octubre de 2012

Parte del capítulo 4 de Sarah Parker: Amor a palos


Completamente camuflada entre la multitud, Sarah pudo observar cómo la ruidosa multitud iba callándose poco a poco a medida que veían a un hombre (que vestía con una chaqueta de chaqué bastante bien confeccionada y que rompía la tónica de ajadas, viejas y roídas prendas a su alrededor, pantalón de cuero excesivamente ajustado y botas de piel con hebillas relucientes) subir las destartaladas y mohosas escaleras de un escenario de madera situado a la izquierda del recinto.
Solo cuando el hombre estuvo sobre él, todo el público asistente al evento; quien antes era lo más parecido a un gallinero que nadie hubiese visto nunca, se quedó en total silencio a la espera de que el hombre del escenario hablase.

“Es el turno de las presentaciones” pensó Sarah con gesto de satisfacción.

            Sin embargo, ese momento esperado y ansiado por todos parecía que no se iba a producir de inmediato, ya que el hombre se mantuvo ahí arriba de pie, callado y mirando atentamente a todas partes.
            Si no fuera una total y completa locura por su imposibilidad, Sarah pensó que estaba contando una a una a todas las personas que habían ido allí esa noche.

Su hilo de pensamientos se vio interrumpido de repente, cuando el hombre inesperadamente comenzó a reír. A carcajadas y durante un buen rato además, provocando a su vez sonrisas en todo el público.

-           ¡Buenas noches a todos! – gritó, con una sonrisa de satisfacción.

Nadie le respondió con palabras. A lo sumo hubo un par de saludos agitando las manos. Continuaban esperando sus palabras.

-           ¡Sed bienvenidos al espectáculo de esta noche! – añadió, realizando una reverencia cortés. Carraspeó antes de añadir: - Y ahora me presentaré para aquellos que aún no me conozcáis, lo cual es una verdadera tragedia y ofensa para mí y es algo en lo que deberíamos poner remedio de inmediato – y con esta última frase guiñó el ojo.

Sarah puso los ojos en blanco escandalizada. “¿Sería posible que, como a ella le había dado la sensación, le hubiese guiñado el ojo a ella?”

-           Mi nombre es Albert y, aparte de ejercer de maestro de ceremonias y recaudador de apuestas perpetuo, esta noche además seré juez y jurado – explicó solemnemente y con un cierto deje de ironía. – Y ahora ¿estáis listos para lo que vais a ver a continuación? – le preguntó al público gritando, esperando su respuesta con la mano ejerciendo de amplificador de sonido al estar sobre su oído.

            Una multitud de gritos le respondió a la vez. E incluso hubo quienes dieron énfasis a su respuesta levantando el puño con entusiasmo.

-           ¿Estáis preparados para lo que vais a ver a continuación? – volvió a preguntar a gritos, sonriente porque conocía la respuesta de más.
-           ¡Sí! – volvieron a gritar más fuerte y con más entusiasmo que antes.

            Albert volvió a reír encantado, antes de calmar al público con gestos de pausa en las manos y volver a ser él el centro de atención.
-           Entonces no os haré esperar más – indicó. Carraspeó antes de volver a hablar:
- ¡En el lado derecho, recién llegado esta noche, el contrincante y retador de nuestro héroe, procedente de Middlesbrough el señor…. Butch Johnson! – concluyó, mientras señalaba el lugar por donde debía salir el luchador antes de aplaudir dando tres sonoras (y falsas) palmadas.

            Lenta, pesadamente, a grandes zancadas y dando la sensación de estar bastante fatigado, el señor Johnson salió a escena. Actuando como foco de atracción, todas las cabezas del público se giraron en su dirección para ver su “gran entrada”. Entre ellos Sarah Parker y Marc el gigantón.
Sarah prestó mucha atención al hombre. No en vano, debía recordar todos los detalles para añadirlos y escribirlos en su artículo.
            Así pudo ver cómo el hombre iba con el pecho descubierto; dejando a la vista su enorme barriga. Era calvo, aunque tenía perilla y bigote y vestía botas y unas calzas de cuero negro a juego con el brazalete a modo de muñequera de su muñeca derecha.
Además, llevaba las manos vendadas y según se fijó ella, sus vendas aún conservaban restos de sangre (¿Quizás para amedrentar a su contrincante?).
Por último, descubrió que llevaba un pequeño aro de oro en uno de sus oídos.

