domingo, 3 de febrero de 2013

Me robaste el corazón Capítulo 5: Los lugareños de Clun


El que espera desespera.
¡Qué dicho popular tan sabio!
Así era como Anthony se sentía.
Desesperado.
Desesperado y ansioso.
¿Por qué? O mejor dicho ¿por quién?
Zhetta Caerphilly.
Su vecina.
La mujer con la que tuvo el encontronazo en su primera visita al pueblo y la misma mujer a la que había distinguido desde las alturas.
Y bueno sí, la mujer con la que no dejaba de meter la pata continuamente pareciendo un engreído estúpido frente a ella y con la que por estos mismos motivos debía disculparse urgentemente. De ahí su estado actual.
Anthony era un hombre ansioso e impaciente por naturaleza, además de ser bastante obsesivo y, estaba obsesionado con ella.
No en el mal sentido de la palabra.
Aunque, por otra parte si observabas su comportamiento de la última semana sí que podías llegar a la conclusión de que estaba un poquito obsesionado con la mujer que vivía solo en la casa de al lado. Especialmente porque se pasaba buena parte del día observándola desde su ventana. Mucho mejor ahora que había encontrado un catalejo oculto en alguno de los rincones de su casa.
Su motivo no era más que observar y anotar cada una de sus actividades diarias durante un período de tiempo para comprobar si tenía un comportamiento rutinario a partir del cual él podría establecer y elegir el momento más oportuno y adecuado para pedirle disculpas.
El problema precisamente era ¡que no tenía horarios!
La había visto hacer todo tipo de actividades a horas pocos habituales y cuando parecía que había establecido una rutina al día siguiente volvía a sorprenderlo y descuadrarlo con acciones como tender la ropa pasadas las once de la noche.
¿Quién, en su sano juicio tiende la ropa a esas horas?
¡Pero si apenas se ve por muchas velas que se encienda!
Y además ¿es que quería coger una pulmonía cogiendo ropa mojada con este frío invernal?
Lo cual le llevaba a su siguiente pregunta e incógnita con respecto a su misteriosa vecina, ¿qué tipo de actividades realizaba durante el resto del día para que no le quedara más remedio que ocuparse de su casa por las noches?
Sin duda se lo preguntaría en su próxima conversación.
Pero para que dicha conversación se produjera primero tenía que hacer las paces y disculparse con ella.
Debía hacerlo.
Quería hacerlo además.
No era un hombre frío sin remordimientos.
Su conciencia apenas le dejaba dormir. Por eso era un hombre obsesivo.
Sabía que hasta que no consiguiera su perdón no iba a poder descansar tranquilo.
La solución parecía bastante simple a priori. Bastaba con ir a su casa, llamar a su puerta y pedirle disculpas. Simple.
La realidad era más compleja porque para empezar, en cuanto mirase por la ventana y descubriera que era él quien volvía a visitarle no le abriría. Es más, estaba seguro que se lo haría saber de forma muy patente (puede que incluso se incluyeran tomates) Por otra parte, tampoco quería ser atacado por segunda vez por el conejo poseído con complejo de perro guardián.
No.
La visita a su casa quedaba descartada.
Tampoco podía enviar a alguien con un regalo de la paz en su nombre. Para empezar porque la única persona a la que podía mandar era a su cochero y éste se había tomado demasiado al pie de la letra el significado de las vacaciones. Segundo inconveniente para esta opción: apenas la conocía y en consecuencia, apenas sabía de sus gustos. Y no sabía muy bien por qué pero tenía la sensación de que no era una mujer muy corriente y sus gustos y aficiones no podrían calificarse como “normales”. No, regalo descartado. Por si esos dos argumentos no hubieran sido suficientes el comprarle un regalo implicaría un nuevo viaje de asunto personal a la tienda de los Dormer.  Tienda regentada por Mrcus Dormer; quien se había buerlado de él la última vez que se dirigió a la tienda con esta motivación y no con la habitual de gastar dinero comprando alimentos y demás recursos básicos.
¿Arriesgarse de nuevo a que le engañara y quedar en ridículo por tercera vez seguida frente a esa mujer? No gracias.
Esperaría a solucionarlo por sí mismo y a su manera.
Aunque tuviera que montar guardia. Que era justo lo que estaba haciendo.
Para su sorpresa, Zhetta parecía llevar una vida de clausura porque jamás la había visto salir del recinto que ocupaba su pequeña casa en la semana que llevaba de intensa vigilancia hacia su persona, lo cual le olía bastante mal.
Algo no encajaba aquí.
Su intención investigadora se lo decía.
Ella parecía ser una mujer activa, de las que siempre estaban haciendo cosas nuevas y apenas paraba quieta. No le pegaba la imagen de mujer dócil y sumisa que se quedaba en casa cosiendo o cocinando (aunque no podía en duda tampoco su capacidad para realizar esas actividades). No.
Tenía que salir de su casa.
Solo que él no sabía cómo lo hacía.
Aún.
Se le ocurrieron varias teorías al respecto:
-          No había abandonado su teoría de que tenía una vida más nocturna que diurna, pero sí que había descartado de pleno que fuese una vampira. Especialmente cuando la visitó en su casa y estuvo a tan poca distancia de ella que pudo observar que su tono de piel era broncíneo y no blanco leche o blanco muerto. Ergo, no podía ser una vampira.
-          La segunda teoría que descartó fue la que enunciaba que le acercaban las cosas del pueblo temporalmente para evitar un  nuevo enfrentamiento o encuentro con él. Opción también incorrecta por doble motivo: No había visto que nadie la visitara en dicho período de tiempo y sobre todo, tampoco le daba la sensación de ser una persona cobarde.
Así que por tanto, o bien había construido un túnel nocturno que interconectaba su casa directamente con el pueblo y con el que por tanto no le era necesario utilizar el camino convencional o bien  había descubierto que la estaba espiando y aprovechaba los momentos en que no estaba junto a la ventana o mientras dormitaba para salir de su casa.
No se le ocurrían más opciones.
Aunque ésta última tampoco le convencía demasiado porque sus cristales no estaban tintados o eran translúcidos al menos, al contrario que los suyos. Así que, si había colocado o instalado algún instrumento o aparato en la ventana para observar con atención y minuciosidad qué hacía él, lo habría visto.
Al octavo día de seguimiento e investigación exhaustiva el chirriar de las bisagras de una puerta lo despertaron de su cabezadita. Inmediatamente, se despertó sobresaltado y sus sentidos se pusieron alerta. Cuando miró por la ventana, no fue necesario utilizar el catalejo para ver qué estaba ocurriendo puesto que lo veía perfectamente con sus ojos.
Zhetta había salido de casa por la puerta trasera.
¡Había salido de casa!
No tenía tiempo que perder.
Inmediatamente se incorporó de un salto, se colocó el grueso pañuelo que llevaba como bufanda, se pasó mano por el pelo para intentar suplir los desperfectos que sus cabezazos mientras dormitaba habrían podido causar en él y salió corriendo de casa mientras gritaba:
-          ¡Zhetta! -.
“¡Dios!” gruñó mentalmente mientras caminaba dando fuertes y profundas zancadas con los puños apretados mientras intentaba contener su furia. “¿Es que no se cansa nunca?” se preguntó enfadada. “¡Que no me voy a dar la vuelta!” exclamó mentalmente. “¿Cuánto tiempo puede aguantar gritando continua…cintonua… todo el rato sin quedarse afó… ofá… sin voz?” se preguntó curiosa Zhetta.
Esperaba que no mucho más pues sus gritos se le clavaban en el interior del cerebro y le provo porvo… estaban causando un enorme dolor de cabeza.
‎- ¡¡Zhetta!! – gritó Anthony fuerte. Aún más fuerte que el resto de sus gritos anteriores. Lo hizo de forma tan fuerte que al  concluir le dolió la garganta y rompió  el silencio que hasta entonces había sido la tónica imperante en el campo del oeste de Gran Bretaña, perturbando y contaminando con esta acción lo bucólico del mismo.
Aunque también consiguió que por fin y de una buena vez la aludida se detuviese. Clavase los talones en el suelo con tanta fuerza que acabó por hundir sus botas de piel para caminar un par de centímetros en él, girase el tronco superior en su dirección y le ladrase en el mismo tono de voz, sorprendiéndole por lo aguda que podía llegar a ser:
-          ¿Qué?  – le preguntó mirándole ceñuda.
-           Zhetta - repitió, poniéndose a su altura en una carrera llena de brincos. - ¿Es… que… no… me…has… oído? - le preguntó casi sin aliento, recordándose con esta que debía ponerse a entrenar inmediatamente si no quería perder su buena forma física de antaño. - ¡Llevo llamándote desde que salimos de casa! - exclamó, enfadado golpeando con fuerza el suelo tras volver a respirar con normalidad.
- Y yo no ye he hecho ni caso - respondió ella. - No he sido muy sutil que digamos - añadió, señalando lo obvio. - ¿Eso no te dio una idea de mi comport...compro...crompo... actitud - dijo por fin - hacia ti? - le preguntó mirándole a los ojos.
Justo en ese instante Anthony vio a Zhetta.
Pero no me estoy refiriendo a que no la hubiera visto antes, pues de hecho sí que lo había hecho. Lo que quiero decir con ver es que por fin tuvo la oportunidad de observar su rostro  y descubrir todos y cada uno de los detalles que lo componían.
Así, descubrió que su pelo era marrón oscuro y no negro, como le había dado impresión la primera vez que la vio, que su rostro tenía forma de corazón, sus cejas estaban perfectamente definidas, que tenía los ojos ni muy grandes ni muy pequeños; el tamaño justo para su rostro. Ojos que estaban enmarcados por unas pestañas larguísimas superiores e inferiores y que a primera vista parecían verdes.  Su nariz o era ni grande ni respingona. Al contrario, si se ponía de perfil apenas le sobresalía pero eso sí, era fina. Por último estaba su boca… una boca que tenía ambos labios gruesos y de color rosado, como los suyos propios aunque parecía que el inferior era algo más grande. Otra diferencia es que ella tenía surco, lo cual le confería a su boca un aspecto mucho más que deseable y apetitoso ante la mera visión de los mismos.
Era muy guapa en líneas generales pero… muy diferente de la visión imperante de la mujer en aquella época. Si Zhetta hubiera estado en Londres jamás hubiera destacado por su físico pues ni era rubia ni su piel tenía matices muy blancos; tal y como era la actual incomparable Cassandra Cassidy.
Había visto también que tenía un lunar muy cerca de su barbilla, en el lado derecho y que el tono de su piel era bronceado.
Un tono de piel broncíneo que era perfectamente distinguible y destacable, así que Antony se explicaba qué era lo que podía haber pasado por su mente justo en el momento en el que pronunció las siguientes palabras.

