viernes, 8 de febrero de 2013

Me robaste el corazón Capítulo 8: Zhettanieves y el pretendiente enanito


Si en algún momento de su existencia existió una mínima posibilidad de que a Anthony Harper se le despertara el gusto por las frutas, verduras y hortalizas en general, tras verse bañado en una sopa de puerro ésta se desvaneció para no regresar jamás.
¿Y de quién era la culpa?
Se negaba rotundamente a pronunciar su nombre públicamente, pues creía que si lo pronunciaba ésta se manifestaría en su presencia y provocaría alguna situación en la que o bien quedaba en el más absoluto de los ridículos o bien su imagen pública quedaba bastante dañada. Cuando no, ambas posibilidades.
Por eso, nada.
Se negaba a pronunciar ese nombre maldito.
Había querido volver a hablar con ella porque de hecho, tenían que hablar urgentemente ya que al menos le debía una explicación para su comportamiento con él en la cena de los Biggle pero la muy condenada era muy astuta y la acción de hablar con ella se había convertido en un imposible.
¿Por qué?
Estaba desaparecida.
No sabía si no estaba en el pueblo o si estaba enferma (estado en el que no quería que ella se encontrara de ninguna de las maneras) Pero parecía que no, por lo que le había podido entresacar a Marcus Dormer (aunque por otra parte, ¡cualquiera se fiaba de ése!) y rotundamente se negaba a creer que le tuviera miedo a él o a sus reacciones porque:
1.      Hasta lo de ahora nunca se había dado el caso.
2.      Contaba con un ejército de animales formado al menos por un conejo loco con complejo de perro guardián, Wingers, una oveja con tendencia a la diarrea en su presencia  y una burra con la que todavía no había intimado lo suficiente pero estaba seguro de que si lo hiciera el cariñoso saludo y recibimiento que recibiría por su parte sería una coz en la entrepierna.
Así que, la única explicación coherente para que no le abriese la puerta cuando la aporreaba era que no se encontraba en casa en esos momentos. Y sino se encontraba en casa ¿dónde se hallaba? ¿Es que el pueblo de Clun no puede vivir con Zhetta Caer… la que se apellida como el queso?
Esa era otra cuestión.
El queso.
Había intentado resistirse a comprar el queso con todas sus fuerzas mentales pero… le fue imposible negarse a hacerlo cuando lo vio ahí, tan reluciente y apetecible en el mostrador de la tienda Dormer… que acabó comprándolo.
Craso error.
Porque cada vez que lo comía se acordaba de la dichosa mujercita.
Misma mujercita que había sido la encargada de difundir rumores falsos acerca de su persona en el pueblo por los cuales su puerta amanecía día sí y día también llena de huevos podridos.
Incluso un día le dejaron una nota amenazante donde ponían lo siguiente:
“BUELBETE A LONDRES, INBESTIVE”
Con lo cual, no había género de dudas acerca de la autoría del gesto.
Si al menos supiera qué era lo que había hecho mal…podrían hablar y solucionarlo después únicamente de que ella le pidiera disculpas.
Llevaba alrededor de una semana dándole vueltas al asunto cuando cayó justo en el transcurrir del tiempo y se dio cuenta de que pasaba muchos más momentos del día pensando en la última letra del abecedario que en el caso que se había visto forzado a resolver.
Y lo resolvería
¡Vaya que sí!
Lo último que iba a ocurrir en su vida era que él reconociera su incapacidad para resolver un robo en un pueblo tan minúsculo y que, en consecuencia tuviera que admitir su error ante Zhe…ella.
¡Cómo si no tuviera ya suficientes motivos y acciones como para burlarse de él!
De eso nada. Ni hablar del tema.
Por eso, y tomando como referencia la información que los alcaldes le habían proporcionado (ninguna) decidió actuar siguiendo su instinto.
Instinto que esperaba que no se hubiera ruralizado ni dado a la vagancia y colaborase con su mente; nuevamente activa (aunque mucho más centrada en otros temas)
Afortunadamente para él, éste colaboró de forma activa y por tanto, pudo recordar todo lo ocurrido justo el día anterior a que vinieran a darle la tabarra con el asunto del robo. Es decir, del día en que conoció a los lugareños del pueblo.
Dado que los alcaldes viven justo en el centro del mismo, concretamente justo frente al edificio del ayuntamiento y que la tienda está al acabar dicha misma calle, su instinto le decía que el autor del robo se encontraba entre las personas que formaban el petit comité frente a la puerta de los Dormer pues todos fueron los únicos que habían visto de cerca el collar; ya que fue un regalo que éste le dio justo antes de salir de casa para hacer la compra.
Un grupo que estaba formado por: el tendero Brad del interior de la tienda, los alcaldes (aunque era poco probable que se robaran el uno al otro), Kirk; su autonombrado “ayudante”, el médico, el maestro y el queridísimo Marcus.
Y Zhetta, por supuesto.
Una Zhetta a la que no sabía si incluir o descartar totalmente, pero con la que al menos tendría que hablar para tratar el asunto. Sobre todo cuando recordó la cara de sorpresa y horror contenido que puso al verse rodeada por los fuertes brazos del alcalde.
¿Por qué esa reacción?
¿Ocultaba algún secreto? ¿Qué tipo de relación era la que tenía con el alcalde?
Y sobre todo ¿cuán estrecha era?
Derivaciones y divagaciones aparte, continuó con el protocolo de actuación ante una investigación de los ocho de Bow Street londinense que marcaba que el paso a realizar una vez identificados los posibles sospechosos era una entrevista individual con cada uno para comparar y confrontar testimonios más tarde y sacar alguna información relevante sobre alguno de ellos durante el proceso; aprovechando las tiranteces o incluso malas relaciones intergrupales.
De entre todos los miembros del grupo hizo una criba y descartó de inicio a Kirk Gunn; el pobre era demasiado tonto como para estar interpretando un papel. No quitaba que no le preguntara alguna cosa que otra pero…más tarde.
