martes, 5 de febrero de 2013

Me robaste el corazón Capítulo 7 Conociendo a los Biggle


Anthony Harper era un hombre de extremos, no de términos medios.
De extremos.
Para él todo era blanco o todo era negro, eras bueno o malo, le caías simpático o le eras antipático para siempre. Nada de término medio.
Una persona no podía ser medio buena o medio agradable, al igual que tampoco podía estar medio embarazada o medio muerta. Aunque bueno, su último ejemplo no era él mejor escogido especialmente, ya que una persona sí podía estar medio muerta aunque no para siempre.
Aplicando este criterio a las categorías de días, para Anthony existían dos clases de días: los días solo podían ser agradables u horribles.
Pues bien, el día siguiente de su intento frustrado y fracasado de buen anfitrión con los lugareños de Clun era un día horrible.
En consecuencia, se levantó de mal humor.
Sin embargo, su estado de ánimo no tenía nada que ver en esta ocasión por la hora a la que se había despertado, ya que no había vuelto a levantarse. Hecho que no había sucedido (lo cual le supuso un gran alivio, pues había llegado a tal estado de paranoia que creyó que eso iba a convertirse en una costumbre) Al contrario, se había levantado incluso algo más temprano de lo que acostumbraba normalmente.
Por este motivo, y dado que lo único que le ayudaba a aplacar su mal humor en esos días  (además de que necesitaba despejarse) decidió que lo que más le convenían a él y a su aturullada mente era un paseo matutino bajo el frío y las bajas temperaturas que dicha estación del año ofrecía.
No obstante, si lo que buscaba era olvidar y despejarse con ese paseo, erró totalmente porque dos eran las palabras que se le repetían una y otra vez a cada paso que daba; como si se las susurrasen dos personas distintas.
Estas palabras eran incredulidad y estupidez.
Y por si le quedaban o surgían dudas acerca de qué podían significar y por qué venían hoy precisamente a cuento, su cerebro, cual diccionario enciclopédico a imitación de Penélope Storm le proporcionó los significados de las mismas
-          Incredulidad: Repugnancia o dificultad en creer algo.
-          Estupidez: Torpeza notable en comprender las cosas. Dicho o hecho propio de un estúpido.
“Tampoco hubiera estado mal la adición de un dibujo de tu rostro junto a la segunda palabra” se dijo, mordaz, aunque hizo caso omiso de su último pensamiento.
Sobre todo y especialmente porque no fue su voz la que se lo dijo, sino que imaginó a Zhetta Caerphilly diciéndoselo de esa manera.
Zhetta.
Y su mal humor regresó de nuevo.
No solo le bastaba soñar con ella, sino que encima se adueñaba de sus pensamientos
En realidad no había soñado con ella al uso, solo había recordado el vestido que llevaba y que tan buena impresión le había causado. Ese era uno de los motivos por los que la palabra incredulidad se le repetía continuamente; ya que él no solía obsesionarse con ninguna mujer hasta el punto de que ésta se le metiera en la cabeza.
El otro motivo junto a la segunda palabra era más obvio y venía motivado por la acción impulsiva y sin pensar que realizó ayer. Precisamente por su impulsividad era su carácter doblemente estúpido ya que él NUNCA JAMÁS hacía cosas sin pararse a pensar antes muy bien en los pro y los contras que dicha acción podía provocar.
O eso había creído  hasta el momento en que Zhetta presionó y presionó y hurgó y hurgó en los lugares adecuados y él cedió, aceptando tal locura.
Todo era culpa de ella.
Y solo había una solución a este problema dado que no podía renunciar a dicho trabajo; pues su hombría y credibilidad se verían notablemente afectadas al haberlo asegurado delante de tantos testigos.
En realidad la solución era bastante simple; si no quería volver a verse envuelto en situaciones disparatadas y embarazosas en las que él no había participado de forma activa lo único que tenía que hacer era alejarse lo más posible de ella. Algo un tanto difícil dado que era su vecina más cercana.
Aunque por otra parte…tampoco lo era tanto, dado que solo debía evitar volver a espiarla con el catalejo y, cuando no le quedara más remedio que ir al pueblo (otro de sus dominios) utilizaría calles poco transitadas. Seguro que con estas fantásticas soluciones, el resto de su prolongadamente forzosa estancia en Clun sería mucho más apacible.