- Zhetta... - dijo mirándola fijamente. - ¿Tu madre era negra? - le preguntó.
Acababa de decir una soberana tontería y lo peor es que no entendía muy bien por qué. Lo irónico de la situación es que él era el menos indicado para hacer preguntas de ese tipo pues su tono de piel tampoco era precisamente blanco. De hecho, era un poco más oscura que el de la propia Zhetta y por tantos, sus palabras habían sido una estupidez suprema.
“¿Por qué he dicho yo semejante absurdo?” se preguntó incapaz de responderse de forma coherente.
Era del todo imposible que el motivo por el que lo había hecho era porque el físico de su vecina lo hubiera dejado tan impactado que le había robado la capacidad de raciocinio ¿verdad? ¿O no?

"¿Eh?" se preguntó Zhetta mentalmente. Y solo cuando procesó del todo las palabras del pesado que la perseguía las emociones hicieron acto de presencia. Añadiendo más furia a su ya de por sí conside...consedi... "Enorme" se corrigió y ayudó mentalmente a concluir la frase, enfado con él.

- Mano tonta…- inspiró y expiró el aire de forma muy sonora mientras volvía a refrenar sus inmensas ganas de abofe…abefo… de darle otro guantazo. - ¿Tu padre es gilipollas? - le preguntó de forma retórica, tremendamente aliviada por hacerse quitado ese enorme peso de encima al poder decirle a la cara por fin lo que pensaba de él. Acto seguido, reanudó su marcha  imitando la manera en la que desfilaban los Beefeter con gesto enfurruñado.
“El objetivo de la charla es conseguir que te perdone, no que se enfade más contigo” se recriminó mentalmente. “Ve a pedirle disculpas ahora mismo” añadió.
-          ¡Zhetta! – volvió a llamarla echando nuevamente a correr tras ella.
“Estoy empe…mepe… va a borrarme el nombre de tantas veces como me ha llamado” pensó con fastidio, deteniendo su marcha forzosamente porque se colocó justo delante y, para su desgracia era más grande que ella.
-          La palabras gilipollas no es de señoritas – le informó, recriminándoselo.
-          ¿Y? – le preguntó ella borde. – Sabes que yo no soy una seño…una soñe…sabes que yo soy lo que me estás llamando y además me acabas de preguntar si mi madre es negra – le recordó, dolida. – Es lógico que mi vocabu… vacobu… es lógico que use palabras como esa – concluyó.
“Touché” pensó.
-          Mira… - dijo, rascándose la frente para encontrar las palabras de disculpa más adecuadas.  – Sé que no hemos empezado con muy bien pie… sobre todo por mi parte – agregó inmediatamente. – Y por eso… - añadió.
-          ¿Vas a pedirme perdón? – le interrumpió ella cruzándose de brazos. - ¿Por todo? – añadió.
-          Eso es lo que intentaba hacer antes de que me interrumpieras – respondió, mordiéndose la lengua, clamando paciencia y pidiendo ayuda a la elocuencia para que la ayudara a buscar las palabras adecuadas. – Pero creo que antes debería presentarme para que sepas quién es el que se está disculpando contigo – explicó. - ¿No te parece? – le preguntó para intentar que se sintiera culpable.
Anthony observó el gesto de duda en el rostro de Zhetta. No se fiaba ni confiaba en él, cosa que era perfectamente razonable por su actitud con ella hasta el momento, especialmente por sus negativas anteriores a pedirle perdón cuando debería haberlo hecho. Aun aí, incomprensiblemente y sin conocer muy bien cuál fue la razón o el motivo que le llevó a hacerlo, le concedió otra oportunidad. Lo supo porque desfrunció su ceño y relajó la expresión de su rostro (lo cual multiplicaba su belleza).
-          Me llamo Anthony Brave Harper – se presentó. – Y de la forma más sincera te pido mil disculpas por todo lo que he hecho y he dicho sobre ti – añadió. – Por todo lo que ha sucedido entre nosotros – rectificó su discurso.
“¿Se llama Brave?” se preguntó Zhetta sorprendidísima. “¿Su segundo nombre es Brave?” volvió a preguntarse para asegurarse que no lo había entendido mal.
Luego maldijo.
Por una vez maldijo su nombre (un nombre que adoraba, en el noventa y nueve por ciento de los casos).
¿Por qué?
Porque no podía burlarse del segundo nombre de su vecino al tener un nombre tan raro como el que ella tenía. Sería ponér…penór… sería muy fácil y le daría ventaja sobre ella muy pronto. Por tanto, no. No se reiría del nombre.
De momento.
Estaba segura de que encon…oncen… hallaría la ocasión propicia para hacerlo, sino ella otra persona.
“Brave” se burló de él mentalmente.
¿Quién pone a su hijo como segundo nombre (el adje…¿tivo?) valiente? ¿Querían marcarle el camino desde pequeño? Su nombre al menos también era una conso… sonoc… una letra. Pero ¿valiente? “Pffff. Es horrible” pensó con desagrado.
Era obvio que su nombre no le gustaba en absoluto.
Así lo reflejaba la expresión en el rostro de Zhetta, observó Anthony atento a todas y cada una de sus expresiones y reacciones a la espera de su perdón (que aún no había llegado)
-          Te perdono, vecino – respondió ella, estrechándole la mano que éste le había ofrecido. – Ahora ya puedes regresar tranquilo a casa – añadió feliz, porque por fin iba a librarse de su molestia presencia alre… real… revo…rove… junto a ella.
-          ¿Tu dónde vas? – quiso saber.
-          ¿No es obvio? – le preguntó ella señalando el fondo del paisaje. – Voy al pueblo – añadió.
-          ¿Por aquí? – se le escapó tras haber finalizado ella su explicación. - ¿Sola? – rectificó preocupado.
-          Es un atajo – explicó.
-          Un camino poco transitado – le corrigió él. – El lugar perfecto para que contrabandista, rateros y salteadores de caminos ataquen a damiselas en apuros como tú – le acusó, enfadado.
Solo cuando terminó de pronunciar esa frase se dio cuenta de la nueva tontería que acababa de decir. ¿No era él quien decía que en Clun nunca pasaba nada? ¿No cantaba continuamente a lo largo del día el poema a modo de cancioncilla que así lo confirmaba? ¿Qué demonios le estaba pasando? Y en cuanto a Zhetta… ¿damisela en apuros? Probablemente ella era la menos damisela en apuros que había conocido. Incluso por encima de su hermana Rosamund. Y no solo porque nuevamente vistiera como un hombre; esta vez con pantalones (muy parecido a como él iba vestido de hecho) sino porque sólo bastaba recordar cómo se había defendido la primera vez que se conocieron para darse cuenta de que esta mujer sabía defenderse perfectamente sola. Incluso (aunque él no lo había probado; gracias a Dios) estaba seguro que sabía golpear y puede que, hasta manejar un arma con soltura.
No sabía por qué había dicho eso, pero… el mero hecho de imaginarse que a Zhetta podría pasarle cualquier cosa… no le gustó en absoluto.
-          Tampoco voy sola – le informó ella, captando su atención.
-          ¿Ah no? – le preguntó burlón mirando hacia todos lados. – Y ¿dónde está tu protector y salvador? – añadió irónico. - ¡Sal perro guardián! – le llamó. - ¡Sal para que puedas protegernos! – añadió, imitando la voz de una jovencita en apuros y desvalida.
-          Tengo dos protectores siempre conmigo – respondió mostrándole sus puños y tomando posición de boxeo. – Pero además… -
No le dio tiempo a terminar la frase porque justo en ese instante, Wingers; el conejo de Zhetta se dio por aludido ante la llamada de Anthony y como un torpedo entró en escena…para mordisquearle la pantorrilla.
Afortunadamente para él y en contra de la ocasión anterior, esta vez estaba preparado: se había puesto sus mejores botas de piel por lo que no sintió ninguno de los mordiscos de Wingers; para enorme frustración del conejo que acabó cansándose y se irguió delante él con porte altivo y orgulloso mientras abría y cerraba de forma compulsiva sus orificios nasales.
-          ¿Éste? – preguntó Anthony incrédulo, señalándole y acercándose a él para observarle mejor mientras pestañeaba repetidas veces a casusa de la incredulidad. - ¿Este va a ser tu salvador en caso de ataque? – repitió. - ¿Un conejo con complejo de perro? –preguntó con los ojos muy abiertos.
-          ¡Eh! – protestó Zhetta ofendida. – Quien se ríe de mi conejo se ríe de mí – le advirtió.
“Esa frase tiene un doble sentido muy curioso” rió Anthony antes de darse cuenta horrorizado de que acababa de tener su primer pensamiento sexual en meses. Con Zhetta.
Regresó a la realidad y la vio con Wingers en brazos y señalándole el campo justo a su espalda:
-          Fuera – le dijo.
-          ¿Cómo dices? – preguntó sin comprender.
-          Fuera – repitió. – Ya no gozas de mi gratitud – añadió.
-          El campo es de todos – replicó él.
-          Fue- ra – dijo, separando las sílabas y por tercera vez en la conversación.
-          Pero es que… no sé volver a casa desde aquí – confesó, bajando poco a poco y cada vez más el tono de voz mientras agachaba la cabeza, avergonzado.
Zhetta gruñó.
“¿Es que no podía haberlo dicho antes?” se preguntó exasperada y para nada contenta con el giro que la situación había dado.
Iba al pueblo con un único obje… boje… porpó… porpó… con una ode afija en la cabeza: venganza. Y si ahora llegaba al pueblo con este a su lado no podrñia llevarla a cabo. Sobre todo porque siempre la estaba mirando ceñudo y en tensión.
Como un padre cuando regaña a su hija… y así… ¡Así no se podía!
Bufó.
Al parecer, no le quedaba más remedio…

