domingo, 10 de febrero de 2013

Me robaste el corazón Capítulo 9 ¿De quién es esta cesta?


Para ser el primer día que se ponía en serio con lo que a la investigación y el descubrimiento del autor del robo del collar, Anthony no podía quejarse.
Al contrario.
Si la parte de su mente que tenía complejo de diccionario tuviera que mostrarle en esta ocasión una palabra que lo definiera, sin duda ésta sería productivo. También, casi con total seguridad, en su enciclopedia mental aparecería la fecha de dos días pasados. Por si le quedaba algún género de dudas acerca de que esa era la palabra definitoria y no cualquier otra; nuevamente su cerebro le mostró su significado:
Productivo: Que es útil o provechoso.
Sí, sí.
Provechoso y aprovechado en todos y cada uno de los ámbitos, aspectos y facetas personales.
No podía descartar al maestro como sospechoso y mucho menos de lo que Zhetta le había revelado sin quedarle más remedio: que era homosexual.
Le gustaban los hombres.
Bueno, no los hombres en general; había uno en particular con el cual estaba manteniendo una relación clandestina y el que por tanto, era su favorito sobre el resto.
Hombre que no era otro que Taylor; el médico del lugar.
¡Y pensar que cuando lo conoció pensó que estaba interesado en Zhetta por las miradas que le lanzaban y los secretos que éstas compartían! ¡Qué absurdo!
¡Qué tontería y pérdida de tiempo en celos malgastados!
Un momento ¿celos?
¿Había sentido celos de Taylor al mirar a Zhetta?
¡Por supuesto que no!
¡Pero si apenas la conocía por aquel entonces!
¡Y seguía sin conocerla aún!
¿Cómo iba a sentir celos por alguien que era una recién llegada a su vida y a la que por tanto apenas conocía y a la que por ese mismo argumento no podía considerar como su amiga?
¡Qué estupidez!
Por otra parte, una cosa estaba clara: si Zhetta conocía su secreto y la naturaleza ilícita de su relación (bien fuera por le propia confesión o revelación de alguno de los miembros de la pareja o bien porque los hubiera descubierto en plena acción; en ambos casos información innecesaria al fin y al cabo) quizás ella no fuera la única del pueblo que lo conociese.
No sería una posibilidad e idea muy descabellada que los alcaldes también se hubieran hecho eco de la noticia y les hubieran amenazado con revelarlo y hacerlo público frente al resto del pueblo. O incluso, podrían querer iniciar una campaña de descrédito contra ellos para echarles del pueblo.
En ese caso, sería un motivo perfectamente comprensible para casi la mayoría que el móvil del robo para esta pareja fuera el chantaje o las amenazas para permanecer en Clun; ya que al fin y al cabo habían pasado la mayor parte de su vida aquí, sino habían nacido en el propio pueblo.
Por este motivo, como quien no quiere la cosa Anthony había incluido en su círculo de sospechosos oficiales a dos personas.
 Sin embargo, no tenía tiempo que perder y debía continuar con las pesquisas, preguntas e investigaciones pues al fin y al cabo, ya le quedaba menos de un mes para concluirla. Así pues, con este pensamiento fijo en su cabeza decidió continuar e ir a hablar personalmente con su siguiente candidato.
Un candidato que no era otro que el sacerdote del pueblo; el padre Thadeus Holis y aprovecharía que era sábado para charlar con él largo y tendido. Todo lo contrario que si el día escogido hubiera sido un domingo; día del Señor y por tanto, en el que se vería mucho más limitado en el tiempo.
En realidad, hubiera sido mucho mejor si lo hubiera hecho ayer (viernes) pero, necesitaba tiempo para pensar y reflexionar acerca del caso y las posibles conexiones ocultad descubiertas entre dos de los posibles sospechosos y… sí, ¿por qué no decirlo?
Pensar en Zhetta.
O más bien, recordar el beso que ambos se habían dado.
Curioso e incomprensible
Curioso porque no era el primer beso que había dado en su vida; al contrario que ella pero aún así éste no dejaba de venir una y otra vez a su cabeza. Convirtiéndose en una distracción por esto.
Incomprensible porque él nunca había sido capaz de demostrar sus sentimientos y reacciones en público ni de manera patente y desde que había conocido a Zhetta su cuerpo se le había rebelado y sus hormonas se comportaban de manera similar a las de un adolescente en plena efervescencia.
Manifestado de forma patente sobre todo en que desde hacía varios días se despertaba con erecciones dolorosas y vergonzosas. E incluso una vez mojó la cama y no precisamente de pis.  Y eso nunca le había ocurrido antes.