            Si tuviese que resumirlo en pocas palabras Sarah escogería las siguientes: Gordo aunque fuerte, pesado y cansado. Ahora solo faltaba por comprobar si su descripción anticipada coincidiría con su comportamiento durante la pelea y si su notable exceso de peso afectaría de forma negativa en la agilidad y rapidez de sus movimientos.

-           ¡Shhhh! – mandó callar Albert mientras intentaba calmar al público, claramente hostil al  desconocido (al que no habían dejado de abuchear desde que salió a la luz).  ¿Cómo lo hizo? Repitiendo los gestos de antes; es decir, carraspeando para concederse importancia y atraer otra vez las miradas en su dirección.
-           Y ahora el momento que todos y todas estabais esperando y el motivo por el cual habéis venido aquí esta noche: aunque no necesita presentación porque lo conocen en todas las prisiones y prostíbulos de aquí a Nueva Zelanda, lo haré. Señores, prepárense para gritar; amándolo y odiándolo al mismo tiempo y señoras, estén listas para que sus pezones se endurezcan y sus bragas se mojen tanto que acabarán por emitir gemidos de placer porque… ¡En la esquina derecha se situará en breves momentos el podidamente atractivo y nuestro héroe local, el luchador más rápido y hábil de todo Londres! ¡El señor Skin HH Skull! – gritó, señalando su lugar en la arena.

Y la multitud enloqueció. Triplicando los comentarios, vítores y gritos de apoyo y ánimo hacia el luchador; quien estaba por salir.

Sarah observaba con creciente interés el cambio de actitud que se había producido en el público mientras admiraba con desaprobación al presentador y juez de la pelea.

“¿Realmente tenía que ser tan soez?” se preguntó, reprobando sus palabras una vez más. Poco después añadió: “¿Realmente es tan guapo y tan bueno como para provocar que los hombres lo amen y lo odien a la vez y a las mujeres se le mojen las bragas y se le endurezcan los pezones solo por verlo?”.

Se horrorizó abriendo mucho los ojos con su segundo pensamiento al darse cuenta de que había repetido las palabras literales con las que Albert había descrito al segundo luchador y se sintió terriblemente culpable y disgustada consigo misma.

“¡Sarah!” se llamó la atención. “¡Contrólate!” se ordenó. “Tienes que pasar por ser una mujer de este ambiente, así que deja el puritanismo en tu apartamento de alquiler y finge ser alguien que no eres” se reprendió. “Porque si no perderás tu oportunidad de ser periodista” se recordó. “Y con ella, la ocasión de conquistar a Christian…” se advirtió con dureza.

            Tomando aire para insuflarse fortaleza a la hora de cumplir el objetivo que se había marcado, Sarah se obligó a mirar hacia la pista de arena donde iba a disputarse la pelea.
            Justo en ese instante y dando la impresión de que la había estado esperando, Skin HH Skull emergió de entre las sombras caminando de forma pausada, lenta y confiada; bastante seguro de sí mismo, en dirección hacia el interior del círculo.

            Al contrario que Butch, el señor HH Skull no estaba gordo. Al revés: estaba bastante fibroso, con el estómago duro y los abdominales perfectamente delineados y esculpidos (“Y completamente depilado” añadió ella mentalmente, sorprendida).
            En un vistazo más detenido, le llamaron bastante la atención los tatuajes que tenía; su cruz en el pecho y los brazaletes en los bíceps de sus brazos.
            En este vistazo también comprobó que, como su contrincante, también llevaba botas y calzas. Solo que éstas últimas eran de tela; lo cual a priori le permitiría una mayor movilidad. Por último, también llevaba las manos vendadas, pero éstas eran de color amarillento. Es decir, no había rastros de sangre.

Le parecía joven.
No.
Seguro que era más joven que su adversario.
Y mucho más seguro de sí mismo.

Así lo indicaban al menos su postura y la sonrisa de autosuficiencia y superioridad que tenía plantada en su rostro.

Era un hombre muy sexual.
Sí. Exudada sexualidad por todos los poros de su bronceada piel.
Era el epítome de la masculinidad.
Entendiéndose masculinidad como un despertar hormonal instantáneo
Era un hombre hipnótico.
Era un hombre atrayente.
Era…era… era… como un imán.
Y ella, como el resto de las mujeres del recinto, se veía completamente incapaz de apartar los ojos de él.
Sarah jamás había visto a nadie así.
O bueno sí.
No hace mucho.