Sorpren…sorpen…para su sorpresa, no le fue difícil caminar al lado de Anthony hasta el pueblo. Es más éste se mostró afable, gracioso e incluso simpa…sampi… agra…agar… de manera opuesta como en sus anteriores encuentros.
Por eso, cuando se quiso dar cuenta ya estaban entrando en Bridge Street en dirección clarísima hacia la tienda Dormer.
Una tienda Dormer que hoy, para ser el día que era; sábado estaba especialmente concurrida en la entrada donde cinco hombres estaban reunidos en pètit comité. Cinco hombres de los cuales solo uno se dio cuenta de su llegada:
-          Michu – le saludó desde la lejanía Marcus Dormer con una sonrisa de oreja a oreja.
-          ¿Michu? – se preguntó a sí misma en voz alta y éste fue el motivo de que Anthony asintiera. – Muchi mi culo – siseó, agachándose.
-          Zhetta – le advirtió Anthony, previendo la situación. – Zhetta… repitió algo más alto. - ¡Zhetta! – gritó cuando ya era tarde.
Zhetta había hecho caso omiso a sus adver…daver… llamadas de atención y le había tirado la piedra que cogió del suelo. Marcus había visto todo el proceso y por eso, cuando vio cómo la lanzaba en su dirección, salió corriendo hacia el interior de la tienda.
Sin embargo, no le dio tiempo a entrar y la piedra le impactó directamente en la cabeza, para estupefacción general de todos los allí presentes; quienes gracias a esa acción se dieron cuenta de la llegada de Anthony y Zhetta.
-          Para nuestra próxima pelea recordaré no salir corriendo ni darte la espalda – dijo, boquiabierto al escuchar los quejidos de dolor de Marcus; alegrándose en el fondo de que le hubiera dado pues así también le vengaba en cierto modo a él. Zhetta le correspondió con una sonrisa porque sabía que en fondo tenía envidia de su buena puntería y como sabía que jamás se lo diría, se conformó con eso.
-          ¡Zhetta! – exclamó el hombre más mayor, separándose del grupo y encaminándose hacia ellos. - ¡Zhetta querida! – exclamó abrazándola.
“¿Zhetta querida?” se preguntó confundida. “¿Desde cuán….me está abrazando?” volvió a preguntarse. “¿Por qué?” quiso saber, incapaz de hacer o decir nada que la librara de sus brazos.
-          Tan bella como siempre en tus pantalones– le dijo él, besándole en la mejilla, dejándola de abrazar.
Este último comentario hizo que Zhetta le mirase con la ceja enarcada, incrédula y suspicaz.
“¿Bella?” se preguntó. “¿Desde cuándo me dice bella el alcalde y no me dice que use vestidos como las mujeres normales?” quiso saber. “Algo trama…” pensó.
-          ¿Quién es tu amigo? – preguntó mirando directamente ahora a Anthony con la sonrisa más falsa que éste había visto nunca.
-          Anthony – se limitó a responder.
“El momento ha llegado” pensó Zhetta relamiéndose y con un brillo malicioso en la mirada. Quizá ella por su nombre no podía burlarse de Brave pero sí los hombres más poderosos del pueblo. Hombres con nombres muy normales. Por eso añadió de inmediato:
-          Brave – causando incomprensión y confusión en el alcalde.
Para tremenda desilusión de Zhetta, ninguno tuvo la reacción que ella había esperado. De hecho, no hubo ninguna reacción. Por eso, se enfadó, se cruzó de brazos, hizo un mohín y se quedó callada.
-          Anthony Brave – dijo, poniendo especial énfasis en su segundo nombre mientras lanzaba una mirada de advertencia a Zhetta porque él sí había descubierto sus intenciones con la mención a su segundo nombre – Harper – añadió.
-          Anthony Harper ¿eh? – le preguntó. “¿De qué me suena ese nombre?” se preguntó. – Y dime Anthony, ¿a qué te dedicas? ¿qué has venido a hacer al pueblo? – quiso saber.
Pero Anthony se había quedado mudo e hipnotizado ante la vestimenta y lo que no eran las ropas del hombre.
¿Realmente ese bigote era suyo?  A punto estuvo de tocárselo para cerciorarse de que era real
¡Era inmenso!
Solía quejarse y repetir a su padre hasta la saciedad de que debía recortar su bigote pues al tener forma de media luna le sobresalía por ambos lados de la cara pero… jamás volvería a decirle una sola palabra al respecto.
No después de haber visto el bigote de este señor.
Un bigote rubio (aunque ya con las primeras canas) a la húngara cuyos gruesos extremos estaban retorcidos a propósito en forma de espiral. Sin gruesas patillas que lo acompañaran, por lo que su efecto y posición de punto de fuga se acentuaba.
El hombre que parecía ser ya un personaje curioso solo por los vellos de su cara confirmaba su excentricidad por la manera en que iba vestido: de frac (un frac barato pues la tela de las puntas de la chaqueta estaban muy repasadas y con pequeños agujeros), una chistera con plumas blancas, un monóculo enganchado a la cadena de un reloj de oro (una imitación de oro para ser exactos pues él había requisado millares iguales a ese en las calles de Londres) y sobre todo una banda azul celeste de bordes dorados con incrustaciones de “piedras preciosas” (nuevamente falsas por la manera en la que brillaban, cegando a quien estuviera a su alrededor cuando el sol impactaba sobre ellas). Unas piedras preciosas que, al fijarse bien se dio cuenta que no estaban dispuestas de forma aleatoria sino que formaban la palabra… ¿Alcalde?
“¡Dios mío!” exclamó. “¿Este hombre es el alcalde?” se preguntó tragando saliva para reprimir la risa porque lo que menos inspiraba con esas pintas era respeto.
-          Sí – dijo el más joven del grupo. - ¿A qué te dedicas y qué has venido a hacer a Clun? – preguntó mientras se acercaba a él, mascando una espiga de trigo y caminando de forma muy arqueada descargando el peso sobre las cadera; hueso perfectamente distinguible en la tela del pantalón y de tal forma que las espuelas que llevaba en la parte trasera de su bota resonaran al golpear contra el suelo.
“¿Y este tirillas de dónde sale?” se preguntó mentalmente y riéndose de él. “¿Ha intentado amenazarme?” se preguntó boquiabierto e incapaz de creerlo. “¿Cómo demonios ha dejado que el peluquero el cortase el pelo de semejante manera?” concluyó su ronda de preguntas mentales.