Cuando Dios le enviara paciencia.
A quienes también decidió dejar para el final fue a los tenderos; en realidad, fue al tendero junior. Con el senior sería de los primeros en hablar. Solo que los interrogaría a ambos el mismo día y a uno detrás de otro para que no tuvieran tiempo a planear una coartada coherente y cometieran errores en sus respectivas respuestas.
Con los alcaldes ya había hablado así que por tanto estaban fuera de la ronda de investigaciones momentáneamente; aunque volvería en busca de nueva información.
 Zhetta hubiera sido con la primera persona con la que hubiera tratado el tema si el universo hubiera estado decidido a colaborar y a ayudar a que se manifestara en su presencia. ¡Qué razón tenía el dicho popular que decía que cuanto más quieres ver a una persona más tardas en encontrarla...! Por otra parte, había caído en la cuenta de que quizás el motivo de su enfado era que le ofendió que no le diera la posibilidad de ser su ayudante y vistos cómo eran sus enfados… lo mejor era dejar pasar aún unos cuantos días más para enfriar del todo o sino algo el asunto-
Lo del sacerdote era un asunto espinoso ya que, no había ido a misa tal como le “recomendó” y no le agradaba en absoluto la perspectiva de estar aguantando una bronca sagrada cuando ya había perdido tiempo más que suficiente concentrado en pensamientos algo impuros y que no venían a cuento ahora mismo.
El médico… con el médico creyó que el día más conveniente para tratar el asunto sería aquel en el que le mirase la evolución de la herida (y con suerte le quitara la venda del brazo permitiéndole libertad absoluta de movimientos)
Así que, por tanto y por eliminación, el elegido como primer sospechoso de robo con el que charlar amistosamente sería el maestro del pueblo.
Y hacia la escuela se encaminó esa tarde.
Una escuela que se encontraba justo en el itinerario que Zhetta siguió el día en que se chocaron de forma totalmente inesperada y la cual,  para su confusión estaba muy silenciosa y vacía.
Por otra parte, acababa de encontrarle una ventaja a que el pueblo fuera tan sumamente pequeño: que todos sus edificios en consecuencia lo eran y por tanto, no le costó mucho dar con el maestro.
-          Hola Michael – le saludó.
-          ¿Anthony? – preguntó sorprendido mientras se ajustaba el cuello de la camisa mirándose frente al improvisado espejo (el cristal de la ventana) - ¿Ocurre algo? – quiso saber.
-          No… Nada… - dijo, sentándose encima de uno de los pupitres. –Pasaba por aquí cerca y me preguntaba… ¿recuerdas el día en que nos presentaron y me ofreciste irnos a tomar una copa a The Buffalo? – le preguntó. – Pues te aseguro que he estado muy ocupado – añadió “Mentira” replicó su mente. – Y no he podido acercarme antes pero hoy es tu día de suerte, estoy disponible y quiero esa copa – concluyó, sonriente.
-          ¿Hoy? – preguntó, con los ojos muy abiertos. – Me temo que… - dijo, mordiéndose los labios. – Hoy no puedo – añadió, lamentándolo realmente.
-          ¿Por qué? – preguntó inmediatamente. - ¿Estás ocupado? – añadió. “¡¿Tienes un collar que esconder de mi presencia?!” gritó, mentalmente. - ¿Aún no has terminado las clases? – preguntó, señalando a la puerta. – Porque puedo esperar… - le aseguró.
-          Eh… - titubeó. – No, las clases han terminado – respondió.
-          ¿Entonces? – peguntó. - ¿Es que no quieres salir a beber conmigo? – preguntó haciendo un mohín y sonando mucho más infantil y desesperado de lo que había creído en principio. – Porque tengo mucho aguante – le aseguró, asintiendo vehementemente.
-          No, no es eso – aseguró. – Es que… hoy tengo una fiesta – añadió.
-          ¿Una fiesta? – preguntó, confundido. - ¿Dónde? – quiso saber. - ¿Puedo ir contigo? – pidió.
-          Creo que no… - dijo él. – Es una fiesta de cumpleaños – explicó.
-          ¡Oh! – asintió comprendiendo. - ¿De quién es la fiesta de cumpleaños? – preguntó como si nada, aunque el propósito real de esta pregunta respondía a conocer la identidad del cumpleañero para ver si podía colarse y no perder la oportunidad de hablar con el maestro.
-          De la hija del médico – explicó. – Y es aquí –añadió.
-          ¿El médico tiene una hija? – preguntó boquiabierto. “Quizás a la niña le gusten las joyas y un collar como ese sería un regalo muy jugoso…” añadió mentalmente. – Perfecto – asintió. – Me gustan los niños – explicó.
Nuevamente mintió, no toleraba muy bien la bebida, la verdad sea dicha. En cuanto a los niños, tampoco eran santo de su devoción, y esto lo tenía mucho más presente y cercano gracias a su cuñada Sarah Parker. Pero…
“Todo sea por la investigación y resolución de un caso” se animó.
Michael suspiró y le dijo de forma clara:
-          Anthony, no puedes venir. Es una fiesta de Blancanieves – le explicó.
-          Oh – dijo. – Blancanieves – repitió.
Recordaba ese cuento de habérselo leído a su sobrina Penélope: la historia de la princesa que vivía con unos enanitos y a la que le despertaba un beso de amor. O algo parecido.
La fiesta de cumpleaños por tanto, era una fiesta de niñas.
-          Sí, Blancanieves – repitió él. – Y por eso, lo lamento pero no puedes estar ahí - .
Anthony lo entendió, y a punto estuvo de marcharse hasta que vio que allí había algunos niños pequeños también. Entonces, aumentó su confusión.
-          Pero si es una fiesta de niñas ¿por qué hay niños? – preguntó. – ¿Tú solo te vas a hacer cargo de todos? – añadió, sorprendido
-          No estoy solo – le explicó. – Blancanieves está conmigo – añadió.