            Cuando Skin HH Skull estaba a punto de entrar en el círculo (que era realmente la zona habilitada y permitida para la pelea); algo, o mejor dicho alguien, se cruzó en su camino interrumpiendo su trayectoria.
Era una mujer.
Una mujer a la que parecía conocer bastante bien para ser exactos.
Ya que, de otra manera no se explicaba la manera en la que él reaccionó cuando ella se arrojó (literalmente) en sus brazos.
¿Cómo reaccionó?
Besándola de manera apasionada y brusca jugueteando con su lengua mientras le mordisqueaba deseoso el labio y también le besaba el cuello estrechándola contra él agarrándola por debajo del trasero para “morderle” y marcarle en uno de los senos, provocando que ella gimiese ante esta acción.

“Dios mío” pensó Sarah con asco. “¡Puagh!” añadió. “¡Si parece que le va a hacer el amor delante de todo el mundo!” exclamó, torciendo la cabeza para evitar ver el bochornoso espectáculo erótico que ambos estaban protagonizando como prolegómeno al combate.

Concentrada en borrar esas imágenes de su mente y cerrando los ojos junto al pecho de Marc que se lo ofreció como abrigo, Sarah pudo escuchar cómo los silbidos y los abucheos iban incrementándose a medida que el “beso” duraba más y más tiempo.
Sorprendentemente para ella, cuando volvió a girarse descubrió que los dos protagonistas seguían en su mundo, tal cual los había dejado y estaban ignorando al resto del mundo. Pero sobre todo, lo que más le llamó la atención fue que las quejas no procedían de los hombres (quienes estarían impacientes porque la pelea comenzase cuanto antes) sino que el jaleo en el recinto procedía de las mujeres.
¡Las mujeres!
Unas mujeres que, sin dudas estarían envidiosas y todas más que dispuestas y deseosas de ser ellas quienes le quitasen el puesto a la rubia del centro, provocando un gesto divertido en Sarah; quien miraba a uno y otro lado observando cómo las caras de furia femenina se incrementan con el transcurrir del tiempo y que solo concluyeron cuando él le pellizcó el trasero y la apartó de su lado con un empujón suave, despidiéndose de ella definitivamente con un guiño de ojos, cómplice y limpiándose los restos del carmín de sus labios con el dedo pulgar.

-           Espectáculo erótico ofrecido por cortesía de Skin HH Skull y la señorita Mary de la calle Doorthmay – explicó Albert sarcástico, burlándose del luchador, provocando que Sarah riese con una sonora carcajada y que los hombres lo jalearan y le dieran ánimos con gritos y alzando sus bebidas (o sus puños).

            Inmediatamente, Albert tocó la campana que dio inicio a la pelea y la multitud asistente al espectáculo se transformó por completo; pasando de estar “tranquilos” a convertirse en auténticas fieras.
            Como consecuencia de este cambio de actitud, Sarah se vio arrastrada por la oleada de hombres y mujeres que, enfervorecidos, se precipitaron todos juntos a la vez y en bloque hacia delante, peleando con uñas, gritos y dientes por estar lo más cerca posible del círculo donde se estaba desarrollando la pelea y que era el espacio de donde el lugar tomaba su nombre,
            En esta lucha perdida contra la marea humana que la rodeaba, a Sarah la: peinaron, la despeinaron, le vertieron parte de las bebidas (sobre todo cerveza y whisky según puso comprobar por el olor que impregnaba ahora su ropa) e incluso hubo quien también aprovechó la tesitura para pellizcarle el trasero.
            Sino llega a ser nuevamente porque Marc la agarró con fuerza, Sarah estaba segura de que hubiese acabado estampada contra la verja de madera, contra la pared o peor, contra el techo.
Por si todos estos efectos secundarios no fuesen ya de por sí lo suficientemente malos, debía añadirle además que habían perdido su lugar privilegiado para ver la pelea.
Y ver la pelea era el motivo principal por el que ella estaba allí esa noche. Con lo cual, sino podía verla para más tarde comentarla y escribir sobre ella ¿qué hacía ya allí?

            Bufó enfadada y comenzó a “moverse” (más bien a retorcerse) para buscar un nuevo mejor lugar desde donde verlo y descubrió desolada que solo había dos opciones que cumpliesen sus expectativas. Y ambas eran malas.