 En realidad el jovencito le daba pena, ya no solo porque al ser el hombre más blanco y más delgado que había visto nunca (lo cual hacía que sus rechonchos mofletes destacaran y fueran su punto de fuga) no inspiraba ningún miedo y sus intentos de amenazas se quedaban en eso, intentos. También era una estúpida tontería que quisiera encararse con él porque le sacaba tres cabezas y hacía otros tres hombres como él con lo que en nada que le tocase estaría en el suelo. Realmente le daba pena porque por la pinta física que tenía, parecía ser el tonto del pueblo del que todo el mundo se reía y aprovechaba. Buena muestra de ello era la manera en que miraba a Zhetta, lleno de resentimiento.
“¿Por qué será que me da que ha tenido algo que ver en cómo tiene la cabeza ahora?” pensó, reprimiendo la risa mientras miraba su corto cabello lleno de calvas. “El alcalde debería ser un buen hombre y cederle su sombrero” concluyó.
-          No vendrás por Louise ¿verdad? – inquirió nuevamente el alcalde.  – porque si es así… - dejó caer. - ¡He dicho que hasta no cumpla los veintiuno no pensará en el matrimonio! – exclamó furioso, levantándole del suelo por las solapas y zarandeándole. - ¡Y solo aceptará nobles! – añadió. - ¡Nobles! – repitió, con un nuevo zarandeo.
-          ¡Eh! ¡eh! ¡eh! ¡eh! ¡eh! – protestó y exclamó Anthony, liberándose del repentino ataque del posesivo alcalde enloquecido. – Yo no estoy aquí por Louise – dijo tranquilo mientras se ordenaba sus ropas con la mano útil. - ¡No conozco a ninguna Louise! – exclamó. – Del pueblo a la única persona que conozco es a mi vecina, que es…Zhetta – dijo, con los dientes apretados al ver cómo no solo no le había defendido o salido en su defensa para ayudarlo sino que estaba muy ocupada, concentrada únicamente en las atenciones que le dedicaba el tendero cotilla de Marcus.
-          Es de su gremio, padre Thadeus – explicó ella sin mirarle, aunque reaccionando al tono de su voz.
A la vez, tanto el padre Thadeus como Anthony repararon uno en la presencia del otro. Esta vez, si Zhetta no le hubiera confesado a qué actividad se dedicaba lo hubiera adivinado sin problemas: el sombrero saturno así lo indicaba además de la sotana; ambos negros.
Un momento ¿padre Thadeus?
¿Zhetta había insinuado que él era…?
¡La madre que la…!
-          Me alegra mucho que estés tan orgulloso de tu fe y que a tu edad hayas decidido hacer de la misma tu trabajo – dijo, con satisfacción.
-          Yo no… - inició.
-          ¿No eres sacrura? – preguntó Zhetta, “interesada ahora en la conversación” pensó Anthony. – Pues lo pareces -  le dijo.
-        -   Sacerdote, Zhetta – le corrigió él. – Se dice sacerdote – repitió.
-          - ¡Jo, jo, jo! – exclamó otro de los hombres del círculo pasándole el brazo por detrás del hombros. – Tu eres de los míos, maestro – añadió feliz.
-          Tampoco soy maestro – respondió negando con la cabeza.
-          ¿No? – preguntó contrariado. - ¿Abogado? ¿médico? ¿contable? ¿político? ¿jardinero? ¿científico? ¿tendero?  ¿marinero? ¿traductor? – quiso saber. – Soy muy bueno en las adivinanzas – le advirtió.
“Y muy pesado también” pensó, con la cabeza saturada de profesiones.
-          No me dedico a ninguna de las profesiones que ha dicho -  respondió Anthony.
-          Entonces ¿qué eres? – exigió saber el alcalde, nuevamente alerta con la cabeza alzada.
-          Sí – dijo el tirillas quitándose la espiga de la boca. - ¿Qué eres?- preguntó con los ojos entrecerrados para intentar intimidarle.
-          Soy… - titubeó. – Uno de los ocho de Bow Street – dijo al fin.
Todos contuvieron el aliento ante la confesión de su profesión. Pero a él sólo le interesaba la reacción de una persona: Zhetta, quien no estaba boquiabierta como el resto de los hombres pero sí que lo miraba con cara de sorpresa y con la mirada llena de admiración y aprobación hacia su trabajo. Lo cual le hinchó el pecho y elevó al cielo su orgullo masculino. Sentimientos que traducidos a gestos se correspondieron con una sonrisa que mostraba su blancos dientes.
-          ¿Cómo dijiste que te llamabas? – preguntó una voz de mujer desde la puerta de la tienda Dormer, rompiendo el silencio y tranquilidad del lugar.
Anthony siguió con los ojos el sonido de esa voz, levantó la cabeza y… se puso rojo.
Rojo de vergüenza ajena.
Estaba claro de quién era la esposa esa mujer.
Y no solo por la cinta azul celeste idéntica a la de su cónyuge con la palabra alcaldesa cosida en ella. También por el atuendo y… ¡Dios! ¡Era la mujer más grande que había visto en su vida! En la cabeza llevaba lo que parecía ser una combinación de un sombrero y un tocado de plumas de avestruz, su pelo era de un rojo fuego que sonaba a falso y además iba excesivamente maquillada en todas las partes de su cara, lo cual en nada favorecía a la triple papada que le colgaba de su cuello. Además, la tela de su vestido violeta; el raso, no era la que más le favorecía a su orondo cuerpo y si encima le añadías que llevaba un corpiño que “intentaba” (de manera infructuosa) reducirle la barriga pero nada que le sujetara los pechos; que le llegaban hasta la altura del ombligo porque era muy bajita.
Por si esto no fuera suficiente llevaba puesto un grueso cordón de "brillantes" porque obviamente no podían ser diamantes debido brillo que reflejaban rematado en un corazón de nácar blanco que descansaba justo por encima de sus pechos y que, inevitablemente provocaba y atraía las miradas justo hacia ese punto de su anatomía femenina
Combinando todos y cada uno de los aspectos de dicho atuendo femenino ...el resultado era explosivo.
Parecía un disfraz.
Uno de los disfraces utilizados por actores y actrices para interpretar al personaje principal de las obras cómicas de Sahakespeare, Sheridan o Goldsmith
En cualquier caso, el atuendo de la señora Biggle era más de lo que Anthony podía soportar.
-          A…A…Anthony Brave Harper – repitió, tartamudeando.
-          Anthony Brave Harper – dijo. – Anthony Brave Harper – repitió en vz baja para sí, intentando recordar dónde había escuchado ese nombre. -¡Oh Dios mío! – exclamó, señalándole. - ¡Anthony Brave Harper! – gritó, como si fuera famoso.