No hacía falta ser muy listo ni ser investive  (como ella le llamaba) de profesión para saber quién era la culpable y la responsable de esto.
Lo peor de toda esta situación era que cada vez que la veía o se encontraba con ella de forma fortuita, ambos conjuntos y torrentes de emociones aparecían a la vez y colisionaban en su cuerpo de tal forma que no sabía que decir, hacer, cómo comportarse o responderla.
Acciones o mejor, falta de las mismas que sin dudas le crearían confusiones, imágenes contradictorias y pensamientos erróneos acerca de la naturaleza de los sentimientos que tenía hacía ella y que incluso la hubieran llevado estar enfadad nuevamente con él.
En este caso, no podía reprochárselo.
Por todo ello, había llegado a la decisión y al absoluto convencimiento de que; dado que no iba repetirse la situación del beso entre ambos al menos por su parte; otra cuestión era si era ella quien sacaba a relucir el beso de una u otra manera en alguna de sus conversaciones pues entonces tendría vía libre para repetirlo, no volvería a pensar ni en Zhetta, ni en su beso ni en sus carnosos labios de sabor a melocotón
“Basta de pensar en Zhetta” se ordenó. “Tu día fue ayer. Hoy toca investigación” añadió, rotundo.
Sin rechistar, dirigió sus pasos hacia el pueblo en busca del sacerdote con este propósito. Y ya en el pueblo fue directamente hacia la casa parroquial; sita al lado de la iglesia de San Jorge en la calle Church Street y se sorprendió enormemente cuando nadie le abrió la puerta tras varios intentos y numerosos aporreos en la puerta.
No obstante, no se dio por vencido ni maldijo pues estaba en uno de sus días buenos. En su lugar  decidió dar un paseo por el pueblo y sus lugares más emblemáticos y concurridos hasta dar con él; pues no era un lugar tan grande.
Y sino, siempre le quedaba como última posibilidad ir a preguntar a alguno de los dueños y trabajadores de la tienda Dormer. Pero una cosa estaba clara: hoy no se marcharía de Clun sin hablar con el padre Holis.
Tan concentrado iba en este nuevo hilo de pensamientos que no le dio tiempo a reaccionar ni a ver venir lo que se le avecinaba pues justo por la hacer de enfrente Kirk Gunn caminaba feliz, sonriente y muy atento a todo lo que ocurría a su alrededor.
Anthony intentó esconderse o al menos evitar que le viese caminando disimuladamente, dándose la vuelta de forma brusca y cambiando la dirección de destino pero fue en vano: Kirk le descubrió.
Y no solo le descubrió, también le saludó. Cortando con ello cualquier posibilidad de fuga.
-         Hola jefe – le saludó, situado a su altura y caminando junto a él.
-         Kirk, ¿cuántas veces tengo que decirte que no soy tu jefe? – le preguntó enfadado.
-         Lo siento jefe – se disculpó. – Pero es que me sale solo jefe – añadió-
-         Kirk… - le advirtió.
-         ¿Y bien? – le preguntó, cambiando de tema. - ¿Usted también viene a la subasta de cestas? -. Anthony le miró sin entender. – Pero ¡jefe! – exclamó. – Pero usted ¿en qué pueblo vive? – le preguntó. – La subasta de cestas jefe es la subasta que organiza el padre Thadeus para conseguir algún dinero con el que reparar la iglesia – explicó.
Anthony no había tenido ningún interés en la subasta… hasta que mencionó el nombre del padre Holis. Justo en ese momento decidió que asistiría como espectador y no participante (básicamente porque apenas había cogido dinero al salir de casa dado que no iba a comprar). Esperaría a que finalizase la subasta y hablaría con él.
-         Te honra mucho a ti y a todo el pueblo de Clun que organicéis actividades como esta para restaurar el techo de vuestra iglesia – le dijo, con aprobación y orgullo.
-         ¿Honor jefe? – le preguntó antes de echarse a reír. - ¿Cree que esto lo hacemos por honor? – volvió a preguntarle nuevamente echándose a reír. – Le aseguro por mi parte que el honor no es precisamente lo que nos mueve – añadió, de forma enigmática.
-         ¿Qué es entonces? – quiso saber.
-         Las cestas llenas de comida casera… y … la posibilidad de compartir una comida a solas con la chica que la preparado – explicó de forma seductora.
Anthony enarcó una ceja.
-         ¿Me estás queriendo decir que…? – preguntó.