-           O irse a la primera fila y que alguno de los hombres la confundiese con alguna de las prostitutas asistentes y ubicadas entre el público.
-           O subirse al escenario para verlo junto al juez y jurado Albert.
Un Albert que; pese a que no lo conocía de nada, no le inspiraba demasiada confianza. Especialmente por las miradas lascivas que lanzaba a menudo. Siendo este el motivo principal para descartarla como opción, ya que por subirse al escenario junto a él seguro que tendría que pagar algún precio. Y no precisamente económico…

Volvió a mirar hacia él y, otra vez la estaba mirando. Sin ningún tipo de decoro o vergüenza; lo cual la enfurecía sobremanera y por eso, le bufó. ¡Pues si pensaba que iba a ceder ante él estaba muy equivocado!

“Sarah, Sarah, Sarah…” se dijo con voz condescendiente. “No es una buena idea granjearse la enemistad de uno de los hombres más importantes de The Circle porque podría echarte de aquí sin ningún tipo de miramientos” se recordó. “Piensa en lo de antes: esta noche tú no eres tú, así que actúa de manera completamente distinta a como lo harías normalmente” se ordenó. 

Nuevamente volvió a mirar hacia Albert; quien, como en la vez anterior, estaba mirándola con una sonrisa de interés y una mirada cargada de intenciones. Solo que esta vez, Sarah hizo caso a sus consejos mentales y en vez de bufarle, correspondió a su gesto devolviéndole la sonrisa e intentando parecer una seductora profesional mientras lo hacía.

Se rió ante su actitud y comportamiento volubles, los cuales estarían volviendo loco a Albert. Sin embargo, al mirar hacia Marc, su buen humor desapareció de golpe y el disgusto hizo nuevamente acto de aparición: seguía sin ver el combate y a la espera de que Marc le proporcionase o ayudase a proporcionar una nueva solución a su problema. Pero Marc parecía no haberse dado cuenta de su estado, de tan concentrado en el combate como estaba.

-           ¡Acaba con él! – gritó, rugiendo de tal forma que a Sarah le tambalearon todos los huesos de su cuerpo.

“¡Maldición!” pensó ella enfadada. “¡Me estoy perdiendo algo importante!” añadió. “¡Y no veo nada!” se quejó, desesperada.
Bufó y resopló sonoramente para hacerse patente a sus ojos. No obstante, por muy altos que fueran sus ruidos y quejas, éstos se camuflaban, confundían y disimulaban debido al jolgorio de la multitud.

-           ¡Machácale! – gritó. - ¡Dale! – exclamó. - ¡Dale, dale! – repitió Marc, imitando algunos de los gestos y movimientos propios del boxeo, lanzando puños al aire.

            En uno de sus movimientos, dio sin querer a Sarah en la frente y se disculpó con ella de inmediato. Este gesto fue la gota que colmó el vaso para ella; quien estaba a punto de echarse a llorar en público; tal era su estado de frustración.
            Pero lo hacía de brazos cruzados y repiqueteando continuamente su tacón en el suelo, lanzando mensajes confusos y contradictorios en Marc; quien no sabía cómo actuar y qué estado atender primero.

-           ¿Te pasa algo, Sarah? – quiso saber. - ¿Te hice daño? – le preguntó tocándole el lado de la frente donde le había golpeado para asegurarse de que no le iba a salir un chichón.
-           ¡Quita! – exclamó ella enfadada, apartándole la mano de un golpe.

Sorprendido y desconcertado por esta reacción tan “violenta” por parte de Sarah, Marc se quedó a la espera de más información.