-          ¿Blancanieves? –preguntó con el entrecejo fruncido. - ¿Blancanieves es una adulta? – añadió.- ¿No es una niña? – preguntó una tercera vez.
-          No, no es una niña – respondió. – Es una adulta y… me está esperando- añadió.
-          Llego tarde – anunció, encaminándose hacia la salida.
-          ¿A qué llegas tarde? – preguntó desconfiado.
-          ¿No me ves? – le preguntó, provocando que prestara atención a su atuendo.
Era cierto que iba disfrazado (o mejor, medio disfrazado) de hombre medieval: con unas calzas, una camisa y unos zapatos a la polonesa. Le faltaban por colocarse el cinturón de cuero con la espada falsa, el jubón  y el sobretodo; que supuso que lo haría por el camino.
-          ¿A qué llegas tarde? – repitió, con los dientes apretados.
-          Anthony, soy el príncipe de la fiesta – explicó. - ¿Dónde crees que voy a ir? – le preguntó; aunque por si le quedaba alguna duda le dijo: - Voy a despertar a Blancanieves – anunció.
Y el instinto de Anthony alcanzó niveles de alarma máxima, repitiéndole un nombre en la cabeza una y otra y otra vez: Zhetta.
-          ¿Quién es Blancanieves? – preguntó con tono exigente, apretándole el brazo con fuerza.
-          Zhetta – respondió él, soltándose.
Zhetta.
“Lo sabía” pensó, con satisfacción.
Príncipe besa a Blancanieves.
Príncipe es Michael.
Blancanieves es Zhetta.
Michael besa a Zhetta.
“Ni hablar” añadió rotundo.
-          Tú no vas a besar a Zhetta – le dijo, amenazante.
-          Claro. A Zhetta no, a Blancanieves – le replicó.
-          No te burles de mí – le advirtió.
-          ¡No me burlo! – exclamó. – Hay una fiesta de Blancanieves ahí, yo soy el príncipe y el beso es fundamental en el cuento – explicó.
-          No en este cuento – rebatió él.
-          ¿Es que los hermanos Grimm han escrito una nueva versión en estos años y no nos hemos enterado en Clun? – le preguntó Michael burlón.
-          Sabes que no – respondió él, cortante.
-          ¿Y entonces? – preguntó. - ¿Qué sugieres que hagamos? – añadió. – No podemos cambiar el cuento – añadió como una información adicional lo que era  obvio.
Una idea impulsiva cruzó por su mente.
Impulsividad.
Palabra tabú.
Las situaciones que comenzaban y estaban dirigidas por la impulsividad en su vida nunca acababan bien. Así que no entendió por qué, haciendo caso omiso de su raciocinio, su habitual dirigente vital, permitió que la impulsividad rigiera su vida justo en ese momento y dijera, arrancándole la prenda de las manos:
-          Trae acá ese jubón  - mientras se quitaba la chaqueta que llevaba él a sacudidas y se la cambiaba por la prenda que había tomado prestada.

Anthony solo fue consciente del lío en el se había metido mientras fue caminando hacia el bosque de los enanitos de Blancanieves. Bosque que en esta ocasión se correspondía con el patio interior de la escuela porque era el único lugar que tenía árboles. Uno en concreto.
Árbol bajo el cual habían situado el ataúd donde debía dormir Blancanieves, realizado aprovechando una canoa para cruzar el  río y sobre el cual ahora mismo se hallaba sentada su Zhettanieves; quien charlaba y reía de forma animada con los niños a su alrededor.
Una Zhetta que nuevamente llevaba un vestido.
Quizás fuera por la falta de costumbre a verla con vestidos y el hábito de verla continuamente utilizando ropa de hombre y siempre con algo de suciedad encima que, esta nueva visión de Zhetta perfectamente engalanada le dejó sin habla.
Guapa le había parecido el día del vestido de domingo.
Ahora estaba preciosa.
Preciosa y encantadora.
Llevaba un vestido blanco encorsetado de falda de gran caída y cuyas mangas eran abullonadas que tenía los bordes rojos e iban a conjunto con sus zapatos baile plano, la cinta roja con una flor que se había puesto en el cabello (que lucía suelto y gracias al cual pudo comprobar que le llegaba por la cintura) y el color de sus labios. Además de que era también la primera vez que la veía con algo de maquillaje.
Preciosa de nuevo.
Además se la veía tranquila, feliz, relajada y risueña toda rodeada de niños. Carácter diametralmente opuesto al que tenía cuando estaba con él, pero que le encantaría conocer más profundamente.
Un momento.
¿Desde cuándo él tenía ese tipo de interés por Zhetta Caerphilly?
Quizás el disfraz de príncipe le estaba afectando demasiado…
“Siempre puedes regresar para que Michael ocupe tu puesto” se recordó. “Ni en broma” añadió, caminando de forma firme para intentar oír lo que decían sin ser descubierto.
-          Zhettanieves Zhettanieves ¿dónde está el príncipe? – le preguntó. Pippa; la niña cumpleañera. De cinco años para ser exactos.
“Eso mismo me pregunto yo” pensó, suspirando.
Y lo hacía en doble sentido, ya no solo se preguntaba dónde estaba su príncipe del cumpleaños; el doctor Michael “Sabía que no debía ponerse el traje de príncipe medieval” pensó, esbozando una sonrisa cuando imaginó los serios problemas que tendría para vestir las calzas tan ajustadas y ajustar las cuerdas del jubón; situadas en el lateral de la chaqueta.
El otro sentido era el de su vida real. ¿Dónde estaba su príncipe? Creía bastante en que debería tener un príncipe azul en alguna parte; como todo el mundo. Pero el suyo debería haberse perdido en el camino a Clun porque aún no había aparec…reapa…hecho acto de presencia. Quizás debería dejar de leer cuentos de hadas como este y empezar con otro tipo de libros… pero para eso debía empezar a estudiar. Y a ella estudiar le aburría mucho.