Kirk asintió de forma vigorosa antes de añadir:
-         No han sido pocas las parejas formadas en el pueblo gracias a esta iniciativa – Yo por mi parte, tengo puestas todas mis esperanzas y miras este año en una cesta y su dueña en particular… - le informó, con tono soñador e imaginativo.
-         Debo irme – anunció al mirar el reloj de la iglesia. – No quiero llegar y perdérmela – añadió echando a andar con prestanza.
Cinco pasos por delante se paró, se giró y le preguntó:
-         ¿Viene conmigo jefe? –
Al principio, la única motivación que le impulsaba a ir a ver la subasta de las cestas era hablar con el padre Holis pero… ¿asistir como espectador a un servicio de emparejamiento público consentido por las autoridades de un pueblo tan pequeño muy adelantadas en este sentido?
Sin lugar a dudas, sí.
En dos pasos se situó junto a él y juntos emprendieron el camino hacia Saint George Park; un lugar el que, para su sorpresa aún no había visitado pese a todo el tiempo que llevaba a Clun.
Obviamente no eran ni Saint James Park ni Hyde Park ni otros parques londinenses pero… a Anthony el recién descubierto Saint George Park le gustó.
Tenía forma de hexágono y justo en el punto central del polígono donde en Londres hubieran colocado una fuente o una estatua de mayor o menor longitud de temática diversa; en Clun habían colocado un pequeño templete de madera pintada de planco y tejado de pizarra adornado especialmente para esta ocasión con enredaderas, flores y cintas de colores.
 Justo delante de ese templete; en posición estratégica y perfectamente estudiada se había colocado un escenario donde el padre Holis, anfitrión y notario de tan reseñable evento, se había situado y hablaba a viva voz. Un padre Holis inconfundible además de por la sotana negra por el ya mencionado y sempiterno complemento sombrero con borla; el cual en esta ocasión y quizás porque era un acontecimiento festivo en mayor o menos medida en el pueblo era de color rojo.
-         Y ahora – anunció con una sonrisa de satisfacción. – Uno de los momentos y cestas más esperados por todos los solteros del pueblo y de los vecinos de alrededor – explicó. – La cesta número once – añadió.
Acto seguido, Peter Dormer, quien ejercía de monaguillo para total estupefacción de Anthony; pues para él era la encarnación de uno de los seguidores demoníacos de Satanás, le pasó la cesta a la que se refería con evidente desgana y gesto de enfado.
Thadeus Holis agarró (o más bien, le arrancó) la cesta de las manos y sonrió de manera falsa a la audiencia fingiendo una tranquilidad y paciencia de las que carecía (en realidad lo que quería hacer era darle un buen pescozón a tan desobediente e irrespetuoso niño) y mostró por encima de su cabeza la cesta número once.
Anthony no entendía por qué Holis mostraba la cesta a imitación de Las Tablas de la Alianza que Dios le entregó a Moisés ni que toda la audiencia masculina allí presente asintiera boquiabierta y contuviera gritos y alientos de admiración como si contemplaran un divino tesoro o el bien de valor más incalculable de todos los observados en su vida.
Tampoco era para tanto, al menos en su opinión.
Tan “divino” objeto no era más que una cesta pequeña de mimbre de color más blanco que amarillento envuelta en el borde con una tela blanca y azul y tres flores silvestres.
Un objeto de lo más cotidiano al fin y al cabo.
Nada extraordinario ni sobrenatural en ella.
Entonces ¿por qué tanto revuelo por esta cesta en particular?
-         ¡Uf!  - suspiró aliviado Kirk, mientras se limpiaba  con la manga el sudor que corría por su frente después del esfuerzo que le había costado seguir el paso de su jefe. - ¡Menos mal! –añadió. – Pensé que me lo había perdido jefe – le explicó, mirándole a los ojos y exhibiendo una gran sonrisa.
-         No os desaniméis por el tamaño – comenzó el padre Holis. – Las cosas buenas siempre vienen en pequeños tamaños – concluyó. – Por eso, comenzaremos la puja por cincuenta peniques – anunció.
-         ¡Eh! – se escuchó protestar con un grito una mujer; sin duda la duela de tan preciado objeto.
-         Bueno está bien querida… - claudicó el padre Holis mirando a su derecha de forma paternal. – Todo sea por la dueña de la cesta – añadió, mirando al público y elevando el tono de voz nuevamente. – ¡Setenta y cinco peniques! – gritó con una sonrisa igual de grande que la mirada de odio que lanzaba Peter Dormer al público allí asistente mientras maquinaba y esperaba con los brazos cruzados conocer la identidad del futuro dueño de la misma.