-           No veo – se quejó ella con deje lastimero.
-           Pero ¿qué dices? – le replicó él. – Este es el mejor lugar del Circle – le informó. - ¡Yo mismo me encargué de elegirlo personalmente para ambos! – exclamó indignado.
- Y además, yo veo perfectamente – añadió.
-           No dudo de que este fuera el mejor sitio del Circle – dijo Sarah. – Antes – remarcó. – En cuanto a lo otro… ejem, ejem – carraspeó antes de explicar algo que era obvio. – Marc, tú eres un hombre alto – dijo. – Muy alto en realidad – apostilló. – Eres más alto que la mayoría de los hombres aquí presentes – describió. – No sé cuánto medirás, pero lo que sí está claro es que es más de mi metro sesenta – concluyó. - ¡Es normal que tú lo veas! – exclamó enfadada.
-           ¡Pégale otro! – volvió a gritar Marc ignorándola momentáneamente y nuevamente provocando los huesos de Sarah volvieron a tambalearse. - ¿Y qué problema tienes con eso? – le preguntó. – Yo puedo decirte lo que está ocurriendo – se ofreció. – Aunque…tampoco hay gran cosa que decir, HH Skull le está dando una paliza a Butch – le informó.
-           ¡No quiero que me lo cuentes! – exclamó Sarah enfadada y a punto de tirarse de los pelos. – Aunque aprecio y  agradezco enormemente tu gesto – añadió, mucho más calmada que antes de suspirar: - Yo solo quiero verlo con mis propios ojos – añadió, derramando las primeras lágrimas. – Sino ¿qué clase de artículo voy a escribir? – le preguntó.
-           ¿Quieres que te coja? – le preguntó Marc, comprensivo con su situación.
-           ¿Cogerme? – le preguntó Sarah, incrédula por haber escuchado esas palabras – Cogerme – le repitió para asegurarse de la pregunta. - ¡¿Qué?! – le gritó una vez entendió lo que le había dicho. - ¡No! – exclamó horrorizada. – No, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no – añadió negando con la cabeza para darle aún más énfasis a sus once negativas consecutivas.
-           ¿Por qué no? – le preguntó él sintiéndose ofendido por la negativa. – Podría aguantarte durante todo el combate – añadió, con firmeza.
-           No lo pongo en duda, dada tu amplitud corporal – dijo ella, señalando su amplia espalda. – Pero no, gracias – repitió. – Es que…no quiero ser el centro de atención – añadió entre susurros.

Esa fue la respuesta oral que Sarah le dio.
Respuesta bastante simple si la comparabas con el torrente de sentimientos que bullía en su interior.
Se sentía incómoda.
Incómoda y dolorida por la ropa que llevaba esa noche.
Ella no era así.
Ella no vestía así.
¿Quién iba a pensar que algo que a simple parecía tan bonito y estaba tan bien confeccionado iba a resultar tan incómodo?
(Incómodo porque las varillas internas se le estaban clavando).
Nadie.
O al menos nadie que no estuviese acostumbrado a llevarlos como prenda habitual.

            Además, se sentía frustrada porque no podía hacer nada para evitar que la masa la engullese, empujándola hacia uno y otro lado y le impidiese ver el combate que se estaba desarrollando en la arena.

Y muy relacionado con este último, estaba enfadada.

Enfadada por el mismo motivo por el que estaba frustrada y porque no podía devolver los golpes (más que nada porque no sabía defenderse) todos y cada uno de los pellizcos y “caricias” que su trasero había recibido esa noche.

Al menos intentaba resultar amenazante.
Especialmente con los hombres que la rodeaban.
Sobre todo con Albert; el juez y jurado del combate, quien en su opinión lo menos que estaba haciendo era prestar atención y ejercer como tal, sino que ella se había convertido en el centro de su mundo esa noche.
Por eso, lo máximo que podía hacer a ese respecto era lanzar miradas de odio y furia a diestro y siniestro.

 -          Tienes razón – dijo Marc, agarrándola de la mano. – Camina – le ordenó. – Que yo te seguiré – le informó.

            Sarah obedeció y comenzó a caminar hacia delante mientras se abría paso educadamente por donde más hombres había; aprovechando y sacándole el máximo partido a su disfraz.
            Ella iba encaminada directa al cuadrilátero de arena; pero su marcha su decidida marcha se vio interrumpida de repente y bruscamente por Marc.
Sarah miró a su alrededor desconcertada por completo.
Seguía sin ver.
Estaba exactamente en la misma situación que antes.
Bueno, exactamente no.
Mucho más cerca.
Ahora podía escuchar con total claridad el impacto de los golpes en el cuerpo de los luchadores.
            Lo cual; aunque ella era muy intuitiva, su sabiduría no alcanzaba para conocer qué era lo que estaba sucediendo con total exactitud.
Volvió a frustrarse.
Y se lo hizo saber a Marc.

-           Pero Marc…yo no – inició.