-          Ni idea – respondió ella, encogiéndse de hombros mientras balanceaba sus pies. – Puede que esté derro…rote…matando dragones y como todavía no los ha matado a todos no pueda venir a despertarme – añadió, tocándole la punta de la nariz antes de sonreírle. – Pero vendrá – aseguró.
-          ¡Vaya un príncipe! – exclamó, con desdén Peter, uno de los pocos niños invitados a la fiesta. Aunque de niño ya le quedaba poco, pues acababa de cumplir la seria edad de doce años. – Si yo fuera tu príncipe tú serías lo primero para mí, Zhettanieves – aseguró vehemente.
-          Eso es muy bonito Peter – le dijo Zhetta, nuevamente sonriente. – Y ese es el motivo por el que tú y yo nos vamos a casar cuando tengas el dinero para comprarme mi alianza – le recordó.
-          Ya tengo ahorradas una libra y quince peniques – afirmó, con orgullo.
-          ¡Vaya! – exclamó Zhetta sorprendida. – Entonces creo que tú y yo nos vamos a casar muy muy pronto – dejó caer.
-          ¡Zhettanieves! – gritó Pippa de repente. - ¡El puínsipe! – añadió, provocando el alboroto y el revuelo general. - ¡El puínsipe, el puínsipe, el puínsipe! – exclamó, repetidas veces empujándola dentro de la canoa para que se hiciese la dormida mientras daba palmadas y movía su varita hacia uno y otro lado ordenando posiciones a diestro y siniestro.
Por fin Anthony llegó a la altura de Zhetta tras escuchar esa interesante conversación… Al parecer no solo tenía como pretendientes al tendero, al médico y al maestro (este ya sin ningún género de dudas al afirmar repetidas veces que quería besarla en público y delante de unos niños) sino que además a éstos se les había unido un niño de no más de diez años que afirmaba de forma vehemente que se iba a casar con ella.
El tal Peter; que lo miraba entre confundido y enfadado; a la espera de ver qué era lo que iba a hacer justo en ese momento.
“El momento ha llegado” pensó Zhetta; tumbada en el interior de la canoa con los ojos cerrados. Lo sabía porque ese día lucía el sol y apenas hacía frío y en cuanto se colocó frente a ella se hizo la sombra.
“El momento ha llegado” pensó Anthony también.
El momento de besar a Zhetta.
Se arrodilló junto al ataúd canoa  rodeado de niños disfrazados de hadas y demás personajes del bosque que lo miraban curiosos atentos y expectantes de la acción que debía realizar.
Anthony suspiró mientras pensaba que nunca jamás había sentido tanta presión a la hora de dar un primer beso. Debía hacerlo bien para no decepcionar a tan exigente público; especialmente el femenino.
¿Besar o no besar a Zhetta?
Esa era la cuestión.
¿No hubo un dramaturgo que hizo que uno de los personajes principales de su obra se preguntase algo parecido? 
Pues ahora entendía el dilema de dicho personajes; aunque no recordase ni la obra ni el nombre del mismo.
“¿Besar o no besar?” volvió a preguntarse.
Definitivamente besar.
Y descendió, posando sus labios sobre los de ella.
“Michael, te estás equi…¡que…así no es el cuento!” protestó mentalmente Zhetta.
De hecho, quiso hacérselo saber tirando suavemente de la manga pero recordó que en teoría estaba dormida por un hechizo y que no podía moverse. Así que esperó a que dejara de besarla y cuando viera que no abría los ojos él recordaría que se había confundido.
Anthony se retiró y comprobó que Zhetta continuaba con los ojos cerrados, provocando una desilusión general a su alrededor y una risita burlona de Peter; niño que comenzaba a caerle mal.
“¿Desde cuándo Blancanieves se hace la remolona para despertar?” se preguntó, molesto sobre todo por la risa continua de Peter; situado ahora a su lado. “Se supone que se despierta con el primer beso de amor… ¿no?” preguntó dubitativo. “No se habrá atrevido a quedarse dormida de verdad ¿cierto?” se preguntó.
En tal caso, lo intentó nuevamente para conseguir despertarla: en la ficción y en la realidad,
“¿Otra vez?” se preguntó Zhetta sorprendida al volver a sentir los labios de Michael sobre ella por segunda vez. “Michael, que así no es” dijo mentalmente. “Pues no pienso despertar hasta que lo hagas bien” concluyó, firme aunque infantil, a punto de cruzarse de brazos.
La segunda vez que Anthony se retiró comprobó enfadado cómo Zhetta se negaba a despertarse; provocando que la risita burlona de Peter se hiciera algo más fuerza y que se burlara más de él, sacándole la lengua. Sabía que no estaba dormida profundamente porque había visto cómo movía de manera casi imperceptible su mano derecha.
Entonces… ¿por qué demonios no se despertaba?
A no ser…No, no podía ser cierto
De ninguna de las maneras.
Michael no podía besar de manera apasionada a Zhetta para que ésta despertara.
Así no era como aparecía en el cuento.
Al menos no en el que él le había leído a Penélope.
Pero no sabía cuál era la versión que estaban interpretando en esa obra ni cuál era la edición de la obra que estaban tomando como referencia. Lo que si estaba claro era que si era ésa ¿desde cuándo se había escrito una versión para adultos de Blancanieves? Y ¿por qué sólo había llegado hasta Clun?
En cualquier caso… volvería a besar a Zhetta.
Por tercera vez consecutiva.
Una sola vez más.
No de forma apasionada como ella esperaba sino como un príncipe debe besar a una princesa.
Y si esto no funcionaba improvisaría sobre la marcha: la despertaría a zarandeos e inventaría una nueva versión del cuento mucho menos romántica.
Por tercera vez posó los labios sobre ella y esta vez, se olvidó de las niñas a su alrededor, de las risitas de Peter y de todo lo que le rodeaba en general.