-         ¿Setenta y cinco centavos? – preguntó la misma mujer; con un tono de voz extrañamente familiar para Anthony mientras se abría paso entre el público a codazos provocando que las plumas de su penacho balancearan. - ¿Setenta y cinco centavos? – volvió a preguntar mientras subía las escaleras a grandes zancadas. - ¡Padre Holis! – gritó enfadada, quitándole de forma brusca la cesta de las manos. - ¡Eso es total…tatol  injusto! – le acusó, señalándole con el dedo.
-         Todas las cestas ante…neta… Hasta ahora el precio mínimo de salido por cesta era de una libra y media ¿por qué la mía iba a ser menos? – le preguntó con grandes aspavientos de los brazos.
“Tiene razón” pensó Anthony.
-         Zhetta… -le advirtió el padre Holis entre dientes.
Y entonces la perjudicada, siendo consciente de dónde se hallaba y sobre todo de quienes estaban observándola, se giró hacia el público masculino en su mayoría allí presente y mostró con una enorme sonrisa que le iluminó y dulcificó el rostro en opinión de Anthony, la cesta que le pertenecía.
La cesta pertenecía a Zhetta.
¿La cesta pertenecía a Zhetta?
Un momento ¿Kirk quería comprar la cesta que pertenecía a Zhetta? ¿Por qué?
Como si le hubiera leído el pensamiento, Kirk le explicó.
-         Puede que me haya engañado para dejarme así el pelo pero… está clarísimo que ella y yo tenemos una conexión y que será una excelente señora Gunn pasadas las fiestas de mayo –
“En tus sueños” pensó Anthony mientras hacía todo lo posible por no echarse a reír en su cara y fijaba nuevamente la vista en el escenario y sobre todo en una de las personas que había allí arriba.
Zhetta.
Zhetta nuevamente con un vestido.
“¿Cuántos vestidos distintos tenía?” se preguntó Anthony con curiosidad.
Al fin y al cabo era una mujer campesina. Pobre en otras palabras. Su vestuario no debía ser muy extenso en este sentido porque los vestidos de mujer eran el doble de caros que los de hombre.
Pero bueno, Zhetta en esta ocasión, volvía a llevar un vestido de paseo.
Azul; como él creía que eran sus ojos.
Era una situación completamente injusta para él porque aún no se había recuperado bien del todo del impacto que le supuso descubrirla con el vestido de Zhettanieves cuando ahí estaba nuevamente frente a él con otro vestido que provocaba que escasearan las palabras a la hora de describirla.
¿Preciosa?
Preciosa estaba la primera vez que la vio con el vestido de domingo.
¿Encantadora y bella?
Así era como estaba el día del disfraz de Blancanieves; en el cual era la única princesa de su cuento llamado vida.
Y entonces ahora ¿cómo describirla?
“Divina” respondió su mente. “Divina y celestial” añadió.
“Sí que lo está” afirmó y confirmó, vehemente.
Su vestido era ceñido; blanco de muselina de manga larga con puños sobre las manos, cubierto con  una fina tela tornasol azul adornado con volantes en una larga fila gorguera de estilo francés. Tenía además el escote en –V; muy provocativo e indecente en su opinión ya que dejaba ver más carne de la que debería a “estos paletos salidos”.  Al final del mismo estaba por tres filas de volantes muchos menos rígidos para darle algo de cuerpo a la falda del mismo y que las curvas de su silueta no fueran tan explícitas por encima del tobillo permitiendo descubrir algo de las medias que llevaba.
Pese a que se lo había quitado; con lo cual dejaba ver la longitud y lustrosidad de su largo cabello marrón, lo que a él antes le había parecido un simple sombrero era en realidad un capó blanco francés de raso con bordes de cinta azul y un penacho de grandes y gruesos conjuntos de plumas.
El vestido era muy bonito, pese a la ausencia de pedrería o hilos lujosos pero demasiado fresco para la época del año en que se encontraban y por eso, ella se había cubierto con un manto azul celeste de lana con flores silvestres bordadas.
Todo el mundo parecía fijarse en la zona superior de su cuerpo, pero Anthony, contrario a la mayoría, inmediatamente fijó su mirada en los pies de Zhetta y descubrió maravillado que en esta ocasión (quizás única porque estaba seguro de que no iba a verla en muchas más ocasiones con ellos) no llevaba botas sino que calzaba unos preciosos (aunque algo infantiles) zapatos forrados con seda azul.