            Sin embargo, no pudo acabar la frase porque de repente sintió unas manos sujetándola por la cintura y elevándola por encima de las cabezas de los asistentes.

-           ¿Qué haces? – le preguntó horrorizada poniendo los ojos en blanco, ya en el aire. - ¡Bájame! – le ordenó pataleando.

            Sarah pataleó hasta que fue consciente de que, en la posición en la que se encontraba y con la realización de esos movimientos, estaba enseñando mucha más pierna de la que debería. Y sobre todo, que todo aquel hombre que mirase hacia arriba tenía pleno acceso a la visión del interior de sus piernas.
En otras palabras, sus bragas eran de dominio público.
En consecuencia, cerró y apretó con fuerza sus piernas a la espera de que Marc volviera a posarla en el suelo.
Y Marc lo hizo…
Justo en primera fila, para su total sorpresa.

            Su repentina aparición de la nada y especialmente, su nueva ubicación permanente en la primera fila (el lugar más codiciado para la visualización de la pelea) provocó quejas e insultos hacia su persona.
Incluso hubo amenazas y amagos de golpes.
            Acciones que se interrumpieron de raíz cuado esos mismos hombres energúmenos descubrieron que el blanco de su ira era una mujer; modificando su ira por lascivia y deseo.

            Ese cambio también se produjo cuando todo aquel que la miraba descubría el “tatuaje” (falso) que ella mismo se había dibujado en la parte del seno que le sobresalía por encima del corsé, gracias a una plantilla que le había proporcionado su amiga Penélope Crawford (actual duquesa de Silversword).
            Una plantilla que imitaba una de las marcas de protección de Sthealthy Owl y de la que ella había recelado en un principio.
            Sin embargo, fueron tantos los argumentos que utilizó a su favor y la vehemencia de los mismos (especialmente el último que Penélope le dio; en el que le dijo que debería ponérselo porque, pese a que hacía ya cuatro años desde la última aparición pública de Sthealthy Owl, éste aún se consideraba una figura clave dentro del folclore popular del Soho. Recordó las palabras que utilizó: “Sthealthy Owl era el Robin Hood del Soho”.  Y como el Robin Hood que era, si llevaba una marca suya, nadie la molestaría) que acabó cediendo a sus ruegos y se lo pintó con tinta negra de la que utilizaba para escribir.
            Para su total sorpresa, Penélope tenía razón y, cuando algunos de los hombres lo descubrían ahí, cambiaban su deseo y lascivia por el asombro y el ¿respeto?

Y por último, si los dos primeros argumentos no eran lo suficientemente convincentes y alguno de los tipos a su alrededor continuaba con intenciones de tipo sexual por su parte, éstos quedaron abortados de raíz en el mismo momento en que Marc (y su impresionante altura y corpulencia) hicieron acto de presencia justo detrás de ella.
En consecuencia, los hombres reaccionaron abriendo la boca y retrocediendo varios pasos. Por estas acciones, se creó un pequeño círculo de espacio a su alrededor, lo suficientemente liberador y reconfortante como para permitirle el libre acceso a la valla de madera que protegía al público asistente y que separaba el espacio destinado para la pelea del graderío.

“Mucho mejor” pensó Sarah cerrando los ojos mientras sonreía antes de comenzar a observar con atención el combate.

De lo que no había sido consciente era de que con ese espacio a su alrededor no solo no había dejado de ser el centro de atención, sino que había añadido un número mayor de espectadores hacia ella.

Gracias a su nueva posición y sobre todo a la no molesta presencia de los moscones en forma de hombres babosos que zumbaban y giraban a su alrededor, por fin Sarah pudo observar aquello para lo que le habían contratado y que era el motivo principal por el que estaba allí esa noche: la pelea.

Pronto su adrenalina comenzó a dispararse, los latidos de su corazón se aceleraron y la sangre comenzó a fluirle de manera mucho más rápida por las venas. Para cuando se quiso dar cuenta, ella misma formó parte de la masa que jaleaba y animaba a Skin HH Skull para que le diese una paliza y el golpe final que rematase a Butch (perdiendo con este comportamiento su objetividad periodística).
Ahora entendía mucho mejor por qué este “deporte” (aunque ella no lo consideraba como tal) tenía tantos adeptos y seguidores.
Era adictivo.
Era liberador.
Y servía como vía de escape durante un periodo corto de tiempo a la situación real de problemas, miseria y podredumbre que los rodeaba.