“Un momento, ¿famoso?” se preguntó. “No, no, no, no, no, no” gritó, intentando detenerla. Pero Anthony reaccionó tarde porque para ser alguien de la corpulencia y peso de la alcaldesa, se movía con una agilidad sorprendente
Sus peores sospechas se confirmaron cuando la oyó gritar en el interior de la tienda:
-          ¡Bradley! ¡Trae acá el Chronichle! – exigió. - ¡Tenemos al protagonista entre nosotros! – añadió, dando un chillido tan agudo que tuvo que taparse los oídos con ambas manos.
Anthony cerró los ojos y los apretó, juntando sus rejas con los hombros; imitando exactamente la pose que adoptaba cuando iba a recibir una dolorosa colleja de su padre.
La mujer de violeta cuya tela del vestido era como un papel de regalo entró en el centro mostrando orgullosa un ejemplar atrasado del Chronichle. El periódico más odiado por Anthony pero más leído de todo Londres y también de todo Clun al parecer.
-          En serio, no hace falta que se molesten – dijo el aludido.
Pero todos le ignoraron.
El alcalde leyó el periódico y comenzó a leer:
Damas y caballeros, señoras y señores, señoritas, señoritos y mis muy queridos lector@s:
Es noble, bien posicionado económicamente, atractivo y soltero ¿quién es?
Lo sé, lo sé soy mala.
Con esos datos podría ser cualquiera.
Pero ¿y si os dijera que además es un héroe?
Ahora que lo pienso, gracias a la política de condecoraciones de Prinny tras la guerra con Napoleón tampoco he acotado mucho el campo.
Quizás sí que soy más mala de lo que realmente pienso…
Está bien, y si os dijera que no es un héroe condecorado pero ¿que protagonizó una acción heroica ayer?
Pues que tampoco sabríais a quién me estoy refiriendo.
Gracias a Dios aquí estoy yo para informaros a todos vosotros de los asuntos de más reciente actualidad en Londres.
El “afortunado” no es ni más ni menos que Anthony Brave Harper, el primogénito del marqués de Harper (chicas, un hombre al que hay que tener en cuenta para el futuro mercado matrimonial) y para más señas el jefe de los ocho de Bow Street.
¡Ay! ¿No os parecen tremendamente atractivos los hombres con uniforme de trabajo? A esta columnista desde luego que sí.
Nuestro valiente (nunca mejor dicho) amigo y encargado principal de velar por nuestra seguridad se nos reveló como un héroe ayer ante nuestros ojos cuando recibió un balazo en el hombro por proteger a una mujer y su hijo en una pelea a tiros entre bandas en el Soho.
¿Qué importa que esa mujer fuera prostituta o que ese niño fuera el vástago de uno de los mayores contrabandistas de todo Londres encerrado ya en la Torre?
Lo importante es el hecho.
Y el hecho a reseñar es que este hombre antepuso la seguridad y la vida de esos “inocentes” a la suya propia; lo cual a mis ojos le hace un héroe.
Chico, la cagaste con tu orgulloso intento de dar con Sthealthy Owl pero… con esta acción te has coronado de laurel a mis ojos. Así que, con esta, mi modesta pluma hago un llamamiento público a nuestro regente para que lo heroice cual Hércules, Aquiles, Ulises o cualquiera de tus amigotes pues él SÍ que tiene motivos para serlo.
Tras el disparo fue trasladado por los clientes del local de Miss Naughty a la consulta del médico más cercana (que casualmente es la de su hermano pequeño) en estado grave para que le sacaran la bala.
Lamentablemente, a la publicación de este artículo no se sabe con exactitud el grado de gravedad del paciente pero propongo que recemos para una pronta recuperación y para que en poco tiempo está patrullando por nuestras calles.
Y ya sabéis chicas este hombre estará herido e inútil y seguramente necesitará de una enfermera personal para que le proporcione mimos y cuidados de todo tipo (ya me entendéis) así que ¿a qué estáis esperando para hacer cola frente a la puerta de su casa?
Aunque, con el carácter tan rancio y antipático que tiene, ¡cualquiera sabe cómo podría reaccionar! (…)