“Seguro” repitió mentalmente mientras emprendía el camino de regreso a casa.
Justo en ese momento, ordenó a su cerebro que borrase la imagen mental de Zhetta pronunciando las palabras incredulidad y  estupidez, pues para empezar Zhetta jamás sería capaz de pronunciarlas correctamente porque tenían más de tres sílabas. Y ese, para su buena fortuna y descanso mental, era su límite.
Aparentemente, el plan de Anthony estaba muy bien estructurado y sin un solo fallo teórico. Pero teoría y práctica suelen ir por caminos diferentes y, para su desgracia se encontró con Zhetta en el pueblo antes de haber encontrado la paz mental y la serenidad totales.
A ciencia cierta no sabía de dónde había salido o de dónde venía (lo cual le picó bastante la curiosidad) pero desde luego no eran ni la tienda de los Dormer ni la iglesia o la consulta del médico; lugares situados unos muy cerca de los otros y más o menos céntricos en el  pueblo.
Ella iba distraída hablando consigo misma; dando la sensación de que estaba recitándose un discurso y él tampoco estaba prestando mucha atención a lo que sucedía a su alrededor así que el choque… fue inevitable.
Ambos dieron un respingo por el encontronazo y se mantuvieron en silencio durante un momento.
Momento durante el cual a Anthony le dio tiempo a mirar de forma pormenorizada a esa mujer, asintiendo con satisfacción al descubrir que de nuevo había vuelto a utilizar sus sorprendentemente consentidas por el pueblo en general ropas masculinas y que el hecho de llevar vestidos no se había convertido en una costumbre.
Realmente quiso preguntarle de dónde venía y, a punto estuvo de ceder a la tentación de hacerlo pero acto seguido, recordó cuál era la tónica que se había autoimpuesto en cuanto su actitud para con ella y actuó en consecuencia.
La miró con desprecio por encima del hombro e, imitando la actitud soberbia de un noble elitista que no soportaba a cualquier otra persona que no acreditase la pureza y nobleza de su sangre al menos de tres generaciones atrás, le hizo un desplante y caminó ignorándola deliberadamente; ante la incredulidad e incapacidad de actuación de la segunda persona participante en la situación.


Ya había tenido su día malo.
Por tanto, en contrapartida debía tener su día bueno.
Día bueno que se produjo justo dos días después; que comenzó con un brillante sol y unas temperaturas agradables no correspondientes con los primeros días de marzo en los que se encontraban.
Nuevamente, y como sucedió con su némesis, dos eran las palabras de más de tres sílabas que se le repetían continuamente en la cabeza. En esta ocasión eran: emprendedor y optimismo.
Y al igual que sucedió con las palabras de antesdeayer, la parte enciclopédica de su cerebro le proporcionó el significado de las mismas:
-          Emprendedor: Persona que emprende con resolución acciones dificultosas o azarosas.
-          Optimismo: Propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto de forma más favorable.
Además,  también reaccionó y se dio cuenta de que la cuenta atrás había comenzado,
Cuenta atrás temporal para la resolución del caso.
A este respecto, si su mente hubiera querido añadir la palabra resolución al resto de palabras descriptivas del día, tampoco nada hubiera sucedido porque resolución significaba entre otras cosas ánimo, valor o arresto; actividad, prontitud, viveza y cosa que se decide.
En otras palabras, había decidido resolver el caso. Su actitud del otro día respondía a la testarudez y a sentirse superado por los acontecimientos, demasiado seguidos para él.
Pero viéndolo ahora desde otra perspectiva, reflexionándolo y pensándolo con madurez, objetividad y raciocinio. ¿Por qué no?
Iba a ser un caso fácil de resolver y además ¿no se había repetido hasta la saciedad que estaba aburrido de no hacer nada y de que en absoluto le gustaban las vacaciones?
Esta ocasión le brindaba poner punto y final a su hastío, dejadez e inmovilidad y le permitía entrar de nuevo en acción. Además de que era un robo; con todo lo que eso significaba e implicaba para él.