Los luchadores ejecutaban una danza perfectamente cronometrada y calculada al milímetro, dándose los golpes con una precisión matemática. Y Sarah, embobada, era incapaz de apartar la vista de ellos.

Solo salió del “trance” cuando Butch golpeó con fuerza la valla de madera debido a un golpe se Skin HH Skull. Golpe que provocó que Sarah diese un respingo y que, con un salto chocase su espalda con el pecho de Marc; quien la agarró con fuerza por los hombros para calmarla y evitar que cayese.

Debido a esta acción protectora de Marc, Sarah pudo observar con mayor detenimiento y atención a Skin HH Skull cuando se acercó a esa zona para llevarse de allí a Butch y reintroducirlo en el círculo de la pelea para allí, continuar proporcionándole golpes hasta que se aburriese, agarrándolo por la cinturilla de sus calzas de cuero.
Así, descubrió, que era rubio, tremendamente bien parecido (entendiendo ahora mucho mejor las reacciones de las féminas ante su aparición y ante el beso con la prostituta).
Para su fortuna, también alcanzó a descubrir que el color de sus ojos era verde y que en el pecho de su perfecto abdomen, liso, depilado y perfectamente marcado tenía tatuado una cruz celta con los bordes rematados y que lo que en un principio (y a lo lejos) parecían brazaletes de cuero en sus bíceps no lo eran. En realidad también eran tatuajes.
            Tan cerca estuvo de él (quien ignoró su presencia) que pudo leer qué era exactamente lo que decía cada uno:

-           El del bíceps derecho le era muy familiar. Era una frase de Aristóteles que decía: “El hombre más poderosos es aquel que es dueño de sí mismo”.
-           Y el de su bíceps izquierdo también era otra frase célebre. De Stendhal en esta ocasión. Ésta decía: “El arte de amar se reduce exactamente lo que el agrado del momento de embriaguez lo requiera”.
Frase que ella reprobó y censuró mentalmente de inmediato.

“Un momento” pensó ella con algo de disgusto y recelo. “Yo he leído estas dos frases hechas tatuajes en alguna otra parte” añadió. “Pero ¿dónde?” se preguntó, intentando recordar.

Acto seguido, volvió a mirarle el rostro y…entonces se acordó.

Fueron tales el horror y la sorpresa entremezclados que sintió por este descubrimiento que, aunque Marc la tenía bien sujeta por los hombros, se tambaleó ante la imprevisibilidad de la situación que estaba viviendo en ese momento.
Tanto, que a punto estuvieron ambos de ir al suelo.

“Oh Dios mío” exclamó. “No puede ser, no puede ser, no puede ser, no puede ser” se repetía mentalmente una y otra vez con los ojos fuera de sus órbitas y ahogando un grito, ya que se había tapado la boca con una mano para evitar que se la escuchase.

¿Qué estaba mal?
¿A qué venía lo desproporcionado e inesperado del comportamiento de Sarah?
¿A qué se debía lo inusitado, repentino y exagerado de su reacción?

            Pues a que acababa de descubrir que Skin HH Skull no era otra persona más que el desconocido que encontró en el callejón dos semanas atrás.
Ese mismo desconocido al que salvó la vida y que le llamaba Ángel.
Ese desconocido que fue quien le besó por primera vez en su vida y que la dejó atontada, anhelante y con ganas de más entre otros muchos sentimientos.

“¡Claro! ¡Doble H!” pensó, recordando el nombre que él le dio tiempo atrás. “Y ¿cómo se llama el luchador de hoy? Skin HH Skull” pensó, separando su nombre en sílabas, haciendo especial hincapié en las dos haches para remarcárselo. “¿Pero cómo no te has dado cuenta antes?” se preguntó. “¡Idiota!” se regañó.

6 comentarios:

  1. Así que queréis despejar la incógnita Doble H...

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  2. SIIIIIIIIIIII QUEREMOS DESPEJAR LA INCOGNITA Q LA CURIOSIDAD ME ESTA MATANDO!!!!! jijiji =)

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  3. nnoooooo, yo quiero que siga siendo sorpresa!!!

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  4. SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!! q ya no puedo resistirlo maaaaaaaaaaaaaaaasss!!!! xD q quiero flipar en colorines varios!!! jijijijijij xD

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  6. espero que ya estéis flipando en colorines varios....

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