Por suerte para Anthony no leyeron el artículo entero.
No hacía falta.
Se lo habían leído tantas veces en su presencia que se lo había aprendido de memoria.
Lo peor de todo fue sin duda que hubo señoritas tan atrevidas y desvergonzadas que llamaron a la puerta de su casa para ofrecer sus servicios.
Fueron rechazadas obviamente.
Hubo muchas personas que no entendieron  cómo dio su vida por personas de “ese tipo” su negativa a la condecoración y al nombramiento de héroe, así como el rechazo a todas y cada una de las mujeres que literalmente se arrojaron a sus pies.
Quizás pareciese un rancio y antipático como decía la tal Christinita pero él tenía sus motivos. Primero, era su trabajo y le encantaba realizarlo. Eran personas que necesitaban protección y él se la dio. ¡Poco le importaban que fueran quienes fuera y tuvieran la profesión que tenían! Lo importante era salvar una vida, aunque luego tuviese que detenerlo y arrestarlos él mismo.
Y en cuanto a las mujeres… Él no quería a nadie por interés.
Quería a alguien que lo quisiera y respetara por cómo era; rancio y desagradable también. Puede que fuera demasiado pedir y por eso había tenido tan poas amantes en su vida pero… él quería lo que sus padres tuvieron en su momento.
A una mujer que supiera ver más allá de su fachada de orden,  buen comportamiento y rectitud y sacase su lado romántico y divertido; pues lo tenía.
Para él, al contrario que para la inmensa mayoría de los hombre el sexo no era solo sexo. Debía ser algo más aparte de dos cuerpos pasando un buen rato. Debía ser una unión y una conexión.
Por eso aún no se había casado
Y probablemente al paso que iba nunca lo estaría.
Se atrevió a mirar al grupo de personas que estaba junto a él y se sorprendió con lo que vio. Todos asentían y sonreían. Incluso le pareció que, por un momento iban a empezar a aplaudirle. ¡Incluso Zhetta!
-          Así que eres el hijo del marqués – dijo el alcalde. - ¡Haberlo dicho antes, héroe! – exclamó antes de abrazarle  y darle tres besos en cada mejilla; hecho que le repugnó bastante. – Soy el alcalde de Clun Lucas Biggle aunque puedes llamarme Luke, héroe – recalcó en un tono de colegueo y familiariedad que no le gustó en absoluto. – Para servirle – dijo haciendo una reverencia quitándose el sombrero y revelando que la zona superior de su cabeza estaba calva y reluciente.
“¡Guau!” exclamó sorprendido. “Tiene más pelo en el bigote que en la cabeza” añadió, incrédulo.
-          Y esta es mi esposa, Colette – dijo, tomándola de la mano y acercándola para que ella también hiciera una reverencia y se quitara el sombrero. Por un momento, un instante fugaz, Anthony también creyó que la esposa estaba tan calva como el marido.
Pero no fue así.
Uno a uno, lo miembros del círculo se fueron presentando sus respetos y admiraciones y aprovecharon para revelarle sus identidades a la vez. De este modo, se enteró que el padre Thadeus no se apellidaba Thadeus sino que Thadeus era su nombre de pila y que Holies era su apellido “Eso sí que es marcar el futuro de tu hijo desde la cuna” pensó con sorna Anthony.
 El maestro; quien tenía una pinta de juerguista empedernido y que le recordaba por ese mismo motivo a su hermano pequeño Edward se llamaba Michael y le propuso celebrar tan heroico acto en una de las tabernas más conocidas del pueblo; el Búfalo al menos en veinte ocasiones en diez minutos de conversación que mantuvieron. “Pesado” pensó mientras rechazaba todas y cada una de las invitaciones.
Al tendero Marcus ya lo conocía y no hacía falta que se le presentara. Además, era el único que le caía mal del grupo. Por haberse burlado de él principalmente. Poco o nada tenía que ver sus continuas atenciones para con Zhetta intentó convencerse.
“Amigo ¿no ves que te está ignorando?” se preguntó a sí mismo como si Marcus pudiera leerle la mente. “Está enfadada contigo” añadió. “Y es normal porque la llamas mierda” se dijo. “No va a ser tan fácil que te perdone porque esta mujer tiene carácter y como tiene carácter lo mejor va a ser que dejes de atosigarla o ponerte pesado con ella sino quieres recibir una nueva pedrada en la cabeza” añadió mentalmente, repentinamente orgulloso de la obstinación de Zhetta y deseando que le tirara otra piedra o lo golpeara para poner distancia entre ambos.
A quien no conocía personalmente pero sí que había oído su nombre gracias a las voces de la señora Colette para que le buscase el periódico era al padre del susodicho gusano. Padre que por cierto se llamaba Bradley, pero todos le llamaban Brad y quien era una copia exacta a su hijo. Por tanto, sus sentidos volvieron a ponerse alerta y se previno a sí mismo de que debía tener cuidado con qué hacía o decía si algún Dormer estaba cerca.
La cuarta persona que se le presentó fue la única que no había abierto la boca en toda la conversación pero que no había perdido detalle de la misma. Se llamaba Taylor, era médico y para sorpresa mayúscula de Anthony, era el único que no era oriundo de Clun sino que había nacido y se había criado en Londres, como él.
Al contrario que los Dormer este hombre se había ganado sus simpatías y solo por sus vínculos en común, que también. Sino porque casi llevaba un mes en el pueblo y no se había revisado la herida en el hombro y, aunque seguía al pie de la letra las indicaciones que su hermano le ordenó en su momento (sobre todo porque él era el más interesado en recuperarse) quería conocer la opinión de un experto al respecto.
De hecho, su hombro fue el primer tema que trató al hablar con él, lo cual le alegró y concertaron una cita pero, sabiendo que muchas de las plantas y remedios que Henry le había indicado tardarían en llegar a su consulta le recomendó algunas para sustituirlas temporalmente. Toda la conversación escuchada y vista bajo la atenta mirada de una Zhetta que miraba completamente embobada al doctor.
Un doctor que era maduro, moreno, conservaba gran parte de su pelo y que tenía ese tono en la voz grave que a las mujeres le parecía tremendamente seductor.
“¿Zhetta es de esas mujeres?” se preguntó. “¿O solo le gusta porque es capaz de pronunciar palabras de más de seis sílabas sin problemas?” añadió, curioso.
Decidido a averiguarlo comenzó a interrogarlo sutilmente para conseguir la información que quería. ¡Y vaya si lo consiguió!
Gracias a sus preguntas en apariencia inofensivas había descubierto que era un médico obseso del trabajo en Londres al que un día atacaron y golpearon tal paliza que a punto estuvo de morir y que mientras se recuperaba se hizo una serie de preguntas que fue imposible de responder y se dio cuenta de lo vacía que había estado su vida al haber estado tan concentrado en un único aspecto de su vida y dejando de lado los demás, los cuales eran igual de importantes. Además, también fue consciente del poco número de amigos que hubieran ido a llorarle a su funeral y la nula presencia familiar en el mismo.
Por eso,  un día guardó todas sus cosas importantes en unos baúles, alquiló un carruaje y decidió que se instalaría y empezaría de cero su vida en el lugar donde sus caballos se detuvieran. Y si se paraban en medio del campo pues sería en el pueblo más cercano. El lugar donde se detuvieron fue en Clun y ya iba a hacer ocho años desde que llegó aquella fría mañana de invierno.