Era una pena que no hubiera salido de casa con el dinero suficiente como para pujar por la cesta de Zhetta porque viéndola como lo estaba haciendo ahora, le entraron unas ganas locas, inexplicables e irrefrenables de que pasara esa velada en su compañía únicamente en un lugar apartado y lejos de las miradas hambrientas y babeantes de todos esos.
La pregunta era ¿había salido de casa sin dinero?
Sería algo extraño e impropio de él, ya que tenía otro gran defecto: que era demasiado antojadizo e inmediato (es decir, que cuando quería algo, lo quería en ese momento). Por eso, justo en el mismo momento en el que el sacerdote anunciaba que la puja de la cesta de Zhetta comenzaría con la misma cantidad de dinero que las otras anteriores; es decir, una libra y media comenzó a rebuscar y palpar nervioso por todos y cada uno de los bolsillos, orificios y agujeros que tenían tanto su traje como la capa Spencer que se había puesto esa mañana antes de salir de casa.
No fueron pocos los que comenzaron y se añadieron a la puja de la cesta; para disgusto de Peter y Anthony; quienes también competían esta vez y de manera mucho menos numerosa y visible por ver cuál de los dos era el que lanzaba la mirada más cargada de odio y amenazante a los asistentes. Muchos iniciaron la puja, pero al final ésta se redujo solo a dos candidatos: Kirk Gunn; quien cada vez que subía la apuesta provocaba que el gesto de repelencia en el rostro de Zhetta fuera más marcado y Marcus Dormer; para enorme disgusto de su sobrino, quien parecía estar haciendo enormes esfuerzos por contenerse y no abalanzarse sobre su tío para pegarle patadas en la entrepierna.
Patadas que en esta ocasión, Anthony aplaudiría e incluso fomentaría pues eso le quitaría un rival de en medio mientras conseguía dar con el escondite de este traje para el dinero.
-         Dos libras y veinticinco peniques – anunció Marcus, sonriendo satisfecho y retando al resto de los hombres con la mirada.
-         ¡Muy bien! – aplaudió el padre Holis. - ¿He oído con cincuenta peniques? – preguntó.
-         Dos dólares con veinticinco peniques – respondió inmediatamente Kirk.
“¿Es que no se da cuenta de que Zhetta no quiere que gane él?” se preguntó Anthony mientras se retorcía en busca de su dinero extraviado
La otra opción que se le había ocurrido para evitar ahorrarle el mal trago a Zhetta de tener que pasar la velada con Kirk (a quien se le veía tan decidido que probablemente no le importaría en absoluto gastarse los ahorros de toda una vida en esta estúpida cesta) era que pusieran los dos el dinero en conjunto y que se fuera con ambos.
Una vez fuera y lejos de todo y todos, él le echaría y podría disfrutar de Zhetta a solas, por supuesto.
Pero para eso tendría que dar con el dinero.
-         ¿He oído con setenta y cinco? –preguntó el padre Holis.
-         Tres libras – dijo Kirk.
-         Cuatro – replicó inmediatamente Marcus.
-         ¡Vaya vaya vaya! – exclamó el padre Holis encantado. – Esto se está poniendo de lo más interesante.
-         Seis libras – dijo Kirk.
-         Ocho – subió la puja Marcus como si nada.
“¿Ocho libras?” se preguntó Anthony mientras volvía a retorcerse maldiciendo la desaparición de su dinero. “¿De dónde demonios había sacado tal cantidad de dinero?” añadió. “De las propinas y sobras no seguro” se dijo. “¿Quizás… ¿del robo y venta de un collar?” se preguntó, mirando a Marcus Dormer desde un nuevo cariz.
-         Diez libras – añadió Kirk.
-         Deja de pujar Kirk – le ordenó, agachado desde el suelo Anhony, retorciéndose en busca de los billetes mágicos mientras maldecía en francés y en inglés las enormes dificultades que estaba teniendo por hacer esta tarea en apariencia simple y sencilla con una sola mano; en cuyo caso la dificultad de multiplicaba por tres.
La puja siguió subiendo hasta las doce libras esta vez de cincuenta peniques en cincuenta peniques hasta que, por fin, Anthony recordó el lugar exacto donde había guardado su dinero: el bolsillo interno de su chaleco.
Un bolsillo interno que había hecho coser a todos sus chalecos como medida de prevención ante posibles ataques e intentos de robos por delincuentes y malhechores varios londinenses.