Solo se centró en el beso y descubrió que los labios de Zhetta eran sorprendentemente agradables y dulces… ¿y que sabían a melocotón pese a ser rojos?
“Melocotón” pensó con una mezcla entre fastidio y fascinación.
Justo su fruta favorita.
Entonces, su habitualmente racional y cuadriculada mente se olvidó de sus características definitorias y besó a Zhetta.
La besó de verdad.
O al menos lo intentó porque ésta tenía los labios apretados fuertemente e impedía de manera obstinada que su lengua explorara el interior de su boca.
“¿Michael?” se preguntó sorprendida al sentir lo que parecía…. “¿Me quiere besar con lengua?” se preguntó, sorprendida y horrorizada. “Pero ¿qué demonios?” se preguntó enfadada abriendo los ojos e incorporándose un poco, lo cual permitió a Anthony que la agarrara con el brazo útil y terminara de incorporarla hasta quedar sentada dentro de la canoa ataúd.
Zhetta se quedó blanca con lo que vio cuando abrió los ojos.
No era Michael quien la estaba besando.
Era mil veces peor.
¡Anthony!
¡Anthony Harper!
-          ¿Qué haces? – preguntó, empujándole para que la soltara parpadeando de forma compulsiva ante la incredulidad de la situación.
-          Despertando a Blancanieves – dijo con satisfacción.
-          Tu eres…- gruñó. – Tu eres… - repitió, señalándole. – Eres un… ¡demacrado! – le insultó.
-          ¿Demacrado es descarado? – preguntó enarcando una ceja; disfrutando enormemente de la incapacidad de reacción de Zhetta; completamente desconcertada y superada por la situación.
Zhetta iba a enseñarle lo que era bueno y que nadie se burlaba de ella; aunque ella misma se hubiera burlado antes de esa misma persona.
Iba a golpearle.
¡Vaya si lo haría!
Incluso preparó la palma de la mano abriéndola y estirándola lo más que pudo para que le doliera lo menos posible, pero…
-          ¡Es tu puinsipe! – exclamó Pippa, provocando que ambos giraran la cabeza en su dirección.
-          No Pippa, no lo es – aseguró, mirándole con furia.
-          Sí lo es, te doy un beso y te despetó – dijo, señalando a Anthony. – Es tu puínsipe – añadió.
-          No lo es – repitió,mirándola fijamente a los ojos.
-          Zhetanieves – dijo Anthony disfrutando enormemente el momento y apretándole la mano. – Pippa tiene razón, y quieras o no, te guste o te disguste soy tu príncipe – añadió.
-          Si Zhettanieves ha dicho que no eres su príncipe y tú no eres su amigo así vuelve a Londres como te dije en la nota señor investive – dijo Peter.
-          ¿Nota? – preguntó Zhetta ya fuera del ataúd. - ¿Qué nota? – quiso saber, mirando con el ceño fruncido
-          ¿La escribiste tú? – preguntó sorprendido.
-          Que qué nota - repitió Zhetta con los dientes apretados.
-          Un que escribí como deberes de ortografía para la escuela donde le decía que volviera  a Londres – explicó Peter tranquilamente, sorprendiendo a Zhetta con la revelación.
-          ¿Quién demonios te crees que eres para decirme lo que tengo o no tengo que hacer? – preguntó, encarándose con el pequeño; para lo cual tuvo que ponerse de rodillas.
Zhetta le tocó el hombro, consiguiendo captar su atención para recordarle lo absurdo de la situación pues se estaba encarando con un niño de diez años. Anthony reaccionó y se puso en pie
-          Espera ¿pensaste que la había escrito yo? – preguntó, ofendida. - ¡Gracias por insinuar que soy tan lista como un niño de diez años! – exclamó, irónica y enfadada.
-          No Zhetta… yo no… - intentó explicarse. Aunque no podía ya que al pronunciar esas palabras era justo lo que había hecho. Por eso, el único remedio y solución ante una nueva metedura de pata con Zhetta fue explicarle el motivo por el cual lo pensó: - Bueno - … titubeó. – Es que… en la nota ponía investive – explicó. –Mal escrito si, pero investive – repitió. – Y como solo tú me llamas investive…además de tirar huevos contra mi puerta… pues… - explicó.
-          ¿Qué yo te llamo investive? – preguntó sorprendida. – Anthony, es un pueblo pequeño… ¡todo el mundo te conoce por investive! – exclamó, informándole del dato desconocido. – En cuanto a lo de los huevos… no sé de qué hablas… - le dijo. – Estoy dema…made…ocup…cupa…cupo… tengo muchas más cosas que hacer y aunque no te lo parezca a ti – le reprochó. – Soy mucho más adulta como para ir a tu puerta a tirarte huevos podridos – añadió. – Te los rompería en la cabeza – añadió. – Aunque sé de alguien que sí que tiene fijación por robar huevos… - añadió, pensativa y mirando con los ojos entrecerrados a Peter. - ¿no es así, Peter Dormer? – le preguntó, con los brazos en jarras y una mueca de disgusto en el rostro.
-          ¿Pe..Peter Dormer? – tartamudeó Anthony. - ¿Has dicho Peter Dormer? – repitió para estar seguro.
-          Peter Dormer – dijo Zhetta. – El sobrino de Marcus y el nieto de Bradley Dormer – le explicó.
“Peter Dormer” se repitió mentalmente.
Ahora entendía mucho mejor por qué no le había caído bien este niño desde el principio. Era un Dormer y era evidente que la relación que tenía con los Dormer no era la mejor. Especialmente cuando mostraban un interés romántico y amoroso tan evidente hacia la persona de Zhetta Caerphilly.