Al mencionar la palabra robo en su presencia (por eso no se pronunciaba nunca en las reuniones familiares de los Harper) inmediatamente un nombre acudía a su mente. O mejor dicho, un nombre no, un pseudónimo: Sthealthy Owl, el búho cauteloso.
Hasta ahora el único caso que había sido incapaz de resolver y que por este motivo era la única mancha en la carrera e historial en los ocho de Bow Street.
Por este motivo, tomaría la resolución de este robo como una manera de expiar sus faltas y redimirse con lo sucedido en Londres. Salvando las diferencias, obviamente: Londres no era como Clun y Sthaelthy Owl no era el ladrón misterioso del collar de la alcaldesa y viceversa. Motivos por los cuales en menos de un mes, todo estaría resuelto y él recuperaría consigo mismo el honor perdido.
Lo primero que debía hacer a la hora de planificar la estrategia (y que era lo que siempre hacía) era planificar su estrategia y trazar un plan paso por paso.
Y el primer paso en este caso era conocer a los afectados.
Afectados que no eran otros que los Biggle; el señor alcalde y su cónyuge, Colette Biggle. 
Hacia su casa con paso firme fue adonde se dirigió esa tarde con la lista de preguntas que les iba a realizar. Lo que no esperaba y no vio venir por ninguna parte fue que esa visita concluiría con una ineludible e imposible de negar invitación a cenar; con todo lo que ello significaba.
Tenía la corazonada de que los Biggle no eran una familia al uso.
Su instinto no le falló al respecto.
Ya no solo por la manera ostentosa en que vestían, que también. Sino por el carácter de cada uno de los miembros de ese matrimonio, especialmente de la señora Biggle; muy quisquillosa, chillona, histriónica y marimandona.
“Se nota quien tiene el carácter fuerte en esta relación” pensaba mientras esperaba en silencio a que les sirvieran el primer plato de la cena.
Una espera que no hacía más que confirmar la rareza de la familia. Porque el hecho de que estuvieran esperando al primer plato (el cual parecía ser sopa por el olor que se desprendía de la cocina) no quería decir que no hubiera ya comida sobre la mesa en diferentes platos y recipientes contenedores, provocando que se despertara el apetito de los futuros comensales.
Para distraerse del olor, Anthony continúo su ronda de preguntas sobre el pueblo y sus habitantes. No obstante, el olor desprendido daba la sensación y le estaba despertando tal apetito que encaminó de manera inevitable su ronda de preguntas hacia lo culinario. Esperando con suerte que quizás si sabía los ingredientes que componían cada uno de los platos, alguno de ellos le resultaría tan desagradable que perdería en parte y momentáneamente el hambre a la espera de la sopa.
Así se enteró de que la inmensa mayoría de los platos que había sobre la mesa tenían origen galés y que el ingrediente fundamental en casi todos era el cordero. Había: cawl (estofado de cordero y puerro), berberechos, faggotts (albóndigas de hígado de cordero o cerdo, cebolla y cereal), bara brith (pan dulces se hace con pasas) y salchichas de Glamorgan (queso, huevo y pan rallado en forma de salchicha).
Y quesos. Muchos quesos, por supuesto.
Pero de entre todos lo que había encima de la mesa había uno especialmente tentador a sus ojos; ya no solo porque era el que estaba justo delante de él y por tanto, a la alcance de la mano sino porque el olor y el color blanquecino del mismo, lo que le hacía destacar por encima del resto de amarillentos quesos.
Dicho queso provocó que centrara su atención en la joven Louise Biggle; tan aburrida y hambrienta como él al parecer. No obstante, fue la única que le cayó bien al instante de dicha familia. Sobre todo desde el momento en que vio cómo con un rápido movimientos de las manos agarró un pedazo de queso y se lo llevó a la boca, saboreando cada uno de los mordiscos que estaba dando.
Ese pequeño acto de rebeldía y desobediencia que en otro tiempo le hubiera desagradado enormemente hoy lo pasó por alto (nuevo síntoma de que era uno de sus días buenos). ¿El motivo?
Porque con esa acción había abierto la veda para él.
Si los Biggle habían visto cómo su hija comía queso delante suya sin ninguna impunidad y no habían hecho ningún comentario al respecto, mucho menos iban a atreverse a reprenderle a él, un simple invitado.