Anthony no entendió algunas de las reflexiones vitales del doctor puesto que él era un obseso del trabajo con pocos amigos y era capaz de vivir y soportar una existencia de ese tipo perfectamente pero lo respetaba, al igual que el médico respetaba su modo de vida. Hecho por lo cual le caía aún más simpático.
Lo que ya no le resultaba tan simpático era que estuviese soltero, la manera en que miró a Zhetta durante toda su explicación, la forma en que ella le miraba a su vez y sobre todo, cómo enrojeció ¡enrojeció! Cuando este pronunció la enigmática frase de “Al fin y al cabo hay cosas más importantes en la vida”
¿Cosas importantes?
¿Qué cosas importantes?
¿Zhetta era esa cosa importante suya?
Anthony tenía la más firme intención de continuar con esta conversación y este interlocutor en particular, especialmente ahora que la charla se había puesto interesante. No obstante, debía ser un buen invitado y dejarse agasajar por todos y cada uno de los anfitriones y ya tocaba pasar al siguiente. Por eso, con un gesto imperceptible para el resto quedaron en continuar charlando más tarde.
El último de sus anfitriones resultó ser el tirillas. Un hombre escuálido cuyo saludo no consistió en acercarse a él apretarle la mano o abrazarle. Sí que se acercó pero con los ojos llorosos, lo cual hizo que, instintivamente retrocediese dando un paso atrás.
-          ¡Es usted! – dijo, señalándole y hablando como si estuviera siendo testigo de una aparición divina. - ¡Es usted! – exclamaba a medida que se iba acercando a él.
Cuando parecía que iba a arrojarse a sus brazos, se tiró al suelo, se puso de rodillas y comenzó a alabarle mientras entonaba la siguiente cantinela:
-          No soy digno, no soy digno, no soy digno, no soy digno –
-          Levántate – le dijo entre dientes.
Pero le hizo caso omiso y continuó alabándole:
-          No soy digno, no soy digno, no soy digno –
-          He dicho que te levantes – le repitió esta vez más alto.
-          No soy digno, no soy digno, no soy digno – dijo una tercera vez.
A la tercera vez paró, sobre todo porque Anthony se había agachado y se había colocado justo delante de él, impidiendo por tanto que se agachara o que se levantara.
-          Levántate – volvió a ordenarle de forma firme con la paciencia agotada.
-          Si le toco el hombro ¿podré curarme de las heridas del codo? – le preguntó. Anthony le miró con furia asesina. - ¿Puedo tocárselo? - - volvió a preguntar temeroso acercando poco a poco la mano.
-          ¡No! – gritó Anthony junto a su cara, asustándole de tal manera que el tirillas cayó de culo.
-          ¿Quién demonios es este idiota? – le preguntó al resto de hombres ya de pie y enfadado.
Imitando una pose chulesca, el tirillas se puso en pie lentamente y sacando la pistola que llevaba y agarrando el cinturón de su pantalón dijo:
-          Soy Rick Gunn – El encargado del orden y la seguridad de Clun – explicó antes de abalanzarse sobre él y abrazarle con todas sus fuerzas mientras le besaba y le gritaba - ¡Y su mayor seguidor en todo el mundo! –
-          ¡Quita! – exclamó, forcejeando y evitando que le abrazara. - ¡Quita! – repitió. - ¡Que quites joder! – exclamó, deshaciéndose de él por fin y lanzándole al suelo.
-          ¿En serio este es el encargado del orden?- preguntó señalándole con la mano. – Estoy de acuerdo de que Clun es un lugar tranquilo, casi muerto podríamos decir sin miedo a equivocarnos pero… ¿le tenéis quedar ese puesto al idiota de Rick Gunn? – preguntó, furioso mirándole.
-          ¡Se sabe mi nombre! – exclamó feliz, agitando las manos y a punto de llorar de felicidad. –Jefe – añadió, señalándole con el dedo. – Eso me ha llegado – dijo golpeándose el pecho tan fuerte a la altura del corazón que éste retumbó.
-          No soy tu jefe - dijo, siseando.
-          Claro que no, usted es más que mi jefe, es… ¡mi modelo a seguir! ¡mi meta en la vida! es… ¡mi héroe! – exclamó en un tono muy similar al de una quinceañera enamorada. Lo cual le dio realmente miedo. - ¡Tengo las paredes de mi despacho empapeladas con ese artículo! – le explicó. – Porque yo quiero ser como usted jefe – dijo, golpeándole el brazo vendado.
-          No me toques –dijo entre dientes – Y no soy tu jefe – añadió.
-          ¡Ya verá! –exclamó, poniendo distancia entre ello. - ¡Mire lo bueno que soy disparando con la pistola jefe! – exclamó, comportándose y pavoneándose como un chiquillo delante de una persona mayor.
-          Rick, guarda el arma mejor por favor – le pidió.
-          Como usted diga jefe – dijo, feliz, guardándosela en la funda.
-          Yo no soy tu…-
¡PUM!
La pistola se disparó, abrió un pequeño agujero en el suelo y sobresaltó todo el mundo, dando un respingo general.
-          Lo siento jefe – se disculpó con una sonrisa que lo hacía parecer aún más estúpido.
-          ¿Ve a lo que me refiero? – le preguntó directamente al alcalde con un tono de voz ligeramente más agudo que el que él utilizaba habitualmente para recalcárselo mejor aunque pareciera un sabihondo y un pedante. – Obviamente, este hombre no está capacitado para el puesto que ocupa – añadió. – Tienen suerte de que en Clun nunca pase nada porque sino, no sé cómo se las apañarían para resolver el caso – les recriminó. – Zhetta, nos vamos – añadió, como una orden.
-          ¿Se va? –preguntó horrorizada la señora Colette Biggle llevándose la mano a la boca. - ¿No va a quedarse a comer con nosotros?-le preguntó.
-          ¿Zhetta también está invitada? – quiso saber.
-          No, pero…  - dijo ella.
-          Entonces yo tampoco – le interrumpió Anthony. – Vine con ella y con ella me voy – explicó. –Nosotros lo hacemos todo juntos. Es lo que tiene ser vecinos – añadió, mirando directamente al médico ,lanzándole miradas disuasorias y con el que de repente ya no tenía ganas de hablar.
-          Todo no jefe – dijo Rick posando la mano sobre su hombro. – Ella ya tiene otro plan – añadió, señalándole con la pistola el camino que debía seguir para ver…
Para ver cómo Zhetta y Marcus se acercaban nuevamente hacia ellos (¿cuándo habían desaparecido?) haciendo tonterías, compartiendo risas y vasos de zarzaparrilla.
Nunca había sido capaz de entender el comportamiento humano. Sobre todo en lo referente a los sentimientos, la opinión y los cambios repentinos de actitud donde las mujeres eran las reinas. Había creído que Zhetta en este punto era diferente debido al carácter que había mostrado en sus anteriores encontronazos pero estaba visto que no. Se había revelado como una mujer más justo en el peor momento posible.
Pues muy bien, que se divirtiera con su “querido” Marcus.
Él también buscaría su propia diversión.
En la quietud y soledad de su hogar
Se deshizo de forma brusca del brazo de Rick y anunció:
-          Me marcho –antes de echar a andar.
-          Pero jefe – dijo Rick apareciendo otra vez junto a él. – No había dicho usted que… - añadió confuso.
-          He dicho que me marcho – le interrumpió cortante.
Y antes de que Rick intentara seguirle nuevamente añadió cono tono glacial:
-          Solo -.