Hasta ahora sólo había descubierto un atisbo y un esbozo del carácter de los mismos en lo que a los celos se refería gracias a la pequeña personita que tenía delante y que en vez de mostrarse arrepentido por la acción que había cometido se mostraba orgulloso de las mimas y le devolvía las miradas desafiantes en el mismo grado que él se las lanzaba. Si éstos eran los celos y el sentimiento de posesividad de un Dormer de apenas diez años… no quería ni imaginarse cuál iba a ser la reacción de Marcus cuando le informara su sobrino de que la había besado en los labios repetidas veces.
Por una vez, Zhetta iba a ponerse del lado de Anthony e iba a regañar a Peter por su comportamiento (aunque lo de los huevos podridos era una buena idea que no se le había ocurrido a ella pero que ya había apuntado en su lista de ideas mentales maquia..mequi… mique…mali…mila… para vengarse de él) Iba a hacerlo pero justo en ese momento Michael reconvertido en bufón para anunciar:
-          Pippa, es hora de tu pastel -.
Y Pippa volvió a tomar la varita como bastón de mando y comenzó a decir a todo el mundo qué era lo que tenía que hacer o dónde tenía que situarse. Michael también iba a decírselo a Zhetta y a Anthony. No obstante, vio las expresiones de sus rostros y el silencio incómodo que se había instalado entre ambos y supo que había algo importante que se había perdido y que había sucedido mientras buscaba un disfraz alternativo con el que aparecer frente a los niños.
Inmediatamente, dirigió su mirada hacia Peter Dormer; el más travieso de todos sus alumnos y por la expresión de su rostro adivinó que él había tenido algo que ver. Así que, para no perder la costumbre, le agarró de la oreja y se lo llevó de allí.
Hasta que Pippa se dio cuenta a mitad de camino de que ni Zhettanieves ni el príncipe la estaban siguiendo:
-          Zhettanieves, puinsipe es la hora de mi tarta – les dijo.
-          Sí Pippa, pero Zhettanieves y el príncipe tienen muchas cosas que hablar – le respondió Michael.
-          Pero… - inició, desilusionada. – Es mi tarta – dijo con un hilo de voz. – Y mi cumple – añadió. – Y es un final feliz porque Zhettanieves le besó después de que el puinsipe la diera besos en la boca – añadió.
Michael enarcó la ceja cuando Pippa le reveló esta información, incrédulo. Pero ambos se lo confirmaron con asentimientos de la cabeza y con unas expresiones faciales más felices que otras. Reprimió la risa mientras pensaba en que un nuevo enfrentamiento entre ambos iba a producirse y por tanto, lo más seguro era alejarse lo más posible y estar preparado para la tormenta.
Por eso, agarró a Pippa de la otra mano y mientras se la llevaba de allí, comenzó a explicarle que como Zhettanieves había estado dormida mucho mucho tiempo ella y el príncipe tenían que ponerse al día y hablar de muchas cosas…
Solo cuando estuvieron lo suficientemente lejos como para que no les oyesen, Zhetta explotó y le preguntó enfadada aunque sin levantar del todo la voz pues en el patio hacía eco.
-          ¿Se puede saber qué demonios haces aquí y vestido así? – Tú no estabas invi… nivi… tu no tenías que estar en esa fiesta – le dijo.
-          ¡Desde luego que no querías que yo estuviese en esa fiesta! – rugió enfadado. – Ni yo ni ningún otro adulto, dado el espectáculo que ibais a ofrecer –le reprochó.
-          ¿Espec..sepec? Pero ¿qué dices? – le preguntó sin entender. – Creo que la chaqueta que le has robado a Michael y que llevas medio puesta te aprieta dema…suma… te está pequeña ¿eh? – explicó. – La sangre no te llega al cerebro – concluyó, insinuando con gestos que estaba tonto.
-          ¡Hablo del beso! – gritó, golpeando el pie contra el suelo y sus palabras resonaron por todo el patio gracias al eco.
-          ¿Qué pasa con el beso? – preguntó, cansada.
-          ¿Cómo que qué pasa con el beso? – preguntó él, acercándose hacia ella rechinando los dientes. – Os ibais a besar – explicó. - ¡Delante de todos esos niños! – exclamó horrorizado.
-          El beso es una clave en la historia Anthony – explicó Zhetta.
-          Pase que te dejen vestir como un hombre y hacer lo que te plazca continuamente pero… ¿besarte de forma apasionada delante todos esos niños? – preguntó. – No creo que les haga mucha gracia a los padres de Clun – añadió. – Ni a ti la imagen y la fama que ibas a crear – le advirtió. – Así sí que no vas a encontrar marido jamás – concluyó.
-          ¿Primero me dices que soy tan lista como un niño de diez años y ahora insinuas que soy una cualquiera? – preguntó, ofendida. - ¿Y todo por un beso? – añadió, enfadada. – Anthony, tienes la cabeza tan tonta como la mano – le hizo saber.
-          Michael y yo nos sabíamos muy bien el cuento y por eso sabíamos no solo era clave en el cuento sino que era lo principal que tenía que pasar en la fiesta de Pippa; así como también éramos conscientes de que tenía que ser un beso román…rimón… de amor – explicó. – Pero, como es una historia para niños creímos que lo mejor era cambiar un poco esa parte – añadió. – Así que si, Michael iba a besarme pero en la frente y yo abriría los ojos – le explicó, haciéndole ver toda la estrategia que los dos habían planeado y por la cual, nuevamente había metido la pata.
-          ¿En la frente? – preguntó Anthony, contrariado. - ¿Cómo en la frente? – preguntó.
-          En la frente – repitió Zhetta. – En el sitio del rostro que está por encima de las cejas y donde comienza el pelo – explicó, burlándose de él. – Mismo lugar que algunas personas tapan con flequillo – añadió. – La frente don onclecipedia – repitió, señalándose la suya propia para recalcárselo aún más. – Y luego dices que yo soy tan lista como un niño de diez años – protestó entre dientes. - Así que la imagen de cualquiera que tendré en el pueblo desde mañana y por la no podré casarme nunca será gracias a ti, señor investive – concluyó, sacándole la lengua.