Acercó los dedos de su mano útil imitando los movimientos de una araña hasta el plató; cogió un trozo de queso con los dedos cual pinzas de marisco y cual lengua de lagarto se lo llevó a la boca; rumiándolo como una vaca comiendo hierba.
No obstante, no debió ser ni lo suficiente rápido ni demasiado discreto con esta acción pues cuando terminó de tragar la señora Biggle le preguntó.
-          ¿Le gusta? –
-          ¿Cómo? – le preguntó él a su vez, intentando disimular la vergüenza que estaba pasando en ese momento mientras rezaba porque no se le subieran los colores.
-          El queso – respondió la señora Biggle. - ¿Le gusta? – preguntó de nuevo.
-          Eh… sí – dijo, cogiendo otro pedazo esta vez sin ningún tipo de disimulo.
Y era cierto, le gustó mucho.
De hecho, había sido el único descubrimiento productivo del día ya que ninguna de las preguntas que les hizo a los alcaldes le resultó de provecho; porque no tenían ninguna sospecha del motivo que podía haberle llevado a robarles ni sabían si caían mal a algunos de los habitantes.
Y si les caían mal no iban a darle la oportunidad de que se lo comentase ya que, palabras textuales de la alcaldesa a gritos: “¡Si les caemos mal, los echas! ¡Échalos!”
Su consuelo fue la comida; el queso en este caso.
Un delicioso queso duro y de sabor suave pero que al final del saboreo tenía un regusto agrio que resultaba agradable. Y en sus caso además, muy adictivo. Pues tras el segundo trozo llegó el tercero y tras el tercero el cuarto y así sucesivamente hasta que…se había comido las tres cuartas partes del queso.
Avergonzado hasta el extremo por su apetito voraz cogió un último trozo hasta que sirvieran la sopa y con él en la boca le preguntó a la alcaldesa qué tipo de queso era ya que mañana sin falta iría a primera hora a la tienda Dormer a comprarse el más grande que tuvieran.
-          Caerphilly – respondió ella.
Y Anthony se atragantó, comenzando a toser sin parar hasta que se bebió un vaso de agua que le ayudó a terminar de tragárselo.
Caerphilly.
¡Caerphilly!
Como el apellido de Zhetta.
Zhetta Caerphilly.
¿Es que ni siquiera mientras estuviera trabajando iba a poder olvidarse de ella?
¿No bastaba ya con espiarla a través de la ventana y soñar con ella por las noches?
Al parecer no.
Porque como si se hubiera dado por aludida al escuchar la mención de su apellido, Zhetta Caerphilly apareció en la puerta.
Una Zhetta que saludó y deseó las buenas noches a todos los presentes con una sonrisa en el rostro, hasta que vio quién estaba sentado a la mesa con los Biggler: ni más ni menos que Anthony Harper, el investive marqués.
En ese momento, su rostro adquirió un gesto serio y Anthony pudo advertir un brillo malicioso en su mirada que le hizo tragar saliva.
-          ¡Zhetta! – exclamó la señora Biggler. - ¿Qué… qué haces aquí? – preguntó.
-          Vengo a traerle lo que me encargó – anunció. – Las… cintas y los huevos de gallina – explicó, utilizando los nombre en clave para el té y el whisky de Gales. – De primera calidad – añadió, queriendo decir en realidad con esta frase que también había conseguido un par de puros habanos para el alcalde.
-          ¡Querida! – dijo, poniéndose en pie el alcalde. – No tenías que haberte molestado… - añadió.  – Y menos después de lo cansada que has debido estar… - le hizo saber.
-          No es ninguna molestia señor Biggle – respondió ella. - Ya sabe que me gusta tener todo al día – añadió, nuevamente utilizando en clave y preguntándole de forma silenciosa cómo le iba a pagar estando quien estaba delante.
-          ¡Quédate a cenar con nosotros! – sugirió la señora Biggle, provocando que Louise saliera de su estado apático y aplaudiera de forma fervorosa como si hubiera visto la mejor obra de teatro de todos los tiempos.
-          No… - dijo Zhetta negando con la cabeza. – No quiero molestar… - añadió.
-          Insisto querida – dijo el señor Biggle antes los asentimientos de Louise.