4 comentarios:

  1. una cosa thon q fijacion me tienes con los tomates chato q estan muy ricos leñe y si quieres q te tiren tomates vente en agosto a la tomatina en buñol xD y bueno en general el capi LO Q ME HE PODIDO REIR CON LOS PERSONAJAZOS Q VIVEN EN EL PUEBLO SE ME SALTAN LAS LAGRIMAS AUN Y BUENO EL MOMENTAZO TOBBY VEN AQUI DEL CONEJO ATACANDOLO OTRA VEZ ME MEO CON EL CONEJO VIVA EL CONEJO DE ZHETTA JAJAJAJAJ ES EL MEJOR DEL LIBRO XD Y BUENO DE LOS PERSONAJAZOS DEL PUEBLO ME QUEDO CON EL POLI BOBO DEL PUEBLO ES UNICO JAJA ME PARTO CON EL y bueno thon me sorprende muchisimo tu lado romantico vaaya y q te preocupes x zhetta ummm ai empieza a haber algo chato si lo huelo xD lo huelo ummm cuando la empieces a ver con ojos de cordero degollado no me lo quiero ni imaginar chato ni imaginar y bueno en lineas generales siéntete orgullosa de lo q has escrito xq esta genial no me he reido mas xq no xq no jaja y THON A VER CHATO COMO SE NOTA Q ERES DE CIUDAD Y TE HACE UNA BUENA FALTA DESCIVILIZARTE Y VER MUNDO CAMPESTRE XQ ERES MU INOCENTON HE DICHO thon lo reitero me vas a hacer pasar muy buenos ratos siiii =)

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  2. Vaya! parece que se ha puesto un poquitin celoso Anthony ¿eh?
    y que personajes mas curiosos y originales los del pueblo jajajaja

    Estoy deseando ver como sigue... que va a hacer Zhetta pera vengarse? y de quien?

    Esperando....jejeje

    Un beso

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  3. Discrepo!! "la mujer con la que no dejaba de meter la pata continuamente pareciendo un engreído estúpido" ES un engreido estupido XD y eso que yo tenia otra opinion de el por tus anteriores libros... muy mal thon!! Jajaja Le tiene miedo a Roger Rabit!! Me encanta!! Oye... Thon tiene ideas muy raras, creo que las vaciones le afectan eh? Deberia salir mas! Eso de lo de los cristales tintados... Su madre no era negra, pero Thon es GILIPOLLAS rematado tia!!!
    Jajajajaj que peligro tiene esta mujer!! Me recuerda a la hija de Paco Martinez Soria XD jajaja Madre de dios, que fauna!!
    Uyyy.... que Zhetta quiere jugar a los medicos... jajaja y a Thon no le hace ninguna gracia! Jajajaja falta que le diga eso de... Soy fan, fan. Fan de poster!!XDXDXD Pues... vaya dos contrincantes tiene....

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    1. jessy killer no seas tan brusca con thon el pobre esta falto de vida campestre esta falto de pasar unos buenos ratos con esta fauna como tu tan bn describes FAUNA jajajajajajajajajajajaja y el conejo hasta la fecha es el mejor del libro junto con el tendero y el poli bobo quitando eso si a la pareja de la hª jajajaja a thon ahora poniendome seria (xD) yo me lo llevaba conmigo unos dias al campo y lo descivilizaba ;) vaaaaya q si lo descivilizaba xD he dicho xD pd haaaaaaaarta de estudiar me hallo haaaaaaaaaartaaaaaaa xD

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