-          No… no lo sabía – dijo, avergonzado.
-          ¿Qué vas a saber tú? – le preguntó enfadada. – Si ocupas toooodo tu tiempo en intentar saber quién es el ladrón del collar – le dijo, cuando ambos sabían que era mentira.
-          En tal caso, tengo la solución a tu queja – le informó. – Cásate conmigo y tu fama de fácil desaparecerá – le retó.
-          En serio Anthony, quítate esa chaqueta antes de que los daños sean irrepa…parri… antes de que no tengas solución – dijo.
-          ¿Por qué? –le preguntó, sonriéndole de forma burlona. – Yo fui quien te besé y además, para Pippa y todos los niños que estaban hoy aquí soy tu príncipe así que… - dejó caer. - ¿O es que te molesta que fuera yo y no Michael quien te diera el beso?- le preguntó, de repente realmente interesado en conocer a respuesta a esa pregunta en particular.
-          Uno, ¿tú mi príncipe? – le preguntó. - ¡Mi culo! – exclamó. – Dos, ¿casarnos? –le preguntó. - ¡Qué pena no tener cerca ningún líquido que escupir en tu cara bonita – le dijo. – Y tercero ¿molesta yo? – le preguntó sorprendida. – Seguro que a Michael le hubiera gustado mucho más que fueras tú a quien tenía que haberle dado el beso – respondió, arrepintiéndose en el momento de la frase final que había pronunciado.
-          ¿Qué has querido decir con eso? – le preguntó Anthony con el ceño fruncido.
-          ¡Mierda! – exclamó, en su presencia y resonó en todo el patio. – Tienes que jurar que mantendrás tu boquita de piñón cerrada y no dirás ni una sola palabra – le advirtió amenazante.
-          Lo haré – dijo.
-          Júralo – le ordenó.
-          ¡Está bien! ¡está bien! – exclamó, levantando las manos en señal de inocencia. – Lo juro –
-          Michael es homo…hamo… es… le gustan los hombres – explicó entre susurros. – Bueno, no le gustan todos le gusta uno – añadió. – Taylor, el médico – añadió.
-          Son novios… o algo así, no sé si eso está bien dicho – explicó. – Mi listeza ¿sabes? – le preguntó irónica. – Estaba muy bien hasta que te vio – concluyó.
Anthony le instó con la cabeza a que continuara en parte porque no entendía muy bien a donde quería ir con esas palabras y sobre todo en parte por la sorpresa mayúscula del descubrimiento de esa información.
-          Sí, Michael te vio el día del pueblo y se medio enamoró de ti – le explicó. – Desde entonces no deja de hablar de ti a todas horas y por eso, Taylor y él discuten mucho – añadió. – Yo le dio a Taylor que no se preocupe que aunque eres guapo a quien él quiere es a él pero… -
-          Alto – ordenó Anthony. - ¿Has dicho que soy guapo? – le preguntó, sorprendido y muy satisfecho.
-          Sí Anthony lo he dicho – le prespondió.
-          ¿Te parezco guapo? – volvió a preguntar incrédulo.
-          ¡Ay Dios! – exclamó, suspirando y con cara de fastidio. – Sí Anthony me lo pareces – repitió. – Eres un rancio, un soso y un hombre que mira por encima del hombro pero…desgra…grace…para mi desgracia, sí, pienso que eres muy guapo – concluyó. - ¿Estás contento? – le preguntó, avergonzada por lo que acababa de reconocer aunque intentó disimularlo mostrando una actitud desafiante.
-          Te parezco guapo – volvió a decir.
-          ¡Por el amor de Dios! – se exasperó Zhetta. – Sabía que era todas esas cosas que te he dicho pero no espe…sepe… lo que no creía era que también fuera uno de esos egó… narcicieros – concluyó.
-          Crees que soy guapo – dijo, nuevamente y provocó que Zhetta se acercara a él para darle una bofetada en el rostro y provocar que saliera del trance. - ¡Gracias a Dios! – exclamó, musitando.
Antes de que la impulsividad volviera a adueñarse por completo de él y agarrase con su brazo útil a Zhetta y, esta vez sí, sin testigos infantiles presnetes o de por medio besarla como él creía que el príncipe debía besar a Blancanieves una vez despierta.
Anthony se poderó de sus labios y, como en los tres besos anteriores, saboreó el dulce sabor a melocotón de los labios de Zhetta. Pero él quería más. Esta vez quería un beso de verdad y por eso, su lengua jugueteaba contra ellos para conseguir que ella entreabriera la boca y profundizar más en dicha acción. Cosa que, al contrario que la vez anterior, ella le permitió y por lo tanto, ambas bocas estuvieron conociéndose de manera íntima hasta que Zhetta perdió algo de la timidez que la inexperiencia en este terreno le otorgaba y gimió contra él cuando la estrechó contra sí y esta vez sí se besaron con la misma pasión con la que discutían.
“¿Has gemido?” se preguntó Zhetta a sí misma en mitad del mundo de brumas donde estaba en ese momento. “Has gemido” se informó. “¿Por qué?” se preguntó. “¡Oh Dios mío” exclamó, abriendo los ojos. “¡Estás besando al investive!” añadió sorprendida.
Sorprendida que no horrorizada y quizás por eso, no se separó de él de forma brusca y rugiendo como una leona o de uñas como un gato para defenderse sino que lo hizo tocándole el hombro útil y dando pequeños y cortos pasos, en silencio y con la mano en los labios. Como si no acabara de creerse lo que había pasado.
Pero había pasado.
¡Claro que había pasado!
Anthony Harper era muy consciente de ello.
Todo el cuerpo de Anthony era muy consciente y lo tenía muy presente: tanto su respiración agitada, como su corazón que latía a una velocidad superior a la que lo hacía de forma habitual y sobre todo, la zona de su entrepierna; la cual si bien no tenía una erección, le dolía tanto como si tuviese una.