Tumbado en el suelo, dado que era la posición que le permitía más libertad de movimiento, se abrió con dos dedos la chaqueta y los botones del chaleco y, con esos mismos dos dedos, buscó, rebuscó y escarbó en el pequeños bolsillo que allí había…
¡Bingo!
Allí había un billete.
“Ahora solo falta que sea de cinco libras” pensó, de mala gana.
Para evitar el ridículo que le supondría anunciar una puja fuerte de dinero cuando en realidad carecía del mismo sacó el billete del bolsillo y lo observó: veinte libras.
Una sonrisa maliciosa y de superioridad le surcó la cara mientras se ponía en pie de nuevo y se apartaba las briznas de hierba del traje y de la capa con  su mano útil mientras tenía el billete guardado y bien apretado en el puño de la otra.
Sabía que no debía hacerlo.
Era un absurdo y una rotunda estupidez pagar tal cantidad exorbitada de dinero por una cesta y lo que en el interior de ella habría; que presuponía que era comida pero de lo cual no estaba muy seguro pero...
Su impulsividad y su mente parecían haberse aliado a la hora de confabular y pensar en torno a Zhetta y a lo que ella se refería. Por eso, dejando a un lado; constreñido y apretado frente a las paredes de su cerebro a su raciocinio y a su buen juicio, lanzó una media sonrisa a Kirk, Marcus y Peter Dormer antes de añadir con la mano levantada y la voz tranquila y pausada:
-         Veinte libras -.
En cuanto lo hizo, todas las miradas se volvieron hacia él (incluida la de Zhetta; quien no había reparado en su presencia allí hasta ese momento y le miró ceñuda) e incluso escuchó varios gritos ahogados.
-         ¿V…vvv….veee…? – preguntó el padre Holis.
-         Veinte libras – repitió.
Y esperó con porte altivo a que alguno de sus dos principales rivales y competidores realizase algún nuevo movimiento, sabiendo con absoluta y certera seguridad de que en ningún momento caerían en la cuenta de la posibilidad de alianza en la que él había pensado momentos antes.
Desde el escenario miraba alternativamente a Marcus y Anthony, implorando de manera silenciosa (y en alguna ocasión con gestos de las manos) a Marcus a que subiera la apuesta.
Pero Marcus Dormer no tenía tal cantidad de dinero, por lo que solo pudo responder ante las exigencias de Zhetta con un encogimiento de hombros que significaba rendición; a lo que Zhetta replicó con un sonoro bufido de anticipación de los hachos que iban a acaecer.
-         Podría subir la apuesta si quieren – añadió, con superioridad, arrojando tal guante verbal de arrogancia.
-         Bien, tenemos veinte a la una, veinte a las dos y… - esperó cinco segundos antes de añadir. – Veinte a las tres. – y dio una enorme palmada como gesto de finalización y de información de que el resultado era definitivo, a falta de un mazo; pues el carnicero local era un hombre huraño, roñoso y  tacaño que se había negado en rotundo a cederlo por unas horas para tan caritativo evento.
Anthony se abrió camino entre la multitud frente a los aplausos de algunos hombres y los comentarios en voz baja y susurrante de algunas mujeres antes de llegar justo delante del escenario donde le entregó su billete de veinte libras agradeciendo mentalmente a su padre que le ordenara desde pequeño y por tanto, le crease una costumbre por repetición que siempre saliera de casa con algo de dinero encima frente a los posibles y diferentes imprevistos que podrían sucederle.
El padre Holis lo acogió de buen grado y con un gesto de la cabeza, ordenó a Peter Dormer a que se acercara hasta donde estaba Anthony y le entregara la cesta.
Anthony había dudado que se pudiera ser tan visceral o poseer unas emociones tan fuertemente manifestadas a edades tan tempranas… hasta que vio la forma en que Peter le miraba mientras se acercaba a él.
No podía decirse que fuese miedo pero por precaución y prevención, se alejó un par de pasos y le ofreció su brazo inmovilizado para que colgara allí la cesta mientras inclinó la cabeza, abrió la mano y le soltó un par de peniques mientras le decía en voz susurrada para que ellos dos fueran los únicos oyentes:
-         Puedes comparte unas chucherías a mi salud  - antes de recomponer su postura erguida y sacarle la lengua mientras pensaba “jaque mate”
Dicho esto, caminó tres pasos en silencio, nuevamente se orientó hacia el escenario, le hizo una reverencia a Zhetta imitando las que ella le había dedicado en noches anteriores y… con la ayuda de su único brazo bueno se la cargó al hombro.