-          Pero es que ya tienen a alguien cenando con vosotros… - explicó Zhetta.
-          ¡Bobadas! – exclamó vehemente la señora Biggle. – Donde comen cuatro comen cinco y además has llegado justo en el momento oportuno porque vamos a comer el cawl cennin – explicó.
Zhetta se mordió el labio mientras notaba como todos la miraban con atención. Dudaba acerca de si quedarse o no. Y la razón estaba ahí sentada mirándola también con más interés del que debería.
Sí.
La razón por la que no quería quedarse era el investive marqués.
O mejor dicho el compor…compro… la actitud del marqués del otro día; el del desplante.
¿Quién se creía?
¿Tanto le ofendió su comen… cemon… lo que le dijo sobre que había visto cuerpos mejores? ¿Quién entendía a los hombres?
Luego decían que eran las mujeres las que estaban obsesio… bosesio…bisesio… las que no dejaban de pensar en su cuerpo… Primero, lo del torso de Anthony y luego la broma que le gastó a Marcus diciendo que se le estaba cayendo el pelo… y los dos enfa…nefa… molestos con ella.
¡Hombres!
Además, ¡si lo de Anthony era mentira!
No la parte de que había visto torsos de hombre. Esa era verdad, Pero estaba rodeada de hombres a todas horas… ¿cómo no iba a ver cuerpos desnudos? Ella mintió en lo de que los había visto mejores. No. El suyo sin duda era el mejor de todos.
¿Quién hubiera pensado que tras esa fachada y esas ropas de ciudad se escon…secon…socen… hubiera un cuerpo como ese?
Ella desde luego no.
Claro que ella tampoco tenía pensa…panse… tenía imagina…amigani… fantasías de ese tipo con hombres.
Al menos no con ninguno del pueblo. Solo con Anthony Harper.
Quizás por eso dijo lo que dijo.
Para que no se le notara…
Además, no quería quedarse a cenar porque ya había cenado.
No una cena opí…pió… ¿Cómo era? ¡Ovípara! pero igual de delic….dilec… de buena: un crempog (panquenque de mantequilla) muy crujiente…Solo de recorda…rocer… parecía que lo estaba viendo otra vez y casi comienza a babear. Por otra parte esperaba llegar a casa para comerse el postre: un melocotón.
Sí. Melocotón.
La única palabra de más de tres sílabas junto a gilipollas que era capaz de pronunciar sin dificultad.
Un melocotón tan jugoso que se pusiese perdida de jugo…
Casi vuelve a salivar allí mismo al recordar la última vez que se comió uno.
Pero luego se acordó de que estaba enfadada con Anthony y que por tanto nece…cene… debía vengarse de él y devol…dovel.. tornarle el desplante.
¡Qué mejor ocasión que con público delante!
Sonrió a los alcaldes antes de decir:
-          ¿Sabe qué? – les preguntó. – Me quedo – añadió, antes de dejarse guiar hasta su asiento.
Un asiento que casualmente estaba situado justo al lado del de Anthony. ¡Qué coincidencia!
Anthony creyó que se sentaría directamente, pero para su sorpresa le hizo una pequeña reverencia a Louise, manifestando con ella su condición de invitada, se sentó de forma correcta y educada; cual señorita de sociedad. Desdobló la servilleta de forma cuidadosa y perfecta, no agitándola como había esperado antes de depositarla completamente extendida sobre sus muslos y colocó en perfecto orden los cubiertos y copas que iba a utilizar.
Zhetta sabía algo de protocolo.
¡Vaya! ¿Quién lo hubiera pensado con esas pintas?
Las de hoy no eran precisamente las peores con las que la había visto (esas eran las del primer día) pero aún así le iba bastante a la zaga... Llevaba un mono marrón clarito con una oquedad a la altura de sus rodillas, una camisa de franela roja; sucia en algunas partes, sus sempiternas botas de piel  y la trenza deshecha casi completamente. Además de que tenía la nariz tiznada de negro.
Hubiera pensado que se trataba de una encerrona para que ambos cenaran juntos si no hubiera comprobado por sí mismo la cara de absoluto desagrado que esta mostró al descubrirlo allí. Claro que, si se trataba de una encerrona ella tampoco debería haberlo sabido para que ésta tuviera éxito, añadió.