Aunque sin duda, la parte más afectada de todo su cuerpo era su mente, pues clamaba por más y le gritaba que no parara cuando la tomara en sus brazos la próxima vez.
-          ¡Guau! – consiguió decir Zhetta al fin, provocando que Anthony la mirara sonriente. Por primera vez  desde que llegó a Clun y desde hacía bastante tiempo con una gran sonrisa. – Esto… yo… de nada – titubeó, algo roja.
Sintiendo vergüenza de sí misma y de cómo se está portando frente a él; en cualquier caso, no como ella era, sacudió la cabeza y le preguntó enfadada:
-          ¿Estás loco? -. – Pero ¿tú para qué me besas así? -.
“Afortunadamente no hay piedras, ramas de árboles, líquido o cualquier objeto que pueda arrojarme y con el que agredirme cerca” pensó Anthony realmente aliviado  antes de pensar la respuesta que iba a darle, decidiéndose finalmente por la opción en la que le recordaría que ella había participado de buena gana y de forma muy activa en el beso también. “Estoy a salvo” añadió.
O eso pensó de forma inocente ya que, la razón de que  no le hiciese falta ningún objeto a Zhetta en esta ocasión fue la presencia de Peter Dormer en la escena. Un Peter Dormer que se había escapado de la vigilancia de Michael  y que por tanto, se había perdido la tarta para espiar a la pareja; viendo toda la escena del beso.
No obstante, esperó a ver la reacción de Zhettanieves para entrar en escena y cuando lo hizo actuó. Y lo hizo de la siguiente manera: salió corriendo como un rayo y se plantó  cuando estaba delante de Anthony; justo para darle el tiempo necesario a que lo viera y observara cómo le daba una patada dolorosa en su ya anteriormente aquejada de dolores de otro tipo, entrepierna. Provocando que cayese al suelo por la mezcla del impacto, la sorpresa y el dolor allí sentidos.
Zhetta aplaudió con entusiasmo esta acción, pues no sabía cómo reaccionar ante el sorprendente descubrimiento de que le había gustado el beso con el investive. Sin embargo, él nunca debía enterarse de esto. Por esto, y porque estaba segura de que se le notaría en la cara si continuaba mucho más tiempo delante de él, le pasó el brazo por el hombro a Peter y juntos se encaminaron a la zona donde estaban el resto de los niños y sobre todo, donde les esperaba la tarta de la cumpleañera.
No sin antes decirle, sabiendo que tenía la mirada fija en ambos:
-          Te está bien empleado. –
Y añadir:
-          Por listillo - 

6 comentarios:

  1. Les informo que desde aquí las coas adquieren otro cariz.. más romántico... aunque seguirán los momentazos tranquilidad
    Y que, hemos llegado a la mitad del libro...

    ResponderEliminar
  2. jajaja Anthony, pobrecito jajaja

    ResponderEliminar
  3. ohh q hayamos llegado a la mitad me entristece molto because quiere decir q el libro pronto se acabara o no¿? nunca se sabe
    bueno llegando a la parte del comentariazo: jajajajajajajajaj espera jajajajajajajajajajjajajajajaj me meo viva la recua animal q tiene zhetta y viva el conejo jajajaja es el mejor de todos y bueno bueno bueno sorprendente descubrimiento lo del maestro y el medico no me lo esperaba para nada ha sido un zas en toda la boca como diria sheldon o elemental como diria sherlock q me gustaria ver a estos dos juntos un dia q eso si q seria explosivo o se matan o se hacen amigos jajaj volviendo al tema del capi aaaiiiss q bonito madre mi sonrisa tonta y bobalicona no ha sido mas grande xq no ha querido q si no lo era jaja aais q thon thon ya siente celinos cuando sabe q a zhetta la rondan otros aai tontorron q ya te sale cada vez mas el lado romantico moceton q ya era hora y esa zhetta de mi vida q se pone colora cuando la mira como la cancion q no sabe como reaccionar cuando ese moceton la besa... ais como sabia yo q thon thon y zhetta (aunq esta cantao desde el principio jiji) q iban a acabar juntitos y x fin chato te estas ruralizando jajaja
    y bueno el mejor del capi uno las pintacas de los disfraces salvo el de zhetta q me la imagino guapisisisisisisisisima y a thon bueno solo decir q jajajajajajajajajajajajajajajajajajaj y espera jajajajajajajajajajaj ridiculo como la situacion q era curiosa y graciosisima y bueno peter el crio me cae genial jajaja q gracia me ha hecho y q pronto le cae mal a thon cuando se entera q es sobri del de la tienda jajaajajaj me meo jajajaj no me he reido mas xq no he querido jajajja me meo jajaj para cuando mas q me he quedado a medias con ese peazo de beso entre ambos dos q zhetta amor un consejo x mu enfadada q estes con thon yo q tuu no lo soltaba ee q el mercado de maridos y de novios anda mu mal como para rechazar semejante especimen varonil q tienes a tiro chata eso no no se hace ascos a nada cari q ya quisieramos muchas al moceton q tienes (salvando a mi supremo willy willy q es como beatlejuice q lo nombras y se te aparece o te sueñas con el como me ha pasado a mi xD) asi q nada de hacer ascos ee jaja y pon mas prontito ee =)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Carmen! me quito el sombrero y te hago una super reverencia a lo Zhetta con tus comentariazos!! sembrá has estado! =)

      Eliminar
  4. No puedo decir nada mas que.... me encanta, me encanta y me encanta!!! me encanta la niña, me encanta la fiesta, me encanta le beso, me encantan lo de los gays, que fueeeerrrteeeee!!! Simple y llanamente, estoy aquí con cara de boba mirando el ordenador. ME ENCANTA!!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡VAYA! Gracias... =)
      No lo escribí muy convencida y tampoco estaba muy entusiasmada con el resultado pero... visto el exito, sin duda que lo dejaré así antes de imprimirlo en papel... =)

      Eliminar