De esta guisa y con Zhetta muda e incapaz de reaccionar por la sorpresa y la cantidad de acontecimientos transcurridos en tan poco tiempo fue como la pareja se alejó del parque y se dirigió al lugar más tranquilo, alejado y apacible que a Anthony se le ocurrió: justo bajo el puente sobre el río Clun en la orilla contraria del río.
El hecho de que hubiera permanecido tranquila y calladita al inicio del camino no significaba que el resto del mismo Zhetta se comportara así y para cuando llegaron al final del trayecto estaba hecha un basilisco.
No pasaba nada, Anthony lo esperaba y estaba preparado para las patadas que recibió en el pecho y  los puños que recibió en la espalda.
Para lo que no estaba preparado sin duda era para el pequeño mordisco que le dio en el cuello.
-         Cuidado Zhetta – le dijo mientras la ponía en el suelo delicadamente. – Cualquiera que me lo vea después de haberme gastado una fortuna en tu cesta pensará que ésta es la manera tan efusiva que has tenido de agradecérmelo – añadió burlón.
-         ¿Efusi? ¿efisu? ¿Afru? ¿afra…? ¡Mi culo! – exclamó, antes de abalanzarse sobre él y comenzar a empujarle.
Le dio tantos empujones y tan de seguido que acabó por volcar la cesta que colgaba aún de su brazo.
-         ¡Mira lo que has hecho! –exclamó, acusándola. – Después del dineral que he pagado por ella… -añadió, quejándose mientras se agachaba a recoger lo volcado y se sorprendía por la escasez de alimentos que dicha cesta contenía.
Parecía… parecía una ración de comida… ¿individual?
¿Para una persona?
¿Por qué Zhetta había preparad una ración individual de comida en una cesta mientras había instado, animado y ordenado a Marcus Dormer a que pujara por ella?
“Algo no encaja aquí” pensó.
-         ¿Mira lo que he hecho? –le preguntó, enfadada volviéndole a empujar. - ¿Mira lo que he hecho? – volvió a preguntar. - ¡Mira lo que has hecho tú! – le reprochó.
-         ¿Me puedes explicar qué es lo que he hecho? – le preguntó, con ironía. – Aparte de lo evidente, que ha sido comprar una cesta claro está – añadió.
-         ¡Mal! – gritó. - ¡Todo ha salido mal! – añadió, con el mismo tono de voz. – Y todo… ¡por tu culpa idiota! – añadió. - ¿Qué crees? – le preguntó ahora ella furiosa. - ¿Qué porque hayas sido el único hombre que me ha besado en la vida tienes derecho a impedir que otros tengan interés por mí? – concluyó. - ¡Ja! – rió sin ganas. - Pues vas listo – le dijo seria.
Y ahí estaba.
Zhetta había mencionado el beso.
Y por propia voluntad.
Él no había tenido que presionarla o ni siquiera intentar sacar el tema a relucir.
Lo había incluido ella sola en la conversación sin venir a cuento o colación.
Esto significaba, según la regla y norma que se había autoimpuesto esta mañana una sola cosa.
-         Pues no – le dijo acercándose a ella. – No tenía nada que ver con eso – le aseguró. – Pero ya que has sacado el tema del beso relucir ahora… - añadió, antes de estrecharla contra él y tomar posesión de sus labios de manera apasionada mientras disfrutaba nuevamente de ese sabor melocotón que tanto le había vuelto loco en estos dos días y jugueteaba con la carnosidad de los mismos.
“¡Oh Dios mío!” pensó una Zhetta repentinamente despierta y saliendo de la ensoñación. “Estoy permitiendo que Antony me bese de nuevo” se dijo. “No puede ser” se negó.  “Por mucho que te gusten sus besos, no puede ser” volvió a ordenarse rotunda.
Y con toda la desgana de su corazón y fingiendo una furia y un enfado que no sentía en ese momento, se separó de él, poniendo distancia entre ambos con varios empujones.
-         ¡Eres tonto! – exclamó. – No vuelvas a besarme nunca – le ordenó. – Ve a reírte a Londres de otra señor investive – añadió firme.
-         Has sido tú quien ha sacado el tema del beso – se defendió él.
Zhetta gruño al darse cuenta de que las palabras que decía Anthony eran ciertas, así que ante la evidencia solo pudo hacer una cosa: volvió a besarle de forma apasionada en los labios; esta vez de forma mucho más breve.