No obstante, la idea de la encerrona la descartó cuando observó la cara de absoluto desagrado en el mayordomo. Un mayordomo que parecía que había aprendido a realizar malabares circenses debido a la manera en la que traía los cuatro tazones de sopa humeantes repartidos por ambos brazos. Mismo mayordomo al que se le destruyó tan útil estrategia al comprobar la presencia de Zhetta allí. Eran cinco y no tenía suficiente espacio entre sus brazos para un nuevo tazón. Y por tanto, tuvo que dar un nuevo viaje a la cocina para atender a Zhetta.
El cawl cennin olía de maravilla y humeaba bastante también. Síntoma inequívoco de que estaba recién hecho. Por tanto, iban a tener que mantener algún tipo de conversación mientras removían y esperaban a que se enfriase lo suficiente como para no escaldarse con ella. El problema es que Anthony ya había tocado todos los temas de los que quería hablar y él no tenía ninguna capacidad de improvisación al respecto para ello.
Para su suerte, Zhetta acudió a su rescate.
-          ¿Y bien milord? ¿Cómo van sus inves…nevis… preguntas? – le preguntó de forma aparentemente inocente, aunque de inocente no tenían nada por la expresión de satisfacción de su rostro. - ¿Ya sabes quién es el ladrón? – quiso saber, con una gran sonrisa falsa pues sabía tan bien como él que acababa de comenzar las investigaciones.
-          No Zhetta – respondió él siseante. – Apenas he comenzado, aunque tengo una ligera idea de quién podría ser por la información que los alcaldes me han proporcionado – mintió. – Así que en un mes lo habré resuelto – anunció. – O puede incluso que en menos. Parece tan fácil… - dejó caer.
-          Brindo por eso – mintió ella, dando un trago a su copa con agua.
“Sigue creyendo que somos tontos y cazurros” pensó enfadada. “No puede ser más idiota” añadió, con unas ganas repentinas de marcharse de allí y no estar a su lado.
Eran tan grandes que, cuando le plantaron su correspondiente tazón humeante de sopa, se le olvidó que estaba recién hecho y se metió de golpe dos cucharadas seguidas. De las cuales se arrepintió inmediatamente porque con la primera se quemó la lengua y por tanto, sabía que había perdido la capacidad de degustar alimentos durante varios días seguidos “Adiós melocotones” pensó con lástima. Y con la segunda realmente llego a creer que echaría humo por las orejas de tan calientes como estaba.
“Por fortuna” no echó humo por las orejas. Lo único que le ocurrió es que su temperatura corporal subió quince grados de golpe, que se pusiera roja como un tomate del calor que emanaba de su cuerpo y que bebiese casi cinco copas de aguas seguidas sin respirar. Pero no debía detenerse ahora. Cuanto antes se la terminara, antes podría irse de allí. Esas eran las palabras de ánimo que se repetía una y otra vez. Pero el querer marcharse cuanto antes no significaba que tuviese que abrasarse por dentro, así que redujo el ritmo de sus cucharadas y en vez de metérselas de una sola vez en la boca comenzó a sorberlas de forma muy sonora. Sorbidos que fue haciendo cada vez más sonoros al descubrir la reacción de desagrado y desaprobación de Anthony al verlo.
“¿No somos catetos?”se preguntó. “Catetos al máximo”
-          Zhetta, ¿te pasa algo? – preguntó la señora Biggle, preocupada.
-          Nada, solo que está muy muy buena – dijo, sorbiendo otra cucharada.  – Y de repente, recordé que tenía mucha mucha hambre – aseguró, mojando un trozo de bara brith en el caldo, lo cual lo hacá más ruidoso y desagradable al sorber.
-          Eso es algo que se ve muy muy bien – replicó mordaz Anthony.
Y con esas palabras, colmó la paciencia de Zhetta quien golpeó la mesas con los puós y dijo:
-          Mentí señora Biggle. Sí que me pasa algo – anunció. – Que no soporto estar al lado de este…investive creído – dijo de forma despectiva eso último. – Por eso me consuela pensar que cuanto antes me termine la sopa antes podré marcharme de su lado – anunció. – Pero su sopa estaba esquitisa – aseguró.