Cuando termino; aprovechó el estado de atontecimiento que tanto la sorpresa como la imprevisibilidad de este acto le reportaron y le empujó con todas las fuerzas que tenía.
Empujón que tuvo como final el aterrizaje boca arriba de Anthony en el río Clun; aprovechando la pendiente en la que de forma ignorada e inocente Anthony los había situado empapándose entero ante el estupor general de los numerosos viandantes que circulaban en ese momento por encima del puente andando, en carro o carruaje.
Zhetta esperó a que se incorporase y la mirase con resoplidos mientras el agua le corría por el rostro para decirle con el dedo índice acusador:
-         Crees que eres el más inte…neti…nota… el ser más listo sobre la faz de la tierra señor investive pero la verdad es que no sabes nada – Pero nada de nada – concluyó, antes de subir la empinada cuesta y caminar de la forma más altiva y digna posible el camino de retorno a su casa.

7 comentarios:

  1. Hoy en especial me siento muuuyyy reconocida con los sentimientos de Anthony, yo también me enfado mucho conmigo misma por pensar en quien no debó!! Y pq me salgan fotos que yo no busco! Estoy un poco arta de las serendipias y ando con unos sentimientos de violencia y cabreo que no veas y todo ésto a nada de irme a Finlandia, yo creo que tengo que focalizarlo en el libro, sino... mataré a alguien al llegar!! Que otra cosa no, pero impulsiva, como nuestra Zhetta... un rato!!
    La idea de las cestas mola mucho!!! Me encanta el detalle de las zapatillas azules, me ha hecho pensar en Dorothy :) Jajajaja me he visto al tio dandole patadas al sobrino en su zona debil XD
    Anthony.... XDXD dios... que cuadro!! Enseñando la lengua a su edad y haciendo eso... XD
    Bien, me alegra saber que no soy la única que tiene deseos violentos con el hombre que la atrae jajajaja Esto... le ha mordido el cuello??? Ejem, ejem... Fijo que Thon le agaradece el chapuzón jajaja lo ha tenido que dejar más calentito de lo que ya andaba...

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    1. si es q han pasado cosas mu explosivas al lado del rio y claro el agua y el chapuzon no vienen nada mal sobre todo paara thon thon!! xD

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    2. Hija erika, si que estabas violenta ayer si...
      Hombre, las cestas me pareció chulo como una excusa para quitar de una vez la escayola a Anthony
      Y Zhetta tiene deseos violentos hacia el hombre que la atrae porque desde hace tiempo quiere pegarle... aunque el mordisco de esta ocasión es para que la soltara mas bien

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  2. jajajajajajaja me meo eri con tu comentario y creo q me estoy adelantando a los acontecimientos pero yo quiero empezar mi argumentacion diciendo q e darling no lo inventamos ahora en tiempos modernos si no q ya lo conocian de antiguo solo q se llama subasta de cestas jajajajajaja
    bueno bueno bueno vaya vaya vaya esto no me lo esperaba vivan los besos asi a bote pronto jajajaja espero q haya mas asi q me dejas con ganas de mas como siempre malisima jajajaja decir q adoro al crio peter es mi debilidad me encanta jajaj es un casito y me imaginaba a thon thon en el momento pegar al tito marcus en los cataplines diciendole mas fuerte mas fuerte jajaj y me encanta lo babeante bobo babuino q se pone thon thon cuando ve a zhetta de bonito con vestido jiji y q oportuno q tuviera 20 libras en el bolsillo jajajaja q oportuno jaja me ha encantado el momento q se caen accidentalmente al agua los dos y acaban mojaos xq "accidentamente" thon thon los habia puesto en la pendiente yo creo q de accidental no tenia nada y tontorrones aais q lo se yo q os molais asi q dejaros ya de tontunas y al lio q el tira y afloja va a acabar mal para alguno de los dos y creo q ese es thon thon q lo pasa mal durmiendo jajajajajaja a ver si pones mas pronto jijij xD

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    1. pronto pronto, antes tengo que hacer que lo pase un poco mal en la consulta del médico... y que haga un par de averiguaciones inquietantes...
      PD: Thon no duerme gracias a Zhetta, se pasa las noches mirando al techo

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  3. Cada vez me sorprende mas Zhetta jajaja, vive sola ¿donde estan sus padres?

    Esperando...

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    1. Hola Sarah... me alegro que te sorprenda Zhetta cada día más, eso es lo que busco =)
      Y en cuanto a alguno de los detalles de la vida de Zhetta los descubrireis en próximos capítulos....
      ¡Pronto lo sabrás!

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