-          ¿Yo? – preguntó Anthony. - ¿Qué te he hecho yo ahora? – preguntó sorprendido.
Zhetta iba a responderle pero no quiso gastar saliva en vano, así que solo mantuvo su mirada fija y desafiante en él como respuesta.
-          ¿Os caéis mal? – preguntó la alcaldesa apenada. – Es una lástima – se quejó.
Ante la mirada inquisitiva de Anthony; quien también tenía fruncido el entrecejo  añadió:
-          Te hubiera venido muy bien la ayuda de Zhetta para el caso, Anthony – le advirtió. – Es muy lista y perceptiva y conoce muy bien a todos los habitantes del pueblo -.
-          No gracias señora Biggle pero yo trabajo solo – mintió, porque de hecho, los ocho de Bow Street se llamaban precisamente así porque eran los ocho quienes trabajaban juntos y en equipo para la resolución conjunta de los casos bajo la premisa de que cuatro ojos y cuatro manos trabajan mejor que dos (aunque en total fueran dieciséis de las dos cosas)
-          Ni muerta – añadió Zhetta.  - ¿Con este? – preguntó señalándole con asco.
-          ¿Quién querría trabajar con este? – añadió. – Habría que estar muy loco o muy tonto para hacerlo – explicó. – Umm… ahora entiendo lo de Kirk… - añadió pensativa.
-          Es muy fácil trabajar conmigo para tu información – replicó él en tono infantil, dolido por sus palabras.
-          ¿Bromeas? – le preguntó. – Con esa cara de rancio y viejo con la que dices mírame tengo más de dos mil años, soy una reliquia y trátame ese carácter tuyo de botuso, sí, como el triángulo ese que es más grande que el recto, con tus no me mires que soy superior a ti, con tus yo soy autocreyente y no necesito a nadie y tus yo frase de presiciente de…”yo lo resolveré en un mes” – dijo, imitándole con la lengua fuera en busca de un poco de aire para refrescarla. – Sí… - debe ser muy muy fácil trabajar contigo – le dijo de forma burlona.
-          Yo tampoco trabajaría contigo – replicó él. – Seguro que acabaría estrangulándote por pesada – añadió. - ¡Por pesada  y cotilla! – exclamó, furioso con la cara pegada a escasos centímetros de la de ella.
Ambos estaban respirando con dificultad pero aguantaban las miradas el uno del otro porque ninguno de los dos quería ser el perdedor del enfrentamiento.
Podían haber estado así todo el tiempo de la cena de hecho, sino llega a ser porque la señora Biggle pronunció las siguientes palabras:
-          ¡Qué bonito! – exclamó, juntando las palmas de las manos. – Tenemos una pareja en ciernes – añadió, señalándoles sonriendo ebria de felicidad.
Zhetta se había metido una nueva cucharada de sopa en la boca para evitar decir que el único cotilla de los dos era él que se pasaba horas y horas espiándole, pero fue tan inesperado e increíble a su parecer que sucediera lo que la señora Biggle había anunciado que, de forma inevitable escupió la sopa.
Al principio, la escupió intentando apuntar sino de nuevo al tazón, sí al plato que estaba justo por debajo. Aunque inmediatamente, la vena de malignidad que la recorría (y que solo salía a relucir en ocasiones muy puntuales como la del corte de pelo a Kirk) salió a relucir mientras su mente le repetía una y otra vez hembrito, hembrito, hembrito…
“Hembrito ¡mi culo!” exclamó mentalmente antes de dirigir esta vez el chorro de sopa que escupía justo a la cara de Anthony, manchándole,  bañándole y poniéndole perdido de verde.
No cesó hasta que se escupió hasta la última gota que sus pequeños mofletes fueron capaces de almacenar. Tras eso, y solo cuando Anthony abrió los ojos se limpió el pequeño hilillo verde que colgaba de sus labios justo como un hembrito lo hubiera hecho; con el dorso de la mano.
-          Esa es mi opinión acerca de una relación entre Anthony y yo  señora Biggle – informó mirando directamente a una estupefacta y boquiabierta alcaldesa mientras pensaba que había sido una excelente idea la de haber aceptado la invitación a cenar. – Y ahora si me disculpan me marcho – anunció, poniéndose en pie.
-          ¿Ya? – preguntó Louise, roja de haberse reído tanto y tan de seguido. - ¿No te quedas a los postres? – quiso saber, pues se había quedado con ganas de más.
-          No – dijo, negando con la cabeza. – Creo que la sopa, aunque muy  rica me ha sentado mal ¿sabes? – le preguntó. – No quiero tentar a la suerte – explicó. – Porque si lo hiciera, podría echar hasta la última papilla – añadió, mirando directamente a Anthony quien la miraba furibundo y con los dientes apretados.
Un Anthony que intentó agarrarla del brazo para evitar que se marchara pues OBVIAMENTE ahora sí que tenían que hablar. No obstante, Zhetta fue más rápida que él y comenzó a encaminarse hasta la puerta.
-          ¿Sola? – preguntó él, con un gruñido provocando que se girara.
-          Vine con Beeps – le informó. – Pero no os preocupéis milord porque como bien sabes en este pueblo nunca pasa nada – le dijo, de forma burlona. – Además si me pasara algo estoy segura de que con un mes tendrás tiempo más que fusiciente para encontrar mi cadáver y descubrir al asesino –
Dicho esto, ejecutó y le dedicó especialmente a él una reverencia igual de exagerada  ue la de su primer encontronazo y abandonó la casa de los Biggle con una sonrisa de oreja a oreja en su rostro y con la seguridad más total y absoluta de que esa noche y ya desquitada con el marqués investive, dormiría a pierna suelta y como un bebé.  


3 comentarios:

  1. aaaiss q ya empieza a meterse por los ojos zhetta thon ya era hora majo q despertaras jajaja
    hijo es q eres tonto a ver te crees q no se iba a dar cuenta de q la espiabas con el catalejo¿?¿? ai q ser panoli xD
    solo puedo decir esto de la cena de los sres alcaldes jajajajajajajajajajajajaja me meo jajajajajajajajaja
    me meo con thon y su esfuerzo de comer queso sin ser visto jajajaja y dios q empacho de cordero jajaja
    uis zhetta y esas apreciaciones con los torsos de los hombres en general y el de thon en particular ais q mente calenturienta me tienes eee aaaiss di q esta pa comerselo asi ñam ñam virgen del amor fermoso jajaja
    VIVA ZHETTA VAS GANANDO PUTNOS CONMIGO CARI SI DI Q SI ENSEÑALE A THON A SUFRIR UN POQUITO Y A BAJARLE LOS HUMOS Y A RURALIZARLO UN POCO JAJAJA Q SE LE QUITE EL ESNOBISMO DE LONDRES JAJAJ
    yo tambn quiero cenas iguales de divertidas q esta jajajaja lo q me he reido y no sabia xq pero lo intuia q le iba a escupir en la cara la sopa jajajajajaj me meo jajaj

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  2. A ver... que yo para no tener que ir punto por punto al final he optado por apuntar en una libreta y trasncribir: ahora entiendo su carácter, el de Thon, le pasa como a mí, es de los de todo o nada, de ahí que meta tanto la gamba... Hombre... yo lo de la foto junto a las palabras: incrédulo y estúpido, lo veo un tanto excesivo, con que ponga su nombre yo creo que basta jajaja Me encanta cuando el mundo se pone en tu contra para que te encuentres con quien menos quieres!! En cuanto al desplante... perdonaaa??? que es eso de pasar así de la gente??? Este que se ha creído???
    Yo también quiero probar el queso y toda la comida que hay en esa mesa!!!! *.* Lo que me he reido con la escena del queso y de como hace para comérselo sin que se den cuenta ajaja Anda que no tiene hambre!!
    Me quedo con la frase: "Si les caemos mal los echa, echalos!" XDXD eso es tener tacto y diplomacia!! Jajaja
    Lo de la sopa que le pasa a Zhetta me ha dolido hasta a mi, maja!! He estado riéndome desde la prarrafrasada que le hecha a Thon hasta lo de la sopa, no se cual de las dos cosas me ha hecho más gracia, pero casi me da algo imaginando a la otra escupiéndole a la cara ajajajajaj eso si que ha sido un zas en toda la cara!! dios, que grande XDXDXDXD

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  3. La cena ha sido memorable jajajaja

    Un saludo

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